viernes, 14 de diciembre de 2018

UN INVITADO MUY ESPECIAL, A LA CENA FAMILIAR DE NOCHEBUENA.

Ya avanzamos por este Diciembre ritual, generosamente repleto de conmemoraciones y fiestas encadenadas para los mejores deseos. Son días entrañables en los que se mezclan las buenas palabras, los intercambios de regalos, las suculentas y copiosas comidas y bebidas, todo ello bajo un marco cromático de juegos de luces que embriagan la nitidez de tantas y próximas realidades. Estas lúdicas fechas del calendario van señalando el destino imparable de un almanaque que a poco pondrá el fin de otra anualidad, en el acerbo reflexivo de nuestras densas memorias. Y entre las numerosas efemérides a celebrar destaca, con luz propia y fraternal convivencia, la siempre emocionante cena familiar de Nochebuena, en la víspera nocturna del día de Navidad para el calendario cristiano.

Se trata de una Noche diferente, entre todas aquellas cenas que llevamos a cabo durante los 365 días que conforman el año. En esas horas previas a la medianoche, las personas mezclamos tres elementos o factores que iluminan de sonrisas y magia la muy insustituible celebración. El primer factor se escenifica con los gestos amables y cariñosos del necesario reencuentro familiar. En ocasiones son afectos y parientes con los que no se ha tratado en los meses previos. Incluso algunos de estos miembros han de desplazarse desde lejanos orígenes, a fin de estar junto a sus próximos de sangre y parentesco. Esta reunión, como segundo factor, se caracteriza por tener su ámbito de desarrollo en el hogar parental, descartándose el desplazamiento a cualquier otro local de restauración que, por otra parte, tampoco estaría a disposición del público, pues sus empleados y propietarios también permanecen durante esa noche diferente en el seno de sus propios hogares. Y como tercer elemento de unión, para estos dos componentes citados, el sentarse todos los asistentes en torno a la mesa comensal, para compartir los saludos, las palabras, los gestos, las sonrisas y el cariño, junto a una copiosa ingesta de alimentos, que pone a prueba la capacidad de nuestros estómagos para su más que difícil y complicada digestión y asimilación.

En el “acomodado” domicilio de la familia Sensial Calahorra, todo es una divertida tensión durante la mañana del 24 de Diciembre. Los preparativos para la gran cena de esa Noche mantienen ocupada plenamente la actividad de Beno (Benito) y Nema (Nemesia). Ambos forman un matrimonio de mediana edad, que no quiere dejar detalle suelto alguno, a fin de que la reunión familiar de esa noche resulte perfecta y agradable, ante el siempre esperado reencuentro navideño. Mientras Nema, copropietaria de un gabinete de psicología y organización técnica para la autoayuda, apenas abandona la cocina, ayudada por la sobrina del conserje del bloque en el que tienen la residencia, su marido Beno, un técnico especializado en la organización de redes y programación informática, ha salido con un suculento listado de últimas compras camino de la Casa Mira, establecimiento de elevado prestigio en productos y dulces de Navidad.  Sus dos hijos, Máximo (estudiante de segundo curso en el grado de Ciencias Económicas) y Loreto (alumna de un Instituto de Secundaria, donde estudia el segundo curso del bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales) pasan la mañana con sus respectivas parejas celebrando, junto a un grupo de amigos y compañeros, el inicio de las vacaciones escolares para la entrada del Invierno. 

A esta entrañable cena de Nochebuena han sido invitados los más directos familiares: las abuelas Florencia y Palmira, los tíos Héctor y Julia, con sus hijos Pipo y Dana, además del tío Abraham, el soltero de la familia, mientras que la otra tía, Sor Custodia, ha excusado su presencia, ya que como religiosa del Santo Rosario, comunidad en la que profesó tras quedar viuda hace ya más de  tres lustros, se debe a sus obligaciones conventuales. Explicó a su hermana que ha de seguir los oficios religiosos de la comunidad, aunque promete en sus devotas oraciones e invocaciones marianas, para esa noche tan especial, pedir con fervor por la salud espiritual y física de todos sus familiares. En total, el grupo de comensales lo van a conformar once miembros, vinculados por sus diferentes edades a tres generaciones de una familia bien avenida aunque de trato espaciado, debido a sus obligaciones profesionales en el caminar individual de cada uno de los días.

