viernes, 1 de junio de 2018

TRES CARTAS, PARA EL CRÍPTICO SOSIEGO DE LA INMENSIDAD.


El comportamiento de las personas resulta, en un importante número de casos, difícil de predecir. Cuando pensamos que éste o aquél van a actuar de tal cuál forma, nos sorprenden con unos cambios en sus actitudes y decisiones que resultan inesperadas e insólitas, si nos atenemos al historial de quien las protagoniza. Resulta obvio que siempre aparecen factores y circunstancias, muy variadas en su naturaleza, que motivan esas respuestas sorprendentes e inusuales en las personas, si sólo nos basáramos en esa normalidad de acción a la que nos tienen habituados. Esos cambios suelen responder a momentos e hitos en nuestra existencia que, por su específico carácter, nos impulsan a cambiar el chip o la trayectoria que venimos recorriendo habitualmente durante un largo periodo del calendario. Esta realidad es la que impulsó al protagonista de nuestra historia para modificar la penosa imagen acrisolada que se había labrado con todo merecimiento, ante si mismo y, por supuesto, ante la mirada inquisitoria de los demás.

Leonard Orense Calañal nos acababa de dejar para siempre, en el ecuador de su centuria vital. Todo fue a consecuencias del tabaco y otros hábitos no especialmente saludables, que motivaron esa crisis orgánica definitiva que él vio venir, sin adoptar cambios sensatos y responsables para su freno o desaparición. Mirando hacia atrás, durante ese poco más del medio siglo de vida, “ejerció” infortunadamente como persona innoble, rencorosa y malévola, para sufrimiento de muchas de las personas que con él convivieron, trabajaron, distrajeron y “caminaron”. Se podría resumir o “descalificar” su ingrata personalidad con una penosa frase de tres palabras que, en su conjunto, resultan malsonantes y hondamente despreciativas. Sin embargo, este contable administrativo, conociendo que su recorrido en la vida llegaba a su fin, quiso saldar algunas “cuentas pendientes” con su mala conciencia, a fin de encontrar ese sosiego o paz infinita, siempre tan necesaria, pero aún más en esos momentos trascendentales y críticos de cualquier existencia. Había hecho mucho mal a lo largo de su vida, pero ahora aún tenía algo de tiempo para restañar, si no todas, algunas de las numerosas heridas que había ido sembrando para el desconsuelo de muchos con los que convivió, haciéndoles cruelmente sufrir. 

Fueron varias las cartas manuscritas (para su mejor personalización) entregadas a su amiga de siempre, Paula, prestigiosa profesional del derecho, a fin de que ella gestionase de manera adecuada la llegada a sus respectivos destinos, con los aditamentos propios en cada caso. Esa correspondencia había de ser puesta en el correo, cuando ya la salida para su postrero viaje se hubiese fehacientemente iniciado. Vamos a centrarnos en tres de esas significativas “epístolas” que, por la especial relevancia, explican ilustrativamente el perfil de este cambio en la hora postrera.

RESUMEN DE LA CARTA A

“Amigo Claudio: acepto que tú no me consideres también así, debido al muy penoso comportamiento que tuve contra tu persona durante aquellos decisivos años de nuestra escolaridad en Secundaria.  Soy consciente de una realidad temporal: han pasado casi cuatro décadas sobre unos hechos que “me avergüenzan” plenamente en la memoria. Pero la vida depara, para nuestra fortuna, estos momento de lucidez y valentía a fin de poder reconocer los errores cometidos. Por este motivo te transmito el ruego sincero de que me perdones.

