jueves, 29 de septiembre de 2016

SUEÑOS LATENTES, EN LA MEMORIA DIFUSA DE CAROL.

Como sucedía en cada temporada pre-veraniega, el trabajo de la agencia donde prestaba sus servicios se multiplicaba al llegar la Primavera. Las reservas y contratos, a fin de disfrutar ese siempre anhelado verano vacacional, motivaban que la oficina estuviese prácticamente llena de clientes, especialmente durante las horas centrales de la mañana y también en muchas de las tardes. La reducción de personal, a fin de aliviar los resultados contables de la empresa, repercutía en el agobio continuo que Carol tenía que soportar, esforzándose en un autocontrol nervioso que la dejaba bastante cansada cuando volvía a su domicilio.

No le agradaba abusar en la toma de tranquilizantes, a fin de asegurar las horas del descanso nocturno. Todo lo más, se preparaba alguna infusión relajante que en algo, desde luego, le ayudaba. Pero, en estos días de especial tensión laboral, se despertaba con frecuencia durante la  madrugada y además volvía a tener esos sueños y pesadillas que le alteraban, perjudicando o evitando penosamente lo que debía ser un reparador descanso.

Carol, en los albores ya de sus cuatro décadas de vida, vive con sus hijos Ainhoa y Rubén, dos inquietos adolescentes. en un antiguo ático del centro urbano. Contrajo matrimonio siendo muy joven, cuando finalizaba los estudios de Técnico en Actividades Turísticas, con un compañero de la empresa, en donde realizaba sus prácticas formativas. Poco más de un lustro duró su vínculo con esta persona, también muy joven, que le resultó manifiestamente infiel. Desde esta frustrada experiencia en su vida, no se ha esforzado en rehacer un nuevo vínculo afectivo, entregándose con firme voluntad a la educación de sus hijos y a compartir el trabajo de casa con un exigente horario laboral que no pocas veces pone a prueba su capacidad de resistencia, tanto física como también en su equilibrio anímico.

Su médico de cabecera le suele aconsejar que trate de reducir ese estrés profesional que, en determinadas épocas y circunstancias, desestabiliza su descanso nocturno. Y es que, en esos sueños que “pasean” por su mente, en la profundidad de la noche, prevalece una escena concreta que repetidamente fluye en su memoria, no encontrando o existiendo razón alguna para esas imágenes que viajan desde el mundo de lo onírico.

Se trata de una visión fugaz (ella la cree ver en blanco y negro) donde aparece un camino que conduce a una casita rural, con cubierta de tejas a dos aguas. La vivienda está situada en la depresión de un valle guarnecido por unas suaves laderas y colinas, que aparecen recubiertas por una escasa vegetación de arbusto mediterráneo, salpicada de algunas especies arbóreas. Carol cree reconocer algo que le vincula a esa modesta edificación y agreste paisaje circundante, pero no sabe exactamente qué tipo de relación. Especialmente porque, aunque ella piensa que está presente en esa escenificación, no podría asegurar o concretar en qué momento de su vida ha podido recorrer ese espacio o realidad onírica que, a través de los sueños, le resulta cada vez más familiar.  

Así iban pasando las semanas y los días en el calendario de esta responsable y voluntariosa mujer, felizmente entregada a su puesto laboral y, por supuesto, a la educación responsable de sus dos hijos. Difícilmente Carol podía imaginar cómo la llegada imprevista de una carta timbrada, iba a tener tanta trascendencia en la rutina normalizada que presidía su existencia. Con extrañeza y curiosidad abrió el sobre, enviado bajo la modalidad de acuse de recibo, cuyo membrete exterior le adelantaba que procedía de una firma notarial. Se la citaba para una reunión con el titular del despacho, donde se le informaría de un importante asunto de interés para su persona.

