viernes, 28 de mayo de 2021

EL HOMBRE QUE SÓLO DORMÍA DE DÍA.





Hay profesiones que, por la naturaleza específica de su función, han de trabajar, de manera preferente, durante las horas nocturnas. Según las épocas y circunstancias, estos horarios de noche se hallan vinculados a las siguientes actividades: sanidad; seguridad; prensa; mensajería urgente; panadería y repostería; vigilancia privada; recogida de residuos; taxi; transporte de mercancías. Los antiguos serenos deben ser incluidos en esta clasificación. Algunos escritores también manifiestan que escriben más cómodamente sus textos durante la noche, pues su nivel de concentración se potencia “en las horas de las brujas”. Cierto es que todos estos trabajadores han de intercalar horas diurnas, para cumplir con las obligaciones que les están asignadas. Pero, si no todos, una gran mayoría de este colectivo concentra su trabajo mientras los demás duermen y descansan.

El protagonista de este relato tiene por nombre HILARIO Avencilla. Desde su adolescencia, solía mostrar especial predilección por todo lo relacionado con en el ámbito de la seguridad, afición tal vez influenciada por un cercano familiar que ejercía como miembro de la guardia civil y a quien Hila admiraba. Disfrutaba profundamente escuchando las aventuras que le narraba su tío Tadeo, experiencias vividas, todas ellas, como integrante del cuerpo armado de la Benemérita.

Sin embargo, Hilario carecía de capacidad y constancia para los estudios, por lo que, aun superando las pruebas físicas para el ingreso en el colegio de guardias jóvenes de Valdemoro, fracasaba en la realización de los ejercicios psicotécnicos y culturales. No pudo conseguir plaza en un par de convocatorias a las que se presentó, animado por este familiar. En esta situación, bien aconsejado por sus padres, Trinidad y Leonor, llamó a las puertas de varias empresas privadas de seguridad. Tuvo la suerte de recibir, al poco tiempo de enviar sus impresos de solicitud, la llamada de una de ellas, organización de reconocido prestigio en el ámbito de la vigilancia privada. Tras la correspondiente entrevista y pruebas complementarias, le fue ofrecida una vacante temporal que, al paso de los meses, se hizo definitiva, para gozo del nuevo guardia de seguridad y también de sus padres, quienes conocían la aptitud de su hijo para esta labor de vigilancia en el seno de las grandes y pequeñas empresas.

El único y gran inconveniente de la plaza obtenida es que tenía que trabajar durante el horario nocturno, circunstancia que Hila aceptó, dada su juventud y la necesidad de un puesto laboral para la estabilidad de su vida. Fue asignado a una fábrica/almacén de aparatos y complementos de telefonía e imagen. Su horario laboral comenzaba a las 12 de la noche, y finalizaba a las 8 horas del siguiente día. Cenaba en casa de sus padres, desplazándose a continuación al polígono industrial en donde estaban ubicados los talleres y almacenes de la empresa. Lo hacía utilizando una “vespino” de 2ª mano, vehículo que un vecino le vendió, cobrándole un precio verdaderamente interesante para sus posibilidades económicas. Una vez que llegaba al centro fabril, ocupaba su puesto en la caseta de vigilancia, dotada con un circuito de televisión conectado con cámaras de seguridad repartidas por las extensas y modernas instalaciones. Entre sus obligaciones, tenía también que recorrer, dos veces en la madrugada, las distintas naves y oficinas, a fin de comprobar in situ la seguridad general, pues este complejo fabril había sufrido dos robos, en los últimos años. Cuando volvía a su caseta de control, usaba un apreciado transistor, que le permitía escuchar y entretenerse con las programaciones deportivas, culturales y musicales de las diversas emisoras. Lo importante era permanecer bien despierto, pues el programa informático, de manera aleatoria en el tiempo, le solicitaba respuestas sobre la seguridad existente en punto concretos del amplio recinto. Además de la radio portátil, le acompañaba un buen termo de café con leche (además del correspondiente sándwich) que cada tarde le prepara Leonor, su madre, a fin de que tonificara la temperatura de su cuerpo y estuviera muy atento y despierto a sus obligaciones de control durante las frías noches del invierno. Cuando la radio emitía programas que no le interesaban, ocupaba las horas resolviendo diversos pasatiempos y juegos, que tenía descargados en su Tablet.

