viernes, 30 de agosto de 2013

YAIZA Y MICHAEL, COMPRENSION Y CARIÑO EN EL CANARIO PUERTO DE LA CRUZ.


Se conocieron en un lugar de copas, música y diálogo, a fin de disfrutar la inmensidad de la noche. A pesar de la ruidosa acústica reinante y de los traviesos juegos de luces, con su ritmo alternado de colores y sombras, supieron intercambiar esas palabras de presentación y conocimiento, en un contexto volátil pero útil para la necesaria cordialidad. Allí había no pocas personas que disfrutaban la plenitud juvenil, para el sentimiento y las edades, con sus atuendos veraniegos, cuerpos bronceados por la generosidad solar y esas ilusiones transparentes que aparcan el discurrir de lo cotidiano, a fin de hallar algo diferente en la acomodada normalidad. Y, entre ellos, la sutil atmósfera de lo previsible. Se cayeron bien desde el principio, surgiendo entre ambos esa primera atracción que sabe mover montañas y voluntades, para algo más que la amistad. Michael disfrutaba su semana de vacaciones, en el atlántico canario, a donde había llegado con tres amigos desde Leeds, su ciudad natal y usual de residencia.

Aunque Yaiza no es muy dada a frecuentar este tipo de fiestas, la insistencia de su amiga Magda le animó a rejuvenecer su aspecto (cercano a la treintena) con un look más juvenil, dado que la asistencia a este tipo de salas es mayoritariamente para jóvenes cercanos a la mayoría de edad. Precisamente es esta compañera de trabajo en la notaría quien más se ha esforzado por abrirle cauces de conocimiento grupal, ya que bien conoce algunas circunstancias personales, en la vida de su mejor amiga. Esta buena compañera piensa, con acierto, que las fiestas y reuniones sociales suponen una excelente oportunidad para hacer  amistades, intercambiar diálogos y experiencias y, dado el caso, avanzar en las, siempre sugerentes, posibilidades afectivas.

Michael, unos años más joven que ella, quedó prendado de la dulzura expresiva que su nueva amiga imprimía a su habla canaria, una  sonrisa permanente para el agrado y ese aire de mágica timidez que ofrecía, en sus gestos y palabras. El destino le había puesto ante una mujer con rostro de niña, algo baja en estatura pero con un cuerpo atlético, admirablemente delgado, debido a la práctica deportiva y al buen criterio en el equilibrio alimenticio. Hablaron y hablaron, de no pocos temas, algunos banales, otros agradables e interesantes, hasta esos minutos donde el reinado de la luna es indiscutido. Era viernes noche, por lo que el sábado no había que madrugar. Yaiza se sentía ilusionada y rejuvenecida, ante el evidente interés que este apuesto joven mostraba hacia ella. Le tranquilizaba saber que su hijo Yeray, once años de alegría y vitalidad, pasaría la noche en casa de su abuela. Ello le permitiría disfrutar, con intensidad, la aventura de estas horas sin sueño y sin las prisas de la responsabilidad. 

Ya en la despedida nocturna, intercambiaron números y datos para la comunicación. Michael se expresaba y entendía, con una aceptable fluidez el español, mientras que ella sólo podía ofrecerle, con divertida torpeza, alguna corta frase en inglés, mezclándose las risas subsiguientes en dos personas que, desde los primeros instantes, sintieron una atracción afectiva que sólo es explicada desde los parámetros misteriosos del corazón. En ese fin de semana, buscaron algunos huecos del tiempo para hablar, a través del móvil, aunque el domingo por la tarde encontraron la oportunidad de asistir a un concierto de cámara (también les unía esa afición a los buenos sonidos) y algo de picoteo a modo de cena. Fue la noche de una sensible despedida ya que, al día siguiente, el Easyjet debía trasladar a Michael y a sus amigos a sus tierras de origen, en las islas Británicas. Se prometieron continuar y profundizar en una amistad que ambos valoraban como esperanzadoramente fructífera.

Los próximos meses estuvieron presididos por ese intercambio de palabras, confidencias y fotos que fortalecía la proximidad de dos seres que, cada vez más, se necesitaban en la distancia. El correo electrónico y, a veces, el Skipe, posibilitaba, prácticamente cada día en la noche, esa ilusionada comunicación. Y fue un día, muy cercano ya a la llegada del verano, cuando un e-mail de Michael hizo vibrar, en profundidad, la sonrisa placentera de Yaiza. En el mismo le decía que existía la posibilidad laboral de poder trasladarse a una filial de su empresa (entidad dedicada a inversiones y finanzas) a su sede en Las Palmas de Gran Canaria. La proximidad geográfica a Tenerife haría más corta la distancia física que les separaba, para compartir el cariño irrefrenable de la amistad. Era un gesto muy generoso por parte del joven enamorado que hizo vibrar la alegría en una mujer también entregada a esa posibilidad trascendente, para un futuro común en sus vidas. Planes, proyectos y esperanzas fueron dibujándose para esa unión que se iba consolidando cada día más.