Ya en la sobremesa del almuerzo, que sólo realizó el atareado matrimonio (pues tanto Máximo como Loreto llamaron para avisar que se quedaban a comer con su panda de amigos,) otra llamada, inesperada, provocó la sorpresa de Beno. Al otro lado de la línea hablaba el tío Abraham.

“Perdona que os llame a esta hora, pues tal vez estáis descansando un rato ante la festiva cena que tendremos dentro de algunas horas en vuestro domicilio. El caso es que … no puedo dejar solo en su casa, durante una Noche tan especial, a un amigo íntimo y muy querido que tengo desde hace meses. Se llama Feliciano y vive sólo, pues al igual que yo no ha podido formar una familia. Algunas veces le he pedido que venga a casa a comer algo, pues el pobre hombre está bastante mal de dinero y sé que más de un día se ha ido a la cama con apenas un café en el estómago. Beno, te hago una pregunta y me la respondes con franqueza. Yo entenderé y comprenderé sin problema cualquier respuesta que me des. ¿Sería para vosotros mucho sacrificio sentar a uno más en la mesa? Si es por la comida, yo comparto mi parte gustosamente con e﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ustosamente con ñida, yo comparto la mia con ueza. Yo entenderido que venga a casa a cenar, pues estéste mi buen amigoesésteéste mi buen y entrañable amigo. La verdad es que se trata de un caso de conciencia. No puedo dejarle solo, pues es dado a las depresiones y está pasando una mala racha. Temo con angustia que cualquier día me de un disgusto cometiendo una locura”.

No pasaron ni cinco segundos, cuando Feliciano recibió una sincera y bondadosa respuesta. “¡Venga hombre! No me lo tenías ni que haber pedido. Te vienes a casa con tu amigo esta noche. No hay más que hablar. Donde comen dos, pueden comer cuatro. Ya nos lo enseñó Jesús: todos somos hermanos. En la Última Cena, Él mismo no habría permitido dejarlo abandonado en su soledad. Aquí os quiero ver un poco antes de las nueve”.

“No me esperaba menos de tu siempre gran corazón. Eres un ángel, al igual que Nemesia. ¡Qué pareja tan maravillosa formáis! Dios os lo pagará con creces. El caso es que … no sé como explicártelo. En la vida de Feliciano hay un elemento más que, para él, forma parte indisoluble de su propia vida. Se trata de su … gato, con el que lleva conviviendo desde hace ya casi una década. Se llama Lucifer. Me cuenta que lo encontró una tarde abandonado junto a una escombrera, casi recién nacido, emitiendo pequeños maullidos y a punto de fenecer. La pobre criaturita temblaba aterida de frío. Lo llevó a su casa y supo cuidarlo con un cariño inmenso, hasta convertirlo en un excelente compañero y en una mascota de gran categoría. Cuando voy a su domicilio, lo veo cada día más gordinflón, extremadamente peludo de un color mezcla entre negro, blanco y un marrón claro. Aunque a veces es zalamero, sabe mostrar un orgullo y clase felina digna del mayor elogio. El color de sus ojos es magenta o fucsia, aunque por las noches, en la oscuridad, parece que se torna en un tono más bien verdoso. Feliciano no querría dejarlo solo en casa, pues si no ve a su amo cerca de él se niega a tomar bocado. ¿Podemos llevarlo? Te aseguro que no molestará. Lo podemos trasladar en su gran jaula y lo ponemos delante del televisor, porque le gusta mirar fijamente a las pantallas que muestren colores”.

