viernes, 13 de junio de 2025

CACAO, SOJA, CANELA Y CAFÉ


El estado del tiempo se había estropeado, lo que ya se adivinaba desde la media mañana. Cuando MELANIA salió de su domicilio, un edificio de pisos antiguos ubicados en la zona de la plaza de Montaño, muy cerca de dos edificios emblemático para la historia de Málaga: el IES Vicente Espinel (tantos años, “el femenino”) y la Iglesia de San Felipe Neri, con el Museo del Vidrio en la acera de enfrente) miró hacia la bóveda del cielo, ahora grisácea y amenazando lluvia. Apetecía un poco de sol, pero en esa tarde otoñal de septiembre, su natural deseo no iba a ser posible. El sol había renunciado a su protagonismo y la brisa marítima enfriaba los cuerpos y “atenazaba” los espíritus.

Esta maestra jubilada, promoción del 65 al 68, inició su paseo de todas las tardes, caminando por las calles del centro antiguo malacitano, sin un rumbo fijo especial. Su cuerpo le pedía localizar un por qué, para el hacer y el entretener. Ese lunes septembrino la señora vestía un ropaje de entre tiempo, pero ayudada con un chaquetón polar que le diera protección térmica. Llevaba pantalones oscuros y unos zapatos negros de cordones, que potenciaban su figura con un pequeño tacón elevador.  

Melania había dejado el ejercicio de la docencia cinco años antes. Físicamente se encontraba bien, aunque los problemas de memoria ensombrecían esos años avanzados para el sereno disfrute de los dones que la vida nos da. Su marido de tantos años, ALVARO, había sido llamado por las fuerzas del destino, dejando en ese hogar (sin hijos) un vacío insoportable, para su sosegada existencia. Era lógico que también echara en falta la alegría y vitalidad de esos “hijos escolares” que siempre mantenían, a modo de magia milagrosa, la misma edad de los 10, 11 o 12 años. Esas dos carencias la sumían en un acre abandono, para su utilidad como persona. Álvaro, empresario de una modesta agencia de viajes, había descapitalizado su patrimonio, sólo él sabía el por qué. Pero le había dado esa compañía, ese afecto y cariño que ahora tanto necesitaba. Como toda persona de edad avanzada, soportaba con paciencia y la ayuda médica y farmacéutica, el diario ritual de mantenimiento, los incómodos achaques y diversas fisuras en el “fuselaje” corporal y orgánico. Pero lo que más le molestaba era esa traviesa memoria, cuyos vacíos en el recuerdo temía no saber a donde podrían llegar. 

Aquella tarde no había renunciado a su largo paseo por los rincones de la gran ciudad, aunque la inclemencia atmosférica le había aconsejado entrar en una cafetería, cercana a la Catedral, establecimiento del que era una asidua clienta, para tomar esa merienda que tanto le reconfortaba. Allí, en la Cafetería Cister, se iba a proteger del viento, de la posible amenaza de lluvia, todo ello con la ventaja de sentirse acompañada o rodeada de otros muchos clientes, además de observar, a través del gran ventanal con cristalera, esas otras muchas vidas que paseaban por la calle. El camarero, al que ya bien conocía, atendía a otras muchas mesas ocupadas, lo que agradeció pues no se le ocurría qué tomar a esa hora temprana de la merienda. El reloj marcaba poco más de las 17:15 h.  Se distraía mirando el trasiego de la genta callejeando, una gran mayoría con apariencia de turistas, con sus movimientos de acá para allá, con sus búsquedas monumentales, sus compras de regalos para llevar y probablemente todos ellos con sus problemas y alegrías, que ponían luz y color en una tarde ventosa y profundamente nublada. 

Al fin se acercó a su mesa TOMÁS, a quien le gustaba llevar una plaquita con el nombre grabado, en la camisa de su uniforme. Era un joven con barbilla en el mentón, que tenía “pinta” de universitario. Posiblemente se pagaba sus estudios ganando esos euros necesarios para la manutención y los gastos diversos. Melania respondió a su pregunta, rogándole unos minutos más para concretar la “comanda”. ¿Qué le agradaría tomar para la merienda? Café, infusión, algún dulce, de los muchos que lucen su escanto detrás del cristal protector. En realidad, carecía de apetencia en ese momento. Sólo quería esperar un poco más y distraerse observando a su alrededor. Miraba y repasaba la carta, inserta en una carpeta plástica transparente, manoseada y algo sucia tras las muchas consultas “en realidad lo que yo deseo es estar aquí sentadita, contemplando el vivir de esas otras muchas gentes que pisan las losetas del suelo peatonal, que ya parece algo mojado. Seguro que están cayendo algunas gotitas de lluvia”. 

En esta situación se encontraba, cuando observó que en una mesa próxima se encontraba un hombre mayor,que tenía ante sí un gran vaso jarra. A través del cristal percibía que debía tratarse de chocolate caliente. Desde luego que emanaba (y llegaba a la mesa de Meli, como muchos solían llamarla) un aroma muy suculento. Durante unos segundos siguió observando a ese apuesto caballero, que a pesar de su veterana edad conservaba el cabello entrecano. La gabardina beige que usaba reposaba en la silla que tenía a su lado, abrigándose con una bufanda gris al cuello. Vestía chaleco celeste, unos vaqueros azul oscuros y calzaba unos zapatos de trekking azul oscuros, con muy buen acabado, parecían impermeables. El buen hombre, en silencio, movía con una larga cucharilla, el contenido de su vaso. 

Tomás le había dejado unos minutos para la decisión a tomar, De improviso, ese cliente de la mesa cercana se levantó de su asiento, acercándose a ella. Sin duda había estado atento a las palabras que se habían intercambiado el camarero y la indecisa clienta. Saludó y se disculpó al tiempo. 

“Yo tampoco sabía lo que pedir. Dado el frescor de la tarde, el camarero me aconsejó “un moka”. Como la leche no me suele sentar bien, me trajo esa combinación apetitosa y caliente de cacao, soja y café. Un poco de canela añadida lo hace verdaderamente delicioso. Y su aroma vitaliza, para tener una buena tarde. Me permito aconsejarlo, pues ya he consumido casi medio vaso del contenido”.

Melania, gratamente sorprendida, sonrió afirmativamente. Entonces el caballero, que se había presentado como RUBÉN, hizo una señal a Tomás. “Lo mismo para la señora. Permítame que la invite”. 

