viernes, 12 de junio de 2015

ÁNGELES EN LA PROXIMIDAD. EL DIÁLOGO DE UNA MUJER FRENTE AL MAR.


Nuestro, cada vez más frecuente, acelerado caminar por los senderos densificados del tiempo, dificulta la percepción de su estimulante y generosa realidad. Sin embargo, el fragor de su presencia, sensible, silencioso y vitalizador, nos ayuda y alienta en ese construir y dibujar los trazos escénicos que conforman el lienzo de nuestra existencia.

En el día a día, durante esos minutos que sustentan las horas, tenemos muy cerca de nosotros el soporte benefactor de muchos ángeles, más o menos anónimos, que generan en nosotros esa sonrisa amable, esa placidez en nuestra conciencia, que hace más grato y humanizado el siempre complicado oficio de vivir. Y todo ello al margen de creencias, vínculos religiosos o alistamientos en fanatismos sectarios. Cabe preguntarse ¿quiénes son esos ángeles de la proximidad que, sin alas explícitas en su dibujo corporal, poseen esa valiosa capacidad benefactora para hacer más amable la justificación y disfrute de todos esos amaneceres y atardeceres, que alimentan y enriquecen nuestra memoria? 

Ocupando un privilegiado lugar, podemos hallarlos en el inmenso reino de la naturaleza. Ya sea en la aventura del mar o en la pasión que sustenta la montaña.  Notamos en nuestro rostro la brisa salina de un mar embravecido o en calma, caminamos por esa arena dinamizadora para nuestra piel, sentimos y jugamos con el ritmo monocorde del oleaje o escuchamos la acústica, plena de magia y encanto, que produce la vibración de las ramas y sus hojas, cimbreándose ante la fuerza siempre variable del viento. Nos podemos recrear en el color, forma y aroma que la flores regalan a la percepción de nuestro goce. También sentimos, en su valor, la trascendente comunicación que establecemos con las palabras escritas en cada libro, con las historias proyectadas en la pantallas del cine, en la escenificación que hacen los actores ante nosotros desarrollando el espectáculo teatral y, también, con la música sublime que llega a nuestros oídos, construida desde los instrumentos que conforman la dimensión colectiva orquestal. De igual forma, no debemos olvidar el esfuerzo solidario que realizan los programas radiofónicos, para socializar y divulgar la información, el comentario, la cultura y la distracción a cualquier hora de las que conforman el día y en toda circunstancia o lugar. 

A poco que apliquemos agudeza a nuestra observación, hallaremos también no pocos ángeles revestidos con la humanidad de su ropaje, a pesar de que los doctos en la materia aseguran que la dimensión angelical supone sólo la transparencia espiritual. ¿Dónde podemos sentir la realidad de estos ángeles humanos? No es complicada su localización. En nuestro entorno existen gestos, palabras, sonrisas, actitudes, sacrificios, bondades, luces, presencias ….. cuyo protagonismo está influenciado por esa virtud angelical que tanto necesitamos y agradecemos. Pasemos revista a nuestro perímetro relacional. Con atención y prudencia, no pueden pasarnos inadvertidas esas respuestas e imágenes que, incluso a los no creyentes, les hacen creer, en momentos puntuales para la dureza, acerca de la existencia de ángeles, necesarios y providenciales, insertos en la proximidad.

Son abundantes las historias que avalan lo expuesto en estas líneas introductorias. Acerquémonos a una cualquiera de todas estas vidas que laten, con desigual acústica, en el espacio que pisamos, sentimos, aceptamos y queremos.

Laima es una de tantas jóvenes que, tras conseguir su grado universitario en Filología Románica, esperan pacientemente la convocatoria de oposiciones docentes. Desde sus años escolares en Primaria, mostró capacidad y afición hacia el hábito de la lectura practicando, al tiempo, su cuidadosa destreza para escribir textos, poemas e incluso ese gran proyecto de construir un gran relato que sustentara la elaboración de una primera novela. Hija única del matrimonio formado por Néstor y Dania, tras su exitosa etapa escolar en Secundaria, eligió una “carrera de Letras, aceptando la difícil salida profesional, en estos tiempos, para este tipo de estudios.

