viernes, 9 de junio de 2023

VOY A SALIR. ENSEGUIDA VUELVO


Hay muchas frases en el acerbo cultural popular que, a pesar de su brevedad, resultan inteligentes, útiles e ilustrativas, por la fácil proyección sociológica de su contenido. Una de estas expresiones dice “salió a comprar tabaco y ya nunca más volvió”. Podemos cambiar ese vocablo adictivo por cualquier otro producto de uso cotidiano. En esas nueve palabras se encierra el resumen del fracaso de una relación conyugal, en la que desdichadamente ya no sirven la terapéutica de las palabras ni la aplicación de las mejores intenciones. Esa emblemática frase lleva consigo el suplemento o aditamento de la sorpresa y el asombro ante lo inesperado del hecho. En este contexto temático se inserta el contenido de la historia que, a continuación, vamos a narrar.

IRINA Sidoria, 44 años, auxiliar administrativo en una gestoría que tramitaba todo tipo de documentos, aunque con una cierta especialización para los clientes de procedencia extranjera, llevaba casi un lustro conviviendo en pareja con CLAUDIO Riballa, 39, técnico informático en una cadena nacional de reparaciones rápidas de telefonía y ordenadores. Se habían conocido en una “fiesta a ciegas” promovida por los servicios de acción social del municipio, que tuvo lugar en un popular pabellón deportivo dirigido por la correspondiente concejalía. Previa inscripción, acudieron a este divertido encuentro más de dos centenares de personas. Una de las parejas que se formaron, a partir del difundido encuentro denominado “Dos corazones necesitados” fue precisamente la de esta administrativa y el técnico informático. Después de románticos bailes, tapeo e ingesta de refrescos y cervezas, intercambio de palabras, miradas afectivas y sonrisas, surgió ese “feeling” que atrae y aproxima con éxito emocionante los sentimientos.

Uno y otro personaje eran típicos prototipos de esos seres a los que la suerte, el azar o el acierto electivo, no había querido proporcionarles la estabilidad de poder encontrar a esa otra pareja con la que compartir la ilusionada aventura de la existencia. Ambos estaban en esa órbita cronológica de las cuatro décadas vitales y la vida solitaria les pesaba y desalentaba en el discurrir del día a día. Tal vez influidos por esta necesidad imperiosa, después de varias llamadas telefónicas, que se convirtieron en diarias, con el dulce intercambios de intensas palabras de amor, todo ello unido a unos apasionados encuentros directos en los fines de semana, al estar libres de “ataduras y otros condicionantes” tomaron la valiente decisión de irse a vivir juntos. Lo hicieron utilizando el apartamento alquilado que Claudio tenía (desde hacía ya seis años) en las estribaciones del monte Gibralfaro, con excelentes vistas a la bahía malacitana. Esa feliz unión convivencial se produjo tan sólo dos meses y tres semanas después del lúdico encuentro festivo en los “Corazones necesitados·”.

Esos casi cinco años de convivencia fueron, en general, fructíferos (con las lógicas alzas y bajas relacionales) para dos personas que habían podido dar una estabilidad afectiva y sexual a sus vidas. Uno y otro tenían, como es natural, sus virtudes y defectos arraigados en sus caracteres (no eran ya unos niños), pero con paciencia y tolerancia iban cubriendo esa telaraña existencial llena de normalidad, no exenta de esa “pandemia” invisible de la monótona rutina. Los horarios de ambos “cónyuges” (no habían pasado por la clerecía ni por el Registro Civil, por acuerdo mutuo) determinaba que sólo durante los fines de semana y días festivos pudieran estar juntos con plenitud, para acomodar sus caracteres, proyectos y realidades. Claudio era más sosegado y tranquilo en sus decisiones, mientras que Irina destacaba por el mayor ímpetu de sus respuestas y acciones directas. También, desde el comienzo de su relación, habían decidido, por mutuo acuerdo, postergar para más adelante la posibilidad de tener descendencia, aunque las leyes de la genética les decía que ya no eran unos jóvenes o chiquillos para la procreación. Él caminaba hacia cuarentena, mientras que ella pronto iba a entrar en la cuarta década vital.

