viernes, 6 de marzo de 2020

RELATOS Y MELODÍAS, BAJO EL MANTO AZUL DE LAS ESTRELLAS.


La amplia oferta cinematográfica, las decenas de canales televisivos que tenemos a nuestra disposición, la revolución mediática y universal de Internet, han sido y continúan siendo muy poderosos competidores para el mundo de la radiodifusión. Sin embargo, a pesar de los incuestionables y asombrosos incentivos que proporcionan esos otros medios para la comunicación, la trascendente influencia de la radio sigue manteniendo su liderazgo en las opciones de millones y millones de fieles oyentes. Además de la ventaja que supone poder escuchar un programa radiofónico en cualquier lugar del universo a donde lleguen las ondas hertzianas, por más recóndito o especifico que aquél sea, este medio de difusión permite estar realizando otras actividades al mismo tiempo, sin tener que interrumpir ese proceso para prestar atención con los órganos visuales a una proyección o necesitando completar el proceso comunicativo poniendo las manos sobre el teclado del ordenador, sobre la pantalla de cristal líquido/plasma o dirigiendo el movimiento del mouse para la navegación informática. El gran invento de la radio, como otros elementos paralelos del mundo comunicativo, informa, enseña, divulga, crea estados de opinión y, lo que también es muy importante, distrae y acompaña, reduciendo el pathos de la soledad física. Son millones las personas a quienes les gusta o aman la radio: I like the radio. I love the radio. Tal vez seria exagerado pensar o afirmar que difícilmente puedan encontrarse actualmente personas a quiénes no les gusta este universal medio comunicativo en nuestras vidas. Pero sería hermoso creer que esta afirmación encierra un elevadísimo porcentaje de verosimilitud.  


Desde hace aproximadamente un mes, Tadeo Vintilla, que suma veintisiete abriles en su vida (precisamente el mes en el que nació) y licenciado en periodismo y ciencias de la comunicación, dirige un espacio radiofónico nocturno titulado RELATOS Y MELODÍAS  BAJO LAS ESTRELLAS, emitido desde una importante cadena de emisoras a nivel nacional, durante la franja horaria que va desde la 1 hasta las 3 de cada madrugada, entre los lunes y viernes de cada semana. Desde la dirección de la empresa mediática le encomendaron mantener activa esta difícil franja horaria, para atraer el interés de un variado perfil de oyentes que, por distintas circunstancias, no puede o tiene dificultad para dormir durante esas horas en que la mayoría de la ciudadanía descansa.

Este joven profesional, director del programa, había elaborado y presentado previamente un proyecto al departamento de organización, cuyas líneas básicas eran las siguientes: los oyentes podrían participar en el espacio, presentando relatos escritos sobre vivencias personales que ellos hubieran protagonizado en alguna ocasión, con una base ficticia o real en desigual porcentaje. Es decir, se aconsejaba fuesen relatos conteniendo experiencias verídicas, aunque también se aceptaba que la creatividad de cada escritor enriqueciera o modificara su verosimilitud argumental, añadiendo aquellos elementos de ficción que estimase necesarios.  Los textos presentados habrían de tener una extensión entre cuatro y diez páginas de extensión, utilizando la letra Times en la escritura y un interlineado de 1,5. Lo más interesante de la propuesta es que dichos relatos serían leídos e interpretados a través de las ondas radiofónicas, por el equipo de locutores y actores de la emisora, mezclándose las diferentes escenificaciones con la audición de variadas piezas musicales, aunque siempre dando prioridad al género clásico, instrumental o melódico. Los oyentes votarían a través de Internet el relato preferido de cada semana. Y cada uno de esos relatos ganadores entrarían en un concurso trimestral, analizados por un equipo de escritores que elegirían las tres mejores historias escritas y emitidas. Los ganadores participarían en alguna experiencia o actividad, sufragada por la empresa de comunicación, determinada vivencia que los afortunados oyentes y escritores siempre habían tenido la ilusión de conocer más a fondo y por supuesto de protagonizar. 