El joven quiso darle una sorpresa y el avión facilitó su rápido desplazamiento a la isla. Desde el aeropuerto Reina Sofía, al sur de Tenerife, un taxi le condujo, en apenas media hora, a esa dirección en la zona alta insular del Puerto de la Cruz, a donde había enviado algún regalo en fechas señaladas. Eran poco más de las seis, cuando llamó a la puerta de un moderno bloque de pisos.

“No, mi madre no está en casa. No volverá de su trabajo hasta dentro de una hora, más o menos. Y tú…… quién eres?”

Michael no podía disimular su profundo e inesperado asombro. Tras haber comunicado con una persona, durante más de medio año, conocía ahora, de esta peculiar forma, la maternidad de Yaiza. Nunca ella había hecho alusión alguna a este importante dato en su vida. Ni durante esos días, en las vacaciones pasadas, ni a lo largo de tantos e-mails y llamadas telefónicas que ambos habían intercambiado. La impresión para él fue verdaderamente de impacto. Pero supo y quiso reaccionar con rapidez y habilidad.

“No, no te preocupes. Yo soy…… un amigo de tu madre. Ella no sabía que  hoy iba yo a venir a vuestro domicilio. Vuelvo a mi hotel y desde allí la llamaré por teléfono. Es bonito tu nombre, Yeray. Pero ten cuidado a quien le abres la puerta. Me alegro mucho…… de haberte conocido. Te dejo este paquetito que le traía a tu mami. Es un regalo. Le dices, por favor, que es de Michael”.

Lo cierto es que se sentía profundamente aturdido. Caminó y caminó, hasta bajar a la zona del Lago Martiánez, junto al aventurero mar del Atlántico. Allí, en una cafetería cercana a su hotel, meditaba en la duda viendo el paso de la gente en su ir y venir de un lugar para otro. Se preguntaba, una y mil veces, el porqué Yaiza le había ocultado la existencia de un ser que, lógicamente, modificaba su percepción ante un futuro que, desde ahora, tendría que ser muy diferente en la relación que estaban manteniendo. Esa falta de confianza, esa carencia de sinceridad en su amiga, resultaba muy complicada y difícil de asumir. Los interrogantes bullían incómodamente por su desalentada cabeza. A poco, sonaron las campanadas que marcaban las siete. Ante él y su taza de té, un cielo muy limpio y azulado, donde se entremezclaban unos trazos anaranjados confirmando que la tarde iniciaba su despedida. Estaba viviendo una situación desafortunada, donde la ilusión se había transformado, con todo el amargor de lo inesperado, en la realidad de la cruel desconfianza.

En algún momento, esos en que tanto  pesa el desánimo, pensó en tomar el avión de vuelta a Leeds, tan pronto como ello fuese posible. Sin embargo, quiso conceder ese margen necesario a la paciencia, esperando escuchar de su amor una explicación que resultaba imprescindible y urgente. Pasaron unos minutos y a poco sonó su móvil. Identificó, rápidamente, la autoría u origen de la llamada. Era Yaiza quien, con palabras plenas de tensión, le preguntaba dónde le podía localizar, a fin de desplazarse de inmediato a ese lugar. En no más de siete minutos, la vio acercarse, a paso inseguro y con el semblante profundamente embargado por la seriedad. Se dieron un beso, como saludo aunque la frialdad, que no ocultaba una evidente crispación, dominaba la atmósfera entre ambos. Fue ella quien quiso adelantarse a cualquier comentario de Michael.

“Sé que estás profundamente defraudado, ante la situación que acabas de vivir. Y que te sentirás muy mal. Aunque te cueste trabajo aceptarlo, yo no estoy mejor que tú. Entiendo que tienes derecho a estar muy, muy enfadado, ante la falta de verdad en mí. Pero te agradezco que me hayas concedido unos minutos para tener la posibilidad de expresarme, al margen de que mi explicación te resulte más o menos convincente. Michael, ha sido…. por miedo. Sólo por miedo. Cuando, prácticamente desde aquella noche en el verano, vi mi proximidad hacia ti, temí que el conocimiento de esta realidad, en mi vida, pudiera impedir algo que podía ser extremadamente decisivo para nosotros. Por supuesto, y sobre todo, para mí. Amar y entregarme a otra persona. Tener, compartir, un proyecto de vida contigo. Un día por otro, fui dejando la responsabilidad de explicarte esta otra realidad, verdaderamente fundamental también en mi existencia: mi hijo. Me decía, tantas veces en otras tantas oportunidades, mañana he de contárselo. Pero ese día pasaba….. hasta otro amanecer para la cobardía. Es terrible, Michael, esta inseguridad. Dudar y dudar acerca de cómo ibas a reaccionar al conocer la existencia de este pequeño ser”. 

