viernes, 16 de junio de 2023

NOEMI Y PAULA.

Todas las personas, durante su prolongada etapa de formación reglada, han tenido relación con numerosos maestros y profesores. Al paso de los años, el nombre completo de esos profesionales de la enseñanza, incluso algunas de sus características físicas o de carácter, se han ido diluyendo o incluso borrando de los sorprendentes archivos de nuestra memoria. Por fortuna, siempre quedan datos, gestos, anécdotas y valores de aquellos lejanos y admirados educadores que, con gran relevancia e influencia, tanto influyeron en nuestro ánimo y actual forma de ser. En este escolarizado contexto se inserta nuestra semanal historia de un viernes de junio, ya muy cerca del cálido solsticio de verano. 

NOEMI y PAULA son dos mujeres malagueñas, pertenecientes a la misma generación e incluso coetáneas. Nacieron el mismo año: 1957. A sus sesenta y cinco cumpleaños, tomaron la trascendente decisión de acceder a la jubilación, de sus respectivos puestos de trabajo. La primera de estas dos afectivas amigas ha prestado servicio, durante casi tres décadas, como enfermera del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria de Málaga. Su vida familiar se transformó profundamente cinco años antes de este cambio laboral, pues Celestino y ella decidieron marchar cada uno por su lado en ese caminar por las rutas de la existencia. Lo hicieron de mutuo y cordial acuerdo, sin conflictos, infidelidades o reproches, aplicando una civilizada e inteligente postura ante sus conciencias y corazones. Ella fue quien le dio la “más o menos esperada” noticia a su única hija Andrea: “entiéndelo, querida Andri. Nuestra separación ha sido básicamente por aburrimiento recíproco”.

En cuanto a Paula, la jubilación le ha llegado después de trabajar como empleada en unos famosos almacenes comerciales, durante casi tres décadas y media. Tuvo que afrontar su gran tormenta vital cuando hace ahora seris años enviudó de Cosme, agente comercial, en un desgraciado accidente de carretera, cerca de Lucena, en una tormentosa tarde de otoño. Su único hijo, Raúl, ejerce como miembro de la Policía Nacional, prestando actualmente servicio en la provincia castellana de Ciudad Real.

¿Y cuáles son los elementos que vinculan a estas dos veteranas mujeres? Durante su infancia y adolescencia fueron compañeras y amigas en dos preclaras instituciones formativas: la educación primaria la realizaron en el Colegio religioso de la Presentación, en la sede del núcleo antiguo de la capital malacitana, en la calle Nosquera (edificio actualmente denominado y “okupado” bajo la polémica municipal de la “contracultural” Casa Invisible). La vitalista amistad continuó entre las dos chicas, durante los estudios del bachillerato elemental y superior, cursos que realizaron en el prestigioso e histórico centro público del Instituto Nacional de Bachillerato “Vicente Espinel” en la también muy tradicional calle Gaona, muy cerca de la Iglesia de San Felipe Neri.

Ya en su avanzada juventud, coincidieron una tarde en los grandes almacenes en donde Paula trabajaba. Se abrazaron y quedaron citadas para compartir una grata merienda en el inmediato fin de semana. Desde aquel fausto día para el reencuentro, esa alegre y vitalista amistad, que había arraigado en los años de la escolarización reglada, “tierra fértil” para los afectos vitalicios, se renovó en el día a día, para el enriquecimiento recíproco de las dos mujeres. Desde entonces utilizan con mucha asiduidad el móvil telefónico para la fraternal intercomunicación de tanto necesitan y agradecen. Son también numerosos los fines de semana en los que quedan citadas para salir, tanto al campo como a la ciudad. Compras, meriendas, caminatas por la naturaleza, etc. Esas horas en las que comparten el tiempo y la distracción son muy bien aprovechadas. Incluso por recomendación de Noemi, Paula también se ha inscrito en el Centro Aquiles, ubicado en la zona del Ejido, en el que asisten a clases de gimnasia pilates, dos veces a la semana, a fin de mantener el tono físico corporal, ahora en que la edad exige un adiestramiento continuo para evitar las secuelas lesivas del calendario.  Ambas amigas apetecen disfrutar con el cine, especialmente el de calidad argumental e interpretativas, películas que se suelen exhibir en el Albéniz, ubicado en la céntrica zona monumental y turística de Alcazabilla.