Con permiso de su jefe, se desplazó a eso de la media tarde al céntrico despacho, ubicado en la planta quinta de una manzana de edificios rehabilitados, próxima al núcleo monumental que preside la Catedral de Málaga. Tras una corta espera, se encontró con el cortés saludo del profesional jurídico quien le invitó a tomar asiento. Le extrañó que su interlocutor Sr. Palanca (persona ya próxima a la edad de jubilación) usara lentes para la protección solar, a pesar de que la luminosidad del despacho era más bien limitada. El ambiente anticuado de aquella habitación, con un profundo olor apergaminado a papeles envejecidos, con los estantes de las paredes repletos de protocolos en decenas de carpetas, todo ello incrementaba aún más su inquietud ante una citación cuyo contenido desconocía. El notario se expresaba de manera rápida y fluida aunque, intermitentemente, silenciaba sus palabras. Posiblemente, con la pretensión de que el cliente asimilara el contenido del mensaje que le estaba transmitiendo, sembrado inevitablemente de numerosos y difíciles (para un profano en la materia) vocablos jurídico-administrativos.

“Señora Campos de Lama, en uso de mis facultades notariales, debo poner en su conocimiento una información que puede afectarle profundamente. Considero, por una serie de datos que obran en mi poder, que Vd. es totalmente ajena al contenido de la misma. Ante todo, debo rogarle que acepte con serenidad todo aquello que le voy a transmitir.

He de decirle, y esta confidencia destaca sobre todo lo demás, que Vd. fue una niña adoptada, cuando aún no alcanzaba los dos años de edad. He utilizado la palabra adopción, pero sería más exacto aplicar la palabra “cesión”. Posiblemente hubo, en su momento, una  determinada cantidad económica para esta “transmisión”. La “operación” con su persona (debe disculpar algunas de las palabras que utilizo) se hizo al margen de los cauces legales. Sus padres “adoptivos”, con la ayuda de algunas connivencias, la inscribieron como hija legítima en el Registro Civil. Veo que aún vive su madre adoptiva, según he podido comprobar documentalmente. Aquéllos que considera sus dos hermanos de sangre, muy probablemente desconocen esta realidad que afecta a su vida.

El caso es que su verdadero padre genético falleció hace unos cuatro meses. En cuanto a su madre genética, también dejó esta vida hace ya algunos años. Ambos constituían una familia muy humilde, sumamente humilde, de labriegos autónomos. No tuvieron más hijos. Y hay algún dato que me hace suponer que la razón última de esta “venta” (de nuevo, le ruego disculpe esta expresión) o cesión con su persona pudo estar basada en razones económicas, pero también “afectivas”, por el comportamiento natural de su verdadero progenitor fuera del matrimonio.

Este hombre, que quiso mantener el secreto de su comportamiento con respecto a la hija que engendró, decidió, en la proximidad final de su vida, regularizar, en parte, su conciencia, acudiendo a mi despacho. Me entregó una declaración jurada de los hechos de los que fue protagonista, así como una variada documentación adjunta que corrobora, aún más, la verosimilitud de su confesión.
Sus verdaderos padres vivieron durante muchos años en un piso alquilado, ubicado en un barrio modesto de esta ciudad. Por alguna razón que se me escapa, no quisieron volver a esa casa rural de la que nunca perdieron su propiedad. Y esta pequeña vivienda, donde Vd. pasó algunos meses de su vida, ahora le pertenece. Me he permitido regularizar toda la documentación al efecto.

Me hago cargo del impacto que le debe producir toda esta información, verdaderamente de impacto emocional. Pero sobre todo admiro su entereza, su admirable y ejemplar fortaleza ante la misma. No dude que le ayudaré, en todo momento, para que pueda asimilar, de la mejor forma posible, todos estos cambios que afectan, qué duda cabe, a la estabilidad de su vida”.

Carol se encontraba íntimamente en estado de shock. Se esforzaba en mantener el necesario autocontrol ya que, en modo alguno, deseaba dar ese lamentable “espectáculo” en el que nos vemos inmersos, cuando la realidad provoca el desbordamiento en nuestro equilibrio anímico. La hábil experiencia del notario en estos casos le hizo traer un vaso de agua que, al beberla, ayudó a sosegar ese estado de angustia, en que la impactante información le había dejado sumida.

