viernes, 8 de junio de 2018

LA URGENCIA DE UN E-MAIL, EN LOS ALBORES DE LA MADRUGADA.




Aunque el muy apreciado valor de la prudencia debe de estar presente en la totalidad o en la inmensa mayoría de nuestros actos, los avatares de la vida diaria pueden impulsarnos en determinadas situaciones a la toma de decisiones en el que esa prudencia, siempre tan aconsejable y necesaria, no se halle especialmente presente. En no pocas ocasiones nos sentimos inmersos en situaciones incómodas y desafortunadas, a consecuencia de no haber aplicado esos útiles  parámetros de sosiego, serenidad y equilibrio, carencias que nos ha llevado a la precipitación, a la superficialidad y a los equívocos, que pueden ser más o menos desagradables y molestos. Dicho todo esto, tampoco se puede obviar una realidad que subyace en nuestra naturaleza: somos humanos y nos podemos, qué duda cabe, equivocar. Por supuesto, de todos estos desigualmente previsibles equívocos, debemos extraer consecuencias que nos animen a evitar futuros errores en nuestras andaduras por el variopinto escenario social.  

En aquel viernes de una Primavera avanzada, Heraclio Castell Pina, treinta y siete años, finalizaba su jornada laboral a las 10 de la noche, hora en que cerraban la puertas el hipermercado donde prestaba sus servicios, en el departamento de electrodomésticos, gama blanca. Antes de desplazarse a su domicilio tras una larga jornada de trabajo, en la que tenía que permanecer casi ocho horas de pie, aceptó de buen grado tomarse una copa con su compañero de sección Abilio, pues éste deseaba invitarle ya que ese día celebraba su cumpleaños y no le apetecía llegar pronto a casa. Este compañero no estaba pasando por un buen momento en su vida. Hacía un par de meses en que su convivencia con Elba se había roto, tras varios años formando pareja. En estos duros momentos para su persona, vivía sólo en un apartamento alquilado, por la zona oeste de la expansión territorial urbana. Heraclio pensó que sería bueno compartir un ratito de conversación con Abilio, en esos difíciles momentos en que el destino y las voluntades nos sitúan. Además, ese viernes Clelia, su compañera sentimental, tenía guardia nocturna en el Hospital donde trabajaba, como auxiliar de enfermería, por lo que de una forma u otra carecía de prisas para la cena ¿Por qué no hacerla y compartirla con este colega laboral, en situación afectiva tan necesitada? 

De esta inteligente y generosa forma, ambos amigos decidieron ampliar la conmemoración festiva y pidieron una variada tabla de tapas, con la que hicieron una cena agradable, en una noche limpia de nubes que favorecía la coquetería luminosa de las estrellas. Esa hora y media de compañía transcurrió plena de amenidad, con el intercambio de chascarrillos y comentarios acerca de los temas más variados que ponen color a la rutina diaria de la actualidad. Aquellos primeros Riojas se vieron ampliados por sucesivas copas de cerveza, líquidos embriagadores que dejaron a los dos comensales un tanto aturdidos pero con la traviesa felicidad de haber “salvado” la noche.

Los dos amigos tomaron el mismo bus de recorrido circular, aunque Heraclio intercambió un “infantil” saludo de despedida con su compañero, tras cuatro paradas desde el inicio del recorrido. Al llegar a casa se dio una buena ducha caliente, una buena ducha caliente, ayudaba a conciliar mejor el sueño durante la madrugada. Antes. Al llegar a casa sedihipermercado dondopráctica tonificadora que le ayudaba a conciliar mejor el sueño durante la madrugada. Antes de irse a la cama, dedicó unos breves minutos a repasar el correo y a echar una ojeada a la prensa digital, costumbre que solía practicar para estar al día de los acontecimientos más relevantes acaecidos durante la jornada. Era una práctica un tanto mecanicista y ritual, pues casi nunca dedicaba mucho tiempo a leer los mensajes de correo, ya que en la mayoría de los e-mails prevalecían las ofertas publicitarias más variadas. Pero esa noche del fin de semana iba a ser plenamente diferente,  para sus previsiones sustentadas en la experiencia.