Para las meriendas eligen precisamente esta zona, muy alegre y cosmopolita, por la abundancia de cafeterías, bares y restaurantes, de todas las modalidades y nacionalidades, aunque también les gusta estar sentadas en plena calle Larios, en donde también consumen con agrado los productos que les sirven en la exquisita cafetería Lepanto, muy reconocida por la calidad de sus dulces e infusiones. El diálogo de las dos mujeres es largo, denso, ocurrente y siempre divertido, para el recíproco bienestar de dos veteranas interlocutoras, por cierto, en sumo “parlanchinas”. Los temas de conversación son en sumo variados. hablan de todo, lo habido y por haber. Las modas y los “trapos” de vestir es un tema recurrente y que les apasiona. Los programas de televisión, las revistas del corazón y los múltiples personajes que “controlan” el protagonismo social tampoco se halla ausente de esos fáciles, ágiles y entretenidos diálogos.

Una y otra amiga presumen de ser buenas e imaginativas cocineras, tanto de los platos “de cuchara”, los guisos al horno, como sobre todo los golosos postres, en los que toman liderazgo los bizcochos, las pastas, las magdalenas y también son valientes para entrar en el terreno de la elaboración de exquisitas galletas. Todo ello tiene cabida en sus alegres y desenfadados diálogos, en los que siempre tratan de evitar tres determinados temas que, en su sensata opinión, provocan, roces, discusiones y distanciamiento entre quienes los utilizan: la política, la religión y el fútbol. Ciertamente Noemí es más de centroizquierda, mientras que su “compa” Paula tiene un sentido más “conservador” de la vida. El deporte del balompié las aburre soberanamente y en cuanto a los temas religiosos son vistos como de otra época. Hasta el comienzo de la enseñanza secundaria estuvieron en un colegio de religiosas. Aunque también había profesores laicos, este elemento del ideario religioso las previene a fin de pasar por encima del mismo, eligiendo otras más agradables cuestiones de que hablar. Este posicionamiento no excluye para que en ellas florezca un sentido benefactor hacia lo social, que las impulsa periódicamente a prestar ayuda, material y fraternal, especialmente a los mayores y necesitados. Practican casi mensualmente visitas al centro de acogida de las Hermanitas de los Pobres, gestos solidarios para llevar, a los ancianos allí recogidos, ropa, alimentos, golosinas y algunos billetes que siempre vienen bien para la subsistencia de las abnegadas hermanas. Por supuesto y más importante, también el calor humano de la amistad.

Entre sus temas para la conversación siempre hay uno que, por nostalgia, sentimiento, respeto y admiración, sale a colación una tarde tras otra, normalmente al final de las meriendas: el recuerdo entrañable a los maestros, profesores y religiosas que supieron aplicar su buen hacer enseñándolas y educándolas, en las aulas o clases, como antes se decía. Paula y Noemí reconocen que fueron dos escolares muy traviesas, pícaras y “demasiado” bromistas, con sus pacientes y abnegados maestros. No eran las únicas alumnas díscolas, por supuesto, pues había otras compañeras que las “superaban”, tanto en la institución religiosa como en el instituto.

Recordaban los apelativos o motes que colocaban a sus docentes: don Leopoldo, el “león” o el “Ruffini”, que impartía matemáticas: don Nicanor, el del “tambor” de dibujo; la Srta. Anabel, la “flanchuten”, de francés; la dulce doña Daniela, la “literata”, profesora de Lengua y Literatura; don Marcial, el “probeta”, de Física y Química, al que también llamaban el “caimán” por su peculiar forma de andar;  el santo varón Padre Olegario, el “sotana”, de religión; don Geminiano, el “Trotsky” (por su indudable parecido con el personaje soviético) que “daba Historia y a Mari Cruz, la  “chandal” (nunca la vieron vestir otra prenda. También a Livinia, la “soprano” y a don Eugenio, el de Latín, apodado el “camaleón” ya que cada día iba cambiado de traje…