Este programa estaba especialmente dirigido a los oyentes noctámbulos. Aquellas personas que, por sus características mentales y fisiológicas, tienen una profunda dificultad para conciliar y mantener  el sueño durante esas horas específicas dedicadas para el descanso corporal y la reestructuración de nuestro cerebro. También se pensaba en todos aquellos profesionales que han de trabajar durante las horas nocturnas, como es el caso de los miembros de la seguridad del Estado, los profesionales vinculados al ejercicio de la medicina y la enfermería, los periodistas, los panaderos, los farmacéuticos de guardia, sin olvidar a los vigilantes en las diferentes empresas, tanto públicas como privadas.

Uno de esos fieles seguidores del programa era Mateo Guillama, que trabajaba como conserje en la facultad universitaria de Ciencias de la Información. A sus 42 años de edad permanecía soltero, tal vez porque su perfil individual, su voluntariedad o la suerte y el azar deparados por el destino, no habían facilitado la integración familiar con una mujer, por lo que seguía viviendo junto a sus padres. Su apariencia física, hay que matizarlo, no resultaba desagradable a la vista, pero tampoco estaba adornado con destacados encantos. Esta situación de convivencia parental iba a modificarse en no excesivo plazo, ya que Mateo había invertido parte de sus ahorros en la compra de un piso con dos dormitorios, edificio de nueva construcción en la zona universitaria de Teatinos y que tenía prevista en un año la fecha de entrega a los respectivos propietarios. Pensaba, con acierto, que le vendría bien invertir en un patrimonio inmobiliario (el piso que habitaba con  sus padres estaba en régimen de alquiler) con lo que también ganaría en independencia personal, aunque la relación que mantenía con sus progenitores era del todo punto correcta. Tenía un cómodo trabajo de horario continuo laboral, pues había semanas en que le correspondía la dedicación matinal (desde las 8 hasta las 14:30 horas) alternadas con otras semanas en que tenía que cumplir un horario de tarde, entre las 14 y las 21:30 horas). Esto le permitía tener las mañanas o las tardes libres, a fin de dedicarlas al paseo, al cine, a la asistencia de conciertos, conferencias y otros espectáculos, aunque también pasaba algunas horas en las bibliotecas públicas, consultando la prensa o algunas publicaciones editoriales. Era una persona no especialmente sociable, pues su agenda de amistades era más bien reducida. Congeniaba con un compañero de trabajo, como era el caso de Epifanio Cercedilla, con el que además de compartir el rito diario del desayuno, quedaba para practicar algunos sábados o domingos el saludable ejercicio senderista por los entornos naturales que rodeaban a la ciudad.

El enojoso problema de Mateo era poder conciliar el sueño durante las noches. Había probado varios “facilitadores” para el equilibrio onírico de diversa potencialidad, desde el Valium hasta las infusiones relajantes adquiridas en los centros comerciales, pasando por esa mítica Melatonina, que “ayudaba” más unas veces que otras. Pero, a fin de compensar ese nerviosismo de ver pasar los minutos con los ojos abiertos, durante las horas en que la mayoría duerme, había reencontrado la gran amistad y distracción que le proporcionaba escuchar los programas de radio y de manera especial el nuevo programa dirigido por el locutor Tadeo Vintilla. Podía incluso hacerlo con los ojos cerrados, postrado cómodamente sobre el colchón de su cama, sin molestar a sus padres, ya que bajaba notablemente el volumen del transistor o incluso se colocaba auriculares en los oídos para tener una perfecta audición. Le gustaba mucho formar empatía con las experiencias narradas en los relatos escenificados por el grupo de actores. También disfrutaba las melodías que se intercalaban en los espacios vacíos del programa que, dada la hora de audiencia, apenas iba lastrado con pesadas  y rutinarias cuñas publicitarias.

Aunque el ordenador de casa seguía averiado y sin gran voluntad para llevarlo al taller informático, utilizaba alguno de los muchos que tenía disponibles en el entorno universitario, a fin de ”navegar”, durante los tiempos de estancia en la caseta de conserjería, por diversas páginas web, especialmente las de naturaleza deportiva, cinematográfica, aunque también consultaba la prensa local y nacional del día. A través de este medio participaba cada semana enviando su voto, para elegir el relato que más le había agradado entre todos los emitidos. Fue precisamente su amigo Epifanio quien, conociendo las distracciones nocturnas de su compañero de trabajo, le animó a participar de una forma más activa, con el envío de su propio relato a los responsables del programa.

