viernes, 29 de agosto de 2025

LA CAJA FUERTE DE OCTAVIO


NEMESIO Parody Cebrián era un modesto y complaciente ciudadano, que durante su vida laboral había desempeñado la profesión de dependiente, en un colmado de ultramarinos ubicado en la parte antigua central de la ciudad. Consiguió ese puesto de trabajo gracias a la persistencia de su madre, AMBROSIA, ante la generosidad de don ALFONSO, el propietario del negocio. Cuando Nemesio volvió del servicio militar, su madre se esforzaba para verlo “bien colocado”, a fin de que pudiera ganarse la vida o el sustento diario de una forma honrada. Entró en la tienda LA DESPENSA como aprendiz, pasando de inmediato, dada su buena disponibilidad, a dependiente, con la confianza del dueño del negocio. Se sentía feliz despachando a la clientela detrás de un largo mostrador, en donde estaba el peso para medir las ventas a granel. Tenía como compañero de tienda a EPIFANIO, único hijo de don Alfonso. Así que su rutinaria existencia recorrió el largo camino de 40 almanaques. 

Con 62 años y permaneciendo soltero, seguía residiendo en su domicilio de siempre. Al fallecer doña Ambrosia, el casero del piso se mostró generoso en continuar el contrato de alquiler con el único hijo de la finada. Nemesio era persona de muy modestas ambiciones. Su horario de trabajo había sido de 9 a 14 y de 17 a 20, entre lunes y sábados. Un viernes, ingrato para su memoria, Epifanio, el dueño actual del anticuado colmado, le expresó su intención de vender el local de la tienda, que era de su propiedad. Justificaba esta decisión en que ya era sexagenario, por lo que deseaba dedicar el tiempo que le restase de vida al sano ejercicio de la distracción y a viajar lo que su cuerpo aguantase. Le prometió una buena indemnización y comenzó a arreglarle “los papeles” a fin de que pudiera jubilarse también como él, habiendo trabajado en el negocio durante casi cuatro décadas. 

Para Nemesio, el cierre de la tienda fue un severo golpe emocional, pues estaba hecho a la vida de dependiente y al jubilarse tendría que buscar la forma de distraerse u emplear de forma adecuada el amplio tiempo libre del que iba a disponer. Por fortuna, un día doña Lucía, vecina de planta, con una edad parecida a la suya y presidenta del ropero parroquial, viendo a su vecino un tanto desnortado, ante la situación jubilar que había iniciado, le habló de una interesante posibilidad para el aburrimiento que no disimulaba. La útil información que le facilitó no era otra que la de participar en los viajes de turismo social IMSERSO. Por poco dinero, podría viajar y disfrutar de estancias de hasta un par de semanas por la geografía peninsular e insular. Ella misma lo acompañó a la agencia MARIMAR, ubicada en el antiguo barrio del Perchel malacitano. Allí le organizaron una estancia de diez días en la zona costera del levante español, concretamente en la almeriense Roquetas del Mar, para disfrutarla durante el primaveral mes de abril.

Este antiguo dependiente apenas había viajado fuera de la ciudad en donde había nacido. Influido por doña Lucía, acogió esta posibilidad con bastante agrado. Como no tenía acompañante de habitación, le contrataron una habitación doble de uso individual, por la que tendría que pagar un suplemento económico. Ya en el viaje, cuando llegó al hotel le adjudicaron la habitación 617, muy bien orientada para tener la visión de un gran trozo del mar. Desde el primer día de estancia, disfrutaba de la oferta culinaria y de ocio que el servicio de animación ofertaba cada día. También contrató algunas excursiones a distintos puntos de la provincia almeriense, que el grupo Mundiplan tenía organizados para los viajeros del Imserso. En su habitación disponía de todo lo necesario para disfrutar de una estancia agradable. Cuando estaba colocando su ropa en el armario, “descubrió” en una de las estanterías la existencia de una caja fuerte para uso del cliente, aunque su uso tenía que contratarlo en el mostrador de recepción. Esas pequeñas cajas metálicas, cuya apertura hay que realizarla pulsando una determinada combinación numérica, suelen ser utilizadas por viajeros que desean guardar en su interior joyas, documentos o algunos pequeños objetos de un cierto valor, como relojes, móviles telefónicos o incluso cámaras fotográficas de primeras marcas. 

Aquella primera noche de estancia Nemesio sintió curiosidad por esa pequeña caja fuerte que él nunca había tenido en su domicilio, en cuyo frontal aparecía un teclado numérico, cuya adecuada combinación permitiría abrirla y, obviamente, cerrarla. Como millones de personas, había visto películas donde aparecían cajas fuertes que los grandes y hábiles delincuentes se esforzaban en abrir el blindaje de sus puertas, a fin de tener acceso a importantes cantidades de dinero o incluso lingotes de oro, brillantes o valores bancarios. Siempre había pensado que estas cajas de seguridad eran cosa de ricos, policías y delincuentes. Tener una de estas cajas metálicas en el armario de su habitación era algo que lo emocionaba y “casi asustaba”. 

Esa noche, después del juego del bingo y el espectáculo de bailes posterior, bien dirigido por el equipo de animación, le había dejado bastante motivado y con la toma de un café bien cargado en el bar había perdido el punto de sueño. Como ya tenía la ropa bien colocada en las perchas y las estanterías, comenzó a “juguetear” con los números del teclado colocado en el anverso de la caja fuerte. Estuvo haciendo diversas combinaciones, entreteniéndose con los números plateados sobre el fondo negro. Era como un juego infantil, por si acertaba la “imposible” combinación numérica que permitiría abrir esa robusta puerta que la cerraba. Tecleaba y tecleaba, imaginando ser un gran experto en la apertura de cajas metálicas. Cuando ya la somnolencia de la noche estaba llegando a su cerebro, de manera inesperada e inexplicable sonó un ¡click! La puerta se separó levemente del cierre. Era algo asombroso ¡había logrado abrir la caja!

Estas casualidades aparecen en nuestras vidas de la manera más insólita y sorprendente. Tras el tremendo susto que le embargó, movido por una comprensible curiosidad, abrió completamente la pequeña puerta, mirando el interior del reducido habitáculo. Nueva sorpresa, un sobre blanco, formato cuartilla, reposaba en el interior. Su grosor era notable, apreciable para la vista. Una vez en sus manos, el sobre carecía de datos, salvo dos palabras que aparecían en su anverso. PARA OCTAVIO

El todavía nervioso Nemesio dudaba sobre qué hacer. ¿Abrir el grueso sobre encontrado, o no hacerlo? ¿Lo entregaba en la recepción del hotel o lo guardaba en su maleta para Málaga? Desde luego que nadie se iba a enterar. Su corazón y mente mantenían una lucha entre la responsabilidad, el egoísmo y la honradez, para su modesta persona. ¿Quién sería el tal Octavio, el destinario sin duda del “paquete”?