Mientras que llegan esas anheladas oposiciones para la docencia, sabe ayudar a su madre en las tareas de la casa, reservando el tiempo necesario para la lectura, la expresión escrita y el estudio de un abrupto temario que le pueda abrir las puertas del funcionariado escolar. Hasta el momento presente, las decenas y decenas de solicitudes y entrevistas laborales, sólo le han dado la opción de trabajos muy limitados en el tiempo (especialmente durante la época de rebajas) y con unas compensaciones económicas verdaderamente precarias. La dedicación autónoma de fontanería, que desarrolla su padre, apenas mantiene las necesidades más básicas de una familia modesta que acepta su situación sin mayores pretensiones o afanes. La chica hizo sus estudios universitarios con la ayuda de una beca concedida por una corporación bancaria, logro que supo mantener, curso tras curso, aplicando esfuerzo y capacidad, con la justa valoración de excelentes resultados académicos.

La proximidad de su domicilio a una zona playera, situada en el muy atrayente espacio axárquico de Nerja/Maro, permite a Laima acudir con bastante frecuencia  a caminar por la arena, jugueteando con esas olas traviesas que rompen cíclicamente en la orilla. Especialmente le agrada desplazarse a la playa durante los fines de semana, cuando tiene un poco más de tiempo libre. Y en este sábado, al igual que el anterior, le ha resultado extraña la presencia de una mujer cercana al medio siglo de vida que pasa minutos y minutos, sentada en una de las rocas, sin dejar de mirar al horizonte marino. Esta señora viste de una forma deportiva, con un chándal beige, cubriendo la cabeza con una gorrilla que la protege en las horas intensas del sol. Debe también residir cerca de este lugar, pues no lleva consigo salvo un pequeño bolsito de hilo, colgado en su cuello. Posiblemente ahí es donde guarda las llaves de su domicilio. Y lo más significativo y extraño es que, durante ese largo rato de exposición y observación frente al mar, Laima cree ver que esta mujer mueve de manera continua sus labios. Parece que está hablando sola o a ese alguien que sólo tiene en la imaginación de su proximidad. Lamia incluso ha llegado a pensar si esa señora pudiera estar sufriendo algún tipo de desequilibrio psíquico.

La repetición de la misma escena, un sábado tras otro (igual esta mujer hace lo mismo durante los demás días de la semana ….) incita a Lamia a intentar conocer mejor la historia que subyace detrás de ese extraño y curioso comportamiento.

“Discúlpeme señora. En distintos momentos la he visto aquí sentada en la roca, pasando largos ratos sin apenas moverse. Pienso que incluso horas. La he visto mover sus labios, como si estuviera hablando o comunicando con alguien. Me agradan muchos los relatos e incluso siento pasión por la escritura, dada mi formación en Letras. Esa afición hace que sea muy observadora, a fin de poder, posteriormente, trabajar imaginativamente sobre esas imágenes y vivencias que he ido integrando en la memoria. En realidad. lo que lo que me preocupa es que esté sufriendo algún problema. Si cree que la puedo ayudar……”

Estrella es el nombre de la mujer en la playa. Observa a su interlocutora con cierta extrañeza, ante la espontánea manifestación de la chica. Tras unos segundos de incertidumbre, le pide que se siente junto a ella.

