jueves, 27 de noviembre de 2025

UNA MAÑANA ENTRE FLORES

 


Era un soleado domingo de primavera. La familia Cerrada-Carretilla, integrada por don ZOIDO Y doña CONSTANZA, deseaban aprovechar bien la luminosa mañana dominical, junto a sus hijos JAIMITO, BERTIN y CLAMIA, 10, 8 y 6 años. El padre se autocalificaba profesionalmente como agente comercial colegiado, aunque con lo que realmente ganaba el sustento era actuando como intermediario, entre las personas que querían comprar, vender o alquilar una propiedad residencial. Colaboraba, buscando clientes, con la Inmobiliaria PARASOL, a la que cargaba porcentajes de ganancia por sus hábiles e interesantes gestiones, que le permitían vivir sin estrecheces e incluso poder gozar de una o dos semanas de relajante turismo, preferentemente insular.

En principio sopesaron echar una mañana de playa, inaugurando la temporada, pero el fuerte viento de levante les aconsejó posponer la propuesta para otro domingo. Este día de fiesta tampoco “abría” el IKEA, “tabla de salvación” para familias aburridas, que tienen dificultad para encontrar distracción. Tampoco era factible una salida senderista, pues a doña Constanza sus problemas óseos le producían rozaduras y dolores, cuando la caminata era de mediana o larga distancia y el sol castigaba con generosidad. Entonces don Zoido sugirió una “vegetativa” opción, que exigía un limitado o razonable esfuerzo al margen de contingencias imprevistas.  

“¿Y por qué no ocupar la mañana visitando un vivero de plantas? Me han hablado muy bien de uno que está instalado en el pueblo cercano de ALHAURIN EL GRANDE. Me comenta mi amigo Ambrosio que ocupa una gran extensión de terreno, con diversos patios dedicados al cultivo y venta de preciosas plantas, tanto de interior como de exterior. No faltan tampoco los árboles frutales. Hay piezas de adorno para jardines, terrazas y lugares emblemáticos de los domicilios. Todo ello montado con un estilo moderno, profesional y verdaderamente espectacular. Las bien organizadas instalaciones, permitan a los visitantes llegar hasta la puerta con su automóvil. La empresa ofrece con servicios complementarios, como restaurante, bar, panadería, confitería y objetos de regalo. En resumidas cuentas, dice que es el mejor criadero vegetal de Málaga y de otras muchas capitales de provincia. Se denomina VIVEROS GUZMÁN. Lleva funcionando hace muchos años, por lo que han ido aplicando reformas y comodidades, como un suelo bastante cómodo para el paseo y el goce de todo un paraíso vegetal”.

Tras esta muy documentada exposición del “cabeza de familia”, la familia Cerrada-Carretilla tomaron el desayuno, “arreglándose” después con el fin de no “desentonar”, pues era domingo, el día en la gente bien cuida su vestimenta con decoro, vayan a donde vayan. 

Una vez que don Zoido, doña Constanza y sus tres hijos llegaron al gran vivero, comprobaron (eran las 10:45) que ya no era fácil aparcar en la zona acotada para los vehículos. Estaban prácticamente todas las plazas ocupadas y no era cosa de dejar el coche cortando la salida de otros vehículos. Entonces Zoido, como todos los conductores que seguían llegando, tomó el camino hacia arriba de la carreterita, ya que los coches se iban estacionando en la cuneta de la no ancha calzada, ocupando lógicamente parte de la misma. Ya, en una curva, pudo encontrar un hueco en el arcén. Pero al bajar del vehículo tomaron conciencia de que tenían que hacer un largo paseo hasta alcanza la puerta de entrada al recinto. De inmediato doña Constanza puso el grito en el cielo, al ver la distancia que los separaba del vivero. La caminata iba a llevar sus minutos, especialmente con personas de mediana edad que no están habituadas al senderismo. Hacía calor y los perfumen que se habían echado se volatizaron de inmediato. 

Al fin alcanzaron la señorial entrada, entre resoplido y resoplido. La imagen que tenían ante su vista era verdaderamente espectacular.  Numerosos grandes patios, unos totalmente abiertos, mientras otros estaban techados y dedicados a las plantas de interior. La decoración elegante y bien pensada. No sólo se exponían miles de macetas y macetones, sino también figuras para adornar los jardines y el interior de las grandes mansiones, con los más diversos y divertidos motivos.

Como era domingo, habían acudido una gran cantidad de visitantes (lo indicaba los vehículos bien o mal aparcados). Muchos de los clientes habían cogido carritos metálicos, que se encontraban en la entrada del complejo floral, con el buen sentido de poder echar en los mismos las macetas y macetones que iban eligiendo, aunque otros se “hacían los fuertes” llevando en sus brazos las unidades florales que iban eligiendo para su compra, A tenor de sus rostros, el peso de las macetas era elevado. 

Doña Constanza comenzó a quejarse de sus pies, a consecuencia del mucho caminar y no llevar los zapatos adecuados. Los tres niños corrían de aquí para allá, divertidos y contentos, pues imaginaban estar en una gran selva, con “millones” de flores a cuál más bella. A medida que iban recorriendo el inmenso espacio se iban escuchando entre las distintas familias diversos comentarios acerca de sus sensaciones: 

“Esto es grandísimo, Para verlo todo bien acabas agotada. Me he equivocado en no coger un carrito. Llevo más de una hora con los dos macetones en los brazos y ya me están entrando unas agujetas que no te quiero decir ¿Tú crees que esta gran maceta quedará bien entre el tresillo y la mesa blanca lacada del salón? Vamos a buscar la confitería, que he visto a varias personas que en vez de flores llevan unos papelones de dulces, para ponerse como el kiko. Ten mucho cuidado con las plantas que eliges. Esas macetas están regadas por unas sustancias que días después, cuando las tienes en casa comienzan a languidecer, a marchitarse o incluso a secarse. En casa no tenemos esos “polvos” mágicos que se los preparan en los laboratorios. Por favor, me he perdido con todas las vueltas que dado. Me puede indicar cómo se llega a la puerta de salida. Habrá que llevar algunos regalos para la familia, pues ayer les comenté que hoy veníamos al mejor vivero de Málaga”.

Jaimito, Bertín y Clamia, en distintos momentos repetían esa frase tan familiar y entrañable en todas las familias con niños pequeños. “Mami, papi, tengo hambre”. 

Otro de los momentos destacada de la mañana dominical fue cuando doña Constanza se acercó a uno de los operarios que, con su uniforme color verde, se paseaban dando la imagen de plena actividad. “Por favor, joven, ¿le importaría dedicarme unos minutos, para que me explicara cómo se debe cuidar esta planta tan bonita y delicada? No le eche mucha agua, sólo cuando vea que la necesita. Tenemos unos medidores para comprobar el grado de humedad, introduciéndolos en la tierra. Se venden en la caja de la entrada al precio de 7 euros. La vida útil de cada medidor son unos diez usos, Después ya van perdiendo vitalidad o eficacia. Cada quince días esta planta necesita un aporte de nitrato, fosfato y calcio. Para ello tenemos unos botes combinados, que puede dar para unos 20 usos, utilizando la medida del tapón. Cuestan 15 euros la unidad. Hay otro bote, muy conveniente, que favorece la generación de bacterias orgánicas que duplican la vida de la planta. Este bote “restaurador” tiene un precio de 12 euros. Lo aplica en seis usos quincenales, durante tres meses. Don Zoido iba pagando y echando en una bolsa de plástico todos los botes que su señora, muy convencida de la explicación del operario, llamado Valeriano centella, le iba mostrando. La tarjeta bancaria del marido estaba en continuo uso. Zoido suspiraba para que el técnico biológico se callara de una vez y no sacara más botes de una estantería que parecía la de una botica.   