Durante las semanas iniciales de éste su primer trabajo, le costó un cierto esfuerzo adaptarse a este duro horario nocturno, pero su reloj cerebral se fue acomodando a estos cambios del tiempo en su existencia. Cuando volvía a casa, sobre las 9 horas, tomaba un buen desayuno y se iba a la cama, no levantándose hasta las cuatro o cinco de la tarde. Sobre las 9-10 de la noche tomaba la cena y ya se preparaba para desplazarse de nuevo a la fábrica. Y así transcurrieron muchas semanas y meses, que consolidaron un especial ritmo de vida que le impedía descansar en las horas en que los demás lo hacían.

Ya casado con su novia de años Evelia, era ésta quien le organizaba muy bien el régimen de comidas y descansos que, por el horario nocturno de su marido, tenía que aplicar durante cada uno de los días. Transcurrieron 16 años, desde su ingreso en la corporación TECNOFONÍA, desarrollando una eficaz labor de vigilancia de manera ininterrumpida. Pero cierto día, cuando su carnet de identidad marcaba los treinta y ocho años de edad, la empresa para la que trabajaba entró en quiebra, crítica situación económica reconocida por la autoridad judicial. Los dirigentes empresariales no supieron o pudieron sacar a flote un drástico hundimiento financiero, en el seno de una nueva y grave crisis económica mundial, vinculada a los ciclos que rigen el sistema capitalista de producción.

Hilario se vio de esta manera sumido en el marasmo sociológico del paro, con la gravedad de que en estas situaciones no resulta fácil encontrar, a corto plazo, un nuevo puesto de trabajo. Aún así, se entregó con esfuerzo y tesón a probar suerte en cualquier oportunidad que le viniera a mano, pues los ingresos familiares para esta familia de cuatro miembros (tenían dos hijos, Luna y Félix) se habían reducido a las aportaciones que hacía Evelia, dando clases particulares de guitarra (desde pequeña, sus padres, muy aficionados a este instrumento, la habían apuntado al conservatorio, poseyendo en consecuencia un buen nivel para impartir de forma privada esta bella destreza musical). Por fortuna y al paso de los meses, el antiguo vigilante de seguridad fue encontrando algunas oportunidades laborales, vinculadas a las más diversas facetas del mercado. Probó suerte de repartidor de correspondencia urgente, de auxiliar de pintura en alguna obra particular y de reponedor de mercancías, en una cadena de supermercados. Pero en cada una de esas oportunidades laborales, un grave problema psicológico le iba cerrando, a las pocas semanas e incluso días, las puertas a su ansiada o necesitada continuidad en el puesto laboral que ocupaba.

El problema residía en el horario de trabajo que había desarrollado durante diecisiete años, como vigilante de seguridad en la fábrica de componentes telefónicos. Esa obligación de estar completamente despierto durante las noches, teniendo que descansar durante el día, se había instalado con indisoluble firmeza en su reloj cerebral. Ahora, cuando las circunstancias cambiantes en los diversos puestos laborales le permitían (y obligaban) volver a la normalidad general horaria, su mente no le permitía hacerlo, por más que lo intentaba. Noche tras noche las pasaba en vela, cayendo en un profundo e intenso sopor a esa hora de crucero habitual consolidada de las 10 de la mañana, minuto arriba o abajo. Las consecuencias eran obvias y graves. Ese letargo mental le hacía cometer importantes errores y fallos en el desempeño de su labor, lo que conllevaba, después de unos avisos y reprimendas, su despido inmediato en las sucesivas empresas, por quedarse literalmente dormido. Hilario quería trabajar y cumplir bien el cometido que tenía por delante, pero su mente ordenaba a la estructura orgánica que era el tiempo indicado para descansar y dormir.

