viernes, 2 de agosto de 2013

INMENSIDAD.


Habían sido días teñidos con la dureza de la tensión. Al menos, los resultados del primer ejercicio, aunque fallidos para el objetivo de realizar la segunda fase, le habían permitido liberarse, por ahora, de tantos meses de sacrificio con la preparación de las oposiciones. Su plaza de auxiliar administrativo, en esa delegación de la Consejería, estaba relativamente asegurada, ya que se encontraba en un grupo a los que, por antigüedad laboral, se les renovaba anualmente sus contratos de forma automática. Así que, en este tibio domingo  veraniego, decidió relajar su desequilibrio nervioso, echando un buen rato de paseo y cultura por el Centro del Arte Contemporáneo. Cambiaba el peregrinaje dominical hacia unas playas atestadas de bañistas, por otra suculenta y divertida opción: la percepción estética de un arte moderno y complicado pero, sin duda, en la vanguardia cualitativa. Bruno no es un entendido en arte. Sin embargo le gusta analizar y estudiar todo aquello que muestre la creatividad del artista, en las distintas parcelas y géneros para la belleza y la funcionalidad.

A sus treinta y dos años continúa sin suerte o acierto en las relaciones afectivas. Posee su propio apartamento para la intimidad aunque, con frecuencia filial, acude a casa de sus padres a fin de compartir ese almuerzo o charla que tanto agrada y valoran sus progenitores. En estas reuniones familiares suele encontrarse con sus dos hermanas y cuñados, acompañados por una alegre tropa de cinco sobrinos, de los que sólo uno lleva trenzas con lazo y unos lindos ojitos azules que acompañan la espontaneidad de su limpia inocencia. Así que este domingo, como la cita era a las dos y media, disponía de tres horas largas para su peculiar aventura estética por el CAC.

Poco más de las once, en una mañana de cielo azulado y amenazando la dureza térmica del estío. Con paso lento, nuestro personaje va recorriendo las distintas pinturas y grabados, colgados en la verticalidad de los gruesos muros que forman el antiguo Mercado de Mayoristas. Este edificio fue  construido en 1944, junto al río o cauce del Guadalmedina, próximo a su desembocadura. Tras años de abandono, fue  adaptado y preparado para esta muestra del Arte más actual, desde el año 2003 en que el nuevo centro fue inaugurado. A Bruno le gusta recrearse con la riqueza cromática y plástica de las obras expuestas. Pinturas, esculturas, proyecciones, sonidos, piezas y materiales insospechados que forman conjuntos atrevidos en su simbología o significado para el frescor imaginativo. Este día, en fin de semana, no había visita explicativa, por lo que cada espectador tenía que adecuar su interpretación con arreglo a los pequeños paneles informativos que acompañan los títulos de las obras y, sobre todo, a la potencialidad imaginativa de cada visitante, aplicada a los ciclos expositivos.

Llevaba un buen rato paseando, disfrutando y sonriendo ante lo que veía (por su limitada preparación o educación artística) cuando se detuvo, pleno de curiosidad, ante un gran bloque metálico, negruzco y brillante, con unos escalones en la parte superior. Estaba encastrado en unos palés de almacenaje y rodeado de unos botes de pintura roja, derramados en un círculo basal, todo ello iluminado con tonalidades cambiantes desde tres puntos emisores. El autor de la obra, nacido en la Europa oriental, la había titulado “Inmensidad, en el caos”. Permaneció un buen rato contemplándola, sin encontrar el menor sentido a lo que el artista había querido plasmar o transmitir en semejante bloque o masa metálica. De pronto advirtió que, junto a él, una joven, delgada, alta, cabello moreno y de mirada seria, también contemplaba la obra, prácticamente inmóvil ante la misma. Vestía una camiseta oscura, estampada con frases reivindicativas a favor de un medio ambiente equilibrado, vaqueros azules envejecidos (tanto desde la fábrica, como por el uso) y calzaba unas “flip-flops, con el color azulado del mar.