En aquella lejana adolescencia pertenecías a una muy humilde familia, mientras que mi posición social era notablemente más acomodada. Pero esa limitación material que te sustentaba sabías compensarla con una admirable voluntad y responsabilidad ante el estudio. Era tal la envidia que tenía ante tus valores humanos (de los que yo carecía) que traté de hacerte por todos los medios la vida imposible. Me burlaba de ti, te menospreciaba, te difamaba, te ridiculizaba, hacía todo lo posible para que te sintieras aislado ante los demás compañeros. Tú eras más bien apocado o de una infinita bondad, forma de ser que no facilitaba la defensa o el necesario y justo contraataque ¡Cuánto tuviste que sufrir, por todas esas “putadas” que con extrema crueldad yo te provocaba! Disfrutaba agrediéndote con ese “bullying” psicológico y físico, tal y como hoy lo denominan. Cuando veía tus buenas notas, a consecuencia del sacrificio y esfuerzo ejemplar que admirablemente sabía aplicar, más se incrementaba el rencor y la envidia, ante mi propia pobreza espiritual.

Eras huérfano de padre. Tu madre Tania supo sacaros a ti y a tu hermana pequeña para adelante, con ímprobo esfuerzo. Lo hizo limpiando, cocinando, cosiendo y planchando en muchas casas “bien”, además de hacerlo en su propio hogar. Recuerdo que tu gran ilusión era poseer una bicicleta, pues tenías que desplazarte casi cuatro kilómetros cada día para ir al instituto, desde tu lejana casita en el campo. Tenías que hacer ese doble camino de ida y vuelta, entre lunes y viernes, con sol, frío, lluvia o tormenta. Y nunca faltabas a clase. Un día te vi aparecer, rebosante de alegría, con una bici de segunda mano. La habías podido comprar (todo se conoce en los pueblos) trabajando por las tardes y los fines de semana, cuidando animales y limpiando establos. Y ahí nació un  diabólico plan. Yo me encargué, en unión de otros “enrabietados” compañeros, de robar y destruir ese bien tan preciado que con tanto esfuerzo, tesón y sacrificio habías podido tener y disfrutar. Ese goce te duró apenas una semana, pues esa bici que te hacía tan feliz yo me encargué que no la pudieras seguir usando. Te vimos llorar amargamente y no tuvimos la más mínima compasión, sino que nos “reímos” impúdicamente de nuestra fechoría.

Sé que ahora ya no la necesitas. Eres un admirado concejal del Ayuntamiento, en el pueblo que te vio nacer. Además posees tu propio taller de reparación de automóviles, muy afamado por los buenos trabajos que en él se realizan. Sin embargo , junto a esta carta, en la que te pido sinceramente perdón, una y mil veces, vas a recibir una bicicleta nueva, a estrenar, de la mítica marca Orbea, como aquélla que yo te arrebaté, hace cuatro décadas.

Estoy en un momento de mi existencia, en el que quiero reparar algo del mucho daño que hice en otros tiempos. Claudio, sé lo mucho que te hice sufrir: humillaciones, burlas, agresiones y un sinfín de iniquidades. Te aseguro que me gustaría poder recuperar aquellos años desgraciados y comportarme con una buena persona. Sólo aspiro a que tu corazón, sin duda pleno de bondad, sepa y quiera perdonarme. Sigo admirando, ahora ya sin rencor, envidia ni mezquindad, todos esos valores que enriquecen y enaltecen tu persona, cualidades que durante la mayor parte de mi vida, no se sabido sembrar, germinar y conservar.  
Tuyo afmo. Leonardo”.

RESUMEN DE LA CARTA B

Casi al mismo tiempo que la anterior misiva, otra carta llegó al domicilio de Lalia del Puente Sanz. Esta señora estuvo trabajando durante algún tiempo, como secretaria administrativa, en “la Naviera”, empresa consignataria de buques- Allí también prestaba sus servicios el propio Leonardo, como contable, hasta que hace unos diez años en éste decidió instalar una gestoría propia.

