viernes, 25 de noviembre de 2011

CYRIL Y SU BICICLETA.

Sí, me refiero a esos otros niños de la calle, aquéllos que sufren con dureza la orfandad del amor. Sentimos su necesidad, ahí cerca de nuestro protagonismo. Y, también, más allá de nuestra vecindad. La imágenes, las letras, la propia percepción de las miradas, nos ofrecen, con el crudo realismo de su verdad, la dificultad existencial en que se apoyan. Sus reacciones, sus respuestas, su violencia crispada, ha de explicarse, necesariamente, por esa crudeza afectiva que los adultos hemos proporcionado a sus vidas. De ahí que sea de sumo interés el visionado de esta película, para alimentar y sustentar valores en nuestra conciencia. También, para racionalizar éticamente el equilibrio de nuestra reflexión. Y aún es posible que tengas la opción de verla en pantalla, al margen de los vaivenes caprichosos de la cartelera. Creo que sería una acertada decisión, por el crecimiento personal que proporciona para el conocimiento del entorno social, más o menos inmediato.

El mundo y su realismo, a través del espejo que ofrece la infancia. EL NIÑO DE LA BICICLETA. última película de los hermanos Dardenne, Jean Pierre (1951) y Luc (1954) ha sido estrenada en nuestros cines, hace unas semanas. Es de nacionalidad belga, siendo la fecha de su realización el actual año en curso. Recientemente le ha sido concedido el Gran Premio del Jurado, en el pasado Festival de Cannes. Pero ¿cuál es su trama argumental? Vemos a Cyril (Tomas Doret) un delgado y nervioso chico rubio de once años, en las puertas de la adolescencia, al que su padre (una persona inmadura y egoísta, en estos tiempos de crisis globalizada para la insolidaridad) ha dejado en un centro de acogida. La madre del crío no aparece en toda la narrativa. Sólo el padre, que trabaja de cocinero en un restaurante de comida rápida, explica, en algún momento, que quiere reorganizar su vida, al margen de la presencia, incómoda, para su irresponsable necesidad, de ese hijo gestado en una compañera, durante los alocados años vividos en la juventud. Cyril se escapa, en varias ocasiones, del control de sus cuidadores, ya que ansía encontrar y volver a convivir junto a su padre. Para ello utiliza su bicicleta, vehículo que va a nuclear toda la trama fílmica, tanto en lo físico como en lo simbólico, durante los 87 minutos del metraje.

Pronto aparece en la historia, que nos es narrada, la frágil y esbelta figura de Samantha (Cecile De France, 1975) una bella y cariñosa joven, que trabaja en una peluquería de su propiedad. El azar provoca que, en una de las repetidas crisis en el carácter que estallan en el niño, conozca a Cyril, despertándose en ella la nobleza solidaria de ayudar a una persona que sufre. Observa y siente la carencia de una madre para ese niño y la egoísta actitud de un padre que repudia a su hijo, al que no quiere. Se compromete con la dirección del centro de acogida a recibir en su domicilio al niño, durante los fines de semana, a fin de ir proporcionándole ese afecto tan carencialmente ausente en los sentimientos del pequeño. Necesita darle cariño y estabilidad. Necesita, al tiempo, encontrar ese apoyo maternal que aún no ha tenido en su limpia y noble existencia.

Cyril se muestra tercamente agresivo, violento, rezumando en su carácter odio y rencor, ante un mundo que le ha tratado con tan inmisericorde crueldad. Tras localizar por fin a su padre, éste le rechaza una vez más. Las frías e inhumanas palabras que cruza con su hijo, proporcionan al chico fundamentos corrosivos para responder con desconfianza y desprecio a las personas de su entorno. En compensación, Samantha le ofrece su hogar, el afecto de una madre ausente, el equilibrio que nunca ha tenido en sus escasos años de vida. Pero el crio reacciona, en distintas oportunidades, con la violencia enquistada del dolor por unos padres irresponsables que le han hurtado el calor de una familia. Que le han impedido disfrutar del imprescindible equilibrio y estabilidad para su desgraciada infancia. Conoce a un joven delincuente, el cual también ha pasado por ese centro de acogida. Y esta peligrosa amistad le induce a cometer su primer delito, con violencia, que le coloca ante la sentencia impartida por una Juez de menores. El apoyo responsable de Samantha será fundamental para la comprensión y perdón en el comerciante agredido y la benevolencia de la jueza. Cuando la historia parece que va a finalizar con la tristeza del fracaso, se producen unos hechos que hacen reaccionar a Cyril, comprendiendo que no debe despreciar la oportunidad en el cariño que le ofrece una madre. Esa madre cuya ausencia, en su infancia, tanto daño le ha producido para su inestable y visceral comportamiento social. Luz, frente a la desesperanza, en un ser que ansiosamente la necesita.

APUNTES INTERESANTES PARA COMENTAR.

a) LA BICICLETA. Un mecanismo liberador.

