jueves, 27 de agosto de 2015

LAS AVENTURAS COTIDIANAS DE UN PROMETEDOR ESCRITOR NOVEL.


La noticia de su inesperado éxito, en el ilustrado mundo de las letras, tuvo un fuerte impacto mediático. El protagonismo de la noticia correspondía a un joven licenciado en Filología Románica, absolutamente desconocido en el mundo de las letras, que había logrado ser finalista en el más importante concurso literario, de titularidad privada, celebrado en nuestro país. Suscitaba una comprensible expectación el que un escritor novel, tachado desde los oropeles capitalinos con la soberbia y mohosa frase: “es de provincias” y sin más currículo académico que el de ser funcionario de correos en la capital malacitana, obtuviese un apetecible segundo premio en la afamada convocatoria literaria.

Todo ello sucedió hace ya cuatro años, cuando Juan Bernabé envió su primera novela a este concurso literario. Desde sus años de formación, en centros escolares públicos, gustaba practicar el siempre preciado valor de la escritura. Componía numerosos textos, relatos e incluso poemas que sustentaban su innata y, al tiempo, trabajada capacidad para la expresión escrita. Esta afición a las letras fue mantenida durante su etapa en las aulas universitarias, donde cursó el grado de Filología, con alguna ayuda económica oficial y el admirable sacrificio de sus padres, personas modestas que tuvieron que criar a dos hermanos más. Sin éxito en las escasas oposiciones docentes, convocadas por la Junta de Andalucía, probó suerte en el terreno paralelo de la actividad administrativa, donde sí obtuvo una muy bien recibida plaza de auxiliar, para el cuerpo funcionarial de correos.

Aprovechando diariamente esa disponibilidad horaria laboral, al salir de su trabajo a las tres de la tarde, pudo ir construyendo ese gran reto literario de elaborar un bien estructurado escrito. Los casi trescientos folios de esta su primera novela, que supusieron más de dos años de intenso trabajo, fue titulada “La decisión de Margot, en tiempos de la impaciencia”. Con osada valentía, envió su escrito a uno de los más prestigiosos y suculentos concursos literarios españoles, con la firme convicción de que el suyo era un magnifico trabajo. Apenas cumplidos los treinta y tres años, este audaz escritor se vio de la noche a la mañana con un sustancioso premio en el bolsillo y, lo que aún era más importante, gozando de esa fama mediática que suele ser pasajera, si no se alimenta y barniza de manera continuada.

Pero, en esos momentos de ilusionado ornato, se sintió lo suficientemente valiente y preparado para emprender la difícil aventura de intentar subsistir económicamente a través del trabajo literario. A ello contribuyó un contrato de colaboración semanal, con el más importante periódico de la localidad, donde publicaba un artículo en su edición dominical, además de las negociaciones para escribir una nueva novela, por encargo de la editorial que le había concedido el galardón. Solicitó y obtuvo de la Administración una excedencia por tres años, a fin de poder dedicarse por entero para trabajar en aquello que más le vitalizaba: la creatividad narrativa de las palabras.

A partir de este importante cambio en su biografía, estimó conveniente abandonar la tradicional convivencia en casa de sus padres, para lo cual alquiló un soleado ático, situado en una acomodada y tranquila zona urbana, no lejos del centro de la ciudad. Allí reside, recorriendo los días y las horas en esa apasionada aventura de hacer aquello que le gusta y, lo que también es importante, tratando de subsistir económicamente mediante el ejercicio profesional de la palabra escrita. Pero en estos cuatro años transcurridos, desde el aldabonazo concursal en su vida, los resultados no han sido los que, con ilusión desbordante, marcaban sus nuevas expectativas de futuro.

Para comenzar, durante este importante período marcado por las hojas del calendario, no ha llegado a ver la luz el gozoso proyecto de su segunda novela. El escrito que entregó a la editorial, al año y medio del acuerdo contractual, fue  rechazado por el consejo empresarial hasta en dos ocasiones. Primeramente, se consideró inadecuada la estructura “escénica” que presidía el relato. Una vez que se vio obligado a rehacer esa malla argumental, de nuevo la editorial estimó escasamente comercial la difusión de la historia que contaba. Hace aproximadamente un año que recibió la sugerencia de que reiniciera el camino de una nueva novela, presidida por otros recorridos temáticos y estructurales. En otras palabras, se le pedía que lo intentara una vez más, pero cambiando un estilo personal que ellos entendían no iba a resultar interesante para ese irrenunciable objetivo empresarial de vender libros. Y por supuesto, que buscase nuevos espacios y contenidos argumentales.

De manera afortunada, su colaboración narrativa dominical en el periódico se mantiene. También ha recibido el encargo de realizar unas cuidadas y extensas entrevistas, a personajes representativos de la vida cultural provincial. Nombres vinculados al mundo de las letras, la música, el cine, el teatro, la pintura, la escultura y el arte de vanguardia, la ciencia, la tecnología…… van expresando sus criterios y posicionamientos ideológicos, los proyectos profesionales, sin que falten aquellos logros y dificultades en toda esa heterogénea miscelánea de creatividad, estilo y sensibilidad. Estas colaboraciones salen impresas una vez al mes, en el suplemento dominical del periódico. Juan Bernabé piensa en el proyecto futuro de unir todos estos interesantes materiales en un libro, el cual debe mostrar las facetas más significativas que conforman la vida cultural malagueña.