“Querida Lalia. Te resultará algo extraña la recepción de esta comunicación, después de tantos años de silencio. Su envío no me ha resultado fácil, pues ahora vives en otra provincia muy alejada de nuestra vinculación laboral. Una empresa especializada me ha localizado los datos de tu actual residencia. En este momento de mi vida, creo necesario y “saludable” hacerte partícipe de unos hechos que sucedieron hace ya muchos años. Exactamente, cuando tú estabas contratada como secretaria administrativa en la Naviera.

En aquél tiempo, otro compañero y yo mismo “pusimos” nuestro ojos y el corazón en tu persona. Recordarás, sin duda, que ese otro compañero se llamaba Efraín, el cual trabajaba en el departamento de pagaduría. La rivalidad que ambos mantuvimos por conseguir tus afectos fue creciendo en el día a día. Mientras que Efraín era más sereno y racional en su estrategia por “conseguirte”, yo era mucho más violento y alocado en mis actos, hasta decidir poner todos los medios posibles e incluso inconfesables para no perderte. Yo veía que tú aceptabas mejor a mi rival y ese proceder me enervaba y generaba frustración, envidia y profunda obsesión.

Un desafortunado día, aquella locura que me embargaba hizo que cometiera un acto reprobable, pleno de indignidad. Manipulé con suma habilidad las cuentas y la pérdida de liquidez, en el saldo bancario de la empresa. La cosa fue muy grave, pues hice que todas las sospechas de desfalco (casi 250.000 pesetas de la época) recayeran en el departamento de pagaduría y en quien lo dirigía. Fue tan diabólico, insidioso pero hábil mi proceder, que esta buena persona estuvo varias días detenido en comisaría y fue condenado a sufrir dos años de prisión por un delito del que sólo él y yo sabíamos que era totalmente inocente. Cumplió de pena sólo unos meses de cárcel, pero tuvo que pagar una elevada multa judicial. Por supuesto fue despedido de la empresa y de él nada más he vuelto a saber.

Mi incalificable acción no me reportó beneficio pues, después de aquellos hechos tan desagradables y reprobables, decidiste abandonar la empresa, dándome repetidas veces “calabazas” ante mis aspiraciones afectivas. Ahora me explico mejor porqué resides en otra ciudad, a muchos km. de la provincia donde ambos nacimos. Esta explicación que te ofrezco era necesaria para tu conocimiento, aunque igual has llegado a conocer la verdad de aquellos hechos tan desgraciados.

Deseo transmitirte mi vergüenza y súplica de perdón. Quiero poner en orden mi conciencia, en estos decisivos momentos de mi vida. Junto a esta sincera confesión, comprobarás que en el sobre he adjuntado un cheque al portador por valor de 1500 euros, equivalencia monetaria  actual de aquel dinero que en su momento robé, para “eliminar “ a mi rival en amores. Me hubiera gustado entregarlo a Efraín, pero no ha habido forma de dar con esta persona. No sé si incluso él vivirá, pues era algunos años mayor que yo. Puedes hacer con ese dinero lo que mejor consideres. En todo caso, destinarlo a alguna obra benéfica. Con todo el respeto hacia tu persona, recibe la humildad de mi arrepentimiento. Leonardo”.

El firmante de esta segunda misiva nunca llegaría a conocer un dato que habría incrementado, significativamente, la tranquilidad de su alma. Lalia, tras un fracasado matrimonio de dieciocho años, vive en la actualidad formando pareja con el propio Efraín, quien sabe comportarse como un buen padre con respecto a los dos hijos que tuvo su compañera en su anterior enlace. Forman una pareja estable y madura, compartiendo la sencillez y grandeza de su cariño en una bella localidad del noroeste peninsular.