Sobre las 12:45, a fin de que los niños se callaran, sus padres los llevaron al bar /restaurante para comprarles sendas hamburguesas y los refrescos correspondientes. Don Zoido resoplaba, pues iba arrastrando por superficies horizontales e inclinadas, dos grandes macetones, cuatro macetas más pequeñas para regalar y el gran lote de productos que el técnico fitosanitario les había encarecido comprar. Si querían prolongar la vida de las plantas que llevaban. 

Ya sobre las 14 h. con la desesperación propia en el rostro del agente comercial, bien entrado en carnes, debido al cargamento de portaba en el carrito, cuando ya enfilaban la salida los niños se pusieron muy pesados porque querían llevarse una conejita de cerámica, para ponerlo en la terraza del piso juntos a las demás macetas. Tanto insistieron que Zoido tuvo que hacer el recorrido inverso dejando el pesado carro en la caja de pago, hasta llegar al conejo, La figura tenía un tamaño real, pero pesaba lo que no estaba escrito. Era cerámica casi maciza. A la coneja, los niños ya le habían puesto el nombre de Lucy. 

Una vez pagada toda la mercancía, había que llevarla al coche. Entonces el muy cansado Zoido se encamino por el borde la carretera hasta donde estaba “mal” aparcado su vehículo, para traerlo hasta la entrada del recinto y cargar las macetas y macetones, los productos químicos y por supuesta a la coneja Lucy. Un supuesto vigilante se le acerca y le pone la mano “por haber cuidado del coche en su ausencia”. El ya superado agente comercial, no quiere más problemas y entrega el euro correspondiente que el joven se guarda con presteza en el bolsillo.

 

La familia Cerrada Carretilla por fin abandonaron el afamado vivero, con todo el material acomodado en el maletero e incluso dentro del vehículo, compartiendo el asiento trasero con los niños pequeños que juguetean de continuo con las ramas de uno de los macetones.  Tomaron el camino hacia Alhaurín, pero en las ventas del pueblo no quedaban mesas libres a esa hora del almuerzo: no habían reservado el almuerzo en un día de tan elevada clientela como era el dominical. Encontraron el oxígeno alimentario en un Mac Donald en la zona de Ikea. Allí consumieron felices los menús de esta potente multinacional de comida rápida. 

Sobre las 16:30, después de una jornada floral tan intensa, grata y esforzada, Zoido se dispuso a subir los macetones desde el garaje del bloque a la ubicación del ascensor. Eran bastantes los escalones hasta el ascensor. Pero tuvo la suerte de encontrarse a Damián, el hijo de Wenceslao, policía local, para que le ayudara en la labor. Los kilos que sobraban en su cuerpo dificultaban el esfuerzo de mover la flora que habían comprado. Los niños iban encantados con Lucy, la coneja de cerámica. Pero como ocurre con muchos críos, pronto se cansaron de jugar con la linda figura de color blanco, cuyo coste había sido de 26 euros. Doña Constanza la colocó en una esquina de la terraza, mientras hacía cábalas acerca de la mejor situación de los macetones. 

Don Zoilo fue a echarse una siesta, pues se sentía cansado de todo el trajín floral que había vivido. Antes de hacerlo, buscó en Netflix una película apropiada para que los pequeños pasaran la tarde. Doña Constanza llamó por teléfono a su amiga de la infancia Dorita, para contarle como habían aprovechado ese domingo en familia. Un día en la vida de los Cerrada -Carretilla. – 

 

UNA MAÑANA

ENTRE FLORES

 

 

                  José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 28 noviembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 21 de noviembre de 2025

ALGUIEN LLAMA A LA PUERTA

 


En el siglo pasado, la llegada del cartero para entregar un telegrama sembraba inquietud y nerviosismo a quien lo recibía. Al abrir el sobre o el impreso, leyendo de inmediato su contenido, la preocupación se incrementaba o sosegaba, según fuese la naturaleza del comunicado. En la actualidad, el sistema de telegramas ha quedado obsoleto, con la versatilidad e inmediatez de las comunicaciones por el móvil u ordenador. Sin embargo, cuando suena el teléfono, sea fijo o móvil, la inquietud vuelve a generarse, sobre todo cuando la llamada es realizada a “deshora”, más o menos a partir de las 22 o 23 horas del día o en horas de madrugada. Lo mismo que comentamos del teléfono, podemos trasladarlo al timbre de la puerta, especialmente en horas concretas del día. Esta situación nos obliga a mirar por la “mirilla de la puerta y si no reconocemos a quien ha pulsado el timbre dudamos en abrirle o preguntamos, a viva voz, ¡Quién es! ¿Qué desea? Una tercera posibilidad es no abrir, para mayor seguridad. En este contexto se inserta nuestro relato semanal de los viernes. 

EUSEBIO Lapresa, 46, técnico electricista de la empresa de multiservicios LA PUNTUAL, separado de su mujer CLAUDINA desde hacía más de dos años, por incompatibilidad de caracteres, con régimen de visitas quincenales para los dos hijos desde el mediodía del sábado hasta la cena del domingo, es uno de los protagonistas de nuestra historia. 

Eran las quince horas de un miércoles, cuando ya había quitado la mesa del almuerzo que se había preparado. Esa tarde tenía turno libre, ya que muchos sábados tenía que trabajar, para atender servicios urgentes. Se sentó en su sillón favorito, a fin de ojear las páginas del diario deportivo AS, ya que era un gran “futbolero” desde su adolescencia. El apartamento amueblado que habitaba era alquilado, cerca del Hospital General de Málaga, en el Camino de Antequera. Como era frecuente que le ocurriera, cuando llevaba unos 10 minutos de lectura, el sopor de la digestión lo dominaba y caía dormido en un profundo sueño. Precisamente esa mañana había realizado cinco servicios, alguno de cierta complejidad. En esa siesta se encontraba, cuando le despertó sobresaltado el timbre de la puerta.  Miró su entrañable reloj y comprobó que las manecillas marcaban las 15:35 ¿Quién podría ser el que llamaba a esa hora habitual para el descanso?

Dejó pasar unos segundos, por si pudiera ser un equívoco, ya que el bloque era de muchos vecinos y él se trataba sólo con los más cercanos a su vivienda. Pero el timbre volvió a sonar. Se acercó a la puerta y con las limitaciones que tienen casi todas las mirillas electrónicas vio a un hombre que aparentaba una mediana edad, quien habiendo escuchado los pasos del interior del domicilio presentaba en sus manos un cartón en el que se leía, con letras mayúsculas: POR FAVOR, NECESITO AYUDA, SOY HOMBRE DE BIEN. Dudó otros segundos. La vena de la misericordia pudo más en él que la precaución ante un desconocido. Además, como esa tarde no trabajaba, abrió la puerta a ver qué le narraba el solicitante. 

