jueves, 22 de diciembre de 2022

CUATRO VIDAS, EN EL DIA DE NAVIDAD

La convivencia entre personas no resulta fácil, especialmente en uniones prolongadas. Para demostrar lo contrario, hay que aprender y practicar, durante cada uno de los días, la generosidad de compartir, de comprender, de escuchar, de ceder, de soportar. Seguro que otros añadirán a estos importantes valores, querer y amar.  Los personalismos, los egos, la aburrida rutina y esa forma familiar de intolerancia, son lesivos e inadecuados elementos para esa complicada aventura de vivir en pareja. Esta muy breve introducción a nuestro relato nos apremia a desarrollar la narración de una común historia desarrollada en el marco relacional.

DARIO y MARA (Maruja) llevan conviviendo matrimonialmente durante diez años consecutivos. En parte por decisión propia, aunque también por alguna razón médica u orgánica (que nunca han querido afrontar) no tienen descendencia en su unión. Ambos han entrado ya en la cuarta década existencial. Darío, 43 años, tiene un puesto fijo de trabajo como comercial en unos afamados grandes almacenes, estando en los últimos años adscrito al departamento o sección de electrodomésticos, gama blanca. Por su parte Mara, dos años menor que su compañero, también goza de estabilidad laboral, trabajando como auxiliar de enfermería en un centro hospitalario de titularidad privada. Esa normalizada vida en común que va sumando años, con las repetitivas rutinas que han impuesto a sus vidas, les ha ido provocado un “enfriamiento afectivo” progresivo en su relación cotidiana, en la que cada vez encuentran menos incentivos, aunque siguen permaneciendo juntos sin preguntarse con valentía el por qué. El carácter de uno y otro tampoco ayuda mucho para superar ese aburrimiento, más o menos disimulado, que su relación de pareja de manera preocupante ha alcanzado.

Darío es hijo único y desde siempre, aunque lo niegue cuando el tema surge en las discusiones o roces, en el fondo de su ser prima el ego personal. Posee una elevada autoestima. Es bien parecido (alto, cabello moreno, ojos celestes, elegante delgadez en un cuerpo sin grasas) extrema el cuidado con el aseo y la vestimenta, siendo bastante presumido, simpático y vanidoso, haciendo alarde de “congeniar” y “ligar” con las compañeras más jóvenes del centro comercial por las que se siente intensamente atraído. En cuanto a su pareja familiar, Mara, es una mujer de naturaleza ambiciosa, pues en lo más hondo de su ser mantiene el objetivo de poder alcanzar algún día un “mejor partido” conyugal. Echa de menos, con sufrimiento, ese lujo que no posee. Le encantaría viajar, actividad que con pesadumbre no lleva a la práctica. Realmente le gustaría ser pareja de una persona importante, situación con la que halagaría sus deseos y proyectos materiales, dando así un mayor color a la vulgaridad con la que percibe su vida. No destaca físicamente en sus valores estéticos, ofreciendo su figura corporal una imagen dentro de la normalidad. Sólo que tiene una “penosa” tendencia a la acumulación de gramos en su peso, para los que de continuo aplica diversas estrategias que, en general, no le ofrecen la solución definitiva. Integra demasiado bien todo lo que ingiere, abusando en ocasiones del “picoteo” debido a la insatisfacción que su subconsciente soporta.

Con una diferencia de escasos meses y cada uno por su cuenta, pura coincidencia del azar o los caprichos del destino, han centrado sus ilusiones frustradas en dos personas cercanas, con las que comparten la actividad en el ámbito laboral. Cada uno ha focalizado sus deseos en esos dos compañeros, manteniendo familiarmente su “infiel comportamiento” en el más celoso secreto, traviesa actitud que les enriquece psicológicamente.

En el caso de Darío, su mirada, imaginación y mente caprichosa se ha centrado en una joven y bella compañera de trabajo, adscrita al departamento de perfumería, que se llama CARLA, a la que supera en doce años. Ve en esta chica la juventud que él va aceleradamente abandonando, esa belleza corporal que él va perdiendo y esa novedad sexual que su instinto cambiante va necesitando, para vitalizar su diaria y aburrida rutina. Carla es zalamera, agradable, simpática, ocurrente y, tal vez, deliciosamente impulsiva. Justo lo que él, todo un “cuarentón” cronológico y mental, anhela o necesita como sutil o milagrosa terapia existencial.

