viernes, 29 de enero de 2016

EL MES DE LA SUERTE, EN UNOS GRANDES ALMACENES.

En el creativo mundo de la publicidad vemos, día tras día, que todo vale o casi todo. Expertas empresas, relacionadas con el marketing comercial, ponen su saber y experiencia a disposición de importantes o más modestos empresarios, a fin de que sus negocios mantengan cualificados beneficios en un sector, como el mercantil, donde la competitividad cada vez resulta más agresiva y absorbente. La imaginación de los técnicos publicitarios consigue, en numerosas y asombrosas ocasiones, hacer remontar los beneficios a esas empresas que sufren el letargo y el camino imposible de la disminución en sus ventas.

Las grandes campañas publicitarias suelen ser, en general, laboriosas y obviamente costosas. Sin embargo, hay políticas de imagen, iluminación, sonido u otros incentivos económicos que, sin ser excesivamente gravosos para los empresarios, consiguen unos resultados sorprendentes y muy suculentos para la contabilidad mensual de los establecimientos en donde son aplicadas.

El diseño publicitario puesto en marcha por un importante centro comercial, con un hábil despliegue en los medios informativos, pretendía revitalizar las ventas en uno de esos meses de languidez en la decisión de los clientes. Fue elegido el mes de febrero, tras la vorágine consumista navideña y ese primer impacto de las rebajas de invierno, durante el primer mes del nuevo año. Ya en marzo, la llegada térmica y psicológica de la Primavera suele despertar el interés popular por renovar vestuarios y otros artículos, más o menos necesarios. Por ello esta campaña, generada desde un prestigioso despacho de publicidad, estuvo focalizada para ese segundo mes del año. El objetivo básico era, además de incrementar las ventas en un mes depresivo para el consumo, analizar la respuesta popular ante el curioso incentivo que se ofrecía.

La oferta consistía en que cada día de ese mes, entre lunes y jueves, el cliente afortunado recibiría un apetecible premio a su paso por caja. Un programa informático decidiría, de manera aleatoria, el momento exacto y la caja correspondiente en donde el comprador tendría derecho a elegir un artículo de cualquier sección en esos grandes almacenes. La persona afortunada dispondría de una hora de margen a fin de concretar cuál era el artículo elegido, para llevárselo posteriormente como regalo a casa. Podría optar a cualquier artículo, expuesto en los departamentos integrantes de ese macro centro comercial. Eso sí, el objeto o regalo elegido no podría superar el coste de 600 €. En el supuesto de que el afortunado cliente optase por un regalo de mayor cuantía, la diferencia de precio habría de abonarla desde su propio bolsillo.

El departamento económico del grupo empresarial evaluó el coste de la inversión publicitaria entre 10.000 y 11.000 €, contando con que en los 17 días hábiles en el mes, los afortunados eligiesen regalos valorados en esos 600 € de premio. Lógicamente, la agencia encargada del diseño y difusión publicitaria pasó la minuta correspondiente por sus servicios. El fin último de esta campaña era atraer una masa importante de clientes, a las distintas secciones de este amplio complejo comercial. De manera especial, en esos primeros días de la semana, en las que las ventas decaían de manera notable. Probablemente, muchos de los premiados no llegarían a ese coste máximo fijado en el premio e incluso muchos otros superarían esa cifra, con cargo a su tarjeta de crédito. Había que vender y vender mucho más, en ese mes de transición hacía la siempre esperanzada primavera. 

Prensa, radio e incluso la televisión (la campaña tuvo también desarrollo en otras sedes provinciales de la geografía peninsular) dinamizaron el proyecto, en las semanas previas al mismo. La publicidad aérea, por toda la planimetría urbana, estimuló la difusión del proyecto.  Y ya, desde el 1ª de febrero, el juego aleatorio de un elaborado programa informático fue decidiendo, día tras día, la caja y la hora exacta para señalar al afortunado comprador. El “boca a boca”, especialmente por parte de los premiados, animó también a que muchos clientes se animasen a probar suerte, cambiando incluso el lugar habitual donde compraban los alimentos, ropas y otros objetos necesarios para el consumo familiar.

Los medios de comunicación quisieron conocer, en las primeras semanas de marzo, los resultados de esta novedosa experiencia de promoción mercantil. Para ello se pusieron en contacto con el jefe de relaciones externas en la empresa, Trino Armesto, 43 años, con un doctorado en Ciencias Económicas y varios masters realizados, tanto en universidades europeas como en los Estados Unidos. Veamos algunas de sus respuestas, entresacadas de sus afirmaciones ante la radio, prensa y televisión local.

“Por favor ¿podría hacernos una valoración global de este proyecto comercial que su grupo ha estado desarrollando durante el pasado mes?

Entendemos que todo el proceso ha sido muy positivo. Y no porque deseemos “vender” esta apreciación, cara al exterior, sino porque los datos contables avalan plenamente esta consideración que le manifiesto. En términos globales las ventas, no sólo en esos diecisiete días, sino en todo el mes, se han incrementado casi un 20 % (exactamente, un 19,87 %) con respecto a las mismas fechas del año anterior.  El grupo empresarial, dado el efecto dinamizador de esos resultados, tiene en estudio repetir esta lúdica experiencia en otra oportunidad, dentro de este mismo año”.

¿Cuál ha sido el nivel medio del premio, referido al precio de los productos elegidos por los afortunados clientes?