Ante esta difícil situación, el atribulado Hilario comenzó a probar suerte con la farmacología indicada para combatir el insomnio y recomendada por los médicos y boticarios. Melatonina, relajantes como la valeriana, la pasiflora, la amapola, las pastillas de Valium y toda suerte de somníferos recomendados por aquí y allá en la ciudadanía vecinal. También probó la psicoterapia del Reiki, los baños cálidos antes de dormir, todo tipo de músicas y composiciones facilitadoras del sosiego y la relajación. Pero el aludido reloj cerebral de Hilario mostraba su rígida terquedad, para no querer adaptarse a la nueva situación horaria en que debía normalizar su vida. Por las noches, mientras la mayoría social dormía, él permanecía incómodamente despierto muy a su pesar.

Además de las farmacias y herboristerías, las consultas médicas comenzaron a fluir en la agenda de Hilario. Pero los médicos, además de los consejos generados por la experiencia, le prescribían los habituales productos que ya había comprado y probado en los establecimientos farmacéuticos. Mientras tanto, Evelia seguía con sus clases particulares de guitarra, ayudando (en realidad, sosteniendo) las necesidades económicas propia de una familia. Pero siempre hay un día afortunado, para dar con el facultativo que mejor nos puede ayudar. Los padres de Hilario le pagaron la consulta privada que realizó a un neurólogo de reconocido prestigio: el Dr. Lasarte Seriana.

“Debe asumir, Hilario, la situación en que se halla. Evite el agobio y la desesperación. Este caso que me plantea es muy raro, se da en un porcentaje muy reducido de personas. Vd. amigo Hilario es una de ellas y vamos a buscar soluciones. Según mis estudios y experiencia, la hipnosis sería un buen recurso para su dolencia. Le puedo recomendar un veterano y experimentado mago, que actuaba durante años en las pistas de circos, teatros y salas de fiestas. Ahora, en su avanzada madurez, tiene abierta consulta en un local instalado en el barrio chino de la ciudad. Posee, para su suerte, mucha demanda, por los óptimos resultados que consigue, con fumadores empedernidos, rateros compulsivos, pedófilos obsesos y también con personas que sufren la desesperación del insomnio. Si consigue visita, no la desaproveche. Este especialista en magia, se llama el Maestro Uranio. Aquí le entrego el número de su teléfono. En principio, le responderá una centralita y si logra hablar con la secretaria del Maestro, muéstrese generoso con la misma. Ofrézcale alguna “sustanciosa” compensación para que le ayude, porque es la única forma de encontrar hueco en la densa agenda que atiende el sabio y admirado profesor”. 

Un elegante frasco de perfume francés, entregado a la Srta. Liriana (una obesa señora, entrada en años y con generosas unturas de cremas en su rostro, a fin de disimular, con patente dificultad, la realidad castigada de su reseca epidermis) abrió ese ansiado puesto de consulta, para las expectativas ilusionadas de Hilario. Le hizo pasar de inmediato a una sala en penumbra, decorada con cortinas de dibujos geométricos y formas vegetales multicolores que cubrían todas las paredes. Había un solo taburete de madera en medio del aposento, pequeño espacio sin ventanas con aroma a pachuli que estaba desprovisto de cualquier otro mobiliario. De inmediato, sonó un grave toque de alerta, a modo de fanfarria, mientras se descorría el cortinaje frontal al recio y monacal asiento. Iluminado por un intenso foco de tonalidad rosácea, aparecía sentado en su trono mayestático el poderoso y sabio maestro.

Se trataba de un hombre de edad indefinible (los espectaculares ropajes envolvían casi todo su cuerpo) pero desde luego era bastante mayor. Una larga melena blanca cubría su cabeza, en la que sobresalían y asustaban unos grandes ojos negros de mirada penetrante, una poderosa boca de labios carnosos y una también larga y poblada barba, teñida de color violeta intenso. Cubría su alargado cuerpo con una túnica roja, estampada con estrellas y rombos azules. Con una imperativa señal, mandó a Hilario que se arrodillara, sobre un lienzo de estopa negra que estaba bajo el taburete. En ese preciso instante, comenzó a sonar una música celestial, en la que destacaban los sones de órgano y clavicordio. Uranio se incorporó de su divinal asiento, dio unos teatralizados y lentos pasos y extendiendo su brazo derecho entregó al asustado “discípulo” una hoja de color púrpura, que llevaba impresa la letra de una oración a modo de jaculatoria. El texto escrito en rojo carmín debía ser recitado a dúo. Mientras entonaban los párrafos, una potente ventisca comenzó a fluir desde unos respiradores disimulados tras el aterciopelado cortinaje. Las severas palabras del Maestro retumbaban en medio de la artificial ventisca:

