jueves, 1 de septiembre de 2016

AQUEL SU PRIMER DESTINO, EN UNA JOVEN Y VOCACIONAL MAESTRA NACIONAL.

Eran tiempos del tardofranquismo, a finales de la “mágica” década de los sesenta. Carmina, única hija de un modesto matrimonio de labriegos salmantinos, viajaba en un lento tren (que no “olvidaba” parar en todas las estaciones del trayecto) y con billete de tercera clase, camino de su primer destino como maestra de educación nacional en un pueblecito del norte cacereño. Persona voluntariosa, en sus obligaciones de estudio y con la fuerza juvenil de sus diecinueve años, había obtenido plaza en la última convocatoria de oposiciones, en dura competencia con otros cientos de ilusionados compañeros que aspiraban al mismo objetivo. Su madre le había preparado para el viaje un buen bocadillo de jamón y queso, además de unas manzanas, aunque también llevaba en su “trabajada” maleta algunas chacinas propias de su tierra, para compensar el alimento en sus primeras jornadas de trabajo. Su padre, hombre anclado en la austeridad castellana le dio breves pero sabios consejos, antes de la partida:

“Sé honrada en tu conducta y ejerce el magisterio con lo mejor que te han enseñado, durante todos tus años de estudio”.

Soportando cuatro horas de incómodo tren, en un sábado de atmósfera nublada, pudo al fin llegar a una casi vacía estación cacereña. Allí, tirando de su pesada maleta y con una apreciada mochila sobre sus frágiles espaldas, preguntó a un factor de Renfe dónde podría tomar un bus que la trasladase a Santacruz de la Sierra, el que iba a ser su primer destino profesional. Fue laborioso llegar a este punto geográfico pues, tras diversas gestiones y consultas, con la premura de presentarse en la alcaldía en la mañana del lunes, tuvo que optar a que la llevase en su carromato un veterano cabrero que recogía leche de diversos pastores, producto que después entregaba en una fábrica quesera sita en la capital extremeña. Ya oscurecía, cuando avistó un pequeño pueblecito encastrado en la sierra en donde, tras agradecer al cabrero su generosidad, un policía municipal le indicó la única pensión que existía en la localidad.

Dedicó la mañana del domingo a recorrer las calles poco transitadas de ese pueblo, en cuya única escuela habría de enseñar los conocimientos y habilidades que había estudiado durante los tres años de carrera. El dueño de la pensión, una vez conocidas las necesidades de residencia prolongada por parte de la juvenil maestra, le recomendó hablase con la señora Aúrea, una viuda entrada en años, que vivía sola y a quien le vendría también bien ganarse unas pesetas cediéndole una de sus habitaciones, con derecho a cocina. Pronto las dos mujeres llegaron a un acuerdo y a esa casa, con escalera interior y una pequeña buhardilla con vistas al valle, trasladó Carmina sus no abundantes pertenencias.

La buena señora le indicó que esa noche dominical compartirían la cena y, ya en el lunes, su inquilina podría comprar las viandas necesarias en el colmado del tío Manuel, muy cerquita de su casa. Desde el atardecer, la temperatura se hizo bastante fría. Después de una frugal cena, la gran distracción que sus patrona disfrutaba fue escuchar los programas de Onda Madrid, usando para ello una viaja y destartalada radio, con lámparas de escasas bujías y cuyo dial se atrancaba al pretender cambiar de emisora. Eso sí, a las diez de la noche, Aúrea sintonizó Radio Nacional, para escuchar “el parte”. Un buen rato después, al cuarto de Carmina llegó el murmullo de los rezos de su casera, recitando el santo rosario antes de ir a la cama.

A las ocho y treinta, en la mañana del lunes, ya se encontraba en la antesala del despacho del Sr. Sebastián, alcalde y Jefe local del Movimiento en ese tranquilo pueblecito de la sierra extremeña. El edil, hombre fornido. con mirada y gestos poco disimulados para el ejercicio de la autoridad, la puso en breve tiempo al corriente de sus obligaciones docentes.

“Mira chiquilla, te vas a hacer cargo de nuestra única escuela. Es de carácter unitario, por lo que tendrás que “bregar” en una sola clase con niños muy pequeños y otros ya mozalbetes. Habrás de usar mano dura con ellos, si no quieres que se te suban por las paredes. Aquí hemos tenido de maestra a la señora Engracia, que se ha retirado con más de setenta años, habiendo sido una buena profesional para todo durante cuarenta y dos años ininterrumpidos de trabajo. Aún estando enferma, no faltaba a su clase en cada uno de los días. Todo un ejemplo de voluntad y sentido del deber. Ya sabes que mañana, día 15, comienza el curso. Te voy a acompañar a la escuela, para que sepas el lugar donde está y te familiarices con tu nuevo puesto de funcionaria. Me asombra que la Delegación provincial nos envíe una maestra tan joven. A ver como te impones a esos rapaces que son todo unos diablos. Aquí estamos muy avanzados. Tendrás niños y niñas, sentados juntos, en los pupitres”.

Sebastián caminaba a pasos rápidos, incluso cuando subían por callejuelas un tanto empinadas. Al final de unas casitas de paredes blanqueadas y en un recodo a la derecha llegaron hasta un viajo caserón, construcción hecha de mampostería y troncos de madera en cuyo frontal, encima del gran portalón, estaba clavado un cartel, también en madera, que ponía ESCUELA. A ambos lados de esta abandonado edificio había dos construcciones. Por la derecha vio un establo de vacas, cuyo penetrante olor a estiércol se mezclaba con el otro aroma, mucho más agradable y suculento, procedente de la otra vivienda dedicada a obrador de panadería.