A través de la gran cristalera, los viandantes habían abierto sus paraguas. Una brisa racheada iba llenando el gran cristal de “lagrimas viajeras”. El espectáculo de la gente, caminando cada vez con más prisa, era divertido y otoñal. “Ya que ha sido tan amable, permítame que yo le invite a sentarse en mi mesa, si así lo desea, pues desde aquí se tiene una mejor visión de la vida callejera, con esa fina lluvia que tiñe de color una tarde romántica”. Rubén, agradecido, aceptó la “hospitalidad” que le ofrecía la agradable y bien conservada señora. 

El interior de esta céntrica cafetería, muy próxima a la monumentalidad de la gran Catedral, se iba poblando de clientes necesitados de una buena merienda, que sustentara la tarde metida en lluvia, de la cual deseaban también protegerse. Un hombre y una mujer (podrían ser coetáneos) en esa mesa de ubicación privilegiada, cruzaron sus miradas, sus nerviosas sonrisas y por supuesto sus nombres. Ambos se sentían mejor con el calor de la compañía, como “hermanados, sintiendo el importante valor de la fraternidad.  Rubén mostraba unas formas de educación exquisita, sonrisa algo entristecida y ojos cansados, que reflejaban, tras sus lentes, muchas horas de lectura. De inmediato Tomás trajo en su bandeja otro gran vaso/jarra de Moka, que emanaba aromas golosos en aquella gélida tarde que dominaba la ciudad. Tras romas unos sorbos, sólo acertó a decir, “está delicioso”. 

Los minutos iban “lentamente” pasando, entre los dos comensales que no dejaban de intercambiar sonrisas. Fue Rubén quien supo con habilidad romper ese hielo nervioso que los envolvía. “Si te parece (pronto avanzaron hacia el tuteo) vamos a realizar un pequeño juego.

 ¿Qué nos gustaría ser, si el destino nos hiciese partícipe de una nueva oportunidad en la vida? Empiezo yo, que soy el autor de la propuesta. Entonces Rubén hizo un movimiento con sus manos, como si estuviese tocando las teclas de un piano. “Sería fascinante que toda una gran sala te estuviera esperando, con un ilusionado nerviosismo, para en momentos poder gratificar a ese respetable auditorio con preciosas piezas musicales al piano, haciendo que los espectadores se emocionasen, soñasen, se sintieran felices, con esa acústica mágica que genera la percusión de un teclado, “acariciado” con manos expertas”. ¿Y por qué no has sido ese gran concertista de piano que te hubiese gustado representar”? “Bueno, mis padres no eran grandes aficionados a la gran música. MI profesión ha transcurrido en los severos espacios de una entidad bancaria”.  “Y ahora, me gustaría conocer esa segunda oportunidad que, a buen seguro, tú sabrías aprovechar”. 

“Bueno, te vas a reír. Me hubiera hecho gran ilusión ser piloto aéreo. De esta forma podría sobrevolar por las cordilleras y los valles, por el mar y por la frondosidad de la selva vegetal. Habría podido gozar de la compañía de esas aves del cielo, que viajan a través de las nubes, las ciudades, los mares y los océanos inmensos, además de los riscos escarpados y los valles frondosos de la orografía mundial. Durante mi vida laboral he sido, felizmente, maestra de niños, con los que hemos podido dar rienda suelta a nuestra imaginación sobrevolando con la cultura que atesoran los libros, producto de la investigación y las respuestas humanas a tantos interrogantes como la vida nos plantea”. 

“¿Y si ahora practicamos el juego de las palabras? Aportó la señora Melania. Es muy fácil y divertido. Yo escribo una letra en este papel y tu dices una palabra que empiece por esa letra. Entonces escogemos las dos primeras letras de tu palabra y yo tengo que escribir una nueva palabra que comiencen por esas dos letras. Después tu tendrás que escribir otra palabra que comience por esas tres letras, y así. Sucesivamente”. La habilidad de Rubén y Melania, para la formación de palabras era fascinante. SE distraían como dos niños pequeños convertidos en mayores. 

Y tic tac de los relojes no se detenía. Fue Rubén quien miró el reloj de su muñeca y sonrió. Eran casi las ocho de una noche que avanzaba con su húmedo (en esta ocasión) protagonismo. Continuaba al otro lado de la cristalera la fina lluvia, a veces un tanto racheada por golpes eólicos del viento.  “¿Te tiernes que marchar ¿verdad? Si, ya va llegando la hora de volver al hogar”. Ambos longevos personajes se despidieron con el afecto cálido de la amistad. Había siso una tarde sencilla, divertida y afectiva. Pero al ser la primera vez que se conocían, evitaron intercambiar datos de comunicación. El tiempo decidiría lo mejor en esa nueva amistad.  “Seguro que nos volveremos a encontrar, cualquier día en cualquier oportunidad, como decía aquella romántica película”. La maestra de niños y el profesional de la banca tomaron direcciones opuestas en su caminar, hacia el oeste y hacia el norte de la gran ciudad. 

En la tarde del día siguiente, Melania encaminó sus pasos hacia la entrañable cafetería que miraba a la inmensa Catedral. Obviamente iba con la intención ilusionada de volver a encontrarse con el amigo Rubén. Calculó bien la hora y a poco más de las17:30 ya ocupaba su sitio preferido, que se lo habían cedido una pareja de jóvenes universitarios, precia petición o ruego de la antigua maestra. Esperó que se acercara el camarero Tomás para tomar nota de la petición. “Por favor, tráeme un moka como el de ayer, que bien me recomendó ese cliente tan amable llamado Rubén. Por cierto, ¿no ha llegado todavía? Me refiero al caballero que estuvo sentada en mi mesa acompañándome casi toda la tarde”. Tomás puso un rostro de extrañeza y con sumo cuidado, pues no quería herir a una fiel, educada clienta de bastante edad, le respondió: 

“Señora Melania, quien le recomendó el Moka, por la fría tarde de ayer, fui yo. Estuvo Vd. sola en la mesa, distrayéndose con el ambiente callejero y con la fina lluvia que caía. Igual ha tenido algún buen sueño esta noche. Enseguida le preparo el Moka, muy calentito para que se lo tome con gusto”.

Melania sonrió al amable camarero. Esperando el servicio solicitado, tomó una vez más conciencia de la fragilidad de su memoria. Su mente se encontraba cada vez más cansada. “Debo pedir cita en el ambulatorio y consultarle a don Enrique. Seguro que él me podrá ayudar”. 

Aunque la desmemoriada maestra volvió otras muchas tardes a la cafetería de la calle Cister, no volvió a coincidir con aquel elegante y amable caballero “imaginativo” y cordial que decía llamarse Rubén. Pero nunca perdió la ilusionada y anhelada esperanza del reencuentro. – 

 

 

CACAO, SOJA, 

CANELA Y CAFÉ.

