jueves, 14 de mayo de 2015

AFORTUNADA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD PERDIDA.

En aquel pueblecito, que se hallaba recostado en la sierra, casi nada especial ocurría. Todo era, más o menos, como ayer. Probablemente, al igual de lo que sucedería también mañana. Vida tranquila y rutinaria. Apenas doscientos setenta habitantes censados, en un municipio donde las mayores novedades eran los cambios meteorológicos en el tiempo y los comentarios aburridos de temas banales cuando la tarde ya languidece. La mayoría de las personas que habitaban este sosegado espacio superaban la edad hábil para la jubilación. Una relativa proximidad del mar hacía que los jóvenes, siempre escasos pero inquietos, buscasen acomodo en otro tipo de vida, más lúdico, interesante y cosmopolita pero, sobre todo, abierto a la modernidad. La emigración hacia los municipios turísticos de la costa era una costumbre ya tradicional, en este reducido colectivo  humano que anclaba sus serenas vivencias en la abrupta montaña. Un poco de complicada agricultura (por la dificultad orográficalaastante﷽ consuelo repetitivo dcaida clatura para el ejercicio de su profesia abrila vieja iglesia, servl consuelo repetitivo d) ese par de tiendas, en donde se podía encontrar mercancías de lo más insospechado para la utilidad, la misa de los domingos a las doce y las largas horas de los hombres en el bar de la plaza. Para las mujeres quedaba el consuelo repetitivo de la televisión, cuya débil señal (por la orografía) degradaba bastante la imagen aunque, en los últimos años, había mejorado bastante con el avance de la TDT. Al menos en verano, ese paseo por la plaza, junto a la vieja iglesia, servía de consuelo imaginativo, entre ancianos que dormitaban sentados en los bancos de piedra, además de esos patriarcas familiares que sorbían su café o aguardiente en la mesas del tío Narciso, propietario de la única cafetería/bar.

Una mañana llegó a la tosca mesa de Cipro, el alcalde, una inesperada carta. El bueno de Cipriano la abrió con parsimonia y quedó pasmado al conocer su contenido. Venía firmada por un nombre que nada le decía pero que, tras su lectura, dedujo que pertenecería a alguien importante que no utilizaba esa nomenclatura personal para el ejercicio de su profesión. Decía así la misiva:

“Respetado Sr. Alcalde. Mi nombre y apellidos nada le dirán. Durante muchos años he utilizado otro, por el que se me conoce en el ejercicio de la que ha sido mi profesión. Me han dado muy buenas referencias de la tranquilidad y belleza natural de que goza su pueblo. Por lo que he decidido retirarme a vivir en esa localidad. Por este motivo le ruego la ayuda que me pueda prestar. ¿Conoce alguna casita cuya propiedad yo pueda comprar? Me agradaría que estuviese en un lugar tranquilo y con vistas a la sierra. Si hubiese que hacerle unos arreglos, lógicamente correrían a mi cargo. Si tiene la amabilidad de ponerme en contacto con la persona adecuada, establecería comunicación telefónica y de llegar a un acuerdo me desplazaría al lugar, para firmar y pagar el traspaso de la propiedad. Para que tenga una orientación con respecto a mis pretensiones, ansío encontrar tranquilidad y sosiego, valores que me son tan necesarios. En lo económico, no va a haber problema alguno con respecto el coste de la casa. Puedo asegurarlo. Quedo a la espera de sus noticias. Le adjunto el número de mi móvil y la dirección postal que también aparece en el remite de esta carta. Suyo afectísimo. Claudio Román de la Cosla” (añadía algunos detalles preferentes, para esa posible vivienda).

Para la tranquilidad habitual de la localidad, esta misiva fue el origen de un atractivo y revulsivo motivo para el comentario, la suposición y los chascarrillos propios de gente con mucho tiempo en el día,  sin saber qué hacer o en qué ocuparlo. Cipro respondió rápidamente a esa curiosa petición, con tres sugerencias de casitas que se pudieran acomodar, de una forma u otra, a las necesidades del misterioso Claudio. ¿Quién podría estar interesado en venirse a vivir a este pueblo, medio aletargado o abandonado en tierras del sur?