Observó con sorpresa, en el escritorio de su pantalla informática, una palabra que “despertó” con agudeza su atención. “URGENTE”. Al lado de esa motivador vocablo, el nombre de VERO, una amiga del grupo senderista al que pertenecía. Los integrantes de esta práctica deportiva habían formado un grupo de Whatsapp y entre ellos intercambiaban también, de manera intermitente,  diversos mensajes. Repasó con nerviosismo la dirección electrónica de esta amiga, Vero … 1979@ … fr, datos que le provocaron una inmediata preocupación. Con presteza abrió el e-mail, cuya lectura del contenido incrementó aún más si cabe su sorpresa inicial.

“Hola. Necesito urgentemente tu ayuda. Por favor, ponte en contacto conmigo por correo electrónico, ya que estoy de viaje y no puedo utilizar el teléfono. Gracias. Atentamente. Vero”.

La relación con esta integrante del grupo senderista era abiertamente cordial. Tampoco es que fuera exhaustiva la información que conocía con respecto a su vida pero, durante el recorrido de los caminos y en esos ratos de asueto para reponer fuerzas se van intercambiando relaciones, informaciones y puntos de encuentro con todos y cada uno de los que integran la marcha. En el caso de Vero, Heraclio conocía la actividad de peluquería y estética que desempeñaba en un establecimiento inserto en un gran centro comercial. Creyó recordar que esta joven amiga vivía junto a su madre, viuda de un factor de la Renfe, en un barrio obrero muy populoso de la capital. Desde luego apreciaba en Vero su proverbial y sincera simpatía, además de esa disponibilidad tan generosa y eficaz para tratar de resolver los pequeños problemas que nos van surgiendo y que otras personas, menos positivas, acaban magnificando hasta acabar dificultando en principio su más que  fácil superación. Hacía unos diez días de la última caminata senderista que el grupo Malach había realizado por tierras de la Serranía rondeña. Durante la misma, Clelia u él habían hablado en diversos momentos con esta jovial compañera, pero no recordaba que le dijera nada acerca de algún viaje inmediato y que por el contexto del email podría ser en el extranjero. Dejó a un lado sus elucubraciones y se dispuso a prestarle ayuda, siguiendo puntualmente lo que ella le había pedido: un contacto urgente vía e-mail.

Tecleó unas rápidas palabras de respuesta, con la urgencia propia de responder a una persona que le había requerido un acelerado contacto, hacía ya más de once horas. Ese día había salido de casa temprano y no volvió a encender el ordenador hasta después de esta cena de celebración con el compañero Abilio.

“Buenos noches, amiga Vero. Acabo de ver, hacer unos minutos, tu mensaje de correo. Parece que tienes una urgencia. Sigo tus instrucciones. Nárrame lo que te ocurre. Sobre todo, trata de mantener la calma. Heraclio”.

Dada la hora que el reloj marcaba (pasaban unos minutos de la medianoche) no tenía grandes esperanzas de recibir una pronta respuesta. Aun así el asunto le preocupaba el asunto, por lo que se preparó una infusión de Rooibós y se dispuso a esperar, entreteniéndose durante un buen rato “navegando” por diversas páginas de cine a través de su ordenador. Al fin, el cansancio de la tarea laboral en el centro comercial (junto a todas esos vinos y cervezas que había compartido con su compañero Abilio) le sumieron en un profundo sueño del que gozó tendido sobre el mullido sofá del salón. Serían las tres de la madrugada cuando la necesidad de beber un poco de agua y de ir al lavabo le despertó de ese sopor y letargo que sentimos cuando hemos abusado de la bebida y nuestro organismo da muestra de esa pesadez digestiva. Con los ojos entreabiertos y legañosos, mientras se dirigía a la cocina, reparó en que no había apagado la pantalla de su ordenador. Se dispuso a salir de la aplicación de Internet cuando percibió de que la respuesta de Vero había llegado hacía ya más de una hora.

