viernes, 10 de mayo de 2019

AHMED, UN BONDADOSO E IMAGINATIVO NARRADOR DE HISTORIAS.


En el seno de esa maquinaria chirriante en la que nos sentimos inmersos, engranaje que para nuestro asombro continúa funcionando en el día a día (quizás debido a la inercia mágica de las voluntades humanas) nos cruzamos con apreciados e insólitos personajes que aportan un poco de color y sosiego a esa vorágine enloquecida en la que estamos convirtiendo el trasiego convulso de la convivencia social. El valor “añadido” que producen estos otros ciudadanos resultaría difícil de calcular. Son admirables personas que generan “gratuitamente” sentimientos de salud y vida. Con su plausible labor tratan de compensar esa “locura teatralizada” que la gran mayoría interpretamos, en ese escenario abierto donde todos somos actores y espectadores al tiempo de una gran obra,  cuyo guión se retroalimenta al paso impávido del tiempo en el discurrir  del calendario.

A la llegada del buen tiempo meteorológico primaveral, solía aparecer por el gran parque público, en el que montaba su modesto tenderete, bajo tres gigantescos ficus que le proporcionaban el agradable cobijo de la sombra. Su diaria aparición estaba marcaba en los relojes alrededor de 17 horas, marchándose de este idílico espacio vegetal sobre las 20:30 o incluso algunos minutos más tarde. En las restantes estaciones del año, en las que hay un tiempo más limitado de insolación, accedía a esos grandes jardines una hora antes, abandonando el lugar alrededor de las siete, cuando ya había oscurecido. Los usuarios habituales apenas conocían datos de este peculiar personaje, sólo que se hacía llamar AHMED AL HATAL y que su país de origen estaba en el continente africano, Parece ser que era natural de Tetuán, en Marruecos, aunque en otras ocasiones el musulmán cambiaba el lugar de nacimiento, indicando otras localidades del reino norteafricano. Eso sí, gustaba que se refirieran a su persona como “el señor de las dunas”.  

Los habituales del parque ya estaban habituados a su “divertida” presencia, comentando unos y otros “ya ha llegado el Mustafá del turbante blanco, con sus cuentos e historias”. Solía vestir una larga túnica (que en algunas de sus partes “lucía” unos artesanos remiendos) calzando una babuchas o sandalias de piel beige, trayendo consigo una mochila, también de piel de camello y una gran bolsa de tela en donde guardaba un par de pequeños taburetes forrados del mismo material, en donde se sentaban los privilegiados oyentes que escuchaban sus interesantes y breves historias. Este “contador” de pequeños relatos apreciaba y gustaba del buen tiempo, pues cuando llovía o llegaban nubes tormentosas no se dejaba ver por este espacio para deleitar a la concurrencia con sus creativos y sugerentes relatos.

Ahmed no molestaba a nadie con su oferta narrativa, alegrando en cambio a los visitantes habituales del gran recinto lúdico comunal ajardinado: parejas de novios, madres y padres con sus niños pequeños, algún vendedor de laboriosas piezas artesanas, el heladero en los meses cálidos del verano, el permanente vendedor de manises (con su golosa clientela de pequeños y mayores) y algunas veces aparecía el organillero, con sus alegres canciones. Todos estos personajes estaban también acompañados por el relajante vuelo de las palomas y el canto “parlanchín” de las ahora novedosas cotorras de color verde.

El agradable narrador de cuentos, imaginativo señor de las dunas, esperaba pacientemente que se le acercase algún paseante amigo o algún niño de los que por allí jugaban. Mientras tanto, alimentaba su tiempo observando, con su bondadosa mirada, a todos los protagonistas que teñían de vitalidad a este idílico espacio, además de los setos de flores cobijados entre la frondosa vegetación natural. No era mucho el tiempo que transcurría, desde su llegada al lugar donde siempre se sentaba, hasta que se acercaba el primer interesado en escuchar esa narración que estimula y alimenta la imaginación, mientras que alegra los corazones aburridos de rutina y necedad, es decir, cuerpo y alma agradecidos por la palabra sosegada y sabia de alguien que ha vivido mucho y tiene siempre algo que transmitir y contar.

“Amigo Ahmed ¿me puedes contar alguna de tus siempre interesantes historias? En ese momento, el venerable anciano hacía una lenta y majestuosa señal con su mano para que la persona interesada, fuera un niño mayor o un adulto con latidos infantiles, tomase asiento en uno de los muy usados taburetes de madera, con asientos forrados de piel. Una vez que se ganaba la atención de su interlocutor, gracias a la fijeza ceremonial de su mirada, el diestro narrador comenzaba su breve pero, generalmente, intenso relato.

