viernes, 3 de febrero de 2023

EL FINAL DE UNA PELÍCULA. EN EL ALMIREZ.

En la realización de una película intervienen una muy extensa lista de colaboradores, especializados cada uno de ellos en los distintos campos de la producción audiovisual. Si aplicamos un poco de inteligente paciencia y no abandonamos la sala de proyección o la pantalla del televisor, hasta que el último título de crédito deje de mostrarse, tomaremos conciencia de la cantidad de “especialistas”, entre técnicos y actores, que han intervenido en el rodaje de cualquier historia, que queda grabada en celuloide o soporte digitalizado en la maravillosa aventura del cine. Es precioso aceptar que todos aquellos que han intervenido en la realización de una película son necesarios e importantes, aunque unos “cobren” más emolumentos que otros y sean los que aglutinen mayoritariamente los aplausos, las entrevistas, los premios y el fervor de los aficionados al “séptimo arte”.

Si se hiciera una encuesta, entre las personas vinculadas por afición u oficio al cine, y en la que se preguntase cuál es el elemento o factor más importante en la producción cinematográfica, probablemente una mayoría de los preguntados responderían o señalarían la casilla del GUIÓN, como la piedra angular de cualquier film. Parece obvio que, si no lo hay o no es “bueno” en su construcción, difícilmente puede nacer una buena película. Es frecuente leer acerca de la crisis en los guionistas de Hollywood en los últimos tiempos, lo que da lugar a que se tengan que repetir, con frecuencia, historias o “remakes” de films rodados hace ya muchas décadas.

Sin embargo, reflexionando acerca de las posibles respuestas a esa supuesta encuesta, serían también muchos los que optarían por señalar el recuadro del FINAL DE UNA PELÍCULA, como la parte más destacada en su producción y realización. Si lo pensamos con la necesaria perspectiva, no es tarea fácil, sino todo lo contrario, dar un adecuado final a la narración fílmica de cualquier historia, sobre todo porque ello significa, de una u otra forma, poner punto final a un relato que, por la lógica vital, continúa a pesar del FIN o THE END que la pantalla muestra a la terminación del metraje. Sobra añadir, en esta breve introducción al relato, que no nos olvidamos de otros dos fundamentales e imprescindibles elementos en el cine: la DIRECCIÓN y la INTERPRETACIÓN de los actores, como piezas angulares de toda realización. En este contexto cinematográfico nace nuestra historia de este viernes.

Tarde plácida en el otoño madrileño, con una meteorología en la que aún se agradece la templanza térmica de ese verano, ya viajero a otras latitudes terrenales. En la planta séptima de un vetusto pero remozado edificio de la Gran Vía madrileña se encuentra la sede de una afamada productora cinematográfica, que ocupa la totalidad de los muchos metros cuadrados de la superficie construida.  Esta dinámica empresa de cine se denomina El Almirez, título que hace alusión, según ha narrado en numerosas ocasiones su fundador y propietario Estanislao Labianca, 48 años, a una entrañable y afectiva historia que recuerda el tiempo de su infancia. Aunque sus padres tenían fijada su residencia en Madrid, en un pequeño piso de la calle Serrano, durante los veranos él y su hermana Candelaria eran enviados a la casa de los abuelos paternos, que vivían en el pueblo abulense de Arévalo, a fin de que pasaran parte de la estación veraniega en un ambiente saludablemente rural. La abuela Amara solía contar a sus dos nietos antiguas e interesantes historias de la tierra castellana, mientras preparaba el cocido o el potaje diario. La imagen de la divertida abuela “majando” en el “almirez” las almendras, el pan frito, con el ajo y el aceite, mientras contaba la interesante historia de cada jornada, no se le había olvidado con al paso de los años. Siempre admiró con mucho cariño la capacidad narrativa de aquella buena señora, que tanto sabía y tan bien lo contaba. Recordando este hecho tan familiar, Estanislao puso a su productora un nombre tan sencillo y “culinario”, necesario para cocinar buenos y sabrosos platos, al igual que su empresa de cine intentaba hacer o “rodar” las mejores e interesantes películas.

