viernes, 3 de noviembre de 2023

UNA ATRACTIVA MECEDORA EN EL DESVÁN.


En los momentos más duros y complicados, que afectan a las vidas de las personas, siempre hay “luces”, más o menos insospechadas, que iluminan ese camino que el destino y nuestra voluntad nos hace recorrer, añadiendo datos y semblanzas a los datos de nuestra memoria. En ocasiones, lo más insignificante puede resultar decisivo, mientras que los lustrosos “oropeles” pueden derrumbarse ante los fundamentos inestables de la realidad. Acerquémonos con interés a la historia de una persona humilde, en el contexto de una modesta y honrada familia.

ROSENDO Baltanás Galicia había trabajado durante una parte importante de su vida, como un responsable dependiente en la consolidada tienda ULTRAMARINOS ARÁEZ, comercio de productos alimenticios, ubicada en pleno centro de la capital malagueña, en el entorno urbano de la Plaza de Félix Sáenz y el Mercado Central de Atarazanas. Nacido en 1955, entró en el popular establecimiento como aprendiz, cuando estaba a punto de cumplir los dieciséis años. Con la fuerza de su juventud, se hizo pronto con el oficio, de manera que echó “raíces” en el negocio, durante la friolera de treinta y cuatro años. En 1977 contrajo matrimonio con CASILDA Revuelta Martos, esa novia, tres años menor, a la que en mucho apreciaba y a la que había conocido en un “guateque” de juventud dominguera. La chica trabajaba como camarera de mesa en un restaurante de comidas caseras y modestas, precisamente en el entorno del principal mercado municipal de la ciudad. Tres años después del enlace matrimonial, tuvieron una niña a la que pusieron el nombre de BENIGNA en la pila bautismal. Siempre han vivido alquilados en un piso antiguo, de no abundantes comodidades, en la zona de la Plaza de Montaño, con esa ventaja visual que supone contemplar desde su balcón familiar la torre de la Iglesia de san Felipe Neri, todo ello muy cerca del tradicional Instituto femenino Vicente Espinel. Básicamente, una sencilla y ejemplar familia, sustentada en el trabajo responsable y continuo de ambos progenitores y el cariño sincero desarrollado entre susd tres miembros integrantes.

Como tantas veces ocurre, en las grandes y pequeñas empresas, la crisis económica siempre está “a la vuelta de la esquina”. En este caso concreto, la evolución de las prácticas comerciales se “comen” a las antiguas o tradicionales tiendas de propietarios individuales, que no saben o pueden evolucionar. Las grandes cadenas comerciales, multinacionales o de ámbito estatal, gozan de un gran poder financiero y aplican una densa red de logística, contra la que es muy complicado competir, como no sea desarrollando una muy cualificada especialización. Y precisamente la tienda en la que durante más de tres décadas había trabajado Rosendo intentó centrar su fuerza mercantil en la calidad de los productos que ofertaba a su clientela. Pero siempre con esa diversificación, que mejor dominaban las grandes cadenas mercantiles de la alimentación. Y el publico comprador, acaba desplazándose al centro comercial para realizar sus grandes compras, con ese régimen de autoservicio que tanto agrada al comprador y viene tan bien al propietario del Hipermercado a fin de disminuir costes laborales. Y esta pequeña tienda vio como de manera paulatina iba perdiendo clientela. Y detrás del mostrador estaban hasta tres mancebos o dependientes e incluso alguno de los dos hermanos propietarios, Serafín y Abelardo. Rentabilizar cinco sueldos mensuales se hacía cada vez más inviable. La contabilidad no llegaba para afrontar los gastos de salarios, impuestos, electricidad, agua, seguros etc. Los números “rojos” se iban haciendo cada vez más pesados, para la viabilidad empresarial. Y comenzaron los desagradables e inevitables despidos. En pocos meses ya solo quedaba Rosendo, que también veía peligrar su puesto de trabajo.

A todo ello se unían los “cantos de sirena” de poderosas instituciones bancarias o cadenas de comida rápida, que centraron sus ojos en la buena o “inmejorable” ubicación que tenía esta “tienda antigua” de ultramarinos, local propiedad de la familia Aráez, que sumaba 205 metros cuadrados de superficie útil, con el cómodo espacio para la atención al público y un amplio almacén en la trastienda en donde guardar las mercancías. Las tentadoras ofertas para el traspaso, venta o alquiler no les cesaban de llegar a estos dos hermanos, actuales propietarios, herederos del fundador del negocio don Marcelo Aráez.

