viernes, 9 de septiembre de 2016

SEPTIEMBRE, UNA ATRAYENTE POSIBILIDAD EN LA REVITALIZACIÓN DE PROYECTOS.

Entre las numerosas personas que aguardaban la apertura de puertas, en un moderno centro comercial ubicado en la zona oeste de la ciudad, se encontraba Israel, uno de tantos trabajadores afectados por la prejubilación laboral en los años de crisis. Con cincuenta y siete de edad, este técnico en optometría tuvo que afrontar los graves problemas financieros de una importante empresa de óptica, donde había estado prestando sus servicios durante casi tres décadas, dificultades financieras que finalmente llevaron al cierre de la entidad. En aquel duro trance de su vida, pudo acogerse a la jubilación laboral anticipada que le ofrecieron los propietarios de la cadena, obteniendo una limitada pensión económica que le ha permitido seguir viviendo con modestia, gracias también a los trabajos de arreglo de ropa que continúa realizando su mujer, desde el propio domicilio familiar. El hecho de no tener hijos u otras cargas en su matrimonio hizo más llevadera la nueva situación a la que tuvieron que irse adaptando, especialmente en lo relativo al control de los gastos del día a día.  

Muy de mañana, Israel ha acudido, con su viejo portátil bajo el brazo, a un servicio informático ubicado en las galerías multicolores del centro comercial. Tras exponer al técnico de recepción los problemas de funcionamiento de su “viejo” ordenador, el especialista informático llevó a cabo unas pruebas a fin de verificar el estado de la preciada máquina electrónica.

“Efectivamente, he estado comprobando de que el funcionamiento de su aparato es demasiado lento y se bloquea de manera continua. Su ordenador tiene instalado un sistema operativo muy obsoleto y la propia antigüedad de su estructura no le permite alcanzar un rendimiento mayor. Habría que proceder a un profundo formateo del disco duro, a fin de eliminar los virus y otras “suciedades” que ha ido acumulando, por la navegación aventurera en las redes de Internet. Supongo que tendrá hecha copia de seguridad, para todos aquellos archivos y aplicaciones más importantes y que desee, lógicamente, conservar. Le aclaro que esta marca de ordenadores necesita revisiones continuas, al menos una al año, si pretende seguir manteniendo y gozando de rendimientos aceptables”.

El presupuesto que le hicieron no era excesivamente gravoso como para renunciar a la reparación necesaria (se le tarifaría sólo hora y media de trabajo), especialmente tratándose de un material informático. Una vez que recibió el recibo de entrega abandonó el populoso edificio, dispuesto a dar un largo paseo por la ciudad. La mañana otoñal hacía apetecible ese deambular por calles y plazas, pues la climatología regalaba un tiempo agradable de sol y fresca brisa de levante. Tras caminar durante un buen rato por los latidos acústicos y plásticos de la estructura urbana se encontró con Damián, un antiguo compañero de instituto que había ejercido profesionalmente como policía  nacional, ya también jubilado desde hacía unos cinco años. Como ambos amigos se encontraban en las proximidades del Parque malacitano, decidieron sentarse en uno de sus austeros bancos de madera con el saludable objetivo de compartir un rato agradable de conversación.

Era usual que los dos antiguos amigos, en estos cíclicos encuentros, comenzaran su tiempo dedicando unos minutos para comentar acerca de los últimos achaques de salud intercambiando, entre bromas, esos consejos y sugerencias que siempre resultan útiles. A continuación llegaban los recuerdos del pasado, fluyendo afectivamente aquellas lejanas vivencias escolares, poniéndose también al día acerca de la situación de otros compañeros y amigos del pupitre o trabajo. Pero, esa mañana, a Damián se le notaba una cierta preocupación en su semblante. Aunque se esforzaba en disimularlo, algo importante le ocurría en su estado de ánimo. Israel, que conocía bien el carácter de su amigo, percibió esta situación de inmediato. Y se lo planteó abiertamente: “Algo te ocurre hoy. ¿Puedo ayudarte en algo? No olvides que siempre es un alivio compartir aquello que nos preocupa”.

