viernes, 22 de mayo de 2015

CONSTRUYENDO UNA HERMOSA TARDE DE PRIMAVERA.


El reloj marcaba las cinco y media, en una tarde aún por hacer. En ese preciso momento, tuve la afortunada decisión de consultar, una vez más en el día, las últimas entradas de mi correo electrónico. Uno de estos mensajes anunciaba la infeliz noticia de la suspensión del concierto que, tres horas más tarde, tenía previsto protagonizar la Orquesta Filarmónica de Málaga, en el magno “coliseo” artístico del Teatro Cervantes. La indisposición que había sufrido el maestro Sergio Alapont, encargado de dirigir la orquesta en ese fin de semana, había motivado la anulación de este atrayente espectáculo, para los amantes de la música clásica. Por este infortunado motivo, decidí reinventar la programación de una tarde admirablemente templada en lo primaveral. Así pues, me dispuse a gozar de la interesante experiencia de “sumergirme” sociológicamente en un largo y denso paseo por las calles del centro urbano malacitano. Deseaba observar, compartir y analizar, los numerosos retazos escénicos que, en medio del poliedro urbano, se ofrecerían, de forma generosa, a la vista y anhelo de todos los viandantes.

La tensión relacional sociológica era plásticamente atrayentegica﷽﷽﷽﷽﷽﷽al sociola en ese fin de semana, con numerosísima gente que se había “echado” a la calle, dada la muy agradable temperatura ambiente. Este panorama era perceptible desde la Alameda Principal hacia Larios, Nueva, Especerías, Granada, Calderería. Plaza de la Merced, Alcazabilla….. o, también, en ese dinámico  centro comercial que la geografía traza entre la Avda de Andalucía y la Estación Málaga Mª Zambrano. Percibía, por aquí y más allá, un ambiente alegre, bulliciosamente cosmopolita, protagonizado por personas de todas las edades, condición y mentalidad. El abundante turismo extranjero, junto a los visitantes de otras provincias, se mezclaba con el protagonismo anónimo de todos esos malagueños que saben vivir, hasta horas avanzadas de la medianoche, el popular ambiente para el disfrute. Y me dispuse a ir anotando imágenes significativas, vivencias curiosas y reflexiones para la memoria.

Entre los personajes que daban especial colorido a esas arterias, que unen el puzle de edificaciones y plazas, destacaban, entre otros, los tañedores de música callejera, utilizando sus viejos pero entrañables acordeones; los artistas que dibujaban rostros, caricaturas y otras plásticas “hornadas” bajos sus diestros pinceles; el malabarista de los juegos habilidosos que reunía y hacía aplaudir a la numerosa chiquillería y a la que ya no lo es pero así se siente; admirables esos vendedores de almendras tostadas, dispuestas en pequeños mostradores al aire que soportan una muy escasa sustentación (con todo el trasiego incesante de gente, resulta milagroso que su mercancía permanezca en pie, sin caerse, esperando para su consumo); cantaores que trataban, con mgargantas, que aciertonsumorovinciass edades de semanaás voluntad que acierto, modular sus agrietadas gargantas, acompañándose de unas desvencijadas y desafinadas guitarras, confiando en manos dadivosas que atendieran ese platillo viajero que hace posible comer en la noche; espectaculares y asombrosas, esas figuras inmóviles y complicadas para el equilibrio de los más variados personajes, del cine, la naturaleza o la Ciencia. A veces, aparentando monstruos sin cabeza o ejerciendo  equilibrios inverosímiles. Y, entre esos personajes que mueven a la reflexión, una persona mayor en edad, que sin molestar a los que paseaban, se hallaba sentado en una esquina de Calle Granada. Lo hacía tras un pequeño cartel en el que básicamente explicaba que él era un hombre pobre. Algunos de los que paseaban, se le acercaban e intercambiaban palabras con él. En las terrazas de las cafeterías, en decenas de locales habilitados para el consumo, en los miles de mesas callejeras, se practicaba el placer del comer y el beber por tantos prosélitos y seguidores del culto a lo somático, especialmente en la muy venerable cofradía de las cinturas bien dotadas y engrasadas.

Casi sin darme apenas cuenta, me vi rodeado por dos señoras, muy bien arregladas en el ornato de su cabello, pinturas, cremas, perfumes y vestimentas. Portando sendos dossieres bajo el brazo, me preguntan, de una manera incisiva, si quiero contribuir monetariamente para una organización titulada “Helping lost feelings”, algo así como “ayudando a los sentimientos perdidos…” Sé que mi capacidad para la sorpresa es muy amplia, pero cada día el asombro sabe superar al propio asombro.  Casi sin tiempo para el raciocinio, me vi con un boletín en la mano, en el que lo más importante era el puntual y resaltado recuadro donde anotar un número de cuenta bancaria. Preferentemente, Visa o Master Card, con una escala de cuotas de quince euros mensuales en adelante. El inesperado abordaje tenía como marco lateral ese gran portalón de los Helados Mira, en pleno ecuador longitudinal de la deslumbrante y bulliciosa calle Larios, donde las gentes adquirían los sabrosos cucuruchos, sin tener apenas sitio alguno donde sentarse para su consumo. Francamente no sé como pude librarme de la persuasiva y dudosa pareja, que vigilaba los flancos laterales por donde emprender la inevitable huida. Sí creo que acerté a decirles “Señoras, los distintos gobiernos y grupos financieros ¿no dedican fondos sociales para ayudar a estos importantes menesteres? Porque son exageradamente gravosos los impuestos y tributos que las administraciones nos cobran, sin el más mínimo recato, en el día a día”. Al fin, practicando un diestro movimiento de piernas, puse tierra de por medio con respecto a estas dos señoras que, con sonrisas teatralizadas y acartonadas, no hicieron especial esfuerzo en concretarme cuáles eran esos sentimientos que se habían perdido y dónde.