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 junio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 6 de junio de 2025

EL DIARIO DE SÉPTIMO AMARO


Era una persona “normal”, como tantos otros miles de ciudadanos con los que nos cruzamos cada día, por el laberinto urbano de nuestras ciudades. Anónima, en su privacidad y en su microcosmos vital. AMARONestares, 45, permanecía soltero como consecuencia de la suerte, el azar o por esa voluntad intimista de no buscar vinculación conyugal a cualquier precio. En su intimidad, parecía una persona “rara” para el común de la ciudadanía. “Callejeaba” mucho a diario y no por placer, sino por obligación laboral, ya que con su moto de modesta cilindrada tenía que desplazarse a decenas de hogares para reparar, como perito industrial, electrodomésticos de la gama blanca (frigoríficos, lavadoras, lavavajillas, etc.) Desde hacía años estaba vinculado laboralmente a una gran empresa de multiservicios, que llevaba las reparaciones de las más importantes marcas del sector. 

Esta dinámica laboral distraía su tiempo y le permitía vivir con cierto desahogo para sus necesidades básicas. Pero como le ocurre a tantas personas que viven solas, tenía que arbitrar medios lúdicos variados, a fin de llenar las tardes (su horario de trabajo era de 8 a 15) y, por supuesto, los largos fines de semana, en los que lógicamente descansaba. Las programaciones televisivas y la “navegación” por Internet llegaban a cansarle, por la rutina repetitiva que estos medios representaban. La asistencia a salas de cine también le ayudaba a pasar muchas tardes sabatinas o domingueras. Le ilusionaban los paseos por los entornos rurales de la gran ciudad y también le entretenía su interés por el coleccionismo. En esta peculiar afición, había juntado una gran cantidad de candados curiosos, tradicionales y modernos, conseguidos en los rastros, mercadillos y visitando demoliciones o reformas de pisos antiguos, tras diálogo y negociaciones con los albañiles que desarrollaban su labor.  

Cuando una de esas tardes volvió a su piso, tras tomar el almuerzo y descansar unos minutos de siesta, se sentó un rato delante de su ordenador, antes de salir para dar el paseo ritual por los jardines o grandes superficies comerciales. Iba pasando por las diferentes páginas web, siempre ayudándose del buscador Google, según los temas buscados y relacionados. En un momento concreto, ese buscador lo envió a un blog personal cuyo autor era un gran aficionado al cine y a las artes escénicas. Esa noche, mientras cenaba, fue dándole vueltas a un problema que desde hacía tiempo le preocupaba: la rutina, el insomnio, el sentirse “un tanto vacío” con la vida que iba trazando en su diario caminar por la existencia. Recordó el consejo que el psicólogo de su ambulatorio le había dado: la utilidad de ir escribiendo un diario, aunque fuese con breves textos, antes de irse a la cama. En esas líneas reflexivas debía narrar lo mejor y lo peor de cada día, siempre en relación con su persona. También podría añadir alguna experiencia interesante de la que hubiese sido protagonista o simple espectador. De pequeño, como otros muchos niños hacían, había tenido su propio diario. De esta forma relacionó la elaboración de algún texto escrito cada noche, aprovechando la facilidad de tener un blog propio, un espacio en donde plasmar sus impresiones en cada uno de los días. Lo estuvo pensando y se animó a probar suerte. 

No le desagradaba la posibilidad cierta de que otras personas leyesen lo que él escribía, todo lo contrario. Como iba viendo en los blogs que el buscador Google le ofrecía, los lectores añadían comentarios, sugerencias e incluso intercambio de experiencias, con aportaciones muy interesantes en función de lo que habían leído sobre los escritos del autor. Ese mismo y universal buscador lo dirigió a Blogger escritorio, en donde encontró las pautas necesarias para organizar su propio blog. 

Para mantener en resguardo o secreto su identificación, eligió un nombre supuesto: SÉPTIMO Baltanás. Y esa misma noche comenzó a escribir su DIARIO al que tituló de forma no muy original: MIS VIVENCIAS DEL DIA. Ponía en boca de Séptimo aquello más significativo (anécdotas, éxitos, frustraciones, reflexiones, etc.) que había protagonizado o presenciado en el día que finalizaba.

Lo que había comenzado como un siempre juego, al paso de las noches se transformó en un poderoso e instructivo ejercicio introspectivo, con el que reflexionaba acerca de la “construcción” del día que había realizado. Por supuesto, todo ello puesto en boca de su alter ego, el irreal Séptimo. Y así una noche tras otra. 

El primer beneficio que Amaro fue notando era el irse a la cama gozando de una mayor tranquilidad anímica, consiguiendo un descanso más relajado. Otra ventaja alcanzada era la de localizar aquellos errores o aciertos que con sensatez debía rectificar o intensificar para el futuro. Si esa tarde había visionado una película, discutido con algún vecino o había realizado una compra afortunada, lo importante era recoger la enseñanza que tal vivencia le había supuesto. 

Amaro se imaginaba al tal Séptimo como una persona muy parecida a la suya, incluso ejerciendo su misma profesión. También aparecían en el relato personajes reales, como vecinos, amigo, compañeros, que él bien conocía. Cuando guardaba la reflexión o resumen del día, tenía la convicción de que se estaba haciendo un favor a sí mismo para la corrección y el enriquecimiento personal

No escribía textos excesivamente largos, pues trataba de sintetizar lo más relevante de la jornada, como anécdotas en relación con las reparaciones de lavadoras, frigoríficos y cocinas. Los problemas con los repuestos y sobre todo el trato diferencial, amable o en ocasiones descortés con los diferentes clientes. Comentaba esa película que había visionado en casa o en una sala de exhibición durante el fin de semana, recomendándola o disuadiendo a los lectores para ir o no ir a verla. Aprendió a insertar fotos, para ilustrar aquellos lugares interesantes o curiosos en donde hubiera estado. Sobre todo, hacía gran hincapié en los errores que no debería volver a protagonizar. 

Es de sobras conocido que los blogs son “libros abiertos” a los que todas las personas pueden acceder, para leer, consultar o incluso copiar (lo que no se puede hacer es alterar el contenido de lo escrito, potestad que sólo posee el bloguero autor). El acceso a sus contenidos es libre y universal, salvo que el autor limite la entrada en el mismo a las personas de edad inadecuada. Era obvio que muchos lectores entraban en el blog al tratarse de ¡un diario personal! Resultaba interesante, práctico, distraído, curioso e incluso fascinante, que un autor llamado Séptimo se “abriera en canal” hablando y resumiendo acerca de su vida cotidiana. No sólo los lectores aprendían y se enriquecían de las “andanzas” de Séptimo, sino que el propio autor trabajaba psicológicamente acerca de sus problemas, realizaciones y proyectos. 

