viernes, 1 de febrero de 2013

UNA DIVERTIDA FIESTA DE ANIVERSARIO.



Llevaba varios meses ya enfrascado entre libros, apuntes, fichas y esquemas, con el rígido sometimiento a las sugerencias y control del preparador (cuatro horas a la semana) y ajeno, prácticamente, a las vivencias lúdicas de la calle. Las oposiciones, si te las tomas en serio, exigen un sacrificio llamado renuncia, a esos pequeños o grandes placeres que puedes hallar en la libertad de cada día. Pero este finde fue un tanto especial. Chencho, mi fiel amigo de la facultad, me propone una grata posibilidad que me vende como atrayente. “Necesitas salir un poco a la calle. Te estás convirtiendo en un ratón de biblioteca. Unas horas de diversión te van a sentar de maravilla para recomponer una cabeza que tienes repleta de artículos, normas y preceptos, en ese inmenso océano de las leyes. Mira, te recojo a las 8, porque el tráfico está mal en estos días previos a la Navidad. La fiesta, de la que no te vas a arrepentir, comienza a las nueve. Al menos, el aparcamiento ya lo tengo controlado”.


Aunque mi conciencia me daba algún coscorrón que otro,  no podía negarme a la generosidad de mi buen amigo. En realidad, llevaba razón. Me había convertido en un esclavo del reloj y necesitaba liberarme un poco de esas ataduras de tanto “nadar” en el rutinario e inabordable mar del papel. El incentivo o destino al que acudir era, en principio, bastante suculento. Se trataba de una fiesta de aniversario, en un viejo caserón del barrio de Arguelles madrileño. ¿El motivo de la celebración? Conmemorar el quinto año desde que decidieron separarse, viviendo cada uno por su cuenta, Dámaso y Clara, tras un conflictivo matrimonio que duró casi otro lustro. Él, un escritor algo excéntrico, se gana la vida como traductor de alemán, trabajando para distintas editoriales sitas en la capital. Vivió unos años en la Germania, acompañando a sus padres, emigrantes en los setenta.  Ella es administrativa de una agencia de seguros, no menos alocada y polémica en el ámbito de su privacidad. Por supuesto que yo no conocía en principio a ninguno de los ex contrayentes, ni tampoco a los que probablemente iban a asistir. Pero Chencho me había puesto en antecedentes de los protagonistas principales asistentes a esa lúdica fiesta que prometía, sin duda alguna, entretenimiento y diversión.

“Oye ¿hay que llevar algo? Porque presentarme con las manos vacías no creo que sea elegante. Y, al menos, tú los conoces. Pero yo voy de prestado.” Ambos amigos somos de soluciones rápidas. Compramos dos camisetas, muy chulas y baratas, en una tienda donde te las imprimen en unos quince minutos. Una, de un color fucsia glamour, mientras que la otra presentaba una vibrante tonalidad turquesa. Los textos respectivos de ambas prendas, enmarcados en corazones “enfadados” eran: I LOVE YOU, BUT WELL AWAY (te quiero, pero bien lejos) y I LOVE YOU TOO, BUT WELL AWAY FROM ME (yo también te amo, pero bien lejos de mi), todo muy propio en la fértil imaginación de mi cachondo amigo.
    
Por fin, a eso de las nueve y cuarenta, nos presentamos en la celebración. Nos recibe Dámaso, un cuarentón, guasón y ojos de pícaro, con un turbante rojo que le cubría la oronda calva, una capa azul encima de una camisa de flores pequeñitas, pantalón corto deportivo y botas, también azules, all star. Ambas piernas, gordotas y flácidas, estaban inundadas por un denso vello peludo, color selva. También saludamos a la ex, la co anfitriona, Clara, que lleva muy bien sus muy generosas cuatro décadas a las espadas. ¡Lo que hace el Yves Rocher! Parece que la noche va a tener algo de islámico, pues el turbante que ella luce es de un intenso naranja atardecer. Chaleco deportivo y una mini, todo lo posible hasta llegar a sus partes nobles. Chanclas negras, que dejan bien visibles sus uñas esmaltadas con un atrayente rojo sensual. Les encantan nuestras camisetas, que ambos llevarán, presumidamente y con desenfado, durante toda la fiesta.

Y aparece, inevitable, el teatral turno de los saludos. Entre cinco y diez minutos, me toca saludar, estrechando manos e intercambiando besos, a no menos de unos cincuenta asistentes. Cuántas palabras amables para tantas personas desconocidas. Medio centenar de nombres que desaparecen, con prontitud, en las estrías epigráficas de nuestra memoria. Hay mucha gente joven, aunque predomina aquella que se afana en aparentar esa juventud perdida entre las brumas del tiempo. Suena música enlatada con la potencia suficiente como para no entender apenas nada de lo que tu interlocutor se afana en comunicar. Risas, comentarios y mucha comicidad compulsiva, en los gestos y las actitudes, de todos y cada uno de los presentes. Mirando el brillo de mi vaso de cerveza, me fluye una sonrisa pensando en la cantidad de tonterías que he pronunciado y escuchado, de una forma mecánicamente educada, en tan corto especio de tiempo. Veamos como sigue la noche.