Tras resumir Beno a Nema, entre sonrisas, el contenido de la llamada de su hermano, el matrimonio hacía cábalas acerca del número total de comensales que celebrarían la cena de Nochebuena. En total sumaban 12 miembros, más la presencia zalamera de Lucifer, un gato caprichoso que se negaba a tomar alimento sin la presencia de su amo. El matrimonio rió con fuerza  toda esta curiosa historia del amigo íntimo del tío Abraham.

A partir de las 8 de la noche fueron llegando los familiares al domicilio, cruzando las palabras y los saludos amables con esos besos y abrazos para lo fraterno de la reunión. Los primeros en tocar el pulsador del portero electrónico, ya que a Demetrio el conserje, la comunidad le había dado permiso para quedarse con su familia en esa emblemática tarde, fueron Julia y Héctor, con sus hijos Pipo y Dana. Antes de llegar, se habían pasado por el domicilio de la abuela Florencia, para recogerla y traerla con ellos en el coche. Beno había hecho lo propio con su madre Palmira, a eso de las seis, con lo que sólo faltaba por llegar el tío Abraham, acompañado de su amigo Feliciano y el gato Lucifer, trio que apareció poco antes de las nueve. El muy gordinflón felino venía tiernamente acomodado en una gran jaula, recostado entre mullidos y bien decorados cojines. Sus traicioneros y cálidos ojos pronto deslumbraron y cautivaron a todos los presentes. Pronto comenzaron a sonar por los altavoces inalámbricos, que Loreto había instalado junto al luminoso árbol de Navidad, el buen cargamento de villancicos tradicionales, que su primo Pipo se había comprometido a traer en los repletos archivos de su Iphone. Las miradas “solapadas”  de unos y otros centraban su curiosidad en la famélica humanidad (a este hombre le faltaba el alimento, no cabía la menor duda) del amigo Feliciano, bien arropado por el tío Abraham, un peculiar invitado quien, ante las expectativas de esa gran familia, fue desvelando, con hábil y fluida palabrería, algunos retazos de su “complicada” existencia. ¿Conocemos algo de su vida?

Feliciano Laredo Sebastián era natural de Tetuán, hijo único de un padre militar débil ante la bebida, que estuvo por Marruecos destinado en los tiempos “gloriosos” de la soberanía española. Apenas adolescente, acompañó a sus padres en la vuelta de éstos a la península, concretamente a Málaga, donde instalaron su residencia de manera definitiva. Mal estudiante, pero hábil en el trato coloquial con la gente, se fue ganando difícilmente el alimento con el ejercicio de diversos oficios ocasionales y sin arraigo. Sin embargo, desde hace un par de décadas pudo tomar conciencia de su capacidad para ganar esas necesarias pesetas o euros a través de la difícil y abnegada venta ambulante. Su fluido y hábil don de palabra le facultada para reunir alrededor suya a muchos de los viandantes, a fin de ofrecerles, desde su pequeña mesa expositora sobre la vía pública, las “excelencias” de productos útiles para la cocina o el resto del hogar. Se aplicaba a este oficio con la convicción de su sutil “verborrea” complaciente y fácil para los deseos y desánimos de los transeúntes curiosos. ¿Qué solía vender? Exprimidores que no dejaban gota alguna en los frutos para zumos, peladores y cortadores de frutas y hortalizas. seguros y sin peligro para sufrir cortes en las manos, colonias embriagadoras para el amor y la amistad, sorprendentes jarabes contra el mal del insomnio, efectivos “crecepelos” para alopecias consolidadas, cremas milagrosas por sus efectivos resultados para tratar y curar diversos problemas en la piel y esas incómodas y traicioneras arrugas estéticas, a consecuencia de la edad, etc. En definitiva un cualificado charlatán, con muy escasos “cuartos” en la pobreza material de sus bolsillos. Sus progenitores habían fallecido hacía décadas y este hecho había incrementado la cruel soledad de una persona difícilmente abierta o predispuesta para la vida matrimonial.