Ante él aparecía un hombre modestamente vestido, con apariencia alrededor de los 50. Enjuto de cuerpo, mostraba una avanzada caída del cabello clareado por las canas. Ojos tristes, boca pequeña, llevando una chaqueta beige de mezclilla, un tanto raída por el uso, pantalones de pana y calzando unas playeras deportivas también muy gastadas. 

“Dios santo pagará su caridad, hermano. Mi nombre es JACINTO Menéndez. Soy un pobre hombre, en el que se han centrado todas las desgracias. Mi mujer me dejó, yéndose con un fulano con dinero de dudosa procedencia. AURORA no le agradaban los hijos, porque amaba la libertad. Se me fue con todos los ahorros que había juntado por meses en una alcancía, pues necesitaba comprarme una moto para mejor trabajar de paquetero. Nunca he tenido vehículo, sólo una bicicleta que pude comprar a un chatarrero. Y como las desgracias nunca vienen solas, el tablao flamenco, donde me ganaba unas pesetas de palmero, llamado LAS CASTAÑUELAS, echó el cierre. El dueño, un “maricón” de mala vida, ahogó el negocio con sus vicios. No me quedó desempleo, pues Aquiles no me había dado de alta. Voy rogando la caridad de puerta en puerta. No pido dinero, sólo algo de comer para llenar el estómago. Vivo con mi madre ENRIQUETA, una persona muy mayor, que tiene una pensión “de pobre”, ya que su pareja, mi padre, era otra cabeza loca, un “putero” que pegaba a las mujeres para sacarles pasta. Solo le pido, por dios, un trozo de pan y no le molesto más. Tiene Vd. cara de tener un buen corazón”. 

Eusebio sintió pena de una pobre persona, convincente en su mala suerte. Un desgraciado de la vida. Aquel día se había preparado unas lentejas, con chorizo y patatas. Como la olla era grande, la estaba enfriando para hacer un par de tuppers y congelarlos para otros días. “Pase Vd. Jacinto, que un plato de comida no se le niega a un hermano de la vida”. Entonces el pedigüeño, con su cartel bajo el brazo, tomó asiento junto a la mesa de la cocina. Eusebio calentó un plato de lentejas en el microondas. Era evidente el hambre que tenía el necesitado, pues las lentejas y la media telera que le puso junto al plato todo fue consumido en un “abrir y cerrar los ojos”. Le ofreció también una media botella de vino blanco que tenía en la cocina, por si quería echarse un vaso. El contenido de la botella sació la sed del hambriento comensal. No faltó una naranja para el postre e incluso le ofreció si deseaba tomar café. El modesto palmero de Las Castañuelas no cesaba de dar las gracias, ante el generoso trato que estaba recibiendo. 

“¿No le importaría a su caridad que le llevara el resto de las sabrosas lentejas a mi pobrecita madre que con lo que entra en casa se nos va para pagar el alquiler?”. Eusebio preparó un tupper de plástico, que lo llenó de lentejas para la madre de Jacinto. Ya que hacía la caridad, había que completarla bien. 

Lo cierto es que ambos nuevos conocidos, Eusebio necesitado de la habitual siesta y Jacinto bien animado con el medio litro de blanco que se había tomado, se quedaron somnolientos y dormidos plácidamente. El primero en el sofá y el visitante en uno de los sillones del tresillo. Formaban una bella página de fraternidad y caridad. 

Cuando Eusebio se despertó, vio que Jacinto permanecía sentado y sonriente en el sillón. “No me he marchado, porque lo veía tan dormido que me daba “apresión” despertarle. Quería despedirme besándole la mano, porque Vd. es un ángel en la tierra”. Entonces tomó la mano de su benefactor y la besó con profusión, ante el “sofoco” del técnico electricista por esas muestras exageradas de agradecimiento que su mano recibía. De inmediato preparó una bolsa, en la que introdujo el tupper de lentejas, añadiendo una media telera de pan y un par de manzanas para la señora Enriqueta. 

Acompañó al pobre J acinto hasta la puerta y tras darse otro abrazo le puso en la mano un billete de 20 euros. “Don Eusebio, es Vd. la caridad en persona. Si alguna vez pasa por la zona en donde vivo, LOS PALOMARES. Cerca de la Cruz de Humilladero, no deje de preguntar por mí. Seguro que será tratado como un gran señor, que de verdad lo es”. 

Eusebio quedó feliz, tomando conciencia de haber realizado una buena acción. Recordaba las palabras de su padre ERUNDINO. “La caridad no hay que decirla, sino hacerla”. Se sentía el hombre más satisfecho y benefactor posible, por haber aliviado las desgracias de un pobre hombre. 

Pensó en que tenía que dar el paseo de la tarde, que hoy lo haría por la zona del puerto. Al volver pasaría por Martínez Maldonado y compraría algunas cosas en el Mercadona. Antes de salir, quiso darse una ducha, pues la mañana había sido laboriosa en el trabajo. Al entrar en el cuarto de baño hizo el gesto usual de quitarse el reloj de pulsera, muy valioso por sus apliques de oro y que había heredado de su padre. Para su sorpresa, vio que no lo llevaba puesto. Rebuscó por toda la casa, pero el reloj había desaparecido. Estuvo haciendo memoria y recordó que la última vez que lo vio fue cuando se despertó de la siesta y miró la hora: 17.15. Dándole vueltas al asunto, cayó en la cuenta acerca de la forma que Jacinto besaba su mano, abrazando su brazo izquierdo. 

“¡Será posible que este sinvergüenza, desagradecido, se haya llevado mi reloj, herencia entrañable de mi padre!” Se sentía profundamente afligido. Entonces, para su sorpresa, sonó el timbre de la puerta. Era doña CÁNDIDA, la vecina del 5ºB, piso abajo del suyo. 

“Don Eusebio, he ido a echarle una botella de agua al gran macetero de las plantas. Me he encontrado entre las ramas esta cartera. Tenía dentro su DNI y el carnet de conducir. No había dinero alguno en su interior”. 

No sólo se había llevado el reloj de oro, sino también la cartera, que tras quitarle los 400 euros que contenía la había arrojado al gran macetero del portal.

Aquella noche, el bueno de Eusebio apenas pudo dormir. Por la mañana, pidió permiso en su trabajo y fue a la Comisaría Central de Policía para presentar una denuncia contra “un tal Jacinto”. El funcionario policial, tras redactar los escasos datos que le proporcionaba el denunciante, le comentó, con la mirada cansada, 

“Permítame que le diga, con todo el respeto, que Vd. es el 4º “incauto” que ha sido robado, por el mismo procedimiento, en el mes en curso. El problema es que carece de más datos y pruebas de esta persona, profesional de la delincuencia. Sólo su nombre y la sustracción de 400 euros y un valioso reloj familiar que, muy probablemente, ya habrá sido negociado en la reventa del mundo delictivo. El mejor y más sensato consejo que le podemos dar en este momento es que no se debe abrir la puerta a desconocidos sin más. Desconfíe de esas muestras de afecto y fraternidad. Para efectuar la caridad hay organismos y personas adecuadas que pueden recibir sus donaciones, con la garantía de la legalidad. Hay “rateros” bien preparados para el vil engaño. Afortunadamente no ha recibido violencia física. Revise bien su piso, por si faltasen otras pertenencias”.



