jueves, 27 de diciembre de 2018

ESAS OTRAS ÚLTIMAS NOCHES DE LA ANUALIDAD.

El siempre emocionante último día de cada año, lo que los ingleses denominan New Years Eve, significada con esa larga y densa Noche (llamada popularmente la Nochevieja) repleta de alimentos, bebidas y una intensamente festiva celebración, no es igual para todas las personas. Parece evidente que, al desenfadado y feliz acústico jolgorio de la mayoría ciudadana, habría que sumar o considerar esa significativa parte de la población que no puede celebrar estos eventos como hacen las demás personas, por razones obvias de sus ineludibles obligaciones profesionales al servicio de la comunidad. En este grupo social se encuentran los cuerpos de la policía nacional y autonómica, que velan por la seguridad ciudadana, el personal sanitario que atiende a los enfermos en los centros hospitalarios o en los demás servicios de urgencia médica, el Real Cuerpo de Bomberos y los miembros de Protección Civil, para los incendios y demás catástrofes y aquellos otros trabajadores que prestan sus servicios en los numerosos establecimientos de restauración, que funcionan hasta muy avanzadas horas de la madrugada. Todos ellos forman el ejemplar grupo de abnegados ciudadanos, para los que la noche del 31 de diciembre ha de estar condicionada por su responsable e irrenunciable ejercicio profesional al servicio del resto de la población. 

De alguna forma, es también el caso de una aún joven mujer. Regina Belén Bahía es la hija única de doña Eloísa Bahía Fuente del Campo, una señora viuda que permanece ingresada en un centro hospitalario desde hace varias semanas, con severos fallos multiorgánicos, agudizados por su ya avanzada edad. Aunque la enferma tienen familiares lejanos, es Regina quien se encarga de estar junto a su madre durante unas horas pues la mercería donde trabaja, desde hace unos  quince años como dependienta, tiene un horario diario de apertura hasta las 8:30 de la noche. A esa hora, suele tomar el autobús para desplazarse a la clínica, donde permanece  acompañando a Eloísa hasta prácticamente la medianoche. De manera habitual, baja unos minutos a la cafetería del centro hospitalario para hacer alguna consumición y cuando vuelve a su domicilio completa la cena con algún alimento o infusión antes de irse a la cama. Los fines de semana puede estar más tiempo junto a su madre, pues los sábados por la tarde y lógicamente los domingos la mercería cierra o interrumpe su actividad comercial. 

Don Blas es el propietario de El Dedal, comercio tradicional para las labores de costura y complementos en el vestir, establecimiento que heredó de su padre, el fundador de este pequeño y tradicional negocio. Este veterano y experto comerciante aprecia mucho a su empleada Regina, persona que destaca por su responsabilidad y prudencia. Esta ejemplar empleada no sólo se ocupa de atender a los clientes que acuden a la tienda, sino que también “echa una mano” en las tareas organizativas de una tienda dedicada al comercio detallista en la que se manejan centenares de pequeñas y diversificadas mercancías. La sede del establecimiento está muy bien ubicada en pleno centro antiguo de la urbe malacitana, teniendo una clientela fiel y consolidada, en la predominan las compradoras sobre los clientes masculinos. En este popular establecimiento se puede adquirir todo tipo de botonadura, hilos, diversificado material de costura, lanas, ropa interior y también prendas de vestir, cordones de zapatos, cremalleras, agujas de coser y esas otras que permiten hacer punto… todo un amplio y abigarrado almacén de productos para la laboriosidad familiar. La organización de este “pequeño mundo” de mercancías exige paciencia, laboriosidad y don de gentes, a fin de que el cliente salga lo más satisfecho posible de la tienda y prometa su intención de volver. La experiencia y profesionalidad de esta dependienta  resulta básica para el funcionamiento de este negocio.

En lo humanamente personal, Regina, que tiene en la actualidad treinta y siete años, con una apariencia física bastante normalizada (sin destacar especialmente por los elementos “estándar” de la belleza exterior) mantuvo un largo noviazgo con una persona bastante mayor que ella. Pero en una desafortunada pero clarificadora tarde, tuvo la dura oportunidad de ver a su pareja afectiva manteniendo un comportamiento intensamente “encariñado” con una joven de gran belleza, en uno de los jardines próximos al Puerto. Bernardo estaba “oficialmente” realizando un viaje a una localidad cercana de la Axarquía, a fin de realizar unas ineludibles gestiones comerciales de representación para una conocida marca de embutidos y mermeladas. Esta deslealtad o duplicidad afectiva provocó inevitablemente una dolorosa ruptura, en la monótona relación que ambos mantenían. Estos desafortunados hechos, para la vida sentimental de la dependienta, sucedieron hace ahora poco más de un año. A este conflicto se le ha unido los “severos” problemas de salud que atraviesa en la actualidad su madre, todo lo cual ha dado lugar a que la situación anímica de esta mujer se haya ido debilitando y degradando, perjudicando lo que hasta entonces era un carácter alegre y positivo en la normalizada sencillez de su vida.  

