jueves, 17 de noviembre de 2016

PREGUNTAS Y RESPUESTAS, EN LA JOVEN DESORIENTADA DEL TROLLEY AZUL.

Me encontraba caminando por una muy densificada zona urbana para el tráfico peatonal y de vehículos, vinculada al gran núcleo intercambiador para la movilidad en la estación ferroviaria de Málaga. En este populoso espacio, no lejos de las templadas aguas mediterráneas que se acomodan en la bahía, coordinan sus prestaciones distintas modalidades para el transporte de viajeros: trenes, autobuses, metro, taxis e incluso el servicio gratuito municipal de bicicletas. Las distintas estaciones y paradas, de estos versátiles medios para la movilidad del la ciudadanía, conforman un perímetro geométrico, cuyos vértices están separados unos de otros por una reducida distancia en metros.

Cuando atravesaba la Estación de Autobuses, camino de la zona comercial inserta en la Estación de ferrocarriles Málaga María Zambrano, escuché por los altavoces cómo anunciaban la llegada de diversos autocares, procedentes desde distintos orígenes de nuestra geografía peninsular.  Me quedé unos minutos observando como sus conductores realizaban hábiles maniobras, estacionando sus voluminosos vehículos en las numeradas isletas señaladas al efecto. El trasiego de pasajeros, unos saludando a los familiares que les esperaban, otros recogiendo sus respectivos equipajes, mientras que algunos buscaban el autobús en el que habrían de partir, dibujaba todo ello un cosmopolita y ruidoso panorama que vitalizaba y, al tiempo, distraía.

En un momento concreto, fijé la vista en una joven que hacía rodar con su mano diestra un trolley de color azul marino. La chica, que vestía una trenka de color beige, vaqueros muy ceñidos y unas converse bastante “trabajadas”, se movía de un lugar para otro mostrando en su rostro una expresión de nerviosa desorientación. Su frágil figura me hacía suponer que apenas superaría  los veinte años de edad. Al cruzarse nuestras miradas, se dirigió con rapidez hacia mí, previsiblemente con el ánimo de hacerme alguna pregunta.

“Discúlpeme, por si le molesto, pero … si me pudiera ayudar… Me encuentro profundamente abrumada y confundida y no encuentro a quien acudir. Sé que hay muchos pedigüeños por todas partes, pero es que lo único que me quedaba lo he gastado en este billete de bus. Y en el monedero sólo tengo unas pocas monedas. He estado viajando toda la noche y sólo he tomado medio bocadillo que me dio una señora, compañera de asiento. Le aseguro que mis problemas son mucho más complicados todavía.”

Las palabras que escuchaba, pronunciadas con un tono de origen norteño, tal vez próximas a tierras gallegas, provocaron mi curiosidad  y ese sentido solidario que , de manera afortunada, aún nos esforzamos en mantener. La compra, en el Mercadona de la estación, podría esperar. En realidad no me hacía falta nada urgente en la despensa, por lo que entendí interesante atender la situación de aquella nerviosa interlocutora, de cabello castaño y ojos celestes aunque un tanto enrojecidos por el cansancio lógico que acumulaba, derivado de un probable largo viaje. Eran las 10 y 15 horas en una mañana bastante fría por la humedad del otoño, aunque con el cielo limpio de nubes. Me ofrecí a invitarla a ese desayuno que sin duda necesitaba. Pensé que, tras reparar fuerzas con el alimento, estaría mucho más serena y podría explicarme algo de todos esos problemas que tanto parecían atribularle. Bien es verdad que también algo me decía en el subconsciente, sobre si no me estaría metiendo en algún lío de consecuencias ingratas.

Pudo más en mí la generosidad sobre la prudencia o la prevención hacia una persona que en nada conocía, por lo que en pocos minutos ambos estábamos sentados en una cafetería cercana. Tania (ese era su nombre) sólo pidió un mixto de jamón y queso, junto a un café con leche. Aunque yo había desayunado antes de salir de casa, pedí al camarero una infusión de manzanilla con anís.

A poco de sentirse más repuesta, mientras desayunaba, comenzó a narrarme, con la mayor espontaneidad y fluidez expresiva, una complicada historia en la que ella era la principal protagonista. El contenido de la misma, así como algunos detalles específicos, provocaron mi asombro, el cual iba en aumento a medida que me aclaraba datos acerca de su presencia en nuestra ciudad.