Michael, no menos serio que su interlocutora, continuaba sin pronunciar palabra alguna. Su mirada estaba enfocada básicamente al mar, jugueteando nerviosamente con la tarjeta electrónica de su habitación. Observando la descomposición anímica y facial que Yaiza manifestaba, hizo una indicación al camarero quien, con presteza, trajo una infusión para su compañera de mesa. Sólo acertó a pronunciar una frase inacabada. Después de todos estos maravillosos meses, me cuesta trabajo entenderte…..”

“Yo era muy joven en aquella época de mi vida. Apenas con los dieciocho, recién cumplidos, me uní, de una manera irreflexiva, con un compañero de Instituto. Ambos éramos personas muy escasamente formadas. Ya en el embarazo, él quiso romper todo tipo de relación. Su única obsesión era poner término a ese proceso de mi gestación. Ni en la fecha del nacimiento de Yeray, su hijo, se hizo presente. El pequeño no sabe prácticamente nada, de quien es su padre. Desapareció, se borró de nuestra existencia. Y hasta hoy. Nunca más le he vuelto a ver. Hace unos años, un amigo, también de clase, me dijo que se había ido a vivir a la península. Con la ayuda de mi familia, reaccioné bien ante el estudio y tuve la suerte de encontrar un estupendo trabajo en una notaría. He criado honestamente a mi hijo. No le ha faltado de nada. Bueno…. claro, un padre. Y ya ha cumplido…. once años. El curso próximo comienza la secundaria. Quiero pedirte perdón, por no haber respetado contigo ese importante e inexcusable valor de la sinceridad. Tienes derecho a interpretarme con dureza. Lamento, de verdad, el daño que te he provocado. A mis casi treinta años, me he comportado como una niña ¿verdad? ………Voy a volver a casa. Yeray no debe estar tanto tiempo sólo. Gracias, por todo lo que has sabido darme. Estos diez meses han sido los más bonitos que yo he gozado en la vida.  Decirte otra vez que te quiero, puede parecer un sarcasmo. Pero… esa es la verdad. Adiós, Michael”. 

Las dos miradas se quedaron fijas durante unos pocos segundos. Aunque Michael seguía sin articular palabra, sus ojos estaban también hermanados en lágrimas a las de Yaiza. La vio alejarse hacia esa zona del Puerto, donde suelen aparcar los vehículos, en esta isla que es milagro y magia de la geología en la naturaleza.

Pasaron semanas, meses y días. No hubo más comunicación entre ellos. Pero una tarde, en octubre, Yaiza estaba colocando bien la ropa de Yeray, por su desordenado armario. Su hijo se había dejado el portátil conectado. Al ir a apagarlo, la pantalla mostraba los últimos correos. Pudo más su curiosidad, por lo que fue a echarles una ojeada. Cosas de madre. Entre ellos, uno muy conocido, que le sobresaltó. Tuvo que sentarse, ya que la sorpresa fue también de las de impacto. Era de Michael. Temblándole el pulso y el ritmo del corazón, leyó su contenido. En el mismo, esa persona, ahora tan alejada dolorosamente de su vida, aconsejaba al chico acerca de las mejores opciones para una estancia en Inglaterra. Evidentemente, era la respuesta a una pregunta que Yeray le había planteado. La redacción del texto estaba presidida por la amistad y el afecto. Repasó en el servidor. La dirección electrónica  de Michael aparecía con una cierta frecuencia. ¿Quién había buscado a quien? Sea como fuese, su entrañable amigo actuaba como un padre, ayudando a un hijo que lo necesitaba.

Ayer noche les vi. Paseaban por la Plaza de la Iglesia, en pleno corazón histórico del marinero Puerto de la Cruz. Michael explicaba algo a Yeray, quien escuchaba con filial atención. Junto a ellos, caminaba Yaiza. A esta frágil mujer canaria se la notaba feliz, muy feliz en la sencillez. Como madre y esposa. Me encontraba a pocos metros de ellos, por lo que supe reconocerles sin dificultad. Sonaban unas isas canarias, desde un restaurante cercano, entre la animación popular de un veraniego fin de semana. Narrar esta bella historia de amor, ha sido una experiencia que enriquece y vitaliza.-



José L. Casado Toro (viernes, 30 agosto, 2013)
Profesor

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