viernes, 13 de marzo de 2020

LA TIMIDEZ COMO RESPUESTA, EN LA COMPLEJA REALIDAD DE PAUL.


Uno de los elementos integrantes de nuestro carácter que resulta más incómodo, tanto para la persona que lo padece como para aquellos otros con los que tiene que relacionarse en lo cotidiano, es el complicado y desagradable trauma de la timidez. Algunos tratan de resumir la situación con la banal y errónea expresión “Es que ha nacido tímido. Es que es así…” cuando lo cierto es que estas personas generalmente han adquirido esta limitación relacional en los años de su infancia, a través de circunstancias muy diversas (familiares, sociales, escolares…) En esas edades tan decisivas de la primera o segunda infancia, si no se tiene una ayuda hábilmente facilitada por algún familiar, maestro o amigo, en los momentos nucleares de la evolución genética, esos traumas del “apocamiento” o las indecisiones en el trato puede enquistarse para una gran parte o la totalidad de la vida en las personas que los padecen. Pero es que el problema no radica sólo en el niño o la niña tímida, sino que también sufren sus compañeros, amigos, familiares, profesores o vecinos, porque no es agradable ver sufrir a una persona con esa penosa limitación. Además no siempre sabes actuar con la habilidad necesaria para que tu interlocutor no se sienta aún peor anímicamente de lo que está padeciendo. Y ya, para incrementar más la tensión, están los que con alma desaprensiva y cruel, aprovechan la debilidad de su antagonista para dominarlo o producirle aún más sonrojo y sufrimiento.

Hay sociedades en que la visita a especialistas, que ayuden a paliar o a eliminar este incómodo problema de carácter, resulta normalizada y habitual. Por el contrario, en otras áreas culturales esa ayuda que se reclama a psicólogos, educadores o psiquiatras es menos frecuente o casi inexistente, no sólo por el coste económico que puede reportar para quien la solicita, sino sobre todo por la falta de hábito para entender que dichas visitas técnicas son necesarias e incluso imprescindibles, para la salud psíquica de los niños, los jóvenes y también de los seres adultos. La más o menos encubierta carencia de estas prestaciones en los programas de la sanidad pública, es también otro factor limitativo para paliar el sufrimiento de muchos ciudadanos de todas las edades.
-------------------
Cada vez más los estudiantes prefieren trabajar sus libros y apuntes de clase, además de realizar los ejercicios y los trabajos programados, tanto en la bibliotecas públicas de los centros universitarios como en aquellas otras dependencias culturales de las corporaciones municipales o entidades de titularidad privada. En estos espacios, a veces tan densificados de visitantes que generan verdaderas disputas por conseguir un puesto para la lectura o el estudio, los usuarios encuentran el ambiente adecuado para la concentración mental y el sosiego anímico. La rentabilidad del esfuerzo se potencia por la atmósfera de silencio que debe imperar en estos recintos, a fin de no distraer a otros usuarios en su labor de lectura o en la realización de trabajos u otros ejercicios. No pocos de estos espacios tienen que ampliar su horario de apertura diaria, para que también en horas nocturnas los estudiantes puedan hacer un buen uso de esos libros que reposan en las estanterías o de esas mesas bien iluminada, con tomas de electricidad para los ordenadores o tablets que llevan consigo  hoy los estudiantes con inteligente y necesaria normalidad. En todos estos recintos la labor del bibliotecario o encargado del servicio resulta fundamental, a fin de asesorar  o facilitar información acerca del material depositado en las bibliotecas, así como para controlar el buen orden imprescindible por parte de  todos aquellos que utilizan el gratuito servicio cultural.