Ya en la Navidad del 2005, Rosendo tuvo que afrontar la muy amarga experiencia del despido, que con paciencia e intranquilidad veía venir, pues la empresa en la que había trabajado durante 34 años “echaba el cierre” definitivo. Ultramarinos Aráez ya no abrió para el Año Nuevo. En la actualidad es un Burger de “fast food”: comida rápida, para una clientela juvenil aficionada a este peculiar tipo de alimentación. Pero lo más grave es que la sencilla y humilde familia Baltanás Revuelta se encontraba en paro laboral. El marido, con 50 años y su mujer, con 46, tenían que organizar de nuevo su existencia. Casilda, además de atender a las tareas del hogar, ayudaba en lo que podía, aunque ya por su edad sólo era llamada en momentos muy puntuales para hacer sustituciones en la cocina del restaurante de comidas baratas en donde siempre había colaborado con su esfuerzo. Pera el servicio de mesa, los propietarios preferían a personas más jóvenes (a los que se les pagaba un menor sueldo y ampliaban las horas de trabajo no retribuidas).

Rosendo pensaba que, durante el año del seguro de desempleo que le correspondía por su antigüedad en la cotización, podría encontrar fácilmente otro puesto de dependiente o similar, dada su amplia experiencia en el comercio de alimentación que acumulaba. Pero, aunque lo intentó con la mayor constancia, desde el primer el momento en que “se encontró en la calle”, la edad, ese medio siglo de vida, era un pesado o duro condicionante, absurdo, por supuesto, para muchos empresarios que siempre deseaban u optaban por personas mucho más jóvenes, para entregarles esa anhelada plaza laboral que demandaban. Pagaban menos salario y disponían de personas con más fuerza para ser “explotadas” en sus obligaciones a cumplir.

En realidad, Rosendo y Casilda no tenían excesivos gastos para sus modestas necesidades. Su única hija, Benigna, ya se había independizado, pues había matrimoniado con un panadero que trabaja en una tahona de Casabermeja, de donde era natural. Pero los ahorros se iban reduciendo. Y los “noes” que recibía en las visitas a las tiendas y almacenes, era la tónica habitual de un competitivo mercado, siempre “más abierto” para las personas con menos edad. Los meses del desempleo iban corriendo, como las hojas del almanaque. Cada vez tenían que “apretarse más el cinturón”. Pero, aparte la liquidez económica, para Rosendo era incluso más lesivo ese “inmenso” tiempo libre, que le resultaba tantas veces difícil de llenar. El aburrimiento y la desilusión por la situación novedosa en que se encontraba minaba bastante el ánimo de este infeliz ciudadano, inmerso en los aciagos momentos de las “vacas flacas”. Y así iban pasando los meses y los días, que se tornaban repetitivos y rutinarios. Cada una de las fechas del almanaque se parecía a la de “ayer” y preveía que iba a ser igual que la de “mañana”. Era desalentador recibir tantos “nones”, con palabras más o menos agradables o ásperas, en los centros de trabajo a los acudía.

Y entonces, en un afortunado día, ocurrió ese milagro que sólo los dioses pueden promover, para la providencia de unos creyentes a los que cada día les costaba más caminar por la dura senda existencial. El tendero Rosendo Baltanás, desde su ya lejana juventud, había tenido notable afición y admirable destreza para reparar objetos “estropeados” o aquellos otros que necesitaban embellecer su exterior y contenido. En definitiva, aquellos utensilios o piezas de uso y decoración que, con el tiempo, habían perdido el lustre de la belleza. La principal consecuencia de esta afición por “meterle mano” a las cosas estropeadas derivaba en ser ese “manitas” tan necesario para arreglar los enchufes, para reparar los electrodomésticos con pequeñas averías, arreglar esa persiana que no baja o sube correctamente o para poner en servicio esa puerta o cerradura que no cumple eficazmente con su misión.  Estas habilidades las había siempre considerado como una muy útil afición y entretenimiento, que solo podía llevar a cabo durante los fines de semana, porque durante el resto de los días llegaba a casa muy cansado de su trabajo detrás del mostrador atendiendo a los clientes, algunos bien “quisquillosos”. ¡Quién le iba a decir que esa habilidad para el pequeño bricolaje le iba a resultar trascendental en esta etapa de nublados amargos, tras su doloroso despido en su tienda de toda la vida!