“Si, yo también me he dado cuenta de que me observabas. Sueles venir, a este tranquila playa, los sábados. Yo lo hago casi todos los días, salvo cuando el tiempo es demasiado frío o desapacible. Tienes razón. Yo hablo todos los días con mi hija. Y sé que ella me escucha. Estoy segura que le llegan mis palabras. Y le pido que vuelva. Que conmigo va a estar bien. Yo la necesito en cada momento de mi vida. Sufro mucho su ausencia. Es muy duro ver amanecer y que mi hija no está en su habitación. Esta soledad se me hace difícil, terrible de soportar. Es una larga historia, que no sé si te interesará conocer. Te puedo contar algunos detalles, para que no me tomes por loca o desequilibrada”.

La explicación de la, un tanto prematuramente envejecida, mujer no tarda en fluir desde sus labios, ante la expectante y respetuosa mirada de su joven interlocutora. Parece evidente que siente una importante necesidad para comunicar.

“Historias parecidas a la mía es probable que las hayas escuchado en más de una ocasión. Siendo muy joven (ahora tengo sólo cuarenta y ocho, aunque aparento muchos más) me enamoré, con el ímpetu de la inmadurez, de un hombre casado y con hijos. Fueron meses de pasión y entrega, de los que nació mi única hija, a la que llamé Iris, por esos ojos celestes tan lindos que poseía, al igual que los de su padre. Este hombre, de economía muy acomodada (poseía importantes centros de hostelería) no quiso reconocer su paternidad aunque, eso sí, me compró la casita mata que ves allí arriba, esa con los dos árboles a la izquierda, para que criara a la niña, pasándome todos los meses una modesta pero, en mi caso, suficiente cantidad económica para nuestra manutención.  Él volvió con su familia legal y hace unos años pude conocer que había fallecido. Sin embargo esa pensión nunca ha dejado de llegarme.

Iris estuvo junto a mi hasta los veinte años cumplidos. Pero una mañana salió de casa y ya nunca más volvió. Desde hacía tiempo, yo sabía que se reunía con malas compañías pero, a pesar de mis consejos, ella mostró siempre un carácter muy independiente. Ahora ya ha cumplido los veintisiete. Sólo un poco mayor que tú ¿verdad? Es un agobiante sufrimiento, al paso de los años, no saber dónde y con quien estará. Y tampoco saber por qué se alejó de mi, de la noche a la mañana, sin la menor explicación o justificación.  ¿Se encontrará bien? ¿Estará junto a buenas personas? ¿O estará sufriendo toda esa miseria que por ahí también abunda?

Tras unos segundos de respiro, por el largo monólogo que mantenía, esta solitaria y extraña mujer continuó con su explicación, ante la atención ensimismada de Lamia.

“Sí, yo le hablo. Y sé que el mar le transmite mis palabras. Le doy buenos consejos, y le pido, día tras día, que no me olvide. Que la vida en soledad es muy ingrata y difícil. Yo le hablo, y pienso que ella me escucha. Ella tiene que recibir mis palabras,  estoy segura de que así sucede. Tu eres muy joven y se te hará difícil comprenderme. Pero la ausencia de Iris cada mañana, cada minuto del día, se me hace duramente insoportable …….”

Han pasado ya algunas estaciones del calendario. Pero, en cada una de las semanas, Lamia ha sabido encontrar el hueco generoso para visitar el domicilio de Estrella. En ocasiones ha ido más de una vez, durante esos cortos períodos de los siete días. Compartiendo, con una madre solitaria y necesitada, ese ratito de conversación, merienda e incluso el paseo por la playa o el desplazamiento al súper. También ella ha encontrado el dulce beneficio de la amistad, con la útil experiencia que conlleva la edad de su amiga. Nunca ha pretendido suplantar a Iris, por supuesto, pero se ha esforzado en teñir, con el manto del afecto, ese lienzo angustiado de una madre que se enfrentó a la crudeza de un destino en soledad. Ahora la ausencia de una hija genética es más llevadera, pues encuentra cariño, afecto y compañía en esta chica que le recuerda a Iris. La sonrisa vuelve a florecer en el mar infinito de su imaginación y el deseo.-


José L. Casado Toro (viernes, 12 junio 2015)
Profesor

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