viernes, 7 de abril de 2017

EL CODICIADO COFRE CON JOYAS DE TÍA HERMINIA.

Es propio de la naturaleza humana el ejercicio diario de contrastados comportamientos y respuestas. Conviven en nosotros los valores más admirables y elogiosos, mezclados con aquellas otras actitudes moral y penalmente rechazables y merecedoras de una justa reprobación. No hay que extrañarse de esta sociológica evidencia: somos así. A través de la familia, el sistema educativo reglado y el entorno social en que nos hallamos inmersos, las generaciones más jóvenes encuentran el camino para potenciar e integrar en sus vidas los valores que más ennoblecen. Al mismo tiempo, se trata de hacerles comprender y aceptar el rechazo hacia esas otras tendencias que empobrecen y “ensucian” la calidad de lo humano. Frente a la generosidad, la amistad, la honradez y la solidaridad, por citar algunos gratos ejemplos, nos encontramos también, muy a nuestro pesar, con la avaricia, la envidia, el egoísmo y la propia maldad. Las cualidades positivas tratan de ser integradas en la persona durante las edades más jóvenes de su evolución. Son las etapas más apropiadas para esa virtualidad educativa, pues a medida de que van sumándose años resulta más difícil alcanzar ese noble objetivo. A no dudar, se puede ir cambiando de carácter a lo largo de la vida. Pero esta transformación es más complicada o incluso improbable cuando se alcanzan las edades más adultas o avanzadas de nuestra individualidad.

Muchas familias pueden integrar en su seno a un personaje como Herminia. Desde la avanzada adolescencia, siempre prefirió organizar su vida de una forma independiente. Abandonó la casa de sus padres, cuando apenas había cumplido los veinte años, alquilando el piso en el que ha residido hasta el momento en que se fue de la vida, al final de su séptima década. Supo asumir e integrar perfectamente su soltería, ganándose el sustento trabajando en un taller de costura, vinculado a una importante cadena de tiendas de ropa y confección. Su hiperactiva laboriosidad le permitía compaginar el horario matinal establecido en su empresa con el quehacer privado de modista particular (labor muy apreciada por una clientela fiel) durante las tardes y fines de semana. Fue siempre una persona muy ahorrativa y no amante de los gastos superfluos, salvo con un tipo de compra cuya “tentación” era incapaz de vencer: nunca ocultó a su corta familia, junto a un selecto grupo de amigas, su obsesión y disfrute por la acumulación de ricas joyas y aderezos. 

Esta mujer no se caracterizó por ejercer la generosidad con sus dos únicos sobrinos, a los que consideraba poco trabajadores y de escasa inteligencia. Incluso (en más de alguna ocasión) llegó a tildarles de inútiles y de escaso carácter. El mayor de estos parientes, Simón, llegó al matrimonio a punto de cumplir la cuarentena. Encontró a su pareja, Lena, en una jornada convivencial para personas separadas o con dificultad para la integración conyugal. Después de seis años de casados, no han conseguido traer hijos a la vida. Mientras él trabaja en “lo que sale”, principalmente como pintor de paredes y edificios en construcción, su mujer, de mentalidad y actitud “manirrota” malgasta mucho el tiempo y el escaso dinero familiar asistiendo con frecuencia a la tentación binguera. Todo ello agrava la situación económica que soportan, pues han de afrontar los pagos mensuales de una gravosa hipoteca, sobre el pisito de segunda mano que compraron en el inicio de su matrimonio. Su otro sobrino tiene por nombre Narciso. Algo más joven que su hermano Simón, continúa viviendo solo y  realquilado en la casa que habitaron sus padres. Ejerce de limpiador eventual en una empresa que atiende estos servicios en locales de oficinas, negocios y comunidades de vecinos. Su gran ilusión, hasta hoy nunca alcanzada, sería la de disponer de su propio local donde instalar un pequeño comercio de frutería o tienda de alimentación, allí en el populoso barrio madrileño donde tiene fijada desde siempre su residencia.

No habían pasado ni setenta y dos horas, desde los funerales de Herminia, cuando ambos hermanos se personaron en el domicilio de su tía, de la que eran únicos y legales herederos. Previamente habían acudido a un abogado, amigo de Simón,  para que los asesorara sobre los trámites necesarios para recibir las pertenencias y cualquier objeto de valor que su tía tuviese en casa. Ellos sospechaban que las joyas de Herminia tenían que estar bien guardadas en ese pisito que tan bien ordenado tenía en usufructo. En cuanto a una previsible cartilla de ahorros, tendría que también estar entre sus pertenecías. Había que localizarla junto todos los documentos bancarios que avalaran el capital que su tía habría ahorrado, tras tantos años de trabajo con la costura. Pero, manera especial, se mostraban ansiosos por recibir todas esas elegantes y caras joyas que habían visto lucir a su tía.