Aquella su primera noche resultó un tanto inestable para su tranquilidad, Se despertó en varias ocasiones, porque la imaginación, en pleno dinamismo, hace que vuele nuestra mente y todos los humanos hemos visto decenas de películas, a lo largo de nuestra existencia. 

Tras el desayuno, volvió a la habitación con la firmeza de averiguar qué contenía ese grueso sobre que seguía reposando en la base de la caja metálica. Abriéndolo tal vez podría hallar algún dato identificativo acerca del misterioso destinatario, sin apellidos explícitos. Con prudente y delicado cuidado fue pacientemente separando el borde engomado del sobre, cuyo papel estaba algo amarillento por zonas, probablemente debido al paso del tiempo. Utilizaba para la “operación” una pequeña navaja que solía llevar para pelar la fruta, ya que le habían comentado que los cuchillos en los hoteles tienen un filo muy romo para cortar. Aunque el despegue del sobre no había resultado perfecto, el objetivo emprendido se había conseguido. 

¡Más sorpresa e inquietud! Incluso miedo: un grueso bloque de billetes de 100 euros. Con la paciencia que le caracterizaba, como profesional dependiente de un colmado de ultramarinos, contó la cantidad de 6000 euros (60 billetes de color verde). En un primer momento, tras reponerse del susto, pensó en la utilidad que podría darles para hacerse unos buenos regalos. Su viejo televisor sería cambiado por una gran pantalla plana de plasma, LG, que alcanzara las 80 o más pulgadas. ¡Como en el cine! El salón de su casa era de los antiguos, con una gran amplitud para montar una sala cinematográfica cubriendo una de sus paredes. También compraría un lavavajillas y una buena lavadora, de esas marcas señeras en el mercado, como Miele. Doña Lucía, tenía esos dos buenos electrodomésticos en su cocina. Si aún quedara algún dinero, podría emplearlo en contratar ese crucero en el mediterráneo para gozar en plenitud durante una semana o más, como hacen las gentes pudientes, disfrutando con el “todo pagado”. 

Pero, también pensaba, lo que podría ocurrirle si ese dinero procedía del mundo de la droga, la prostitución o de cualquier tipo de delincuencia organizada. Con sensatez esperó hasta la hora del almuerzo para tomar una decisión al respecto. Después de consumir el estupendo bufe que tenía en los expositores del gran comedor, volvió a su habitación dispuesto a tomas una decisión inmediata. Pudo más la racionalidad, no exenta de un comprensible miedo, que la natural ambición de una persona modesta “anónima, que poco había tenido y gozado en su vida de dependiente de tienda. Tomó el sobre con el dinero y bajó a recepción. Los nervios le hacían tartamudear cuando explicaba al recepcionista la experiencia que estaba viviendo. Jacobo Duarte, un portugués de modales muy cordiales, iba tomando nota de lo que le exponía el huésped de la 617. Cuando terminó de escribir en el ordenador, imprimió el texto y se la entregó a Nemesio para que la leyera y firmara. Era un asunto delicado que, de inmediato, pasaría a la dirección del hotel. Posiblemente tendrían que dar parte a la policía. “Pero Vd. don Nemesio, no se preocupe, ha obrado con honradez y lealtad”. 

Con la conciencia ya más tranquila, el ocupante de la 617 siguió realizando y gozando de su vida de turista, Su primera gran experiencia para el goce en la vida. No la podía desaprovechar. Sin embargo, trataba en vano de olvidar esa “cinematográfica” experiencia que había vivido con la caja fuerte y de la que había sido gran protagonista. Pero esa misma tarde, sobre las 18 horas, recibió una llamada en su habitación. Al otro lado de la línea estaba Jacobo Duarte, quien le rogaba bajase a dirección, ya que el director deseaba hablar personalmente con él. Así lo hizo, pidiendo permiso, muestra de su educación, para entrar en el despacho del director. Se levantó de su silla para recibirle una persona muy agradable, que se presentó como ELADIO ALFAMBRA, de mediana edad, quien tras el saludo le rogó tomase asiento.  

“Es un placer conocerle, don Nemesio. En primer lugar, quiero mostrarle mi agradecimiento y valorar su honradez. Lamentablemente muchas otras personas no habrían actuado de esta forma tan ejemplar. He de confesarle que el caso es peliagudo. Hemos consultado en nuestros archivos y esa caja fuerte hace más de un año que no se ha contratado su alquiler. En realidad, son muy escasos viajeros lo hacen, en su mayoría extranjeros. Fundamentalmente para guardar sus joyas. Esa caja, de la 617, fue alquilada a un inglés, Mr. Morgan, que viajaba con su señora, ambas personas de avanzada edad. Tras los 10 días de estancia, al marcharse dejaron la caja abierta. Después han pasado por esa habitación centenares de usuarios y curiosamente el nombre de Octavio no aparece en esa relación de ocupantes. No sabemos si algún huésped, con conocimientos en estos artilugios de seguridad, haya podido abrirla o cerrarla. Vd. la encontró cerrada y por decisiones del destino, jugueteando con el teclado, logró abrirla. Entenderá que las claves para su apertura sólo las facilitamos desde la recepción en riguroso secreto. Tenemos la obligación de poner en conocimiento de la policía este curioso hecho, pero VD. no ha de preocuparse por nada. Ha actuado como un ciudadano cabal, mereciendo todo nuestro reconocimiento y aplauso. Las fuerzas de seguridad actuaran en consecuencia, como también es su obligación. 

El hotel va a facilitarle unos vales para que pueda hacer consumiciones en el bar/cafetería y también para que pueda hacer uso del Spa y piscina cubierta, si le apetece, de manera totalmente gratuita. Le deseo siga disfrutando de sus vacaciones y con mi reconocimiento, Sr. Parody, permítame que le dé un fraternal abrazo”.

Parecía que el insólito asunto había quedado zanjado, por lo que Nemesio podría dormir tranquilo. Pero dos días más tarde recibió una llamada de recepción, rogándole que bajara. Allí se encontró a dos miembros de la policía científica. Uno de ellos se presentó como Aniceto Cervilla. Le pedía autorización para inspeccionar la caja fuerte y el resto de la habitación. Los dos policías, Nemesio y Eladio Alfambra subieron a la 617. Estuvieron tomando huellas de la caja, su funcionamiento y del habitáculo donde se encontraba. “Verdaderamente, don Nemesio, resulta asombroso que haya podido abrir la caja, “jugueteando” con las teclas. El mecanismo de esta caja metálica soporta 25.000 combinaciones posibles y Vd. ha podido dar con la correcta. Es como si le hubiese tocado “la primitiva”. Obviamente, no recordará los números que marcó y el orden de estos dígitos”. 