“Séptimo” disfrutaba leyendo los comentarios, sugerencias y otras aportaciones que realizaban los internautas que seguían Mis Vivencias del Día. Al fin Amaro tomó la decisión de añadir una nueva dirección electrónica que se había creado, por si alguien deseaba mantener una comunicación privada con Séptimo, evitando el acceso general que el blog posibilitaba. La autoestima y el ánimo de Amaro iba in crescendo, con estas experiencias de “abrirse al mundo”. 

Una noche recibió un correo firmado por CLAUDIA Frías a quien en modo alguno conocía. Tras una breve presentación, esta mujer se declaraba profesionalmente como periodista y escritora. Básicamente le comunicaba su gran interés por conocerlo de manera directa. Confesaba que estaba escribiendo un guion cinematográfico y que esas historias que Séptimo presentaba y resumía cada noche podía introducirla en unos de los personajes que formaban parte del reparto de una futura película, enriqueciendo la trama argumental. De esta manera tan sencilla e inesperada, se entabló una comunicación entre la escritora y el propio Amaro, escudado bajo la persona de Séptimo.  La insistencia de Claudia por conocerlo era gratificante y misteriosa. Al fin el técnico de multiservicios accedió al encuentro, citándose en una cafetería bar de la romántica Plaza de la Merced malacitana. Era viernes, 25 abril, a las 18 horas. El estado del tiempo en esa tarde colaboraba con el ilusionado encuentro. 

Ambos fueron puntuales a la cita. Se saludaron y se presentaron como Séptimo y Claudia. Él, como técnico electrodoméstico de gama blanca y ella como periodista y profesional de las letras, que estaba vinculada a un nuevo periódico local digital, denominado LA TARDE, título tomado de un diario vespertino de la anterior centuria, vinculado a la prensa del Movimiento en Málaga, y que cerró su rotativa el 30 de septiembre de 1975. 

Hablaron, hasta que el Sol, tornado en naranja, desapareció por las sierras montañosas del oeste de la ciudad. “Sí, amigo Séptimo, curioso nombre el tuyo. La historia que tengo entre las teclas del ordenador y la mente creativa es la de un hombre mayor, jubilado y abandonado por su mujer. Había trabajado en una imprenta “de las de antes” con sus letras de plomo, los cilindros entintados y esas impresoras o prensas eléctricas que repetían la misma hoja decenas de veces. Un pobre hombre que, con este abandono familiar, trataba de auto estimularse y distraerse escribiendo cada noche, antes de irse a la cama, una serie de vivencias en el día que ya se despedía. Mezclaba realidad y ficción. Pero él se decía, ¿la realidad no tiene mucho de ficción? ¿La ficción no puede transformarse en realidad? Esta persona solitaria luchaba por no entrar en la tragedia de un bloqueo vital. Pero tengo que buscar un final de la historia con cierto impacto”.

Después de degustar un par de tazas de café, acompañados por unas galletas hojaldradas e integrales, procedentes de un obrador de Antequera, Séptimo se sintió en la necesidad de ser sincero con la apuesta y diligente periodista y también escritora de historias. Le contó la verdad del blog y la firma de Séptimo. 

“Soy Amaro, un trabajador en activo, un tanto cansado y aburrido de la rutina diaria. Precisamente el diario que voy redactando me ayuda a hacer una especie de auto terapia”. Claudia sonrió, ante el gesto sincero de su interlocutor. La periodista Claudia, 38, le explicó que vivía en pareja con un diseñador escaparatista, quien alternaba esta ocupación con actuaciones en un grupo de teatro aficionado denominado La Noria. “No te preocupes, que el personaje de mi guion se llamará Séptimo, nombre que me recuerda al día de la semana que se hizo para descansar. Tal vez fuera ese Creador que todos necesitamos, para tratar de explicarnos el cruel interrogante que supone la existencia vital”. 


Después de este significativo encuentro, las semanas fueron avanzando ya que al tiempo no hay nada que lo detenga. La relación entre el técnico de multiservicios y la periodista escritora se mantuvo en momentos puntuales y espaciados, cuando alguno de los dos amigos necesitaba intercambiar unas palabras para ese dialogo que siempre reconforta. Pero una noche de otoño, eran más de las once, sonó el timbre del móvil en casa de Amaro. Al otro lado de la línea se encontraba Claudia. Sollozaba. Había tenido una muy desagradable trifulca con el escaparatista y actor aficionado, cuyo nombre era SAULO. Se sentía muy triste y humillada. Le pedía a Amaro si le podía dar cobijo en aquella noche lluviosa. Su compañero la había echado de casa, en un contexto de alcohol y estupefacientes. En un gesto de grandeza y amistad, Amaro le facilitó su dirección. Veinte minutos después, al abrir la puerta, observó que Claudia traía algún moretón en la frente. Llegaba empapada de lluvia. “Gracias Séptimo por acogerme y darme esa hospitalidad que en este momento necesito” “Prefiero que me llames Amaro. Tú ya conoces la verdad en la historia del diario blog”. 

En estos momentos, Claudia y Amaro comparten serenamente la vida. Ella aprecia y valora la sencillez y humanidad del técnico electrónico. Amaro goza de la compañía de una mujer que además de saber escribir muy bien, le aporta afecto y cariño, sentimientos de los que ha carecido durante largo tiempo. Por supuesto que “Séptimo” cada noche continúa publicando en su blog trazos de sus experiencias y privacidad, hábito que tan buenos resultado le ha proporcionado para su equilibrio anímico y vivencial.  –

 

 

EL DIARIO DE

SÉPTIMO AMARO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 06 junio 2025

                                                                                                                                                                                    



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viernes, 30 de mayo de 2025

EL GALLO EN CELO


El protagonista de esta curiosa historia tenía por nombre ARTEMIO Cabrales, 42. Residente en un importante pueblo andaluz, había estado casado y posteriormente separado de su mujer ELOISA Briales, 43. Eran padres de una hija, MARTINA, 12, que desde la desvinculación familiar vivía con su madre, que trabajaba como auxiliar de farmacia.  El currículo escolar de Artemio no había sido brillante. Tras los estudios de la ESO, con modestos resultados, hizo un módulo profesional de auxiliar administrativo. A su finalización, fue pasando por muy diversos trabajos (camarero, albañil, pintor de paredes, reponedor en centro comercial, ayudante de persona mayor impedida) prácticamente todos ellos en régimen de contratos temporales, soportando de igual forma largas temporadas de paro laboral. Esta inestabilidad laboral afectó a la armonía familiar, pues su mujer se caracterizaba por tener un carácter difícil y muy exigente, con el que era su “infortunado” marido. El período de pandemia hizo mucho daño a esta ya difícil relación conyugal: sin ocupación y con mucho tiempo de estancia en casa, todo ello incidió en la ya previsible ruptura convivencial. Como tantos otros, encontró cobijo en su casa de siempre, en donde su madre, doña MIRANDA Canales, le dio la necesaria y lógica hospitalidad. Allí al menos tenía techo, alimentación y el cariño de una madre, viuda sexagenaria. 

