viernes, 31 de julio de 2015

LA EDUCATIVA HERENCIA DE ASUN.


La vida de Asun era similar a la de tantos millones de personas, cuya ejemplar trayectoria queda sin ser recogida en los manuales de Historia, ni tampoco en las páginas diarias de la información periodística. Desde muy joven fue adiestrada, por su abuela materna, en el útil arte de la costura. Eran tiempos en que la ropa era trabajada por las manos expertas de esos modistas y modistos en sus talleres, admirablemente artesanales. Bodas, bautizos, onomásticas y otras celebraciones, suponían ilusionadas oportunidades para encargar ese traje, falda, camisa o pantalón, cuya acertada hechura se elaboraba con paciencia, arte y habilidad, para la mayor satisfacción de la fiel clientela.

El taller de esta laboriosa mujer, en la zona de Dos Aceras/Carretería, era bien afamado por su buen hacer y precios razonablemente asequibles. En sus mejores momentos para el ejercicio laboral, trabajaron en él hasta cuatro personas, durante muchas de las horas del día. Ello permitió a su propietaria ir acumulando una buena renta que supo administrar con esmero y prudencia, para aquellos momentos en que la suerte se tornase esquiva. Y así sucedió, con la llegada de los centros comerciales y esa ropa estandarizada, pret a porter (listo para llevar) de la ingente producción industrial. La costumbre social mayoritaria, con las nuevas formas de comportamiento, hizo que la gente dejara de acudir a estos talleres o sastrerías, sustituyéndolos por el peregrinaje a esos santuarios de la abundancia, ofertando las mejores ofertas, de toda una masa de ropa elaborada con los avances asombrosos de la mecanización.

Aún en esos nuevos tiempos en las costumbres populares, Asun supo adaptarse a los modos comerciales de la estandarización. Comenzó a realizar trabajos de arreglo en la ropa, para la sección textil de una gran firma comercial. También abrió un pequeño local, en los planta baja del bloque de pisos donde vivía, consiguiendo sumar una clientela fiel que le llevaba encargos con bastante frecuencia. Mangas, bajos de pantalones, botonadura, cremalleras y demás reparaciones, para esas prendas de calidad que siempre gusta conservar y disfrutar.

Por esos azares del destino, esta buena mujer no supo encontrar la adecuada oportunidad para el matrimonio. Gozaba de un bondadoso carácter y la imagen que ofrecía su físico era bastante normalizada, quizás con tendencia al sobrepeso. Tuvo en su juventud algunos pretendientes aunque, la intensa dedicación al trabajo, junto a la voluntad de unos y otros, no hizo posible la experiencia de la vida matrimonial. Su única familia la formaba una hermana, Esther, tres años menor que ella, casada con un funcionario judicial, que tenía dos hijos, Lourdes y Máximo, los cuales siempre buscaron en su tía, con un proceder más que egoísta, el apoyo económico que ella nunca les negó. Los dos hermanos trataban así de compensar los errores profesionales en el que ambos se veían envueltos con excesiva frecuencia.

En varias ocasiones el esfuerzo de sus ahorros pudo solventar esas letras hipotecarias firmadas, de manera alegre y despreocupada, por su irresponsable sobrino y sacar de otros apuros familiares a Esther que, con una familia numerosa de cuatro hijos y un marido con trabajos eventuales, afrontaban meses en que no les llegaba ni para el sustento más básico. Aunque después de ayudarles económicamente, recibían de su tía reprimendas y consejos al tiempo, los dos sobrinos siempre veían a Asun como la alcancía generosa que permitía resolver los apuros de última hora. Y así, mes tras mes.

Hace unas semanas, cuando trabajaba unos dobladillos en su máquina Singer de siempre, su ya cansado corazón dejó de latir. Próxima a cumplir los setenta años, comentaba en ocasiones a sus amigas que tenía ilusión de hacer un viaje a Marruecos, para cuando se jubilara como autónoma. Ella, que apenas salido de su ciudad natal, deseaba conocer este país del norte de África, en donde había nacido aquel apuesto joven que conoció en su adolescencia. Esa atractiva posibilidad hizo vibrar sus sentimientos durante los meses en que duró el idilio que, al final, no alcanzó el anhelado objetivo conyugal. Había sido un verdadero amor que nunca desapareció de su memoria. Y aun mantenía esperanzas, ya en su avanzada madurez, de poder contactar con aquella persona a la que tanto quiso y deseó.

Su única y corta familia, nunca había sabido a ciencia cierta el patrimonio que Asun había podido juntar, tras los numerosos años de esforzada dedicación laboral en sus talleres de ropa. Aunque siempre fue generosa con sus sobrinos y hermana, comprobaba que éstos, fundamentalmente, buscaban en ella esa manos tendida para solventar carencias, errores y caprichos, de manera especial en los dos hijos de Esther. Ella siempre les aconsejó que debían sentar cabeza, dándole a sus vidas una orientación más responsable y segura. Pero los mejores consejos no siempre encuentran la receptividad necesaria en aquellos que no saben o quieren ver, con la racionalidad necesaria, la realidad de la vida. Así que ambos jóvenes, hoy ya adultos, malgastaron formación, apoyo y paciencia familiar, con un comportamiento que contrastaba de manera palpable, con la sensatez y ejemplo que su tía les había tratado siempre de inculcar.

