En la mágica creatividad de los relatos, con frecuencia existe un desigual contenido porcentual, correspondiente al espejo de lo real y a lo imaginativo de la ficción. En general, los materiales de esta segunda fundamentación suelen prevalecer sobre aquellos que se generan o nacen desde la proximidad de nuestra experiencia. Sin embargo, esta semana vamos, por el contrario, a priorizar ese contenido que hemos vivido, sin perder de vista esa ficción que siempre resulta atrayente, fascinante, sutil y misteriosa.
La acción transcurría en el interior de un autobús municipal, línea nº 7, que realiza un trayecto urbano muy extenso. Su recorrido comienza en la barriada de Carlinda, al norte del perímetro urbano malacitano, recorriendo o atravesando casi media ciudad, hasta alcanzar su parada final en el Palacio de Deportes, a pocos metros de la playa Térmica - Misericordia, al sur de la capital. Tan larga travesía permitía u obligaba al diestro conductor a realizar hasta 35 paradas, atendiendo la necesidad de los numerosos usuarios o viajeros que utilizan esta línea.
Ese jueves primaveral, subí al bus de la línea 7, en la parada número 18 (Estación Málaga Maria Zambrano). Hasta llegar a mi destino, tenía que pasar por 9 paradas. Durante ese espacio de tiempo, el azar hizo que tomara asiento junto a una señora mayor, que sumaba más de seis décadas de vida, según pude conocer después. Su nombre pronto llegó a mi memoria, REMEDIOS. Durante el tiempo que permanecí en el bus, comprobé (a ratos sufrí) la intensa, apasionada, obsesiva necesidad expresiva de mi compañera de asiento. Su locuacidad era de tal calibre, que no tuvo reparo en confiarme, a modo de disculpa amable su “incapacidad para estar callada”. “Mire usted, mi marido, que trabaja en Limasa, me regaña, porque dice que hablo mucho, demasiado”.
Cuando viajo en un medio de transporte, con un recorrido no demasiado largo, me agrada permanecer en silencio, observando las imágenes que se generan ante mi vista, dentro y fuera del vehículo que me transporta. Sin embargo, en esta ocasión, quise mostrarme amable y educado, atendiendo y escuchando a mi compañera de viaje por varios motivos. Se trataba de una señora mayor, que tenía, que sufría, una exagerada predisposición expresiva hacia los demás. Por naturaleza necesitaba hablar y comunicar. ¿Por qué no darle ese gusto? Bien que me lo agradeció cuando bajó del bus en la parada de Las Delicias.
Todavía hoy me asombro cómo en el transcurso de nueve paradas, probablemente sumaron unos 15 minutos, fue capaz la buena y expresiva señora de compartirme tantos datos de su sencilla y ejemplar existencia. Me decía que había estado “toda su vida” trabajando en la limpieza. Una parte de ese tiempo lo había hecho trabajando a título particular. Pero desde hacía unos años, se había vinculado a una empresa de multiservicios, que limpiaban, mediante contrato en locales comerciales, oficinas, bloques de pisos y en instituciones oficiales de la Administración. Para poder ser contratada en la plantilla de LIMPIEZAS MALAGA, había tenido que aprender a leer, escribir y a saber operar con “las cuatro reglas”, aprendizaje que había realizado cuando ya superaba los cuarenta años de vida. A pesar de la dificultad que había tenido para este básico aprendizaje, ahora agradecía y valoraba el esfuerzo que por necesidad había tenido que desarrollar.
A pesar de su avanzada edad, se la veía en buena forma. La señora se preguntaba cuándo podría jubilarse, porque quería disfrutar al fin un poco de la vida, dedicando el tiempo necesario a su persona e intereses. Añadía que le habían comentado que no lo podría hacer hasta los 67. Quise ayudarla, aconsejándole que consultara con alguna agrupación sindical. “Ahí le informarían con exactitud y sin cobrarle nada por la consulta”.
Pero doña Remedios quería hablar de sus dos únicos hijos. Se sentía verdaderamente orgullosa de MICAELA. Su hija mayor (le brillaban los ojos cuando me lo contaba) desde siempre había querido ser maestra de niños pequeños. Con el gran esfuerzo de sus modestos padres y la fuerza de su voluntad, alcanzó el título que tanto ansiaba. Fue contratada como maestra interina, teniendo que recorrer localidades diversas de nuestra geografía andaluza. Ahora se había acercado a Málaga capital, la ciudad donde había nacido, estando destinada este curso en la cercana y turística Fuengirola. Para alegría de sus padres, ya la tenían más cerca. Sin embargo, “la pobrecita no tuvo suerte con el amor. Se había unido a un hombre, apuesto pero infiel, con el que tuvo un hijo. Un mal día, a la vuelta de sus clases, se encontró a su pareja en los brazos de una joven búlgara “escultural”. A pesar de que perdonaba a su marido, éste se fue con la ciudadana o emigrante del Este europeo. Las habilidades amatorias de esta perversa mujer pudieron más que el amor y el buen hacer de una ejemplar maestra de niños pequeños. Así de injusta es la vida”.
“Mi hijo ISAAC, el menor de la casa, no ha sacado esa capacidad de trabajo que caracteriza a su hermana. No le gustaba estudiar. Pero se preparó para ser pintor de fachadas. También trabajó en la construcción, como albañil. Pero ahora está contratado en el almacén central de la empresa de productos cosméticos PRIMOR, organizando el paquetaje y los envíos a las distintas tiendas de esta popular y prestigiosa empresa de productos para la belleza: perfumes, cremas, pinturas de uñas, reflejos para los ojos, tintados para el pelo. Gracias a Dios que mi niño está ahora muy bien “colocado”. Además, con sus ahorros se ha comprado un terrenito por la zona alta de El Palo, en donde cultiva productos buenos del campo. ¡Si viera los tomates que me trae! Tienen el sabor de aquellos tomates antiguos. Con su moto va de aquí para allá, para bien ganarse la vida.
Pero el pobre tampoco ha tenido suerte con el amor. Se le “pegó” una mujer de origen rumano ¡Vaya escasa la suerte que hemos tenido con estas personas que vienen aquí, a sacarnos el poco dinero que tenemos! Eso es lo que hacía con mi hijo. Un día tras otro le pedía dinero para comprar ropa y otras cosas, diciendo que tenía que enviarlas a sus familiares. Él se lo daba todo, porque la quería con locura. Pero un día se cansó de tanto darle para tantos gastos incontrolados y entonces ella, viendo que el “grifo” se le cortaba, lo abandonó. Seguro que buscaría a otro incauto, para sacarle sus buenos cuartos".
Aunque la Sra. protagonizaba casi todo el diálogo, pude comentarle algún dato personal. “Entonces Vd. también ha sido maestro? Sí, señora, de alumnos un poco mayores, con los que trabaja su hija. Es una hermosa y muy vocacional profesión. Ha de gustarte, para que te sientas feliz ejerciéndola”.
Ya cuando nos íbamos acercando a la parada, en la que mi compañera de asiento doña remedios iba a bajarse, siguió hablando de su trabajo, indicando que ahora iba a limpiar unas oficinas de los seguros Mapfre de la barriada de las Delicias. Prácticamente la buena señora no había parado de hablar en todo el recorrido. Se despidió con cortesía y cariño, deseándonos de manera reciproca un buen día.