El vacío anímico que sufre Mara trata de llenarlo poniendo sus esfuerzos ilusionados en la persona de un apuesto y prestigioso doctor en cirugía, llamado ARNO, al que supera en nueve años, como también le ocurre a su marido con la joven Carla. Ser la compañera sentimental de un doctor en medicina es para ella una difícil pero muy anhelada ilusión. Se imagina acompañándole a congresos de su especialidad, ya fuesen en territorio nacional o extranjero, disponiendo de una mayor disponibilidad económica para sus caprichos y ostentaciones, gozando de la aureola social de ser la compañera de un médico especialista. Este apetecible objetivo no lo ve fácil, pero aplica a la consecución del mismo todos sus esfuerzos y habilidades. En realidad, tras la aparencial y exitosa vida de este cirujano, su vida ha sido todo lo contrario de un “camino de rosas”. Sumido en la orfandad (padre y madre) desde su más tierna infancia, fue criado y educado por unos tíos que precisamente formaban una familia numerosa y con los que nunca supo entroncar afectivamente. Muy voluntarioso en el estudio y en el cumplimiento de sus obligaciones, fue consiguiendo un notable éxito profesional en el ejercicio de la medicina. Pero tras una brillante apariencia, se esconde una persona solitaria, sentimentalmente insegura, mentalmente taciturno, que se siente feliz con las ocurrencias y disponibilidad permanente de la auxiliar Mara, que con sus aviesas habilidades sabe arrancar al pensativo y “entristecido” doctor esas sonrisas que compensan las carencias afectivas de un gran especialista en lo profesional, pero con una débil humanidad lastrada por una profunda historia de soledad. Arno siempre ha necesitado a una madre, a la que echa en falta desde que tenía ocho años, cuando desgraciadamente la perdió.

Tanto Dario como Mara tenían sus motivaciones e incentivos para cambiar, drásticamente, su vida relacional. Por ello, en una lúcida y muy templada noche de junio, de una manera espontánea y al unísono, se miraron a los ojos y coincidieron en el pronóstico y terapéutica para sus limitaciones y carencias anímicas. Supieron poner las cartas boca arriba, de una manera serena, racional y civilizada, en donde no hubo rencores ni disputas: “Hasta aquí hemos llegado. Es la hora de que cada uno de nosotros recorra su propio camino”.

Tras esta sensata y amistosa ruptura, uno y otro centraron sus esfuerzos en las nuevas experiencias que se les presentaban. La novedad, casi siempre, suele ser ilusionada. Darío no tuvo especial dificultad en vincularse con Carla, que sabía muy bien aplicar sus encantos físicos y la delicadeza de trato con un “rejuvenecido” compañero, que se esforzaba en disimular los doce años que le separaban por edad de su nueva compañera afectiva. Y en el caso de Mara con el cirujano, la ilusión era recíproca. Arno, sin suerte en el amor, tenía al fin una “madura” compañera en la que apoyar sus carencias sentimentales desde la infancia. Profesional y económicamente sabía complacer los numerosos caprichos de la auxiliar de enfermería que, gracias a su influencia, fue situada en un nuevo puesto de mayor responsabilidad y superior retribución: supervisora de los suministros médicos para el hospital. Mara se enorgullecía de ser la compañera afectiva del joven Dr. Arno. Ese plano social al que ahora llegaba, le halagaba y complacía para sus caprichos de ostentación ante los demás. Renovó por completo su vestuario y añadió un interesante cambio residencial, trasladándose a la vivienda que poseía el joven doctor en una prestigiosa y cara urbanización de la costa. Mara daba un salto placentero en la escala social aunque, dada su edad, carecía del tiempo orgánico suficiente para gestar esa descendencia genética que ansiaba su nuevo e ilusionado compañero.

Al paso de los meses, los verdaderos caracteres de unos y otros comenzaron a mostrarse explícitos. La nebulosa de la ilusión se había ido volatizando. La brillantez de la novedad se había ido tornando en el mate desalentador de la rutina. Para Darío, la novedad sexual con Carla se había ido saciando y agotando. Dado su especial carácter no cesaba en la aventura de buscar nuevos caprichos para su ansiedad física e imaginativa. Carla era una joven con mucho ímpetu vital, que comenzaba también a darse cuenta de lo que realmente deseaba su compañero de trabajo y de convivencia. Por supuesto que éste no era favorable a pasar por la normalidad del Registro Civil, a fin de legalizar su unión. Los doce años que les separaban pesaban o condicionaban su muy activa vitalidad proyectada para los fines de semana, objetivos que Darío trataba de eludir. Lo que realmente él necesitaba era la tranquilidad del hogar, con el sexo diario correspondiente.