Sabía resumir, cada una de las bellas historias, en no más de diez minutos. Esta síntesis narrativa tenía por fin evitar el cansancio de quien con atención escuchaba e imaginaba, además de dar opción a otros oyentes que también querían ocupar uno de los dos taburetes. A su finalización, Ahmed, sonreía y fijando su mirada bondadosa en los ojos de su auditor, preguntaba a éste si le había gustado el contenido de la historia y cuál consideraba era el principal valor que había encontrado en el desarrollo argumental de la misma. Dejaba un tiempo prudencial para que su desconocido discípulo pudiera reflexionar acerca de lo que había escuchado e interpretado durante esos breves pero bien “ornamentados” minutos. Al recibir la respuesta, el “sultán del turbante” confirmaba ese valor y enseñanza o bien le concedía una nueva oportunidad para llegar a ese “tesoro implícito” de la historia, ayudándole con alguna pista o sugerencia a fin  de que el propio oyente pudiera descubrirla y “enriquecerse” espiritualmente con su valiosa aportación.

¿Qué te debo, mi buen Ahmed? El musulmán era prudente y también imaginativo, en esa testimonial compensación que en justicia debía recibir. “Si crees que no va a ser bueno para tu vida esa enseñanza que transmite la historia que te he narrado o, en su caso, no posees bien material que ofrecerme, no tienes que preocuparte de nada más. Sólo aplicar esa enseñanza para tu vida. Pero me harías mucho bien con entregarme una moneda, sólo una moneda es suficiente”. Esa cantidad, obviamente, podía ir desde un céntimo de euro hasta los dos euros, según el sistema monetario vigente, aunque había oyentes que con generosidad le ofrecían ese billete de cinco euros que el narrador bien se había ganado. Una moneda y… algo más.  “Si te pediría , siempre que lo tengas y quieras que hoy u otro día me dones algo que sea original. Lo que tu quieras y desees”. Ese presente original, con el que el auditor de la historia podría compensar el esfuerzo narrativo, debería ser motivado o explicado (para ayudar a fomentar y alimentar la imaginación y raciocinio de nuestras mentes).

Normalmente le dejaban un euro, en una pequeña canastilla que tenía junto a sí, aunque había niños que le entregaban una moneda de menor fracción. En cuanto a los regalos “originales” con esa significación o explicación implícita que el donador debía aportar, resultaban especialmente contrastados, tanto en valor como en el sentido de su mensaje. Veamos algunos de estos presentes.
Era muy frecuente que le entregasen una flor, comentándole que su forma, aroma y color  suponían el mejor símbolo del medio natural, tan importante para nuestras vidas. También le llegaban preciosas conchas del mar, significando ese camino abierto hacia el mundo mediante la navegación por el oleaje de las aguas salinas. Una jaula, como símbolo de la opresión y la dura pérdida de la libertad. Una vela de cera representaba esa necesaria luz que vence a la oscuridad. Un hombre mayor le entregó una foto de su juventud, comentando el valor inexorable del paso del tiempo por nuestras vidas. Una niña, tras escuchar otra de sus historias, le trajo una goma de borrar, medio o instrumento con el que se pueden eliminar “las cosas feas” que hacemos a lo largo del día. En mucho llamó su atención, aquellos dos terrores, uno de sal y el otro de azúcar, que representaban dos de los sabores básicos que contrastan nuestras existencias. Y aquel pequeño que le regaló su viejo tambor, porque ya le habían regalado uno nuevo. Su papá le había explicado que esos sonidos que percutía sobre la piel eran como los latidos que vienen desde el corazón. Una señora mayor, aficionada al senderismo, le puso en las manos una botellita que había rellenado con agua recogida en un manantial situado al pie de la montaña. El agua como símbolo indiscutible del elemento básico que vitaliza la naturaleza. Otro de los niños (nunca faltaban, como atentos oyentes a sus historias) le cedió una ruedecita de un coche de juguete. En este caso era su mamá quien le había explicado que, cuando se inventó la rueda, las distancias entre un lugar y otro se podían recorrer en menos tiempo aplicando tan inteligente instrumento. Ahmed había coleccionado en su mochila una gran cantidad de lápices, de todos los colores. El lápiz (le decían sus oyentes) ayuda a conservar las historias, para aquellos que tienen una memoria frágil.