Los villancicos seguían sonando “a toda pastilla”, mezclándose los muy populares Campana sobre campana, A Belén pastores, los Peces en el río, el Arre burro arre y la Marimorena, con los más sosegados Noche de Paz, la Blanca Navidad y el siempre recurrente Tamborilero. Nema daba los últimos toques a la mesa comensal, a la que no faltaba detalle alguno, bien ayudada por su sobrina Dana y por Loreto, las dos primas que reían y reían, súper motivadas por alguna copa de más que ambas habían tomado a hurtadillas de sus padres. Las dos abuelas Palmira y Florencia, sentadas junto a un radiador de aceite situado en una esquina del salón, suspiraban una y otra vez recordando la ausencia de sus inolvidables deudos y añorados esposos, Expedito y Policarpo, respectivamente. Ante la televisión y con sendas copas que cada uno de ellos se habían servido del muy repleto mueble de las bebidas, Benito, Héctor, Abraham y su íntimo Feliciano, comentaban temas intrascendentes, esperando la llamada de la anfitriona para que cada cual ocupase su lugar en la espléndida y bien montada mesa de celebración. No pasaban más de cinco o seis minutos para que Feliciano se excusara, una y otra vez, a fin de acudir al cuarto de Máximo. Allí habían recluido a Lucifer, quien dormitando sobre una buena “tabla de cojines” sobre la alfombra y mirando el pequeño monitor de televisión, se negaba a tomar su comida especial para gatos si no estaba su amo presente.

La cena resultó espléndida, en contenido y forma. Variados, suculentos e indigestos entremeses ibéricos y una gran fuente de mariscos variados. A continuación, degustaron un sabroso y reconstituyente caldo caliente, procedente de gallinas de corral, sembrado con hojitas de aromática hierbabuena. Con ardientes vítores, apareció el gran pavo trufado, con guarnición de verduras asadas, patatas gratinadas con quesos fundidos en crema picante de Oporto y paté francés, manjar que mereció los elogios unánimes de los asombrados comensales. El postre fue un digno colofón a tan exquisito ágape: un gran bizcocho tartero, realizado con harina integral, bañado en whisky macerado con hierbas provenzales, daba forma a una gran “piscina” de chocolate belga negro fundido, con una cubierta modelada de frutos secos rojos del bosque. Flanqueaba el lustroso y espectacular postre, por sus cuatro lados, una habilidosa labor barroca de dulce de leche espolvoreado con diversas semillas caramelizadas con azúcar de azahar. Los caldos etílicos para digerir tan copiosa ingesta eran de reconocidas marcas, graduación y color. Verdaderamente Nemesia, a quien Beno conoció en una selecta confitería donde trabajaba para pagarse los estudios de psicología, siempre se había caracterizado por ser una artista en todo lo relativo a la cocina, especialmente en la elaboración de repostería y otros postres de alta cocina.

Tampoco faltaban los recordatorios. Palmira no se detenía en mencionar, con nostálgicos suspiros, a su deudo Expedito, mientras la abuela Florencia entonaba en voz baja los villancicos de su ya lejana infancia, ayudada de la música que seguía alegrando el ambiente, ante las miradas divertidas y cómplices deraces ﷽﷽a y alg suspiros,a eran de reconocidas marcas, graduacio, clavos, alicates, sierra y algde todos sus nietos. Feliciano se excusaba por levantarse de la mesa, entre plato y plato, pues se le veía inquieto ante “lo que estará haciendo mi Lucifer”, con la comprensión cariñosa y sonriente de su afecto e inseparable amigo Abraham.

El lustroso y muy generoso ágape no finalizó hasta pasadas las 12 de la noche. A esa hora del inicio de una fría y húmeda madrugada, los más jóvenes estaban citados con sus amigos, a fin de “seguir haciendo la larga Noche”. Minutos antes de esa hora, ya se habían despedido, con los besos y abrazos de rigor, recibiendo con jocosa resignación las advertencias propias de sus padres, a fin de que que fueran responsables y no cometieran travesuras peligrosas.