El factor silencio en estas salas es en sumo importante. Hay usuarios que se han habituado a estudiar escuchando alguna música, más o menos instrumental, pero la mayoría prefiere y exige el silencio absoluto para su imprescindible concentración. Así que los primeros pueden seguir escuchando música “de compañía” a través de sus auriculares conectados al móvil o al iPad, a fin de no molestar al vecino o compañero de mesa. Para paliar el problema del sonido ambiente, muchos centros habilitan otros salones de trabajo, anejos a las bibliotecas, en donde está permitido hablar y conversar, a fin de que los estudiantes puedan intercambiar sus opiniones y aportaciones en la elaboración de trabajos colectivos o les permitan explicar o comentar al compañero/amigo un determinado problema o cuestión respecto a cualquier disciplina. Hay también bibliotecas en las que haya instalado un curioso semáforo, en el que se encienden alternativamente las luces celestes, naranjas o rojas, según sea el nivel acústico que domina en la sala. A partir de un determinado nivel de “contaminación acústica” se enciende automáticamente la luz roja, indicando a los usuarios que deben bajar o reducir de inmediato el ruido que están provocando con sus palabras.

Excelente cumplidor de sus obligaciones de estudio, Paul padecía desde que era pequeño una muy incómoda timidez en su carácter relacional, sin que él ni sus padres supieran a ciencia cierta el origen de este bloqueo psicológico en el trato con los demás. Esta limitación en el carácter le provocaba numerosos problemas en su estado de ánimo e inevitablemente le hacía sufrir, pero al ser un asunto ya muy largo en el tiempo, tanto él como sus familiares trataban de asumirlo con la mayor naturalidad posible. Sus padres, una y otra vez, se repetían ese deseo en el que con más o menos convicción confiaban: “con el positivo impacto de la universidad y la madurez que dan los años, el “niño” irá cambiando y no se “cortará” de esa forma tan infantil ante las demás personas”.  En más de alguna ocasión intentaron llevarlo a algún especialista en psicología, pero nunca contaron con la colaboración del joven que repetía, una y otra vez, la petición o queja de que le dejaran en paz.  

Sus clases en la Facultad correspondían al turno de mañana, por lo que dedicaba las tardes al estudio y a la preparación de los numerosos trabajos que sus profesores iban gradualmente planteando. Solía descansar un buen rato después del almuerzo entregándose con pasión a las redes informáticas, utilizando para ello una tablet que acumulaba años pero que aún le ofrecía un estupendo rendimiento. A eso de las seis ya estaba ocupando uno de los puestos de lectura en la biblioteca de su facultad, aunque en ocasiones elegía la gran sala de estudio, cuando el recinto bibliotecario se encontraba a tope de usuarios. Le gustaba el ambiente que podía “respirar” en estos espacios para el estudio o los trabajos en equipo, permitiéndole la concentración y el aprovechamiento del tiempo disponible para sus obligaciones académicas.

Un sábado por la mañana se animó a desplazarse al salón de estudio de la facultad (aconsejado o “estimulado” por sus padres, que le veían perder el tiempo en casa “jugando” minutos y minutos con la tablet). Era la época de los exámenes para la convocatoria de Febrero, por lo cual la biblioteca estaba completamente llena de alumnos. Al no encontrar asiento, se desplazó al gran salón de estudio. Ya sentado en la populosa sala observó, dos mesas más adelante que la suya, a una joven muy delgada y con el cabello liso castaño oscuro, bien arropada en una chamarra vaquera celeste que parecía divertidamente desgastada. Le llamó la atención el hecho de que la chica estuvo cubriéndose el rostro con sus dos frágiles manos durante varios minutos. Pensó que tal vez  se encontraría algo cansada y reposaba su vista tras un buen rato de lectura. Sin embargo, cuando la joven retiró las manos de su cabeza, percibió que tenía los ojos bastante enrojecidos. No se equivocaba al suponer que la joven había estado llorando, ya que ésta se limpió sus ojos lagrimosos con su pañuelo de color fucsia. Paul se dijo a sí mismo “Me gustaría acercarme y preguntarle si se encuentra mal o le pudiera ayudar de alguna manera”. Pero su intrínseca timidez le puso un freno absurdo a esa primera intención. Minutos más tarde, esa compañera de estudio se levantó de su silla y se dirigió a una máquina expendedora de bebidas, aperitivos y cafés. Le vio teclear los números de algún producto pero cuando la chica se echó manos al bolsillo y abrió su monedero comprobó que no llevaba las monedas necesarias, por lo que desistió en su “petición de consumo”, volviendo lentamente y con la expresión aún más triste a su puesto de estudio.