¿Y cuáles eran los relatos más recurrentes, en la atrayente narrativa del “Señor de las Dunas”? Gustaba mucho la Historia de la esclava cautiva. También,  El heredero que no quería ser rey; El cofre de perlas, en el oasis perdido; El camello que sabía caminar hacia atrás; La favorita de los ojos azules y el corazón plateado con brillantes; y, sobre todo, Los 30 sacos de trigo, en los sentimientos de dos jóvenes enamorados ¿Sintetizamos esta bella y mágica narración?

NEILA, la única hija de Aaron, rey de Zalandría, en el lejano Oriente, había quedado huérfana de madre, siendo muy pequeña, debido a una terrible epidemia que se había llevado la vida de miles de súbditos, entre ellos  también a la mujer de Clamio, jardinero del palacio real y padre de FALIO. Ambos jóvenes tenían prácticamente la misma edad (Falio era un año mayor que la hija del rey, Neila) y compartieron juegos y amistad desde pequeños, en los jardines del palacio. Sus padres (el rey y el jardinero real) no volvieron a contraer matrimonio, pues nunca olvidaron el amor que sentían por sus respectivas esposas, víctimas de aquella luctuosa peste.

Dada su antigua y entrañable amistad, Falio y Neila, cuando alcanzaron los 17 y 16 años de edad respectivamente, se enamoraron con un intenso fervor de cariño y atracción. A petición de su hijo, el jardinero Clamio habló con el rey, a quien expuso con humildad el amor que sus respectivos hijos se profesaban. El monarca, a pesar del aprecio que sentía por su fiel jardinero, reflejó con gravedad su enojo, pues entendía que su hija, la heredera del trono, no podría casarse con el hijo de unos de sus siervos, por mucho que valorase sus buenos servicios  y el gran respeto que éste siempre le había mostrado.

Conociendo su negativa respuesta, Neila entró en una fase de profunda rebeldía y tristeza al tiempo. Su padre, tratando que cambiase de parecer y olvidase ese amor pasajero de adolescencia, la envió a dar una vuelta al mundo, acompañada de sus fieles doncellas, aunque la joven nunca olvidó a su idolatrado y apuesto Falio. A su vuelta del periplo viajero, se negó a comer y entró en una profunda fase depresiva. Desde las celosías del palacio, observaba con sollozos la figura de ese joven jardinero, al que tanto amaba, mientras Falio ayudaba a su padre en los jardines y se encargaba personalmente de cuidar el gran palomar real (aves muy valiosas por su utilidad, en aquel tiempo para enviar importantes mensajes de un reino a otro). Neila adelgazaba un día tras otro, producto de su inquietante y grave anorexia.

Los médicos de palacio se pronunciaban ante el rey con la grave advertencia de “se nos va, que se nos va la muy débil chiquilla” refiriéndose a la cada vez más precaria salud de la princesa Neila. El rey Aroon, desesperado ante la perspectiva de perder al tesoro que más quería en el mundo, su hija Neila, se decidió a hablar con generosidad ante la joven enamorada:

“Hija mía, eres lo que más aprecio en el mundo y me duele en el alma ver como tu salud y terquedad puede acabar con tu vida. En modo alguno quiero perderte. Estoy dispuesto a acceder a tu matrimonio con Falio, siempre y cuando superes una difícil prueba y accedas a tomar alimentos. La prueba consiste en descascarillar el trigo contenido en treinta sacos de cereal, que guardo en mis graneros. Lo tendrás que hacer tu sola, sin ayuda de nadie. Para ella tendrás que alimentarte convenientemente. Cuando finalices esta laboriosa tarea, entonces accederé a tus pretensiones”.

Neila se mostró feliz al ver el cambio y el amor de su padre hacia ella, aunque la tarea o el reto que le había impuesto era muy difícil de cumplir. Pero ella lo intentaría por amor a su deseado y muy querido Falio.

Neila era la única persona que podía entrar en esa zona del granero, donde estaban los 30 sacos de grano, de 40 kilos cada uno de ellos. Después de un mes de paciente trabajo, solo había conseguido descascarillar apenas medio saco del cereal. Pero ella seguía trabajando, mañana y tarde (por las noches, el granero quedaba cerrado con una blindada cerradura y gruesas cadenas) con esa tenacidad, constancia y sobreesfuerzo que sustenta el ideal que nos hemos marcado, a pesar de su enorme e imposible dificultad.