Parece ser que Herminia no había hecho voluntad testamentaria. Al haberse producido el óbito de manera súbita (el médico certificó un fallo cardiaco) no habían podido negociar con ella, dado su recio carácter, la correspondiente herencia, por lo que se veían obligados a localizar, de manera preferente, los documentos y la ubicación de las joyas u otros objetos de valor. Tras intensa búsqueda durante muchas horas, al fin localizaron un anticuado cofre ubicado en un disimulado hueco cubierto por una loseta que se movía, en el fondo de uno de los armarios hecho de obra al final del pasillo. Una y otra vez cimbrearon el cofre, construido de recio metal y con unos apliques o adornos de madera envejecida y descolorida. Escuchaban, desde su interior, unos sonidos a modo de piedrecitas que van chocando unas contra otras, tal vez las piezas de esas joyas que tan avariciosamente buscaban. El formato que tenían en sus manos era como el de una pequeña caja de zapatos con asombroso e inaudito peso. Calculaban, de manera aproximada, más de dos kilos, a causa de su continente y previsible contenido. Pero ¿dónde se hallaría la llave que pudiera abrir tan obsoleta y gótica cerradura?

La llave no aparecía por parte alguna. Con un cincel intentaron levantar esa tapa que parecía bien encastrada en el blindado “cofre de las ambiciones”. Por supuesto, sin resultado alguno. Acudieron a un veterano y artesanal cerrajero, que trabajaba en uno de los barrios más “conflictivos” de la capitalidad. Este maestro de los herrajes trabajó con denuedo sobre esa doble cerradura que impedía que la curvada tapadera abriera el goloso misterio de su interior. Los resultados también fueron desalentadores, para el fin que buscaban. Pagaron al herrero sus emolumentos (400 euros) y éste les sugirió que acudiesen a una empresa radicada en Toledo, especializada en cierres complicados para su apertura, cuya dirección se prestó amablemente a facilitarles.

La obsesión de ambos hermanos iba en aumento, a medida que pasaban los días, situación que se agudizaba cuando comprobaron que la cartilla de ahorros, hallada sin dificultad en uno de los cajones de la cómoda de nogal, ubicada en el dormitorio de Herminia, marcaba apenas unos 600 euros de saldo a la vista. Decidieron mantener el alquiler (una renta antigua, 125 euros por mensualidad, que el propietario del inmueble elevó de manera considerable hasta los 700 euros). Pensaban que el dinero ahorrado por Herminia tendría que estar escondido en alguna parte de la casa. Pero ¿dónde? Había que seguir buscando y rebuscando. Conocían bien a su tía y no se les ocultaba que de ella cualquier cosa podía esperarse. Repasaron con “lupa” el cuarto de baño, la cocina, el extractor de humo, rincones del lavadero, esos ladrillos mal fijados, altillos y bajos de los armarios, incluso la alacena… pero el dinero no aparecía. Podría, tal vez, estar fuera de la vivienda. ¿Tal vez, en manos de alguna amiga de confianza? Bien es verdad que no conocían bien a las amistades de la difunta. Así que este camino hacia el previsible capital acumulado era escasamente prometedor.

Un tanto desquiciados, volvieron a tentar  la posibilidad del viejo cofre con esos curiosos sonidos que fluían desde el interior, cuando se cimbreaba su misterioso contenido. Fue Simón quien decidió tomar el ferrocarril (Narciso había cogido un fuerte resfriado con fiebre, por lo que tuvo que guardar cama) a fin de dirigirse hasta la capital toledana, camino de esa empresa especializada en la apertura de cierres difíciles. Pasó allí la noche, en la bella ciudad del Tajo, pues le aseguraron que en no más de veinticuatro horas el difícil objeto que les entregaba podría abrirse (la voz popular decía que esta empresa trabajaban con asesores que habían pertenecido al mundo de la delincuencia). La minuta que le pasaron por el trabajo fue en este caso de 675 euros, IVA incluido. A su vuelta, lo primero que hizo fue ir a la casa de su hermano con el cofre bajo el brazo. Con un rostro de circunstancias, puso el “tesoro” en manos de Narciso, ya muy recuperado de su constipado.