Y hoy llega la lúdica y festiva tensión anual del 31 de diciembre, con esa “simbólica” extensa Noche en la que cada uno interpretamos, con los rudimentos escénicos que nos caracterizan, esos roles aparentes de felicidad y jolgorio, para despedir un marco temporal que nos dice adiós, que deja paso a otro nuevo que llega, con sus alforjas presuntamente “inmaculadas” repletas de esperanzas y cambios. Pero en el caso de Regina, su noche va a estar condicionada por la responsabilidad y el cariño debido a una madre que la adoptó, cuando apenas ella llegaba al mundo, anciana mujer que ahora yace en la cama de un hospital, afrontando la dura realidad del deterioro físico impuesto por la naturaleza a los organismos de amplia longevidad.

En la mañana de este último lunes del año, el propio don Blas, conociendo la situación familiar de su empleada y mostrando esa bondad que siempre de manera ejemplar le ha caracterizado, ha ofrecido abrirle las puertas de su hogar, para que comparta con su familia la despedida del calendario y no se sienta sola en casa durante esa noche tan especial. También Maritina, una compañera eventual que es contratada para los periodos en los que el trabajo se densifica, con esa juventud desbordante que se atesora a los veinte años, le ha “ofrecido la mano” para que se una a su pandilla de amigos, grupo que va a organizar una fiesta de despedida en una sala de fiestas  sita en el Camino de Antequera, zona del Puerto de la Torre en el norte malacitano. Pero Regina Belén se ha excusado ante los dos sinceros y cálidos ofrecimientos, explicando su voluntad de permanecer durante esas horas festivas junto a la persona que ha sido a todos los efectos su madre, pues el cariño, la dedicación, la educación y el sustento que de ella ha recibido, supo eclipsar la maternidad genética de otra persona que ninguna de las dos llegó a conocer.

Eran las seis de la tarde cuando llegó al centro hospitalario, con el ánimo de acompañar a su madre en esa transición de la anualidad para ofrecerle su agradecida y filial compañía. Elogiosa y ejemplar actitud la mostrada por su hija, aunque doña Eloísa pasaba más tiempo adormilada, por efectos de la sedación que los médicos le aplicaban, que en estado de plena consciencia. En esos escasos momentos de total lucidez hablaba poco, aunque miraba continuamente a su hija, regalándole sonrisa tras sonrisa, a fin de aportarle y transmitirle esa fuerza y confianza que compensara la indudable preocupación que su único familiar próximo se esforzaba inútilmente en disimular. Regina tenía decidido tomar algo en la cafetería, cuando llegara la hora normal de la cena y después seguiría junto a su madre distrayéndose con algunos de los programas que emiten las cadenas en esta noche de celebración y jolgorio. Ya, para la hora del descanso, podría echarse en el sofá cama que todas las habitaciones (individuales) tienen dispuestas para el acompañante que quiera pasar la noche junto al familiar o amigo enfermo. Sería una entrada de año muy diferente a las últimas celebraciones que madre e hija habían pasado juntas, teniendo su pequeña fiesta íntima en su propio domicilio.

No había transcurrido una hora desde su llegada a la habitación, cuando tocaron en la puerta y a los pocos segundos entró Teo, un joven, agradable y dinámico enfermero al que conocía por los días en que su madre enferma llevaba encamada y por algunos gratos momentos de conversación que ambos habían tenido oportunidad de mantener. Se había creado entre ambos una sencilla amistad y proximidad de carácter. Este profesional de la enfermería era ciertamente unos años más joven que su interlocutora, la cual se sintió aliviada con la posibilidad de tener a alguien de tan abierta personalidad con quien intercambiar algunas palabra, durante tantas horas de visitas hospitalarias. Comunicación agradecida en el silencio de una habitación que, como la de todos los centros sanitarios, destaca especialmente  por ese olor tan característico a medicamento, aroma parecido al alcohol, que emana por doquier dada la funcionalidad médica de la edificación.

“¡Hola, Regina! De nuevo por aquí. Me alegro de verte. Estoy seguro de que esta tarde no trabajas, pues hay miles de establecimientos que cierran con horario anticipado, por el tema de las fiestas de Nochevieja. Pero ya ves, hay algunos trabajadores a los que nos toca hacer una entrada de año muy diferente. También me ocurrió en la Nochevieja de hace dos años. En fin, es nuestro oficio y lo hacemos con la mayor y mejor disponibilidad. No hay otra. Los “compas” tenemos, en la sala de enfermeros y auxiliares, algunas cosillas de Navidad para cenar, “chucherías”que previamente nos hemos traído de casa. Las doce campanadas las escucharemos emocionalmente con la bolsita de uvas en la mano o tal vez en alguna habitación donde se nos haya reclamado por parte de los encamados, a causa de alguna necesidad. Por cierto ¿hasta qué hora te vas a quedar aquí junto a tu madre? ¿Tienes algún plan para tomar las doce uvas, en casa de algún conocido o en alguna cena a la que te hayan invitado?”