Una semana después, también miércoles tarde, Eusebio tomó el autobús y se dirigió a la zona que había mencionado el infiel Jacinto. Preguntó a un par de personas, en qué lugar del barrio Humilladero La Unión se encontraba el área de Los Palomares, que había mencionado el singular pedigüeño. Allá de dirigió, encontrándose con un conjunto de viviendas modestas, en plano laberinto. Recorrió varias de sus calles, con la vana esperanza de encontrarse con el pícaro Jacinto. Cansado de caminar, tomó asiento en una pequeña zona ajardinada que tenía varios bancos de madera. Había preguntado a diversas personas si conocían a un hombre llamado Jacinto sin ningún resultado. La gente movía la cabeza negativamente. Recuperaba fuerzas de su búsqueda infructuosa, cuando vio acercarse a un chico adolescente, con la cabeza bien rapada y abundantes tatuajes en brazos y piernas. De manera espontánea, el chico le dijo: 

Vd. se llama Eusebio ¿verdad? Me envían para darle un mensaje. ¡Váyase de aquí! Es por su bien y no vuelva”. 

No se recuperaba de su sorpresa, cuando el adolescente ya había desaparecido casi por encanto. Eusebio se sentía verdaderamente asustado. Caminó con premura hacia la Avda. de la Aurora, en la que tomó el bus 14 que lo condujo hacia el centro de la ciudad. Ya más tranquilo, dio un largo paseo por el puerto, prometiéndose que olvidaría de una vez este enojoso asunto. Desde entonces, es bastante precavido, en abrir la puerta de su domicilio. –

 

 

ALGUIEN

LLAMA EN LA PUERTA

 

 

                 José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

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                                       Viernes 21 noviembre 2025




jueves, 13 de noviembre de 2025

PALABRAS PARA UN GENEROSO AUDITORIO.

 


Todos, de una u otra forma, somos actores. La vida es un gran escenario, en el que los humanos representamos nuestro particular papel. Algunos, como profesionales afamados, deslumbrantes en los grandes escenarios teatrales. Otros se esfuerzan cada día, como comparsas, en ganar su honrado sustento. Y el resto, que somos la inmensa mayoría, desarrollamos roles interpretativos marcando las páginas de esos veloces almanaques. ¿El escenario?  nuestro entrañable microcosmos vivencial. La trama argumental la creamos o improvisamos en cada momento. Somos actores y al tiempo espectadores. Nuestro anonimato es universal.

LEANDRO Laguinda había ejercido como maestro de primaria, durante más de tres décadas. Al igual que ocurre con todos los ciudadanos, le llegó la hora “gozosa” de la jubilación. Como a tantas personas les ocurre, el pasar de una vida reglada, en horarios y obligaciones, a una situación abierta carente de condicionantes marcados por el reloj, libre de normativas profesionales, le produjo la natural dificultad para la adaptación

Por esas complejas razones de la vida, difíciles siempre de explicar, Leandro no se había casado, manteniendo la convivencia con su madre doña AFLIGIDA, que había sido madre soltera a causa de los “deslices” juveniles poco meditados, en el hogar familiar. Gozar de una madre tan longeva conlleva, como es natural, muchos beneficios y algunas dificultades. Aunque el antiguo educador era muy hacendoso con los trabajos para cuidar bien su casa, la avanzada edad de su madre les aconsejó contratar a una joven procedente de una localidad rondeña, llamada NICANORA, fuerte y robusta, que trabajaba para la familia Laguinda Almirez tres días a la semana, “echando una mano” en limpieza, lavado, tendido, planchado, además de cocina, especialmente para los almuerzos del medio día. Además, la voluntariosa chica hacía compañía a doña Afligida, que pasaba horas en su mecedora, leyendo o viendo la televisión. 

El orden del día en Leandro, tras su pase a la “reserva docente” era bien esquemático y repetitivo. Madrugaba, siguiendo el hábito laboral mantenido durante tantos años escolares. Visitaba el súper y preparaba algo de cocina para los días que no venía Nicanora. Algunos días iba al polideportivo, en donde manejaba algunas máquinas, por aquello de la masa muscular, aunque disfrutaba más con la natación, práctica que “engrasaba” sus articulaciones. Tras el almuerzo, descansaba la siesta, costumbre inveterada desde hacía décadas. 

Prefería las tardes, pues era hombre abierto a la cultura, que además de enriquecer la mente, distraía su espíritu. Otro valor que buscaba era socializar el aburrimiento, con otras personas jubiladas que encontraba en conferencias, presentaciones de libros, proyecciones de cine, conciertos especialmente de música clásica, exposiciones, museos, etc. Siempre había algún incentivo durante las tardes, que aportaba distracción, conocimiento y amenidad. Sobre todo, para salir de casa, ámbito que protege y conforta, pero también “aplana” y aturde. 

Desde su vivienda en la zona del Pasillo de Santa Isabel, junto al cauce seco del río Guadalmedina, se desplazaba caminando o utilizando los autobuses urbanos a los puntos atractivos para pasar la tarde: Ámbito Cultural del Corte Inglés, Centro Cultural Malagueta, Centro Cultural Maria Victoria Atencia, en calle Ollerías, Biblioteca Pública del estado, en la Avda. de Europa, etc. En ellos buscaba el lustre de la cultura y la distracción. Como era natural, a veces coincidían dos actividades interesantes en distintos lugares, por lo que tenía que optar por una de ellas. Con este sensato hábito, iba conociendo y entablando conversación con diversas personas con las que coincidía en esos enriquecedores organismos. En un centro cultural entabló amistad con una señora, también jubilada. Se saludaban y en varias ocasiones ocupaban asientos contiguos, ya que ambos extremaban la puntualidad a los actos que asistían. Esta amiga de Leandro tenía por nombre CÁNDIDA Cruces. Hasta el momento en que comenzaba la actividad, dialogaban con la franqueza y cordialidad que da la soledad. Intercambiaban información acerca del espacio en el que se encontraban y demás actividades que uno y otro conocían en otros lugares de la capital y que podían ser de interés, sobre todo los conciertos. 

Doña Cándida había sido cocinera de hotel, durante su extensa vida laboral. Había comenzado a trabajar a los 18, cuando era apenas una joven adolescente, “bien parecida”, en opinión de la agradable señora. Se había jubilado a los 60, hacía dos años, porque los médicos le indicaron que debía poner el freno, debido a los problemas de artrosis que padecía en distintas partes de su cuerpo, de manera especial en las manos “de tanto guisar y fregar los platos”. Había prestado sus servicios en dos grandes y prestigiosos hoteles de la Costa del Sol: el PEZ ESPADA y el HOTEL TRITÓN. Era soltera, como Leandro y había convivido con una hermana mayor, que se “había ido a los cielos” hacía unos años. Vivía por el centro antiguo de la capital malacitana, calle Convalecientes, muy cerca de Santa Lucía y de esa famosa confitería que siempre recordaba con agrado por los buenos dulces que elaboraba: LA ESPAÑOLA, local ahora reconvertido en una tienda de gafas, después de otros negocios diversos.