“Diabólicos espíritus, aléjense, váyanse y dejen en paz a nuestro buen hermano Hilario. Amigo, cierra los ojos y duerme. Yo te lo exhorto y mando. Reza en la diosa Santra, la verás dibujada en el respaldo de mi cátedra y pídele, con filial humildad que te ilumine, para que, con el fuego, el mar, el viento y la tierra, puedas recuperar el sosiego. La sierva Liriana te entregará un valioso y mágico ungüento, que te untarás con diligencia en las plantas de los pies, masajeándotelos durante siete noches y siete mañanas, por espacio de treinta minutos en cada sesión. Esa poción mágica ayudará en tu recuperación”. Finalmente, con gestos bien ensayados, le puso sobre la cabeza su mano derecha, cuyos dedos iban provisto de pesados anillos. “Ahora, hermano Hilario, cierra los ojos y duerme. Santra te hará descansar durante la noche. Yo te lo ordeno. Yo te lo mando”. Pero el asustado paciente no dormía. Temblaba.  

Cuando Hilario volvió a su domicilio, sin los 150 euros que había tenido que abonar por la “milagrosa” consulta, se encontró con una Evelia muy sonriente, que le mostraba una carta remitida por la concejalía de Acción Social del Ayuntamiento, a él dirigida. De inmediato despejó la confusión de su marido, explicándole, con cariñosa paciencia, el origen de dicha misiva.

El padre de uno de sus alumnos, al que impartía clases de guitarra, tenía gran amistad con la concejala municipal del distrito. Hacía unas semanas que le había contado al padre de este chico el grave problema que tenía su marido, con una grave alteración en las horas del sueño. Conociendo los datos del caso, este señor se puso en contacto con la concejala, a fin de que pudiera hacer algo por una persona que deseaba y necesitaba trabajar, pero cuya alteración horaria mental le impedía mantener los escasos trabajos que iba encontrando. Estudiado el caso, los servicios sociales municipales habían decidido asignar a Hilario un puesto de trabajo para ayuda domiciliaria, con una temporalidad de seis meses, que podía ser prorrogada. Su misión seria la de acompañar y ayudar, siempre en horarios nocturnos, a determinadas personas mayores seleccionadas, con diversos niveles de dependencia y que también sufrían la alteración del desvelo nocturno, a consecuencias de sus respectivas dolencias.

Este inesperado e inmenso “regalo de Navidad” ha permitido a Hilario seguir durmiendo por las mañanas, mientras que durante las noches trabaja. Lo hace acompañando y ayudando en sus respectivos domicilios a veteranas y solitarias personas dependientes: hablándoles, leyéndoles y aportándoles esa valiosa fraternidad afectiva que todos, de forma ansiada, valoramos y necesitamos. Ahora HIlario, el antiguo vigilante de seguridad, se siente útil y ha recuperado al fin su perdida sonrisa. -  



 EL HOMBRE QUE SÓLO DORMÍA

DE DÍA

 

 

José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

28 mayo 2021

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

viernes, 21 de mayo de 2021

TENGO ALGO QUE DECIRTE.


Resulta penosamente frecuente que algunos usuarios de las bibliotecas públicas se comporten de manera incívica, con respecto a los libros que consultan y leen. Las muestras de este inadecuado comportamiento son variadas: subrayar, con lápiz, bolígrafo o rotulador, palabras, frases o párrafos de las páginas del libro que han solicitado; dibujar “monigotes” en las páginas del libro; arrancar o recortar hojas del volumen; descuidar el vertido de líquidos u otras sustancias, por consumir sobre el libro sin la menor precaución. Se completa ese manejo reprobable de la bibliografía, con otro comportamiento ineducado que realizan aquellos que escriben palabras o frases, perjudicando la posterior lectura o consulta que otros usuarios realicen sobre la misma obra. A partir de aquí comienza la narrativa de nuestra sugestiva historia.