“Si, efectivamente no se equivoca. Soy natural de Orense. Cuando estaba terminando el bachillerato en el instituto, me fui de casa. Quise unirme en pareja con una persona bastante mayor que también abandonó a la que era su mujer. Ambos estábamos muy enamorados. Esta drástica decisión la tomamos a partir de cuando yo había alcanzado la mayoría de edad (he cumplido, recientemente, veintidós). En realidad, a mi madre tampoco le importó en demasía esta aventura pues, desde que había enviudado, su comportamiento con respecto a su corta familia (yo soy hija única) había dejado bastante que desear. 

Mi pareja, un profesional de la banca, fue trasladado por su entidad a la provincia de Ávila. Allí le acompañé y hemos estado conviviendo casi tres años. Esa buena relación inicial se fue deteriorando, con el paso del tiempo. Especialmente, porque Mario cometió un grave error en su gestión financiera, que estuvo a punto de llevarle ante la justicia. Eso afectó en mucho a su carácter, perjudicando la buena armonía que ambos manteníamos. Su refugio en el alcohol empeoró aún más las discusiones y tensiones de cada día entre nosotros. No le niego que me sentí maltratada, con actitudes violentas, tanto de palabra como de acción física, especialmente cuando bebía. La situación se hizo insostenible. Pasé incluso miedo real, en determinados momentos. Hace unos días tomé la inevitable decisión de abandonarle, aunque su carácter, cada vez más violento y posesivo, me ha obligado a realizar una especie de huida, camino de Valencia, Allí reside mi mejor amiga, compañera de estudios durante muchos años. Conoce perfectamente mi situación y me ha ofrecido su generosa hospitalidad.

Por extraño e insólito que parezca lo que le voy a contar a continuación, debe creerme. Sé que es difícil hacerlo, por supuesto. Viajando en el bus hacia Madrid, me encontraba agotada y estresada, producto de las tensiones sufridas en los últimas semanas. Esta línea de transporte, hace una breve parada en la estación de la capital. Allí tenía que haberme bajado, para tomar otra línea con dirección a Valencia. Me quedé dormida y nadie me avisó que habíamos llegado a Madrid. Cuando me desperté, el autobús había seguido su camino y estábamos por Jaén, camino de Málaga. Imagine mi situación. He llegado a Málaga, cuando debía de haberlo hecho en Valencia. Mi estado de confusión es enorme y, además, lo que tengo en el monedero seguro que no me llega para sacar un nuevo billete . Además he de avisar a Iryna, mi amiga, para que no se inquiete cuando vaya a esperarme y no me encuentre. Todo esto parece una historia de película, pero aquí estoy. Muy cansada, confundida y con mi trolley azul, como única pertenencia. La papeleta … es de aúpa. Por cierto, gracias por el desayuno y por aceptar escucharme. Ha sido una suerte haberme dirigido a una persona con la generosidad y el gran corazón que Vd. posee.”

Confieso que yo también me sentía un tanto abrumado. No sabía si me encontraba caminando sobre la verdad o “embarcado” en una complicada historia de impredecibles ramificaciones. Miraba los claros ojos de Tania y la orfandad que parecía transmitir su figura, modestamente cobijada en una también muy usada trenka  de color beige. “¿Y por qué no has acudido a una asociación que pueda ayudarte o incluso a la policía?”. Mi joven interlocutora agachó su mirada y permaneció en silencio. Así permanecimos, ella y yo, durante unos largos minutos, tiempo que no sabría cuantificar. Al fin llamé al camarero, para pagar nuestra consumición. Previamente había adoptado una difícil decisión. Fuera real o no, la información que la chica me había facilitado (había elementos en la misma que no resultaban fáciles de creer) mi conciencia no me permitía dejar a aquella “chiquilla” en la estacada. Algo había que hacer. Aun a riesgo de equivocarme, me dispuse a seguir en el “juego narrativo” que ella me había confiado.