“No te equivocas, Isra. Nos conocemos desde hace ya muchos años y eres un excelente amigo. Verás, llevo un tiempo en el que no llevo bien la jubilación. En no pocas ocasiones te he comentado acerca de mi vida como policía: aquella continua aventura, casi las veinticuatro horas del día, con la densidad del trabajo y el estrés de tantas vivencias profesionales, me hacían estar en una permanente tensión, que no daba oportunidad alguna al aburrimiento. Pero de pronto llega un día (tú bien lo conoces) en el que te dicen que has de parar, que has de frenar, que has de salir de esa intensidad acelerada que presidía tu agenda.

En un principio incluso me alegré de la nueva situación. Iba a tener mucho tiempo libre a mi disposición para hacer lo que quisiera o más me gustara. Y de hecho experimenté nuevas experiencias en campos diversos como la cultura, los deportes y, por supuesto, el turismo con sus viajes. Pero, desde hace unos meses, los días me van pareciendo todos muy iguales, desde la mañana a la noche. La rutina de no saber qué hacer cuando me levanto se me hace insoportable y añoras aquella otra vida de continua tensión, que soportaba cuando vestía el uniforme. No, no es tan fácil adaptarse a esas horas sin obligación y sin reloj en el que se convierte nuestra aburrida existencia en la reserva, por llamarla de alguna manera”.  

El antiguo técnico en optometría, con una edad similar a la de su amigo el policía, escuchaba con atención y respeto esas palabras que mostraban un evidente desconcierto o desazón anímica. Asentía con la cabeza algunos de los matices que argumentaba su interlocutor. Tras unos segundos de silencio, decidió responder a su antiguo compañero de aula, hoy también jubilado como él.

“Claro que te entiendo, Damián. Hay días que tampoco yo los llevo bien. Pero, normalmente siempre encuentro alguna solución o pretexto que me ayuda a llenar y vitalizar las horas. Si te lo planteas con humildad, imaginación y paciencia, verás que la palabra “aburrirse” hay que desterrarla de nuestro diccionario. Precisamente te digo esto, ahora que ha llegado Septiembre. Después de esa “locura” colectiva en la que estamos convirtiendo los veranos, con las fiestas, las playas y todos esos viajes, en muchas ocasiones sin sentido o carentes de una adecuada planificación, aparece este ansiado mes en el que, de manera afortunada, todo parece volver a la normalidad, a la sensatez perdida.

Te comentaba que la llegada del otoño es una estación propicia para cambiar muchos hábitos y emprender nuevas experiencia, que den un poco de color a la rutina o a la desmotivación en el que hemos situado a nuestras vidas. Tal vez sea necesario, incluso urgente, pasar por una “ITV” personal, médica y anímica, en nuestras vidas. Precisamente ahora vengo de hacerlo, también, con mi viejo ordenador, que ya no daba mucho más de sí. Veamos algunas de estas posibilidades, abiertas a cualquier persona, pero mucho más para nosotros, ciudadanos libres de obligaciones o cargas profesionales.

Empecemos con la opción idiomas. Aprender y practicar los rudimentos de una nueva lengua encierra no pocos incentivos. Tal vez, uno de  los más importantes beneficios de esta actividad sea ejercitar nuestra memoria y cerebro. A nadie se le oculta que no resulta fácil, ni mucho menos, en nuestra avanzada edad, realizar este aprendizaje, tarea más apropiada para los niños de primaria o los chicos y jóvenes adolescentes. Pero la ilusión por avanzar en la comprensión, aunque sólo sea de manera limitada, de una lengua foránea puede enriquecernos, tanto en el plano anímico como en lo intelectual. Y aportarnos distracción, valor que en nosotros tiene una importante y cualificada significación.