Como cada mañana tenía por costumbre, se “echó” a la calle, para ver cómo podía ir llenando el día de distracciones. Aburrido de tantos “nones”, ya casi ni intentaba preguntar en los comercios al uso si tenían algún hueco como dependiente.  Sólo entraba a preguntar cuando veía algún anuncio u oferta del SE NECESITA en el escaparate.

Caminaba desde su domicilio en Plaza de Montaño hacia la plaza de la Merced, cuando al pasar por calle Dos Aceras observó, junto a los contenedores de residuos, algunos objetos allí dejados en el suelo, elementos que no se podían introducir, debido a su gran volumen, por la reducida oquedad de los contenedores. Entre los diversos objetos, allí abandonados (parecía que habían vaciado algún piso, para reformar, alquilar o vender) fijó su visión en un artístico mueble que le traía muy buenos y entrañables recuerdos. Se trataba de una vieja y deteriorada MECEDORA, mueble que era utilizado de manera preferente para el balanceo de personas mayores, como los abuelos o incluso los bisabuelos, en las familias que gozasen con su cariñosa existencia.

El tradicional y deteriorado mueble era de madera barnizada beige, aunque por su estado actual daba “verdadera pena”, pues estaba rayado en muchas de sus partes. Tenía uno de sus posas brazos partido y astillado, el color casi perdido por la suciedad y el abandono. El asiento había sido de anea entrelazada, aunque en la actualidad solo mantenía unas tiras desordenadas. El atento paseante se quedó unos minutos observando la mecedora y tras pensarlo adoptó una valiente decisión: la tomó en sus brazos y con el mayor esfuerzo se encaminó con ella de vuelta a su domicilio del que no lo separaba gran distancia, apenas unos 200 m. Ya en su casa, se dispuso a limpiarla del polvo y del barro que tenía pegado. Y así cada día, con su caja de herramientas y un bote de barniz beige que había comprado en una tienda de pinturas comenzó a repararla, lijándola y dejándola prácticamente como nueva. Lo más laborioso fue arreglar el brazo roto y astillado. Con laboriosidad lo fue encastrando, pegando con cola de carpintero y las astillas perdidas las fue disimulando con una buena pasta de madera. En cuanto al asiento, compró un fardo de anea y con gran habilidad fue tejiendo y entrelazando las diferentes tiras, tal como veía laborar a los silleros en las aceras y puertas de las casas, en su lejana infancia. Desde luego, nadie podría negar que la mecedora había quedado hecha una preciosidad. El artesano y minucioso trabajo le había ocupado al diestro tendero casi un par de semanas.

Su piso era pequeño para conservarla. Entonces se le ocurrió una inteligente idea. En sus paseos urbanos matinales y vespertinos había visto algunas tiendas de antigüedades, especialmente una en calle Andrés Pérez, que comunicaba la Plaza de los Mártires con calle Carretería. La tienda ofertada desde su escaparate una serie de elegantes y vistosos objetos artísticos, con un diseño en la mayoría de los mismos que hablaban de otras épocas pretéritas. La “señorial” tienda de antigüedades tenía por nombre EL DESVÁN. Se desplazó hacia ese comercio y habló con su propietario, don LADISLAO ALARA persona de gran porte y cuidadosos modales expresivos. Le explicó que tenía una mecedora antigua en casa, prácticamente como nueva ¡Le puede interesar? La respuesta del comerciante fue inmediata. “Deme su dirección que esta misma tarde paso por su domicilio para verla. Precisamente he tenido clientes que me han preguntado por esas cómodas y antiguas mecedoras que en los tiempos actuales es infrecuente encontrarlas en las tiendas de muebles. ¿Le parece bien a las cuatro y media? ya sabe que mi comercio lo abro a las 17 horas”.

Cuando esa misma tarde don Ladislao vio la mecedora, sus ojos se tornaron con un especial brillo, dado el interés que mostraba por el bien restaurado mueble. La veía tan clásica, tan nueva, tan grata para el cierpo, que de inmediato pronunció esa deseada frase de “me la quedo. ¿Cuánto pide por ella? Ya apenas se fabrican, por lo que va a tener una fácil salida, con una estupenda venta en su precio. Por cierto, ¿me puede resumir la historia de este muy útil mueble? ¿Perteneció a algún familiar?