Pero una noche de luna llena, una ágil bandada de palomas, la mayoría blancas, como el color de las estrellas, penetraron a tropel por un elevado y estrecho ventanuco que servía de aireación para el mantenimiento del cereal. Todo ese conjunto de aves comenzaron afanosas a descascarillar el saco de grano que permanecía abierto. Esa laboriosa labor la fueron repitiendo una tras otra de las siguientes noches, sin que nadie se diese cuenta del hecho, salvo Neila que observaba con extrañeza y felicidad que alguien o algo le estaban ayudando a culminar tan imposible labor. Tal era la intensidad en el trabajo de las palomas, que en tres semanas habían concluido con el trabajo. El milagro se había producido. Aroon no salía de su asombro. Incluso había doblado la guardia en las puertas del granero, a fin de evitar que alguien pudiese penetrar en su interior durante la noche.
Cuando el reto estaba a punto de culminar, el rey llamó al jefe de sus jardines para decirle:

“Mi buen Clamio, debe ser voluntad de los dioses. No encuentro explicación a lo que ha sucedido en estas tres semanas, pero los treinta sacos de trigo están descascarillados. Neila ha trabajado con el afán de la enamorada, por concluir el reto impuesto que le permita casarse con la persona que ama, tu hijo Falio. Los dioses le han tenido que ayudar y yo debo respetar la voluntad del más allá. Por eso he de cumplir con mi palabra. Mi hija puede unirse en matrimonio con la persona que ama y por la que ha estado a punto de perder su propia vida. Sólo deseo que sean plenamente felices, para la prosperidad de este reino cuando tú y yo ya no estemos en él”.



En palacio había acontecido un extraño y extraordinario hecho que nadie entendía. ¿Cómo aceptar que una linda y frágil princesa hubiera logrado descascarillar el contenido de 30 sacos de trigo, conteniendo cuarenta kilos de cereal cada uno de ellos. Verdaderamente era una tarea imposible de realizar, en el curso de sólo unas cuantas semana. Como decía el rey Aroon, tal vez los dioses podrían haber intervenido en tan “imposible! y complicado milagro.

Pero había una persona que conocía fehacientemente el trasfondo del misterio. Esa persona no era otra que Falio, el hijo del jardinero real. Efectivamente este joven, enamorado con pasión de la bella Neila, había adiestrado y pedido a las aves del palomar, del que era cuidador, que ayudasen a la hija del rey a cumplir, con la mayor premura posible, el inaudito reto que un rígido padre había impuesto a su desconsolada hija. La obediencia y habilidad de las aves cumplieron de manera eficaz el “inhumano” encargo, penetrando cada una de las noches por un ventanuco enrejado, situado en la parte más elevada del preciado granero, para realizar su asombrosa e imposible labor.

Fueron unos alegres y espléndidos esponsales, a los que no sólo asistieron y participaron importantes dignidades de los reinos vecinos, sino que todo el pueblo de Zalandria gozó y compartió de cinco días de fiesta, con sus bailes cantos, danzas, juegos, además de una abundante comida bien “regada” con sabrosos caldos procedentes de la bien nutrida bodega real. La felicidad de los dos jóvenes, Falio y Neila, alegraba los corazones y los sentimientos de todos los súbditos del reino, mientras que las laboriosas palomas revoloteaban por doquier,  también felices ante su generosa labor en ayuda de la hija de Aroon.

Al paso de los años, Neila sería entronizada como la nueva reina de Zalandria. A su lado está la esbelta y amorosa figura de Falio, el monarca consorte, un atento y cariñoso marido y un buen gobernante para la prosperidad del reino. El feliz matrimonio ha sabido mantener el secreto  de la verdadera y asombrosa  historia acerca de los sacos de trigo. Las aves del palomar real mantienen en la actualidad la sublime categoría de “reales mensajeras del Reino de Zalandria”.

Esta bellísima historia, narrada por el buen Ahmed, ocupó gran parte de la tarde en el parque. Fueron muchas las personas quienes tuvieron la lúdica oportunidad de conformar un expectante y distraído auditorio. Aquella noche, el cestillo del versátil e imaginativo narrador estaba gozosamente repleto de monedas. Fueron también muchos los que aquella tarde prometieron llevarle, en los días sucesivos, algún pequeño detalle que destacara y alegrara por su noble y brillante originalidad.-   
                                         
AHMED, UN BONDADOSO E
IMAGINATIVO NARRADOR DE HISTORIAS


José L. Casado Toro  (viernes, 10 MAYO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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