Esa rutina existencial la iban sobrellevando como hace la inmensa mayoría de las personas, para enfrentarse y superar el “pathos” anímico de la soledad. Así iban pasando los meses y los días y el importante asunto de la descendencia continuaba latente en la espera de sus horizontes relacionales.

Un sábado por la tarde, gozando de un abril primaveral, ambos se encontraban en el apartamento. Ella completaba, por la urgencia de sus contenidos, unos dossiers que se había traído de la gestoría el viernes, mientras que Claudio trasteaba su portátil navegando por distintas páginas visitadas por miles de internautas. Desde hacía unas semanas, Irina llevaba detectando en su pareja un comportamiento inusual en su carácter.  Cierto nerviosismo, incómodos silencios, miradas perdidas para el infinito, seriedad e incluso tosquedad en las respuestas. En alguna ocasión ella le preguntó abiertamente qué le ocurría, a fin de poder ayudarle en su más que patente desazón. Claudio se limitaba a responderle que todo obedecía al estrés del trabajo, pero que el verano no estaba lejos y que esas vacaciones, muy necesarias, le ayudaría a estabilizar sus frecuentes desánimos.

También percibía que muchas noches Claudio se despertaba o simulaba estar dormido. Una vez que abandonaba la cama, vería como se desplazaba al cuarto de trabajo, pasando incluso horas delante del ordenador. En este ámbito de la informática, también habían acordado desde el primer momento que, a fin de mantener sus respectivas privacidades, cada uno utilizaría sus propias claves que, obviamente, eran secretas, para entrar en los documentos y archivos de su pertenencia. En este estado de cosas, Iris nunca hizo intento de entrar en el disco duro de su compañero. En realidad, él hacía lo mismo con respecto al de su compañera.

Ese sábado de abril, de manera espontánea y con gran diligencia, Claudio se levantó del sillón donde solía recostarse. Acababa de tomarse una infusión en la que había mezclado dos bolsitas: una de Rooibos y otra de tila, relajante que tras despertarse del sueño se había preparado. Tomó su gran mochila que parecía completamente llena de cosas ¿? Comentando a su compañera:

“Voy a llevar unos periféricos, que me traje del trabajo ayer noche, a un centro técnico del Polígono del Guadalhorce. Los tengo que entregar, dentro de media hora, a un especialista informático con el que me he citado por WhatsApp. No tardaré mucho en volver”.

Irina no le dio mayor importante a este desplazamiento de Claudio. Pero fueron transcurriendo los minutos y las horas, y el utilitario que utilizaban no volvía al aparcamiento del bloque. Obviamente, tampoco lo hacía su conductor. Miraba una y otra vez hacia la puerta, para ver si esta se abría y entraba su pareja. Sobre las 21 h. sintiéndose profundamente preocupada, marcó en repetidas ocasiones su número de teléfono, pero una y otra vez no podía conectar. A veces daba comunicando y en otras ocasiones aparecía la indicación de llamada fallida. Un tanto intrigada, comenzó a dar vueltas por la casa y para su sorpresa observó que el portátil de Claudio no estaba sobre su mesa ni en ninguna otra parte. Los numerosos discos duros externos, conteniendo películas y otros archivos, tampoco estaban en la repisa donde solía colocarlos. Por un gesto mecánico, se encaminó de inmediato al gran armario del dormitorio, donde guardaban la ropa. La parte que él se reservaba estaba muy “aligerada” de prendas. Faltaba mucha ropa, Especialmente un gran chaquetón de piel que usaba en invierno con gran aprecio. En cuanto al calzado, también faltaban sus Converse y varios pares de buenos zapatos de marca. De allí se dirigió a su mesa de trabajo y comprobó, cada vez con mayor preocupación, que las cajoneras estaban prácticamente vacías.

