viernes, 15 de febrero de 2019

COMUNICACIÓN Y EQUÍVOCOS, EN EL DÍA DE SAN VALENTÍN.

El cansino ritual de las conmemoraciones, fiestas y otras celebraciones del calendario, continúa con su puntual andadura temporal, año tras año, mes tras mes, en las semanas y los días. Y ello sucede sin que los cambios que la vida nos presenta interrumpa su cíclica y “aparentemente” renovada llegada a todas esas agendas, personales y mercantiles, de nuestros hábitos y costumbres consolidadas.

En este mes de febrero, en una anualidad cuyos dígitos suman el número 12, destaca, entre otros eventos festivos, el gesto amable y cariñoso del jueves 14, con la efemérides del día o fiesta de San Valentín, “patrón de los enamorados”. Es de sentido común: a lo largo de todo un año, hay abundantes motivos y oportunidades para expresar ese cariño y la amabilidad entre las personas, con el intercambio o donación de un simbólico, testimonial, modesto u oneroso presente. Sin embargo, esta fecha del catorce de febrero representa un “algo más” en ese gesto, detalle o atención, que se tiene con la persona amada. Más que el regalo en sí, ya sea una flor, un libro o una joya, lo que verdaderamente importa en la conmemoración del 14 F. es el grato recuerdo, el agradecimiento, la valoración personal, las dulces palabras, las sonrisas, el cariño y las cálidas miradas, que son intercambiadas entre una pareja de novios, unos cónyuges o esos amigos íntimos. Todo estos valores, por encima de las expectativas y markéting de ventas que tengan los grandes almacenes o esa humilde tienda de barrio, regentada por una entrañable persona conocida desde “toda la vida”. Parece que estamos de acuerdo en que cualquier fecha del año puede ser importante para la proximidad afectiva entre las personas, sea cual sea el vínculo o motivación que las relacione. Pero en el día 14, festividad de San Valentín, la oportunidad para esa manifestación cariñosa es más significativa y apreciada, dentro de un mes que es por naturaleza de meteorología difícil y complicada, para esa templanza corporal y sentimental que todos necesitamos y agradecemos.

Paralelamente a esta introducción reflexiva, hay un importante aspecto que, progresiva y erróneamente, va germinando en muchos matrimonios, en las parejas, en los familiares y también en los amigos y convecinos. SE trata de un olvido que perjudica el entendimiento, la proximidad, la complicidad, la amistad y por supuesto el afecto. Ese elemento que aletarga, que “evapora” sibilinamente y que enfría y enrarece los sentimientos, provocando opacidad afectiva, no es otro que el de la falta o carencia de comunicación interpersonal. ¿A qué puede ser debido esta grave realidad? Tal vez a una consecuencia de la vida acelerada, superficial, vaciada de sosegados y fructíferos valores que, de manera inconsciente o con la soberbia de los egos, va penetrando y destruyendo tantas buenas armonías, tantos viejos vínculos, tantas afectivas complicidades. Como consecuencia de todo ello el supuesto cariño se va degradando y “palideciendo, horadando los pilares sentimentales y la fuerza incontestable del amor. Veamos una curiosa y divertida historia, ambientada en este festivo contexto.

Los propietarios del 3ª B y del 4º A tienen una positiva y amistosa relación vecinal. En todos los bloques de viviendas, hay convecinos que se llevan mejor o peor, otros que básicamente cruzan los saludos del “buenos días” o el “buenas tardes” y también aquellos que, a pesar de llevar conviviendo largos años, no han logrado aprenderse el nombre completo de la vecina del 2º A o del inquilino del 7 C. Sin embargo entre esos dos vecinos separados por sólo una planta de escaleras o ascensor, las relaciones son muy cordiales y centradas en esos diálogos insustanciales, en esa ayuda para el tomate o la hierbabuena “que se me ha acabado” e incluso en ese trozo de pastel que he cocinado y que te traigo “para que lo pruebes”.

Cierta tarde de Febrero, serían las ocho y pico en el reloj, cuando Lobato Cabrales, 48 años, estaba solo en su domicilio viendo un partido por televisión, sonó el timbre de su casa, la 4º A del bloque. Tras abrir la puerta, se encontró y saludó al vecino del 3º B, Telesforo Utrilla, 53 años, quien portaba una caja de cartón, de medio tamaño, entre sus fornidos brazos.

“Buenas tardes, Lobo. Vengo a pedirte un favor. Ya sabes que la semana que viene es el día de los Enamorados. Le he comprado a Remigia como regalo esta VAJILLA DE LOZA GRANADINA. Le quiero dar una sorpresa, pero es que ella (te lo he comentado a veces) se las arregla para controlar todos los rincones de la casa. Así que aquí estoy por si me la podías guardar en algún hueco que tengas y el día 14, cuando vuelva del trabajo, subo a por ella? Te lo agradezco mucho, hombre. Es que tenemos la costumbre, desde hace años, de regalarnos algo en esta fecha. Ya ves, he querido que sea una cosa útil para la casa, pues no me gusta regalar tonterías "romanticonas" o bobaliconas, de esas que no sirven para nada”.