“Buenas tardes, doña Cándida. Buenas tardes, don Leandro. ¿Cómo va la salud? Pues la vamos sobrellevando. Yo la veo cada día más joven y esbelta. Es que Vd me mira con muy buenos ojos don Leandro”. 

Esa misma tarde, el antiguo profesor, viendo la profunda atención que su compañera Cándida mostraba ante el “tostón” geopolítico y globalizador que el conferenciante, un ilustre catedrático jubilado de derecho internacional, exponía, elevando mucho el nivel conceptual, llegaba a preguntarse ¿qué le interesará a esta buena señora una conferencia sólo apta para expertos en el tema? A su finalización, como solían hacer los dos veteranos amigos, no pudo por menos preguntarle por esa intensa atención que Cándida había mostrado durante la árida y compleja disertación. “Duro el contenido de este ilustre catedrático ¿verdad?”

La buena señora, mirando con una sonrisa a su amigo de asistente cultural, le respondió con absoluta franqueza. Sencillez y hermosura: 

“Seguro, amigo Leandro, que lo expuesto por este “sabio” señor ha tenido ser muy interesante e importante. Pero yo no me he enterado de nada. Es como si me hubiese hablado en chino”. ¿Y esto le ocurre con frecuencia, doña Cándida? En la mayoría de estas conferencias y diálogos me ocurre lo mismo. Mi vida ha sido la cocina, los platos y la comanda de los camareros. “En absoluto quiero o pretendo ser impertinente o irrespetuosa. ¿Por qué entonces acude a todas estas sesiones de tan alto nivel, para personas no expertas? Esta vez seré yo quien le va a invitar a un café bien calentito, don Leandro. Nos sentamos y se lo explico con claridad.”

“Para no quedarme encerrada en casa, me echo a la calle y tengo un local gratis a donde ir. Me veo rodeada de señores que seguro saben mucho más que yo. Aunque no me esté enterando de lo que se está hablando el conferenciante, me fijo en cómo va vestido, en los movimientos que hace con las manos, con sus ojos, en las palabras que repite, en como está actuando. Es como si estuviera en el teatro. Pienso en lo bien que se lo debe estar pasando, observando la cara de ignorantes de muchos de los presentes. Me digo, lo que debe de haber estudiado, lo que debe haber leído, este hombre de tan difícil palabra ¡Seguro que algo bueno se me pegará. Y pienso lo mal que se podría sentir este sabio señor, si llegara a la sala y se la encontrara medio vacía de asistentes a sus palabras. 

El invierno ponen la calefacción y no paso frío. En la primavera y en los meses de calor, me refresco con la refrigeración. Hago buenas amistades, como con Vd. mejorando lo presente. Y, sobre todo, rodeada de tantas personas, me siento menos sola. Ahora me voy a casa, caminando despacito para no resbalar y caerme. Suelo pasar por la buena confitería Aparicio (la del sabor antiguo) y me compro una isabela. Otros días, una cordobesa, una mallorquina de hojaldre o una pareja de bizcochos de Viena. Ceno un poquito de queso y un vasito de leche, con algo de ensalada, que por la noche hay que cuidar la cena. A pesar de mis kilos de más, no quiero perder la línea. Como dice el refrán, “de grandes cenas están las sepulturas llenas”. 

Leandro, profundamente emocionado, le respondió con cálido respeto. “Cándida, eres una gran mujer. Le admiro por su sabiduría e inteligencia. Me siento muy honrado con su valiosa amistad. Permítame que hoy sea yo quien la invite al pasar por la confitería que tanto le agrada. 

Y por las calles anochecidas, ya menos transitadas, se fueron los dos sexagenarios asistentes a los eventos culturales de cualquier índole, caminando despacio para aprovechar mejor el cálido ánimo de la compañía henchida de amistad. Iban animosos y contentos, mientras Leandro quiso hacerle a su compañera una pequeña confidencia: 

“Deseo ser sincero, amiga Cándida. Yo tampoco me he enterado casi de nada, de lo que el muy cualificado orador nos ha expuesto. Siempre he pensado que a otros asistentes les ocurrirá lo mismo. Pero prestamos un importante servicio, para que estos organismos culturales sigan funcionando: el de formar público y sembrar de aplausos su docta finalización. Así también, otros habilidosos de la palabra, podrán seguir viniendo y nos venderán la nada, para nuestras modestas capacidades, con sus contenidos bien teatralizados”. 

Tras ese paseo bien aprovechado, para lo físico y anímico, se despidieron en la Plaza de la Constitución con un “¡Hasta mañana Cándida! Buenas noches Leandro. Y gracias por los hojaldres”. La noche cubría con su manto estrellado una ciudad que buscaba el descanso reparador, junto a los buenos sueños para un día mejor. -


 

PALABRAS PARA

UN GENEROSO AUDITORIO

 

 

               José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD


Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 14 noviembre 2025

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viernes, 7 de noviembre de 2025

SUEÑOS DE IDENTIDAD

 


Para muchas personas, la noche supone una fase del día muy al contrario de para lo que se supone está diseñada: el descanso y la recuperación corporal y mental. Pero el estrés laboral, social y económico provoca que el INSOMNIO sea una muy incómoda realidad en nuestras vidas. El permanecer despiertos en la cama impide, obviamente, ese imprescindible descanso que debe ocupar aproximadamente un tercio de las horas del día. Cierto es que unas personas necesitan dormir más que otras. Pero todas han de asumir la necesidad del sueño reparador y en este contexto hay quienes sueñan mucho o poco. Generalmente los SUEÑOS suponen una recomposición mental y lo más curioso es que al despertarnos hemos olvidado la mayor parte de lo soñado. Sin embargo, hay quienes recuerdan sus sueños con bastante exactitud e incluso los conservan en esos escritos que han realizado nada más despertar. Vamos con nuestra historia semanal, ambienta en los años noventa de la anterior centuria.  

AGUSTÍN Nevado, 51, trabaja en una gestoría administrativa que tiene su sede en la Alameda Principal malacitana. El espacio disponible de la oficina está poblado de mesas, estanterías, carpetas, personal laboral y abundante clientela. Cuando finaliza su jornada laboral, a las 20 h. vuelve a su domicilio con la mente abrumada por la compleja tarea de todo el día.  Y esta imagen se repite rutinariamente durante la mayor parte del almanaque laboral.

Este taciturno, reflexivo, introvertido personaje vive solo. No ha estado casado, ni ha tenido pareja. Hace muchos años que tomó conciencia de su homosexualidad. Pero esa realidad de su ser la ha llevado o mantenido en secreto, por la discreción que le gusta guardar. Su comportamiento es normal, sin gestos o actitudes que puedan “delatarlo”. Cuando escucha o lee en los medios de comunicación eso de “salir del armario” su actitud es “pasar” de tal mensaje No duda que algunos amigos y compañeros de trabajo pueden tener esa impresión sobre él. Pero como trata de llevarse bien con todo el mundo, su sexualidad es algo que a nadie debe importar. 