Uno de los muy numerosos usuarios que acuden a estos recintos para la lectura es Ramiro Galiana, que ha ejercido responsablemente como policía local durante más de tres décadas. Tiene 56 años en la actualidad y hace uno accedió a la jubilación anticipada, debido a una insuficiencia cardiaca que fue reconocida por un tribunal médico, dolencia que sin ser grave para su vida le impedía poder seguir desempeñando esa función de seguridad ciudadana, en la que el riesgo puede surgir en el momento más insospechado.

Su nueva situación como persona jubilada la asumió con la mejor disponibilidad, a pesar de su profunda vocación policial puesta de manifiesto durante su larga etapa en el servicio. Desde un principio se planteó qué hacer con el amplio tiempo libre que desde ese momento iba a disponer. A nivel familiar, la convivencia en pareja que realizó en dos etapas diferentes de su vida finalizó de forma poco afortunada. En el primer caso, durante cuatro años, ambos cónyuges asumieron la incompatibilidad de sus caracteres. El segundo vínculo, con ocho años de duración, tuvo asimismo el punto final cuando su pareja decidió no seguir “soportando” lo que ella consideraba como un profundo egocentrismo arraigado en el carácter de Ramiro. A consecuencia de todo ello, desde hace años, vive solo. En ambas experiencias convivenciales, no hubo descendencia genética. Reconoce, cuando se sincera con amigos o familiares, que esa forma de vivir es la que mejor se adapta a las características de su carácter, aunque bien es verdad que mantiene muy buena relación con los cuatro sobrinos que tiene en su familia.

Arraigado en sus hábitos cotidianos está la práctica de actividades deportivas. Realiza caminatas por las mañanas, preferentemente al amanecer. También acude a una piscina pública a nadar, durante algunos días de la semana y por las tardes suele tomar su bicicleta para dar algunos paseos, haciendo esos saludables kilómetros. Como a tantos ciudadanos, el cine es una de sus aficiones favoritas, práctica cultural que mezcla con la lectura. Un par de veces a la semana acude a la biblioteca pública del barrio en el que reside, a fin de consultar la prensa del día, eligiendo a continuación alguna novela, sobre la que aplica una curiosa, rara y original costumbre. Una vez que tiene el volumen sobre la mesa, repasa la sinopsis que suele venir en la contraportada del libro y algunas opiniones o críticas sobre ese título. Entonces se concentra en la lectura completa del primer capítulo de la obra. En caso de resultarle interesante ese primer planteamiento de la historia, pasa directamente a la lectura de capítulos sueltos, aleatorios, o el que pone punto final a la trama argumental. Su fuerte o poderosa imaginación la aplica en recrear muchas acciones o escenas, que no ha leído pero que han podido suceder en el transcurso de la narrativa. De esta forma, muy peculiar y extraña, tal vez detectivesca, distrae y pasa las horas de su prolongada permanencia en el recinto bibliográfico.

Uno de los días de visita al recinto bibliotecario, eligió directamente una novela que descansaba en uno de los estantes próximos al suelo. Su título le motivó para investigar su contenido, como tenía por costumbre: TENGO ALGO QUE DECIRTE.  Tras la lectura del primer capítulo, tomó conciencia de que se trataba de un amor, complicado, muy difícil, en la línea de lo imposible, entre dos personas. A continuación, se dispuso a realizar esa curiosa práctica de ir “saltando” por los capítulos, para centrarse en el último que pondría final a la trama.

