viernes, 19 de junio de 2015

EL COMPLICADO JUEGO DE LAS VERDADES INCÓMODAS.


Esta tarde de sábado, en la avanzadilla del nuevo otoño, se ha presentando un tanto desapacible. El viento frío y racheado de poniente, junto a un cielo encapotadamente plomizo que impide la llegada del sol, hace que apetezca quedarse en casa, buscando el disfrute del hogar. Cada semana, tres veteranos amigos se reúnen para compartir un buen rato de charla y paseo, con la merienda correspondiente que, no pocas veces, se enlaza a esa buena cena que gratifica el periódico reencuentro. Y es que su amistad está anclada desde las aulas escolares, ya que los tres son prácticamente coetáneos en la edad. Cada uno de ellos eligió un camino profesional diferente para sus vidas. En este momento están ya jubilados de sus quehaceres laborales y, al igual que hacían durante su etapa de actividad, mantienen ese día semanal para el reencuentro que sustenta el firme afecto que gratamente los une.

Hoy están citados en el domicilio de Claudio. Tras más de cuarenta años ejerciendo la medicina, como ginecólogo, este reputado profesional vive junto a su única hermana que, por diversos avatares, no llegó a pasar por la vicaría o el juzgado, aunque tuvo sabrosas aventuras en sus años más mozos. Hace ya un par de décadas, Claudio y su mujer decidieron caminar separadamente por la vida. Esta desvinculación, largamente anunciada por la incompatibilidad de sus caracteres, la llevaron a cabo de una forma civilizada e incluso cordial. Habían llegado a una situación en que ninguno de los dos soportaba a su pareja, por lo que muchos amigos comunes se preguntaban cómo habían aguantado y escenificado tanto la difícil convivencia que mantenían.

Siempre puntual, da sus tres toques característicos en el portero electrónico de este céntrico bloque, con aires señoriales. Evelio, soportando unas incómodas molestias cervicales y una rodilla con su articulación malparada cedió, hace ya dos años, el oficio pastoral a un compañero sacerdote bastante joven y que, por su espléndida formación, podría incluso algún día pensar en responsabilidades episcopales. Evelio nunca lo ha negado. Se siente a gusto con su mentalidad extremadamente conservadora y ultramontana, añorando esos otros tiempos para la clerecía que fueron intensamente modificados tras el Vaticano II. Habría sido feliz, ejerciendo su apostolado en tiempos del Concilio de Trento. A pesar de ser un tanto cascarrabias, todos quienes le conocen y tratan valoran la bondad de su corazón, por debajo de esa coraza de cura serio y defensor del dogma más ortodoxo en lo eclesiástico.

No acababa este sacerdote de cerrar el portal de la entrada, cuando vio acercarse, resoplando como en él era usual, a su amigo Irineo. Desde muy joven, la recomendación de un tío situado en negocios de finanzas, le abrió las puertas laborales de una afamada Caja de Ahorros, dominante en la región meridional peninsular. Su buen comportamiento en la empresa, junto a sus cualidades comerciales innatas, le hicieron ir controlando puestos de responsabilidad, hasta alcanzar la dirección de varias sucursales por importantes localidades de la provincia. En la actualidad, lleva casi ocho años prejubilado, aunque siempre saca tiempo para ayudar a futuros opositores a una plaza en Hacienda, campo en el que es diestramente experto. No les cobra por ello, aunque acepta buenos regalos de aquellos que aspiran a conseguir un trabajo estable en la Agencia Tributaria.

Tras dar buena cuenta de los bizcochos que ha traído Irineo, acompañados de ese mágico chocolate caliente que tan bien sabe preparar las expertas manos de Encarna, la hermana de Claudio, pasan al salón de la casa donde les espera, encima de la mesita central, esas copas a llenar con un buen brandy de marca. Comentan, amigablemente, las noticias de prensa propias del día cuando, a los pocos minutos, Claudio sugiere que vuelvan a practicar ese juego travieso de las preguntas incómodas, que tanto les distrajo e interesó la vez en que lo practicaron, hace unas cuantas semanas.

“Propongo que hoy no sean sólo preguntas. Sino que cada uno de nosotros, en una doble ronda, se sincere, narrando alguna página no elogiosa que haya protagonizado en el ejercicio de su profesión. Se trata de recordar y compartir esa acción desafortunada de la que hoy se siente arrepentido. Cuando terminen las rondas, podremos hacer algunas preguntillas sobre cada caso pero, eso sí, evitando juzgar y molestar al amigo que intervenga. ¿Qué os parece?”