Cuando Regina le explicó su intención de quedarse allí toda la noche, bajando sólo unos minutos a la cafetería a tomar algo “solido” a horas de cenar, el jovial enfermero sonrió con afecto, disponiéndose a continuación a cambiar el propósito de su muy responsable interlocutora. Lo iba a hacer aplicando esa convicción con la que sabía dotar a sus palabras, de manera especial cuando se le habla a las personas con las que se tiene una cierta afinidad.

“¡Pero mujer! Escucha con atención lo que voy a decir. Yo, personalmente, junto a los compañeros a los que nos ha tocado el turno de guardia esta noche, vamos a estar aquí. Todo enfermo que necesite nuestra atención, te aseguro que la va a recibir con la mejor y pronta diligencia. Quedarse aquí toda la noche no tiene sentido, pues ni vas a poder cenar bien, ni tampoco vas a descansar como lo harías en tu propio domicilio. Tu madre, ahora duerme pero, si despertara. ella te diría algo parecido a lo que yo te voy aconsejar. Ahora, dentro de unos minutos, tengo un ratito de descanso (lo que llamamos en broma la “merendola”). Te puedo acompañar a ese súper que está a no más de veinte metros del hospital y que al ser regentado por comerciantes orientales no cerrará hasta bien pasadas las diez de la noche. Este establecimiento suelen tener muy buenos productos. Eliges alguna cosita agradable para la cena y esa botellita de sidra que tan bien sienta en estas noches en las que se abusa de la ingesta. Estos “chinos” han puesto una nueva sección de fruta. Puedes elegir unidades de productos tropicales y te haces una súper macedonia de fruta con almíbar … bueno, yo te doy la receta ahora ¡ Me tendrás que pagar el copyright!”

La chica se sentía un poco abrumada ante la amabilidad y bondad que este joven transmitía, a no dudar, con una transparente credibilidad. Teo, prácticamente desde el ingreso de su madre, había tenido una gran deferencia hacia su persona. En realidad, el planteamiento que le estaba haciendo el buen enfermero era bastante lógico. Su madre pasaba más tiempo dormida que despierta, gracias a los efectos de la sedación que la dirección médica le estaban, con inteligente y profesional humanidad, aplicando. Decidió entonces que se quedaría más o menos hasta las diez y después se desplazaría a su casa a cenar algo, ver un poco de la tele y a descansar. En la mañana del 1, ese primer día de un nuevo calendario, no más tarde de las nueve horas, volvería de nuevo a la habitación del hospital, para estar junto a su madre. Teo le aseguraba que ante cualquier modificación en la situación clínica de doña Eloisa, marcaría su número de móvil para tenerla al instante bien informada.

Minutos después, los dos buenos amigos se dirigieron al comercio regentado por los orientales, llamado La Gran Muralla, a fin de comprar un poco que queso y jamón cocido, junto a unas frutas tropicales que resultaban en apariencia ciertamente apetitosas. A medida que avanzaban las horas de la tarde, con la llegada del oscurecer nocturno, las circulación y el ajetreo callejero habían ido paulatinamente decreciendo. Los preparativos para la última cena del año, en la propia casa o con el desplazamiento a otros domicilios de familiares y amigos, priorizaba netamente el interés de la ciudadanía. Los cada vez más reducidos viandantes, caminando bien abrigados por las aceras y plazas de la ciudad, parecían tener una evidente prisa. A la gente se la veían la que se mezclan desordenadas esta dependienta  resulta b como llevando consigo esa tensión nerviosa en la que se mezclan un tanto desordenadas las palabras, los pensamientos y las ilusiones festivas de una fecha emblemática, la del 31 de diciembre, con la que ponemos fin a una larga y contrastada anualidad en hechos y vivencias.

Han pasado ya abundantes amaneceres, a partir de los hechos aquí narrados. En la tarde de un luminoso sábado, con ropajes cromáticos y aromáticos de la recién avenida Primavera, dos jóvenes personas se encuentran sentadas en una terraza de la zona portuaria. Ambos disfrutan de la agradable brisa marina, regalo y don de la naturaleza que acaricia y juega tonificando, con la generosidad solar, todo esos cuerpos necesitados de consuelos y esperanzas. Comparten sendas tazas de café y unas pequeñas galletas de canela, ciertamente sabrosísimas para todo exigente buen paladar. El calor humano, la cercanía afectiva y los consejos oportunos de Teo han sido para Regina como un bastión insustituible de cariño y apoyo constante, que ha hecho más llevadera la nueva situación en su vida. La carencia ahora de una madre, cuya ausencia supera los límites de la lógica y la necesidad, resulta siempre una dura experiencia difícil de asumir. Pero él y ella, ella y él construyen caminos y planes ilusionados para su futuro en común, con esa connivencia de dos seres que saben acomodar las sonrisas, acompasar los latidos y enriquecer esas miradas para las que no se necesitan palabras. Sólo es necesaria la proximidad. Sólo es irrenunciable el cariño recíproco.-

ESAS OTRAS ÚLTIMAS NOCHES DE LA ANUALIDAD.



José L. Casado Toro  (viernes, 28 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




1 comentario:

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