Un mes después, Nemesio recibió en su domicilio una llamada telefónica. Era Eladio Alfambra. Le comunicaba que la policía, en coordinación con el juzgado de delitos monetarios había decido que las pérdidas no reclamadas en el hotel pasaban a ser propiedad de la empresa hotelera. Pero que la cadena hotelera NEPTUNO RESORT, atendiendo al informe que él había presentado como director, establecía que el honrado huésped fuese gratificado con un bono de estancia de hasta 15 días, en régimen de pensión completa, para usarlo cuando lo deseara, siempre que hubiese plaza disponible en el recinto hotelero. Por correo certificado recibiría dicho bono, con todo el agradecimiento de la institución. ¡Era maravilloso! Todo había salido perfecta y positivamente para el bueno del antiguo dependiente de La Despensa. 

Pasaron unas semanas y una mañana, alrededor del mediodía, Nemesio se encontraba preparando unas lentejas con chorizo, papas y jamón, para tomar en el almuerzo. Sonó el timbre del portero electrónico. Al descolgarlo, preguntó quién era. “¿Vive ahí “er Nemesio? Al responder afirmativamente, esa voz agriada, carrasposa y tabernaria añadió: “¡¡ÁBREME, SOY OCTAVIO!!

 

 

 

LA CAJA FUERTE

DE OCTAVIO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 29 agosto 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 22 de agosto de 2025

SERVICIO PROFESIONAL DE COMPAÑÍA

 

 

En los tiempos que vivimos, todo o casi todo está mercantilizado. Es un interesado hábito del que difícilmente podemos sustraernos: el comprar, el cambiar, el vender. Usar y tirar. Los más singulares servicios, sean cuales fueren su naturaleza, se encuentran bajo el control de la acción empresarial. Y los medios aplicados para su consecución son fáciles y diversos: Internet, el Siri telefónico, el buscador Google, son los medios más usuales para informarte de aquello que necesitas, a fin de poder efectuar su compra on-line o de una forma presencial o directa. En este contexto se inserta nuestro interesante relato de esta semana. 

MARTÍN Riesgo era un joven que había entrado en la treintena cronológica. Había cursado estudios hasta el bachillerato, pero con resultados mediocres, por lo que desistió seguir el camino de las aulas universitarias, declinando presentarse en las pruebas de acceso o Selectividad. Aconsejado por su padre, don HELIODORO ordenanza de un ambulatorio de la Seguridad Social, probó suerte con un módulo profesional administrativo y otro de representación escénica. Este último le agradó bastante, pero pronto comprendió que las tablas teatrales era un terreno harto competitivo y saturado de “jóvenes promesas”. Llamó a varias puertas “escénicas” pero éstas no se le abrían a corto plazo. Como otros tantos jóvenes en busca de empleo, acudió a oficinas privadas de “colocación”, probando suerte con actividades muy variadas y siempre asumiendo una gran eventualidad. Al tiempo iba dejando currículos por doquier, pero apenas obtenía respuestas. Los escasos trabajos que conseguía se los retribuían por horas (entre 8 y 12 euros/hora. 

La convivencia de este joven con sus padres era aceptable. La madre, doña DESEADA, se caracterizaba por ser extremadamente devota de triduos, novenas, primeros viernes de mes y con presencia habitual en la sacristía. Esta mujer, que debía haber optado por ser religiosa conventual, ayudaba en todo lo que podía a don PRIMITIVO, el cura parroquial, en las celebraciones litúrgicas. Incluso se prestaba al toque campanero para llamar a misa, ya que el motor del campanario era muy obsoleto y casi siempre estaba averiado. 

Un vecino de bloque recomendó a los padres de Martín una oficina de empleo denominada HORIZONTE que tenía fama de conseguir abundantes puestos de trabajo para los que en ella se matriculaban (previo pago de 60 euros). El perfil de Martín (persona joven y de agradable presencia, buenos modales, estabilidad familiar, no ser adicto al tabaco ni a la bebida, haber estudiado el bachillerato) cuadraba bien con un nuevo y singular puesto laboral, que había solicitado una empresa de personas de compañía, denominada COSMOS. Esta sociedad de acompañantes, con sedes en numerosas provincias del Estado, iba a abrir una sucursal en Málaga, en la céntrica calle Cuarteles, junto al cauce del Guadalmedina.

La naturaleza del trabajo consistía en acompañar a una persona en la actividad que realizase, durante un número de horas (mínimo dos y máximo ocho) y a 20 euros la hora. Nada de política, sexo o religión de por medio, ni relación con sustancias adictivas. Se trataba básicamente de aliviar la soledad de tantas y tantas personas que sufren el vacío de las personas y amistades ausentes. A estos seres solitarios, por una u otra razón, se les podría prestar (previo pago) un fraternal servicio. El día previo al encuentro, la empresa facilitaría al empleado el nombre de la persona, lugar de encuentro, la duración del acompañamiento y alguna característica carencial del cliente. El acompañante podría en todo momento contactar con la empresa, manifestando alguna incidencia en el servicio. El agente acompañante recibiría el 50% de lo que pagase en cliente, quien también se encargaría de abonar las comidas y cenas (si las hubiere) algún aperitivo, merienda o helados o las entradas a los espectáculos a los que deseasen asistir. Desde luego, esta opción laboral era en sumo muy interesante. Martín esperaba, como agua de mayo su primera labor de acompañante.

La anhelada y primera llamada de Cosmos no se hizo esperar. El cliente tenía por nombre VIRIATO y era un capitán retirado del Ejército de Tierra, con 78 años. Hacía unos meses que había perdido a su compañero de vida, Salomón, golpe anímico y sentimental muy fuerte del que no se había recuperado. El militar era un hombre bastante serio, seco de carácter y austero de comportamiento. Necesitaba almorzar con un acompañante, pues no soportaba estar sentado en soledad en una de las mesas de la casa de comidas La Cazuela, ubicada en calle Mármoles. Había contratado dos semanas, para consumir un guiso caliente y fruta de postre. Tinto de verano en la mesa. La cita comenzaba a las 13 horas y finalizaba a las 16 (aunque la empresa siempre facilitaba unos minutos de margen en favor del cliente. 