La propuesta de Irineo fue aceptada de inmediato por sus dos compañeros y amigos de toda la vida. El primero que decide intervenir es Evelio. Por cierto, este sacerdote se va habituando a usar del clergyman, prenda de vestir profesional o vocacional a la que siempre mostró reticencias. Tras sorber un buen trago de su copa, comenzó su “confesión” con parsimonia y franqueza.

“Sé que os va a extrañar en demasía lo que va a salir por mi boca, dada la forma de ser en mi carácter. Pero alguna vez lo tenía que contar. Estas cosas cuando se comparten, liberan un tanto nuestra conciencia. Soy cura ….. y también hombre, por supuesto. ¿Os acordáis que a finales de los setenta estuve destinado un tiempo, en aquel lejano pueblo castellano de Quintanar? Pues bien, fue una época en que me sentía muy sólo y con el ánimo bastante bajo. En fin, que me enamoré locamente de una sacristana que atendía la parroquia. La recuerdo como una recia mujer de muy buen ver y con un carácter duro, típicamente castellano, pero cariñoso al tiempo. Soltera en la vida y con un par de años más que yo. Para colmo, sus padres le pusieron en la pila bautismal el nombre de Pelaya, decisión de austeros campesinos. Caí en la tentación y tuve …… mis cosas con ella. Aquello duró más o menos año y medio, con esa lucha constante de la tentación, la caída en la necesidad, el arrepentimiento, el firme propósito de enmienda y, otra vez, la vuelta al fango de la lujuria ¡Ay la castidad!

En confianza, era una mujer de armas tomar, pero que sabía complacer esa necesidad orgánica y psicológica que como humanos todos tenemos. Un día, abrumado por el pecado, decidí confesar mi falta.  El obispo de la diócesis me tuvo ante sí de rodillas, toda una tarde. Era una gran persona, aunque de ideas renovadoras. Como penitencia, me envió durante un año a encontrar la paz espiritual en un escondido monasterio burgalés, donde el frío y la naturaleza calmaron mi ardor y la tentación. Os confieso que no he olvidado a Pelaya ¡Qué mujer! Igual aún vive. Y lo más gordo o impresionante del caso es que la buena moza era precisamente sobrina carnal del orondo prelado. Todo aquello fue una locura de mi juventud. Os aseguro que es la primera vez que cuento esta escabrosa historia, de la que ha pasado ya mucho tiempo. Como veis, el pecado anida también debajo de la sotana o de cualquier otro uniforme”.

Los dos amigos del cura se miraron asombrados, sin atreverse a pronunciar o articular palabra ¡Quién lo iba a decir… en Evelio! Lo curioso es que esta página escabrosa en su conciencia la pudiera mantener guardada durante tantos años. Y precisamente esta tarde, aprovechando el juego amistoso tras la merienda, había limpiado de una tacada todas esas telarañas que permanecían ancladas en su pasado. La verdad es que no podían sospechar en la rectitud de Evelio un comportamiento de esta naturaleza, aunque fuese desarrollado en años de una juventud ya lejana. Tras llenar de nuevo las copas, con ese brandy que reconforta, le correspondió ahora desnudar alguna de sus sombras al financiero del grupo, Irineo.

“Como la tarde se está vistiendo con verdades y franquezas, yo también tengo alguna página poco elogiosa en los anales de mi vida. Vosotros sabéis donde vive mi hija, con el malasombra de su marido y los sus dos hijos. Sí, esa casita en el campo, muy bien conectada con la capital segoviana, y con unas vistas impresionantes a la naturaleza. Ahora está muy bien reformada, con comodidades de todo tipo y todos esos los adelantos que la técnica ha puesto en nuestras manos. El caso es que esa casa pertenecía a una modesta familia campesina, acuciada por las deudas. Habían invertido en la compra de maquinaria y en unos terrenos anejos, pidiendo un préstamo hipotecario para hacer frente al gasto. Todo su proyecto agrario fue de mal en peor. Yo seguí el caso desde mi sucursal, en la que ya era director, viendo una posibilidad atrayente para hacerme con esa propiedad, a un precio de saldo. Realmente fue mi hija quien me habló de esa casa, como un lugar ideal para establecer el hogar familiar cuando contrajera matrimonio. Me da vergüenza decirlo, pero tuve delante de mi al matrimonio propietario, suplicando a lágrima viva, cuando llegaba la hora de practicar el embargo hipotecario. Podía haber sido más flexible y humano (la casita había sido construida por el abuelo de esta familia,  con el esfuerzo de sus propias manos…..). Era muy doloroso, para una generación más avanzada, ver perder la historia de su pasado. Pero mi egoísmo pudo más, desarrollándose el embargo sin la menor piedad por nuestra entidad.