Continué mi divertido caminar por calle Granada y ya, en las estribaciones de la Plaza del Carbón, tres chicas desorientadas, con evidente fisonomía oriental, sólo acertaron a preguntarme con una palabra, más que emblemática: ¿Picasso? Mezclando el castellano, algunas palabras de inglés y ese gran lenguaje para la ayuda que es la mímica, les orienté hacia la zona del Museo. Traté de explicarles﷽straciones ipal,plicarles que yo me dirigía a la Plaza de la Merced “where Picasso was born….. donde Picasso nació….). En pocos minutos, estábamos ante la misma puerta de la casa natal del afamado artista. Todo ello en medio de las risas continuas de las tres jóvenes y vitales estudiantes chinas que practicaban el saludable ejercicio de hacer turismo, por todos esos espacios que sustentan nuestra geografía. Por cierto, la romántica e histórica imagen de esta plaza es una de las más importantes y bellas que hoy pasee la capital malagueña. Lástima de esa zona o lateral este, degradado visualmente por la desidia de tantos responsables municipales. Me refiero a la zona de los antiguos cines Victoria, Astoria y Andalucía. Y es curioso. Me encontraba a dos pasos del Teatro Cervantes donde, precisamente a esa hora tendría que haber estado sonando los sublimes compases de  Beethoven o Berlioz.

En otro espacio de esta plaza, muy próxima ya a calle Álamos, vi a un grupo de personas que miraban hacia el suelo. Me acerqué hacia ellos y observé un extenso y largo pliego de papel, color blanco, extendido encima de las losetas de piedra beige que conforman el suelo del recinto cuadrangular. Sobre él, las personas se agachaban para escribir algo. Uno de los estudiantes del grado de psicología, que habían organizado la experiencia, me ofreció un rotulador azul, a fin de que respondiese a tres preguntas: ¿Qué es para ti el amor? ¿Donde se encuentra el amor? ¿Cuál es el mayor peligro que acecha al amor? Eran buenos e inteligentes interrogantes que me dispuse resolver con mi opinión, sobre ese gran lienzo de papel que tendría unos 15 metros de longitud. A los que participábamos, se nos pedía que fuésemos lo más escuetos posible en las palabras escritas. Cada persona podía centrar su opción en el amor físico o en el amor espiritual. Creo que puse, más o menos, lo siguiente: 1. Disfrutar con la felicidad ajena. 2. En el esfuerzo por ayudar a los demás. 3. En las actitudes egocéntricas o ególatras. Ver a una señora con traje de salir y tacones, rodilla “en tierra”, dibujando su caligrafía, fue una bella imagen digna de ser grabada. La gente que por allí pasaba, finalmente terminaba animándose y escribía sus escuetas reflexiones que, posteriormente, esos universitarios agruparían y estudiarían para sus trabajos.

Ya de vuelta para casa, entré en esa librería que tanto bien le ha hecho a una calle Nueva poblada de tantas franquicias. En esta tradicional calle, eminentemente abierta al comercio, siempre existió una librería que viene a nuestra memoria: era la denominada Librería Ibérica, local ahora ocupado por una zapatería. Un poco más arriba, la famosa Casa del Libro madrileña instaló una excelente estructura arquitectónica en dos plantas de no muchos metros cuadrados más el bajo. ¿Se han fijado en la magia embriagadora que genera el olor a los libros nuevos? Tienen un buen sistema informático para localizarte cualquier petición bibliográfica en el más corto tiempo posible. Compré dos interesantes obritas, en el marco de los idiomas, que me hacían ilusión para su audaz aprendizaje. Es bueno salir a la calle y pensar que además de la cerveza, las tapas y la ropa, existen otras posibilidades para un buen consumo. No era el día del libro, pero siempre puede haber un buen libro para enriquecer cada día. Ésta y otras calles seguían pobladas de numerosas personas con ganas de pasear, hablar y compartir esa grata atmósfera de que sabe dotarse esta ciudad abierta al embrujo apacible del mar.

Ya con el sol alejándose tras su misterio, pensé sería una buena decisión completar este largo paseo con una visita a el espacio portuario. Ver la transición, entre una tarde que adormece y una noche azulada que llega, es un espectáculo anímico de alto calibre. Sentimiento que arraiga, de manera especial, en los espíritus románticos. Los incentivos de un puerto, felizmente reconvertido para la ciudad, son numerosos y variados, por sus ofertas visuales, lúdicas y gastronómicas.

Aquella tarde, en los inicios del “mes de las flores”, no fue dedicada a “viajar” por la grata acústica de los maestros clásicos de siempre. Tampoco a compartir esas historias en pantalla, que engrandecen y amplían nuestra breve existencia individual. Fue una hermosa tarde de Primavera en que el azar permitió vivir y experimentar, solidariamente, muchas oportunidades para sonreír, imaginar y soñar.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 mayo, 2015)
Profesor

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