Tiene dificultad para descansar bien por las noches y hay etapas del año en que suele soñar mucho. Tiene sueños fáciles o normales, relacionadas con las tareas habituales del día. Pero hay otras historias o imágenes oníricas más preocupantes, que vienen con el ropaje de auténticas pesadillas. En principio, Agustín “culpaba” de estos malos sueños, algunos de ellos recurrentes, a la inadecuada, por abundante y contenido, ingesta de la cena. Pero a pesar de reducir o controlar lo que cocinaba o preparaba, las pesadillas continuaban sobreviniendo y despertándole en algunas de las madrugadas, sintiéndose intensamente sobresaltado. Algunos compañeros del despacho administrativo, viéndole en ocasiones un tanto adormilado o confuso, trataban de ayudarle: 

“Agustín, yo tuve que pedir la ayuda de un psiquiatra, que bien me recomendaron. Su nombre es Waldo Trillo. El nombre que parece extranjero es debido a que su padre, según me contó, era muy futbolero, teniendo como ídolo a un jugador que perteneció al Valencia F.C. por los años sesenta, que destacaba por su fuerza potencia de los goles que conseguía, que parecían verdaderos obuses. Así que le puso a su hijo ese nombre. Te voy a facilitar su teléfono y le solicitas cita. Es persona muy preparada, que te puede echar una mano para esas noches tan incómodas que me has confesado pasas o sufres”. 

El consejo del amigo y compañero Ceberio no cayó en saco roto. En pocos días, el oficinista estaba en la consulta del facultativo, dispuesto a pedirle ayuda para su mente. El Dr. Waldo lo escuchaba atentamente e iba tomando las notas correspondientes. 

¿Hay algún sueño, Agustín, que destaque o se repita y que le produzca una alteración emocional de especial intensidad?

El confiado paciente guardó silencio unos segundos y pronto concretó un “episodio” que era bastante recurrente, por lo que tenía bien conformado en su mente numerosos detalles: 

“Efectivamente, profesor (Waldo daba clases en la Universidad de Málaga) hay uno que me obsesiona un tanto. Veo a un niño de dos o tres años cogido de la mano de una bella mujer, que podría ser mi madre de joven. Estamos en una estación de ferrocarril. Los andenes están llenos de gente, viajeros, familiares, el sonido es ensordecedor, y el humo de la locomotora nubla un poco los ojos, pues me obliga a entornarlos. Es invierno, pues voy muy bien abrigado y con una gorrilla verde oscuro que protege mi cabeza. Mi madre habla con alguien al que yo sólo miro sus pantalones y grandes zapatos negros. Esa persona pronto nos deja. Mi madre llora desconsoladoramente. Me toma entre sus brazos y sus lágrimas caen por mi cuello, sintiéndome protegido y desvalido al tiempo”. 

El profesional de la medicina preguntó si su madre vivía y en caso positivo si había hablado con ella del tema central de ese sueño repetido. 

“Mi madre ALICIA se me fue hace unos años, cuatro, exactamente. Siempre que hablaba con ella de la naturaleza de mi padre, ella se esforzaba en cambiar de conversación. Su respuesta era tenazmente repetida: que mi padre había fallecido y que la relación que había mantenido con él era muy complicada. Ella me crio, me educó, haciéndome un buen hombre. Debo ser franco con Vd. Mi naturaleza es harto confusa. Mi sexualidad es poco clara. La mujer, como tal, no me atrae. En cuanto al hombre, nunca he tenido relación íntima con ninguno. Tal vez tendría que decir que me atrae la soledad sexual”. 

“Pienso, sin duda, que ese sueño recurrente, puede ser cuando tu madre despedía al que era tu padre y que por las circunstancias de la vida no te pudo reconocer legalmente. Sin la ayuda de tu madre, nunca lo podremos saber. Es obvio que ese niño pequeño eras tú. Esas lágrimas amargas de quien te trajo al mundo no las has podido borrar de tu memoria, al paso de tantos años”. 

El psiquiatra le recetó unos fármacos tranquilizantes, que le ayudasen a estabilizar el descanso nocturno. Acordaron mantener citas de control cada tres semanas o con menos intervalo en caso de urgencia. 

Agustín seguía residiendo en el modesto piso de su madre, vivienda propia que tal vez había sido pagada por el benefactor de sus amores. Al fallecer Alicia, una de sus primeras decisiones fue hacer una “limpia” profunda” de enseres, que no creía conveniente conservar, por los recuerdos que podían afectar a su inestable estado anímico. Tenía que superar la pérdida de la persona que le había dado todo, sin reclamar nada a cambio. El gran amor de una buena, maravillosa madre. Contactó con una asociación humanitaria que recogía muebles y enseres que a los donantes no les resultaban necesarios. Sólo quiso conservar un armario, no muy grande, de buena madera y con un gran espejo. Allí doña Alicia guardaba su modesta y preciada ropa. 

Un fin de semana, cuando se peinaba y arreglaba ante el espejo para salir al cine, yéndose a cenar posteriormente a una pizzería que le agradaba, sintió en su interior un sobresalto. En su imaginación creía ver en la luna del espejo no a su figura sino la imagen de su madre. Muy sobresaltado, salió rápidamente de casa. El lunes pidió cita urgente con el psiquiatra para narrarle el hecho. El Dr. Waldo, con firmeza y dulzura, al tiempo, le indicó la necesidad de deshacerse de ese armario materno, pues le estaba provocando intensos recuerdos y alucinaciones. 

En la mañana siguiente a la entrevista médica, Agustín volvió a llamar a la Organización Proyecto Hombre, ofreciendo ese armario de caoba, para que hicieran el favor de retirarlo. La asociación envió esa misma tarde a dos operarios vinculados al proyecto, quienes retiraron el buen armario, agradeciendo expresivamente la donación. 

Unos días después, recibió una llamada telefónica de la benefactora asociación. Le indicaban que el armario había sido rápidamente vendido, por su indudable valor. Lo había comprado un anticuario que tenía su sede en calle Andrés Pérez, en el centro antiguo de la ciudad. Bruno Carranza, el propietario del negocio, estuvo revisando la calidad de la madera en los cajones vacíos. Al extraer uno de ellos, el comerciante se encontró, atrancado entre el soporte cajonero separador, un viejo sobre, muy amarillento y empolvado, por el paso del tiempo. En el anverso del sobre se leía, con letra manuscrita, PARA ALICIA NEVADO GRACIA. Eran los mismos apellidos que tenía su hijo, Agustín. El anticuario indicaba que el antiguo propietario del armario podía pasar por el negocio para recoger ese sobre.   

Se desplazó a toda prisa al establecimiento del anticuario, entrando en un viejo caserón de comienzos del XX, con “agobiante olor a pergamino”. Don Bruno, un hombre bastante mayor, en concordancia con los objetos antiguos que ofrecía para su venta a los aficionados a estos materiales, le entregó cordialmente el sobre, que dormitaba dentro de una bolsa de plástico de las utilizadas para archivar documentos. Agustín, agradeciéndole el gesto y profundamente emocionado, no pudo reprimir darle un fuerte abrazo al comerciante. Ya en la estrecha calle, próxima a la Iglesia de los santos Mártires Ciriaco y Paula, miró “una y mil veces” el nombre escrito de su madre. Debajo del nombre, una dirección: la del piso donde él siempre había vivido. El franqueo tenía la imagen del general Franco. Observó el anverso del valioso sobre: estaba remitida por PABLO ATIENZA. Apartado de Correos 357. Madrid. 