Le dije a Tania que me acompañara a la taquilla de información, a fin de conocer el horario y líneas de buses con dirección a la capital levantina. Allí nos indicaron la línea que tenía su salida más inmediata. Eran las 11:25 de la mañana y el Alsa correspondiente no partiría hasta las dos de la tarde. Pedí al operario de taquilla un billete, Málaga-Valencia, pagando a continuación los 59 € correspondientes a su coste. Se lo entregué a la joven, añadiéndole unas palabras que la hicieron sonreír. Era la primera vez que lo hacía. “Y ahora, no te vayas a volver a equivocar. Cuidado con el sueño, que puedes acabar en un sitio imprevisible”. Me devolvió una mirada en la que mezclaba claramente su agradecimiento y, al tiempo, una cierta extrañeza por mi comprensivo proceder.

Como aún faltaban un par de horas, para que ella tomase la línea de bus, le sugerí que me acompañara al hipermercado cercano, donde tenía que comprar un par de cosas que necesitaba. Así lo hicimos, sentándonos después en unos jardines cercanos, a fin de esperar la hora de partida. Afortunadamente la temperatura del día acompañaba y el cielo seguía limpio de nubes.

Estuvimos hablando un largo rato, mezclando cuestiones intrascendentes con otras confidencias acerca de sus proyectos en la ciudad del Turia. Iryna, su buena amiga, le había hablado de una señora mayor, cuyos hijos querían ponerle una persona de compañía que viviera junto a ella en su domicilio. También me confesó que la relación entre ella y su madre era prácticamente inexistente, desde que ella tomó la opción de acompañar a Mario hasta su destino laboral abulense. Ya, cuando faltaban escasos minutos para la una de la tarde, me pareció humanamente razonable ofrecerle si le apetecía tomar algo, antes de ese largo viaje por carretera que, una hora más tarde, tendría que emprender.

Elegimos una cafetería bastante próxima a la Estación de Autobuses, donde ofertaban menús con comida casera. Yo me limité a tomar una cerveza, mientras que ella disfrutó, sin disimulo, con un plato de cocido andaluz, un poco de ensalada y un flan de vainilla, también de elaboración casera. Nadie podría dudar de que esta chica llevaba sin comer un buen plato de comida desde hacía días. Su apetito era manifiesto.

“Bueno, me tengo que subir ya al bus. Es la hora para la partida. Nunca me han sentado bien las despedidas. Te podría decir (le había pedido que me tuteara) muchas palabras con las que mostrar, una vez más, lo profundamente agradecida que te estoy. Pero, lo más importante de todo es asegurarte que nunca podré olvidar este día. Contar con tu comprensión, confianza y generosidad es algo que difícilmente podemos encontrar en estos tiempos donde prevalece, por todos los lados, el egoísmo y la desconfianza más descarnada. Me gustaría volver a saber de ti, aunque tal vez sea mejor no prometer nada. Creo haberte escuchado decir, a lo largo de este intensa mañana, algo así como que el tiempo tiene sus leyes. Dejemos que el destino nos revele si esas “misteriosas” leyes hacen que nos encontremos una vez más. Para mí sería una profunda alegría. Recuperar esa hospitalidad, amistad y extrema bondad que he recibido por tu parte”.
 
Nos deseamos suerte. Ninguno quisimos hablar de correos electrónicos, números de teléfono o whatsapps. Uno y otro decidimos que era mejor así. Una vez que vi partir el autobús, donde Tania viajaba en el asiento número cinco, pensé en ese nuevo e incierto destino que le aguardaba, más allá del tiempo y la distancia. Deseé que fuera todo lo bueno posible para una joven desorientada, a quien la vida le había hecho crecer a un ritmo excesivamente rápido. Pensé en mi proceder. Estaba convencido de que había actuado correctamente, con una persona que necesitaba ayuda en un crítico momento de su existencia.

Cuando llegué a casa, dejé la cazadora vaquera encima del sofá. Para mi sorpresa, observé que de uno de sus bolsillos cayó al suelo una foto, cuya única imagen rápidamente supe reconocer. Correspondía a Tania y tenía un formato de carnet o pasaporte. Nerviosamente intrigado, comprobé el reverso de la misma. No había escrita palabra alguna en ese pequeño trozo de cartulina. Sólo estaba impresa una imagen de huérfana mirada con la que, probablemente, había querido dejarme su modesta gratitud para ese tiempo siempre incierto y fugaz de la memoria. -  

   
José L. Casado Toro (viernes, 18 de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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