La constancia y el esfuerzo de la Sra. Miranda, al fin pareció dar su buen fruto. ALBANO, un vecino del bloque de pisos anejo al de esta señora, cumplía 70 años y se jubilaba. Había sido, en una etapa de su vida legionario, en el tercio Juan de Austria, pero la última fase de su vida laboral la había desarrollado, según él explicaba, en un restaurante de carretera, donde le pagaban muy bien por sus servicios en el control de la seguridad. Tras escuchar a la persistente doña Miranda, se ofreció a dialogar con la dueña del negocio, a fin de que pusiera a prueba al hijo de esta vecina, el cual gozaba de la “fuerza de su juventud”, pues apenas superaba los 40 y “luchaba” día a día para encontrar un puesto laboral con una cierta estabilidad. Su perfil, bien recomendado y potenciado por su madre, era bueno para sustituir al respetable don Albano, en ese trabajo para mantener el orden en el centro “restaurador”.

Albano se ofreció a llevarlo en su propia motocicleta para la entrevista que desarrollaría con la dueña del citado “restaurante”. Cuando llegaron al edificio, Artemio quedó un poco extrañado pues la construcción no daba el perfil normalizado de cortijo o venta para celebrar comidas. Las paredes del edificio individualizado estaban pintadas, según las fachadas, con diversos y llamativos colores. No estaba a pie de la carretera comarcal, sino en un lugar secundario, paralelo a la misma, en la que el firme estaba muy degradado y lleno de matojos. Podría decirse “en medio de la naturaleza”, solitario y sin otras viviendas a la vista. El cartel del supuesto restaurante ponía por título EL GALLO EN CELO. Efectivamente, el logotipo del negocio ofrecía un gran dibujo de un gran gallo de plumaje beige y cresta roja, con un pico muy procaz y unos vistosos ojos que se abrían y cerraban alternativamente con luces, a fin de llamar la atención de los vehículos que por esas carreteras circulasen. Artemio, al ver el panorama que tenía delante, le puso un fácil calificativo: parece un bar de copas.

“Efectivamente, amigo, aquí se bebe bastante pero también ofrecen frutos secos y otras “menudencias” para acompañar los vasos. De madrugada sirven sándwiches y diversas infusiones”. 

Como era una hora intermedia de la mañana, cuando entraron en el gran salón, muy bien decorado con cálidos colores y “picantes” láminas para la estimulación, estaba completamente vacío. “la clientela viene por la tarde avanzada y especialmente por la noche. Yo he tenido que echar el cierre, en algún caso, a las 6 o las 7 de la madrugada. Es un establecimiento para noctámbulos. 

Pronto apareció la dueña del gran local, que le fie presentada al asombrado Artemio como ALONDRA. Era una señora de notable humanidad en su grueso volumen, que ya no cumpliría el medio siglo de vida. Lucía una larga melena, teñida de un sensual color violeta. Atrevidas pestañas, obviamente postizas, ojos verdosos, de fijeza embriagadora. Fumaba en una alargada boquilla, provocando una tenue neblina con las exhalaciones de humo constantes. Vestía una amplia túnica de color esmeralda, adornada con diversos dibujos estampados con motivos claramente de incitación sexual. Pero lo que más impresionaba de la Sra. Alondra eran sus espectaculares “delanteras”. Artemio estaba asombrado de que pudiera existir en la naturaleza senos de tan voluminosa prestancia. Debajo de la incitante túnica, aparecían unas gozosas pantorrillas, enfundadas en un pantalón celeste, a juego con el cromatismo de la vestimenta. Calzaba unas sandalias plateadas, destalonadas y adornadas con un baño de perlas y cristalitos reflectantes. Usaba medias de color rosa intenso. 

Tras los saludos pertinentes, mezclados con las toces de Artemio que nunca había fumado, Alondra escuchaba las recomendaciones y elogios que Albano hacía de su posible sustituto. La señora parecía complacida del joven que tenía delante. Con presteza le dio las primeras indicaciones. 

“Sus funciones serán las mismas que mi buen “Albanito” realizaba. Vigilar la puerta de entrada al local y estar siempre dispuesto a mantener el orden, ya que hay clientes que se embriagan nada más tomas dos copas. Y sobre todo evitar que haya visitantes que quieran sobrepasarse con las “señoritas” que realizan con eficacia su trabajo. Aparte del servicio en las mesas, cada señorita tiene su propio reservado, para la necesaria privacidad del “paquete contratado”. Vd. comenzará su labor a partir de las 8 de la tarde y permanecerá de vigilancia hasta las 4 de la madrugada. Si el horario se extremara, las horas de más trabajadas le serán retribuidas como extraordinarias. El servicio de bar lo llevan las propias señoritas, con las bebidas y el “picoteo” correspondiente”. 

Tras estas explicativas indicaciones, Artemio acompañó a la señora a una habitación posterior, en la que había tres grandes armarios de madera, pintados de un intenso color rosa. “El material que hay en su interior, previa peticiones para el reservado correspondiente, tendrá que subirlo y entregarlo a las operarias”. El cada vez más asombrado nuevo miembro de seguridad contempló, una vez abiertos los sugestivos armarios, una serie de objetos (son objetos de labor, indicaba Alondra)  como látigos, fustas, antifaces, cadenas de distintos grosores, correas de grueso cuero, sugestivos consoladores, bikinis y tangas de sensuales colores, cuerdas, esposas policíacas, orejas de burro, chalecos aborregados, además de cajas con CDs,  debidamente clasificados, con material pornográfico del más alto calibre y un estante dedicado a cremas estimulantes para las sesiones con un mayor nivel de exigencia por parte de la selecta clientela. 

Ya no le cabía la menos duda, Artemio era consciente que iba a trabajar en un tugurio, garito o burdel de carretera. Un bar de copas y servicios especiales para los clientes que así lo demandasen y bien pagasen esas “atrevidos” ejercicios. Una “casa de putas” en el mejor sentido término. Alondra seguía con su explicativa lección al “sobrecogido” nuevo miembro del distinguido staff. “Las señoritas llegan al local a las 19 horas de cada tarde y su trabajo lo desarrollan entre lunes y domingos atendiendo a diversos turnos, a fin de respetar el régimen laboral sindical. Ya conocerá a PLÁCIDO, miembro de este familiar y entrañable equipo, que ayuda en un poco de todo, quien le sustituirá en el día que le corresponda descansar”. 

El embriagador perfume a rosa madurada que emanaba el amplio local se hermanaba con el que salía del cuerpo y ropajes de Alondra. El olor que dominaba el ambiente parecía una mezcla de rosa, tomillo canela, hinojo, un tanto dulzón o acaramelado, excitante para los sentidos. 

Cuando Artemio y Albano volvieron al pueblo (a unos 18 km de distancia) doña Miranda preguntó a su hijo acerca del negocio en el que iba a trabajar. La buena mujer estaba “loca de contenta” de que su único hijo encontrara un buen empleo o estuviera bien colocado, como antes se decía. “Mamá, es una casa para el desahogo del cuerpo y la ilusión del espíritu”, añadiendo unos cuantos detalles acerca del tipo de “restaurante” donde había estado trabajando el señor Albano. Después de escucharlo y manteniendo unos segundos de silencio, Doña Miranda resumió con resignación y elevando los ojos al cielo: “Una casa de trato, lupanar o mancebía, en donde las señoritas hacen felices a los solitarios clientes. No me puedo creer, que don Albano, con lo formal que siempre ha sido, controlara el trasiego de esas “atrevidas fulanas” Pero todos los días hay que ganarse el suelo que nos permita vivir”. 

Artemio comenzó su trabajo con mucha ilusión. Lo que más llamó la atención al nuevo empleado de seguridad, con su porra de goma y plomo al cinto, fue el tipo de clientes que acudían a ese recinto de sexo, bebida y placer. La inmensa mayoría eran hombres, quienes aparentaban ser “señores bien”, fachas con el dinero suficiente para calmar y al tiempo excitar sus ardores placenteros, entre risas, miradas atrevidas, contoneos, tocamientos en las “delanteras” y verdadera obsesión por los traseros prominentes. Todo excitante y fascinante. Los reservados del primer piso y los del pabellón adjunto estaban casi siempre ocupados en esas horas “punta”, como era la medianoche. En total hasta 18 reservados para el goce sexual pagado. Esos señores de gafas oscuras, brillantina en sus escasas cabelleras, bigotes fascistoides, panzudos por la buena vida que se “regalaban” a la hora de la ingesta, llegaban en coches bien despampanantes, fumando sus puros, enfundados en sus gabardinas y ofreciendo sus pícaras sonrisas.  Los que no habían reservado turno, tenían que esperar su número de orden, puesto que podía correr “rascándose” un poco más sus opíparos bolsillos. Los servicios prestados en los reservados solían durar aproximadamente una hora, aunque había potentado del dinero que sacaban su tarjeta oro o billetera para gozar de más tiempo o para experimentar esos castigos masoquistas que tanto anhelaban y fascinaban. Algunas operarias, después de prestar el esfuerzo de su trabajo, tenían que pasar por las duchas, pues las degradaciones solicitadas y pagadas no reparaban en intercambios y sevicias de lo más repugnante. Artemio se veía obligado intervenir a veces, cuando se encendía la luz roja de algún reservado, pues era señal que el cliente exigía posturas y acciones aberrantes o se comportaba de manera violenta.

Solía haber variaciones entre las integrantes del grupo laboral. A este nuevo miembro de seguridad le llamaba la atención los nombres que las señoritas tenían que, en muchos de los casos, no sería el que figuraba en el DNI. Perla, Iris, Pétalo, Lili, Lucero, Aria, Cloe, Alara, Naila, Zoe, Clamia, Eva, Jazmín, Ninfa, Neus, eran algunas de las integrantes del Gallo encelo que iba conociendo. Como ocurre en todos los grupos, Artemio “intimaba” más con algunas empleadas que con otras. Era obvio que el equipo de trabajo estaba permanentemente supervisado por la jefa o Madam Alondra, a la que a veces se la veía con un latiguillo de tiras de cuero en la mano, símbolo de su autoridad y orden para la buena marcha del negocio “restaurador”. Entre los nuevos servicios, se instalaron junto a los reservados unas cabinas, para ser utilizadas por los clientes “mirones y pajeros”, a través de un visor de “ojo de pez, aquéllos de naturaleza afectada por la intensa timidez. 


Como experiencia humana, Artemio aprendió mucho, pues cada dependiente de doña Alondra tenía unos orígenes y unas circunstancias específicas que las había llevado a ejercer una profesión universal en ese burdel de triste y alegre imagen, para obtener dinero que las permitiera subsistir. Había chicas que habían entrado en el negocio, tras atravesar la frontera de manera ilegal por carencia de documentación adecuada para la estancia en España. Otras eran madres solteras, con la urgencia propia de conseguir un rápido sustento para sacar adelante a ese pequeño que carecía de lo más básico. No faltaban las obreras interesadas en el oficio más antiguo del mundo, que veían llegar fácilmente las ganancias a sus monederos y billeteras. El nivel de analfabetismo en la mayoría de las jóvenes era manifiesto. Artemio tenía una cultura básica, que aplicaba generosamente para prestarles ayuda en sus cartas y gestiones administrativas. 

Al paso de los meses, Artemio consideró que tenía que seguir buscando un puesto de trabajo que le llenara más en lo humano y en lo económico. El ayuntamiento de su pueblo, a través de la concejalía de cultura, había organizado unos cursos de inglés, financiados por las arcas municipales. Se inscribió en uno de estos cursos, cuyas clases tenían lugar los lunes y miércoles, en horario de mañana. Este aprendizaje le iba a ser bien útil para su futuro, por lo que se entregó al estudio con gran voluntad en las horas o ratos libres que le permitía su dedicación laboral. Muchos clientes que acudían al Gallo en Celo se expresaban en inglés, y esta relación le ayudó mucho en su nivel coloquial del listening y speaking. 