Lobato se mostró solícito en atender el favor que le pedía su amigo y vecino de bloque. Tomó la pesada caja (parece que contenía 20 piezas) y le buscó hueco en uno de los altillos del armario de obra que estaba encastrado en el pasillo de los dormitorios. Como el partido de fútbol que estaba en pantalla era interesante, ambos vecinos se sentaron a verlo, junto a dos cervezas en sus manos que harían más grata la velada. Lo que ninguno de los dos conocía es que, un par de días antes, la propia Remigia había hecho lo mismo que su marido, con respecto a una lujosa caja de madera que había comprado, conteniendo tres caras botellas de vino tinto de Rioja, reserva del 2012. Pidió a su vecina Gonzala Blanquilla, esposa de Lobato, que le guardara el suculento y onerosoi presente que había comprado como regalo para entregar a su cónyuge en el día San Valentín. Telesforo era un gran bebedor y muy aficionado a todo lo que tuviera algo que ver con la práctica de la enología (ciencia, técnica y arte de producir vino). En este caso concreto, Gonzala guardó rápidamente la caja con las afamadas y costosas botellas, en un viejo armario que tenían dentro  de un pequeño trastero, que habían encargado construir en el hueco de su amplia plaza de garaje.

Fuese porque a ninguno de los dos se le ocurrió sacar el tema o porque realmente la comunicación entre ellos era cada día menor, tanto en cantidad como banal en calidad, los dos regalos guardados, por encargo de sus vecinos, eran desconocidos para Lobato y Gonzala respectivamente. Y esta carencia entre ellos, para compartir la cosas de cada día, iba a tener unas consecuencias especialmente jocosas, en la jornada del jueves 14 de febrero, santoral de San Valentín. Pero antes de comentar la embarazosa situación que acaeció en ese día, hay que narrar un hecho que sustenta el gracioso equívoco.

El sábado por la mañana, anterior a la festividad del Día de los Enamorados, Lobato bajó al garaje de su bloque dispuesto a lavar el coche, organizar el maletero y a reponer unas escobillas del parabrisas, ya que las anteriores estaban muy gastadas. Quiso el azar que abriera la puerta del pequeño armario, encontrándose para su sorpresa con esa espectacular y valiosa caja de vino tinto. Un tanto extrañado pensó, con algunas dudas, que sería cosa de Gonzala, quien habría guardado allí el preciado regalo. Su confusión procedía a causa de que su mujer y él no practicaban la costumbre de regalarse presente alguno por esa sentimental festividad. Le daba vueltas a la cabeza y … entonces cayó en la cuenta. El año en curso marcaba el veinticinco aniversario, de cuando él y Gonzala se habían unido en santo matrimonio. Dedujo que era un regalo que ella le había comprado, para dárselo en el inminente día 14 de febrero. Decidió no decirle nada del descubrimiento, para no “aguarle” la sorpresa. Al tiempo se propuso salir esa tarde y pasarse por el centro comercial, a fin de comprar algo para su mujer y entregárselo el mismo día de San Valentín.

Pero el carácter de Lobato era en sumo impulsivo. No pudo o supo reprimirse, por lo que antes de seguir con la limpieza del vehículo, ni corto ni perezoso abrió una de las lujosas botellas, y se tomó un buen “lingotazo” de su preciado y embriagador contenido. Se dijo: “total, es un regalo para mí, porque a Gonzala nunca le ha gustado beber alcohol. Ella es una mujer de refrescos. Verdaderamente este vino está de gloria, es exquisito. Como dicen por la televisión, parece que es un milagro o “néctar” de los dioses”. Así que, entre ese sábado y el jueves de la festividad, fueron frecuentes los “paseos” que el “sediento” vecino del 4ºA realizó hasta su plaza de garaje, donde sosegaba su paladar sorbiendo el correspondiente vaso de tinto, la mejor medicina para el cansancio acumulado después de todo un día de duro trabajo, subido a los andamios de las obras. Lógicamente el nivel de la botella fue decreciendo, pues ya no era uno solo el paseo que realizaba al volver del trabajo, sino que buscaba algún motivo que otro para volver al garaje y “cumplimentar el animoso saludo” hacia la muy valorada y cada vez más vacía botella. El propio miércoles, no pudo superar el impuso irrefrenable de abrir una segunda, de las tres que contenía la “espectacular” caja de vinos. 