En la tarde de ese sábado y en la mañana del domingo, cuando caminaba por entre los pinares  del Parque natural de los Montes de Málaga, prácticas senderistas en solitario a las que Paul era muy aficionado, le seguía dando vueltas a su “cortedad” y falta de decisión para haber entablado amistad con esa bien parecida joven, que estaba sufriendo por algún motivo y que habría necesitado alguna ayuda, apoyo que él no había sido valiente para ofrecerle. ¿Volvería a coincidir con ella? Esa posibilidad le agradaba, aunque dudaba de si sería capaz de encontrar algún motivo para entablar esa conversación que tanto le ilusionaría iniciar. Todos estos pensamientos le hacían sentirse mal, porque comprendía que su comportamiento resultaba infantil y ridículo “Como es posible que con la edad que tengo, 18 años cumplidos, sienta vergüenza o timidez por acercarme a una chica. Lo mío no tiene solución…” Estos pensamientos le atormentaban y sumían en un estado depresivo del que creía poder escapar caminando, por entre la sierra vegetal, una buena cantidad de kilómetros.

Durante la semana siguiente estuvo asistiendo al recinto de estudio cada una de las tardes, manteniendo la esperanza, un día tras otro frustrada, de volver a encontrarse con la chica del cabello castaño, la chamarra celeste y esos ojos que le parecieron muy lindos y castigados por unas traicioneras lágrimas. Pero la frágil joven de las zapatilla blancas y mirada angelical no aparecía, para ocupar alguno de los asientos de la biblioteca o del salón de estudio, espacios que seguían densamente utilizados en ese tiempo de estrés para la preparación de las pruebas y los exámenes de invierno.

Sin embargo la suerte, el azar o tal vez fue el capricho de los “dioses” con sus crípticas razones que los humanos difícilmente acertamos a comprender, iluminó y sustentó la ilusión de Paul. Para su nerviosa, compulsiva e inmensa alegría, aquel sábado matinal, la chica de los ojos celestes estaba allí ocupando el mismo asiento que utilizó la vez anterior. Vestía de la misma forma y en esa segunda oportunidad, aunque seria y concentrada, parecía menos afligida. Paul no le quitaba la mirada de encima, aunque cuando la chica levantaba su vista y cruzaba su mirada con la suya, nerviosamente trataba de disimular torpemente su insistencia observadora, pues se le caía el bolígrafo o los folios al suelo o se comportaba absurdamente en sus movimientos, como un “pipiolo” enamorado. La chica, en un instante concreto, al comprobar los ridículos nervios del tímido joven, no pudo por menos que esbozar una también poco disimulada sonrisa. Paul se quedó “helado” cuando, minutos más tarde, la chica se levantó de su mesa y mirándolo con una sonrisa se dirigió hacia el lugar que él ocupaba.

“Compa, me estás poniendo nerviosa con tu comportamiento ¿Te ocurre algo en lo que yo te pueda ayudar? El sábado pasado era yo la que no estaba muy bien. Pero hoy eres tú el que estás hecho un manojillo de nervios ¡Anda, levántate y vamos a tomar un cafetito al bar, que a estas horas del mediodía debe estar un mucho animado! Te invito y así me cuentas lo que te ocurre”.

