viernes, 9 de mayo de 2014

VAGÓN Nª2. 150 MINUTOS PARA LA SINCERIDAD.


Esta sutil experiencia tuvo como marco estacional un húmedo otoño, con ese color violáceo que a muchos agrada y en otros casos exacerba la nostalgia. Para desplazarme a Madrid suelo preferir, entre otros medios para la movilidad, los beneficios del AVE. Sus ventajas son casi unánimemente reconocidas y valoradas por los usuarios del transporte. Comodidad, rapidez, seguridad, accesibilidad, centralidad……etc, aunque a veces las travesuras del destino provocan situaciones insospechadas que cada cual integra según su situación anímica.

Llegué, veinte minutos antes de la hora de salida, a la estación Málaga María Zambrano y observé un movimiento de personas inusual en el control de equipajes. Por algunos detalles (en las maletas y carpetas de mano) parece ser que un grupo numeroso de viajeros se desplazaban para alguna convención o reunión al efecto. Una vez que recogí mi trolley y mochila, en el control de escáner correspondiente, me desplacé presuroso al vagón que se me había asignado en el billete, reservado semanas antes a través de Internet. Comprobé con sorpresa de que mi  vagón, el nº 17, tenía todos los asientos ocupados. Eran personas integrantes del grupo comercial o empresarial al que he hecho alusión. Me dirigí de inmediato a un revisor uniformado de Adif y le enseñé mi billete. Este Sr. me indica amablemente que haga el favor de esperar, que va a intentar  solucionar este posible error en la adjudicación.

Tras esperar unos diez minutos en el andén, tiempo que se me hizo eterno, dos revisores se dirigen hacia donde yo me encontraba y, con toda delicadeza, me pidieron disculpas. Efectivamente se había producido un error en la asignación de asientos, hecho que no es frecuente que suceda pero que, en ocasiones, provoca incómodas duplicidades de plazas. Me ofrecen viajar en el vagón vip, aunque mi billete era para la clase turista.  Es un cambio sin ningún gravamen económico al efecto. Me acompañan al vagón nº 2, donde se me acomoda en la parte delantera, donde los cuatro primeros asientos se hallaban aún vacíos. A todos los que ocupábamos ese vagón preferente, nos traen periódicos y nos sirven una copa de cava. Unos pocos minutos antes de que el “cowboy” se pusiese en marcha, observo que llegan apresurados dos hombres, uno de ellos portando un pequeño maletín y el segundo, con gafas fumé, llevando una gran carpeta dossier bajo el brazo. Ambos visten elegantes trajes, gris y azul oscuro, respectivamente. Ocupan los dos asientos de la fila par y hablan entre ellos en voz baja, tras las buenas tardes de rigor.

Desde un primer momento reconocí a uno de esos viajeros, aunque lógicamente dudé si sería él. Al natural parecía más “estropeado” físicamente que cuando veía su foto o su grabación a través de los medios de prensa y televisión. Se trataba, sin duda, de un importante dirigente político, vinculado a uno de los dos grandes partidos que se van alternando en la dirección gubernamental del país. Puntualmente, el tren inicia su marcha y el político (probablemente, su acompañante era el guardaespaldas) comienza a ojear (con un marcador fluorescente en mano) unos documentos de su voluminoso dossier. También yo saco de mi mochila un librito que me ayuda a repasar formas verbales in English. Y así pasan los minutos mientras los vagones “navegan!”, con sonidos y movimientos casi imperceptibles, por ese “mar de vías” que comunican y hermanan los espacios.

Una media hora más tarde, nos sirven un tentempié (eran las 12:30 del mediodía) compuesto por un sándwich de carne y verdura, con una botellita de tinto Rioja o agua, a gusto del viajero. El compañero del conocido político deambula de aquí para allá cuando, de modo inesperado, el cualificado dirigente se dirige hacia mí, invitándome a acompañarle en el refrigerio.

“Sí, efectivamente le he reconocido. Las personas que como Vd. salen con tanta frecuencia en los medios de comunicación se nos hacen famosas y familiares. Le confieso que nunca antes había tenido la oportunidad de viajar junto a una personalidad tan conocida y mediática como Vd  y esto para mí es una experiencia nueva y sin duda atrayente (mientras tanto, mi interlocutor se reía divertido)”.

Básicamente, le comenté cual había sido mi actividad profesional, hasta el momento de alcanzar la prejubilación laboral, detalles ante los que se mostró “escénicamente” interesado. Rápidamente comprendí que le agradaba conocer la opinión de un ciudadano sobre la marcha general del país. Nos quedaban aún alrededor de dos horas de viaje y la cordialidad entre ambos era manifiesta. Dejé que protagonizara algunas preguntas sobre la educación, la sanidad, el medio ambiente, el empleo, respuestas por mi parte que, aunque respetuosas, eran punzantes y críticas (uno es como es……) Él las atendía con atención y, aparentemente,  aplicaba comprensión y también respeto. Aunque se me ocurrían algunas preguntas para su persona (mejor dicho, para su rol profesional) preferí dejarle la iniciativa, ya que entendí y comprendí su curiosidad por conocer opiniones acerca de cuestiones que están, en el día a día, en boca de todos, por parte de un ciudadano anónimo.

El tren continuaba su periplo viajero, camino de un destino prefijado, mientras su guarda de seguridad (parecía un tanto aburrido) había ocupado el asiento vacío paralelo al mío, respetando nuestra privacidad y diálogo. “Bueno… y qué opinas de las personas que ejercemos la actividad política”. Viendo que él (algo más joven que yo) utilizaba el coloquial tuteo, me animé a seguir por la misma senda “familiar” y utilicé el “tú”, mezclado con la habilidad del Vd, para ese respeto siempre necesario.