Las “casualidades” existen en nuestra existencia, aunque no pocas veces también nos tenemos  que esforzar en hallarlas o propiciarlas. El martes, previo a la festividad de san Valentín, Gonzala buscaba por todos los rincones de la casa un termo antiguo, que hacía tiempo no usaba. Precisamente era para prepararle café caliente a su marido, pues a éste lo habían destinado en el trabajo a un erial del extrarradio “perdido en medio de la nada”. Era una zona proyectada para su urbanización, pero que todavía carecía de viviendas, bares o restaurantes a un par de kilómetros a la redonda, en donde poder tomar un café al mediodía o después de comer el contenido que los albañiles habían llevado en sus fiambreras. Miraba por un sitio y otro de la casa y el termo no aparecía. Lo había usado poco, por lo que estaba segura de no haberlo tirado a la basura o regalado a persona alguna. Poco antes del almuerzo se subió a una silla, a fin de mirar en el altillo del armario del pasillo. Para su alegría allí estaba el dichoso termo, perdido detrás de un par de mantas nuevas que hacía unos meses le había regalado su nuera Eladia por su cumpleaños, compradas en una oferta por Internet. Sin embargo, en un lateral de ese armario observó la presencia de una caja de cartón, en cuyo exterior se leía “VAJILLA DE CERÁMICA, estilo granadino. 20 piezas”.

Empezó a darle vueltas a la presencia de esa vajilla nueva, cuya existencia le era totalmente desconocida. Pronto cayó en un estado de profundo sentimiento emocional.

“El pobre Lobato, aunque es muy “burro” para tantas cosas, sin embargo tiene un corazón de ángel. No me ha dicho nada, pero se ha acordado que en este año celebramos nuestras Bodas de Plata y el pobre ha querido darme una sorpresa. Seguro que tiene pensado hacerme este regalo pasado mañana, el día de los enamorados, cuando vuelva de trabajar. La verdad que no me explico este precioso detalle en una persona tan despistada y poco atenta como es Lobo. Pero en la cena de esa noche, cuando venga de la obra, la sorpresa se la voy a dar yo, poniéndole la comida en estos platos nuevos que piensa regalarme”.

¿Qué ocurrió el muy esperado jueves 14? A eso de las siete de la tarde, los vecinos del 3º B, Telesforo y Remigia subieron juntos el tramo de escalera, hasta la vivienda de sus convecinos del 4º A. Muy sonrientes, cuando llamaron al timbre de la puerta, venían a recuperar los regalos que habían entregado respectivamente a Lobato y a Gonzala, a fin de que se los guardasen hasta esa tarde, para no desvelar los “infantiles” secretos que ambos mantenían. En pocos minutos los semblantes de los cuatros amigos pasó de las sonrisas a una situación muy embarazosa. Cuando acompañaron a Gonzala al cuarto trastero, para recoger la caja de botellas, se encontraron con que dos de las mismas estaban completamente vacías. Los colores y el sofoco en el rostro de Lobato, que trataba confusamente de explicar lo sucedido, eran para dibujar una muy divertida imagen. Gonzala también se justificaba, un tanto presa de los nervios, de que algunos platos de la vajilla, que pensaba era un regalo de su Lobato, estaban puestos en la mesa para ser utilizados en la cena de esa noche. Telesforo y Remigia, no daban crédito a la jocosa escena: por efecto de una “divertido” confusión, sus respectivos regalos habían sido “entregados y utilizados por un erróneo destinatario”.

La relación entre estos vecinos no se ha deteriorado en demasía, después de estos desafortunados y traviesos hechos. Tras el burlesco sainete en la tarde noche del jueves, al día siguiente, tanto Lobato como Gonzala fueron presurosos a comprar una nueva caja de botellas y una vajilla de la cerámica granadina que después entregaron, con las excusas subsiguientes, a sus aún confundidos dueños. Telesforo y Remigia, con inteligencia y comprensión, trataron de quitar “hierro” a tan incómodo asunto. La causa última de todos estos errores y sofocos obedecía a esa falta de comunicación y franqueza de la que hoy día adolecen muchas parejas, al igual que sus amigos y familiares. Con un mínimo esfuerzo comunicativo (simplemente que el matrimonio Cabrales-Blanquilla hubiese realizado un pequeño comentario acerca del favor que sus vecinos les habían solicitado) se habrían evitado tan enojosos equívocos y ridículos.

Es bastante conocido el popular y tradicional dicho de que “hablando se entiende la gente”. Pero es que, de forma neciamente lamentable en muchas salas de estar, en los comedores de las viviendas, en las barras de los bares e incluso en los dormitorios para la intimidad, hemos creado, a tenor de la digitalización universal, la figura mecánica de los interlocutores electrónicos. ¿Es que se “dialoga” ahora más con el móvil, el tablet, el ordenador o con el monitor de televisión, que con la inmediatez de las personas físicas? Una vez más habría que hacer una llamada a la recuperación de la sensatez y la cordura, en el esfuerzo por humanizar nuestros actos, palabras y relaciones.-


COMUNICACIÓN Y EQUÍVOCOS, EN EL DÍA DE
SAN VALENTÍN

José L. Casado Toro  (viernes, 15 FEBRERO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




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