Poco a poco, Irina iba tomando conciencia de que “la desaparición” de Claudio no era casual, insólita, sorpresiva o incluso delictiva, sino que su propio compañero la había ido preparando, con suma habilidad y paciencia, Aún así, estuvo telefoneando a algunos hospitales públicos y privados, sin que en ellos tuvieran constancia del ingreso de don Claudio Riballa. Pero cuando estaba dispuesta a contactar con la policía, dado que iban a dar las 22 h. para su sorpresa recibió un mensaje de WhatsApp. El remitente era el “desaparecido” técnico informático. Su breve y “gélido” contenido explicaba básicamente lo que la abrumada destinataria venía sospechando:

 

“Lo siento Irina. Debo seguir mi propio camino.

Una nueva vida para la que ya no cuento contigo.

Gracias por todo. Claudio”.

Sólo 21 escuetas y duras palabras. Fue un mazazo demasiado fuerte, para la estabilidad de una mujer en profundo estado de confusión. No había más explicación. Era obvio que el desleal compañero había estado llevándose, durante los días previos, aquel material que más le interesaba. Lo había hecho calculando los más nimios detalles, para evitar cometer errores que pudieran “delatarle” antes de tiempo. Fundamentalmente, que ella pudiera darse cuenta. A partir del envío de ese mensaje, la línea que sustentaba su teléfono quedaba cortada. No podía, de manera alguna, comunicar con él. Lo más peculiar del caso es que al no estar sustentada administrativamente su convivencia, tanto en lo religioso como en lo civil, no podía denunciarlo por “abandono del hogar”. El alquiler del apartamento lo abonaban a medias. Al menos ella no se veía en la calle, de la noche a la mañana. Lo único cierto es que Claudio había salido “a comprar tabaco” y no pensaba volver.

Aquella noche apenas pudo conciliar el sueño. En la mañana del domingo, hizo un esfuerzo para tomar un frugal desayuno. Entre los pensamientos nocturnos había pensado en los padres de Claudio, a quienes sólo había visto en un par de ocasiones. La relación entre Teófilo y Lorenza con su hijo era prácticamente nula. Su compañero lo justificaba porque desde la avanzada adolescencia los choques fueron más que frecuentes, generalmente por motivos insustanciales y graves. Nunca quiso trabajar en la taberna que su padre tenía arrendada desde hacía muchos años. Un día después de cumplir los 18 el cogió su maleta y comenzó a buscar y desarrollar una vida autónoma. 

Irina, en esa mañana de domingo, cuando las manecillas del reloj superaban las 12 horas, marcó el número del domicilio de sus “suegros”. Teófilo, un rudo ventero, ya jubilado, la escuchó con extrema frialdad. Le vino a decir que “Claudín” había roto con ellos desde hacía mucho tiempo y que, con la mayor franqueza, nada querían saber de él. Prácticamente, casi le colgó la comunicación. La impresión que una vez más confirmó era de que se trataba de una persona algo primaria, ruda y escasamente comunicativa.

En esta difícil tesitura consideró que lo más apropiado era no perder los nervios, tarea algo difícil para ella, por su naturaleza generalmente impulsiva. Debía dejar pasar unos días, con la fatua esperanza de que Claudio recuperara un poco la “racionalidad”. Y, sobre todo, lo que más necesitaba era recibir una explicación convincente acerca de los verdaderos motivos para esa drástica y “secretísima” y no dialogada ruptura. Realmente fue un “finde” muy difícil para la desconsolada administrativa. Sus padres Mauricio y Carmela, ya muy mayores, residían en Ronda (peón agrícola y labores en el hogar). Era hija única. Su mejor relación familiar era con una prima, Lidia, que recientemente había matrimoniado, desplazando su residencia a tierras levantinas por la profesión de su marido, ingeniero agrícola. Con sus compañeros de gestoría mantenía una relación cordial, pero en modo alguno íntima, pues en los últimos cinco años había se había centrado y “encerrado” relacionalmente con el técnico informático, que ahora estaba “missing”. A punto de cumplir los 45, ahora comprendía el error por haber dilapidado unos años preciosos e importantes, desde su vinculación con Claudio. Sobre todo, para haber intentado conseguir una descendencia. Tal vez con un hijo, habría evitado esa “huida” de su compañero. No encontraba mejor palabra para definir la actitud de éste. Lo que más le dolía y descentraba es que con cinco años viviendo junto a una persona, era cada vez más consciente de lo poco que conocía al técnico Riballa.