Para su sorpresa, cuando iba avanzando en las páginas del bien manoseado libro, se encontró con una novedad inesperada e incluso espectacular. Dos personas habían estado escribiendo en los amplios márgenes de algunas páginas, a modo de correspondencia en clave de privacidad. Por el tipo de letra y el sentido de los resumidos contenidos, él siempre utilizaba los márgenes de las páginas impares, mientras que ella, por el contrario, aportaba sus comentarios, anécdotas y expresiones afectivas, en las páginas pares. Durante muchas páginas y párrafos caligráficos, no utilizaban sus nombres respectivos, pero, con paciencia y tesón, Ramiro encontró en hojas avanzadas que el hombre tenía por nombre ANZIO, mientras que su interlocutora epistolar era ALAIMA, expresiones un tanto inusuales en los nombres de personas. También descubrió (dada su afición detectivesca) que los escritos se hacían una vez por semana, aproximadamente. El antiguo policía dedicó parte del amplio tiempo que ahora disponía para ir tejiendo la racionalidad de una hermosa, también trágica, historia de amor, entre dos seres que se amaban profundamente, pero que unas circunstancias filiales y conyugales dificultaban o impedían el deseo de la unión y el compromiso, pues esa ruptura con sus respectivas privacidades provocaría un inmenso dolor a terceros, seres “inocentes y sin culpa”. 

El curioso observador se preguntaba, una y varias veces, por qué estas personas habían elegido esa peculiar forma de comunicación. Sin duda, eran dos románticos empedernidos que buscaron y hallaron esa originalidad comunicativa a fin de expresar sus sentimientos recíprocos, pues no habría mejor forma de hacerlo en sus respectivas circunstancias. Y al llegar a la página 117 del grueso y deteriorado volumen (por el uso frecuente del mismo) algo había ocurrido para se interrumpieran los escritos, bien henchidos de afecto y sensualidad. El libro había permanecido allí en la proximidad de la loseta beige del suelo, hasta que a Ramiro se le había ocurrido el interés de su consulta.

A pesar de la interrupción caligráfica, de forma periódica, el interesado lector tomaba el volumen en sus manos y se deleitaba releyendo los cálidos párrafos, escritos a lápiz o a bolígrafo, con una caligrafía ágil, cuidada y soportando una cierta tensión nerviosa o emocional. Los textos de cada día apenas superaban las 4 o 5 líneas, con frases que rezumaban mucho amor, bastante necesidad y una patente alegría por contactar con la persona amada, quien también gozaría del significado de las palabras y de ese texto subliminal, oculto o secreto, que sólo la imaginación y el corazón puede desentrañar o desbrozar.

Uno de los días, en que visitaba la biblioteca, el antiguo policía vio que ese libro, que con frecuencia consultaba, aun que solo fuera por unos minutos, no ocupaba su lugar habitual en la estantería. Ante la duda, se respondió con la más certera lógica: “alguien lo ha debido sacar en préstamo”. Echó una ojeada por las mesas y ningún lector tenía dicho volumen consigo. Por un momento creyó que podría estar en manos de Anzio o Alaima, quienes habrían decidido continuar con su largo y entrecortado dialogo epistolar. Pero el libro, efectivamente, no estaba entre los lectores que permanecían en el recinto. Y así pasaron unos días, en los que siempre volvía a la biblioteca esperanzado en volver a encontrar el preciado volumen colocado en su puesto organizativo habitual. Para su sorpresa y satisfacción, TENGO ALGO QUE DECIRTE, apareció una mañana, pero no ubicado en la estantería, sino en una pequeña mesa donde se disponían los libros que la biblioteca regalaba a los lectores interesados. Ramiro no lo dudó ni un instante. Tomó el volumen, con el mayor aprecio y delicadeza, entre sus manos, y lo introdujo en su mochila. Había conseguido un valioso tesoro literario, pleno de amor y sentimientos, expresados por dos personas que se necesitaban y que no habían encontrado mejor forma para comunicarse que intercambiando mensajes escritos en los márgenes de las páginas de esta novela.

