viernes, 20 de mayo de 2016

EL INSÓLITO COLECCIONISTA DE SONRISAS.

Resulta bastante probable que, a lo largo de nuestro tiempo, hayamos tenido relación con personas entregadas a la práctica del coleccionismo. Podríamos citar, a poco de que busquemos en nuestra memoria, numerosos ejemplos de familiares, amigos y conocidos, aficionados a la entretenida práctica de ir juntando objetos de la más variada tipología. Esta curiosa actividad no se lleva a cabo sólo para distraer las horas sino que, en ocasiones, la extremamos y convertimos en un incentivo, tan profundo y visceral, que provoca el desequilibrio y, consecuentemente, el más que profundo desasosiego.

Unos y otros poseemos en el recuerdo aquellas imágenes afectivas de nuestra infancia. En esas tempranas edades, ya nos agradaba juntar lo que denominábamos “mis pequeños tesoros”. Normalmente coleccionábamos estampas y fotos, relativas a películas, modelos de coches, futbolistas, actores o artistas del cine o algunas historias relativas a nuestros grandes héroes de los tebeos. Todavía hoy, cuando percibo el aroma de una tableta de chocolate o las veo alineadas en los estantes comerciales, no puedo por menos que recordar la ilusión que sentía en aquellos lejanos años, no sólo por la dulzura del grato manjar, sino también por ese par de estampas que acompañaban al producto, ubicadas entre el envoltorio y el papel de aluminio que cubría la tableta. La tradicional y prestigiosa marca Nestlé facilitaba, al efecto, unos álbumes, donde había que pegar esas atractivas estampas a fin de ir completando la colección.

Por supuesto que nuestro esfuerzo no sólo se centraba en acceder a las apetitosas tabletas de chocolate sino que, una vez abiertas las mismas y, tras comprobar que ya teníamos alguna estampa repetida, había que proceder a la fase de intercambiarlas por aquellas otras que nos faltaban a fin de completar el álbum, tarea que podía resultar en ocasiones no exenta de dificultad. Siempre había alguna lámina o estampa que se introducía, en muy escasas unidades, dentro de las tabletas. Era, por consiguiente, la “joya” preciada por conseguir. El coste en el intercambio suponía dar varias estampas, a cambio de esa otra que nos faltaba o, incluso además, realizar algún mandato o capricho para el poseedor de tan preciada imagen. 
  
Ya de mayor, las personas también solemos ser aficionadas a coleccionar objetos de la más diversa naturaleza. Los ejemplos son muy heterogéneos. Las cucharillas, con los anagramas de muchas ciudades; los dedales de cerámica; las figuras de muchos animales, especialmente gatos y búhos; los más raros y sofisticados relojes; los preciados discos de vinilo; centenares objetos de vidrio; los artísticos cuadros de pintura; los interesantes sellos de correo, utilizados para el franqueo ordinario; las casitas de cerámica, alusivas a la arquitectura de muchas nacionalidades; monedas, joyas, incluso coches (para aquéllos que tienen posibilidades económicas de hacerlo) fotos y láminas antiguas, latas de refrescos vacías, utilizadas en diferentes países, muñecas de las más hermosas tipologías … y así un largo y heterogéneo etc.

En este contexto resumamos una bella historia, de la que fui partícipe hace ya unos cuantos años, relativa a esta curiosa afición.

Con esas prisas infundadas, con que banalmente nos vemos acelerados, realizaba una mañana el rutinario repaso de la prensa digital. Sueles centrarte en cuatro o cinco diarios, procurando un equilibrio entre las noticias locales y aquellas otras de ámbito nacional e incluso generadas más allá de nuestras fronteras. Normalmente, sólo lees los titulares que cada medio destacan como principales noticias de portada. En el caso de que algunos de esos reclamos te sean de especial interés, entras en la información y profundizas algo más en sus contenidos. Avanzando por las distintas secciones, me llamó la atención un pequeño titular publicitario que aludía al “coleccionista de sonrisas” frase, sin lugar a dudas, especialmente atractiva. Marqué ese aparente anuncio para, con más sosiego, avanzar durante la noche en su contenido.

Tras la jornada laboral, ya en casa, recordé el titular de esa mañana y leí con detenimiento la brevedad de lo que decía. Una persona, llamada Gregorio, solicitaba colaboración para enriquecer su afición en el coleccionismo de “sonrisas”. Poco más avanzaba esa escueta publicidad pagada, a no ser una dirección electrónica a través de la cual se podía contactar con el autor de tan peculiar y sana afición.