“La verdad es que percibo en la masa social (yo mismo asumo esta valoración) una falta absoluta de credibilidad hacia la función administrativa y gubernativa que Vds. representan. Mejor, hacia cómo la lleváis a efecto. Os habéis ganado, paso a paso, pulso a pulso, la desconfianza de la mayoría popular, a no ser que militantes, sectarios o fanáticos, tengan otra apreciación más benévola hacia vuestra imagen. Y ¿por qué digo esto? Básicamente, porque a vosotros se os ve ligados, muy atados, a unas siglas, a unos intereses, más que al servicio general del pueblo, a quienes decís representar. Y ya no hablo de la mentira, como recurso propagandístico o electoral, sino que vuestra actuación en el Parlamento, o en las mismas convenciones que organizáis es clamosamente patética. Muchas veces el ciudadano se pregunta, en medio de un desconsolado asombro, ¿dónde queda vuestro propio criterio, vuestra propia crítica o iniciativa, sometida a los dictados o al dedo del líder, más o menos carismático, de turno. Verdaderamente, ¿pensáis que se os cree, o ese valor ya ni os importa? Creo que estáis atenazados por ese voto que os puede poner o echar del poder. Y por ese voto sois capaces de cometer las más inauditas tropelías y manipulaciones, ante una sociedad que es bastante olvidadiza, acomodaticia y servil. Esta es mi opinión. Y como decía aquel Presidente, sin acritud pero con la firmeza de mi reflexión”.

Este varapalo expositivo (junto a otras consideraciones) parece que a mi compañero de viaje le hicieron bajar las muescas faciales de esa sonrisa permanente, muy bien estudiada y representada. Por unos segundos hubo entre nosotros un silencio….. incómodo y glacial. Supongo que estaría buscando, con celeridad chapucera, esa palabrería al uso que, a golpe de manual, sirve para contener o reparar las brechas, dolorosas e incontestables, en la autoestima.

“Sí, acepto que no siempre sabemos comunicar bien con nuestros representados. Que no transmitimos, de manera fehaciente, todo el esfuerzo que llevamos a cabo. Necesitamos un mayor y mejor acercamiento a nuestros electores y al pueblo en general….”

“Permíteme, no es una cuestión de comunicación, transmisión o acercamiento. Es sólo respeto a la verdad, a la negociación, al acuerdo, a la eficacia, a la honradez. Vosotros no servís al pueblo. Estáis sólo al servicio de vosotros mismos. Al servicio de vuestros intereses. Por eso la masa social desconfía, cada vez cree menos, en vosotros. Sólo os alimentáis del fanatismo, del seguidismo, de la pasividad, de la incultura y de la manipulación mediática más abyecta. Sólo lucháis contra la corrupción del opositor político. Ocultáis, de manera vergonzosa y cómplice vuestras propias corrupciones. Esa es la muy triste realidad….. de lo que hacéis”.

Aunque entre nosotros el trocito de atmósfera que nos envolvía se había tornado gélido para la cordialidad, echó mano una vez más del “manual para situaciones incómodas” y teatralizó esa sonrisa del comercial al que, finalmente, no has comprado el vehículo maravilloso que te ha estado ofertando con todo su esfuerzo y perseverancia. Me dio su tarjeta personal con un número de teléfono al que podría acudir cuando lo necesitase. Alabó el buen rollo de su inesperado compañero en los asientos vips y la despedida fue un bien ensayado y mecanicista apretón de manos. La señorita de los altavoces nos indicaba que estábamos entrando en la estación central de Atocha. El guardaespaldas llevaba los maletines mientras mi compañero, el político, se puso de nuevo la máscara eficiente de gestor y caminaba, muy diligente, hacia la puerta de salida, vagón nº 2.

Esperando la llegada del metropolitano, línea celeste, que me llevaría hasta la propia Gran Vía madrileña, observé un gran cartelón inserto en una mampara encastrada urbanísticamente para la publicidad. En la misma, uno de los dos grandes partidos políticos que controlan la dirección del país, planteaba un precioso decálogo de promesas y objetivos para las próximas elecciones generales. Curiosamente, en esa relación de proyectos aparecían conceptos generosos y positivos, como trabajo para todos, educación y sanidad bien atendidas, obras públicas y transportes eficaces, cultura social, atención a la tercera edad, justicia eficaz y gratuita, consenso político para el bien general,  cuidado del medio ambiente, seguridad…… Pero ¿cómo creerles? ¿cómo confiar en sus desprestigiadas palabras?

Ya en un atestado vagón del suburbano madrileño, me sentía como un ciudadano privilegiado. Había tenido la oportunidad de manifestar mis ideas y convicciones a un importante miembro de esa casta dirigente que siembra desilusión y suele recolectar incredulidad y desesperanza. Desconozco si el blindaje ideológico de su conciencia le permitiría acceder a un comportamiento más autónomo, libre y sincero en el ámbito sociopolítico para el que decía trabajar. Cuando accedí a la superficie viaria, me entremezclé en el trasiego ciudadano de una Gran Vía siempre atestada y cosmopolita de viandantes. Hacía ya un poco de frío pero los intermitentes rayos de sol, entre un juego de nubes algodonosas, nos acariciaban térmicamente y atemperaban nuestro caminar diligente.-


José L. Casado Toro (viernes, 9 mayo, 2014)
Profesor


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