Para Cyril es una eficaz compañera, en su afán por superar una situación que se le hace injusta e insoportable. Le permite abandonar o huir de una institución considerada como opresiva. Ese centro de acogida que él percibe como una cárcel, “prisión” que le aleja de la raíz afectiva que todavía él confía tener en su padre. Bicicleta liberadora, como un útil instrumento en esa búsqueda, innegociable, de un padre que puede devolverle a una situación de estabilidad familiar. Cuando le es robada, la lucha por su recuperación le pone en contacto con un grupo pandillero que ensombrece tristemente su futuro en la delincuencia. Finalmente, supone otro vínculo, mucho más positivo y esperanzador, paseando junto a la persona, providencial, que va a proporcionarle el calor de un hogar que anhela imprescindible para su joven vida.

b) CYRIL. Una infancia maltratada.

Impresiona su rebeldía, su carácter arisco, violento, explosivo en la agresividad. A pesar de la injusta y cruel dureza que la irresponsabilidad paternal le ha deparado, su comportamiento, en muchas fases de la película, se hace algo insoportable. Sin embargo, pronto compensamos la percepción de este rechazo, entendiendo el dolor y desesperación de un crío al que se le han arrebatado los pilares estables de una familia. La relación que mantiene con Samantha es, al tiempo, de salvación y desconfianza. De necesidad y rechazo. Llegar a herir a una persona, que tanto bien le está haciendo, ejerciendo de madre y amiga, solo puede comprenderse por el amargor, en la desesperación, que le ha provocado su padre. Un progenitor que ha repudia innoblemente la existencia que ha creado. En un desesperado intento para despertar los sentimientos de aquél, le ofrece el dinero que ha conseguido, tras el robo que protagoniza inducido por ese amigo mayor, delincuente en el mundo de la droga. El simbolismo de la camiseta roja, que siempre utiliza para vestirse, puede dar lugar a diversas interpretaciones según la imaginación o percepción de cada espectador.

c) SAMANTHA. El hada madrina.

Indudablemente, representa el papel de ángel bueno, en una descarnada historia sobre la infancia. La delgadez de su esbelta figura, con un perfil que nos recuerda al de aquellas diosas de la antigua mitología, la serena nobleza que irradia, la admirable paciencia que genera, el inmenso cariño, que esta peluquera ejerce sobre un niño desvalido en el abandono familiar, resulta ejemplarmente encomiable. Necesita ayudar a un ser maltratado por la vida, incluso sacrificando proyectos relacionales para su futuro. Ayudando a Cyril, se ayuda a sí misma. Se siente elegida por el destino para ejercer de madre adoptiva ante un niño que le necesita. Acepta la inseguridad, la agresividad, la violencia de ese crío, en la confianza de que más pronto o tarde logrará su aceptación y el cariño. Dándole la templanza de un verdadero hogar, aceptando el perdón, ante su inestable y violento comportamiento, alcanza esa realización y maduración personal que perseguía desde hacía tiempo, probablemente sin tener conciencia exacta de ello. Impresiona su seguridad y serenidad interpretativa.

d) EL PADRE. La irresponsabilidad personal.

Su presencia en pantalla es escasa aunque intensa. Es muy duro ver a un padre que rechaza una y otra vez a su único hijo, de once años de edad. Época de crisis, tiempos de superficialidad, imagen de una persona carente de valores y que sólo atiende al ego de sus intereses. Probablemente tuvo a este hijo en una relación no consolidada, descendencia no deseada y sin que le sirva de paliativo o justificación una situación de agobio económico. Evidentemente, tiene trabajo y estabilidad laboral. En el crudo diálogo que mantiene con Cyril, no aparece el nombre de la madre del niño. Sólo le dice a Samantha, cuando ésta le exige una respuesta ante las demandas de su hijo, que desea rehacer su vida. En ella no cabe la presencia de esa vida que, en otro momento, colaboró en crear.

Estamos ante una película, alejada de los moldes industriales, y de dotación económica, que impone Hollywood a sus films. Pero creo, sinceramente, que muchas personas se van a sentir enriquecidas, en sus valores, tras el visionado. Desde luego, no será una cinta que pase a la historia de las grandes superproducciones. Pero que, sin embargo, nos hace reflexionar y creer en lo posible. La deriva existencial de un niño, en puertas de la adolescencia, puede ser salvada y reconducida por la generosidad del amor, del sacrificio, de la voluntad. A muchos espectadores, como aludía en líneas previas, les puede agobiar, en incomodar, el comportamiento de ese crío de once años. Pero, en cualquier momento y lugar, siempre hay un hada buena, una persona solidaria, que sabrá restañar carencias, con la magia y el cariño del amor. Educadores, padres y madres, tú y aquél, todos, ganaremos con la toma de conciencia de que los comportamientos ajenos vienen condicionados por actitudes, respuestas y circunstancias, profundamente desafortunadas. Cyril sólo desea recuperar una familia. Familia que el destino, innoblemente, le ha hurtado. Al final, acepta su destino, hallándola en el corazón y la luz irradiada por Samantha, su nueva y cariñosa madre.

José L. Casado Toro (viernes 25 noviembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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