viernes, 6 de octubre de 2017

UN PASADO QUE PERMANECE, EN LA REALIDAD DE DOS VIDAS

La ciudad amanece, en esta mañana de primeros de Octubre, con un cielo celeste claro, ausente de nubes y con temperatura ambiente plácidamente agradable para el común de la población. Otro día más, al igual que el de ayer y previsiblemente como mañana, en la difícil aventura laboral de Feliciano Rombón. A sus cuarenta y ocho años de edad, este ciudadano, casado y padre de un un hijo que acaba de alcanzar su mayoría de edad, continúa soportando la desesperante perspectiva de diecisiete meses ya en una angustiosa situación de paro.

Feli (así es llamado coloquialmente por todos sus allegados) apenas pudo finalizar los estudios del bachillerato pues, a causa de un bloqueo anímico ante los libros, en esas etapa complicada de la postadolescencia, desistió de matricularse en el COU (Curso de Orientación Universitaria). Un tío materno le buscó una recomendación para entrar como dependiente y auxiliar de almacén, en una afamada tiendas de electrodomésticos y artículos para el hogar. Ha logrado permanecer en esta empresa veintiséis años ininterrumpidos, atendiendo a la clientela y prestándose a realizar cualquier otra necesidad que hubiese que resolver en su tienda de toda la vida. Pero llegaron tiempos nublados para el comercio y las ventas entraron en el marasmo imposible de los números rojos. La competencia de las grandes superficies y el dinamismo de los poderosos consorcios terminaron por “ahogar” las posibilidades de un establecimiento de naturaleza familiar, sin vinculación con otros grupos mercantiles. Llegó la temida suspensión de pagos y la propiedad del establecimiento se vio en la necesidad de afrontar una rápida y dolorosa liquidación sobre el personal laboral.

Hubo de esperar unos meses a que la empresa, en manos de la autoridad judicial por quiebra, liquidase los artículos en stock, mobiliario y los dos edificios (comercial y oficinas, además de un gran local para el almacenaje) a fin de poder compensar, tanto a los trabajadores como a los acreedores proveedores, parte de la cantidad que les adeudaba y que legalmente fue establecida por la autoridad competente. Este fiel operario ha estado cobrando el subsidio de paro durante doce meses pero, desde hace ya cinco, él y su familia han de subsistir con algunos ahorros que tenían acumulados en una entidad bancaria. Ese modesto capital se fue reduciendo a cifras inquietantes para atender a las necesidades básicas del hogar, lo que unido a la desaparición prolongada de ingresos mensuales provocó la negativa del banco a seguir manteniéndole la tarjeta de crédito. Fue la explicación que recibió cuando preguntó en la entidad bancaria el porqué su tarjeta aparecía como bloqueada, cuando la introducía en el cajero automático o en la máquinas electrónicas del supermercado. 
 
Sin embargo, aunque siendo dura la situación material lo era aún más el precario equilibrio anímico en el que se hallaba sumido. Levantarse una y otra mañana, para ese recorrido de escasos horizontes en la búsqueda de un empleo, con la proximidad “negativa” de su medio siglo de vida a fin de ser atendido en entrevista, le producía esa desazón, nerviosismo y frustración, agudizada también por su “pobre” expediente curricular. Toda su vida laboral, hasta el momento del despido, la había ejercido como dependiente comercial. Carecía de otras habilidades o titulaciones que pudieran enriquecer un currículo sin grandes alicientes que ofrecer a entidades saturadas de solicitudes de muchas personas en situación similar a la suya. 

Hoy, sin embargo, mientras desayunaba junto al sonido monocorde de los informativos de la mañana, una noticia que emitía la cadena autonómica llamó su atención. El locutor en pantalla estaba comentado el listado (con algunos datos biográficos) de los nuevos consejeros nombrados para el gobierno de la Comunidad, tras la remodelación política efectuada desde la Presidencia del Gobierno. Entre esos consejeros que integraban el nuevo equipo administrativo, aparecía un nombre que despertó con intensidad la curiosidad de su memoria: Raimundo Baltanás. Entre sorbo y sorbo de una taza de café con leche, comentaba con su mujer:

“No te lo vas a creer, Inés, pero hay un nuevo consejero en la Junta que ha sido compañero mío en los tiempos del instituto. Fue hace ya más de tres décadas, cuando teníamos entonces quince o dieciséis años. A pesar del calendario transcurrido y los cambios en su rostro, lo he reconocido, sin lugar a duda, en la foto. Le llamábamos Ramo (por Raimundo). Era bastante tímido entonces y le gastábamos bastantes bromas. En realidad todos teníamos algún mote sobre nuestras espaldas: el apelativo de este compa era “Pirulí” por la delgadez de su cuerpo. Buenos kilos ha aumentado desde entonces, según la fotografía que acaban de poner en pantalla. Quién me iba a decir que me lo iba a encontrar, al paso de los años, como consejero de fomento de un gobierno autonómico. Con la poca cosa que era, ha debido “trepar” bien por las estructuras de su partido”.

