viernes, 26 de octubre de 2018

UNA FOTO QUE NAUFRAGA, ENTRE UN INMENSO MAR DE LAS LETRAS.

El hecho o comportamiento que narramos suele ser repetidamente común en la sosegada rutina vital de nuestros hábitos lectores. Cuando abrimos un libro, tomado de las vitrinas de una biblioteca pública, con dolorosa frecuencia encontramos, sobre las páginas repletas de palabras y contenidos transmitidos por el autor de la publicación, algunos elementos que nos sugieren el perfil de las personas que antes de nosotros han consultado y leído esa obra literaria. En ocasiones esas incómodas muestras son señaladores de lectura de la más variada naturaleza: folletos publicitarios, folios escritos o en blanco doblados por la mitad, facturas de restaurantes u otros establecimientos, billetes del metro o del bus, hojas secas de algún árbol, recortes de periódicos o revistas, envoltorios de los productos más diversos, especialmente los alimenticios, kleenex o servilletas de papel… y así un largo y “desolador” etc. Como recordatorios de sus lecturas, otros lectores dejan muestras de su relajado incivismo con el subrayado de palabras, frases o párrafos, utilizando para ello lápices, bolígrafos y rotuladores. Lo más grave de estas irracionales actitudes aparece cuando agreden el derecho de los demás usuarios arrancando, de la forma más reprobable, hojas de esa publicación, todo ello con fines que difícilmente acertamos a interpretar.

En este contexto, acerca del inteligente y correcto uso cultural de las bibliotecas públicas, una tarde de otoño me encontraba trabajando con unos apuntes y ejercicios en uno de estos sosegados establecimientos de titularidad municipal, ubicado en la proximidad de mi domicilio. Tras un buen rato de fijación visual sobre las páginas impresas, necesitaba tener unos minutos de descanso. Me dirigí a la mesa situada frente al mostrador de la bibliotecaria,  en donde los encargados del servicio depositan, durante un tiempo prudencial, las novedades editoriales adquiridas o recibidas en donación para el mejor conocimiento y disponibilidad del público  lector. Con razonable curiosidad estuve ojeando los nuevos títulos y, de manera específica, abrí una voluminosa publicación cuya autoría correspondía a una afamada escritora, también muy conocida periodista: JULIA NAVARRO (Madrid, 1953). El expresivo y llamativo título de esta novela era HISTORIA DE UN CANALLA, Plaza y Janes 2016. Mientras leía en la contraportada la sinopsis de esta sugerente narrativa, sentí la motivación de disfrutar con algunos párrafos de su contenido, elegidos lógicamente al azar.

Me deleitaba con la ágil prosa de la cualificada autora, cuando reparé en un sobre blanco (se encontraba semi-cerrado) que estaba “oculto” entre las numerosas (864) páginas del volumen. En su anverso sólo estaban manuscritas dos palabras, que se referían a su posible destino: PARA IDARIA. En el reverso de este sobre, envoltorio muy bien conservado, se leía el previsible nombre de su remitente: Crispín, letras también manuscritas. Motivado por este inesperado descubrimiento, dudé durante un par de minutos si romper o no la privacidad del olvidadizo o intencionado lector. Volví a mi asiento con la misteriosa misiva, habiendo dejado previamente en la mesa expositora la obra narrativa en cuyo interior había permanecido el sobre un indeterminado tiempo de letargo. Un poco traviesamente, decidí abrirlo, lo que resultó fácil pues el reverso estaba sólo a medio pegar. ¿Qué misterio, ilusión o anécdota hallé en su contenido? ¿Quién sería la tal Idaria, su “desconocida” (para mi interés) destinataria?

Sólo encontré, en esas frágiles paredes de papel blanqueado, una sosegada panorámica fotográfica correspondiente a un indeterminado jardín público. En uno de los bancos de madera, aparecía la imagen de una joven sentada, de espaldas a la cámara, que se mostraba concentrada en la lectura de un libro que sostenía entre sus manos. No se le veía el rostro, aunque podía suponerse por el perfil de su cuerpo que debía ser una mujer con un notable atractivo. El banco estaba situado en lo que parecía una amplia terraza con suelo terrizo de gravilla. Ese cómodo asiento para el descanso estaba orientado a escasa distancia de un bajo muro terminal que miraba a una zona probablemente más baja en su nivel, donde predominaba una gran frondosidad vegetal. Parecía lógico que la chica de la foto pudiera ser la tal  Idaria, a cuyo nombre iba dirigido el sobre que guardaba esa fotografía.