El ejercicio físico. La máquina corporal siempre lo necesita pues, en caso de no hacerlo, los “mecanismos” acaban por anquilosarse. Y existen muchas posibilidades para practicar ese ejercicio, sin demasiados sacrificios. Simplemente con caminar, por la ciudad o por el campo, es más que suficiente ¿Recuerdas aquel conocido dicho de “Menos comida en el plato y más suela en los zapatos”? Pues hay que aplicarlo a nuestros extensos y libres horarios. Es obvio que resulta bueno para nuestra salud. Y no grava nuestros bolsillos. Por supuesto, existen otras interesantes posibilidades. El nadar, de manera periódica, nos favorece. Además, ya sabes, conoces a muchas personas, haces amigos …

Y llegamos, en tercer lugar, a la alimentación. Pero desde el plano lúdico del “laboratorio”. Cada día está más en boga, la afición para practicar experiencias en la cocina. Incluso hay escuelas populares, en las que te enseñan a “moverte” mejor por estos divertidos y suculentos vericuetos. El hecho de tener que desplazarte para ir a comprar los muy atractivos y apetitosos materiales y después dedicar el tiempo necesario a su preparación y cocina, ya supone un alegre y motivador incentivo para ponerle color a esos “nublados” que, muchas veces, nosotros mismos provocamos. Recorrer un centro comercial siempre es distraído, especialmente cuando lo hacemos en horas tempranas en las que no hay tanto bullicio o masificación.

No me podrás negar de que todos tenemos en casa espacios o necesidades pendientes para ordenar o arreglar. Y que las vamos posponiendo, de un día para otro. Esos armarios en los que ya nada cabe, las bien pobladas estanterías, las carpetas con centenares de papeles, incluso el mismo disco duro de nuestros ordenadores. Tenemos arraigado el conservador hábito de guardar y guardar cosas que, en la mayoría de los casos, resultan innecesarias y están ocupando espacio en unos pisos y apartamentos que no se caracterizan especialmente por su amplitud. Ahora, en Septiembre, sería bueno repasar toda esa ropa que, temporada tras temporada, dejamos de utilizar, ya sea porque no nos gusta o porque tenemos demasiadas prendas acumuladas. Hay organismos asistenciales donde pueden entregarse esas bolsas llenas de aquello que nos sobra y, al tiempo, prestamos una ayuda estimable que a otros puede beneficiar.

Viajar, en los meses del Otoño inicial, es mucho más agradable que hacerlo durante la agobiante densificación veraniega. Son mejores los precios y las ofertas disponibles, la atención que recibes en los establecimientos es más cuidada y, además, la meteorología acompaña, especialmente por estas latitudes meridionales.

Tampoco puedo olvidarme de las ofertas culturales, que tenemos a nuestra disposición en la mayoría de los días. Además de ser variadas, en su naturaleza, podemos hallar y gozar de su gratuidad en un número muy elevado de casos. Cine, teatro, exposiciones, museos, conferencias, danza, conciertos, deporte, etc, son modalidades apetecibles y distraídas para el intelecto y el alimento de nuestro espíritu.
Damián escuchaba esta larga y convincente relación de posibilidades, para el ocio, la cultura o la inteligencia anímica, expuesta por un buen amigo que se esforzaba en ayudarle para sus tiempos opacos de confusión.

“Tienes razón, amigo Isra. Y aprecio la buena voluntad que estás aplicando en toda esa relación de comentarios sensatos. No puedo discutir, sino agradecerte, la disponibilidad que siempre sabes regalarme con tus fáciles y lógicas sugerencias.

Tal vez lo que me ocurre,  también a otros por supuesto, es que nuestro tiempo va “corriendo” de manera acelerada y no siempre sabemos adaptarnos con agilidad y eficacia a los cambios que el destino, inevitablemente, nos depara. Nos esforzamos inútilmente, un tanto con mentalidad infantil, en mantener épocas y vivencias que ya han pasado, que supimos protagonizar, pero que hoy ya pertenecen a otras generaciones. Puede ser positivo mirar hacia atrás, siempre y cuando apliquemos el control necesario para que ese pasado no nos atrape. Pero aún lo es más vivir en el hoy, asumiendo todos esos cambios que la naturaleza y el calendario nos impone sin “misericordia”.

Créeme. Me ha hecho mucho bien este ratito de conversación. Te invito a una cerveza. Me hablaron de un bar, por aquí cerca, donde ponen unas tapas que …”


José L. Casado Toro (viernes, 9 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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