“Gracias, amigo Heraclio. Me encuentro haciendo un viaje vacacional por el sur Francés con una amiga. Esta mañana, cuando salíamos del metro, fuimos objeto de un atraco, que nos dejó sin importantes pertenencias. Nos quitaron con alguna violencia nuestras carteras con los documentos, las tarjetas de crédito, el dinero que llevábamos, los móviles, los relojes y algunas joyas que los atracadores estimaron de interés. También, los billetes del viaje. Fuimos a la policía y los trámites van a ser lentos. Por suerte, mi pequeño portátil, con los nervios y la violencia que ejercieron, se les cayó en la huida, pues unas personas vinieron a socorrernos. Estamos pasando la noche en una pequeña pensión que nos ha proporcionado un organismo asistencial policial. Necesitamos alguna liquidez, para las primeras necesidades, pues nos han dejado sin nada. Te adjunto una dirección postal de esta localidad para que, en lo que puedas, me transfieras algo de dinero, que en mi vuelta a España te devolveré. Con 1000 euros, al menos, puede ser suficiente Todo ha sido muy desagradable, pues tanto mi amiga y yo hemos resultado lesionadas, en lo psíquico y en lo orgánico (nada grave). Seguro que me puedes ayudar. Entenderás que es una urgencia. Gracias de corazón. Fuerte abrazo”.  

Serían las nueve de una mañana soleada pero con algo de viento, cuando Heraclio ya se encontraba ante la puerta de la entidad bancaria donde tenía su cuenta corriente y cartilla de ahorro. Realizó lo antes que pudo una transferencia bancaria de 1200 € a la dirección postal que Vero le había indicado. Se sentía feliz de haber podido ayudar a una buena amiga del grupo senderista, quien estaba atravesando una desgraciada experiencia junto a otra compañera de viaje. Ese día también tenía turno de tarde en su horario laboral, por lo que, tras salir del banco, se dirigió a la clínica, para recoger a su mujer a la salida del trabajo y tomar juntos un buen desayuno.

A medida de ir conociendo toda la historia que le narraba su marido, Clelya mostraba una prudente y natural preocupación. “Me parece muy noble y generosa tu forma de actuar. Vero, por el trato que he tenido con ella, es una persona siempre abierta a las necesidades de los demás. Pero me pregunto el por qué ha dirigido su correo electrónico de petición de ayuda precisamente a ti, cuando en el grupo senderista estamos normalmente entre quince y veinte personas. Por otra parte tendrás que darme la razón de que 1200 euros no es una cantidad para ser “alegremente” prestada. Tú sabes bien lo que te pagan cada mes en el centro comercial. Supongo que lo habrás comprobado todo muy bien, porque estas cosas del dinero acaban provocando no pocos disgustos entre las mejores amistades. Por cierto ¿te ha dicho esta joven cuando piensa volver a Málaga?”

Pasaron unos días sin que este matrimonio volviera a hablar sobre el asunto del urgente e-mail. Pero ese viernes último de mayo, fue especialmente molesto para el trabajo de Heraclio. Un inoportuno dolor de muelas hizo más sacrificado su trabajo en una jornada laboral en que comenzaba la Semana del electrodoméstico, con lo que la sección de la gama blanca estuvo muy visitada por el público, pues ofertaban el incentivo de interesantes descuentos en la compra de determinados artículos, con rebajas de hasta el 25 % de su coste en etiqueta. Aguantó como pudo y en un momento de respiro, cerca ya de la hora de cierre, Abilio le hizo un comentario banal pero que le dejó tan asombrado como para olvidarse de las molestias que le estaban provocando su incómoda caries.