En un preciso instante, Stella (ese era el nombre de la joven) y Bruno, apartando sus ojos de la mole que contemplaban, cruzaron sus miradas y, tras unos segundos de mutuo reconocimiento, rompieron a reír. “¿A tí qué te parece esta Inmensidad, ante el caos? Porque llevo aquí unos minutos, tratando de buscar sentido a esto que parece un meteorito. ¿Te parece que enviemos un sms al propietario, y autor, de este monumento al metal? Igual nos responde, con una explicación que nos convenza”. La chica, mostrándose amable con el desconocido, entró de lleno en el diálogo que éste le planteaba. “Sí, me parece que somos un poco burretes para captar o identificar el mensaje de quien ha hecho esta mole ….. ¿qué clase de metal puede ser? Bueno, me gusta venir por aquí con frecuencia. Pero me parece que cada día entiendo menos a estos artistas de la vanguardia”. Las risas y las miradas de ambos, hicieron grato esta ocasional encuentro de dos paseantes domingueros ante el arte.

De forma rápida y sencilla, intercambiaron sus nombres y continuaron su espontánea conversación. Una vigilante o guía, bien uniformada, los observaba. Le hubiera gustado intervenir en ese regalo de palabras y risas, pero entendió que no debía meterse donde no la llamaban y continuó su aburrido deambular, walkie talkie en mano.

“A mí, creo que también a otros muchos, nos ocurre algo parecido. El hecho de no entender el sentido o la simbología de no pocas de las obras, que aquí suelen exponer, hace que te sientas un tanto como ridiculizado…. No sé si esa sería la palabra correcta, ante la ignorancia. O tal vez el autor se pase de listo y juegue con claves que sólo él conoce o, incluso, ni el mismo sabe lo que está ofreciendo. Si tienes un poco de tiempo, te propongo una simpática experiencia. Vamos a tratar de identificar o explicar, alguna de las obras que veamos. Decimos todo lo que se nos ocurra o sintamos ante la pintura, grabado o escultura que más nos llame la atención”.

Stella, veintipocos años, comenzó a dar otra imagen de la que en principio Bruno podía suponer. Parecía una chica cultivada y sensible. Sus ojos no podían disimular un poso de tristeza o melancolía en su mirada, actitud que se esforzaba en compensar con una dulce sonrisa. Jugaron a la interpretación de unas cuatro obras, cuando repararon que eran ya más de las dos. Bruno se sentía tentado a invitarla a tomar alguna cerveza o aperitivo, pero recordaba que la cita familiar en casa de sus padres había quedado fijada para las 14:30. Y que sus padres se enfadaban con los retrasos, por eso del arroz, que se pasaba. Siempre habían tenido una mentalidad muy estricta con el minutero de la puntualidad. Así que, echándole valor y espontaneidad a la cosa, va y le dice a Stella.

“Me gustaría que tomáramos algo. Me has caído estupendamente bien. Pero tengo un asunto de familia y ya puedes suponer como son los mayores, con esto de las reuniones domingueras. ¿Nos intercambiamos los números del móvil? O mejor, se me ocurre que esta tarde, si no tienes, nada más importante, quedamos citados aquí y hacemos una buena merienda. Y seguimos hablando de ese arte que se nos hace tan difícil, para su comprensión o interpretación. ¿Qué te parece?”

“Pero, Bruno, ¿no te parece que vas muy rápido? Si apenas hace una hora que nos conocemos? Ni tú sabes quien soy yo, ni tampoco yo sé nada de ti. Y yo vengo de un palo muy gordo, del que apenas me estoy recuperando. Déjame pensarlo. De todas formas, has sido muy majo y agradable conmigo. Creo que hemos pasado un buen rato entre tanta cultura plástica. Me dices que a las siete y media. Veremos. Pero, en el tema de los móviles, prefiero esperar. ¿Lo entiendes… ¿verdad?”