Pocos minutos antes de las 13 horas. Martín y Viriato se encontraron en la puerta de la Sociedad Económica de Amigos del País (el ex militar residía en pleno centro antiguo de la ciudad). Fue un saludo “frío” ya que era la primera vez que se conocían. Caminaron prácticamente en silencio (aunque Martín trataba de entablar alguna pequeña conversación acerca del tiempo o de algún asunto de actualidad). En la mirada de Viriato se percibía claramente un rictus de tristeza, debida a la pérdida reciente de su compañero afectivo. El contratante pagaba el almuerzo y cuando se acercaba las cuatro de la tarde se despedían con un “hasta mañana”. Lógicamente, al paso de los días, la fluidez expresiva entre ambos comensales fue incrementándose. Se habituaron a tomar un café bien cargado para la sobremesa, servicio en el que la invitación se alternaba. Poco a poco el militar se iba abriendo en su intimidad, agradeciendo la discreción y buen hacer del joven que lo acompañaba al almuerzo cada día. 

Tras el servicio diario durante esas dos semanas contratadas, Viriato confesó a su acompañante que pensaba ampliar el contrato por algunas semanas. Martín quedó impresionado cuando, en uno de los cafés de sobremesa, el militar le hizo una sorprendente confidencia: pensaba recluirse en un monasterio, entregando su paga mensual para los gastos de manutención y alojamiento. El militar se entretendría realizando trabajos de jardinería y dedicaría un buen tiempo también para leer y meditar. Asistiría a algunos de los rezos que los monjes realizaban en diversos momentos del día, pues sentía que, en su vejez, le había llegado un sentimiento religioso sorprendente, pues él nunca se había destacado por participar en actos religiosos, salvo por obligaciones de servicio.  Añadió que ya había mantenido un diálogo con el abad de un pequeño monasterio benedictino en tierras abulenses.

Otro servicio en el que participó Martín fue el de una señora sexagenaria, llamada doña CANDELARIA Cabrales, viuda de don Segundino Lombrices, que había trabajado con factor de la Renfe. Esta señora tenía dos hijos, pero la relación con ellos no era especialmente intensa. En realidad, Candelaria era una “devota” de los templos cinematográfico, con las grandes pantallas como “altares” para compartir historias. Cada sábado y domingo, elegía una película de las proyectadas en las salas del Cine Albéniz, empresa municipal con películas de calidad y alejadas de la industria de Hollywood.  Prefería los argumentos de temática romántica. Sentía un verdadero rechazo a ir al cine sola, cuando sus pocas amigas tenían otras aficiones u objetivos para pasar la tarde. Alguien le habló de la empresa Cosmos, con la que contrató cuatro sesiones, para ver cómo le iba esa posibilidad que alguien le acompañara al cine. 

La cinéfila señora, 62, y el acompañante contratado, 31, daban la imagen de una madre que iba al cine junto a su hijo. Ella pagaba las entradas y durante la sesión permanecía bien atenta a la acción que se proyectaba en pantalla. Echaba sus buenas lágrimas, ya que era persona emocional y “humana”. En varios momentos Martín le ofrecía pañuelos “tissues” para aliviar el lagrimeo de la buena señora. Al finalizar la 1ª experiencia, Martín, aunque estaba fuera de programa, le ofreció ir a compartir un café con algo de merienda, ya que desde el primer momento sintió respeto y afecto por una sencilla mujer a quien no le gustaba estar “sola” en el cine”. A muchas personas mayores también les ocurre. Cuando dialogaban sobre la película que habían visionado y Candelaria “abría” un poco la puerta de su intimidad, Martín pensaba en su propia madre. Después de esas cuatro primeras experiencias cinematográficas compartidas, la señora contrató otro paquete, siempre con la condición de que le acompañase ese joven tan amable, educado y discreto, llamado el Sr, Martín. 

Don Heliodoro y doña Deseada valoraban muy positivamente ese trabajo social que su hijo realizaba, del que algunos detalles les contaba. Estos comprensivos padres entendían que era una honrada forma de conseguir unos modestos y necesarios ingresos para un joven de su edad. No ocultaban que preferían otro tipo de trabajos, más tradicionales, para Martín, pero mientras que no encontrara algo mejor evitaba, con estos servicios, que tomara otros caminos más innobles para su vibrante juventud. 

Otro servicio relevante, en estas peculiares vivencias, fue la historia de CRISTINA Viñas. Tras seis años de matrimonio con CELSO Aliaga, aparejador y estudiante de arquitectura, el matrimonio había tenido dos hijos. Para sorpresa de Cristina y su propia familia, un hermano que ella tenía, que ejercía de policía, tras una denuncia de tráfico, con grave accidente y positivo de alcohol en el conductor que lo había provocado, el sorprendido agente se encontró con que el denunciado era su propio cuñado. Investigó sobre el asunto y comprobó que el innoble marido de su hermana mantenía relación con una “escultural” venezolana, MARIELA, de familia adinerada, con la que tenía un hijo de año y medio de edad. El escándalo fue de impacto en todo el ámbito familiar. Para colmo, el deshonesto Celso, aprovechando un viaje profesional, se había llevado a su ilícita pareja y se habían casado por lo civil en un país sudamericano. Bigamia, infidelidad, doble vida. El divorcio que iba de inmediato planteó Cristina, no tuvo dificultad alguna, para la desconsolada esposa. A Celso le suspendieron el carnet de conducir por un año, y el juez del tribunal familiar le impuso una suma ajustada para el mantenimiento de sus hijos, ALBA MARÍA, que había tenido con su ya exesposa. 

Cristina trabajaba de auxiliar administrativo en una gestoría. A consecuencia de todos estos hechos cayó es un preocupante estado depresivo, que le obligó a iniciar un tratamiento psicológico lento y costoso.  Su hermana Nerea sugirió la existencia de una empresa que desarrollaba programas de acompañamiento. Con el acuerdo familiar, Nerea contactó con COSMOS quienes, tras estudiar el caso, organizaron una primera cita, correspondiéndole el servicio a Martin Riesgo. El objetivo era “liberar” a Cristina de su “encierro” psicológico, aunque la propia paciente se negaba a conocer a persona alguna, superada mentalmente por un engaño tan cruel. Trataban de convencerla sus padres, sus hermanos Mario (el policía) y la propia Nerea, quien había gestionado la cita. ¡Hazlo por tus hijos!