Han transcurrido ya dos primaveras desde estos curiosos hechos, llenos de intriga y sentimientos audaces. La vida ha continuado, con sus vaivenes sembrados de acomodadas rutinas y agradecidas sorpresas, en el caminar existencial de Ramiro. Para llenar de contenido la distracción de los días, este inquieto jubilado ha integrado, entre las variadas actividades programadas de su agenda, esa placentera actividad que supone viajar a destinos diversos, pero siempre acomodados a sus posibilidades económicas. El incentivo de visitar los pueblos de la provincia en la que nació y reside, además de conocer otras localidades de nuestra multicultural geografía, motiva el interés ilusionado de una persona que goza de una gran disponibilidad temporal para el ocio. Cercano ya el verano, contrató un viaje turístico de cinco noches en la ciudad de Burgos y otras zonas del entorno, bajo el común denominador de “rutas por el románico castellano”. La riqueza monumental de la antigua ciudad burgalesa, así como algunos interesantes desplazamientos a Soria y Ávila, justificaban y hacían apetecible este sugestivo viaje grupal organizado por una afamada empresa turística.  El previsto autocar inicial de 55 plazas tuvo que cambiarse, sobre la marcha, a un megabús de 75, ante la demanda de viajeros interesados en realizar tan interesante recorrido. Además de la gran oferta cultural y gastronómica, viajar al corazón de la Castilla más antigua, movió a muchos interesados a inscribirse pues el coste (subvencionado por la Comunidad Autónoma) era muy atrayente para las economías más ajustadas. La programación del desplazamiento quedó fijada para los inicios del mes de junio, con lo que se eludían los incrementos subsiguientes derivados de la temporada turística veraniega.

El colectivo grupal salió bien temprano de la estación de autobuses malacitana, viajando con dirección a Madrid en donde pudieran realizar el almuerzo. De allí partieron hacia la capital burgalesa, a la que llegaron poco antes de las 20 horas, a causa de algunas paradas reglamentarias efectuadas, a fin de respetar el horario del conductor. Cuando arribaron al hotel El Cid Campeador, los viajeros se mostraban cansados, pero bien contentos, porque ya se encontraban en el “corazón nuclear” de su apetecible destino. Y en la sala de recepción del elegante establecimiento turístico, ocurrió un hecho verdaderamente sorprendente para Ramiro, que sólo ese destino caprichoso, insólito, inesperado y, tantas veces, hacedor de voluntades, es capaz de organizar.

En la entrega de llaves para las habitaciones, Acadia, la guía encargada de grupo, fue nombrando a las distintas parejas o a los viajeros que lo hacían a título individual. Por ese hábito familiar que suele adoptarse, cuando el grupo apenas se conoce, la encargada de la agencia fue diciendo los respectivos nombres, evitando los apellidos. Ramiro esperaba ser citado cuando escuchó a la profesional nombrar a “Anzio y Alaima”. Nada más escuchar esas palabras, le dio un vuelco el corazón. No era ajeno a que son nombres muy poco usuales y aún más unidos en pareja. Desde hacia más de dos años, la “doble” novela Tengo algo que decirte, con sus expresivos y sentimentales textos epigráficos anotados entre sus páginas, reposaba en los descuidadamente empolvados estantes de su mueble biblioteca, como una pequeña y gran joya vivencial para el recuerdo. Esos nombres … no cabía la menos duda ¡Tenían que ser ellos! los dos personajes que se intercambiaban sus escritos, sus palabras, sus dolores y alegrías, en unos escritos que probaban el amor y la relación “imposible” que los vinculaba. Ahora estaban allí juntos, había viajado con ellos en el mismo autobús turístico ¿Azar? ¿magia? ¿milagro? ¿capricho de un destino de racionalidad inescrutable?

Se fijó detenidamente en las dos personas que se acercaron a la guía, a fin de recoger sus tarjetas de habitación. No quería perder ni un detalle de la pareja. El hombre que tenía por nombre Anzio era perceptiblemente mayor de su compañera. Probablemente superaba el medio siglo de vida, muy bien llevados en el aspecto físico. Alaima bien podría tener treinta y tantos años. No se separaba un instante de su afectiva pareja, con que seguía, incluso en aquel instante de gestión, intercambiando “carantoñas”. Volvía a preguntarse ¿Serían efectivamente los autores de los escritos caligráficos en la novela? Durante la cena y al día siguiente, Ramiro continuó con su tarea observadora, pero evitando molestar en la privacidad que los dos viajeros deseaban mantener.