La imaginación pronto comenzó a ejercer su dinámico quehacer creativo e imaginativo. Las interesadas preguntas me fluían de manera atropellada y traviesa en el dinamismo mental. ¿Quién sería la joven que la foto mostraba? ¿Cuál sería la ubicación geográfica de ese marco espacial, donde estaba situado el jardín?¿Qué título tendría el libro, que con tanta atención distraía los minutos de la persona que lo estaba leyendo? ¿Sería Crispín u otra persona quién tomó la instantánea fotográfica? ¿Por qué motivo fue tomada esa precisa imagen? ¿Sería un olvido casual o un hecho intencionado la presencia del sobre, que reposaba pacientemente entre las páginas de la novela? ¿Por qué precisamente estaba en la creación literaria de esa gran escritora, con un título tan crudamente expresivo? ¿Era o no aconsejable tratar de localizar al propietario del sobre, a fin de devolvérselo?

En ese mar de interrogantes me hallaba cuando, por esos impulsos que en ocasiones resultan positivos y en otras oportunidades no tanto, decidí dirigirme a la persona encargada que en ese momento estaba al cuidado de la biblioteca. Esta experta, madura y amable profesional, de nombre Abigail, a quien conocía por otras frecuentes visitas a ese interesante lugar para la lectura y el estudio, ante la convincente explicación que le ofrecí, no dudó en prestarme su incondicional ayuda. Comprobó la ficha del libro entre cuyas páginas había encontrado el sobre, conteniendo únicamente la “misteriosa” fotografía impresa en soporte papel. A los pocos segundos me explicó que la novela en cuestión, de muy reciente adquisición, aún no había sido prestada a ningún usuario de este servicio público “Quédate con la foto del tal Crispín, hasta que puedas averiguar más datos relativos a estas dos personas, que tal vez sean o formen pareja”.

Seguí el consejo de la bibliotecaria, guardando por consiguiente el sobre con la fotografía, con la predisposición de olvidarme probablemente del tema. Desde luego los datos que poseía eran tan sólo dos nombres sin apellidos y una imagen fotográfica, sin más pistas al respecto. Todo un escaso bagaje, si hubiera querido emprender una tarea investigativa de más largo alcance. Pero estos episodios o vivencias siempre quedan en la memoria. Desde allí “escapan” para motivar tu interés, especialmente en las noches de insomnio, cuando ese poco generoso “compañero” te hace padecer y compartir horas de nocturnidad e inquietud, reflejo sin duda de tus desequilibrios oníricos.

Efectivamente, esa misma noche no me estaba siendo posible conciliar el suelo. La anécdota vivida esa tarde seguía dándome vueltas en la cabeza. El reloj marcaba unos minutos sobre las cuatro de la madrugada, por lo que tomé la decisión de abandonar el lecho, dirigiéndome a ese cajón de la mesa de trabajo, donde solemos guardar las cosas y objetos más diversos. Allí había dejado la curiosa fotografía, que me seguía motivando desde hacía horas. Encendí la luz del escritorio y me dispuse a analizar con más atención cualquier detalle que me pudiera “hablar” acerca de una historia cuyo contenido obviamente desconocía. Miré y remiré la foto y, gracias a la iluminación halógena del flexo, percibí un detalle “esperanzador” para esa búsqueda que me impulsaba. Esa pista o clarificador detalle me había pasado inadvertido hasta el momento. Alguien, tal vez el desconocido Crispín, había estado tomando notas, dejando la foto debajo de la hoja sobre la que escribía. Posiblemente había utilizado un bolígrafo de punta fina para su escritura y sobre el ángulo superior izquierdo de la foto había quedado grabado el relieve de unas palabras. Con mucho cuidado, utilicé un lápiz de grafito sobre el reverso en blanco de la fotografía. Reconstruí la breve frase, desde el revés de las letras. Dicho de otro modo, logré “positivar” el negativo de las palabras. Se trataba de una dirección electrónica, de las que normalmente circulan por la red de Internet. Idaria.marzo1995@hotmail. Faltaba el correspondiente “com”. Era evidente que ese dato de e-mail correspondía a la dirección de la joven que aparecía en la foto, cuyo nombre era el mismo a quien iba dirigido el sobre que encontré en la novela de la biblioteca. Ya no poseía sólo los nombres de Idaria y Crispín sino probablemente también la dirección electrónica de la chica. ¿Qué podía hacer? ¿Enviarle un correo electrónico u olvidarme, por una definitiva vez, de este asunto que tanto me estaba condicionando?