A regañadientes, Cristina al fin cedió. Se trataba de una cita en la zona del remodelado puerto malacitano, en donde darían un grato paseo al atardecer. Posteriormente se desplazarían en un taxi al parador de Gibralfaro para cenar. Martín, elegido por su empresa como la persona más idónea por sus excelentes antecedentes, se portó como un caballero, tratando con la mayor delicadeza y afecto a una joven mujer, que sufría con el ánimo mental desequilibrado. Martín intentó y logró sacar algunas sonrisas a un alma depresiva y atormentada. Fue una tarde/noche de julio preciosa, pues el viento de levante impidió que saltara el terral de los días previos. Realmente, el profesional acompañante se estaba convirtiendo en un experto “artista” para el trato humano con personas sufrientes de soledad. 

Un par de semanas después, la familia concertó una nueva cita, respetando prácticamente el anterior itinerario: el mar y la colina de Gibralfaro. Solicitaron expresamente que fuera Martín el compañero de Cristina, quien reconoció haberlo pasado “bien”, dentro de su infortunio (psicólogos y familiares coincidían en lo enamorada que la joven había estado de su ya exmarido Celso) con tan gentil y atenta persona. Pero en esta segunda oportunidad hubo una singular y simpática novedad. Alba y María, 5 y 4 años, iban a acompañar a su madre. Dieron un bello y romántico paseo en la gran barcaza por la bahía, contemplando el bello espectáculo de ver a Málaga iluminada desde el mar. Cuando subieron a Gibralfaro, el restaurante del parador había preparado unas pizzas que hicieron las delicias de las pequeñas. Las niñas, de manera espontánea comenzaron a llamar al joven amigo de su madre “el tío Martín”. 

En este punto de la historia, podría ser interesante de que el lector fuese el que pusiera su imaginación en juego y realizara una composición mental acerca de cómo le gustaría que finalizara esta relación profesional entre Cristina y Martín o en su caso cómo piensa que probablemente terminará esta vinculación. Todas las opciones pueden ser válidas, porque el destino es cruelmente caprichoso, sorprendentemente generoso, y a la vuelta de la esquina nos encontraremos con esa fascinación que necesitamos, o esa pesadumbre que inevitablemente habremos de soportar. 

En un mundo en el que la soledad física o mental, real o implícita, afecta tan acremente al género humano, estos singulares o insólitos servicios de compañías pactadas podría paliar, de alguna forma, esa sutil pandemia que reduce gravemente la felicidad en nuestras vidas. Pero como en 1942 Rick Blaine dijo con nostalgia a su viejo amor Ilsa Lund, en las brumas del aeropuerto de Casablanca, “We will always have Paris”, siempre nos quedará París, el género humano podrá decir, siempre nos quedará el cine, para poder soñar despiertos.  - 

 




SERVICIO PROFESIONAL

DE COMPAÑÍA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 22 agosto 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 15 de agosto de 2025

UNA FAMILIA DEL MAR

 

HÉCTOR había nacido, por la suerte del destino, en una modesta familia mediterránea que, por varias generaciones, había estado vinculada a la sacrificada y fascinante actividad marinera. Su bisabuelo CIPRIANO se había ganado honradamente la vida trabajando la pesca, luchando a diario contra los riesgos de mares embravecidos por temporales meteorológicos. El abuelo MATEO heredó de su padre la gran barcaza y los conocimientos necesarios para obtener cada día el sustento con el que mantener a su familia. Su padre MARCOS también continuó el camino de las redes y los peces, para alimentar a su mujer TERESA y a ese hijo que también desde su nacimiento aprendió el amor al mar con plena entrega y dedicación. Ese niño, fruto del amor, fue bautizado, en las aguas saladas del mar y en la pila bautismal de la iglesia, con el nombre de Héctor. La gran barcaza de pesca, patrimonio generacional, mil veces remendada en sus recios maderos, con la protección impermeabilizante de la aromática brea, siempre lució en la proa de babor el nombre de la virgen marinera, CARMEN. Así se llamaba la bisabuela, esposa de Cipriano, su artesano carpintero y tenaz pescador. Todos los miembros de esta marinera generación respetaron ese ese bello nombre que protege a todos los que viven y aman el mar. 

Pero Héctor Ranea, el último miembro de una gran generación pesquera, veía acercarse su medio siglo de vida y a pesar de todo el esfuerzo que realizaba cada noche, apenas obtenía rendimiento económico suficiente para poder alimentar a su corta familia, formada por AUREA y Alicia, la única hija del matrimonio. Era una triste realidad que las aguas cercanas en el mediterráneo estaban muy esquilmadas de bancos pequeros. Héctor y sus antepasados podían narrar con extraordinarios detalles los peligros a que se veían expuestos en muchas noches temblorosas de duras tempestades, aguas bravías y olas escarpadas que danzaban como fantasmas y hacían tambalearse y elevarse hasta alturas impensables a la robusta barcaza. Pasaban miedo, incluso pánico. Pero había que salir a ganar el pan cada una de las noches, hiciera buen o mal tiempo, lloviera o soportando muy bajas temperaturas que helaban los cuerpos y la respiración. Él se protegía con un recio gabán impermeable y una gorra marinera bien ˝atada” a las orejas, desafiando a esas nubes “inamistosas” que como esponjas hinchadas descargaban fortísimos aguaceros, con la percusión de truenos y fogonazos eléctricos para el delirio. Héctor y sus compañeros se jugaban la vida, para poder traer a la playa un copo de boquerones, sardinas, besugos, jureles, bacaladillas, herreras, etc. y después llevarlo a la lonja para negociar una justa compensación. Eran pesetas o euros vitales en su necesidad a fin de poder alimentar a tres o cuatro familias que vivían del mar. Mucho esfuerzo y riesgo y cada vez menos dinero a repartir. Había que contratar a marineros experimentados porque un solo percador poco era lo que podía realizar. La situación era cada vez más peliaguda. Pero el amor a la tradición pesquera y a los recuerdos de la fiel generación marinera, que jalonaban una hermosa y honrada trayectoria, con fe inquebrantable, esfuerzo total, pericia bien aprendida y valentía ejemplar, todos esos valores familiares no se podían echar por la borda de la noche a la mañana. Había que resistir al miedo o a la tormentosa dificultad.

Pero las cuentas no resultaban. No sólo era la familia de Héctor, sino los compañeros en la barcaza Carmen de este bravo marinero, cuyas familias también “tenían que comer”. Héctor incluso aprovechaba bastantes horas diurnas, para trabajar en el campo, en la albañilería o en “lo que saliera”. Una noche después de cenar y mientras Alicia hacía los deberes de la escuela (estudiaba 6º de primaria) Aurea preparó sendas tazas de café para compartirlas con su marido. Sentados frente a frente, en su modesta pero bien organizada vivienda, también heredada por generación de sus antepasados, la responsable esposa y madre trató de abrir los ojos de su marido. Cada día lo veía más preocupado y cansado porque el calendario vital no se detenía y pasaba factura con ese duro trabajo de la mar.