El recorrido por la ilustrativa riqueza monumental castellana, bien acompañada por la suculenta oferta gastronómica que el circuito deparaba a los ilusionados y atentos viajeros, continuaba según el programa previsto. La organización de los recorridos y visitas eran muy bien llevados explicativamente por Acadia. Ya en la cena del tercer día, Ramiro sintió un comprensible impulso que le motivó a no esperar más. Estaban en los postres de un copioso buffet, cuando el antiguo policía decidió acercarse a la mesa de dos, que siempre que podían escogían Anzio y Alaima y, con una sonrisa en la expresión, les pidió si le podían conceder algunos minutos de su tiempo.

“Buenas noches, compañeros. Mi nombre es Ramiro. Ya lo conocéis del pase de lista que suele hacer la guía para contarnos. Resido en Málaga, como probablemente también lo hacéis vosotros. He sido policía local, ahora ya jubilado y disfruto, como tantos, haciendo estos preciosos viajes que tanto nos aportan. Cuando la primera noche, en la entrega de tarjetas de habitación, escuché vuestros nombres, bellos, pero sin duda nada corrientes, recordé una interesante y preciosa historia que me continúa impactando. La experiencia tiene de singular en que dos seres, que se profesan un amor “imposible” se comunican a través de las páginas de una novela, en cuyos márgenes escriben, intercambiándose sus confidencias”.

La expresión de ambos comensales, a medida que escuchaban las palabras del compañero de viaje, se iba transformando entre el asombro y la sorpresa, afrontando la realidad en que habían sido reconocidos. Cuando Ramiro les dijo que era usuario de la biblioteca pública, el rostro de Alaima se tornó en un rosáceo nervioso, mientras que su compañero de mesa y de vida comenzó a esbozar una amplia sonrisa. “Un día elegí para la lectura una novela titulada Tengo algo que decirte …” pero ya Anzio no le dejó continuar.

“No es necesario que prosigas el relato, amigo Ramiro. Como miembro de la policía que has sido, tienes una capacidad observadora verdaderamente encomiable. Efectivamente somos nosotros, los autores de esos escritos. Es una historia muy larga y compleja, también conmovedora, de alegría y dolor, de amor y dificultad. Ha pasado el tiempo y, de manera felizmente afortunada, ya no necesitamos de esos sofisticados y peculiares sistemas de comunicación, para transmitir sentimientos, utilizando el correo de una bella novela. Hemos perdido el rastro de ese añorado y querido libro, que tu has tenido la oportunidad de conocer”.

“Ese libro ocupa un lugar preferente en la biblioteca de mi casa” “¡Qué suerte, la nuestra! Entonces pídeme lo que quieras, a fin de poder recuperarlo. Entenderás que posee una muy especial significación en nuestras vidas” “No tenéis por qué preocuparos. Os lo cederé, sin condiciones, a poco que volvamos a nuestra ciudad. En realidad, es vuestro libro, que narra parte de esa lucha ante la dificultad y ese amor sin límites, que protagonizasteis en las hospitalarias y cálidas páginas de una novela”.

De esta forma, tan hermosa y romántica, comenzó una nueva y prolongada amistad entre tres personas, vinculadas por una densa narrativa titulada Tengo algo que decirte. En la actual familia de Alaima y Anzio hay un miembro preferente: es Ramiro, quien se siente feliz ante este curioso e inesperado vínculo fraternal.

Obviamente esta historia encierra otras muchas preguntas y respuestas, que ampliarían los márgenes siempre ilimitados de la curiosidad. Pero ese titulo bibliográfico, que preside otra historia paralela e interesante, sólo puede responderse con una palabra de cuatro letras, que fundamenta la mejor y ansiada relación entre dos seres, a los que el destino quiso unir a pesar de la dificultad. Ese vocablo, leído al revés, nos habla de una gran ciudad que, en las páginas de la Historia, siempre ha tenido el protagonismo contrastado de la fuerza y la sensibilidad. -

 

 

 

 

TENGO ALGO QUE DECIRTE

 

 

José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. 

Málaga

21 mayo 2021

 

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