Una vez en el interior del tosco recinto escolar, pasaron a un salón de forma cuadrangular, donde había seis filas de anchos pupitres, separados por un pasillo central, que miraban hacia una gran pizarra situada en el final de la habitación con barritas de tiza blanca. Un gran mapa de España, colgado a la derecha y dos grandes fotos, en blanco y negro, presidían el espacio: correspondían al Caudillo Francisco Franco (con muchos menos años, de los que sumaba en 1968) y el fundador de la Falange Española y de la JONS, José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Por encima de ambos personajes, colgaba un bien esculpido crucifijo. En la mesa del maestro descansaban un par de carpetas, un montón de libretas y dos manoseados volúmenes: el diccionario de la lengua española y un libro de cuentos. Además, una larga regleta de madera. La sala de clase era un tanto sombría, pues las dos únicas ventanas (a la derecha de los pupitres)  deban a un patio interior. Desde las mismas se veía el establo vecino y a tres voluminosas vacas, que estaban comiendo plácidamente.

Y  llegó la mañana del martes 15. Carmina había puesto la alarma en su pequeño despertador (artilugio que le había entregado su padre, tras  pertenecer durante muchos años a su abuelo) a fin de no quedarse dormida y llegar con retraso a sus obligaciones escolares. Se preparó un buen tazón de leche y unas galletas como desayuno y, dado el frío que ya se percibía como antesala del otoño, se abrigó con un jersey, altos calcetines en sus piernas y unas botas que le protegían los pies, dado que era propensa a sufrir sabañones con las bajas temperaturas. Cuando llegó a su escuela (unos minutos antes de las nueve) ya había algunos críos y niñas en la puerta. Sebastián le había facilitado el listado de matrículas el día anterior, con la fecha de nacimiento de sus alumnos. Tras estudiar ese listado, comprobando la profunda mezcla de edades a la que habría de hacer frente, decidió dividir el aula unitaria en tres subgrupos. El primero, formado por aquellos menores de seis años, lo integrarían 11 escolares. En un segundo subgrupo, estaban los 9 que tenían entre seis y diez años de edad. Finalmente, el conjunto de los “mayores” entre los 11 y 15 años de edad, lo formarían 12 alumnos. Los tres subgrupos sumaban 32 escolares, entre los que había quince niñas.

“Buenos días, queridos niños y niñas. Mi nombre es Carmina y voy a ser vuestra nueva maestra, que usará el cariño y la autoridad de una madre y el de una amiga.  Antes de comenzar nuestras clases, rezaremos una breve oración, con una petición que cada día preparará uno de vosotros.  Sois treinta y dos compañeros, con edades diferentes. Por eso os he ido nombrando y sentando en tres zonas de la clase, A, B y C. Los más pequeños; aquellos que ya han cumplido los seis años y el grupo de los mayores, que ya tienen más de 11 años de edad. Habrá momentos del día en que explicaré directamente al grupo A, al B, o al C. Los dos grupos restantes estarán trabajando los ejercicios que yo previamente les haya mandado.

Voy a ser muy amiga vuestra, pero también sabré castigar las faltas de disciplina que cometáis, lo que comunicaré de inmediato a vuestros papás y mamás, a los que pronto quiero conocer. Aquí venimos a aprender y a trabajar, aunque tendréis vuestra media hora de recreo, para tomar el desayuno, jugar y descansar. Ya conocéis el horario, en el que la puntualidad será muy importante e incluso premiada.  De 9.30 a 13 horas, por la mañana. Y de 15.30 a 17.30, por la tarde. Tenéis libre la tarde del jueves, pero hablaré con el Sr. Alcalde, para ver si la podemos cambiar al sábado. Después de las clases, dedicaremos una hora (dos veces a la semana) para preparar dos obras de teatro, que representaremos en Navidad y al final de curso. Todos podréis participar en esta bonita actividad. Y en cada trimestre, haremos una preciosa excursión para visitar, disfrutar y aprender de la naturaleza”.

Así comenzó Carmina, a sus diecinueve años, esta su primera clase, en su también primer destino como maestra nacional. Faltaban escasos días para que diera comienzo la estación meteorológica del Otoño. En esa cíclica caída de la hoja, con la llegada de los primeros fríos, treinta dos niños y niñas iban a recorrer esa educativa senda de la enseñanza y el aprendizaje, de manos de una muy joven profesional, plena de vitalidad e ilusión por hacer bien su trabajo, en el que había mucho de valor vocacional. Y en una escuela unitaria.

Resultaba obvio que alumnos de tan diversas edades no podían trabajar las mismas temáticas. Había que aplicar una metodología diferente, para la didáctica de los contenidos de estudio, en los tres grupos que ella, acertadamente, había organizado. Con muchos años de adelanto, Carmina estaba aplicando el criterio docente de atención a la diversidad, el cual es en la actualidad uno de los principios más importantes e inexcusables para ámbito educativo. Frente a los que hoy se afanan, con desacertada rigidez y fanatismo, en uniformizar contenidos, recursos, metodologías, evaluaciones y resultados, para esta joven profesora, maestra de niños y niñas en ese año emblemático de 1968, dicha estrategia didáctica de atención a la diversidad no era otra cosa para ella que una inteligente aplicación de la racionalidad profesional.-

José L. Casado Toro (viernes, 2 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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