Moví posteriormente los hilos oportunos y la vivienda, con sus terrenos anejos,  fue comprada a un precio de saldo por mi yerno, que siguió puntualmente mis indicaciones. Esos antiguos propietarios, con sus hijos, se tuvieron que trasladar a la capital, en busca de algo en lo que vivir. Ahora están encargados de la portería de un bloque señorial, en la zona centro de Segovia. Han pasado ya casi once años de esta desagradable historia que la tengo ahí clavada en mi conciencia. Tengo que deciros que, al menos, tuve un momento de lucidez y nobleza, en ese fango inconfesable de la ambición. Me ocupé de que la pobre familia encontrara acomodo en ese trabajo de portería, para no quedarse en la calle. Esa es la historia. Pero así nos comportamos a veces. Utilicé mi puesto en la Caja, para conseguir un beneficio personal, poco limpio, para cederlo al goce insolidario de mi hija”.

Lo curioso de estos largos y crudos monólogos, que los tres amigos seguían construyendo durante la tarde del sábado, era el silencio que mantenían hacia la atención de los respectivos narradores. Los tres, mirándose al espejo de sus conciencias, preferían la ausencia de comentarios, a fin de no incomodar más la tensión que, obviamente, embargaba a cada amigo en el turno de sus confidencias. Nuevo repaso a las copas. Afuera, tras los cristales, se había presentado una fina lluvia que ponía aún más brillo en las aceras mojadas, recorridas por viandantes con prisas. En este momento, el anfitrión de la tarde, se alisa su escaso y cano cabello, disponiéndose a intervenir con sus recuerdos.

“La verdad es que todo esto suena a terapia colectiva, pero vamos allá. A mi me ocurrió algo de lo que no me siento orgulloso. Afortunadamente, aquello no acabó en tragedia, pero me hizo tomar conciencia de lo que supone mantener la responsabilidad, en cada momento y lugar.

Me encontraba de guardia en el hospital, en una Noche de Fin de Año. A todos nos ha tocado este regalo alguna vez. Curiosamente, aquel día teníamos sólo dos pacientes, con previsión de dar a luz, probablemente a lo largo de la noche. A eso de las once y media, caí en la cuenta que me había traído, por error, las dos llaves del garaje y que mi hijo iba a ir a una fiesta y no podría entrar a recoger su moto para desplazarse con su novia a la costa. Como la cosa estaba muy tranquila, cometí la insensatez de pedirle a un MIR en prácticas que controlara mi puesto, pues sólo iba a falta unos veinte minutos para ir a casa. Los problemas se presentan cuando menos lo esperas. Tardé unos cincuenta minutos en ir y volver, por un tema de tráfico. Pero en ese tiempo, se presentó una urgencia, de profunda gravedad. Era una madre muy joven con una sintomatología de alto riesgo, tanto para ella como para la niña que venía de camino. Había que intervenir, porque la vida de la chica se nos iba. Este compañero en prácticas afrontó el problema con gran entereza. Yo llegué cuando la intervención estaba en pleno desarrollo. A duras penas se pudo salvar la crítica situación. 

Con la tensión propia del caso, este médico en prácticas estaba dispuesto a presentar una denuncia, por mi comportamiento irresponsable, aunque al final renunció a ello. Me pude haber buscado un buen lío, por abandono del servicio. Esta situación me hizo reflexionar y cambiar, a pesar de mi ya larga experiencia en la profesión”.

Tras este panorama, de profunda reflexión compartida, que los había dejado un tanto apesadumbrados, estos tres amigos de toda la vida adoptaron una sabia decisión. A fin de acabar más animados, en esa noche del sábado, decidieron irse a cenar a un restaurante del centro de la ciudad, en cuya sobremesa iban a planificar un futuro viaje vacacional a la capital madrileña. Eso sí, prometieron que no iban a volver a repetir este juego de las verdades incómodas. Cada uno, en el futuro, practicaría y reflexionaría …… con su propia conciencia. La cena que tomaron en el restaurante, aquella noche de confidencias, fue consomé de cocido, lomo a la plancha con verduras y pastel de frambuesas. Bebieron agua y Rioja, de reserva. Irineo pidió que le dejaran invitar, gesto al que sus dos compañeros no se opusieron. Cuando volvían a sus domicilios, en la placidez de una noche ahora cubierta de estrellas, cada uno de ellos coincidía, en el silencio de su intimidad, en un mismo pensamiento: ninguno de los tres había sido absolutamente sincero, con la página más nublada e inelegante en sus respectivas vidas.-  


José L. Casado Toro (viernes, 19 junio 2015)
Profesor



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