Entonces Rosendo se prestó a narrarle a don Ladislao la historia de su inesperado encuentro con la mecedora, abandonada en un montón de residuos. El anticuario quedó manifiestamente asombrado y maravillado de la voluntad y capacidad artesanal de su interlocutor.

“Le propongo lo siguiente, amigo Rosendo. La sitúo en un lugar preferente de la tienda, por lo que me la va a dejar en depósito. En cuanto haya alguna persona interesada, voy a intentar sacarle un estupendo precio, del que yo sólo me quedaré con el 25v%. El resto de la cantidad que pague el cliente será para su propietario, Vd. don Rosendo”.

No habían pasado 72 horas, cuando la bella mecedora fue comprada por unos “muy acomodados” jubilados ingleses, naturales de Birmingham, que eran propietarios de un lujoso chalet en la Urbanización Floridamar, situada a un par de km de Puerto Banús, en Marbella. La experiencia comercial del anticuario Alara dio sus frutos: los británicos pagaron por la bien restaurada mecedora 1200 euros, de los que 9oo fueron a parar al bolsillo del ex tendero Rosendo.  En realidad, Ladislao aumentó la cantidad inicial acordada en 100 euros más, tras sentar un acuerdo laboral con Rosendo.

“No vamos a firmar contrato alguno, pero Vd. Rosendo va a colaborar con mi negocio, desde la semana próxima. Se va a encargar de reparar y restaurar una serie de objetos artísticos, de cierto valor, que tengo almacenados en un gran trastero de mi propiedad, ubicado en el Polígono de Guadalhorce. Son materiales de notable importancia y que pueden tener una fácil e interesante salida al mercado, de manera especial para compradores con un elevado poder adquisitivo, siempre que sus hábiles y pacientes manos sepan limpiarlos, repararlos y completar algunos elementos que lamentablemente se han perdido, por lo que ahora no pueden sacarse al mercado para su venta. La gran mayoría son objetos y “muebles de época”: sillas y mesas de diferentes estilos y países; esculturas de madera tallada y policromada, laicas y religiosas; relojes antiguos de diferentes formatos y mecanismo; preciosas lámparas de cristalería fina, con fallos en los engarces de muchas de sus piezas; butacas, paragüeros, puertas nobles, joyeros antiguos, verdaderas piezas suntuarias, escritorios, juegos de té, marcos espléndidos para realzar las pinturas que se les aplicasen…

Para esta labor le facilito una habitación taller que tengo en la trastienda de este gran local, además de un amplio instrumental de herramientas, que podemos ir aumentando cuando lo estime necesario.

En cuanto al sueldo mensual, le puedo pagar 800 euros mensuales, por un trabajo de cinco horas diarias, de nueve a las catorce horas, entre lunes y viernes. Creo que es Vd una persona honrada y muy cualificada para esta función que le ruego asuma. Con respecto a las piezas que restaure y yo pueda negociarlas en el mercado, recibirá el 25 % del precio en el que sean vendidas. Estará de acuerdo conmigo en que la oferta que le hago es difícil de rechazar”.

De esta forma, tan curiosa e inesperada, Rosendo ya tiene un empleo, verdaderamente creativo y con los incentivos materiales y anímicos de trabajar en lo que le gusta. El dinero era necesario para afrontar el necesario sustento, pero lo importante era el volver a sentirse útil, cumpliendo diariamente un horario para reconstruir y reparar esas piezas antiguas que son muy valoradas por las personas de alto poder adquisitivo. También gozaba con la inteligente forma de ser del propietario del establecimiento, pues don Ladislao le dejaba el necesario “oxígeno” a fin de que no se sintiera continuamente condicionado u observado. Rosendo el “restaurador”, persona autodidacta, tenía que hacer su labor con el necesario sosiego. ¿Quién le iba a decir a este tradicional tendero de ultramarinos que, por los avatares caprichosos de la vida, iba a reencontrar la senda laboral por el camino de la restauración artística?

La gran y hermosa enseñanza de esta historia es que en la vida hay que saber aprovechar, también, esas habilidades ocultas que, de una u otra forma, todos atesoramos. En el momento más insospechado, pueden ser extremadamente eficaces para encender las luces brillantes y alegres de la esperanza.  -

 

 

UNA ATRACTIVA MECEDORA

EN EL DESVÁN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 03 NOVIEMBRE 2023

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