La productora se encontraba en pleno y avanzado rodaje de su 6ª película, una interesante historia de triangulación amorosa, protagonizada en los papeles centrales por tres prometedores y jóvenes actores de la “nueva ola” provenientes del mundo televisivo. Casi todo marchaba según lo previsto, cumpliéndose el calendario de una manera asumible a fin de no superar en exceso el presupuesto aplicado a las cinco semanas de filmación. Sin embargo, a Marcel Aumont, director del film (con importante capital francés, en la financiación) le preocupaba un asunto que se iba dejando para “más adelante”, aunque de alguna manera habría que afrontarlo pues el calendario avanzaba lógicamente sin pausa. El problema no era baladí, pues se trataba de ponerle un buen fin a la historia, por decirlo de alguna manera. Ya desde el principio del rodaje, este importante asunto comenzó a generar inquietud en la dirección de la productora. Había diversidad de pareceres con respecto a ese final argumental, personalizados en el criterio cada vez más intenso del guionista por “alterar” substancialmente el espíritu y la letra de la novela, en la que estaba basada la cinta. Unos y otros, en el amplio equipo de rodaje, aportaban ideas al guion inicial, de manera especial para ese desenlace de la trama, que se les estaba “atragantando” en dos posicionamientos claramente contrastados.

En esta situación, con dos semanas y media de rodaje, Estanislao, como director y propietario de la productora, tomó la decisión de aprovechar el inmediato fin de semana para convocar una importante reunión. Se trataba de alcanzar un acuerdo consensuado entre los principales participantes en el rodaje (actores, guionista, autor de la novela y equipo técnico) para ese final controvertido entre los dos contrastados posicionamientos. Era mucho el dinero invertido para que un final inadecuado pudiera lastrar el éxito o el rechazo del público, en una historia de amores y desencuentros que enfrentaban a dos familias muy diferentes, en el poder social y económico. Esa necesaria y urgente convocatoria quedó fijada para las 17 horas del viernes en el salón principal de la productora. A ella acudieron diez componentes del staff técnico y artístico:

A Estanislao le acompañaron Marcel (el director de la película), Adrián (el guionista de la trama argumental), Néstor (el autor de la novela en la que se había basado Adrián para escribir su guion), Claudio, Alma, Ferrán y Anzio (intérpretes principales) además de Timoteo y Águeda (responsables de la fotografía y escenografía, respectivamente).

La discusión o debate, aunque comenzó con manifiesta cordialidad, fue incrementando el enconamiento de los posicionamientos, dividiéndose prácticamente las posturas en un fifty/fifty, en favor del guionista y el autor de la novela. Tras un par de horas de análisis entre los dos criterios, hicieron un necesario break coffee, con pastas incluidas, que sirvió la casi siempre “densificada” en clientes cafetería Imperial, sita en los bajos del artístico inmueble. Analicemos brevemente la personalidad de los intervinientes que lideraban los dos “finales” discutidos para la historia en proceso de filmación.

Néstor Cifuentes era un profesor de literatura hispánica, quien a sus 52 años se mantenía como profesor titular dentro de su departamento de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense. Se encontraba divorciado desde hacía más de una década. Su mujer Valeria, profesora ayudante en el mismo departamento, le había estado engañando en amores con un estudiante becario, bastante más favorecido físicamente que su marido, quien no gozaba de una “muy afortunada imagen” en el look o apariencia. Además, ese joven graduado universitario asumía y aplicaba unas ideas mucho más avanzadas en el trato afectivo, que el “pasivo y aburrido sexual” en que se había convertido su compañero legal. En realidad, Néstor vivía centrado en la que era su verdadera vocación o meta en la vida: la creatividad literaria. “Nublado amor era su segunda novela. La primera obra que escribió no tuvo apenas eco en las librerías. Sus 300 ejemplares, que prácticamente el autor financió, apenas se vendieron, acabando el material en manos de una cadena de libreros de ocasión. Por el contrario, ésta su segunda publicación tuvo una aceptación popular bastante estimable, en crítica y venta (ya iba por su 2ª edición). Fue publicada por una afamada editorial, gracias a las gestiones que realizó al efecto el muy veterano catedrático director del departamento, quien quiso ayudar a este “servil” profesor titular, un tanto “vapuleado” en su suerte sentimental. Con respecto a ese final en la novela, el enfoque que daba este autor era un tanto conservador, tradicional y carente de ese sentido positivo que enaltece nuestros proyectos y aventuras más esperanzadas.

Por su parte, el guionista Adrián Carpio, 29 años, llevaba trabajando en el mundo del cine desde los 23. Con sólo estudios de bachillerato en su expediente académico, pero ferviente lector desde la adolescencia podía considerarse como un singular autodidacta en su capacidad expresiva para la narrativa. Había colaborado ya en dos películas, distinguiéndose como una gran joven promesa en la adaptación de novelas a guiones cinematográficos. El productor Estanislao Labianca lo contrató, basándose en una insistente recomendación que le hizo Elián, un veterano amigo dependiente del alcohol, en una noche de juerga, copas y desinhibiciones personales. Sobre el “triste final” aportado a la historia en la novela, Carpio quiso aportar un sentido más esperanzado y valiente, para las decisiones afectivas de unos y otros protagonistas. En ese final escrito en el libreto o guion, las normas o hábitos tradicionales desaparecían o se superaban aplicando la ruptura y la osada aventura liberadora para iluminar un futuro de fortaleza esperanzada. 