Al volver a su domicilio, trató de sacar fuerzas de flaqueza y evitar que sus hijos percibieran la dura situación interior por la que atravesaba. Les preparó la cena, cuyo contenido ella apenas probó. Sólo tomó un vaso de leche y, tras un rato de reflexión, marcó en el móvil el número de su madre. Intercambiaron unas frases normalizadas, en cuanto al tiempo y el resultado del día. A continuación, Martina aceptó la petición de su hija, quedando ambas en verse la tarde siguiente, cuando ésta saliese de la agencia alrededor de las 7:30.


A los pocos minutos de estar ambas mujeres sentadas en una tetería, compartiendo sendas tazas de una agradable infusión, Carol fue directa al turbio asunto que les afectaba. La serenidad de Martina, al conocer el contenido de la entrevista de su hija con el notario, impresionó a ésta, especialmente porque su madre era persona de fuerte carácter y muy dada a la teatralización sobreactuada en sus respuestas. Aparentemente, no mostraba extrañeza o sorpresa ante lo que estaba escuchando. Probablemente la “procesión” iba por dentro. Poco a poco, se fue “desmoronando” de esa fortaleza inicial que mostraba al inicio de la conversación.

“Sabía que algún día tenías que enterarte. Y ello ha ocurrido ahora, cuando pronto vas a hacer tus cuatro décadas en la vida. Tu padre y yo siempre mantuvimos el secreto de ese pacto que “firmamos” con la persona que te engendró. Conociendo su final, este hombre decidió serenar su conciencia, con la confesión notarial de la verdad. Aunque muchas veces lo discutimos, nosotros pensamos que era mejor que te siguieras considerando nuestra hija, a todos los efectos. En realidad, así ha sido. Así te criamos y así te hemos querido, desde los primeros minutos que estuviste en nuestros brazos. Dime, en conciencia ¿alguna vez has percibido diferencia de trato, con respecto a tus dos hermanos o algún detalle que te hiciera sospechar de que nosotros no éramos tus padres genéticos? Estoy completamente segura de que tu respuesta va a ser negativa. Siempre quise tener una hija. Tras el nacimiento de tu segundo hermano, yo no podía tener más hijos. Las adopciones eran muy complicadas, en esos tiempos. Tu padre supo moverse con gran habilidad y yo tuve la suerte de poseer el tesoro que más he preciado en la vida”.  

El río sin cesar, que supone el avance del tiempo, hace posible que asimilemos los cambios y los hechos contrastados que afectan a nuestras humildes biografías. De manera paulatina, Carol fue aceptando e integrando, mental y afectivamente, el verdadero esquema vital que conformaba su existencia.

Y quedaba por resolver un importante elemento administrativo, legado material de sus verdaderos padres. La vivienda rural, donde ella habría pasado los primeros meses de vida. Una gestoría, encargada al efecto, había puesto en orden todos los requisitos administrativos, para que la asunción propietaria no tuviera la menor incomodidad para su persona. Aquella mañana de abril, Carol decidió viajar a ese lugar, situado al norte de la provincia malacitana. Fue acompañada por un representante de la gestoría, cuya dirección se mostró en todo momento solícita para ayudar a su intrigada cliente. Al fin podría conocer ese importante elemento material que la ligaba a su lejana infancia.

A medida de que el coche iba llegando a esas estribaciones de la Penibética, en donde estaba ubicada la propiedad, Carol se sintió afectada y nerviosa, ante un paisaje que le resultaba, de alguna forma, un tanto familiar. Su extrañeza iba en aumento, cuando el vehículo en el que viajaban avanzaba por unos estrechos caminos que asomaban a un amplio valle. Percibía que algún recuerdo afloraba en su memoria, por esos espacios que lentamente recorrían. Al fin avistaron la casa que, ya desde lejos, percibían patentemente abandonada y deteriorada. En ese preciso momento, un sobresalto afectó de manera incontenible a su persona. La imagen que tenía ante sus ojos era la misma que, cíclicamente en sus sueños, había tenido en los desvelos oníricos de muchas noches. Era la misma vivienda y paisaje  que ella se preguntaba, al despertar, por qué se representaba una y otra vez en el nublado difuso de su mente.-

José L. Casado Toro (viernes, 30 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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