Embargado en una profunda emoción, caminó hacia los jardines de la Catedral. Allí sentado en uno de los bancos, rodeado de setos de flores, pequeños estanques, con agua acristalada sobre las losetas celestes, abrió el preciado sobre. Eran las siete y media de la tarde. 

“Mi querida Alicia. Esta es una carta en la que te quiero mostrar ese cariño maravilloso que te profeso, pero que tiene el nublado de lo imposible. Hemos pasado juntos momentos de inmensa felicidad, pero mis ataduras familiares, políticas y sociales, con el alto cargo que desempeño en el Ministerio de la Gobernación me obliga a cortar, con mucho dolor, esta inolvidable relación. He de volver a mis obligaciones madrileñas. Este ha sido mi último viaje que emprendo a una balla ciudad, en la que dejo mi ilusión, mi cariño y posiblemente mi felicidad. Pero la responsabilidad ante mi familia y mi trabajo me obliga a hacerlo. Cuando leas esta carta, que te entregaré en la estación de ferrocarril, en esas despedidas que tantas veces hemos realizado, será una despedida leal, sufriente, pero definitiva. He realizado gestiones para que puedas trabajar como auxiliar en la delegación del gobierno en Málaga, en donde se te entregará un contrato de duración indefinida, hasta tu jubilación. Así podrás educar y hacer lo mejor por ese hijo nuestro que ya ha cumplido los tres años. Me ocuparé que nada básico te falte. Pero lo nuestro ha de tener un punto final, respetando los condicionantes que la vida nos impone. Siempre te llevaré en mi corazón. Para nuestra seguridad, debes eliminar esta misiva y continuar con tu vida, haciendo felices a los que tengan la suerte de compartir tu tiempo y tus valores. Un beso de alguien a quien debes olvidar. Pablo.”

Este curioso episodio afectó a hombre sumido en el desconcierto personal. Agustín, gracias a la suerte, encerrada en un vetusto armario de madera, recuperaba esa identidad que tantas veces había solicitado a su querida madre Alicia. Ese sueño repetitivo, en una populosa estación de ferrocarriles, no volvió a surgir al caminar por la niebla misteriosa y críptica de los onírico. –

 

 

SUEÑOS

DE IDENTIDAD

 

 

            José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 7 noviembre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 31 de octubre de 2025

LA ANGUSTIA CREATIVA DEL GUIONISTA

 


Tenemos la certera percepción de que a la mayoría de las personas les gusta el cine. Probablemente, toda encuesta sociológica confirmaría tal opinión. Ya sean cinéfilos, buenos aficionados o cualquier otro ciudadano que le apetece distraerse, todos o casi todos pondrían el arte cinematográfico en un lugar destacado de esa jerarquía de gustos, compitiendo con otras formas culturales también importantes y valiosas, que la sociedad nos ofrece. 

Cuando optamos por visionar una película, casi siempre nos preguntamos por el género cinematográfico de lo que vamos a ver. De inmediato tratamos de conocer algo acerca del ARGUMENTO que desarrollará la historia representada. Entre todos los intervinientes en la realización de un film (el listado de los títulos de crédito, cuando la película ha finalizado, es asombrosamente amplio) la figura del GUIONISTA es, no cabe la menor duda, la más valiosa e importante. El director, los actores, el cuerpo musical, la imagen o calidad fotográfica, etc. todos ellos son fundamentales para la creatividad fílmica, Pero el guionista que ha escrito esa historia real o de ficción es, en opinión de los expertos y los aficionados, el más importante de todos los intervinientes en la realización. Sin guion no hay película. Sin un buen guion la película no puede ser buena. El profesional guionista, que escribe y compone el argumento, es el alma mater de esa fábrica mágica que realiza el milagro de la gran pantalla. Ya sea visionando “la cinta” en una sala cine, en la pantalla del ordenador, en el tablet, en el móvil telefónico o en las decenas de cadenas de televisión. En este contexto se inserta nuestra semanal historia. 

ÁLVARO BIEMPICA, 48, natural de Tordesillas, graduado en Creatividad Literaria, con varios másteres en guiones cinematográficos, es un profesional de acrisolado prestigio, reclamado por prestigiosos directores y poderosos productores del Séptimo Arte. No sólo tiene reconocida su capacidad como escritor de guiones en el país donde nació, sino que su nombre es muy valorado fuera de nuestras fronteras, aunque la maquinaria industrial de Hollywood está muy blindada ante los profesionales foráneos. 

Este escritor había logrado formar su propia empresa, en la que trabajaba con otros tres compañeros, también titulados en su misma licenciatura. Esa pequeña empresa, que tan buenos productos elaboraba y bien cobraba, tenía por nombre LUZAMAN, logotipo o acrónimo que hacía alusión a la luz vital que nos llega con todos los amaneceres. Este pequeño y afamado grupo, muy bien avenido, hacía trabajos de encargo para distintas editoriales, adaptaba obras literarias para ser representadas o ser llevadas al cine, creando ellos mismos obras de ficción. El alma máter de la empresa era su director Álvaro, Este dinámico personaje era un “mágico” generador de ideas. La mayoría de los encargos provenían de su esfuerzo y lucidez, para saber multiplicar los minutos y las horas. Ante todo, la última corrección de los trabajos elaborados pasaba por su mano. 

Todo marchaba bastante bien. Pero como suele ocurrir con los humanos, llegan momentos en los que “las nubes eclipsan el Sol” y llega esa temida “enfermedad” en esta literaria profesión. Esta “grave dolencia” se denomina FALTA DE CREATIVIDAD. La mente se ciega o se queda peligrosamente “en blanco”. Álvaro comenzaba a elaborar guiones, pero cuando el trabajo avanzaba observaba que los fundamentos de las historias “hacían aguas por los cuatro costados”. El caso de Álvaro era y es repetitivo en los grandes escritores. Había pasado gran parte de su vida escribiendo desde su adolescencia, y veía ahora, respuestas traviesas de la mente, que la imaginación lo había abandonado. Incluso llegó a tomarse unas vacaciones de fin de semana, esperando que sus neuronas (como él se refería) comenzaran otra vez a funcionar. Su miedo a la mente plana era evidente. 

Hablando de su “bloqueada” situación, con su amigo Julián, éste le recomendó la posibilidad de ir a la consulta de un especialista mental que a buen seguro podría ayudarle. Sin embargo, entrando una mañana en su bloque (en la zona de la calle Arenal madrileña) la señora EVELIA, portera del gran edificio, “echó un ratito” hablando con el “escritor”, como ella lo llamaba. Señora mayor, pero con mucha energía y vitalidad, que siempre buscaba soluciones para “todo”. 