Tras acabar con la tostada de pan, una vez  más algo quemada pues se pues se solía descuidar con el tostador, se dispuso a sacar a Trap para su primer paseo matutino. Esta mascota de compañía, de gran envergadura en la actualidad, lleva en la familia bastante tiempo, posiblemente unos siete u ocho años. Llegó un día al domicilio familiar en brazos de su hijo Nacho, pues el chico se había encontrado al escuálido perro vagabundeando por la calle, solitario y con evidentes necesidades de alimento. Les dio lástima y se lo quedaron, pues el rostro del animal reflejaba “todo bondad”. Caminando por entre el paseo entre jardines, mientras Trap le acompañaba con simpática parsimonia, le vino a la mente una idea que, al paso de los minutos, fue tomando cuerpo como una pequeña luz para la oscura y difícil  situación personal que atravesaba.

“¿Por qué no probar con una carta al antiguo compañero de clase, hoy importante político en el gobierno regional? ¡Igual de acuerda de mí! Le puedo explicar la angustiosa situación que mi familia y yo estamos atravesando. Eso de verte en el paro, rondado los cincuenta y con un hijo en primero de facultad, es muy duro de sobrellevar. Tal vez pueda darme algún nombre o recomendarme a alguien, para que se me abra una esperanza en mi deseo y necesidad de volver a trabajar. Estos políticos tienen muy buena y alargada mano … Por escribirle, nada pierdo. Ahora, cuando vuelva a casa, me siento ante el ordenador a redactar una carta, a ver si le llega. Le voy a solicitar una cita personal, con todos mis datos y una foto grupal que creo conservar en uno de los álbumes. Se reconocerá, sin duda en la foto. Tal vez me haga un hueco en su probable apretada agenda y se preste a escucharme. No es que fuera un amigo íntimo, pero él y yo no nos llevábamos mal. Incluso creo recordar haber estado alguna vez en su casa ¡Claro! aquel día en que su madre nos dio de merendar unos rosquillos de huevo, dulces que la buena mujer solía preparar, friéndolos y rociándolos con canela y azúcar. Esa cálida y apetitosa imagen en su domicilio tampoco la he olvidado”.

Pasaron los días, tras la entrega de la muy explícita y sentimental misiva en el registro oficial de la delegación provincial de la Consejería de Fomento y Vivienda de la Junta autonómica, sin que Feliciano recibiera acuse de correo o respuesta con respecto a la misma. Sin embargo, muchas semanas después, y en un día tan emblemático como el 22 de diciembre, cuando las campanadas de la Catedral marcaban el ecuador temporal de las jornada, un policía local marcó el número de su vivienda en el portero electrónico del bloque. Minutos después recibió en mano, no sin cierto nerviosismo, una comunicación oficial de la consejería regional, por la que se le citaba en la delegación de su ciudad a una reunión que tendría lugar dos días  después, a las 9 en punto de la mañana. En su ánimo había una mezcla de ilusión y extrañeza. Obviamente esa cita estaba relacionada con la carta que había dirigido al Sr. Consejero, casi tres meses antes. Pero el detalle de citársele en un día tan especial, como es el de la Nochebuena, le dejaba sumido en un incierto mar de dudas ¿Quién será mi interlocutor?  Se preguntabas el abrumado ex dependiente.

Muy puntual a la convocatoria y abrigado dentro de ese chaquetón/abrigo que sólo suele usarse una o dos veces al año, en el clima tan templado como el malacitano, le hicieron pasar a un coqueto, pero anticuado despacho, en la primera planta del edificio oficial. Unos minutos más tarde, tenía ante sí al Sr. Consejero de la Junta, su antiguo compañero Raimundo, que con una cierta frialdad estrechó su mano. Le invitó a que tomara asiento, controlando de inmediato el protagonismo de la conversación. El político parecía menos obeso de cómo mostraban las fotos, con el pelo encanecido y vistiendo un elegante traje gris oscuro de lino, con una corbata roja sobre una camisa color azul celeste.

“Observo Feliciano, por la carta que me has enviado, que lo estás pasando mal. El que te pongan de patitas en la calle, estando en la puerta de los cincuenta, supone un trago muy amargo y difícil de digerir. A pesar de lo inteligente que parecías, en los años del instituto, me dices que has trabajado toda tu vida de dependiente. Siempre pensé que tendrías otras aspiraciones, pero la vida  nos pone a cada uno en lugares insospechados. En mi caso, ya ves… metido en el cenagal teatrero (no lo sabes bien) de la política, en donde si sabes estar en el lugar y el momento oportuno puedes alcanzar importantes responsabilidades.