La situación, en la que como espectador me encontraba, era en extremo curiosa y motivadora. Así que quise darle un  toque romántico e investigativo al asunto. Esa misma noche envié un correo a esa dirección, con un texto en el que se mezclaba la prudencia con el positivo interés de ayudar.

“Buenas noches, Idaria. Obviamente, no nos conocemos. Alguien olvidó o dejó intencionadamente un sobre, entre las páginas de una novela, en la biblioteca pública que suelo visitar no lejos de mi domicilio. En el anverso y reverso de este sobre blanco había unas palabras escritas. Aparece tu nombre y también el de un tal Crispín. Dentro de este envoltorio hay una única fotografía, en que se ve a una joven leyendo, sentada en uno de los bancos de una zona ajardinada. Puede ser tu imagen. En dicha foto he descubierto el relieve caligráfico de una dirección electrónica, que por el nombre te debe corresponder. Si necesitas o deseas tener esa foto, me lo confirmas. Te la enviaré de inmediato. Está a tu disposición. Saludos cordiales.  

Confieso que dudaba en recibir una pronta respuesta.  El contexto “cinematográfico” de esta historia, con su aire de intriga, era sugerente, aunque debía ser prudente en avanzar por un terreno que no me competía. Había que dejar avanzar los acontecimientos. Transcurrieron exactamente tres días cuando, también por la noche para mi sorpresa, recibí con agrado una extensa respuesta que, con emoción e interés, me dispuse a disfrutar su lectura.

“Buenas noches (…). Agradezco tu amabilidad y sagacidad para localizarme, a través de una dirección electrónica semioculta en el relieve manuscrito de una fotografía. Una persona, cuyo nombre es Crispín, me observaba cierto día cuando me encontraba tranquilamente leyendo en un gran Jardín. Parece que me tomó varias fotos, desde luego sin mi permiso. Arbitró medios, que él sabrá, para conocer datos de mi vida. Probablemente me siguió y comenzó su “acosadora” y enfermiza investigación. Comenzó a enviarme correos y también fotos, siguiendo después con las llamadas telefónicas, a las horas más insospechadas. Utilizaba estas vías electrónicas,  pues nunca se me puso delante en persona. Sólo le respondí con dos correos. Uno, devolviéndole las fotos que me había enviado. En el segundo y último, le rogaba y exigía que me dejara en paz. Nunca le he visto, pero debe tratarse de una persona mayor debido a una serie de detalles que me ha ido dejando en sus numerosos y breves escritos. No veía buenas o claras intenciones en este extraño personaje. Por eso, en esa segundo correo, le indicaba que, si persistía en su actitud, me vería obligada a poner el caso, claramente de acoso, en manos de la policía. Esta segunda respuesta parece que le enfadó bastante, arreciando entonces las llamadas telefónicas, algunas verdaderamente amenazadoras.. De estos hechos hace más o menos un mes y con fortuna veo que en las dos últimas semanas no ha vuelto a molestarme. Si te parece destruye esa foto, pues a mi me ha provocado ya no pocos disgustos. Algún día me agradaría saludarte, por tu amabilidad y plausible discreción, pero ahora prefiero dejar pasar el tiempo a fin de olvidar esta desagradable experiencia en la que me he visto involucrada, contra mi voluntad. El sentirse acosada por alguien, al que desconoces y que probablemente tiene “malas” intenciones, te provoca una situación de angustia y sufrimiento verdaderamente insoportable. Confío que todo haya sido una de esas páginas incómodas que se atraviesan en nuestras vidas. Saludos. Idaria”.