Y tras una nueva sonrisa, la chica encaminó sus pasos hacia la zona del Vialia, mientras que Bruno lo hizo hacia el área norte, correspondiente al Hospital Civil. En modo alguno tenía ganas de ir a la paella dominguera, porque algo le decía que esta linda esperanza para la amistad, bastante más joven que él, podía resultar esa buena amiga que siempre todos hemos querido hacer realidad para nuestra vida. Sin embargo había que esperar hasta las siete y media, a ver si se hacía realidad esa cita que cultivamos en la ilusión de nuestros corazones.

Quince minutos antes de las siete y media, ya estaba Bruno, ilusionado pero nervioso, paseando por la gran explanada que antecede al edificio del CAC. Esos 6000 metros cuadrados de superficie, de los cuales casi la mitad están dedicados a mostrar las exposiciones permanentes y temporales, habían sido un ocasional punto de encuentro en el que, ante su desorientación interpretativa, había hecho posible contactar con una persona que parecía culta y solitaria. Desde luego, bella y agradable. Prácticamente, nada sabía de ella pero algo le decía, en ese misterio de la percepción, que esa chica podría tener un lugar importante en su vida. Y pasaron los minutos, las horas y los días. Stella, con su sonrisa dibujada en melancolía, no apareció.

Carecía de medios, datos o elementos (salvo su nombre y figura) para su posible y complicada localización. Fueron algunos otros los domingos en los que se desplazó al CAC, paseando entre creaciones inexplicables para su capacidad, tratando de buscar una explicación para ese silencio que reflejaba su ilusión. En momentos de serenidad y racionalidad se repetía, una y otra vez, la convicción de que tal vez, o muy posiblemente, hubiera mitificado la juventud y el misterio de esa chica que, también, contemplaba el bloque compacto de la inmensidad. La verdad es que se sentía preso de un estado de obsesión. Comentándolo con uno de sus cuñados, éste le sugirió una curiosa idea que puso en práctica desde aquella misma noche. Comenzó a difundir un críptico mensaje, a través de las diversas redes sociales, en el que adjuntaba una foto del dichoso bloque de la inmensidad, junto a las siguientes palabras:

“Sería importante seguir comentando contigo esta construcción escultórica sobre la Inmensidad. Tanto ese mensaje subliminal como explícito, que intenta transmitirnos su autor. Acudo todos los domingos al CAC, con la ilusión de continuar nuestro diálogo”.

En realidad, esa obra ya no estaba siendo expuesta en los salones del museo. Luego por tanto, sólo una persona podía conocer e interpretar el sentido de este mensaje abierto, en las poliédricas redes informáticas. La estrategia aplicada fue positiva en sus resultados.

“Bruno, he de confesarte que yo trabajo aquí durante la semana. Lo hago en el departamento de catalogación. Comprendo el desaire de ese domingo, pero tenía una historia y unos hechos, muy recientes y poco agradables, que no me animaron a dar ese paso que abría una nueva puerta a la amistad y a la esperanza. Sé que acudes casi todos los domingos a recorrer las salas del CAC. Yo vivo relativamente cerca del Museo y un familiar tiene un balcón enfrente del mismo. Desde  luego admiro tu constancia  o perseverancia. Es digna de elogio. Y ese mensaje en las redes….. muy bien pensado, inteligente y simpático. Hoy domingo tengo el día muy complicado, pues está la boda de una compañera. Mañana lunes, termino mi trabajo a las seis de la tarde. Para mí también sería una ilusión seguir compartiendo el diálogo y enriqueciendo la amistad. Si vienes un poquito antes de las seis, te llevo a uno de nuestros almacenes donde aún permanece el “tocho” de la inmensidad. Hay que devolverlo ya a su autor, en los próximos días. Le pediré a una compañera que nos haga una foto delante del monolito metálico. La verdad es que tengo la menor idea de lo que puede significar, pero nos ha servido para conocernos. Vamos a retitularlo como “la grata inmensidad de la amistad”.

Aquel domingo, en agosto, fue uno de los días más felices, en la incómoda y árida soledad de Bruno. El bloque, en cuestión, había sido inesperadamente generoso, para su destino y posible felicidad. ¿Qué mejor y sencilla  interpretación podría concedérsele?.   


José L. Casado Toro (viernes, 2 agosto, 2013)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario