viernes, 17 de octubre de 2025

UN HOMBRE BUENO

 



En ocasiones, el uso cotidiano de las palabras puede tener un sentido equivocado. Esta situación suele ocurrir porque hemos desvirtuado el contenido de los valores y el significado correcto de los vocablos. A tal nivel, llamar o considerar a una persona como “bueno” puede conllevar un sentido incluso despectivo o de infravaloración. En una sociedad donde la maledicencia está arraigada, el concepto de persona buena puede derivar en sumisa, condescendiente, maleable e incluso en la privacidad coloquial como algo “tontorrona” o pusilánime. Pero así somos y así nos comportamos. Vayamos, sin demora, a nuestra semanal historia. 

VALERIANO Rincón era desde niño persona sencilla, algo apocada o tímida, que vivía escudado bajo la protección familiar. Su madre, ROSALÍA, enviudó con triste prontitud, por lo que tuvo que dedicar muchas horas del almanaque a la limpieza de portales y viviendas, para sacar adelante a su único hijo, por el que sentía un gran cariño y una comprensible hiper protección. Valerio, como le solía llamar, hizo la escolaridad obligatoria. Cuando cumplió los 16, la gran obsesión de esta madre abnegada era la de buscarle una “colocación”, con la que aprendiera a ganarse la vida. “No pararé un día tras otro, hasta verlo bien colocado”. 

La buena señora hablaba con todo el que se prestaba a escucharla, hasta conseguir para su hijo algunos puestos de aprendizaje que, por una u otras razones, nunca llegaban a estabilizare. Zapatería, tienda de ultramarinos, albañil, mozo del puerto, etc. Pero el joven Valeriano era algo “apocado” y en los trabajos le exigían o demandaban una mayor decisión e iniciativa. “Perdone, doña Rosalía. El chico es una buena persona, pero no es lo que yo necesito para mi negocio. Se encontraría mejor un puesto tranquilo, sin grandes responsabilidades o capacidad de acción”. Otro trabajo en el que estuvo un poco de más tiempo fue el de dependiente y reponedor de una frutería y hortalizas. Era una labor no difícil de realizar, pero a la que tenía que entregar un notable esfuerzo en la atención a la clientela y al arreglo de la gran tienda de frutas, sufriendo los regaños y arengas del propietario, un ciudadano marroquí de mal genio y muy exigente. 

No era un joven de amigos y salidas grupales. Muy enfaldado bajo el paraguas materno. Ahí era donde mejor se encontraba y disfrutaba. Ayudando en casa, viendo la televisión o escuchando la radio. También, sacando de paseo a doña Rosalía, quien fue madre siendo ya mayor. A medida que iba sumando años, esta señora veía que sus fuerzas se iban reduciendo. Su marido BONIFACIO le había dejado una muy modesta pensión, ya que había ejercido de acomodador de sala cinematográfica, manteniéndose básicamente gracias a las propinas que los espectadores le entregaban 

Valeriano no tuvo suerte con las mujeres. En realidad, no se esforzó en buscarlas. Su ideal de mujer era su madre. Teniéndola cerca se sentía satisfecho y protegido. 

Para su inmensa suerte y oportunidad, cuando había cumplido la treintena, un vecino del bloque donde vivía, Roberto, en la barriada de la Palma, se puso enfermo. Como era una persona mayor y conocía las peticiones de doña Rosalía, propuso a la comunidad de vecinos en la que prestaba servicio como conserje, que le sustituyese el hijo de su vecina, dando muy buenas referencias de su persona. Al fin Valeriano iba a encontrar un puesto de trabajo con marcada estabilidad y tranquilidad. Conserje/portero de una gran manzana de edificios, con 5 portales, todos a su cargo. Sus obligaciones eran las propias de quien ejerce esta función. Abrir y cerrar las puertas al complejo de viviendas, recoger la correspondencia e introducirla en los buzones, estar atento a los desperfectos o daños que pudieran surgir en las zonas comunales, dando cuenta de los mismos al administrador de la gran comunidad, gestiones para arreglar problemas de fontanería, electricidad, grupo de motores, porteros electrónicos, etc. Aunque no era una obligación contractual, se encargaba también de recoger las bolsas de residuos, para llevarlas a los contenedores correspondientes. Los vecinos gratificaban particularmente este servicio. El horario que tenía que cumplir y el sueldo que recibía estaba adaptado al convenio sindical cuya normativa regía para todos los conserjes y porteros de fincas urbanas. Comenzaba su labor a las nueve de la mañana, hasta las 13 horas. Volviendo a las 17 hasta las 20 horas. Este horario de permitía atender (comida y cena) a su querida madre, quien con los años sumaba los achaques propios de una avanzada edad. 

A las pocas semanas, la generalidad vecinal coincidía en que tenían como portero gerente a una muy buena persona, siempre con la sonrisa en el rostro, una educación muy servil y agradable en el respeto con quien hablaba y siempre dispuesto a escuchar y tratar de resolver cualquier problema que se le plantease. A sus treinta y tantos años había iniciado con muy buen pie este servicial trabajo, sintiéndose feliz con esta oportunidad que la vida le había ofrecido. Era especialmente diligente con las personas mayores, ya que el hábito de cuidar de su madre lo trasladaba a esas vecinas mayores que venían de hacer la compra, con los carritos bien llenos de viandas y que tenían una manifiesta dificultad para subir esos carritos por los cinco escalones que había desde el suelo de la entrada hasta la plataforma donde estaba la puerta del ascensor. Prácticamente les subía el carrito lleno de la compra, porque tenía fuerza en sus brazos. Aunque era fumador, nunca encendió un cigarrillo en su horario de trabajo, para evitar malos ejemplos y molestias a la vecindad. Tenía una densa libreta con anotaciones de direcciones para fontaneros, electricistas, albañiles, pintores, Seguridad social, hospitales, ambulancias, farmacias, hipermercados y por supuesto policía local y nacional. 

Y así fueron pasando los meses y los años, con esa rara unanimidad de que los vecinos de los cinco grandes bloques veían en Valeriano la imagen real de una muy buena persona, eficaz y en nada conflictivo. Se trataba de esas personas sencillas, sosegadas, con el ejercicio de la tranquilidad y la responsabilidad. Era la imagen viva de aquellos seres que aceptan el puesto que la vida y su esfuerzo ha tenido a bien depararles. La única objeción que planteaba, cuando llegaban las 13 horas y algún vecino comentaba algún asunto más complejo que le había ocurrido, era la necesidad de desplazarse a su domicilio (que exigía tomar dos autobuses urbanos) pues tenía que preparar la comida a su madre ya limitada físicamente. Pero lo hacía no sólo con la razón lógica por su horario, sino rogando disculpas y prometiendo que, por la tarde, cuando volviera atendería de inmediato ese problema de comunidad. No era muy dado a hablar de sí mismo. Su discreción y trabajo eran las señas de identidad para su persona. El destino le había dado al fin una buena colocación y él lo agradecía respondiendo con franca lealtad y disponibilidad. 

Una tarde el conserje Valeriano pidió hablar con el presidente de uno de los cinco bloques (con el que tenía una especial confianza). Fue un diálogo en el que imperó la franqueza teñida de dura realidad. El veterano portero proponía un sustituto temporal, como cuando llegaban los días de vacaciones veraniegas. El motivo era que tenía que ponerse en manos de los médicos, para hacerse una serie de pruebas radiológicas, de ecografía y de resonancia magnética. En unas pruebas analíticas ordinarias habían salido unos datos bastante preocupantes. Tenía que someterse con urgencia a un tratamiento hospitalario. De inmediato el presidente, tras animar al buen servidor de la comunidad durante décadas, puso en conocimiento de los restantes presidente la inesperada situación. 

En 48 horas, Valeriano estaba informando a su sustituto ARNO Granados, sudamericano y vecino próximo a la vivienda del primero, acerca de las obligaciones que tenía que asumir durante su ausencia, a fin de desempeñar bien su labor y que la comunidad no tuviese problemas durante su ausencia.  

No había días en que muchos de los vecinos, cuando salían a la calle para realizar sus quehaceres, dejasen de preguntar al joven Arno por la salud o alguna información que afectase al buen Valeriano. Pasaron algunas semanas. Las noticias que llegaban del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria, con respecto al paciente Valeriano Rincón no eran buenas. La estructura orgánica de este veterano trabajador estaba severamente afectada. Arno se emocionaba cuando tenía que explicar esta infausta situación clínica de este vecino y amigo. 



A escasos días de cumplir 65, con la jubilación bien merecida en puertas, el alma del buen Valeriano viajó a los espacios celestiales. Su enfermedad era irreversible. Desde un punto de vista humano, al menos había dejado de sufrir. Por supuesto que fue un golpe muy duro para toda la comunidad vecinal. Incluso muchos otros residentes en el barrio lamentaban con bellas palabras la imagen y trayectoria que había dejado el admirable Valeriano.  Su educación, simpatía, respeto, seriedad, responsabilidad, era bien conocida por toda la zona. UN HOMBRE BUENO, trabajador y eficaz, había dejado una estela de sincera admiración. Lo penoso, desde un criterio afectivo, era que no había podido disfrutar de una más que merecida jubilación. Y también los humanos nos hacemos esa pregunta a la que nunca hallamos convincente respuesta.

¿Por qué las buenas personas tienen que dejarnos, sin que hayan podido desarrollar una vida plena? ¿Por qué nos desalienta la triste realidad de miles y miles de personas que abandonan tan pronto la existencia terrenal, por las enfermedades, por las guerras, por las maldades humanas? 

Solamente los fieles creyentes en la fe, sea cual sea la religión que profesen, pueden tener alguna tenue respuesta para estos crueles e “inhumanos” comportamientos del destino, con respecto al desarrollo existencial de muchas personas. 

Cuando el piso que Valeriano habitaba con su madre fue desalojado, pues el propietario lo había vendido a unos nuevos inquilinos, entraron los albañiles a fin de realizar una reforma integral. Debajo de una loseta esquinera del fregadero, había un pequeño hueco rectangular en el que se había colocado una cajita de madera. En su interior había unas fotos de la infancia de Valeriano con su madre, y un sobre contenido una apreciable cantidad de dinero. En el anverso y con letras mayúsculas, un texto que decía: “PARA QUE A MI QUERIDA MADRE NADA LE FALTE, CUANDO YO NO PUEDA AYUDARLA. VALERIANO”. No tenían más familia directa. Los servicios sociales del Ayuntamiento ya habían ingresado a doña Rosalía en una residencia de la Comunidad autónoma andaluza. - 

 

 

UN HOMBRE BUENO

 

 

              José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 10 de octubre de 2025

PAOLO Y PETRO

 

En cualquier momento de nuestro recorrido por la vida, el valor de AMISTAD es inexcusablemente admirable y necesario. Cuando vamos avanzando en nuestra cronología, esa necesidad se hace más acuciante. Sobre todo, cuando la carencia de obligaciones laborales y la pérdida de familiares afectos, incide con más intensidad en esa lacerante “pandemia” de la SOLEDAD. Buscamos, necesitamos, agradecemos, a esa persona con la que compartir los paseos, los ratos de charla, el aromático café o la cerveza espumosa, a fin de compensar esa enfermedad cruel, silenciosa y maligna, que denominamos soledad. Buscamos amigos, pero sobre todo ese “mi mejor amigo”, con el que tenemos la confianza de la sinceridad y el sosiego de la lealtad. No resulta fácil encontrarlo y tampoco. mantenerlo. Pero una vez hallado, supone un verdadero tesoro para esas largas horas de asueto, mañanas o tardes, que se nos hacen exageradamente largas si carecemos del calor afectivo de no tener con quien hablar. En este contexto se inserta nuestra semanal historia.

Se conocieron en una tarde de Parque, en plena estaciona primaveral, entre el trasiego de la gente y la fresca proximidad del mar. El destino, siempre juguetón, quiso ser generoso en esta ocasión, ya que a todos nos gratificar hacer el bien y ese misterioso personaje del azar, aquel día se encontraba predispuesto para atender la patente o urgente necesidad. La tarde estaba algo nublada, con la brisa fresca del mar. En realidad, era un día agradable, que no se podía desaprovechar. Los dos personajes de nuestra historia sumaban muchas décadas, en la aritmética de la edad. Podrían ser incluso coetáneos, pero eso ¿qué más da?

En un banco madero del Parque malacitano, PAOLO ocupaba un lateral del asiento, por la comodidad del reposabrazos. Malagueño de nacimiento, aunque había un abuelo italiano en la familia, por los que sus padres quisieron repetir el nombre de aquel antepasado quien, como el progenitor y más tarde su hijo, se dedicarían a trabajar la madera para la artesana creatividad. La carpintería, actividad habilidosa y artística, que además elabora objetos útiles para las casas, como mesas, sillas, aparadores, armarios, alacenas, cabeceros de cama, muebles de cocina, puertas y ventanas… todo ello para el hogar. Su vocacional habilidad también lo motivaba para la elaboración de juguetes, destacando esas patinetas, movidas con la fuerza motriz del pie infantil, para gozar de la velocidad. Y no olvidaba a las muñecas, que además de los vestidos llevaban el cuerpo de madera, para mejor conservar. Nunca le gustó el plástico para el uso, por su origen petrolero y la falta de tersura y de aroma que la madera siempre nos regala, desde la inmensa riqueza vegetal. 

Tenía instalado su taller en la Carrera de Capuchinos, a medio camino entre la Plaza de la Divina Pastora y Fuente Olletas, en donde trabajaba por encargo echándole muchas horas a la vocación maderera, para agradar. Había días que cerca de la diez tenía que parar, para no molestar a la vecina del primero, doña Alfonsa, que justificaba con energía su necesidad de descansar. 

Su gran amor y compañera era ARACELI, con la que estuvo unido casi tres décadas de buena compañía y felicidad. Pero un mal día, ese viento traicionero que no sabemos quién lo envía a nuestra tranquilidad, se la arrebató con malas artes, para llevarla a ese raro lugar que nadie sabe con certeza dónde está. Esta desgracia ocurrió hacía ya cinco años, cuando con muchos años a su espalda decidió dar el paso jubilar.  Desde entonces, paseos, algún que otro cine y esa paga pensionista, con la que tiene más que suficiente para su modesta necesidad. No tuvieron hijos y todos esos parientes construyen sus vidas, a los que no quiere molestar. Sólo en Navidad, aparecen esos educados contactos, pero son palabras y gestos y nada más. Él se hace la comida, arregla la cama al despertar, compra lo necesario y no deja un sólo día de caminar. 

Sentado en otro banco frontal al de Paolo, otro hombre mayor observaba con tranquilidad la frondosidad vegetal, en tan magnífico lugar. Parterres circulares repletos de flores, pues la primavera hace florecer cualquier lugar, con altos árboles de palmeras, ficus y almensinos para sombrear. Y también los pájaros, destacando las cotorras, no dejaban de alegran el ambiente con sus cantos a modo de orquesta de lo natural. Pero también “acompañaban” las brisas agradables que llegaban del cercano puerto de mar. 

Este jardinero jubilado, con muchas décadas vividas en su historial, tenía por nombre PETRO, que en Ucrania le pusieron al bautizar. Allí desarrolló su infancia y adolescencia y ya en la juventud, el amor de una turista llamada ESTRELLA, española y malagueña, le motivó sin dudarlo la aventura de emigrar. Era técnico electricista, pero además un gran amante de las flores y los jardines, que engrandecen y santifican el reino de lo vegetal. Por este motivo, bien informado, optó a una plaza de cuidador de jardines, pertenecientes a la comunidad municipal. Estrella, estudiante de biología, aplaudía la decisión tomada por la persona a quien quería amar. Así que ella trabajaba en la enseñanza de adolescentes, motivándoles a estudiar el entorno natural. Mientras el apuesto y bien parecido Petro se encargaba de organizar el cuidado del tesoro jardinero en la capital. 

Vivieron felices muchos años, con dos hijos, niño y niña, a los que supieron bien educar. Ella cada día con la pizarra y la tiza, Petro echando una mano con la azada y la manguera, aplicando con mimo su vocación jardinera para las flores cuidar. Y cada fin de semana, cuando el viernes tenía que llegar, aparecía en casa para el almuerzo, con un gran ramo de flores, que tanto él como sus compañeros se habían encargado de bien “alimentar”. Problemas administrativos y solicitantes pretensiosos hicieron que su contrato llegara a un injusto final. Y desde entonces desarrolla un perfecto trabajo en uno y otro jardín particular, en las viviendas de familias acomodadas para el bien pagar.  Se estableció como autónomo, a fin de tener un buen retiro el día que tendría que llegar.  Y así pasaron los años, con esa fascinante labor creativa, para potenciar el ornamento floreal, con el contento de ancianos, niños y familias cuidadosas, de lo mejor que la naturaleza nos da. 

El matrimonio de Petro y Estrella tuvo un buen comienzo, pero el letargo de una larga convivencia fue desvitalizando las necesidades de uno y otro, para mantener la llama de la felicidad, Y un día lleno de nubarrones, Estrella buscó un nuevo destino donde “mejor yantar”. Ahora Petro desarrolla una vida plácida, en donde lo pequeño se hace grande y los colores iluminan la creativa imaginación para el cada día más difícil caminar. En ese dilema de hacer cada día diferente, algo siempre se le ocurre para el buen objetivo alcanzar.

Y en esta mañana dulce de primavera afortunada, la mirada de uno y otro veterano de la vida se identificaron para compartir un poco de amistad. 

“¡Amigo, aquí hay un asiento muy grande que yo, mi nombre es Paolo, apenas lo puedo llenar! ¿Qué te parece si compartimos este este banco de recia madera, ahora casi vacío, y te vienes a mi lugar? Gracias por decirme tu nombre, Petro, es un nombre muy bonito para la aventura de conocer y disfrutar cerca del mar”. Así el carpintero y el antiguo jardinero iniciaron una sencilla pero reconfortante amistad. Quedaron, después de mucho hablar, para mañana en LA SACRISTÍA, por la zona del Soho, una cafetería muy cómoda, para tomar café y algo pastelero. Petro quería invitar. 

Y así, un día tras otro, fuera mañana o tarde, daba igual, los dos amigos “combatían contra una situación tan desagradable, como es la acre soledad. 

Pero una tarde, Paolo no acudió al lugar de encuentro habitual, los jardincillos iniciales del Parque Sur junto al puerto, menos mal que el teléfono sonó para la tranquilidad. Todo era una cuestión de un fuerte resfriado, de esos que hacen muy difícil el respirar. Eran cosas propias de la edad. A la casa de Paolo Petro se prestó ir a visitar. Apareció con unos dulces de APARICIO, para tener con bien merendar. Otro día fueron a ver una película de vaqueros, de la América del mar allá. Salieron contentos y felices, como dos niños pequeños, del tanto disfrutar. Así es la vida de muchos jubilados. todos con avanzada edad. Que los días se hacen bien largos, tiempo que no es fácil de llenar. 


Y un día los dos amigos se dijeron en la Sacristía ¿por qué no juntar nuestras vidas, pues ya casi en los ochenta es un buen paso para dar. Ahorramos en gastos y problemas de papeleos, multiplicando la necesaria y saludable felicidad. Y así se fueron a vivir juntos, formando un grato hogar dual, en el que todo lo compartían y se ayudaban en lo demás. Organizaban paseos y salidas, ordenaban y limpiaban cada cosa en su lugar. Juntos iban a la compra y se intercambiaban los días para cocinar. 

Como no podía ser de otra forma, el tiempo que avanzaba afectó a sus vetustos cuerpos, en achaques, desmemoria y en la forma de caminar. De esta forma los Servicios Sociales del Ayuntamiento les buscaron acomodo en una residencia para mayores, en donde bien atendidos pudieran descansar hasta el final. 

Esta es una preciosa historia, en la que dos almas solitarias, encontraron la ayuda necesaria, para compartir el tesoro de la amistad. Paolo y Petro asociaron sus voluntades, para sentirse mejor en su respetiva situación particular. El sol los iluminó con ternura en ese cada día más lento caminar. Los dos buenos hombres aprovecharon los últimos años que el destino nos permite recorrer, para poder decir ese adiós agradecido a la Tierra, buscando la inmensa y desconocida eternidad. –

 

 

PAOLO Y PETRO

 

 

                                     José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 3 de octubre de 2025

EL RECORDADO TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

Todas las personas conservamos, en los misteriosos estantes de nuestra memoria, infinidad de recuerdos. Algunos aparecen como “neblinosos”, a causa del avance inexorable del tiempo. Otros se mantienen con una nitidez y fortaleza “imborrable”. La mayoría, fluyen con una intermitencia variable u ocasional, según las épocas y las circunstancias de nuestras vidas. En ese inmenso archivo de recuerdos encontramos alegrías, indiferencias, curiosidades, tristezas, sorpresas o nostalgias. Aceptamos la evidencia de que “viajar” hacia atrás es imposible, por las leyes aritméticas del tiempo, pero siempre nos queda esa ilusión, frustración o deseo de haber podido cambiar, en lo personal, no pocas decisiones que al paso de las hojas del calendario consideramos hoy como desafortunadas o erróneas. En este contexto se inserta nuestra historia de este viernes, para cuya construcción necesitamos la ayuda generosa de la memoria.

España a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, lógicamente en la vigésima centuria. La imagen de MÁLAGA era bien diferente que la que hoy ofrece al mundo. Con sus carencias y realidades, era una ciudad entrañable, incardinada en sus tradicionales costumbres y menos “invadida” por los turistas foráneos. Los niños jugaban mucho más por las calles y plazuelas y no gozaban de los bien construidos parques infantiles que hoy florecen por cada barrio o jardín. La imaginación era un arma poderosa para aquellos niños que no tenían grandes juguetes para el disfrute. Cualquier objeto podía transformarse, en las mentes infantiles, en inesperadas recreaciones para reír y disfrutar.  La vecindad comunal se llevaba de manera aceptable y fraternal, aunque no faltaban sus naturales rifirrafes que bien pronto quedaban en la nada. La radio era la distracción fundamental para las personas adultas, destacando los seriales escenificados, con esas novelas lacrimógenas que tanto agradaban a los radioescuchas. La prensa se voceaba en las calles. Y en los lugares muy transitados por los peatones, aparecía la figura convincente del charlatán, que con sus habilidades expresivas vendía artilugios de plástico colorido, muy útiles para el hogar. 

Eran numerosa las antiguas casonas que, por necesidad e intereses económicos, eran divididas en pisos, habitáculos muy reducidos, en los que vivían (con muchas estrecheces de toda índole) modestas familias, que pagaban una renta de alquiler también muy asumible. Eran frecuente que estos pisos antiguos careciesen de servicios básicos para la comodidad, como ascensores, cuartos de baño, terrazas a la calle, cocinas (en donde poder moverse). Compartían los servicios de WC y el lavadero, que estaba en la planta baja, utilizados por las mujeres para lavar la ropa, turnándose con el lebrillo de barro cocido y el pilón del agua (normalmente un gran bidón) en el que se echaba las cenizas de los braseros, para que hiciese el agua lejía, con la que aclarar la ropa blanca de cama y las camisas del mismo color. En esta compartimentación de las viviendas antiguas, era frecuente que algunos pisos quedasen cerrados, prácticamente sin vistas al exterior, teniendo la oxigenación y respiradero a través de los ojos de patio interiores, por lo que el sol y la claridad apenas entraba y confortaba, haciendo más sombrío y lúgubre la relación cotidiana entre sus residentes.

En una de estas casonas compartidas por varias familias, vivían en el bajo (había dos pisos, en donde residían familias algo más pudientes) una madre con su única hija.

Doña AMPARO, más de sesenta, viuda de un campesino y RAMONA, treinta y nueve, aunque físicamente aparentaba algunos años más por la falta usual de cuidados. Desde hacía más de un quinquenio, habían dejado el pueblo interior en el que nacieron, para trasladarse a la capital malagueña. El fallecimiento de Higinio, marido y padre, impulsó que ambas mujeres buscaran acomodo en una ciudad capital que tuviese mar, un noble anhelo que habían tenido en su humilde existencia. Era la ilusión de vivir en una ciudad alegre” y moderna, en la que había una gran Catedral, con una torre inacabada y antiguas iglesias con festiva devoción santera, muchos barrios densamente poblados, un gran cauce de rio sin agua que atravesaba la ciudad de sur a norte, un turismo incipiente y esa bahía de bellos amaneceres y románticos atardeceres. El gran puerto de mar también era importante, en donde los barcos mercantes cargaban las aceitunas y los cítricos del Valle del Guadalhorce, éste era un rio con agua. La vivienda que habían alquilado se componía de “un salón”, donde tenían la cama para el descanso., una mecedora, varias sillas y una mesa camilla, en donde tomaban el alimento diario.  En uno de los laterales menores, junto a la puerta, destacaba una máquina de coser Singer, que trabajaba accionándose un gran pedal con los pies. Era una casona con varios patios interiores, en uno de los cuales había como una antigua cocina, con su poyete pegado a la pared, hornilla y un infiernillo de petróleo, en donde guisaba doña Amparo. A la izquierda de ese largo poyete, un cuartito (verdaderamente pequeño) de aseo, en el que aparecían un inodoro o retrete, sin cisterna y un pequeño lavabo también atornillado a la pared. Como en tantas otras casas, los inquilinos tenían que lavarse el cuerpo por partes, utilizando una cubeta de plástico blanca, que servía para ponerse de pie y recibir el agua precalentada con tibieza en el infiernillo. La madre siempre vestía de color negro. Cobraba una “escuálida” pensión de viudedad. Completaban el sustento, gracias a que Ramona sabía coser desde su adolescencia (por enseñanza de doña Amparo) y se ganaba la vida haciendo trajes, faldas, camisas y chalecos, para las señoras “bien” y “menos bien”. 

El espacio portuario, casi siempre solitario, salvo en las horas de labor para la carga y descarga, era bien aprovechado por las parejas de novios que se acurrucaban en cualquier rincón, a fin de estar a salvo de las miradas indiscretas y del guardia de turno que podía aparecer para regañar y ordenar el “decoro”. Ese ambiente portuario cambiaba cuando llegaba un barco de la marina estadounidense, los cuales alegraban con sus dólares y sus deseos sexuales el letargo rutinario de la antigua ciudad. Precisamente en una tarde de paseo con una amiga, también dedicada a la costura, Ramona conoció a BRANDO, un fornido piloto aéreo americano, que tenía el capricho o el objetivo de enamorar a una española, ya que su madre, varias veces divorciada, era de origen malagueño, pues había emigrado a los EE. UU. con su familia en los años veinte.  El piloto, persona impetuosa y tenaz, con un dominio aceptable del idioma castellano, tenía que aprovechar esos diez días en los que el portaviones Dédalo iba a estar anclado en las aguas mediterráneas malacitana. Ramona y Brando salieron “cuatro tardes” ante la emoción de doña Amparo de poder ver a su hija bien casada, para lo que rezaba, casi a diario, a Santa Gema, en la iglesia próxima de los Mártires. Brando estaba dispuesto a casarse con aquella moza, algo entrada en carnes, pero con buena edad para el disfrute y tener descendencia. “Tienes que venirte a América. Yo te preparo los papeles y el billete de avión. Poco a poco te irás acostumbrando al tipo de vida de los Estados Unidos”.  Para Ramona, que todo un piloto americano la quisiera por esposa, ella que no había significado nada en el pueblo de donde procedía, era un mágico sueño, un verdadero milagro, que parecía inalcanzable para una vida tan modesta, anónima y sencilla como la suya. Pero estaba el problema de doña Amparo. El americano opinaba que, dada la edad de la señora, lo más conveniente era ingresarla en una residencia para personas mayores. Que algún día viajarían a Málaga, para que ella pudiera visitar a la madre que le dio la vida. Obviamente, no quería “cargar” con la buena señora. 

Ramona estaba sumida en un mar de confusiones. Por una parte, pensaba en su madre, que la había protegido y querido durante toda su vida. Por otra parte, “brillaba” ese amor casi imposible al que todas las personas aspiran, para poder formar una familia. Y la decisión tenía que ser rápida, porque Brando se marchaba en el portaviones Dédalo en unos días. Hubo sofocos y lloros. En la noche previa a la despedida, Ramona le dijo a Brando, entre lágrimas, que no podía abandonar a su madre. Que lo sentía mucho, pero que era su forma de pensar. Se despidieron con un beso, junto a la brisa del mar y el fulgor de las estrellas, blanqueando el azul oscuro de la noche. No concilió el sueño en el camastro donde dormía junto a su madre, quien también lloraba en el silencio de la conciencia y el corazón.


Nunca más supo del alto, fornido, rubio y vital Mark Brando. Siempre, día tras día, a lo largo de los meses, esperó esa carta con remite estadounidense, que estuviese llena de esperanza para darle un sentido a su vida. Pero el cartero pasaba de largo por la puerta de la casona, sin preguntar por Ramona. La modista pedaleaba con su vetusta Singer, cosiendo esos vestidos que le permitían comer junto a doña Amparo el sustento diario. Pero en su mente y cuando hablaba con alguna vecina o amiga, siempre sacaba a relucir la historia del piloto de avión que un día la quiso como esposa, pero la vida y la conciencia no permitió esta unión que la hubiese colmado de felicidad.  Idílica unión de un apuesto y caprichoso piloto aéreo americano y una humilde modista “malagueña”, que vivía y trabajaba en el bajo interior de una casona repartida entre vecinos, con vistas a un patio interior en el que apenas llegaba un escuálido rayo de sol, durante unos minutos al día. 

El tren de la oportunidad había pasado por la estación vital de Ramona. Ella tuvo importantes razones de conciencia para no montarse en uno de sus vagones. Durante el resto de sus días nunca olvidó a ese “guapo” piloto, con el que podría haber viajado a un mundo bien diferente del que la vida le había asignado.  Pero el destino tiene sus razones y caprichos, que no siempre son generosos o lógicos. Ramona siguió contando, a quien se prestaba escucharla, esta romántica historia imposible. 

 

 

 

EL RECORDADO

TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

 

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Viernes 03 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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jueves, 25 de septiembre de 2025

ESCRIBIR EN TIEMPOS CONVULSOS



Conocemos que grandes escritores elaboraron sus mejores obras literarias cuando sus vidas estaban sumidas en graves problemas. Se razona esta relación entre el bien escribir y el sufrimiento vivencial por esas carencias o dificultades en sus vidas, que agudizaban y propiciaban el ingenio y la calidad creativa de esos importantes autores. Sea como fuere, parece cierto que los momentos de “flaqueza” el componer historias puede ser eficaz como terapia anímica y brillantez intelectual. En este contexto introductorio se enmarca nuestro semanal relato. 

Pueden citarse muchos momentos especialmente dolorosos en las vidas de las personas: fracasos sentimentales; graves accidentes; crisis económicas; resultados negativos en las oposiciones; enfermedades de difícil curación; infidelidades familiares; pérdida de libertad; vacíos creativos en la cultura; desilusiones intensas; etc. Pero, sin duda, el dolor producido por la pérdida de un ser querido. Todo lo demás puede tener algún tipo de solución. Pero cuando una vida se nos va, no encontramos soluciones compensatorias. Al menos, a corto plazo. Compartimos una primera historia.

DAVID Almansa llevaba tres meses de casado con IRINA Arias. Había conseguido un pequeño piso de alquiler, en los aledaños del Castillo de Málaga. El piso tenía unas excelentes vistas sobre la bahía malacitana. Desde cualquiera de las ventanas del inmueble. La terracita estaba introducida en el salón, para conseguir un mayor espacio en la sala de estar. Los propietarios, un matrimonio inglés de avanzada edad, Marian Robert, había residido más de tres décadas en su vivienda, un 2º A sin ascensor. Habían concertado con el joven matrimonio un alquiler especial: 450 euros mensuales. Si en algún momento los inquilinos deseaban quedarse con la propiedad de la vivienda, le serían descontadas del precio las mensualidades pagadas. Una verdadera ganga, con la única dificultad de tener que recorrer un largo espacio desde el Camino del Calvario para llegar al piso. Pero el joven matrimonio gozaba de felicidad y buena salud para llenar de pasos el tiempo

El destino siempre tiene sus propias decisiones y no siempre son afortunadas, sino harto crueles. Un pequeño error de conducción puede magnificarse y ser extremadamente lesivo. Incluso mortal. Le ocurrió a Irina, cuando en la acera esperaba la llegada del bus. Inconscientemente, dio un paso hacia la calzada y un autobús que iba “con prisas” y muy pegado a la baja acera “se la llevó por delante”. El muy desgraciado accidente había cercenado dos vidas. La de la joven esposa y la de su querido compañero de vida, David. 

Todo fue tan rápido, drástico e inesperado, que el desconsolado celador del Hospital Clínico se tuvo que poner en manos de los especialistas. Su ánimo estaba arrasado, hundido fatalmente en la miseria. En el centro hospitalario donde trabajaba se le trató de ayudar unánimemente, desde los compañeros de labor, hasta el director de salud mental y el equipo de psicólogos y psiquiatras. 

Curiosamente fue el Dr. Fernando Vences, especialista en medicina interna, profesional joven e imaginativo, pidió a David compartir un café en la cafetería del centro médico. Hablaron durante un largo rato. Vences le narró un problema que había conocido en el ámbito de su propia familia. Una prima con su pareja, también recién casados e intensamente enamorados. 

“Mi querida prima Yoli, estaba embarazada, encontró un poco de oxígeno anímico a su drama. ¿Cómo lo hizo? Escribiendo cariñosas cartas de amor a su compañero ausente, al que había perdido no por accidente sino por una enfermedad cruelmente rápida. Cada noche escribía su misiva, alrededor de una página, narrándole cómo había ido el día, en el súper en donde trabajaba, con las anécdotas subsiguientes. Sus tareas en la cocina, para el almuerzo y la cena. Por supuesto, la evolución ilusionada del embarazo para la niña que “crecía” en su seno. Lo que pensaba hacer para el día siguiente. O esa blusa o zapatillas, que había visto en el Dunnes Stores, a precios irresistibles. Esta terapia de la comunicación le había ayudado mucho. La niña AURA nació felizmente. Esta actitud fue un buen acicate para continuar la lucha por la vida.

Algo sorprendente fue (según comentaba el Dr. Vences) fue que Yoli, ordenando la mesa que utilizaba su pareja descubrió una carta, encastrada en la caja del cierre. En su contenido, Claudio, viendo llegar su final, se despedía de su mujer, con un inmenso cariño y consuelo, ofreciéndole los mejores consejos para su nueva vida sin él. Le decía que debía rehacer su vida, con un hombre bueno y que desde donde él estuviera le seguiría enviando su cariño y amor infinito.

Yoli sigue escribiendo por las noches y tiene enmarcada la carta de despedida de su amor Claudio. Tengo que añadirte que en el súper hay dos compañeros de trabajo que piensan en ella casi de manera continua… Todo llegará”.  

Es obvio existen inteligentes hábitos, que bien organizados pueden ser en sumo útiles como eficaz terapia para esos tiempos nublados o alterados que a todos nos afectan en la vida. 

COMPARTAMOS otra historia. 

JULIA, 42, trabajaba como administrativa en una notaría de gran prestigio y clientela, situada en calle Granada, a dos pasos de la muy conocida Larios, en la capital malacitana. No había formado familia y seguía conviviendo con su madre AMELIA, una señora mayor, antigua matrona del Hospital Materno Infantil. El carácter de esta mujer, desde la infancia se había caracterizado por su timidez. Tenía tendencia al sobrepeso y a la debilidad de carácter. En la enseñanza secundaria, sus compañeros le habían puesto el cruel mote de “la gorda del moño”, por su anatomía corporal y forma de peinarse. Trataba siempre de evitar los conflictos y los enfrentamientos, tanto lo escolare, la vecindad y posteriormente en el desempeño laboral. Otro de los apelativos que le adjudicaban era “la corta”. Ese bullying lacerante e inhumano. 

 En la notaría tenía tres compañeros. Dos de ellos, Rosa y Daniel, no eran especialmente amables con ella. En cuanto a Nazario, era más cuidadoso en el trato hacia la compañera. El jefe, don CIPRIANO, 55, notario colegiado. Era un jefe muy exigente para con todos. Se enfadaba mucho ante cualquier error (documentos mal clasificados, folios grapados en desorden, llamadas telefónicas perdidas y especialmente con algún lapsus ortográfico. Se dirigía a Julia como la Srta. Ortiz. 

Cuando finalizaba su horario, a las 20 horas, se sentía muy cansada físicamente, pero también desanimada por haber tenido que “tragar, sapos y culebras” con los compas, con don Cipriano y con aquellos clientes que se mostraban inamistosos cuando, en su opinión, no habían sido atendidos con la deferencia que merecían, pues eran “los que pagaban”. 

Una mañana, cuando Julia salía a desayunar, Nazario se ofreció a acompañarla. Quería entablar unos minutos de conversación. Pero cuando apenas habían iniciado esas palabras amables, una llamada de Daniel por un asunto urgente tuvieron que apresurar la vuelta al despacho. Al menos les había dado tiempo para quedar el sábado por la tarde, a las 7, para tomar algo y tal vez la posibilidad de cenar juntos. En el restaurante La Caracola compartieron una cena muy agradable, porque uno y otro necesitaban comunicar, por sus respectivas circunstancias. Nazario, 53, estaba divorciado desde hacía años. “Era lo mejor para ambos. Cuando dos seres se sienten infelices juntos, lo mejor para la sensatez es que cada uno de ellos busque nuevos caminos para construir sus vidas”. 

“Me vas a permitir que te hable con claridad y franqueza. Llevamos juntos en la notaría y prácticamente nunca hemos intimado en lo personal. En mi opinión, sufres en demasía la actitud y el trato de los demás. Seguro que, en tu vida, eres muy joven, ha habido personas que han sido más generosos y fraternales contigo, Eso es lo verdaderamente importante. Te propongo que, en los momentos depresivos y de decaimiento en lo personal, escribas. Desahógate con franqueza y justicia. Después de escribir, encontrarás mucha paz y sosiego. Es como si estuvieras hablando contigo misma. Analiza errores y aciertos. Y acude a tu imaginación para proyectar sendas ilusionadas que te propongas emprender. Te confieso que yo hago parecido, cuando me siento mal por la soledad, por la rutina o por los errores y aciertos que he podido ser partícipe durante el día”. 


Fue una noche, sencilla, encantadora, feliz. La proximidad al mar y el rumor de las olas dibujaron una escenografía en la que ambos compañeros de trabajos se sintieron avanzando en la amistad y en la cálida proximidad. Esos encuentros sabatinos se fueron repitiendo pues ambos necesitaban el valor de la comunicación y la amistad. Julia se sentía, después de mucho tiempo, ilusionada y aceptada en su sencilla naturaleza. En uno de esos encuentros, Nazario le pidió la confianza de poder conocer alguno de esos escritos que ella aseguraba hacer en muchas de las noches, antes de irse a la cama. Julia le trajo cuatro hojas, como ejemplo de esas reflexiones escritas. Nazario quedó asombrado al comprobar que bel protagonista de los párrafos por ella redactados era él. La realidad es que ella se sentía “arropada”, respetada, querida, por una buena persona que la superaba en edad. Pero esa notable diferencia cronológica servía a uno y a otro para complementar muchas de sus carencias. 

Han pasado los meses. Julia sigue escribiendo. Ahora lo hace en casa de Nazario. Allí conviven, junto a su madre, doña Amelia, señora que su discreción, ve a su hija notablemente cambiada en su situación anímica, compartiendo la vida con alguien que la quiere y necesita. Todas las noches, Julia no deja de escribir su reflexión acerca de los contrastados avatares que componen la difícil aventura de vivir, -

 

 

ESCRIBIR EN TIEMPOS CONVULSOS

 

 

                José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 26 septiembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 19 de septiembre de 2025

LA HABITACIÓN 317

 


En la época de la inmediatez y la eficiencia informática pueden acaecer errores importantes, casi siempre atribuidos a las limitaciones humanas. Estos errores generan hechos y situaciones que al paso de las horas resultan muy problemáticos para las personas implicadas en los mismos. También es verdad que las casualidades tienen su protagonismo en esos conflictos que difícilmente tienen explicación, como no sea por la influencia del destino que se muestra tantas veces burlón con las voluntades humanas. Pero los hechos absurdos suceden y es necesario afrontarlos con sabia e inteligente racionalidad y generosidad. En este contexto introductorio se desarrolla nuestra semanal historia. 

Eran aproximadamente las 20 horas de un sábado primaveral de junio. Un cliente que rodaba su trolley gris plata de medianas dimensiones entraba en las instalaciones del HOSTAL EL CARDENAL, ubicado en el centro antiguo de la ciudad del rio Tajo y el pintor El Greco. Toledo se encontraba en esos días inmerso en las populares fiestas anuales del Corpus. Ante el mostrador de recepción se presentó como TRIANO Salazar, indicando que tenía reserva de una habitación doble de uso individual, gestión que había realizado la tarde anterior a través del móvil. Efectivamente el recepcionista, ENRIQUE Hinestrosa comprobó la reserva, por lo que se dispuso a fotocopiar el DNI, indicando a su interlocutor que le entregaba la habitación 317, la única que aún quedaba libre en ese sábado de fiesta. Quiso la casualidad del destino que, cuando Triano estaba recogiendo el pequeño sobre con la tarjeta electrónica para abrir la puerta de su habitación, llegase al mostrador de recepción otro cliente, que esperó prudentemente a que finalizara la gestión que el profesional hotelero realizaba. Triano consultó en el sobre de su tarjeta los horarios básicos del desayuno y resto de comidas, dirigiéndose a continuación a uno de los dos ascensores, acompañado de su trolley que tenía dificultades de rodaje en una de sus cuatro ruedas.

“Buenas noches. Mi nombre es ALONSO Alcubilla, procedo de Málaga y tengo reserva para esta noche”. El recepcionista, mostrando una cierta extrañeza en su asténico rostro, tecleó su nombre y observó la pantalla de su ordenador. Con profunda seriedad respondió al cliente que mostraba también una imagen de franco cansancio. “Sr. Alcubilla, el ordenador me indica que la concesión de plaza que se le había otorgado aparece como anulada”. El operario siguió tecleando, tratando de buscar una explicación a este insólito hecho que se le estaba presentando. “Vd la solicitó ayer viernes por la mañana, pero por algún error del teclado o de la aplicación, aquí figura como anulada una hora después de la concesión. Esa habitación libre, en la tarde de ayer quedó reservada a través de Booking para el cliente que habrá visto ante el mostrador hace unos minutos y que ya ha subido a la única habitación que quedaba libre, la 317”. El sofoco quedaba reflejado en el rostro afilado del recepcionista de mediana edad. “Es la primera vez que me ocurre un hecho de esta naturaleza. No me lo puedo explicar.” 

Era un caso humanamente problemático. En el Cardenal no quedaban más habitaciones libres esa noche. Probablemente ocurriría lo mismo en la mayoría de los hoteles de la ciudad, por motivo de las populares fiestas. Posiblemente algún gesto involuntario con el teclado había provocado el grave error de anular una reserva de habitación injustificadamente. El recepcionista Enrique pensaba que tal vez el error pudo cometerse en algún momento en el que habría numerosa clientela ante el mostrador. En consecuencia, se tuvo que armar de valor para explicar al cliente Alonso Alcubilla la desafortunada situación en la que se hallaban. Para colmo era sábado, un día de muchas entradas en los establecimientos hoteleros. 

Con gran enfado Alonso respondió: “Y no me pueden hacer un hueco? Desde luego no me pueden dejar en la calle. No olvide que tengo mi concesión en el móvil”. En ese momento de intensa tensión, acertó a pasar por recepción el director del establecimiento, FELICIANO Santillana, quien se acercó al mostrador al escuchar la discusión que subía de tono, por la actitud del cliente defraudado. Tomando conciencia de la situación intervino, tratando de apaciguar los ánimos. 

“Cálmese, Sr. Alcubilla. Una situación tan poco frecuente nos ha pasado. Llevamos en toda la ciudad unos días muy ajetreados con motivo de las fiestas del Corpus. Un fallo humano, desde luego muy infortunado, todos lo podemos cometer. Y le pedimos sinceras disculpas por este mal rato que le estamos haciendo pasar. Vamos a ver que se puede hacer, con todo el hotel al completo. ¿Quién tiene la 317, la última habitación ocupada?” “El Sr. Triano Salazar. Es habitación doble de uso individual” respondió el recepcionista. 

Ambos profesionales se miraron y de inmediato se dirigieron al cliente Alonso “¿Aceptaría compartir habitación con el Sr. Salazar, siempre que éste estuviera conforme a esta nueva situación? Por supuesto que el hotel les compensaría el prejuicio de alguna forma, por ejemplo, con la cena de esta noche que les resultaría gratuita”.

Alonso Alcubilla, perito tasador de seguros, con el cuerpo y rostro muy cansado, tras unos segundos de duda, movió la cabeza afirmativamente. “Si no hay otra solución mejor, pues adelante. Estoy muy cansado porque el trabajo durante el día de hoy ha sido muy intenso. No tardaré en irme pronto a la cama” ¡Estupendo! musitó el director Feliciano Santillana. Pronto estaba Enrique el recepcionista llamando a la habitación de la tercera planta. Al fin Triano pudo atender la llamada, ya que estaba saliendo de la ducha. Se le rogaba que a la mayor premura bajase a salón de recepción para plantearle una petición. 

La espera fue tensa, aunque Feliciano trataba de animar a Alonso interesándose por la profesión y circunstancias del perito tasador. 

“He venido desde Málaga, en donde resido, para un asunto que he de resolver en Burgos. Después tengo que pasar por Salamanca. Utilizo el vehículo de la empresa para estos desplazamientos en cadena. He conducido durante muchos kms. Incluso he tenido que parar en Jaén para saludar a un compañero de empresa que ha sufrido una pérdida familiar. Todo ello conduce a que el cuerpo me pida descansar. Y no me esperaba, en absoluto, encontrarme en esta peculiar y desagradable situación”. 

Vestido informalmente, apareció Triano Salazar, 39, caminando desde el ascensor. Se le planteó de forma escueta el conflicto por el error informático que se había generado, con la habitación 317. Estuvo bastante serio escuchando la petición que se le hacía. Breves segundos de reflexión y al final este actor de teatro, no muy famoso, aceptó la proposición. “No le voy a dejar en la calle, Sr. Alcubilla. Por fortuna las camas están separadas. No ha de preocuparse, pues están separadas. (todo ello dicho con un poco de sorna). Santillana respiró aliviado. Les indicó que ambos podían pasar a cenar cuando deseasen, a cargo de la empresa. El comedor buffet estaba abierto hasta las 11. Alcubilla dio efusivamente las gracias a su compañero de habitación. Viéndole tan cansado (su DNI indicaba que estaba por los 51) Triano se ofreció a llevarle el trolley y enseñarle la habitación. 

Los dos comensales compartieron mesa para la cena y esa información propia de dos personas que acaban de conocerse. Triano comentó acerca de sus actividades escénicas. Volvía a Madrid tras visitar a un familiar en Almería y pensó en descansar la noche del sábado en Toledo, una ciudad que siempre le había encantado, a fin de recorrer la parte antigua de la ciudad del Tajo ese domingo y disfrutar de sus rincones con encanto. El lunes conduciría hasta Madrid, en donde preparaba, junto a un nutrido grupo de actores, una obra dramática EMMAque se iba a representarse a partir del septiembre en el Lope de Vega. Era la primera vez que compartía una habitación y, en este caso, con un compañero prácticamente desconocido, por un travieso error informático.

Alonso le explicó que, por la naturaleza de su oficio, tenía que hacer mucha carretera, ya que los asuntos importantes de peritaje le hacían tener que acudir a lugares muy diversos, a la mayor brevedad posible. Su destino era Salamanca, pero tenía que descansar y consideró que era mejor quedarse en una ciudad histórica, como Toledo, evitando el bullicio estresante de la capital de España. El domingo por la mañana pasearía también por el entorno antiguo de la ciudad de El Greco y después del almuerzo tomaría el volante hasta la ciudad del Tormes. 

Tras los cafés “descafeinados” que saborearon se dispusieron a subir a la habitación. Alonso se dio una reconfortante ducha, yéndose pronto a la cama, mientras que Triano ojeaba unos dossiers de la obra que esta preparando. Sobre la 1 de la madrugada, Alonso se despertó sobresaltado. En su somnolencia escuchaba una fuerte voz en el cuarto de baño. Era la de su compañero de cuarto Triano, quien declamaba algunos pasajes del libreto argumental de la obra que estaba preparando. Por alguna razón, no se sabía muy bien algunas partes de su papel, por lo que repetía las mismas largas frases, una y otra vez. El tasador de seguros se preguntaba con los ojos medio entornados “este hombre ¿cuándo duerme?”. Como Triano seguía con su recitado, Alonso se tapó la cabeza con una de las almohadas, para intentar volver a conciliar el sueño.

Sobre las tres y pico, Triano se había levantado de su cama para beber agua e ir a los servicios. El ruido del pequeño frigorífico y los del cuarto de baño volvieron a despertar a Alonso. Parece ser que al actor le había sentado mal algo de lo que había tomado durante el día. Los sonidos fétidos procedentes del baño, a modo de tronera gaseosa y los intentos con la cisterna para arrastrar los sedimentos orgánicos eran incompatibles con el sosiego necesarios para el bien dormir. Desde luego que los aromas que procedían del pequeño habitáculo para el baño eran del todo poco agradables. Otra vez se cubrió la cabeza con el almohadón, hasta que al fin pudo retomar su interrumpido descanso. Cuando el actor volvía a su cama, observando que su compañero se cubría la cabeza con dos almohadas, considerando que lo había despertado, se disculpó con una frase emblemática: “Perdóneme, compadre. Es que algo me ha sentado mal y tenía fuertes necesidades de “mayores”.

Parecía que la noche recuperaba su calma, cuando a las seis de la mañana el paciente y sufrido Alonso creyó, en sueños, estar dentro de algún templo religioso de naturaleza budista o hindú. Escuchaba unas jaculatorias, letanías o rezos que con sus repeticiones volvieron a despertarle. Sacó la cabeza debajo de la colcha que también lo cubría y percibió un fuerte olor a “pachuli” y a otras esencias embriagadoras, las cuales inundaban la cargada atmósfera de la no muy espaciosa habitación. Una gruesa vela de cera roja, a modo de fálico mástil naviero, iluminaba desde el suelo el pequeño hall de entrada a la habitación. Asustado, pulsó la lamparilla de la mesita de noche. El lecho de Triano estaba deshecho y vacío. Entonces se incorporó de su lado donde “dormía” y vio al extraño compañero cubierto sólo con una camiseta blanca y un sleeps con estampados diversos de naturaleza sexual, que estaba sentado sobre una toalla de baño, extendiendo sus brazos sobre el velón encendido. Parecía estar como “poseso” porque no cesaba de repetir la misma jaculatoria de lenguaje desconocido, con los ojos “afilados” bien abiertos, aunque de inmediato y moviendo los brazos lo animaba a unirse a esos exotéricos cantos monocordes, probablemente pertenecientes a religiones del oriente asiático. Los rezos incrementaban el volumen de una voz emocionalmente tensionada hasta el éxtasis. De inmediato, el orador dio como un salto, a modo de pantera, incorporándose desde el suelo, ante el críptico pánico del tasador de seguros. Se acercaba pausadamente a su cama, moviendo los brazos ostensiblemente y elevando las piernas huesudas, cuyos pies, calzados con chanclas indias de material, al pisar con fuerza el parquet de madera percutían con sonidos graves y terroríficos.

Sin poder controlar el miedo que le aterraba, el perito tasador de seguros salió corriendo escaleras abajo, con un ceñido pijama de color trigo degradado y unas alpargatas de paño marrones a cuadros, regalo de su tía Jacinta. Dio un par de resbalones por la escalera, el último de los cuales le hizo entrar en la sala de recepción desplazando velozmente sus nalgas sobre las losetas barnizadas de cerámica castellana, con los pies al aire, ya que las alpargatas de paño habían salido “volando” con el impulso, hasta ser relanzadas por el mostrador de caoba marrón, “tomando tierra” en la oronda cabeza de Enrique Hinestrosa, que hacía guardia esa noche de sábado. Al ver aquella fantasmagórica aparición, alpargatazo incluido, dominado por el miedo dio un salto desde su sillón donde dormitaba plácidamente. Sólo acertó a decir ¡Cálmese, Sr. Alcubilla! ¿Ha tenido Vd. un mal sueño? Alonso, presa de los nervios, apenas podía explicar la terrible experiencia que acababa de sufrir en la 317. 


Cuando al fin pudo narrarle el comportamiento del compañero de cuarto, el recepcionista acompañó al Sr. Alcubilla hasta la habitación de la tercera planta. Entraron y vieron que Triano estaba de nuevo encerrado en el baño, mientras el olor a pachuli se mezclaba con los aromas fétidos que seguían emanando desde el lavatorio. La vela de cera roja aún permanecía encendida, encima de una de las toallas del cuarto. Alonso metió sus enseres, a ritmo legionario, en su trolley, saliendo a toda prisa con el pijama aún puesto. En los aseos se pudo cambiar el pijama por el traje gris que llevaba puesto cuando llegó al hotel. Se despidió de Hinestrosa, quien le aseguró, tras rogarle sentidas disculpas, que daría parte al director Feliciano Santillana, acerca del extraño comportamiento del cliente Triano Salazar. Eran las 7.25 de la mañana de domingo. Alonso dentro de su Peugeot, le “dio todo gas al motor” apretando con toda su fuerza el pedal acelerador. Perjuraba que nunca más, por nunca jamás, aceptaría un compañero de cuarto en una habitación de hotel. 

Como era domingo, el comedor para el desayuno fue abierto a las 8:30. A las nueve en punto apareció sonriente Triano por la sala de recepción. Llevaba una bolsa de plástico en la mano izquierda. Preguntó por su compañero de cuarto. Enrique le explicó que había tenido que ausentarse urgentemente por motivos personales. “Entonces aquí les dejo las alpargatas, muy chulis y “olorosas”, que se ha dejado en la habitación” “¿Piensa Vd quedarse también esta noche? Por supuesto”. Enrique Hinestrosa pidió al servicio de camareros que le subieran una taza de tila desde el comedor. En su interior pensaba “Hay clientes especialmente difíciles para la convivencia”. –

 

LA HABITACION 317

 

 

          José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTA

          Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

          Viernes 19 septiembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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