La reunión continuaba, mientras las manecillas del reloj superaban las 21 horas. Era evidente la dificultad para alcanzar un punto de consenso. Aplicando un sentido inteligente, dada la hora, pidieron cena a un servicio de catering, empresa que en escasos minutos les llevó unas pizas de tamaño familiar, refrescos y cervezas, además de unas barquetas de compota de manzana, “regadas” con brandy, como postre apetitoso. A poco de las 22 horas y con los estómagos ya fortalecidos, reanudaron los intentos de acercamiento, pero ninguno de los dos grupos quería “dar su brazo a torcer”. Sobre las 22:30 escucharon unos cuidadosos golpes en la puerta de la sala de juntas que estaban ocupando.  En segundos se abrió la puerta, entrando en la sala con una expresión respetuosa, sin ánimo de molestar, el ”bueno” de Tobías. Era el conserje o vigilante de noche, que llevaba vinculado a la productora El Almirez desde hacía unos cuatro años. Su misión de vigilancia nocturna era en sumo importante, pues el almacén de la productora atesoraba un abundante material filmado, entre bobinas de celuloide, numerosos discos duros, pruebas fotográficas, guiones a la espera de un posible rodaje o de nuevas lecturas y otros valiosos y necesarios documentos. Era imprescindible mantener el control nocturno de la productora y en el fin de semana, con respecto a todo ese material que, lógica y preventivamente, estaba guardado en armarios ignífugos.

Este guarda o vigilante de noche, persona de la total confianza de Estanislao, ya muy cerca de los sesenta en edad, había sido campesino, durante gran parte de su vida, en tierras jerezanas. Hombre fornido de cuerpo, con la piel bien curtida por su exposición a muchas horas trabajando la tierra bajo la intensidad solar, era una persona un tanto “primaria”, sin estudios, pero con una lúcida y natural inteligencia para afrontar los problemas y dificultades de cada día. Lo que más destacaba en su persona era su continua capacidad de trabajo, su respeto y leal obediencia a los superiores y esa disponibilidad bondadosa que todos valoraban tras conocerle y tratarle.  Cuando su madre se quedó viuda, ya en avanzada edad, Tobías decidió vender unas parcelas de viñas que poseía en tierras jerezanas, trasladándose junto a su mujer a Madrid, para cuidar a la persona que le había dado la vida, pues esta señora ya era octogenaria. Aunque Tobías tenía un cierto capital por la venta de esas tierras, buscó un trabajo para permanecer activo, encontrando este servicio de guarda de noche, horario que no le ofrecía dificultad alguna, dado que desde hacía tiempo sufría de un intenso insomnio. Con su pequeño transistor, que siempre le acompañaba, a veces traía una fiambrera o incluso un termo, para pasar las noches vigilando y cuidando que esta importante productora no sufriera daños o robos que siempre son lesivos o algún problema eléctrico que pudiera provocar los temidos fuegos. A las 8 de cada mañana, cuando comenzaban a llegar los primeros trabajadores al Almirez, Tobías abandonaba su puesto de vigilancia, trasladándose a esa portería que regentaban sus padres y ahora lo hacía él con su mujer.

“Buenas noches a todos. Veo que aún tenéis tarea a estas altas horas del día. Y me parece que con un cierto cansancio en el rostro. Si queréis, os hago un buen café cargado, para que retoméis la fuerza. Tengo “avíos” suficientes en la alacenilla y un pequeño fuego eléctrico que funciona muy bien. En cuanto a la leche, para los que quieran “un mitad”, no os preocupéis, que bajo en un par de minutos al chino de la esquina, que cierra bastante tarde. Lo que no os puedo preparar es la cama (sonriendo) porque sólo dispongo un buen sillón sofá, que utilizo para echarme un poquito por eso de las lumbares”.

Todos los presentes, entre risas y cuerpos cansados, agradecieron ese aire fresco que les había traído el cariñoso y veterano vigilante de noche.

“Eres un cielo, buen amigo. Ese café que tan bien sabes preparar, será bien venido. Toma algo de calderilla, para que puedas comprar lo que necesites. Aquí estamos desde la tarde discutiendo el final que le vamos a dar a la película en rodaje. Hay dos posturas … y en eso estamos, Tobías. El acuerdo está siendo más complicado de lo que parecía en principio”.

