viernes, 23 de septiembre de 2011

LA ADOLESCENTE MIRADA DE STELLA.

Por más información que poseamos al respecto, no siempre estamos lo suficientemente acertados para elegir la película adecuada a nuestra necesidad. Sin embargo hay tardes, como ésta del viernes último, en que la suerte nos ha sonreído con la fortuna de la opción. Caminando por esas arterias urbanas, que articulan un mundo invadido de terrazas, copas y restauración, espacio enmarcado por un entorno de antiguos tesoros que saben hablarnos para la cultura en la Historia, me vi acomodado en la sala 4 del Albéniz, a fin de disfrutar con la proyección de STELLA. Esta sala, la más cercana a una sin par mezcla histórica, entre lo musulmán, lo romano, el cubismo, el barroco y lo neoclásico, posee todos los incentivos y condiciones para la intimidad formativa del cine-fórum. Cinco únicas y alargadas filas de butacas; proximidad ópticamente asumible a una pantalla de generosas proporciones; aceptable acústica en la ubicación y modulación de los altavoces; y una funcional y económica ornamentación (en butacas y entelado de paredes) de tonos grises oscuros y azulados. Frialdad cromática ambiental que ha de ser compensada con los cálidos valores de aquello que fluye y teatralizan los actores en pantalla.

Stella Vlamink (Léora Barbara) es una niña de once años (hoy estará ya muy cerca de los quince, pues su interpretación corresponde al 2008) creciendo en las complicadas puertas de la adolescencia. Sus padres, Serge y Roselyne, regentan un modesto bar, en los suburbios de un París enmarcado allá en los años 70. Vivienda y negocio están unidos, en un pequeño espacio donde prevalece el estridente y contaminado mundo sumido en tabaco, alcohol, naipes, billar y fútbol, adobado con riñas constantes, violencia, sexo y los huecos vacíos de la frustración y el desamor. Allí es donde vive esta hija única de un matrimonio aún joven, pero cada día más distanciados de la atracción y el cariño que sustenta el amor. Stella se refugia en los silencios y los sueños de su tierna, limpia y serena mirada. Su otra vida transcurre en un Instituto público, donde ha iniciado los estudios de secundaria. Allí ha de toparse con algunos compañeros hostiles, que hieren la coraza de su sensibilidad. Los Profesores, un tanto autoritarios, arrogantes y mecanicistas en la docencia que practican, le desmotivan en la necesidad de un esfuerzo que habría de realizar para superar sus graves carencias formativas, en el terreno de lo cultural. Esa hostilidad, que recibe de algunos compañeros y compañeras de centro, contrasta con el hallazgo de una buena amiga, Gladys, hija de unos intelectuales argentinos exiliados, brillante en sus calificaciones y solidaria para el cariño que reclama la soledad manifiesta de nuestra protagonista. Ambas chicas intercambian confidencias propias de su evolución y la visión subjetiva del mundo que las rodea en su dura crudeza. Se sienten felices cuando comparten sus muy diferentes hogares, con esos ambientes tan contrastados pero, al tiempo, enriquecedores, a fin de conocer e integrar atmósferas que no son las propias en las rutas programadas de sus vidas. Se ayudan, en una connivencia tácita para la amistad y el consuelo, observando e interpretando un mundo de mayores tan cercano pero, igualmente, tan distanciado en el cariño y peligroso para sus sensibilidades infantiles. Ese virus degradado de la pederastia tiene su escenificación en la viciada sociedad que les afecta.

Cuando Stella acude a pasar unos días con su abuela, en el norte francés, recupera a otra amiga de su niñez, llamada Geneviéve, de carácter, comportamiento y formación muy diferente, en sus valores, a Gladys. Ello le hace apreciar, valorar y necesitar, más aún si cabe, la amistad de su compañera de aula, la hija, también única, de ese psiquiatra argentino que ha escrito, precisamente, un libro sobre el subconsciente del adolescente. En definitiva, la película es la trasparente mirada de una niña ¿o dos? sobre un mundo caótico que los mayores han construido en su frágil microcosmos, y en el que apenas existen unos pocos referentes para la convicción.

La película nos permite analizar la enriquecedora connivencia diaria con Gladys, el inteligente magisterio de su Profesora de Historia y los repetidos fracasos escolares compensados con su habilidad para el dibujo y la imaginación. Pero ante ella se nubla la actitud de sus padres. Ambos se hallan cada día más distanciados y desatentos ante la responsabilidad que habrían de asumir sobre una hija que golpea en las puertas exigentes de la adolescencia. Toda la película es un mosaico de almas, sensibilidades, miradas y realismos suburbiales, donde suenan canciones de Umberto Tozzi y Eddy Mitchel, para endulzar la modulación del oído ante un entorno profundamente realista en la orfandad de ilusiones. No es que Stella esté sufriendo el maltrato de unos padres violentos. Lo que esta preadolescente adolece es de una desatención por parte de unos progenitores desorientados y desanimados en sus vidas. Vemos a un padre y a una madre que no encuentran (tampoco se afanan en su búsqueda) ese destino certero, que les permita otear y sentir otra vida con respecto al vacío que hoy eclipsa sus aburridas y rutinarias existencias.