A poco de la marcha de los más jóvenes, los mayores también consideraron de que el momento para las despedidas había llegado. En ese relamido ritual de los saludos cariñosos y de palabras agradecidas, siempre amables y con afecto, algunos de los presentes repitieron divertidamente los cálidos gestos, en algún caso, a consecuencia de ese traicionero y divertido alcohol que, disimulado entre la copiosa ingesta, provoca la equivocación en nuestros ya adormilados controles. Héctor y Julia, al tener ahora tres asientos libres en su vehículo, se ofrecieron a llevar a las abuelas quienes, ante una televisión que seguía “hablando” para un auditorio que hacia tiempo había dejado de prestarle atención, estaban literalmente sumidas en el mundo de los sueños, dando pendulares cabezadas tras cabezadas, con la acústica placenteras de los ronquidos. Alguien pronunció esa consabida frase que todos estaban pensando “Con todo lo que no se ha comido, vais a tener menús para varios días”. Nemesia asentía con un gesto inevitable de la cabeza y ofrecía “¿no queréis llevaros algo de la comida sobrante… porque en el frigorífico apenas tengo ya hueco para nada. Os preparo algunos “tuppers” y ya resolvéis el almuerzo de Navidad?”. En ese momento, la abuela Palmira abrió sus grandotes y cansados ojos, entrando de lleno en una de esas frases finales ingeniosas para las despedidas. “Tengo en casa unas hierbas de Santo Toribio de los tres perdones, que son milagrosas para las malas digestiones y los “flatos” de barriga, aunque también alivian las almorranas”.

Amaneció un siguiente día gratificado por el sol, pero refrescado por la intensa humedad propia de una ciudad acariciada por el mar. Era ¡el 25 de Diciembre! núcleo central e insustituible de las fiestas navideñas. Beno y Nema dejaron las sábanas, cuando ya habían sonado las 11 campanadas en la basílica catedralicia. El matrimonio desayunó sólo un par de tazas de café con leche y sendos trocitos del insustituible bizcocho panettone. Máximo y Loreto aún no habían regresado de sus noches locas de pandilleos, así que el matrimonio Sensial Calahorra decidió arreglarse un poco e ir hacia la zona centro, a pasear por entre los jardines del Parque y de paso distraerse recorriendo los bien montados puestos de artesanías y Sabores de Málaga, instalados en ambos laterales de ese gran espacio verde que adorna la ciudad. Nemesia, por naturaleza bastante presumida, se estuvo “acicalando” por si se encontraba alguna vecina o amiga inesperada. Ya todo arreglada, un poco más tarde del mediodía, empezó a rebuscar por entre su tocador y entre los dos joyeros que tenía en el primer cajón. Beno se quejaba de lo que tardaba su cónyuge, aunque obviamente ya estaba acostumbrado a estas habituales e interminables esperas.

“Es que no encuentro mi Rolex. Hoy lo quiero lucir pero, por más que miro y rebusco, no lo veo en ninguno de los joyeros. El caso es que también la esclava con las esmeraldas, tampoco está en su sitio. Me la puse hace un par de semanas, cuando fuimos a la fiesta de las bodas de plata que dio Clarita en su chalé. ¡Que cosa más rara. Precisamente las dos alhajas más valiosas y encariñadas que poseo no están en su lugar! Esto me da muy mala espina. Me están entrando unos sudores … porque no quiero ni pensar que se puedan haber perdido. Santo Dios ¡Pongo la mano en el fuego, Beno, que yo no los he tocado desde la fiesta de Clarita, hace quince días!”

A pesar de su intensa búsqueda, las dos preciadas joyas no aparecieron, para desesperación de su muy aturdida propietaria.-

UN INVITADO MUY ESPECIAL, A LA CENA FAMILIAR DE NOCHEBUENA


José L. Casado Toro  (viernes, 14 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



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