 

“Héctor, yo también sufro, cuando te veo sufrir. Y me alegro cuando te siento feliz. Veo el gran esfuerzo que realizas, “matándote” a trabajar. El mar dicta sus leyes y temo perderte. Además, los peces parece que son hábiles en no dejarse capturar en las redes que echáis cada noche. Si el pescado escasea, los ingresos reducidos nos hacen pasar estrecheces. También a los compañeros que van en la gran barcaza.  Viendo una revista, cuando fui a arreglarme el pelo, ojeé un artículo interesante, que me hizo pensar en la posibilidad de cambiar la función de la barcaza Carmen.  La “pobre” lleva muchos años navegando, y no sé la de veces que la habéis tenido que reparar. Tú mismo me has comentado como crujen los maderos, cuando las olas baten con fuerza castrense su “cansada” estructura. ¿Por qué no le das una función más tranquila y cerca de la costa? Vivimos en una zona con muchos atractivos turísticos. No hablo sólo del verano sino también de la primavera y el otoño, que son estaciones muy suaves en el tiempo. El sur mediterráneo tiene un verano “infinito” y un invierno cada vez más corto en el tiempo. Tienes que dar otra utilidad a la muy querida “Carmen”. Ayudándote de algunos compañeros, le dais un bue lavado de cara. Instaláis unos asientos o unas cómodas banquetas en la cubierta. Entonces programáis unos tranquilos y explicativos paseos por la bahía para los turistas. 

No hay cosa más preciosa que ver pueblos y localidades, en esta zona de ROQUETAS, desde la cercana atalaya sobre el mar. Esos viajes de una hora u hora y media serían muy aceptados por los turistas. Trabajarías durante el día y tendrías un salario más asegurado que con las incertidumbres de los fondos marinos. Yo misma podría preparar algunos platos para vender tapas (tortilla de patatas, gambas cocidas, etc.) con las típicas bebidas durante esos tranquilos y cómodos viajes. Precios baratos atraerán, parece lógico, a un mayor número de viajeros. Incluso podéis ir narrando por los altavoces algunas curiosidades de la pesca que bien conocéis”.   

El buen pescador se quedó maravillado de la claridad de ideas y valentía emprendedora que le transmitía su querida compañera (Aurea apenas había realizado estudios primarios y en su currículo solo podía aportar los méritos de una buena madre y una mejor esposa). La idea propuesta a su esposo fue recibida por éste como genial, con muchos incentivos para llevarla a la práctica. Pensaban también en las propinas que solían dejar los turistas allá por donde pasaran y estos paseos en la barcaza iban a tener muchos adeptos. 

“Tendrás que sacarte los permisos correspondientes en el Ayuntamiento, para poder realizar este tipo de actividad. No creo que te pongan dificultades, todo lo contrario, te animarán a fomentar los atractivos turísticos de nuestra querida localidad”. 

La sugerencia, bien estudiada de Aurea, era bien sensata. Su marido la escuchó con atención y alegría. Se levantó de la silla y le ofreció un beso muy cariñoso. Mirándola con ternura, le confesó que en algún momento tuvo intención de vender a Carmen, impulso que pronto desechó. Hubiera sido como traicionar a toda una generación familiar que había podido comer gracias a la robusta barcaza. En ella se habían jugado la vida y la de sus familias bravos marineros. 

“También pensé en alquilarla, pero he de confesarte que la genial idea de los paseos turísticos no se me había ocurrido. Es una opción muy interesante, que sólo a una mujer de tu categoría mental se le podía ocurrir. Hablaré con mi mejor amigo PAULO. Somos casi coetáneos y hemos salido a pescar durante muchas noches, con tiempos muy contrastados. También hemos trabajado juntos en el campo, labrando la tierra. También hemos trabajado con el cemento y los ladrillos haciendo trabajos de albañilería. Seguro que le gustará esta posibilidad de trabajar para el turismo. Tenemos que planificarlo todo con sensatez y pericia”. 

Al paso de las semanas, el proyecto VIAJES AL AMANECER. VIAJES AL ATARDECER se fue convirtiendo en una muy muy esperanzadora realidad. Tras los permisos administrativos, construyeron un precioso varadero, con recia madera, para que la barcaza Carmen pudiera acercarse hasta ese punto en donde recogería a los viajeros. El ayuntamiento financió su construcción, permitiendo que otras embarcaciones lo pudiesen utilizar, para cargar mercancías o pasajeros. Planificaron dos viajes cada día, uno al alba del amanecer y el segundo cuando el sol se iba despidiendo del día, tras la llegada de la noche. 

Las embarcaciones que utilizaban el varadero recién construido tenían asignados unos horarios que los marinos y pescadores respetaban, bajo el control de la policía costera. Obviamente la barcaza Carmen fue remodelada. Se le dio un buen lustre de brea y pintura, aplicándose en la cubierta las bancas corridas bien ancladas en el suelo de madera. Los viajeros estarían bien resguardados del sol, ya que se instaló un artístico toldo protector. La bodega o sentina, donde tradicionalmente se guardaba el pescado capturado, fue también pintada y se abrieron unos pequeños ventanales con un grueso cristal especial, a fin de que los viajeros que lo deseasen pudiesen contemplar el fondo marino y los peces que por allí se desplazaban. Verdaderamente la barcaza había quedado bien coqueta, con la garantía de que sus maderos resistían al paso de los muchos años. Fue contratada una empresa turística para que dinamizaran la publicidad de estos batatos y fascinantes viajes. Un amigo de Héctor, técnico turístico, facilitó que los costes de gestión fueran más reducidos.  

Poco a poco el negocio fue entrando en “buena carretera”. Cada viaje que realizaba la barcaza Carmen conseguía casi llenar la capacidad de la embarcación, e incluso quedaban algunos turistas en tierra esperando turno. Los precios aplicados al paseo eran atractivos para todos los bolsillos: 5 euros el viaje, para 25 plazas. Además, había ganancias con las tapas que los turistas demandaban y que Aurea preparaba. En principio hacían dos viajes. A las 9 y a las 7 de la tarde. Pronto tuvieron que incrementar el número de salidas, especialmente en las jornadas festivas y vacacionales.  Entre Héctor y Paulo la connivencia era total. Ambos se encargaban de manejar el timón y de ir narrando algunas anécdotas y explicaciones del fondo marino.

Hubo ofertas de empresas turísticas para comprar la licencia de Carmen y sustituirla por un barco/yate de mayor capacidad y condiciones, pero Héctor siempre les decía que no, pues Carmen era el “alma” de la familia. Todo marchaba a pedir de boca, hasta que el destino quiso jugar una mala pasada. 