¡Horror, cielo santo, llegan los canapés! Dignos del mejor aplauso, por su laboriosa preparación, con esa intriga mágica acerca de su contenido, parecen inventados para el mejor negocio de las farmacéuticas Almax, Eno y similares. Recordé al instante las palabras de una entrevista, pronunciadas por una famosa estrella del cine. Comentaba a carcajadas su ímprobo esfuerzo, al llegar a una fiesta, por localizar algún lugar idóneo donde dejar, con disimulo elegante, ese canapé, pasta o trozo de tarta, que el anfitrión siempre se esfuerza en hacerte consumir y paladear.  Y entre patata y patata frita, con alguna aceituna traviesa, esos diálogos ocasionales con curiosos y esperpénticos personajes (seguro que también a ellos les parece así mi figura) con los que nunca antes has intercambiado palabra alguna.

“Qué… muy animada la fiesta ¿verdad? Y además la temperatura acompaña, pues la noche está la mar de agradable. ¿Amigo o familiar de Dámaso o Clara? No… la verdad es que yo pasaba por aquí y… ya sabes. Los he conocido esta noche y me han  resultado la mar de simpáticos, eh! dos excelentes personas. Los turbantes que ambos llevan le sientan muy bien. No, yo me dedico al eso del estudio. Lo de las oposiciones es una lata, mucho, mucho sacrificio, horas y horas jodido y después a lo peor te quedas en alguna secretaría municipal, Ja! Ja! Pero si yo a ti te he visto en algún sitio antes. ¿No habremos coincidido…. tal vez en algún concierto? A mi es que pirra cualquier tipo de música. Oye ¿quieres que te vaya por más bebida? tienes ya la copa vacía y después de toda esta conversación te va a entrar una buena sed. ¡Un día es un día! Nooo, si yo te veo muy bien. Tienes una figura de artista “from” Hollywood. Y unos ojos preciosos. Pero, si yo creo que hemos hablado en otro momento. Esa sonrisa, que me regalas, soy incapaz de olvidarla…..

Y tras este denso y trascendente intercambio de ideas, llega el momento festivo por excelencia. ¡El Karaoke! Especialmente, cuando los niveles etílicos van alcanzando un apreciable nivel sobre las conciencias y las voluntades. ¡Son tantos los que tienen esa habilidad pendiente en el corazón de sus emociones! Reconozco que algunos lo hacen bastante bien, con estilo y arte. Lo más positivo de esta fase, en la fiesta, es la profunda autoestima y el nulo sentido del ridículo que atesoran aquellos que toman el micro cual bocata de calamares para una merienda vespertina. Aplauso tras aplauso, van actuando teloneros y protagonistas en la lúdica noche festiva. Cuando de pronto caes en la cuenta que un señor, al que no has saludado previamente en la vida, se te pega cual lapa playera y te ofrece un minicursillo (no solicitado) acerca de la realidad económica, mundial y local. Cuando te propones contra-argumentar su categórico discurso, comprimido en formato mp4, observas que, superada la necesidad expositiva que le afectaba, busca ahora cobijo en la placentera imagen de una rubia, todo simpatía y movimiento rítmico en sus nalgas o posaderas, macizas y bien aireadas. 

La zambra festiva se prolongaba. Nuevas aportaciones para la intendencia, de naturaleza desconocida, sólida y líquida, permitían continuar el baile, los chascarrillos, el “indio” (con perdón) ante el micrófono, los diálogos ocasionales y algunas escapadas a esas habitaciones siempre oportunas para las intimidades pareadas. Por cierto, hacía un buen rato que había perdido de vista a mi amigo Chencho. ¿Qué estaría tramando por las cavernas peor iluminadas de este viejo caserón para el divertimento?  Serían poco más de las dos, cuando sonó ese timbre sinfónico de la puerta, como sucede en las mejores películas de intriga. Una pareja de policías locales, con indisimulada cara de sueño, preguntan por el responsable de la fiesta. Y allá aparece Dámaso, con su turbante rojo y las bermudas deportivas, repitiendo, con la lengua atrompicada por el “mollate” esa teatral frase de “Oh, mis queridos Sres. Agentes, no se preocupen que vamos a reducir el volumen. Pasen, pasen y disfruten. Aquí estamos echándole salsa a la vida. Por cierto, desean Vds un cafetito u otra cosa para beber….. acabamos de poner unas magdalenas muy sabrosas, que ha hecho la abuela, en la mesa del manduco. Les aseguro que dan un gustirrinín…..” Hacía tiempo que no había contemplado unas miradas con tan evidentes rasgos asesinos, en los rostros de sus dos interlocutores.

¡Vaya nochecita! Volvía, cuatro de la mañana, a casa, recorriendo las enormes aceras de una Gran Vía huérfana de tráfico, dada la hora. Me apetecía caminar y sentir ese aire fresco castellano que acaricia una piel que reclama descanso. El mendigo acampado, en las puertas del Capitol, dormía plácidamente, mientras los servicios de limpieza municipal aseaban la costra infame del trajinar en el día. No me había podido despedir de Chencho (es máster, en ligues temporales), pero sí lo hice de Clara, que mantenía puesta su camiseta con lo del “bien lejos de mí”. A Dámaso lo habían tenido que acostar, con una “cogorza de cojones”. El estómago se me había cansado ya de protestar, entre luces de neón somnolientas, recuerdos divertidos de la fiesta y un señor con bigote, muy atento en las brumas de la madrugada, que dio las buenas noches. Él y yo cruzábamos en soledad por el semáforo de Callao.-


José L. Casado Toro (viernes, 1 febrero, 2013)
Profesor

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