He querido atender a tu petición de que nos viéramos, a pesar de que no he olvidado algunos de tus crueles comportamientos estudiantiles sobre mi persona. Estas cosas no son fáciles de olvidar. Y no es porque fuiste tu quien inventó el apelativo de “piruli” con el que me llamaban. A ti te pusieron “el campesino”, porque siempre ibas con la cantinela de que eras hijo de labradores, hablando de las manos callosas y cansadas de tu padre, sin duda un humilde pero honesto peón agrícola. Lo que más me dolía es que siempre te reías de mi extrema delgadez y les decías a la gente que me llamasen el “fideo”. Tú y los demás compañeros no teníais conocimiento de que esa delgadez obedecía a un problema grave de tiroides. Yo sufría mucho en aquella época.  A mi continua medicación se unían las burlas y las chanzas  “in misericorde” de todos vosotros pero, de manera especial, tú y tu mala puleva para centrar en mi persona todas las frustraciones económicas que padecías. A pesar incluso de que intenté un acercamiento entre nosotros. En esa edad de los catorce – dieciséis años, nuestros sentimientos se muestran muy inestables, Ahora ya vez, he cogido kilos. Cómo me llamarías  en estos momentos ¿el “cerdito”?

Para mi fue una verdadera liberación salir del instituto. Después, con esfuerzo y habilidad, he sabido llegar a unas cotas de elevada responsabilidad. Pero  ese rencor, que te he tenido, no lo quiero aplicar a estas alturas de mi existencia. Te encuentras en un mal momento y me dices que tienes un chico que estudia en la facultad, primero de Derecho. Ese crío merece ayuda y tu situación no está para grandes expectativas. Porque esa es otra: sin titulación alguna, dónde quieres que te contraten, a punto de cumplir los cincuenta tacos. Lo más inmediato es que lleves un sueldo a casa. Puedo mover los hilos y mis influencias, para que te den un puesto de conserje, en alguna dependencia oficial. Tendrías la categoría de auxiliar contratado. No es mala colocación, para una persona que ha pasado tantos años vendiendo electrodomésticos. Puedes llegar a los mil euros al mes. Y no olvides que es una plaza en régimen de temporalidad. En cualquier momento te pueden dar una patada en el trasero y mandarte a casa. Pero en fin, mientras  yo esté en la Consejería, puedes dormir tranquilo.  El “pirulí” ayuda al “campesino” ¡quién me lo iba a decir, hace tres décadas!

 Feli, un tanto cohibido por la verborrea expresiva de su antiguo compañero y actual consejero del gobierno regional, apenas intervino en la “conversación”. Tras unos treinta minutos de entrevista, Raimundo se excusó por tener que atender a una apretada agenda, a pesar del día tan especial en el que se hallaban. “No te lo vas a creer, pero hasta las siete de la tarde, en un día de Nochebuena como hoy, no podré estar en casa, para estar con la familia. Así es la política. Tiene sus incentivos y también servidumbres. He pasado tus datos al departamento de personal. Ya recibirás una comunicación, a fin de que firmes los papeles necesarios. “Sr. conserje”, confío que desde ahora te vayan mejor las cosas. Y vota a mi partido, en las próximas elecciones”. Éstas fueron las últimas palabras pronunciadas por el muy seguro y pleno de autoestima gobernante, estrechando de nuevo la mano de su antiguo compañero de aula.

Caminando pausada y reflexivamente hacia su domicilio, Feliciano se sentía inmerso en sentimientos contrapuestos. Por una parte, sentía la alegría de poder comunicar a Inés, su compañera, la esperanza de ese nuevo puesto laboral que le había prometido Ramo. Dada la situación económica y las características de su currículo y edad la propuesta era un seguro de vida que debía saber aprovechar. Pero, al tiempo, pensaba acerca de los errores que se cometen en esa edad de la adolescencia, en la que nuestro inmaduro comportamiento puede provocar mucho daño en los sentimientos ajenos, heridas que no todos son capaces de suturar a pesar del tiempo transcurrido. En un día navideño, Raimundo había sabido ser generoso ante una doble necesidad. La de su antiguo compañero y “enemigo” de clase, pero también en la búsqueda de un nuevo camino en la voluntad de su memoria que hablara del perdón y la amistad, valores que engrandecen e iluminan nuestra realidad como humanos.-    


José L. Casado Toro (viernes, 06 Octubre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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