No habían pasado veinte minutos cuando, tras llamar en la puerta, apareció de nuevo el servicial vigilante, portando en una mano una gran cafetera de alpaca, como las utilizadas en las teterías, mientras que en la otra asía otra más pequeña, que contenía la leche. Ambos recipientes emanaban un gratísimo aroma a cafetería de lujo. Los aplausos sonaron en favor del solícito y servicial compañero de trabajo. 

“Mientras os sirvo, si me permitís, se me ha ocurrido una buena idea o solución al problema. Ahora, con esas máquinas tan modernas, a las que no hay que ponerles película dentro, podéis rodar los dos finales de la película que andáis discutiendo. Después hacéis un pase con un buen “manojo” de invitados, una sesión de “gorra”, de las que no hay que pagar nada por la entrada. Entonces la gente, cuando termine la película, escribe en un papelito cuál es el final que más les ha gustado y ese puede ser el que va en las copias que se envían a los cines”.

Unos y otros cruzaron sus miradas, movieron sus cabezas en sentido afirmativo y el propio Estanislao resumió la situación: “Pues no es tan mala idea, la solución que nos ha sugerido Tobías. Es buena para el público y también para nosotros, que tenemos que rodarla. Además, cuando la visionemos en pantalla, percibiremos esos detalles que no se pueden distinguir tan bien en el papel escrito. Creo, sinceramente, que este puede ser un camino acertado a fin de superar la controversia ¡Vaya con Tobías y sus buenos consejos! Tenías que haber estado con nosotros desde el principio de esta ya cansina reunión”.

Efectivamente, cuando la película estaba en postproducción, se realizó ese pase privado al que asistieron 80 personas (se trató de que hubiese una contrastada mezcla de edades entre los espectadores) quienes tuvieron la oportunidad de contrastar los dos finales que le habían dado a la cinta. Cada asistente marcó en su tarjeta de invitación el recuadro que consideraba más conveniente, para la preparación de la copia definitiva. En esa misma tarjeta estaban señaladas unas líneas para que el espectador añadiera, si lo estimaba oportuno, el por qué había elegido la opción A (guionista) o la opción B (autor de la novela). Pero ocurrió lo que nadie esperaba: tras hacer el recuento, los resultados mostraron (para el asombro de la productora) una gran igualdad entre las dos opciones 47 - 53 % respectivamente. El problema se mantenía en la complicada disyunción.

Estanislao, con su máxima responsabilidad en la productora, tenía que tomar una decisión. Y lo hizo con certera rapidez. Esa noche de viernes, invitó a cenar en el asador Gonzalo a tres miembros del equipo: Marcel, Adrián y Néstor. Mientras daban buena cuenta de un cochinillo bien asado, comida regada con un buen tinto del lugar, les expuso con amable firmeza la decisión que pensaba adoptar, “dado que el productor es el que maneja e invierte los fondos”:

“El lunes salimos de este impase. Para ello, este fin de semana, os “encerráis” en un parador de Navacerrada (ya tenéis la reserva hecha, con pensión completa) y me elaboráis un final de la historia “abierto”, para que sea el espectador quien aplique su mentalidad, imaginación, deseo y circunstancias, a esta película que, a buen seguro, va a tener un fuerte impacto en la cartelera. Sé que los tres gozáis de una fuerte capacidad para ponerle fin a la trama con una sutil indefinición que se adapte a los gustos de unos y otros aficionados. No me vais a defraudar porque sois de lo mejorcito que hay en este momento dentro el mercado nacional del cine”.

No se equivocaba el propietario de El Almirez. En la gala de los premios Goya, Amores en el infinito concurrió con hasta 8 nominaciones, de los que ganó cuatro. La respuesta del público en la taquilla había sido muy esperanzadora, desde los primeros meses de su estreno en cartelera. La fuerte recaudación compensó con celeridad los fondos invertidos. Entretanto, el público y la crítica especializada mostraban sus opiniones, en sumo contrastadas, acerca de ese final abierto y con una estimable dosis de intriga, que cada espectador trataba de modular en sus objetivos, realidades y deseos.

La muy útil conclusión o enseñanza de este relato, con base en el ámbito cinematográfico (aunque también puede servir para el mundo literario o el teatral), nos hace ver acerca de la gran importancia y complejidad que tiene el desenlace, en cada una de las películas rodadas. Y no siempre ese final ocupa la necesaria prioridad, en el objetivo de los productores, directores y guionistas. -

 

EL FINAL DE UNA PELÍCULA,

EN EL ALMIREZ

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

03 febrero 2023

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