3ª HISTORIA EPISTOLAR

Leonardo ha tenido, durante muchos años, como vecina en su bloque de pisos a una amable señora, soltera y cocinera de hotel, quien desde mucho antes de su jubilación siempre mostró un cálido amor a la compañía de algunas mascotas. Inés Fernanda encontraba en estos animales esa grata compañía, el afecto y la disponibilidad para su diario y necesario cuidado. En un momento concreto de su vida, además de algunos pájaros cantores, Inés recogió un gato callejero, al que deparaba todo su esmero y cariño, especialmente porque su ama había alcanzado en fecha reciente su merecida jubilación laboral. El zalamero felino, al llegar la época anual de celo, se dedicaba a maullar y maullar, con una acústica “desafinada” y estridente desde su “gordinflona” anatomía corporal. El piso de Dña. Inés se encontraba situado inmediatamente debajo del que ocupaba Leonardo. A éste le molestaba escuchar esos continuos maullidos, acústica que le llegaba a través del “ojo de patio” en el edificio donde ambos convivían. Aunque le exigió a la señora, en repetidas ocasiones, que se deshiciera del gato, para ella este elegante y “orgulloso” animal era como un hijo y en modo alguno estaba dispuesta a separarse de la prácticamente única compañía que alegraba su solitaria y modesta existencia.

Cierta madrugada, su colérico vecino bajó al patio y atrapó al estridente animal metiéndolo en un saco de esparto. Utilizando su vehículo, se desplazó a una zona inculta y abandonada del campo, a varios kilómetros de la ciudad, dejando allí al asustado felino de los ojos azules. A pesar del profundo disgusto que sufrió la “desvalida” vecina, ante la ausencia de su afecto animal, quiso la suerte o la intuición de determinadas mascotas de que el gato “Lucero” apareciera de nuevo por la puerta de su casa, para la alegría inmensa de su solitaria ama. 

Cuando llegó la nueva época de celo, los nervios de Leonardo parecían que iban a estallar. En otra noche de desvelo, urdió un violento plan contra el gato cantor. En la mañana siguiente compró, en una droguería del barrio,  unas sustancia para eliminar roedores. Ese mismo día preparó una pasta venenosa que la fue introduciendo en pequeñas dosis en unos boquerones que también había comprado en el Mercadona de la plaza arbolada. Lucero, que además de “cantar” sus ansias orgánicas gustaba en mucho comer, a fin de alimentar su generosa anatomía, viajó presto esa misma noche al “Paraíso celestial” de las mascotas, ante la desesperación anímica de su ama que entre sollozos y lamentos clamaba al viento su insufrible desventura.

Esa tercera misiva explicativa, escrita por Leonardo, no pudo ser entregada en el domicilio de Inés Fernanda. La desvalida señora, dada su edad y ausencia de familiares directos, había sido ingresada por los Servicios Sociales del Ayuntamiento en una residencia asistencial para personas necesitadas de la tercera edad. Adjunta a la carta, en la que rogaba el perdón de la señora ante el daño afectivo que le había deparado, iba una jaula para el transporte de mascotas. En su interior reposaba un hermoso felino rubio, color de la piel similar al del “viajero” Lucero. La dirección de la residencia, tras conocer todos los pormenores de esta entrañable historia, permitió que Inés conservara el cuidado de ese nueva gata gordinflona, a la que su ama puso el romántico nombre de Luna. En cada una de las mañanas y las tardes, esta apacible residente juguetea y cuida a su zalamera mascota, que sabe poner un sentimiento de alegría en su rostro surcado por los muchos años. Mientras, ella se conforta con el calor del sol, la suave brisa que atraviesa los árboles y esa sucesión de amaneceres que explican y sustentan la vida.

Ciertamente hubo más cartas. Pero las tres historias aquí narradas explican y justifican, de manera fehaciente, una positiva realidad. Siempre hay oportunidades en nuestros relojes existenciales, a fin de poder restañar las heridas, reemprender racionalmente el camino que nos identifica y también para sustituir, de colorido y bondad, esos comportamientos erróneos y reprobables, que subyacen humana y desgraciadamente en nuestro carácter.  





José L. Casado Toro (viernes, 1 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es


No hay comentarios:

Publicar un comentario