Antes de llevar a cabo la sugerencia que la chica me hacía, con la posibilidad de destruir su foto, recordé a un compañero de facultad, llamado Liberto Adama Zaragoza, al que me encontré hace un par de años en el ambiente ajetreado de un sábado tarde, con el típico carro de las compras, por los pasillos densificados de un centro comercial. Prácticamente no nos habíamos vuelto a saludar desde la finalización de nuestra graduación universitaria. Me comentó que, tras sus estudios de Química, la vida le había llevado por los derroteros profesionales de la policía científica, trabajando actualmente en el especializado departamento de narcóticos. Pensé en llamarle para exponerle básicamente la historia de esta chica y pedirle consejo acerca de la mejor forma de actuar en este caso. Liberto supo atenderme con su proverbial amabilidad, por lo que concertamos una cita a fin de compartir un rato de charla y un buen café, para unos días más tarde.

Tras los saludos afectuosos del reencuentro, le resumí mi experiencia con la fotografía y el intercambio de correos con Idaria. Le mostré su foto y el largo correo explicativo que había recibido de su persona, en relación al que previamente yo le había enviado. Obviamente le facilité también la dirección electrónica de esta chica acosada. Anotó toda la información, comentándome que hablaría con algunos compañeros especializados en este tipo de delincuencia. Sobre todo habría que profundizar en la persona que estaba detrás de toda esta historia, el tal Crispín.

En un par de semanas, Liberto y yo volvimos a quedar. Tenía que contarme aquello que él y sus compañeros habían descubierto, sobre Idaria y Crispín. Llovía esa tarde, por lo que a dos viejos compañeros y amigos de facultad les supieron a gloria bendita unos chocolates calientes, con dos pastas o dulces árabes, que degustaron en esa cualificada tetería situada muy próxima al Museo Picasso malacitano.

“Te vas a asombrar cuando conozcas lo que hay detrás de toda esta historia de intriga. Has participado, sin darte cuenta por supuesto, en una curiosa experiencia de investigación promovida por el departamento de Psicología, para los trabajos de fin de carrera de los graduados universitarios. Se trataba de estudiar la respuesta o reacción ciudadana, con respecto a hechos ocasionales e inesperados que aparecen en sus vidas. El “argumento” consiste en simular la figura del acosador “invisible” (aquel que no se deja ver) pero que actúa enfermiza y de manera continua contra su objetivo, generalmente del sexo femenino. La foto y el sobre en esa novela fue simulada, no solo en la biblioteca que frecuentas. Curiosamente, siempre se utilizó en todas ellas la obra Historia de un canalla, como soporte dinamizador de una foto aparentemente sin nombre. La tal Idaria, estudiante aventajada del grado, se llama en realidad Clamia. Es la joven que posa en la imagen fotográfica. En cuanto al personaje de Crispín, también existe. En realidad es el profesor que imparte el master sobre la respuesta ciudadana a hechos insólitos. Un tal Críspulo de la Colina Lucas, doctor en psicología social. Para tu conocimiento, tengo que comentarte que no sólo has sido tú el que ha contactado con Idaria. Tres personas más lo han hecho. Esa joven estudiante, Idaria o Clamia (escenificó perfectamente su presencia en esos jardines, para que le tomaran la susodicha foto), en una fase posterior tenía previsto contactar contigo, para profundizar en tus motivaciones y sentimientos con respecto a la experiencia en la que estabas inmerso… sin saberlo. Nos hemos adelantado y todo ha quedado aclarado. Igual también salgo yo entre los protagonistas de la investigación, en este caso como la necesaria y correctora intervención policial”.

Pasaron las semanas y los meses. No he olvidado el nombre de Idaria, ni tampoco su esbelta, alegre y juvenil figura, leyendo con sosiego mientras permanecía sentada en un banco del parque. No ha existido posterior comunicación electrónica o personal entre nosotros. La intervención de Liberto frustró esa parte o fase de la peculiar investigación. Tampoco me cabe la menor duda de que, en la actualidad, Clamia o Idaria ejercerá su oficio de psicóloga con eficaz y responsable dedicación.-

UNA FOTO QUE NAUFRAGA, ENTRE UN MAR DE LETRAS.


José L. Casado Toro  (viernes, 26 Octubre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



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