Paul, hecho un verdadero “flan”, asintió con la cabeza y acompañó, en un estado de profunda alegría, intenso nerviosismo y descontrol anímico, a su nueva amiga ¡El milagro se estaba produciendo! Los diez o quince minutos previstos se multiplicaron generosamente, pues Idalia era una persona comunicativa y que al marcar muy bien su expresiones vocálicas, cautivaba al receptor de sus mensajes. Los dos tercios de cerveza que compartieron dieron para que uno y otro interlocutor conocieran lo fundamental del nuevo amigo/a. El protagonismo de la chica era manifiesto. Explicó someramente que la actitud compungida o tan entristecida del sábado pasado era a consecuencia de un fracaso afectivo muy reciente. Esa deslealtad y engaño le había provocado mucho daño, pero que ya estaba consiguiendo salir a flote del mismo, tratando de encontrar personas y cosas que realmente fueran importantes y mereciera el esfuerzo de luchar por ellas. Aunque durante la semana trabajaba como cajera en una importante cadena de supermercados, su ilusión vocacional era realmente el arte interpretativo, difícil meta a la que dedicaba los fines de semana, estudiando diversos papeles o roles para participar en una serie de castings, en los que tenía depositadas muchas esperanzas. Su cada vez más tranquilo interlocutor escuchaba plenamente embelesado las explicaciones de una inesperada amiga que con su desenfadado protagonismo le había abierto las puertas para salir de esas pueriles y enfermizas barreras que había impuesto a su absurda forma de ser.

Al paso de los días y las hojas del calendario, la sencilla y hermosa relación entre los dos jóvenes no dejó de crecer, avanzando en una recíproca confianza cimentada en esa terapéutica ayuda que todos necesitamos para superar traumas, taras o defectos, más o menos infundados. En esta generosa comunicación, hubo muchos más méritos en Idalia, con su ágil protagonismo y esa serenidad que la mujer sabe bien aplicar en los caracteres desordenados o carentes del necesario equilibrio psicosomático. El “milagro” continuaba su fructífero quehacer en la receptividad de un Paul que rebosaba felicidad, necesidad y afecto cariñoso para la autoestima.

Gracielo y Juliette eran ahora dos padres confortados y satisfechos al ver la muy positiva reacción que había provocado en su hijo la dulce amistad, la unión y el mutuo afecto recibido por parte de una chica tan resuelta. Ambos jóvenes se “chateaban” con frecuencia, estudiaban juntos en la mañana de los sábados, compartían meriendas y esas siempre románticas "pelís" los domingos por la tarde. Idalia Mª, en los momentos que su trabajo hacía posible, practicaba interpretaciones, teniendo delante a un divertido espectador del que siempre recibía palabras y opiniones amables, sensatas y plenas afecto para la naturalidad y expresividad de la futura y cada vez más íntima “actriz”. Por su parte Paúl había motivado el interés de su compañera para realizar, en las mañanas dominicales, esos paseos senderistas por los numerosos y bellos entornos vegetales que acarician y adornan la bella provincia malagueña.

¿Y por qué no creer en los “milagros”? Aunque alguna vez hemos tenido la oportunidad de escuchar esa certera frase que dice “a los problemas humanos hay que darles soluciones humanas” es saludable soñar en que los misterios de la taumaturgia pueden hacerse alguna vez realidad, a pesar de las dificultades, aquí en lo terrenal. Paul, a sus dieciocho años seguía preguntándose el porqué de su desabrida timidez, molesta limitación psicológica que tantas incomodidades le proporcionaba. Pero llegó  la ayuda benefactora de Idalia a su vida y hoy día es una persona normalizada que aplica con valentía una imprescindible autoestima en las relaciones con los demás. Nunca llegó a saber el por qué de esa larga fase de timidez en su persona. Tampoco supo cómo llegó a su vida esa frágil y linda joven de cabello liso castaño quien, arropada en su muy usada chamarra vaquera, ocultaba con sus manos las lágrimas que brotaban de sus ojos celestes, en el amplio salón de estudio universitario. La acción de unos padres que “contrataron” a una estudiante de arte dramático, a fin de que ayudara a superar la timidez de su hijo, fue un secreto férreamente guardado por ambas partes. Lo que nunca sospecharon esos padres es que la “actriz” por ellos negociada se iba a enamorar tiernamente de un aturdido cliente, que vio en ella su providencial ángel guardián.- 



LA TIMIDEZ COMO RESPUESTA,
EN LA COMPLEJA REALIDAD DE PAUL




José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
13 Marzo 2020

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


No hay comentarios:

Publicar un comentario