Entre las diferentes e ingeniosas bromas y “travesuras” que se practicaban en sus clases, estaba la de echar sal, arena o azúcar en el pasillo entre las mesas, por donde caminaban algunos profesores cuando estaban explicando o dando los apuntes de sus materias. También ponían algunos chicles masticados al final de las patas de las sillas del profesor; echaban agua en el paquete de tiza, para dificultar la escritura en la pizarra; alguna “bomba fétida” también fue rota en el desarrollo de alguna clase, con el intenso y aromático olor y la “guasa” subsiguiente que produjo entre el colectivo. Siempre había algún compañero, buen dibujante, que pintaba una caricatura más o menos graciosa de algunos profes y maestros. La variedad de estos “malos” comportamientos daría para escribir muchas páginas.

En cuanto a las técnicas para copiar en los exámenes, el ingenio aplicado entre los alumnos era de lo más variado. Grababan datos e incluso definiciones en los bolígrafos BIC que eran normalmente utilizados; textos también escritos en los muslos de sus respectivas anatomías; otras micro “chuletas” escondidas en las mangas de las camisas o suéter. En aquellos lejanos tiempos no existían los teléfonos móviles, pero incluso por las ventanas se introducían en las aulas muchas respuestas que otros alumnos, situados en el exterior, habían preparado con respecto a las preguntas planteadas por el profesor. Estos comportamientos eran más propios de las clases en el instituto, pues a las monjas les solían tener un mayor “respeto”. Recordaban a las madres Teresa, Encarnación, Soledad, María Jesús, Ángeles etc. religiosas que además de educarlas y enseñarles los diversos contenidos de las materias o asignaturas, actuaban o ejercían como verdaderas “madres” con respecto a las “díscolas” escolares que tenían a su cargo.

Tanto en la infancia, como en la adolescencia, a pesar de esas bromas y traviesos comportamientos, tanto Paula como Noemí reconocían que nunca trataron de “pasarse de la raya” y que, en la mayoría de los casos, además de aceptar el castigo, pedían perdón al profesor del que se habían reído o habían molestado. Cosas de chicas muy jóvenes, en comprensible período de formación. Al ir nombrando y recordando el nombre de todos esos maestros para sus vidas, reconocían con tristeza, afecto y respeto que probablemente la inmensa mayoría de todos esos docentes y educadores ya no se encontrarían con vida, por lógicas razones de la edad impuesta por el calendario. Precisamente una tarde, cuando merendaban en Lepanto, comentaron el proyecto de ir a visitar los dos centros en donde habían cursado la enseñanza primaria y secundaria: el colegio de la Presentación y el instituto (en aquel momento femenino) Vicente Espinel.

Una tarde Paula llegó a la cita de la merienda un tanto nerviosa y azorada. Explicó a Noemí con todo detalle que, desde hacía unos días, un vecino del bloque en el que residía, don Ezequiel Rabaneda, de edad madura, que había enviudado a comienzos del año y que durante su vida activa se había dedicado al artesanal trabajo de la tapicería la estaba “rondando” e insinuándose con manifiesta y molesta insistencia. El septuagenario tapicero vivía en el 4º A y ella lo hacía en el 4º C. Lo conocía, tanto a él como a su mujer lógicamente desde hacía décadas, pues eran casi vecinos de puerta, `pero no se imaginaba que al sufrir el trauma de la viudez había centrado en ella, también viuda, sus afectos y necesidades sentimentales con tanto ímpetu y “pesadez”. Comenzó con “gentiles” regalos, como frutas y bombones. Se hacía el “encontradizo” con ella, siempre que entraba o salía de su piso (posiblemente la estaba vigilando) con una obsesión que le preocupaba. Cuando llegaban los domingos, con casi todo cerrado, el también veterano adulador comenzaba a llamar a su puerta, para pedirle “algo que se había olvidado comprar”, como pan, sal, azúcar, huevos, etc y así poder “echar el ratito” con su vecina Paula. Físicamente, el tapicero no era una gran belleza, sumado a sus años. Un tanto paticorto de cuerpo, alopécico, ojos algo saltones, barrigudo … “una belleza”. En cambio, su carácter era simpático, “guasón” y excesivamente cordial con sus continuas adulaciones, que la abrumaban sobremanera. Ya le había metido por debajo de la puerta dos misivas declarándole su ferviente amor y pidiéndole con “relamidas” palabras relaciones sentimentales. ¡Menuda carga se le había presentado a la sosegada Paula!