Las negociaciones con los respectivos propietarios fueron rápidas y abiertas para el acuerdo. Lo que era evidente es que había un buen capital disponible por parte del comprador, quien buscaba una vivienda que estuviera cerca, pero no dentro del pueblo. La elegida, finalmente, fue una que se hallaba situada a medio camino hacia una de las colinas, casa que había pertenecido al ingeniero que en los años setenta estuvo dirigiendo las obras de un embalse cercano. Cuando éste falleció, su familia se trasladó a su Bilbao natal, quedando la vivienda cerrada y languidecida para el deterioro, durante largos años. Su renovación (casi nueva construcción, en algunas de sus partes) llevó casi medio año. Una cuadrilla de veteranos lugareños, que habían trabajado en la construcción, se encargó de realizar un buen y primoroso trabajo de albañilería. De esta manera, cuatro familias del lugar tuvieron ingresos asegurados durante esa fase de la reconstrucción. Y no sólo estas personas, sino que también fueron contratadas otras dos familias, que se ocuparían de atender la cocina, limpieza y lavado de ropa, desde el momento en que llegara el nuevo propietario, persona con dinero. Una inyección económica muy saludable para la precaria economía del lugar.

Al fin, cuando el tórrido calor del estío se fue retirando, ante la llegada del otoño, llegó el nuevo convecino, largamente esperado ante el interés general. Venía sólo, aunque con una gran impedimenta de maletas, paquetes e incluso algún mobiliario. Una empresa de mudanzas hizo todo el trasiego y ubicación de los enseres. Pero ¿cómo era la persona recién llegada a esta pequeña comunidad vecinal?  Cuerpo atlético, alto y delgado, que ya superaba claramente el medio siglo de vida. Cabello encanecido y avanzando hacia la alopecia. Unas gafas oscuras, usadas casi de forma permanente, ocultaban unos bellos ojos gris azulados que traslucían un evidente cansancio, más en lo anímico que en lo corporal. Salía poco de casa, aunque cada mañana, cuando apenas llegaban los primeros rayos del sol, se le veía caminar a paso ligero por los senderos abiertos a los amantes de la naturaleza. Alguna tarde, pero de manera muy espaciada, bajaba al pueblo para tomar un café negro sin azúcar, en el bar del tío Narciso. Tras saludar con una sonrisa a los presentes, apenas comunicaba con nadie, pero siempre indicaba al dueño del negocio que le cobrara los cafés o meriendas de aquellos que ocupaban en ese momento las restantes mesas del local. También era muy generoso y amable, con las dos señoras que atendían los quehaceres diarios de su casa. Éstas veían como el propietario a quienes servían, pasaba muchas horas encerrado en una gran habitación, a modo de sótano, donde había diferentes aparatos electrónico de música. Allí trabajaba parece ser que componiendo música, a juzgar por los curiosos sonidos que llegaban hasta las habitaciones superiores.

El día 30 de octubre, festividad de San Claudio, Cipro tuvo la feliz idea de enviarle una caja de naranjas, procedentes de un terrenillo de su propiedad. Acompañaba al regalo, una felicitación por el santo de este convecino que había ayudado, y seguía colaborando, con la economía del pueblo. Como respuesta de agradecimiento, Claudio invitó a comer en casa al alcalde, el cual no dudó en aceptar. Era sábado y convenientemente vestido (él que era muy descuidado con su indumentaria) acudió a Villa Mañana, que era el nombre elegido para nombrar a la restaurada vivienda.  Unos vinos y unos pinchos. Después pasaron al salón, donde Marta y Eufemia habían preparado un suculento menú. Hablaron casi de todo, entre bocado y bocado, todo ello bien regado por un vino generoso que facilitaba la comunicación y la sinceridad. Ya en la sobremesa, con dos cafés bien cargados (uno de ellos sin leche ni azúcar) en medio de una densa nube por esos cigarros puros, que ninguno de los dos contertulios abandonaban, Cipriano se decidió, al fin, a platear una pregunta que, desde el momento en que recibió aquella primera carta,  bullía por su cabeza.