Durante la siguiente semana aprovechó un hueco laboral para desplazarse a la central informática en donde trabajaba Claudio, empresa en la que ella nunca había estado. Le extrañaba no haber recibido llamada alguna de esta franquicia para preguntar por este miembro de la plantilla o tal vez lo podía encontrar allí, trabajando como si nada hubiera pasado. Cuando entró en DOWNLOAD&UPLOAD percibió una gran actividad en los diferentes despachos y talleres. Fue atendida muy cordialmente por Serafín Alberca, director de la franquicia internacional. Explicó al ejecutivo que llevaba varios días sin saber nada (salvo una breve nota) de su compañero. Mostrando un semblante extrañado, su interlocutor le indicó que Claudio Riballa hacía dos semanas y media que se había despedido de la empresa, alegando su deseo de buscar nuevos horizontes en su actividad profesional.

”Le aseguro que ha sido uno de nuestros mejores técnicos. Por su capacidad de trabajo, iniciativa, y conocimientos técnicos. Además, un excelente miembro en la plantilla, que siempre se ha llevado bien con el resto de sus compañeros. Lamento no poder facilitarle su dirección actual, pues no nos ha dejado datos acerca de donde ha deseado recalar”.

De esta forma Irina Sidoria continuó con su vida. Tenía que seguir el camino, adaptándola a la soledad convivencial. Se “consolaba” considerando de que tenía, al menos y no era poco, la realidad de esas ocho horas de trabajo diarias entre lunes y viernes, para sentirse útil y garantizarse una subsistencia adecuada en lo material. Así, la resignada administrativa, procuraba llenar el tiempo libre de que disponía, al finalizar su jornada laboral y en los fines de semana, con diversas actividades: las compras en el súper, la creatividad culinaria y por supuesto la asistencia una vez a la semana al cine Albéniz, en cuyas pantallas siempre encontraba algo interesante para visionar y distraerse. Algunos domingos acudía a la Estación Municipal de Autobuses, comprando un tícket para un destino no demasiado alejado y no visitado, a fin de conocer otros lugares, caminar y cambiar de “aires” por entornos naturales. Se preparaba su bocadillo o tomaba ese menú “casero” del lugar, en alguna recomendada venta o restaurante con encanto rural.

Sin embargo, la “procesión” iba por dentro de los sentimientos y el ánimo de Irina. No sólo se sentía, de manera especial por las noches, relegada y abandonada, sino que lo más duro de asumir era la carencia de una mínima o convincente explicación por el comportamiento de un desleal compañero con el que, aunque algo frío y distante, había convivido durante un lustro de su tiempo. Ciertamente, no había tenido suerte en el amor. Tal vez su físico tampoco le había ayudado en ese objetivo de encontrar una “media naranja” acomodada a su carácter, que pecaba en ocasiones de impulsivo. Pero Claudio la había aceptado, tal y como era. Ahora todo se había ido al traste de la forma más absurda y extraña. ¿Y por qué? pregunta que en repetidas ocasiones surgía en la mente de su conciencia solitaria. ¡Cómo se puede convivir con una persona durante cinco años y conocerla tan poco!

Las hojas del calendario continuaban con su innegociable y “otoñal” caída. A pesar de intentarlo, entregándose con afán a su trabajo y a ese ocio del fin de semana, esta mujer nunca perdió la esperanza ilusionada de recibir un mensaje, una llamada, una explicación o un poco de luz acerca del único compañero relacional que había pasado por sus sentimientos y su vida. Sin embargo, el destino, la divinidad, el azar o la casualidad, en ocasiones suelen tener momentos de lucidez generosa, para ayudar al que tanto lo necesita.

Había transcurrido ya dos años largos desde la extraña despedida del técnico informático. Irina estaba muy próxima a cumplir sus 47 primaveras. Una tarde nublada y fresca de domingo, a finales de junio, debido a la incomodidad de la meteorología, decidió quedarse en casa y no ir al cine como tenía por costumbre. Se había descargado, desde una página de Internet, una película clásica que parecía interesante, dentro del género de cine negro o de intriga. Se preparó una taza de chocolate caliente y conectó su portátil con el televisor.