 

Una turista de nacionalidad británica, JANNINE, “comenzó a echar los tejos” al apuesto “capitán” de la nave. La chica estaba pasando unas vacaciones en la zona de Roquetas y cada día se apuntaba para alguno de los viajes. Aparecía en el embarcadero con sus tiernas sonrisas y con el tícket en la mano. “Chapurreaba” bien el castellano. El amor no tiene reglas fijas, pero la joven se encariñó con el fornido marino. Héctor se emocionaba cada vez que tenía ante si los ojos verdes y los cabellos rubios de la inglesa, a la que superaba en no pocos años. Entre ambos surgió la conexión misteriosa u onírica del amor. 

Paulo intentó en varias ocasiones hablar con su amigo de tantos años, para pedirle que reflexionara y sentara la cabeza. Pero Héctor siempre rechazaba los razonamientos cabales que su buen compañero deseaba aportarle. El final de esta aventura refleja las debilidades de la naturaleza humana. El capitán de Carmen y la atrayente turista inglesa se marcharon a Inglaterra. Jannine era la hija divorciada de un importante industrial siderúrgico. La “alocada” joven admiraba la fortaleza y la “hombría” del antiguo pescador. 

Carmen permaneció varada varias semanas, pero Aurea, sacando fuerzas de flaqueza y ayudada por el buen amigo Paulo, quiso sobreponerse a su desgracia y reorganizó de nuevo los viajes, que comandaba el diestro y fiel marinero. De nuevo los turistas retornaron a ese plácido y bello viaje por la costa almeriense, por lo que fue necesario contratar algún ayudante. Carmen viajaba, feliz y orgullosa” por las aguas mediterráneas. 

La irracional infidelidad de Héctor fue un ilusionado capricho, repleto de banal infantilismo. Trató de repararlo años más tarde. Pero para entonces … ya nada fue igual. El tiempo no se detiene. – 

 

 

UNA FAMILIA

DEL MAR

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 15 agosto 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 8 de agosto de 2025

EL BOSQUE DE LA GRAN CIUDAD

 


En los cuentos infantiles, también en el imaginario narrativo popular, el gran bosque siempre ha representado ese gran espacio sugerente para la intriga, el miedo y los laberintos para la “imposible” salida. Atracción e inquietud, generado por esa densa y elevada masa arbórea, que dificulta la llegada al suelo de los rayos solares, ofreciendo las poliédricas geometrías de un ramaje espectacular para la visión y la generosidad de las sombras. El bosque aparece como la gran reserva de la naturaleza, en donde la mano del hombre ha respetado ese fascinante decorado del gran espacio para el misterio, la aventura, la emoción y la inseguridad. Miedo y temor a encontrarnos con el lobo, los gnomos, los animales salvajes y, por supuesto, con los misteriosos fantasmas, siempre con la inquietud de no poder hallar una fácil salida cuando así lo deseemos o necesitemos.

La fortaleza del bosque sólo se ve alterada cuando la impericia o descuido de los humanos genera ese fuego devorador que elimina en pocos minutos lo que se ha ido construyendo a través de los muchos años. También la malicia está detrás de esos voraces incendios, que tienen su origen en intereses económicos repulsivos y delictivos. También los fenómenos atmosféricos, con tormentas y aparato eléctrico, pueden “vencer” su erguida e insolente apariencia. La tala de árboles para la industria maderera es otro gran problema, cuando se realiza sin control o racionalidad biológica. 

Sin embargo, para algunas personas el bosque no sólo habita en el seno de la naturaleza, sino que tiene su pobre réplica en el seno de la gran ciudad. ¿Y cómo es ese bosque que mentes observadoras y reflexivas pueden encontrar en la conformación de la vida urbana? En este contexto se inserta una nueva historia, para los lectores interesados en su disfrute.  

El protagonista de nuestro relato es un niño de nueve años, llamado ADRIÁN. Una infancia duramente castigada por la orfandad de padre y madre, debido a un muy desafortunado accidente de carretera. La furgoneta que DAMIÁN conducía, acompañado de su mujer MARIANA, perdió el control de la dirección precipitándose por un barranco muy pedregoso, pereciendo ambos ocupantes, tras los sucesivos impactos y el incendio final del vehículo. El alcalde de la localidad cazorleña, en donde ambos vivían, llegó con prontitud al lugar del siniestro, en donde los bomberos estaban controlando el incendio que el siniestro había producido. El alcalde LISARDO opinaba, con sumo pesar, que su buen amigo Damián, un campesino honrado y trabajador, 46 años, arrastraba problemas arteriales, por lo que podría haber sufrido un alza de tensión, que le provocó el desvanecimiento, con la mala fortuna de que sus manos iban puestas al volante. El vehículo se había salido de la calzada, rompiendo el “quita miedo”, cayendo hacia el vacío del espacio abarrancado. 

La primera y gran urgencia era el hijo de los vecinos fallecidos. Había quedado en una absoluta y cruel orfandad. De inmediato se hicieron rápidas gestiones, por los servicios municipales, conociéndose que el pequeño tenía unos tíos en la capital malacitana. Se contactó con el hermano de Damián, llamado RICARDOpara informarle del fatal accidente. La respuesta inmediata de este trabajador municipal de parques y jardines fue lógica y admirable. Él y su mujer DOROTEA, matrimonio sin hijos, solicitaban hacerse cargo de su único sobrino. Los servicios sociales de Cazorla y Málaga dieron rápidamente su conformidad. En 48 horas, Adrián (que permanecía en el domicilio del alcalde) viajaba acompañado por un miembro de los servicios sociales con destino a la capital malagueña. Su modesto equipaje para este urgente traslado era una mochila de campo, regalo de sus padres en Reyes, con algunos de sus juguetes más apreciados y un trolley con la ropa más necesaria para estos complicados y tensos momentos. Sus tíos esperaban al querido sobrino en la estación de autobuses de Málaga, produciéndose un muy emocionado encuentro. Dorotea abrazó con cariño a un niño que lloraba, diciéndole para el consuelo “Nunca te faltará el cariño de una madre. Me esforzaré cada día para hacerte feliz”.  

Pasados unos días, sus tíos, aplicando racionalidad a las emociones, se pusieron en contacto con un abogado para gestionar la herencia del matrimonio fallecido: una casita en el campo, con varias fanegas de tierra, dedicadas al cultivo del cereal y el olivo. Aunque ellos actuarían como albaceas, ante la minoría de edad de su sobrino, todo el valor de la propiedad de Damián y Mariana fue puesto a nombre Adrián.  