Una vez sosegado el duro impacto de la inesperada pérdida, la familia de Asun comenzó a gestionar los trámites necesarios para conocer y recibir el patrimonio que ésta había acumulado durante los años de vida. Su hermana Esther quedó asombrada al conocer, a través de un abogado amigo de la finada, que existía una voluntad testamentaria que ella había decidido no darlo a conocer mientras viviese. Pensaban que, además del piso y el local que, en la actualidad ella utilizaba como taller de arreglos, habría alguna cuenta bancaria, probablemente joyas y algún que otro valor específico, junto al mobiliario y los enseres propios de cada hogar. 

Y hoy, lunes 4 de Mayo, en un céntrico despacho notarial, Esther,  (lleva ya un año separada de su marido, por incompatibilidad de caracteres) y sus hijos han sido citados para una reunión donde se va a dar lectura de la voluntad expresa de Asun, con respecto a sus bienes patrimoniales. Las tres personas mezclan su preocupación e ilusión por conocer el contenido de un testamento, cuyo contenido a ellos les va a afectar de manera indudable. Conociendo la generosidad de su hermana y tía, respectivamente, piensan que ahora podrán hacer frente a sus carencias y caprichos más inmediatas, pues no dudan en reconocer que Asun era muy trabajadora y prudentemente ahorrativa, pensando con responsabilidad en los años de la jubilación laboral. Es un día con temperatura templada y un cielo que transmite el valor, positivamente anímico, de una Primavera que brilla con todo su fulgor.

El Sr. notario procedió a desarrollar el ritual propio de estos casos, dando lectura al contenido de la voluntad expresa de la finada. A medida que las palabras iban llegado a sus oídos, los asistentes al acto incrementaban su nivel de inesperada sorpresa. El amplio piso y el local, donde estaba ubicado el taller de arreglos, eran transferidos a una asociación que ayudaba a todas aquellas mujeres que habían sido victimas de malos tratos y abusos por parte de sus parejas y que tenían que buscar acomodo en centros de acogida. Era su voluntad que el piso fuese dedicado a acoger y paliar el drama de estas mujeres con sus hijos, hasta que pudiesen encontrar una residencia estable en función de su ejercicio laboral. Todo el mobiliario también era cedido gratuitamente a dicha asociación, salvo dos elementos: la máquina de coser, Singer, aquella que Asun siempre había utilizado para su profesión, sería entregada a su sobrina Lourdes. Su sobrino Máximo tendría un completo equipo de herramientas y albañilería, que permanecía guardado en un cuartito que servía como trastero. Las pocas joyas, que contenía un precioso joyero de taracea granadina, sería entregado a su hermana Esther.

Existía una cuenta de ahorros, que Asun tenía contratada con una entidad bancaria.  En este momento el saldo de la misma ascendía a 12.300 €. Y en el domicilio de esta laboriosa mujer, una pequeña caja fuerte guardaba 24.000 € en su interior. Sus dos sobrinos recibirían 2.000 € cada uno. El resto iría directamente a un conjunto de asociaciones benéficas, nominalmente detalladas en el documento testamentario. Y había una larga carta, dirigida conjuntamente a Lourdes y a Máximo.  El contenido de la misma decía así:

“Mis queridos sobrinos. Quiero entregaros esta breve reflexión, que os llegará cuando ya no me encuentre entre vosotros. Yo, que no he podido gozar de la maravillosa experiencia de la maternidad, os he considerado, desde siempre, como unos ahijados de corazón. Siempre he querido tener las puertas abiertas hacia vosotros, para hablaros, aconsejaros y, por supuesto, ayudaros. Cuando os sentía felices, yo también lo era. Y cuando veía que cometíais errores, yo también sufría sus efectos. Creo que, en muchos aspectos, tenemos que aportar un profundo cambio a vuestras vidas. Yo he trabajado, desde mi adolescencia, día tras día. A veces, con grandes dificultades en mi entorno. Pero esas dificultades me han servido de acicate para ser responsable ante mis obligaciones y hacer aquello que me enseñaron y más me gustaba: trabajar, en la en la confección de ropa y en la reparación de las prendas de vestir. Y he sido feliz, yendo a descansar cada noche con la conciencia tranquila, pues el trabajo y la responsabilidad dignifica. Y eso es lo que siempre os he aconsejado. Sé que, muy probablemente, el contenido de mi voluntad testamentaria os defraudará e incluso os enfadará. Pero quiero ofreceros esta mi última lección, como buen ejemplo para vuestras vidas. Esa máquina de coser, ante la que he pasado tantos años, te la cedo a ti, Lourdes, como metáfora e incentivo de un camino que tu puedes tomar, si así lo deseas. Y esas herramientas, para ti Máximo, para que te pongas a trabajar de una vez, con seriedad, con sacrificio y con esa voluntad que todos debemos aplicar a nuestros objetivos en la vida. Ambos debéis cambiar. No debéis seguir en esa comodidad y pasividad ante un complicado mundo que exige esfuerzo y sacrificio. Que vuestra vida mejore. Que seáis más felices y fuertes ante vuestra conciencia. Besos, tía Asun”.

Cuando volvían de la notaría, caminando hacia el bus que les iba a llevar hacia Teatinos, Máximo y Lourdes comentaban indignados acerca de la situación que habían vivido aquella tarde, profundamente frustrante ante sus iniciales expectativas. Aunque hablaban en voz baja, Esther pudo escuchar frases como “¡Vaya caradura! ¡Vaya poca vergüenza, la tía! ¡Dárselo casi todo a organizaciones sociales! ¡Cómo se ha reído de nosotros!” Esther, que caminaba unos centímetros más atrás que sus hijos, no dejaba de musitar, también en voz baja “Gracias,  hermana. Una vez más has querido darnos la mejor lección. Sin ser madre, has sabido hacerlo mucho mejor que yo”.-


José L. Casado Toro (viernes, 31 Julio 2015)
Profesor

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