“Por qué elegiste este pueblo tan aburrido, tú que sin duda has llevado un tipo de vida muy diferente a la nuestra? Has debido de tener algún importante motivo para venirte a vivir entre nosotros…..”
Tras una nueva calada del puro y un buen sorbo del anís seco que llenaba su copa, el anfitrión de la comida se sinceró ampliamente con su invitado. 

“Cipriano, mi vida ha sido muy desordenada hasta el momento en que llegué a vuestro pueblo. No conocí a mis padres y tras cuidarme unos familiares, acabé en un centro de acogida. De allí pasé a vivir con una familia de músicos que no podían tener hijos. Ellos me enseñaron lo que sé de la técnica instrumental. Quisieron que estudiara en un conservatorio pero mi rebelde carácter, en esos años de la adolescencia, impidió que yo caminara por un sendero normalizado para la convivencia. Desde muy joven, entré a formar parte de varios grupos de rock que me hicieron progresar en este terreno profesional, con el que he llegado a ganar y gastar grandes cantidades de dinero. Viajando de acá para allá, sin una familia, sin unas raíces, y rodeado de personajes de muy dudoso carácter y consideración. Me he metido en el cuerpo todo la porquería que te puedes imaginar, pues cuando estás en el escenario has de sentirte  muy revolucionado, en sintonía con el ambiente y el montaje donde vas a actuar. Después te habitúas a esa  basura y es muy difícil huir del cenagal en el que has caído sin encontrar una cuerda salvadora. Ese dinero que te llega con alegría te hace apetecer más y más, lo que te hace entrar en el mundo de la delincuencia y la mafia. Para ellos, tu vida sólo vale lo que puedes comprar con un fajo de billetes. Las luces, los aplausos, los gritos enfervorizados te alejan de una realidad que para ti ya carece de significado. Es horrible ese mundo desordenado y convulso en el que te ves envuelto como una simple piececita pero que nada vale, pues tú no eres realmente nada en ese terrible contexto. Un día, con la lucidez que a veces aparece, decidí huir de todo eso. Y encontré este remanso de vida y de paz que hoy por hoy no cambiaría por nada en el mundo”.

¿Entonces no tienes familia?

“Mi familia sois vosotros. Mis vecinos. Esta bella naturaleza donde el amanecer abre las puertas de la esperanza para un nuevo día. Cipro, mi tendencia sexual es muy complicada. Por eso preferí no amargar a nadie la vida, sino aceptar mi soledad y mi realidad. La verdad es que añoro a unos hijos que yo no puedo llegar a tener en lo genético. Fíjate donde alcanza la fama y donde se halla realmente la realidad del famoso. Salvo estudiosos de la música, hoy nadie sabe quien soy. Pero ahora me siento feliz. Ahora soy persona”.

Y pasaron los meses, entre lluvias, terrales, brisas y atardeceres que preparan el alba de un nuevo día. Tres ayuntamientos de la serranía, relativamente próximos, han organizado un centro de estudios y dinamización, para recuperar la agricultura de la zona. Trigo, maíz, ciruelos, chícharos, cacahuetes, tomates, pimientos, en una línea de agricultura ecológica, son los productos tradicionales cuyo cultivo hoy se trata de renovar y potenciar, en zonas tradicionalmente aptas para su siembra pero abandonadas por otros señuelos vinculados por el turismo costero. La iniciativa de ese centro de estudios y cooperativismo ha sido financiado por este veterano y famoso rockero que, al fin, ha encontrado paz y sosiego para con su vida, en busca de una identidad perdida o que tal vez nunca existió.-  


José L. Casado Toro (viernes, 15 mayo, 2015)
Profesor

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