“De modo, don Álvaro, que no le vienen a la cabeza temas o historias sobre las que escribir, con lo bien que Vd. lo hace. Pues yo le voy a dar unas ideas que le van a venir bien. Soy de CERCEDILLA DEL CAMPO, por la sierra de Guadarrama madrileña. Allí tenemos a un abuelo muy mayor, debe andar por el siglo de vida, aunque él buen hombre nunca lo concreta, que si Vd. le pregunta es capaz de estar hablando varias horas seguidas, con sólo invitarle a un café con leche. Se llama CELESTINO. Sabe mil historias o se las inventa. Te quedas maravillado cuando lo escuchas. Es como si estuvieras en el cine. Si toma el tren un fin de semana, se llega al pueblo y pregunta por él. Todo el mundo lo conoce”. 

En principio, Alvaro no le dio mucha importancia al consejo de Evelia, pero después de dar vueltas al asunto, compró los billetes de tren, llevándose una maleta con lo básico para estar en Cercedilla de viernes a domingo. Nada más bajar del vagón, a la llegada a esta localidad de poco más de 7.000 habitantes, vio a un lugareño con apariencia de campesino, llamado Fermín, hombre amable, que le facilitó la dirección de la pensión TRES CHIMENEAS, en donde le facilitaron una buena habitación, con balcón a la Plaza principal. Preguntó al conserje ¿dónde podía contactar con el tío Celestino.

“No va a tener dificultad. Desde las 11 suele estar en la cafetería bar del Nano El Beato, propietario de este popular establecimiento. Con que le regale alguna invitación, tiene conversación para rato. Celestino es una enciclopedia Álvarez”. 

Sin gran dificultad dio con Celestino, al que muchos llamaban el Requeté, por sus andanzas políticas durante su muy lejana juventud. Desde luego que no aparentaba el centenario que marcaba el DNI que con orgullo le mostró. Piel muy curtida por el sol castellano, con surcos y arrugas a modo de cauces privados de caudal. Bastante calvo, pero con dos mollitas de cabello en las sienes para disimular. Ojos legañosos ya cansados, pero siempre con esa sonrisa burlona que motivaba a los que se le acercaban para escuchar. No estaba encorvado y la fuerza de sus brazos y piernas las mostrada en el hacer y en el caminar. Bigotillo de facha y algunas mellas que mostraba al contar su historial. Pantalones de pana gastada y unas albarcas de esparto, de las usadas en el campo para laborar. El viejo truhan achacaba su buena edad a las “palomitas de aguardiente” y a los cafés con leche que cada día consumía y no olvidaba los placeres vividos con todas esas mujeres que habían sabido alegrarle la vida. 

“Si, mujeriego, don Álvaro, pero todo un caballero en el trato con esas hermosas señoras, que saciaban su necesidad, de lo que yo con maestría me encargaba de ejecutar. Alguna vez tuve que saltar por el balcón de LA SACRISTÍA (una pensión ya derribada, donde no íbamos, lo entenderá, a “rezar”) con mis potencias al aire a todo correr, porque subía por la escalera el marido eclesiástico, con todo furor y una gruesa cayada o garrota para castigar. He vivido del campo y del cuento. La nodriza que me cuidó me contaba muchas historias y cuentos, para que me durmiera al fin y la dejara en paz. Muchas eran mentiras y otras eran verdad. Esas historias me han proporcionado, con el tiempo, muchos platos de comida, que a la barriga hay que llenar. Tengo una colección de achaques, que debo sobrellevar, sobre todo esas ventosidades, a causa de los potajes con fabes, que debo tomar con regularidad, pues hay que tener buen combustible para poder caminar.



Durante dos largos días Celestino estuvo contando abundantes historias, a cambio de cafés, palomitas de aguardiente y ese rico plato de cocido, con garbanzos, alubias, chorizo, morcilla, jamón, ternera, costilla añeja, almuerzo que le daba “combustible para seguir imaginando y narrando. Eran historias insólitas, divertidas, también dramáticas, burlescas, de amores y engaños, en las que con frecuencia aparecía un cura. Celestino justificaba la presencia de un sacerdote a que en su infancia fue monaguillo de la iglesia de su pueblo, por lo que llegó a conocer bien muchos entresijos que no suelen salir a la luz pública. 

Álvaro, profundamente satisfecho del filón narrativo que había encontrado, iba tomando notas manuscritas, porque el veterano campesino no se fiaba de esos “cachivaches” que se quedan con tus palabras y se escucha como si hablaran gatos con patos. Por las noches, ya en su habitación de las Tres Chimeneas daba un poco de cuerpo, ordenando datos y puntos de interés, en esas situaciones que parecían inverosímiles en principio, por la gran verdad que contenían. Era toda una suerte haber encontrado a este gran juglar de la palabra, un tesoro humano que se lo tenía que agradecer a la buena Evelia, portera del bloque en donde residía en Madrid. 

“¿Y nunca te has planteado, amigo Celestino de disfrutar tu vejez en una buena residencia para la tercera edad? Ahí estarías bien cuidado y alimentado, ya que te lo has ganado con tu esforzado trabajo de cada día, labrando, plantando y recolectando en el campo. Pienso que los enfermeros y monjas asistentes quedarían profundamente maravillados con tu interesante sabiduría, ganada pulso a pulso en esa vida tan larga que el destino ha querido regalarte.”

“Amigo don Álvaro, aunque agradezco sus buenos consejos, esas “puticasas” son para viejos, no de edad sino de espíritu y bajo ánimo ¡Qué pintaría yo allí!” La gallardía y entereza del veterano labriego y narrador de historias era innegociable para la debilidad. 

En las semanas siguientes, Álvaro se encerró en su ático y estuvo escribiendo una historia de 8 capítulos aprovechando, lógicamente, todo el valioso material que Celestino le había facilitado. Ese libreto o guion, que iba a servir para un encargo de una poderosa productora, se iba a titular precisamente 8. Iban a ser ocho capítulos encadenados que, cuando se produjo el montaje definitivo, en los títulos de crédito aparecía una dedicatoria afectiva: 

A CELESTINO, GENERADOR DE VIDAS CONTADAS. 

Tras el bien acogido estreno, Álvaro se desplazó un fin de semana a Cercedilla del Campo, para visitar a su amigo. El veterano juglar narrador seguía sentado en una de las mesas del establecimiento de Pedro “el Beato”. Le llevó unos dulces, le mostró el libreto de la película y almorzó y cenó con su entrañable amigo, que seguía narrando historias de su juventud. Al despedirse, dejó una cantidad suficiente para que Nano le sirviera cada día a Celestino su café, con la palomita de anís, y ese plato caliente de cocido de fabes que tanto le agradaba.  “Nos veremos en el infierno, querido truhan. Te quiero”. Su viejo interlocutor se levantó de su asiento y abrazó con fuerza a su “hermano, don Álvaro”. 

Este inteligente sistema, colaborador para la creatividad, lo sigue utilizando LUZAMAN para cuando tienen crisis imaginativa. Los argumentos de las obras fílmicas sean ficticios o reales, se encuentran en esas vidas que deambulan a nuestro alrededor, en un mundo en un mundo cada vez más incomprensible y perturbador. -

 

 

 

LA ANGUSTIA CREATIVA

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