“Esta tarde, mientras venía para la tienda, me encontré a Vero. Quiso recordarme que este fin de semana tenemos una nueva salida por la zona de Yunquera, para la que hay que llevar el coche. Si quieres llevo yo el mío, pues hace dos semanas tu pusiste el Peugeot a mi servicio y en esta ocasión me toca a mi. Comentó que iba al Decathlon a comprarse unas Quechuas nuevas, más refrigeradas que las usadas durante el invierno. Estamos ya en las puertas de junio y el calor ya sabes como entra por Málaga”. 

“Pero Abilio ¿de verdad que has hablado con ella? ¿Te ha dicho cuándo ha vuelto de su viaje? ¿La encontraste preocupada por algo? ¿No te comentó nada del robo que sufrió en el sur de Francia? Mientras más preguntas le hacía, la cara de extrañeza de Abilio iba en aumento. No se explicaba cómo un simple comentario había podido provocar tantos interrogantes en su amigo, al que se le había cambiado el color de su rostro. Sin embargo, achacó ese nerviosismo de su interlocutor a los problemas de boca que estaba padeciendo y a la enorme clientela que había visitado este departamento durante la tarde, a fin de efectuar sus compras con interesantes rebajas.

Aquella noche, nada más llegar a su casa, mientras Clelya preparaba la cena, realizó una llamada al móvil de Vero. Evitó decirle algo a su mujer, a fin de no preocuparla. Para su sorpresa, al otro lado del teléfono escuchó la voz de la amiga senderista. La reacción de esta joven fue simplemente reiterarle que ese domingo “como ya te habrá comentado Abilio” tenían una interesante caminata por la zona rondeña. Al no cambiar el tema de la conversación, Heraclio le planteó abiertamente el asunto de la transferencia económica y los dos correos que habían intercambiado la semana anterior. Fue tal el impacto que produjo en la joven los datos que su amigo le estaba aportando, que a poco le da un reacción nerviosa. Viendo lo enquistado de la situación, ella se prestó a desplazarse a la casa de sus amigos (ambos domicilios estaban solo separados por unos veinte minutos de paseo a pie) a fin de desentrañar el misterio de todo aquello en la que supuestamente se veía involucrada. Quedaron citados para las once, a fin de que la pareja pudiera cenar con esa tranquilidad que por momentos se iba tornando más inquietante. Vero se sentía totalmente ajena y sorprendida a todo el abigarrado asunto que le estaba explicando Heraclio. 

El matrimonio apenas pudo cenar. Presentían haber sido víctimas de un descarado timo, pero aún tenían esperanza que la inminente reunión nocturna que iban a tener con Vero pudiera aportar algo de luz a una atmósfera que estaba repleta de negros nubarrones. Muy puntual en su llegada, los tres amigos, llenos de una comprensible tensión, trataron de no caer presa de los nervios. Detalles, explicaciones y un buen rato delante del ordenador, para ver los “erróneos” correos enviados por algún tercero, verdadero delincuente profesional. Fue Clelya, muy afectada por esta estúpida estafa en que había caído su marido, quien primero pensó en poner el asunto en manos de la policía. Eran más de las doce, en la madrugada, cuando una pareja de la brigada de delitos informáticos se personó en el domicilio, para revisar in situ el montaje informático en el que inocentemente había caído el bueno de Heraclio. Un policía de apariencia joven, el inspector Félix Guadalajara, en pocos minutos resumió la situación y con un planteamiento “cariñosamente” didáctico, les explicó a los tres una práctica delictiva, rutinaria para él, profesional de la ley y el orden, pero novedosa para tres ciudadanos cruel y arteramente estafados.