Es obvio que el coleccionismo resulta usual entre muchas personas. De manera especial, para con determinados objetos que, por muy diversas causas, les motivan en esa búsqueda que incrementa el valor numérico, sentimental o lo que fuere, con respecto al conjunto acumulado. Y, desde luego, estaba de acuerdo con ese dicho de que “en cuestión de gustos no hay nada escrito”.  Por esta razón comprendía que cada coleccionista se centrara en aquellos objetos cuya motivación sólo ellos conocerían. Pero no era menos cierto que provocara mi extrañeza (posiblemente también la de otros muchos lectores del anuncio) que este señor coleccionara algo tan positivamente ssvilloso como son las sonrisas. sas. a mi extrañeza (posiblemente la de otros muchos lectores del anundio) util, anímico y maravilloso como son las sonrisas. Me preguntaba ¿A qué se referiría exactamente?

Dejé pasar unos días, en los que le seguía dando algunas vueltas a las intenciones exactas de esta persona. Llegué a preguntarme si se trataría de alguna broma, la consecuencia de alguna excentricidad o un anuncio que encubriera algún mensaje oculto o secreto, de intencionalidad sólo comprensible para otra persona o grupo determinado. Al fin, una noche de viernes, tras comprobar que el texto publicitario aún permanecía en esa página de prensa, decidí probar suerte enviando un correo a la dirección electrónica, citada en el correspondiente anuncio publicitario. 

“Estimado Sr. Gregorio. Me ha hecho pensar bastante, su petición de ayuda o colaboración a fin de incrementar (creo entender) su colección de sonrisas. ¿De que forma podría colaborar en la misma? Tal vez pueda ayudarme a entender, algo mejor, este insólito anuncio donde viene adjunta su dirección. Atentamente”.

Transcurrieron, aproximadamente, un par de semanas sin que al buzón de mi correo llegase respuesta alguna con respecto a la comunicación enviada. En ese marco temporal, el insólito anuncio dejó ya de publicarse. No es que me olvidase del asunto, pero sí es cierto que, al paso de los días, el tema de las sonrisas fue perdiendo intensidad en los niveles de mi memoria. Cuando pensaba ya que todo era la consecuencia de alguna broma de origen indefinible, observo con sorpresa una respuesta a mi envío. Estaba firmada por alguien llamado Gregorio Luis. Con cierto nerviosismo, abrí ese correo sumido en interrogantes que necesitaban una respuesta más o menos convincente. El texto era ciertamente largo. Supongo que habría partes en el mismo utilizadas como plantilla para todas las respuestas y algún párrafo o datos específicos modificados para la personalización. Básicamente, transcribo el escrito que llegó a mi poder.

“Apreciado hermano. Muchas otras personas, como tú (permíteme el tuteo) has hecho, se han sentido motivadas en responder a mi “extraña” petición de colaboración. Ante todo quiero agradecer la nobleza de tu sana voluntad.

No es un secreto para nadie. El mundo actual sufre una dinámica de situaciones, regionalizadas pero, al tiempo, globalizadas, que provocan en nuestros espíritus el ánimo depresivo de la seriedad, el letargo de los mejores valores, la materialidad que nos envilece y ese dolor, que no siempre es de naturaleza física, que nos provoca el sin sentido de la tristeza. Pero, ante esta ingrata realidad hay que reaccionar. Debemos cada uno, con nuestra modesta pero dinámica gota de arena, conformar esa gran masa de voluntades que generen situaciones abiertas a las sonrisas. Este buen gesto, en nuestros rostros, será positivamente terapéutico, con ese afán esperanzado por conseguir un mundo menos hosco, menos violento y embrutecido, más verdadero y socializado, a fin de compartir todo aquello que la naturaleza y nuestro esfuerzo  germina para una mejor vida.
   
Sí, desde la sencillez y lejanía de mi celda, en este monasterio perdido entre montañas, yo quiero coleccionar no bienes materiales, a los que renuncié hace ya muchos años. Por el contrario, me esfuerzo en despertar muchas conciencias, para que todos recapacitemos en que el camino que recorremos nos lleva, cada vez más, por la senda errónea de un mundo que padece una preocupante ausencia de sonrisas y amor.

¿Y que puedes hacer tú? ¿Y aquél? ¿Y ese otro, en tan saludable empeño? Creo que, honestamente, mucho. Esfuérzate en dinamizar la fresca esperanza de la alegría, frente a la oscura pesadumbre por carecer de tan saludable valor. Hazlo cada día. Cada minuto. Cada latido de vida, en la limpieza de tu caminar. Mientras más seamos los que así actuemos, más alegría generaremos en un mundo que ansía y necesita cambiar. La sonrisa debe superar el letargo depresivo de la tristeza. No me cabe duda de que, tú también, eres capaz de coleccionar y enriquecer  este hermoso e ingrávido valor.

Cuando lo necesites, será una inmensa alegría recibir tus gratas noticias. Hermano Gregorio Luis”.

En algún recóndito paraje de nuestra contrastada geografía, cielo, agua, tierra y amor, un fraile, imaginativo y tenaz, se esforzaba en difundir el noble mensaje de la sonrisa. Su ilusión era construir un mundo más amable, solidario y vitalizado en bondad. ¿Por qué no comenzar, desde ahora mismo, en tan apasionada aventura?


José L. Casado Toro (viernes, 20 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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