Tras el periodo de esos tres años de excedencia, tomó la difícil decisión de renunciar a su plaza funcionarial en el servicio de correos. Los emolumentos que recibe, por parte de la empresa mediática, le permiten una mínima base económica que hace posible su dedicación absoluta al mundo de la palabra escrita. A ello hay que unir la cantidad que recibió como finalista en el concurso literario, así como el porcentaje correspondiente a los derechos de autor en las ventas de la novela que, bien invertidos, le ayudan a sostenerse económicamente. En ocasiones, ha sido invitado, por distintas instituciones culturales, a pronunciar algunas charlas y a intervenir en coloquios con otros escritores en diversos certámenes. Además de sostener su imagen social, estas intervenciones suelen ser compensadas, aunque no siempre, con algunos incentivos monetarios. En este sentido, tiene un especial recuerdo o anécdota para la sonrisa.

Cierto día recibió una comunicación escrita, procedente de una importante institución educativa local, preguntándole si estaría dispuesto a dirigir un cursillo de seis sesiones, sobre la técnica y estilo literario, impartido para alumnos de segundo de bachillerato. Dicho curso se desarrollaría durante seis miércoles consecutivos, con exposiciones teóricas y actividades prácticas de 90 minutos cada una. Dado que la invitación estaba remitida por un prestigioso colegio privado de titularidad religiosa, dedicado a la formación de alumnos pertenecientes a familias socioeconómicamente importantes, aceptó de inmediato el ofrecimiento. La preparación de las distintas sesiones, así como el desarrollo de las mismas, le supuso una dedicación temporal importante, aunque presumía que los réditos que obtendría por su esfuerzo serían suculentamente atractivos.

El trabajo con los bien motivados alumnos fue realmente estimulante. Abrir caminos en la comprensión y práctica literaria, para estas jóvenes generaciones de estudiantes, fue una experiencia laboriosa pero, al tiempo, muy grata en lo humano.  Tras la ultima sesión, la dirección escolar organizó un acto social de clausura, al que asistieron los bien encorbatados adolescentes, con el prestigioso logotipo institucional en sus chaquetas, acompañados por sus respectivas familias. Antes de la merienda, servida al efecto por una bien afamada empresa de catering, intervinieron con sus palabras algunos alumnos y el propio Juan Bernabé, como profesor director del curso. Tras los emocionantes discursos, el homenajeado escritor recibió, de manos del director de la institución colegial, una pequeña caja, primorosamente preparada, como reconocimiento y compensación por su intensa y cualificada dedicación al curso.

En medio de la expectación colectiva, Juan Bernabé abrió el envoltorio, a fin de mostrar la naturaleza del regalo que recibía. En su interior había una figura de la Virgen María, encastrada en un marco de metacrilato de tonalidad celeste. No hubo otro detalle material, por todas esas horas de preparación, exposición, dirección, corrección de ejercicios y desplazamiento invertidas (la institución colegial se halla ubicada en un espacio natural, a unos siete kilómetros desde el centro de la ciudad). Nueva y jugosa experiencia, en las alforjas vivenciales de la materialidad y la espiritualidad.

Con su juventud madura, de los treinta y cuatro años, este prometedor escritor novel sigue a la espera de completar la construcción de su segunda novela. Se sienta ante su ordenador cada día, cuando el cielo se apresta a clarear el alegre inicio del amanecer. Le agrada madrugar, ya que considera que por la noche tiene la mente menos ágil para diseñar y empatizar con los distintos personajes que participan en las aventuras que narra. Trabaja toda la jornada matinal, dedicando la tarde, tras el descanso de la sobremesa (le agrada prepararse su propio alimento, lo que hace diariamente, salvo los fines de semana cuando visita a sus padres o a las familias de sus dos hermanos) a pasear por la naturaleza montañosa y marítima o, tambie﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽a desde el teclado y su imaginacide la historia. s familias de sus hermanos) le agrada prepararse su propio alimento, én,  a documentarse bibliográficamente. Ello es necesario para mejor sustentar el contexto de las historias que recrea, rellenando páginas y capítulos desde el teclado, gracias a su prodigiosa imaginación.

Esta rutina, del día a día, en el labrado artesano de las palabras, la realiza desde la tranquilidad acústica de su pequeño pero coqueto ático, en las faldas del monte Gibralfaro, sosiego varias veces interrumpido en el día por esas campanas que anuncian el rezo, en un convento de clausura ubicado a pocos metros de su pequeño bloque. Los sutiles y líricos cánticos de las religiosas, con el tañer de los toques seis veces al día, se mezclan con el sonido emanado de esas teclas que sus dedos mueven con destreza y pericia creativa. No son pocos los días en que pierde la concentración de la trama, con la llegada acústica del rezo sublime de las monjas (desde el ático de su residencia se puede ver una pequeña parte del claustro conventual). Sin embargo el aún joven compositor o artesano de las palabras, entiende que esos cantos suponen una bella forma de hablar con la divinidad al igual que él también intenta, con los textos que escribe, dialogar y compartir con ese lector amigo que, pausadamente en la aventura, disfruta, reflexiona y aprende. -


José L. Casado Toro (viernes, 28 Agosto 2015)
Profesor


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