“Me has comentado, en más de una ocasión, que de pequeño y durante tu adolescencia te gustaba escribir. Que hacías tus propias historietas e incluso algunas viñetas de tebeos. Aquí pasamos muchas horas, sin nada concreto que hacer. Sólo tenemos que estar disponibles para cualquier petición que se nos encomiende y vigilar que no ocurra nada extraño o anormal que aconseje la intervención. Ponte a escribir alguna cosa que se te ocurra. Igual les gusta y te la emiten. Me dices que los mejores relatos, votados por los oyentes, pueden ganar algún premio… Desde luego que sería una gozada que pudieras escuchar la representación de tu propio relato. Y “ver” a través de las ondas como los actores lo interpretan ¡Anímate, hombre! Por intentarlo no pierdes nada”.

El “Epi” desde luego era un tanto persuasivo. Al fin Mateo se animó en un fin de semana, porque le había correspondido hacer un turno de sábado, ya que había una convención de profesores en la facultad. Se puso delante del teclado y, con un pequeño esquema que había hecho durante la noche antes, comenzó a contar una historia que, entre descripciones y ficciones, dio hasta para tres páginas. En los días siguientes fue corrigiendo muchos de los párrafos escritos, añadiendo otros nuevos y ampliando por consiguiente el contenido de la historia. Casi sin darse cuenta había completado cuatro páginas y media, en las que narraba la dureza vital de un viejo mendigo, que vivía en los jardines que tenía cerca de su domicilio. El anciano se cobijaba durante las noches, especialmente en los días de frio o lluvia, bajo los soportales de un gran edificio dedicado a oficinas. En ese entorno, otros muchos  habitantes de la calle se protegían en lo posible (utilizando grandes cartones para embalar electrodomésticos) de la incómoda inestabilidad meteorológica. La base real del relato era que ese personaje “perdedor”, en el seno de una sociedad extremadamente competitiva y consumista, efectivamente existía. La indiferencia general de los viandantes era manifiesta. La mayoría de los paseantes miraban hacia otra parte, tratando de ignorar la cruda estampa de las personas sin suerte. Pasando casualmente un día por ese lugar, camino de su casa, escuchó como otro indigente llamaba al protagonista de la historia, gritando el nombre de Tibo, que más tarde el anciano personaje le aclaró: “mi nombre de pila es Tiberio Carpiana y nací en un barrio de Buenos Aires”. Mateo en alguna ocasión le había llevado ropa usada, pero en buenas condiciones para su aprovechamiento, además de algunos alimentos de los que sobraban en casa, momentos que aprovechaba para intercambiar minutos de conversación con este humilde personaje que no era especialmente hablador. A pesar de ello, poco a poco fue conociendo retazos de su existencia, que en el momento de la redacción fue ensamblando en un descriptivo relato que tras su completa redacción estaba dispuesto a enviar a la dirección de la emisora de radio.

A pesar de sus muchos años, el muy veterano y ya “gastado” físicamente personaje, solía recorrer durante las horas del día los contenedores de residuos que había por la zona. Buscaba preferente objetos metálicos, que iba recogiendo en un recompuesto triciclo con una gran caja hecha de tablones, que se le había aplicado en su parte frontal. Esos trastos metálicos y otros restos restos de variada naturaleza los llevaba a un chatarrero, que tenía una nave almacén por las estribaciones del puerto. La venta de esas piezas, previo pesaje, permitían a Tibo ganarse unas monedas que difícilmente cubrían sus mínimas necesidades diarias. El mendigo confesaba que no tenía familia y que la vida le había llevado por aquí y por allá, viviendo básicamente  en el domiciliioos de su existejero de muchas lugares, dentro y fuera de España. oco a poco fue conociendo retazos de su existeen el domicilio callejero de muchas lugares, dentro y fuera de España, con el cielo estrellado como techo. Sin embargo, en algunos momentos de amistosa efusividad, mencionaba a una tal Mariana, la única persona que realmente le había querido y a la que malas compañías condujeron por el camino equivocado de “hacer diariamente la calle” perdiendo finalmente la vida en la ambición de la necesidad.