La proyección de la “cinta” se realiza en formato digital, sistema que actualmente prevalece en casi todas nuestras pantallas. Es un soporte técnicamente perfecto aunque, en esta oportunidad, sufrimos la anemia o debilidad cromática que soporta todo el “metraje”. Ya no es que añoremos el rancio y glorioso technicolor, omnipresente en otras gloriosas épocas del séptimo arte, sino que a estos millones de pixels visionados les falta precisamente eso: color, la intensidad motivadora y sensual en el color.

¿Y POR QUÉ ES RECOMENDABLE que dediquemos 103 minutos de nuestra tarde, a fin de visionar el contenido de este sensible y realista lienzo (muy posiblemente, autobiográfico) que la directora Silvye Verheyde (1967) nos ofrece en pantalla?

Una vez más, el problema de la desatención de unos padres sobre sus hijos. No es que éstos sufran el maltrato o el abandono, lo que les haría incurrir en la responsabilidad penal. Formalmente se les cobija, se les alimenta, se les envía al colegio y se les hace crecer. Pero lo llevan a efecto en un mundo, muchas veces, contaminado, descarnado y frío, en el que las únicas prioridades son aquellas que señalan al ego totalitario de los adultos. Unos padres que cada día afrontan peor la imposible tarea de soportarse, en la convivencia de sus vacías existencias. Para ellos, sus hijos son una pesada carga que hay que sobrellevar con una tonalidad desilusionada y sufriente. Estos niños han de labrarse su propio mundo interior que les compense de la falta de interés por parte de sus progenitores. Una infancia que ha de buscar el equilibrio perdido en el ritmo de la música, en los mitos embriagadores de cada día, en los afectos lúdicos de sus aficiones y, sobre todo, en esos amigos y amigas que, no todos, tienen la suerte de encontrarse en la proximidad de las aulas. Amistades infantiles o juveniles que ayuden a compensar otras amistades no explícitas o disponibles en el seno carencial del hogar.

También, muy interesante, para aquéllos que ejercen su profesionalidad en el taller formativo del aula. Patética, en su docencia, la figura de ese Profesor de lenguaje que se siente endiosado en el pedestal de su arrogancia. Stella lo observa ensimismada, asombrada, desde la base de sus precarios fundamentos en el conocimiento. No entiende, ni le interesa, lo que aquél trata de transmitirle con altanería manifiesta. Sufre con docilidad, ante sus compañeros espectadores, la crueldad escénica de un docente que le hace expresar en la pizarra el profundo atraso que posee en su formación. Es un doble circuito bloqueado en la comprensión recíproca de maestro y alumno. La escena de la iracunda Profesora de inglés, arrojando por la ventana los enseres escolares de un alumno hablador y desatento, al que echa a empujones del aula de clase, es la imagen plástica de aquellos que sufren, y hacen sufrir, ante la profesión que libremente han elegido. Como dulce contraste, la dulzura inteligente de la Profe de Historia, que sabe obtener, en Stella, el interés y la paciencia que conduce al necesario aprendizaje. ¿Conocen y consideran estos profesores el contexto ambiental y familiar en el que viven y se desarrollan sus alumnos, para modular y aplicar un criterio adecuado e individualizado, en la medida de lo posible, a la generalista e impersonal docencia que ejercen en las aulas?

En todo este crudo contexto, poco a de extrañar que, esta sufrida preadolescente, reaccione focalizando su violencia contra otra alumna, en el azar de la práctica deportiva. El cruce de graves insultos y esa cabeza sangrante de la compañera tras golpearla varias veces contra el radiador, muestra la reacción de una Stella que carece de recursos argumentales, en la racionalidad, ante una presión social que se le hace sufridamente insoportable. En algún momento de la película, sus padres le dicen que aprenda a defenderse ante esos compañeros de los que sufre agresiones. Por todo ello, el oasis fructífero, comprensivo y solidario de Gladys resulta el mejor referente que ella posee, y necesita, para esta crucial etapa de sus once años en la vida.

Stella. Una instructiva película para ver, reflexionar y aplicar criterios, en nuestras respuestas del cada día. Cine europeo, francés, V.O. con subtítulos en castellano, frente a la aculturación clónica de otras cinematografías omnipresentes en cartelera. Aconsejable, en su generosa plasticidad conceptual. Recomendable, para esos comportamientos cuya ética real no aparece con la fuerza que es exigible, en el microcosmos de cada una de nuestras respuestas. Interesante, para entender el complicado mundo y las necesidades básicas del adolescente.-

José L. Casado Toro (viernes 23 septiembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/



2 comentarios:

  1. Excelente crítica. ¡Bravo!

    Creo que esta película que comentas refleja perfectamente la realidad actual:
    Hay adultos que delegan la educación de sus hijos a las escuelas e institutos. Simplemente se preocupan de alimentarlos. Obviando sus problemáticas, no se interesan de sus hijos como pequeñas personas que son, adultos en potencia que necesitan de la ayuda de su familia para construir y dar contenido a su yo personal.

    Nunca hay que minusvalorar a un niño, a veces desde su mirada límpida e inocente son capaces de vislumbrar las realidades mejor que muchos adultos.
    En el caso de los preadolecentes desatendidos en estos aspectos, creo que muchos de ellos son los disruptivos en las aulas. Aquellos que intentan con su comportamiento, lograr al menos la mirada reprobatoria de sus progenitores.
    Un abrazo

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  2. Gtacias Victoria Eugenia, por tu excelente aportación.
    Conoces muy bien (tus palabras lo reflejan) este entorno, tan importante, de la educación y la infancia. Me agrada disfrutar con tus reflexiones.

    Un fuerte abrazo

    José L.

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