El muy querido ahijado de Ricardo y Dorotea era un niño “rural” que ahora se tenía que habituar a vivir en un entorno urbano y cosmopolita. Había tenido dos casas. El hogar de sus padres y también otra “vivienda” muy grande, la inmensidad del campo correspondiente a las sierras subbéticas, con sus espléndidos valles, las majestuosas montañas, todo poblado de riachuelos y albercas, vegetación y arbolado, flores y pedregales, frio y calor, con sus nubes para la sombra o esa intensa radiación solar que todo lo alimenta. Con tan maravilloso espectáculo no se sentía solo, pues además gozaba en su mundo infantil con la compañía de los caballos, las vacas, las cabras, las gallinas y los perros. Pero, sobre todo, el hogar misterioso de la naturaleza era ese gran bosque al que sus padres le advertían que debía evitar entrar en él, si no era con su compañía. Su imaginación infantil se aliaba con las lecturas de los cuentos y relatos que hablaban de los lobos que tenían allí su guarida, y en donde también transitaban los fantasmas, los gnomos misteriosos, junto a esos árboles centenarios que hablaban entre ellos en las noches de estrellas, proponiendo ideas para asustar a los niños que se atrevían a penetrar en esa masa boscosa, a la que apenas podían bajar los rayos del sol. Era como un gran castillo o mansión encantada en la que había numerosas entradas, pero sólo una salida, que los ogros y animales del bosque se “encargaban” de disimular y cerrar. De ahí las advertencias de sus padres Damián y Mariana, para que no entrara en un laberinto vegetal en el que se podría perder y “nunca más salir”. 

Después del golpe tan terrible de tomar conciencia que sus padres estarían en el cielo, se encontraba en un nuevo hogar, el de sus tíos, personas modestas y trabajadoras, que mostraban de continuo su afán por ofrecerle cariño, calor humano y seguridad material.  

Ante la nueva realidad, el pequeño Adri se enfrentaba ahora a otro bosque, “el de la gran ciudad”. Con sus elevados edificios en una urbanística densificada y populosa, que por las noches adoptaba unas formas también fantasmagóricas. Al igual que el laberinto boscoso de las sierras de Cazorla, ahora tenía que habituarse a esa geometría urbana, llena de personas, vehículos de toda naturaleza, luces y ruidos, con miles de personas transitando de continuo en un ambiente turístico y cosmopolita, muy nuevo para su transparente inocencia rural. Ahora no se encontraba con caballos, vacas, cerdos, ovejas, cabras, ardillas o pájaros cantores y aves voladoras, sino que en su lugar esos seres con los que había convivido se habían transformado en camiones, autobuses, motos, bicicletas, monopatines, grúas, perforadoras, etc. En lugar de la tierra árida o mojada, ahora caminaba por el cemento de las aceras o por el asfalto de las calzadas, También había otro tipo de nubes, no tan plácidas como las que contemplaba por las tarde primaverales o invernales, sino aquellas que la propia contaminación atmosférica proporcionaba. El olor a campo también se transformaba y mezclaba en la contaminación de los motores con aroma a gasolina, con el dulce olor de las panaderías y de las flores ajardinadas. Era un tanto diferente al aroma de la resina piñonera o de las hierbas aromáticas. mediterráneas, como el tomillo, el hinojo, el romero, el orégano, el aloe vera, la salvia, la manzanilla., la albahaca, la hierbabuena, el cilantro, la menta, etc. El bosque urbano era muy diferente del bosque natural. La adaptación a este otro tipo de bosque era necesaria, aunque Adri nunca olvido las raíces cazorleñas de las que procedía.  

También se acomodó, bastante bien, a la convivencia con sus tíos, quienes no ahorraban esfuerzos para ofrecerle la seguridad u el cariño de un sosegado hogar. Su trabajo escolar reportaba buenas calificaciones, aunque había una materia que destacaba entre sus preferencias. Era ya un niño adolescente que se había criado en un entorno plenamente natural. Los sobresalientes en Ciencias Naturales florecían en sus boletines de notas. Cuando su colegio organizaba alguna excursión, para los viernes o sábados, Adrián era el primero en apuntarse. Y en el desarrollo de esas salidas de estudio, Adri destacaba entre sus compañeros para explicar con sencillez “misterios” del campo que sólo él bien conocía, porque los había vivido con plenitud desde su nacimiento.

Los años fueron pasando, para la vida de todos. Su esfuerzo y tenacidad, como alumno responsable, le permitió ir superando los distintos niveles escolares. Cuando finalizó la ESO, optó el bachillerato de ciencias, centrando sus esfuerzos en las materias afines a su afición y amor naturalista. La prueba de acceso a la Universidad la superó con una calificación elevada. No tuvo duda alguna cuando tuvo que elegir la carrera universitaria, para la que estaba perfectamente preparado. Sus años de estudio en el Campus de universitario de Teatinos, los realizó en la facultad de Biología, y dentro de ella se especializó en Ciencias Ambientales. Aunque le fue ofrecida la posibilidad de integrarse en el departamento donde más trabajaba e investigaba, Adrián amaba el terreno abierto de la naturaleza, en donde recuperaría esas sensaciones de la infancia em los que había crecido y no había olvidado. Admiraba la importante labor que realizaban los guardas o vigilantes forestales. No tuvo dificultad alguna para integrarse en ese cuerpo que controla, vigila y cuida el entorno natural. A los pocos meses, dada su cualificada titulación, alcanzó un puesto de más responsabilidad como oficial de vigilancia de los espacios forestales, actuando con diestra preparación en la prevención y control de los focos de incendios, que tanto daño ejercen sobre las masas vegetales. Cuando le pedían, desde el instituto donde había cursado la educación secundaria, que diese charlas explicativas a los escolares, se sentía orgulloso de poder generar, en los niños que crecían para la vida, ese sentimiento de amor a lo natural que estaba tan arraigado en su persona. 



Adrián, comparte hoy la existencia con su compañera ALMA, también integrante del cuerpo de guardas forestales de la Comunidad Autónoma. Cuando ambos visitan a Ricardo y Dorotea, ya en su tercera y avanzada edad, les transmite el afecto, el agradecimiento y el cariño a unos tíos que supieron ejercer de padres, en un momento muy difícil y trascendental de su vida. Todas las primaveras realizan juntos una visita a Cazorla y Adrián explica a su compañera los misterios que encierra el gran bosque, comentarios que Alma y sus tíos escuchan con asombro, fascinación e intriga que pronto se tornan en sonrisas divertidas y cariñosas. -

 

 

EL BOSQUE

DE LA GRAN CIUDAD

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 08 agosto 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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