En la otra nueva pareja, Arno buscaba, más que una esposa, esa madre que apenas pudo llegar a gozar, con los problemas y traumas sentimentales subsiguientes desde la infancia. Paulatinamente se iba dando cuenta de que la pretensión básica de Mara es la de convertirse en una gran señora, la esposa del Dr. Los gastos de su compañera aumentaban paulatinamente, sustentándose en la tarjeta Visa de su marido. Ese ritmo de gasto material también compensaba la realidad humana y psicológica que veía en su pareja: un excelente profesional, algo “tarado” por sus concionantes infantiles no superados. Al igual que en la pareja de Dario y Carla, Arno y Mara iban sobrellevando la situación, disimulando como podían ese íntimo sentimiento de sentirse defraudados y cada vez más cansados y aburridos con los cambios drásticos en sus vidas que asumieron meses atrás.

Y llegaron, fiel a la aritmética del calendario, las efemérides entrañables de las FIESTAS NAVIDEÑAS. Para los cuatro personajes de esta historia, el tiempo había ido reduciendo el excitante fulgor inicial de la convivencia con la nueva pareja. Les estaba ocurriendo algo parecido a esa emoción que nos hace vibrar cuando al fin conseguimos ese cambio o ese regalo largamente ansiado. Una vez que se posee, va desapareciendo el ardor tensional que nos emocionaba y aceleraba los latidos cardiacos. Especialmente y en este caso, la emoción de la novedad relacional. Esta modificación sentimental afectaba, de manera especial a Darío y a Mara. El primero, una vez saciada sus ilusiones tardías hacia esa juventud irremediablemente perdida, con la joven Carla, apetecía nuevas emociones y experiencias. Mara a pesar de haber satisfecho sus ambiciones materiales y sociales, comprobaba en el día a día, que su joven compañero de vida, Arno, era una persona sobresaliente en lo profesional, pero intensamente inmadura, por unos duros antecedentes infantiles, extrañamente no superados. La rutina, previa al aburrimiento iba llegando a sus vidas, que en lo íntimo comprobaban que la mecánica sexual cada vez les satisfacía menos, alejándose de los ambiciosos límites o destinos que habían diseñado en sus comienzos relacionales.

Lo más curioso del caso es que tanto Darío como Mara tenían conciencia de que los antiguos sentimientos que ambos se habían profesado no habían desaparecido, en absoluto, de sus corazones. Fue el comercial de los grandes almacenes quien primero telefoneó a su antigua pareja, ahora con puesto importante en el organigrama hospitalario, para felicitarle la Navidad. Estuvieron conversando durante casi treinta minutos, tiempo del que no eran conscientes, pues con esa vuelta al pasado, para su asombro, se sentían de nuevo insólitamente vitalizados. En cuarenta y ocho horas, Mara devolvió la llamada a su antiguo ex. El sentido de esa comunicación consistía en la audaz propuesta que Darío le había hecho, consistente en reunirse en el antiguo piso que ambos habían compartido (y que seguía ocupando Dario con Carla) para celebrar juntos la comida de Navidad. Cada uno con su actual pareja Por extraño que parezca las palabras pronunciadas por su antiguo cónyuge llenaron de emoción a la calculadora Mara:  

“Puede ser emocionante, simpático y gozosamente travieso, inolvidable Mara, que para ese almuerzo celebrado el día de Navidad estemos los cuatro juntos. Yo convenzo a Carla y tú lo haces con tu médico… al que siempre confundo u olvido su nombre, ¡Eso es, Arno! ahora al fin me he acordado. Puede ser de lo más divertido y sugerente vernos los cuatro sentados a la mesa. Va a ser una “entrañable” y excepcional experiencia, que difícilmente la vamos a olvidad con el tiempo”.

Aunque en principio Arno y Carla no se creían la propuesta que les hacía sus respectivas parejas, mostrando severas discrepancias acerca de formar parte de ese insólito cuarteto que no llegaban a comprender, poco a poco fueron entrando en razones, considerándolo como una muy traviesa ocurrencia que se les había ocurrido a sus respectivos cónyuges. En definitiva, era una opción más, a fin de estimular unas relaciones que estaban cayendo, en el día a día, en el peligroso océano sin fondo de la monotonía y la vulgaridad.

Darío y Mara se encargaron, en los días previos al almuerzo navideño, de comprar lo necesario (básicamente, comida preparada, que sólo había que calentar al microondas) para que nada faltara en tan singular ágape. Fijaron la hora de la reunión “familiar” para las dos de la tarde. Cuando sonó el timbre de la puerta, anunciando la llegada de la antigua residente en el domicilio, acompañada de su apuesto y un tanto confuso cirujano, que seguía sin ver claro el sainete que había organizado su bien dispuesta compañera, para todo lo que fuera buscar diversión y “pimienta” en su complicada cabeza organizativa, Darío puso en marcha los tradicionales villancicos (comenzando por el Jingle bells, al que siguió el inconfundible Ya vienen los Reyes Magos…) que tenía cargados en su móvil, que comenzaron a sonar a toda potencia por el potente bluetooth, que se había traído el día anterior del gran comercio, en el que él y Carla trabajaban, como un regalo adecuado para ese día del peculiar reencuentro con una golosa reunión culinaria.  