Una de las empleadas, de nombre JANNINE, nacida en un densificado barrio londinense, cuyos padres se “embarcaron” en un camino hacia la autodestrucción, recaló, tras un periplo por diversos lugares, en un pueblo de Andalucía, cuando tenía 31 años. Su perfecto dominio de la lengua inglesa, pero su imperfecto castellano, dio pie a formar un inteligente equipo con Artemio, el cual deseaba mejorar el aprendizaje del inglés. Uno y otro se enriquecían con los dos idiomas. Fueron intimando, durante los ratos de práctica que les eran posibles. La transparente sonrisa de Jannine y la necesidad afectiva de Artemio unió a esta pareja en una relación sencilla, fiel y cariñosa. Con los notables ahorros de que disponía la joven inglesa, arreglaron un viejo local en el pueblo, en el que instalaron una academia de inglés, para niños y adultos. Artemio también cambió la vigilancia en el burdel. Ahora trabaja en un Mercadona recién instalado en la localidad. Incluso la cigüeña se mostró generosa, trayendo al mundo a una preciosa niña, a la bautizaron como ALBA, pensando en el buen amanecer para las personas. Así finaliza la muy humana historia de este viernes, cuyo título podría ahora cambiarse por el Alba del Amanecer. –

 

 

EL GALLO EN CELO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 30 mayo 2025

                                                                                                                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 23 de mayo de 2025

LA PROVIDENCIA DE LA RAZÓN

 



Durante la temporada baja en las zonas turísticas, un porcentaje elevado de establecimientos hoteleros subsisten o permanecen abiertos gracias a los viajeros del Programa Imserso para el turismo social. Estas personas, ya jubiladas, pueden acceder a una semana (o más días) de estancia en hoteles de la costa o el interior, peninsular e insular, en régimen de pensión completa (muchos destinos tienen el transporte incluido) con un coste muy reducido si consideramos al precio usual de estos servicios turísticos. Y ello es posible, gracias a la subvención que el gobierno de la nación deriva para estas vacaciones de personas mayores, que pueden viajar acompañadas de algún familiar o persona de su confianza. También si el hotel dispone de plazas, pueden ocupar una habitación individual. 

Durante los días de estancia, se les ofrecen distintas excursiones que pueden contratar y, diariamente, el hotel desarrolla un programa de animación muy variado (juegos divertidos, bailes con actuaciones de cantantes en directo, ejercicios de gimnasia, concursos, etc). Todo ello en un ambiente de franca camaradería y buen talante relacional. Por supuesto, diariamente disponen de un seguro médico para atender los problemas que los viajeros puedan presentar con su salud. 

Este programa de turismo para mayores funciona desde el mes de octubre hasta mayo, favoreciendo paralelamente a los establecimientos hoteleros para que no echen el cierre en los meses no “vacacionales”. Así pueden seguir dando trabajo a un amplio staff de recepcionistas, camareros, cocineros, limpiadoras, camareras de habitaciones, personal técnico de mantenimiento. Indirectamente también se ven beneficiadas las agencias de viajes que ayudan a gestionar las estancias y los servicios de transporte. 

Si se preguntara, a modo de encuesta, cual es el aspecto que más valoran los usuarios de este programa social, muchos destacarían la posibilidad de viajar a bajo precio, el conocer lugares en los que no se ha estado y disfrutar de sus incentivos. También se valoraría las actividades de animación y distracción. Pero hay un aspecto en el que la mayoría estaría de acuerdo: la suculenta y variada oferta restauradora, para los desayunos, almuerzos y cenas. En casi todos los hoteles funciona el sistema de buffet, para escoger lo que se desea tomar, sin límites para la cantidad. Y si hay huéspedes con problemas de movilidad, los camareros y personal de servicio acuden presto para hacer más feliz la estancia de estos veteranos viajeros. En este contexto vacacional se inserta nuestra interesante historia de esta semana. 

 

El hotel ESTRELLA DEL MAR estaba ubicado en la zona playera de Guardamar del Segura, localidad de la provincia de Alicante. Se trataba de un gran establecimiento hotelero, con nueve plantas, que sumaban 504 habitaciones. Más de mil personas alojadas, en el tope de su capacidad. Diversos grupos viajeros, procedentes de diversas provincias españolas, acudían a estas instalaciones. Un viajero, que viajaba en autobús desde Málaga, para pasar al igual que su grupo 10 días/9 noches de estancia, tenía por nombre GEMINIANO Cebrero, 72 años. Durante su vida laboral (35) había trabajado como persianista, vinculado a una empresa de toldos, persianas, cancelas y otros elementos de protección. Había enviudado al cumplir los 70 y aunque tenía un hijo casado y con familia, sus ocupaciones y la “fría” relación que mantenían padre e hijo, le animó a viajar solo, haciendo toda la gestión a través de una agencia de viajes. El hotel tenía disponibilidad de unas habitaciones más pequeñas para los usuarios que viajaran sin acompañante, o en todo caso cobraba una pequeña tasa para que dispusieran de una habitación doble de uso individual. 

Geminiano, persona “campechana” se adaptaba muy bien a este tipo de estancia, sintiéndose bien arropado por el resto de los compañeros de viaje. A partir del segundo día, el antiguo persianista bajaba a desayunar, almorzar y cenar acompañado siempre de una recia mochila de piel de camello. Tomaba asiento en una de las mesas esquineras del gran salón restaurante, levantándose como los demás comensales para coger los alimentos que iba a consumir. En el hotel funcionaba el sistema buffet, por lo que el usuario podía tomar lo que quisiera y las veces que deseara. 

Cuando Geminiano finalizaba sus comidas, gustaba dejar ordenada la mesa que había utilizado y se marchaba portando su sempiterna mochila, que parecía más llena que cuando entró en el salón restaurante. Como el proceso se repetía en las tres comidas del día, el encargado de visar las tarjetas a la entrada del comedor captó ese detalle, de una mochila que en apariencia salía más llena que cuando entró

El personal del staff (camareros y encargado del restaurante) estaban habituados y eran conscientes de esa realidad que resultaba a todas luces comprensible. Hay residentes a quienes gusta e incluso necesitan tomar alguna fruta, yogurt, galletas o similar antes de irse a la cama, o consumir algo entre el almuerzo y la cena. Incluso hay personas que después de tomar la medicina diaria, les agrada o necesitan acompañar a esos medicamentos con algún zumo o alimento que les alivie la estancia del medicamente en el tracto digestivo. A pesar de que en muchos hoteles hay carteles indicadores de la prohibición, algunos comensales suelen llevarse a su habitación   algún alimento del buffet. En realidad, ese yogurt, plátano o panecillo con una lasca de jamón cocido se podía haber tomado dentro del restaurante todas las veces que se desease. Por esto los camareros suelen ser comprensivos con este gesto que obviamente carece de maldad. 

Pero el caso de Geminiano era diferente. Este hombre daba una apariencia de buena y amable persona, pero alentrar con su mochila aparentemente vacía y salir con la bolsa de piel mostrando la evidencia que llevaba muchos alimentos en su interior, ya no pasaba inadvertida. La información llegó al director del hotel SANTIAGO, Calvente. A fin de evitar situaciones incómodas o desagradables y tratándose de un jubilado de grupo Imserso, septuagenario, uno de los recepcionistas, con especial delicadeza, indicó a Geminiano que el director deseaba hablar con él durante unos minutos. De inmediato fue recibido con toda cordialidad en el despacho del profesional, quien tras los saludos y con todo tacto y amabilidad le expuso la evidencia contrastada por los camareros de que en cada comida se llevaba fuera del restaurante alimentos en su mochila. 