Si hablamos en términos globales, el gasto medio aritmético por persona ha sido 427,3 €. Ha habido siete clientes que han superado la cifra tope de los 600 € establecida para cada premio. Y, de manera curiosa, también debo indicarle que seis clientes han elegido regalos que no superaban los 300 euros.
Debo suponer, Sr. Armesto, que las anécdotas en esta experiencia  han debido ser numerosas. ¿Cuáles serían, en su opinión, las más significativas?

Efectivamente, hemos tenido muy “sabrosas” anécdotas. No es ningún secreto indicarle que un porcentaje mayoritario de los regalos elegidos han correspondido a las secciones de electrónica, concretamente a la informática, en primer lugar. En este terreno, los objetos más demandados han sido el ordenador personal y las tabletas electrónicas, específicamente los iPads. A continuación, tenemos los electrodomésticos, línea blanca y televisión.

En lo humano, quiero destacar la opción de un hombre que tras conocer la suerte que le había correspondido, nos pidió tiempo para su reflexión personal. Recorrió varias secciones, consumiendo muchos minutos durante sus dudas. Faltaban sólo quince minutos para que se cumpliese ese tiempo que tenía a su disposición, a fin de hacer explícita su petición. En ese preciso momento, nos rogó que le acompañáramos, a la sección de juguetes, ubicado en la quinta planta de nuestro centro comercial. Una vez allí y ante la sorpresa de todos los presentes, nos manifiesta lo siguiente: “Quiero el mejor tren eléctrico de juguete, que Vds. me puedan proporcionar”.

Consultamos el catálogo de existencias, en la base de datos y, en ese momento, sólo disponíamos de un producto de esa naturaleza en otra de nuestras sedes. Concretamente, quedaban dos unidades de ese artículo en Madrid. Pero la petición se había efectuado a tiempo y, en cuarenta y ocho horas, este químico jubilado, de origen leonés pero naturalizado malagueño, tuvo en su domicilio un maravilloso conjunto de trenes, vías, estaciones, equipo dotado incluso con una recreación espacial de colinas, senderos, puentes y poblaciones, todo ello manejado desde un control central. Una verdadera joya de arte. En realidad, es un producto fabricado en el Reino Unido.

Este Sr. que en la actualidad reside en Málaga, viviendo en el domicilio familiar de una hija, nos manifestó la causa de su sorprendente decisión. Tuvo una infancia extremadamente humilde y, año tras año, siempre anheló que, en la mañana de Reyes, apareciera en su casa un tren eléctrico, como el que había visto en los escaparates de una clásica tienda de juguetes, allá en su región castellana natal. A nadie se le oculta que, durante su vida profesional, ha podido adquirir este lustroso juguete. Pero nunca se animó a dar ese paso, tal vez porque se sentía ya un tanto mayor para esta clase de juegos. Puede imaginarse el placer de D. Isidoro, haciendo en su madurez explícito aquel ferviente deseo de la infancia, pudiendo compartir el juego con sus nietas. Al igual que otros niños desean en sus sueños llegar a ser deportistas, cantantes, bomberos o conductores de fórmula 1, este buen hombre, desde sus años infantiles, tenía ilusión por ser jefe de estación de trenes. Cosas de la vida.  Por cierto, en este caso, el precio del regalo superó en algo los 400 euros.”



Actualmente, la competitividad comercial es extremadamente aguerrida. Junto a la dinámica mercantil de las grandes y tradicionales corporaciones, especialmente en el sector alimentario, han ido proliferando las cadenas de supermercados de barrio que, como mallas entrelazadas por las comunidades provinciales y locales, abastecen y disputan esa lucha diaria por hacerse con la mayor fidelización clientelar. Los grandes núcleos de distribución han de enfrentarse, a pesar de su poderío financiero, no sólo con las numerosas cadenas de los súper de barrio, sino también con las absurdas e injustas normas gubernamentales, con respecto a los horarios y días de apertura en el año. Estas normativas favorecen claramente al pequeño comercio que pueden abrir sus establecimientos los trescientos sesenta y cinco días anuales y, por supuesto, las veinticuatro horas que conforman el día. Pero, por razones obvias, estos establecimientos, con menos de trescientos metros cuadrados de superficie no suelen hacerlo. Y vemos al consumidor sufriendo la carencia de esa libertad comercial que sí tiene el comercio minifundista pero que, sin embargo, no la utiliza.

Ciertamente hay una excepción en esta diatriba. La cada vez más intensa presencia de los comercios regentados por personas de origen asiático, popularmente denominados “los chinos”. Hay algunos comercios, en nuestra proximidad vivencial, que son abiertos prácticamente todos los días del año y no sólo durante las horas soleadas del día, sino también incluso en el horario nocturno. Ellos no realizan rebajas encubiertas. Tampoco días sin IVA o meses con el premio del día. El “dumping” que llevan a efecto es su casi permanente presencia para la atención del público comprador. Y ahí siguen, de manera casi permanente, dispuestos para atender la demanda clientelar.

Pero los gobernantes y sindicatos siguen, tozudamente, sin querer ver esta patente realidad. Y las cifras del paro obrero siguen en este país sin bajar de los cuatro millones de personas.

¿Y qué habría que decir acerca de los desérticos y fantasmales barrios de calles vacías, en muchas ciudades y localidades que se autoproclaman turísticas, durante la mayoría de los domingos y días de festividad? 

José L. Casado Toro (viernes, 29 Enero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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