“Ábrelo despacio y prepárate para recibir un gran impacto en tus expectativas. Después de todo el esfuerzo económico que hemos realizado y del tiempo que hemos aplicado, me quedé de “piedra” cuando pude conocer al fin las “joyas” preciosas que tía Herminia mantenía guardadas en tan complicado tabernáculo”.

El anhelado tesoro consistía en un par de collares y tres pulseras, de una simple y barata bisutería, junto a una curiosa y amplia colección de conchitas y restos marinos de las que se recogen en las playas, muy lindas en su apariencia pero de nulo valor para el mercado. Probablemente recogidas en algunas vacaciones con destino costero. Había también dentro del habitáculo una extraña llave, probablemente copia de la que Herminia había utilizado para cerrar tan preciado y “valioso” cargamento.

La desilusión, unida a una profunda indignación en ambos hermanos, era plástica y anímicamente patética. Veían como sus ilusiones de mejorar sus precarias economías se habían ido totalmente a pique. Habían puesto demasiadas esperanzas en esa herencia que dios sabría dónde se encontraba, además de mucho tiempo y esfuerzo, con el dinero que apenas tenían, para recibir a cambio un absurdo cofre del tesoro, una cartilla con 600 euros y unos enseres en la casa (que rápidamente se prestaron a desalquilar) de escaso valor para su improbable venta al ser objetos muy usados e intensamente anticuados. ¡Cómo se estaría riendo la tía, allí desde las estrellas!

“Narciso, tenemos que seguir asumiendo nuestro estado de pobreza. Es nuestro sino en la vida. Lo más indignante de soportar es la rapacidad de tía Herminia. Mientras en vida cada vez quiso saber menos de nosotros, además de negarnos cualquier tipo de ayuda,  ahora habrá personas por ahí que estarán disfrutando de un dinero que “legalmente” nos pertenece ¡Vaya elemento de familiar! Tenga Vd. una tía carnal para esto. Nosotros, sus sobrinos, hemos recibido de tan avara, “cuadriculada” y aviesa mujer una buena patada en nuestros traseros.

Habremos de seguir, hermano,  en mi caso con la pintura de las paredes y tú con la barredora y el cubo para la limpieza. Mal que bien, podemos tener un plato de comida con que llevarnos a la boca. Anda, vente a comer hoy a casa, que Lena va a preparar unas lentejas con chorizo que dice están de rechupete. Hoy le he vuelto a repetir que abandone de una vez eso de ir al bingo, a tirar el poco dinero que tenemos.  Ese tiempo lo debe dedicar a mejorar el estado de la casa, Después nos tomaremos unas copitas que nos ayudarán a olvidar todo este mal trago que la avara nos ha hecho pasar”.

El sosiego volvió a la limitada economía que soportaba la vida de los dos hermanos. Simón siguió con sus trabajos y “chapuzas” ocasionales en la pintura de los muros y paredes de las viviendas. Narciso continuó con la limpieza de locales, negocios y espacios comunes de algunas comunidades de propietarios. Básica rentabilidad económica para seguir “tirando” en la asumida rutina de los días. Lena seguía visitando algunas sesiones bingueras, a hurtadillas o espaldas de su marido. La vida … continuaba.

Habían pasado ya cuatro meses desde ese viaje sin retorno emprendido por la tía Herminia. Era una mañana de lunes. Simón intercambiaba con Lena unas importantes palabras, durante el desayuno.

“Apresúrate mujer, que  tenemos la cita con el director del banco a las 11. Hemos sabido guardar bien el secreto, por lo que hoy vamos a poder quitarnos esa pesada carga de una cruel hipoteca, que tanto ha condicionado nuestra economía y amargado la vida. Al fin pude contactar con un buen joyero,  que me recomendó mi amigo Rubén, que nos ha pagado muy bien las joyas de la tía, guardadas en su cofre de los “tesoros”- Narciso (es muy simplón) se “tragó” muy bien lo de las piedrecitas de la playa y la bisutería.

Ahora, después de pagar los 75.000 euros que nos quedan de hipoteca, aún dispondremos de 30.000 euros para otros gastos y caprichos. Por eso voy a darle a mi hermano algún dinero. En conciencia debo hacerlo. Le entregaré un par de miles de euros y le diré que nos ha tocado un boleto en la primitiva. El pobre se lo va a creer y encima nos estará eternamente agradecido. Para él, que vive solo, le vendrá muy bien tan inesperado y generoso regalo.”-

  
José L. Casado Toro (viernes, 7 de abril 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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