Ante esas pretensiones, Ella le había dado “calabazas”, de una forma puntual y directa. Sólo aceptaba su amistad, como buenos vecinos que habían sido en gran parte de sus vidas. Pero el tapicero, erre con erre, seguía insistiendo, hasta tenerla hecha un manojo de nervios. Este había sido el tema de esa tarde de junio, con la dulzura primaveral en la meteorología.

Apenas Paula había terminado de narrar esta aventura vecinal a su íntima amiga Noemi, decidieron dejar la cafetería para dirigirse a la Alameda Principal con la intención de dar un tranquilo paseo, entre puestos de flores y gente transitando por esta alegre y céntrica vía malagueña. Quiso el azar, la suerte o el destino, que se encontraran de frente con un señor muy mayor al que, tras unos segundos de duda, reconocieron sin dificultad. Esta persona caminaba con prudente lentitud, ayudándose de un modesto bastón. El anciano paseante cubría su cabeza con una gorra deportiva, cuya visera le protegía el rostro del sol proveniente del oeste. El cuerpo algo encorvado de esta persona reflejaba el paso indudable de su avanzada edad.

“Perdone, Sr. Buenas tardes. Me atrevo a preguntarle ¿Vd. ha sido profesor de Matemáticas? Es que hemos creído reconocerle, D. Leopoldo. Nosotras, hace ya muchos años, tuvimos un profesor que tenía sus mismos rasgos y al que recordamos con mucho afecto y cariño”.

El sorprendido anciano, que cubría su vista cansada con gruesas lentes, las observó pensativo y de inmediato sonriente.

“Efectivamente, distinguidas señoras. Yo soy Leopoldo Cifuentes. Ejercí de catedrático de Enseñanza Media, en el Instituto Nacional de Bachillerato Vicente Espinel de esta ciudad. Me emociona que dos antiguas y lindas alumnas aún me recuerden, a pesar del tiempo transcurrido y de los cambios lógicos en el cuerpo”

Este veterano profesor, con 91 años de vida, no podía recordar a dos jovencitas de catorce o quince años, antiguas alumnas en sus clases. Pero se mostraba contento y complacido ante dos antiguas alumnas, hoy convertidas en dos elegantes señoras, también jubiladas en sus profesiones, como él. Intercambiando sonrisas, pidieron a una de las vendedoras de flores que les hicieran una foto, posando Noemí y Paula junto a don Leopoldo, cada una cogiéndole afectivamente del brazo. Don Leopoldo, con manifiesta elegancia, tuvo el gentil detalle de comprar dos rosas rojas, que entregó con una emoción difícil de describir a sus dos antiguas alumnas, quienes agradecieron con sendos besos el noble y cariñoso gesto del antiguo Profesor.

Quedaron en llevar las fotos, que pensaban enmarcar convenientemente, a su entrañable profesor, desplazándose a su actual domicilio, una residencia para mayores en el Camino de Antequera, rodeada de jardines y tranquilidad, en la zona noroeste de la ciudad. Don Leopoldo les explicó que prefería estar en esa institución para ancianos, antes que “molestar” y condicionar la vida de sus herederos. “Aunque no lo creáis, aún enseño el juego mágico de los números y las cifras a muchos de mis “jóvenes” compañeros en la actual gran casa de todos”.

Fue hermoso y hondamente sentimental tener la suerte de poder reencontrarse con “míticos” profesores de su adolescencia y primera juventud, que aún daban ese ejemplo maravilloso de estar en la vida, recorriendo, aunque con pasos prudentes, las populosas calles de Málaga. Noemí y Paula recordarían, para siempre, con respeto, cariño, admiración, añoranza y gratitud, a su admirado profesor, en aquella entrañable y afectiva tarde de un 30 de junio, caminando por entre los puestos de flores de la Alameda malacitana. -

 

NOEMI Y PAULA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 16 junio 2023

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