El carácter de Tibo era muy suyo. Rechazaba los centros de acogida, pues entendía que en los mismos perdía el único patrimonio que aún le quedaba: el pequeño espacio de su libertad. Aún así , en ocasiones de máxima urgencia, se ponía en la cola de asociaciones benéficas, a fin de poder comer algún bocadillo, tomar un poco de sopa o “calmar” los urgentes reclamos del estómago con algún yogurt o pieza de fruta.

Ese relato, titulado “LOS RINCONES INHÓSPITOS DE UNA CIUDAD COSMOPOLITA”, que podría ubicarse, por los trazos más conmovedores y motivadores para la reflexión, en el género del neorrealismo italiano de los años 50 y 60 de la pasada centuria, mereció la puntual atención del locutor Tadeo y sus colaboradores, sustentando el contenido de una emisión o programación nocturna. Su escenificación y locución, en Relatos bajo las estrellas, fue entremezclada con esas inolvidables melodías de cintas cinematográficas,  legadas por el cine italiano. Bandas sonoras de joyas fílmicas, como Las noches de Cabiria (1957), La strada (1954), Ladrón de bicicletas (1948), El ferroviario (1956), Roma ciudad abierta (1945) etc. La aceptación popular hacia esta conmovedora narración fue importante, consiguiendo una muy elevada valoración de los radio oyentes noctámbulos en las votaciones sobre el mejor relato de la semana. La entrañable historia de Tibo, contada por Mateo, mereció integrar uno de los tres relatos premiados y escenificados durante el trimestre. ¿Y cuál fue la experiencia vivencial como regalo, elegida por este modesto conserje de la facultad universitaria de Ciencias de la Información?

Son las 13 horas de un día espléndidamente soleado en el mes de septiembre. Dos de los pasajeros, que navegan en un lúdico crucero por las tranquilas y azuladas aguas del mar Mediterráneo, camino a las islas Cícladas, conversan vestidos con sendos y atractivos atuendos de baño. Reposan tendidos al sol en cómodas hamacas, junto a una de las piscinas del buque. Ambos están sorbiendo sus vasos respectivos que contienen un delicioso zumo de frutas tropicales, mientras conversan protegiendo sus ojos bajos estilizadas gafas de sol.

“Esta experiencia va a ser para mi y también para ti, amigo Epi, verdaderamente inolvidable. Cuando me sugeriste que narrara una historia centrada como protagonista en ese mendigo callejero que, casi a diario, nos encontramos cuando volvemos a casa, tuviste una idea genial. Por cierto ¿cómo se llamará realmente ese buen hombre, que se dedica a rebuscar por los contenedores algo que le pueda ser de utilidad y que casi siempre duerme bajo los soportales que hay cercanos a la estación de autobuses? Se te ocurrió ponerle el nombre de Tibo. Esa acústica en su onomástica suena muy bien. Tengo que mirar en el santoral, a ver si aparece algún san Tiberio. Cuando volvamos, sería justo que le llevásemos algún “detalle”, pues su figura nos ha inspirado la consecución de este premio que ahora disfrutamos. Al final es como si cada uno de nosotros hubiésemos pagado la mitad del pasaje, en este maravilloso crucero vacacional”.   

El navío continuaba su lenta marcha, con ese suave balanceo que permite disfrutar con el visionado de los bellos parajes que nos regala la madre naturaleza.  A poco, antes de que los dos “cuarentones” turistas se incorporaran de sus hamacas, para darse un buen chapuzón, la música emitida por los altavoces se interrumpió a fin de dar el aviso diario de que los cuatro restaurantes de abordo ya estaban abiertos para servir los variados buffet correspondientes al almuerzo. La información añadía que la llegada a la isla de Itaca se produciría alrededor de las 16 horas. Mientras, a muchos kilómetros de distancia, el supuesto “Tibo” se mostraba intensamente feliz, porque había encontrado, en uno de los contenedores donde rebuscaba, un par de zapatillas de lona blanca, algo rotas por los laterales pero aún en aceptable estado de uso. Valeriano (ese era su verdadero nombre) caminaba con tan lustroso trofeo, luciéndolas en sus cansados y poco aseados pies.-


RELATOS Y MELODÍAS, BAJO EL MANTO AZUL  DE LAS ESTRELLAS


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
06 Marzo 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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