Tras darse los besos y los apretones de manos, aplicando la más exquisita y educada cordialidad, abrieron de inmediato una botella de sidra bien fría (tenía que ser El Gaitero) pues Mara había advertido a su ex que al médico no le agradaba el Cava ni el Champán. La tensión y el nerviosismo estaba especialmente marcado en los rostros de Arno y Carla, mientras que Dario y Mara dominaban con habilidad y delicadeza este encuentro de Navidad entre cuatro personas vinculadas en los sentimientos. La comida se desarrolló en un ambiente cordial. Precisamente fueron Arno y Carla quienes más hablaron, aportando esos datos amables para identificar a sus personas, con lo cual la armonía y el afecto coloquial fue entrando en un ambiente gratamente cálido, animado por esos villancicos que no cesaban de sonar. En realidad, todos se sentían entretenidos y confortados ante un encuentro no usual entre una pareja rota y sus nuevos compañeros sentimentales.

A medida que avanzaba esa tarde del 25 de diciembre, la atmósfera anímica entre los cuatro participantes se fue relajando de las iniciales “tiranteces” y fueron surgiendo propuestas de divertimento para intensificar el buen ambiente que se respiraba y sentía. En la sobremesa, confortada por esa botella de anís “El Mono” que Darío puso sobre la mesa, junto a los dulces de Navidad, la actividad no cesaba, sino que se incrementaba por nuevas propuestas que distraían y recordaba sus respectivas infancias. El juego de parchís y de naipes rellenó unos muy divertidos minutos, entre cuatro adultos transformados para la oportunidad en almas infantiles para la diversión. El anís también los animó a entonar villancicos, acompañando a los que sonaban por el potente bluetooth situado en la balda de la estantería que también sostenía decenas de DVD cinematográficos, afición que siempre había motivado los intereses del propietario de la casa. Las dos mujeres acordaron preparar unas torrijas de miel y canela para acompañar al chocolate caliente de la merienda. Y ya para la noche y como mejor solución acordaron solicitar un par de pizzas, con diferentes ingredientes, completando la cena con el trozo pastelero de tronco navideño que había sobrado en el postre del almuerzo.

Al fin Dario tuvo el buen acierto de cambiar las grabaciones que sonaban por el altavoz, poniendo una música relajante que les vino muy bien para acomodarse en el mullido tresillo del salón, mirando de forma mecánica lo que emitían por la pantalla televisiva. En silencio y pasando de la emisión televisiva, los pensamientos de unos y otros eran variados, pero coincidentes en una idea que sobrevolaba por esa atmósfera de rencuentro e intercambio afectivo que tanto necesitaban: ¿Por qué no podemos seguir siendo amigos, si nos necesitamos para afrontar juntos las rutinas, los aburrimientos y las ocres soledades, generadas en nuestras sencillas y modestas vidas?

Una vez finalizada la cena, Carla sugirió que los cuatro salieran a fin de dar un paseo bajo el entorchado cromático de las luces navideñas en la ciudad. El cielo mostraba una noche limpia de nubes y la atmósfera, aunque húmeda por la proximidad marítima, no era demasiado incómoda en lo térmico, pues la temperatura oscilaba entre los 14 y 15 grados. Las dos parejas caminaban separadas por esos centímetros de distancia educada para la privacidad. Cerca ya de las doce, en la medianoche, entraron en una cafetería del puerto, aun abierta para la clientela noctámbula, a fin de tomar una última infusión relajante que acomodara los cuerpos, bien abrigados, para el inminente descanso en los sueños.

Aquel 25 de diciembre había sido un día especial para estas cuatro vidas, vinculadas racionalmente a esa amistad compartida que tan bien ennoblece y gratifica. La próxima gran cita acordada sería en el domicilio “señorial” del Dr. Arno y su compañera Mara, en la última noche del año, una Nochevieja que sería Nueva para todos ellos. Escucharían las doce campanadas, hermanados y “mutuamente” dispuestos para combatir el hastío de la soledad en las acciones repetitivas de cada día. Aquel lúcido y fraternal día de Navidad se despidieron con apretones de manos y besos en la Plaza de la Marina, bajo el artificio de unas luces con sueño, que alumbraban de colores las risas y ocurrencias de grupos de jóvenes que “desbordaban” vitalidad. La alegría sobreactuada de estos chicos era observada y envidiada con añoranza por cuatro vidas que en ese magno día del año habían sabido aceptar con inteligencia su cansina e inevitable realidad. -

 

 

CUATRO VIDAS,

EN EL DÍA DE NAVIDAD

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 diciembre 2022

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