“Hay que ser extremadamente desconfiado con este tipo de mensajes que, de manera periódica, llegan a miles de domicilios de todo el mundo. Los delincuentes entran fácilmente en nuestras listas de contactos que, ilusoriamente, no tenemos encriptada o cifrada. Se apoderan de nuestras direcciones y ahí ya campan por sus fechorías. Desde “vender” estas listas e informaciones adjuntas a verdaderos “piratas” con poderosos bancos de datos, hasta engañar o suplantar a estas personas, para hacerse con nuestra confianza y que le facilitemos las claves de nuestras tarjetas bancarias o esas peticiones “candorosas” de ayuda económica, de aquél familiar, amigo o conocido que se halla atravesando una grave crisis de cualquier naturaleza. El objetivo, repetidamente perpetrado, es cometer el delito y quedarse con nuestro dinero.

Vd. Heraclio, que actuó de buen corazón, no reparó en un detalle, bueno… más de uno, que podían haberle alertado de la trampa que le estaban tendiendo. Podía haberse fijado en que la dirección electrónica de su amiga terminaba con unas letras que no son las usuales de su correo. También, la forma inicial de saludo, podría haberle dado alguna pista de que no era Vero quien realmente hablaba. Fíjese como el segundo supuesto correo de esta amiga (en el que le explica su situación y le pide dinero) ya está redactado de una forma diferente al primero. De todas formas, la mejor enseñanza de este desagradable asunto, es que hay que ser más cauto cuando navegamos por los caminos y redes de Internet. Seguiremos investigando, pero …. tal vez esta gente actúe desde “paraísos “ muy lejanos. La gestión no resultará fácil.” 

La noche fue dura para Heraclio y Clelya, pues el error cometido, siempre con la mejor voluntad, tenía un muy elevado coste. Se consolaban pensando de que al menos esa importante pérdida económica “enriquecería” su experiencia, a fin de evitar futuros errores que siempre son dolorosos. Y esa frase ritual, a la que tantas veces echamos mano, ayudaría a serenar los nervios y el lógico enfado que ambos soportaban: lo más importante es conservar la salud. Las disculpas de Vero fueron simplemente palabras amables que en poco podían resolver esa “meteduras de pata” que cometemos en nuestro caminar por la vida.

En la tarde/noche del día siguiente, cuando Vero llegó al bloque de pisos en donde residía, le extrañó sobremanera ver en la puerta de entrada al subinspector Guadalajara quien, acompañado de su muy enjuto compañero Cristián, parecían estar aguardado su llegada.

“Buenas noches, Verónica. Los policías no somos unos aficionados, a los que se nos puede engañar fácilmente. Te lo aseguro. Nuestra especialización está avalada por años de preparación y el aporte que la experiencia nos da para ver lo que otros no perciben. Tú has engañado a esta familia y te has lucrado con 1.200 euros  que, puedo afirmarlo, no les habrá sido fácil de ahorrar. Técnicamente le has robado una cantidad que implica una grave acción delictiva. Ya hemos entrado en tus correos y cuentas bancarias…

Vamos a hacer una cosa, Vero. Nos vas a entregar esa cantidad que has conseguido con tus engaños y nosotros se la devolveremos a esta familia, indicándoles simplemente que la hemos recuperado. Y mañana mismo te vas a dirigir a un centro de servicios sociales, cuya dirección te facilitaré, donde vas a prestar ayuda y trabajo para la tercera edad, durante el tiempo que el juez considere oportuno a fin de devolverte al buen camino. Te preguntarás por qué actúo de esta forma y no me limito a detenerte, por el delito de hurto que has perpetrado. Te lo voy a explicar. Mi padre y el tuyo eran viejos amigos, ejemplos de personas honradas y ejemplares en todos sus actos. Es una oportunidad generosa que te voy a conceder, pensando básicamente en ellos. A ver si la sabes aprovechar. El juez Latraz está informado y de acuerdo en todo este asunto. Pero no lo olvides. No vas a tener más oportunidades. En caso de un nuevo error, que no te deseo, tendrás que pagar penalmente con toda la severidad y equilibrio que establece el imperio de la ley”.- 



José L. Casado Toro (viernes, 8 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es

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