El ex persianista atendió con toda atención y tranquilidad las educadas observaciones de su interlocutor. En modo alguno nervioso sino con todo sosiego respondió explicativamente las causas de su forma de proceder.

 

“Tiene Vd. toda la razón, D. Santiago. Permítame explicarme una historia que me conmovió. En la mañana siguiente a mi incorporación, sabiendo lo que me gusta pasear, fui caminando hacia el pueblo, que está a unos tres y pico km. del hotel. Hay un sendero o pequeña carretera que como Vd. bien sabe está paralelo a la autovía general. En el camino pasé por una pequeña casa semiderruida, en cuya puerta y alrededores juraban cuatro críos, tres varones y una niña. Había una mujer, de unos treinta años, que estaba tendiendo ropa lavada. Dada mi edad, con los achaques propios de la tensión y el azúcar, me sentí algo mareado. Entonces la buena mujer, llamada ELVIRA, me ofreció un vaso de agua, que me ayudo a recuperarme. Hablamos un ratito. Esa familia, de raza gitana, iban de un lugar para otro y desde hacía meses ocupaban esa casa en ruinas, para protegerse. El marido, sin trabajo, hurtaba lo que podía por las huertas cercanas, a fin de poder dar de comer a su prole, 4 niños pequeños. Un día lo cogieron el juez le puso un año de prisión. La pobre mujer hace lo que puede para alimentar a sus hijos. A veces limpia en algunas casas del pueblo, dejando a los pequeños con una señora que los atiende cobrando una módica cantidad o se los lleva consigo mientras hace su limpieza. Me habló que había días que pasaban hambre.

Mientras volvía caminando al hotel, recordé como muchos comensales dejaban en sus platos abundante comida que, por glotonería, había cogido del buffet, alimentos que una vez recogidos los platos iban a los contenedores de residuos. Era comida desperdiciada. Sentí una gran pena y angustia, recordando a esos cuatro niños hambrientos que sufrían la necesidad de alimento. Entonces pensé recoger algunos alimentos de más, cuando iba al restaurante y los guardaba, con la adecuada discreción, en mi bien usada mochila. Por las tardes se los llevaba, con el agradecimiento infinito de esa buena mujer. 

Soy consciente de que los camareros se daban cuenta de mi acción, pero con su bondad me hacían “la vista gorda”, para no llamarme la atención. Se portaban muy bien conmigo. Me miraban, pero hacían como si no me hubieran visto. ¿Y qué les llevaba? Un poco de pan, queso, jamón cocido, pescado frito, yogures, galletas, manzanas etc. Esos alimentos que los comensales solemos dejar s medio consumir. 

Reconozco mi falta, pero le confieso que no podía dormir tranquilo pensando en aquello que la mayoría desperdician y va a los cubos de basura, mientras hay familias que podrían recibir esos pequeños sobrantes con mucha alegría y necesidad”. 

Santiago Calvente quedó internamente emocionado de la humanidad que atesoraba el huésped que tenía ante él. Pensó, mientras Geminiano le explicaba su comportamiento, que lo mejor era adoptar una postura intermedia, repitiéndole al generoso viajero las normas de uso del hotel, para no sacar alimentos del comedor. 

“Entre Vd. y yo vamos a buscar una solución “imaginativa” que contente a todas las partes implicadas. Después del almuerzo, va a pasar por la cocina. Pida hablar con el jefe de cocineros, BASILIO, con el que voy a hablar, a fin de que le entregue una bolsa de alimentos que no van a ir al cubo de la basura y que están en buen estado. Una vez con la bolsa, se la lleva y hace con ella la obra de caridad que estime más oportuna. De esta forma, cumplimos con la norma y don Geminiano también cumple con su hermosa conciencia”. 

Entonces director y huésped se abrazaron con fraternal amistad. Los siete días en que aún duró la estancia de Geminiano en el hotel Estrella del Mar, esa pobre familia, tan necesitada, tuvo la providencia de recibir una serie de alimentos básicos que los comensales habían dejado en sus platos. Elvira, la agradecida madre necesitada y los cuatro pequeños, veían llegar cada tarde a don Gemi (como lo llamaban) como un ángel que el cielo les había concedido. La alegría de esa pobre familia era manifiesta. 

Durante la tarde del último día de estancia del grupo de Málaga, en el hotel de Guardamar, el ex persianista Gemi recorrió los 1200 metros que separaba el establecimiento hotelero de la casita ocupada por esa muy modesta familia desafortunada de la vida. Les entregó una nueva bolsa con bollitos de pan, yogures, queso, tuppers de lentejas, manzanas y galletas. Elvira abrazó al veterano ángel que tanto los había ayudado, con sollozos de agradecimiento. Como era el último día, Gemi tuvo el gesto de dejarle un sobre con alguna cantidad que a él le podía sobrar, pero que esta familia iba a necesitar. 

Antes de tomar el autocar para la vuelta a Málaga, Geminiano pidió permiso para saludar a Santiago Calvente, el director del hotel. Con especial afecto, ambos se abrazaron y el profesional hotelero hizo prometer a su bondadoso huésped que el año próximo quería verlo de nuevo en una estancia Imserso, para que disfrutara en su establecimiento.

“Viajeros como Vd. don Geminiano, son los que engrandecen la imagen de este establecimiento. Me siento orgulloso de haberlo, haberte conocido. Personas con su calidad humana son los que nos hacen mejor y más felices”. 

Cada lunes y jueves, cuando Elvira abre la puerta de su humilde vivienda, se encuentra colgados en el pomo de su puerta dos grandes bolsas, con alimentos en buen estado. No hay señal identificativa acerca de quién los ha dejado en ese lugar. Esa buena mujer entiende que esos regalos son obra del cielo. Piensa, qué duda cabe, en el veterano Geminiano, una buena persona que tanto los ayudó. Unos meses más tarde, cuando la temporada veraniega densificaba los establecimientos costeros para las vacaciones, el encargado de personal del Hotel Estrella del Mar contrató a Elvira para que atendiera labores de limpieza y de camarera de habitaciones. Santiago Calvente, además de ejercer con proverbial eficacia su función profesional, es una de esas buenas personas que, como Geminiano Cebrero cubren de color y esperanza esta convulsa sociedad en la que nos ha correspondido vivir. – 

 

 

 

 

LA PROVIDENCIA 

DE LA RAZÓN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 mayo 2025

                                                                                                                                                                            Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

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