Durante algunos minutos, hasta llegar a la siguiente parada, en donde tenía que apearme, me iba preguntando cómo en esos 15 minutos, mi locuaz compañera había podido transmitirme tanta información de su vida y familia. Verdaderamente Remedios me ofreció una visión de una persona “feliz”, asumiendo perfectamente su labor profesional y su situación familiar. Esta aceptación del rol que las circunstancias le habían hecho estar representando en la vida, sin duda tenían que proporcionarle esa serenidad vital que tanto ennoblece y gratifica. Con poco es mucho lo que se puede conseguir, en función de la propia ambición que cada persona posea. Desde luego su capacidad para compartir sus vivencias resultaba impresionante, admirable e inaudita, siempre y cuando su interlocutor en el diálogo acepte la muy abundante información que en ningún momento ha solicitado. A pesar de llevar tantos datos en la memoria, fui con buen ánimo a recibir mi clase del Aula de Mayores, UMA 55, en las instalaciones del Centro Cívico, perteneciente a la Diputación Provincial.
Reconozco que, en las semanas siguientes, cuando tenía que tomar el mismo autobús para ir a las clases, tenía la premonición, interés, o curiosidad de poder volver a encontrarme con la Sra. Remedios. Me hacía preguntas de como marcharía su vida y la de los miembros familiares que tan bien había querido, con extrema generosidad, informarme. Deseaba, sinceramente, que lo más pronto posible, esta trabajadora, con muchos años de laboriosidad a sus espaldas, pudiera acceder a la jubilación, que bien merecida la tenía. Pensaba también en las horas acumuladas en la limpieza de suelos, escaleras, pisos, despachos, estantería, oficinas, etc. que esta señora había desarrollado, probablemente sin quejas o al menos con razonables lamentos. Serían muchas las veces en que se sentiría cansada de ese trabajo de recoger y limpiar la basura de los demás, tan repetitivo y cada vez más esforzado, por el avance de la cronología en su cuerpo.
Al paso de los días tenía la curiosidad y esperanza de volver a coincidir con Remedios. Pero el azar iba retrasando ese encuentro. Solo una mañana, también jueves, cuando habían pasado numerosas semanas de nuestro fortuito encuentro en el bus de la línea 7, hacía el recorrido habitual hacia mis clases, el “milagro” se produjo. El autobús iba bien lleno de usuarios. Observé como en la parte delantera del vehículo (iba sentado en la parte de la articulación trasera) entre la vorágine vitalista de muchos estudiantes que iban a su instituto de la zona, escuché una voz que me resultó familiar. Me volví (iba sentado de espalda a la dirección del autobús) y observé la silueta de Remedios quien, de espaldas a mí, dialogaba animadamente con una señora también de avanzada edad. Esta mujer, compañera de asiento, no cesaba de repetir “no me lo puedo creer, desde luego que no hay derecho, Tiene Vd. toda la razón, etc. etc.”, frases que iban en relación con lo que doña Remedios le estaba contando. Compartir sus vivencias era lo que bien necesitaba hacer. Nunca dudaría promover la comunicación. Aunque dudé qué postura tomar, volví a sentarme de espaldas a la dirección, aunque me llegaba algo de la efusiva charla que desarrollaba, con el mayor protagonismo posible, mi bien conocida viajera, doña Remedios.
Cuando llegamos a la parada de la barriada de Las Delicias, Remedios bajó, junto a otros usuarios, del vehículo municipal. Al pasar al lado de mi ventanilla, hizo el gesto de mirar al cristal de la ventana por el que pasaba. Nuestras miradas ahí se cruzaron. Creo que me reconoció pues, a mi saludo con la mano, ella respondió con una leve inclinación de su cabeza. Pareció esbozar una cariñosa sonrisa. El autobús continuó con su marcha destino a la zona de Los Guindos, Santa Paula, en donde yo tenía mi parada. De lo que estoy seguro es que, si me hubiese bajado una parada antes, doña Remedios tendría abundantes argumentos para seguir hablándome de su vida y familia. Son admirables y singulares estas personas que existen a nuestro alrededor, con las que tienes la suerte de poder cruzarte alguna que otra vez en la vida. Su fraternal sencillez y locuacidad son valores que enriquecen y motivan tu admiración y empatía. -
TRAYECTOS DE
SENCILLEZ Y AMISTAD
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 20 junio 2025
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