Eran las 18:45 y al encender el monitor, apareció en pantalla la cadena de RTVE Noticias de 24 horas. En ese momento ofrecían información acerca de la Fiesta del Orgullo Gay en Madrid, en la que participaban muchos colectivos y personas vinculadas al LGTBI (lesbianas, gais, trans, bisexuales e intersexuales). El reportaje era interesante, ya que mostraba la multicolor y alborozada cabalgata de la gran ceremonia festiva, por las calles del barrio madrileño de Chueca. Las desenfadadas y cromáticas vestimentas de los participantes en la fiesta, sus singulares y expresivos comportamientos y gestos, sus peculiares peinados y otros artísticos aditamentos en la humanidad de sus cuerpos, la alegría patente que se respiraba en esas calles, ahora tomadas por un denso colectivo, muy expresivo y original en su forma de ser y entender la existencia, hizo que Irina aguardara unos minutos, antes de darle al “play” de su portátil, para poner en marcha la película.

En pantalla apareció la imagen de un periodista que entrevistaba a dos integrantes de la populosa marcha festiva, un trans y una joven lesbiana, Pero lo más impactante para Irina fue observar que en un segundo plano, a pocos metros de la pareja entrevistada, había otros muchos participantes de la fiesta y entre ellos reconoció, sin ningún tipo de dudas a Claudio. El sobresalto en su ánimo fue de impacto. A pesar de los dos años y meses transcurridos, el informático apenas había cambiado en su físico. Tal vez con una alopecia más avanzada en sus entrantes, además de haberse rapado ambos laterales de su cabeza, EStaba bastante más delgado. Cubría parte de su cuerpo con un tan espectacular atuendo que ella nunca podría imaginarse verlo con tan espectacular y significativo estilo o look “alternativo”. Tomaba en su mano derecha la de otro compañero de marcha, acompañante de gran belleza y atlética humanidad, viéndoseles sonrientes y cálidamente encariñados. Rápidamente tomó unas fotos con su móvil de la pantalla televisiva. Como ocurre en esta cadena informativa, el reportaje fue emitido en varias ocasiones. Gracias a estas repeticiones, pudo grabar el tan descriptivo y sociológico reportaje que ella contemplaba, plena de asombro, una y otra vez.

Al fin había encontrado esa luz que tanto necesitaba. Con ella podría “alumbrar”, en lo posible, su permanente estado de duda y confusión, a lo largo de tantos meses transcurridos, desde la “huida” o “desaparición” de Claudio aquel infausto sábado de primavera. Para esta perfecta asunción de la comprensión, Irina pudo contar con la profesional y cualificada ayuda del psicólogo que la venía tratando desde hacía meses.

“Debes entender que el comportamiento de estas personas es, en general, bastante complejo y no fácil de entender. incluso para ellos mismos y por muchos de los que sienten heterosexuales. No sabemos desde cuándo Claudio detectó esa bisexualidad que obviamente anida en su cuerpo y conciencia. Tal vez el encuentro con alguna persona especial, tal vez cansado de soportar esa ambivalencia que probablemente le inestabilizaba, quiso evitar esa teatralización que representaba a diario, lo que motivó la drástica ruptura con tu convivencia y optó, con recia valentía, por trazar una nueva línea definida en la dirección de su existencia”.

En la actualidad, un controvertido hombre que salió una tarde de sábado de su domicilio para no volver, CLAUDIO, reside en Madrid, compartiendo su vida con Ismael, un popular y bien parecido actor que actúa en el café teatro La Alondra. Viven en un antiguo pero coqueto ático del tradicional barrio de Chueca. Es propietario, en un local cercano a su domicilio, de un taller de reparaciones y venta electrónicas e informáticas. Su antigua compañera afectiva, IRINA conociendo en parte los motivos de aquella repentina y brusca ruptura afectiva, continúa su vida en Málaga. En esta alegre y moderna localidad, sigue esperando y buscando, con firme actitud y esperanza, una nueva luz que fraternice su sosegada, rutinaria e íntima soledad. –

 

VOY A SALIR

ENSEGUIDA VUELVO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 09 junio 2023

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