viernes, 17 de abril de 2015

LEYENDAS EN LO URBANO, CON UN TRAVIESO JUEGO DE LUCES.



Desde siempre y para siempre hacemos convivencia con su realidad. Los calificativos que aplicamos a su conocimiento resultan conceptualmente variados y contrastados, ante la riqueza imaginativa de su interpretación. Suelen despertar o provocar en nosotros una mezcla difusa de curiosidad, intriga, temor, asombro, sonrisas y, también, preocupación. Quiero referirme a ese mundo pleno de sueños, literatura, esoterismo, misterio y populismo, que poseen las leyendas urbanas. Cada ciudad, rincón espacial o territorio tiene la suya propia. Incluso, en ocasiones, participamos en la pluralidad de las mismas. De forma especial afectan a determinados edificios, aunque su proyección, en otras ocasiones, señalan a personas, costumbres, mitos o hábitos de la propia ciudadanía.

Decía que, en un lenguaje intensamente popular, llega a nuestro conocimiento la concreción de que en una determinada edificación, según la creencia indemostrada de los hechos, reside un extraño ser o el fantasma de turno. Normalmente bautizado, en la conversación de la gente, con un nombre más o menos simpático o curioso. Generalmente, suele señalarse a un personaje, asombrosamente longevo, que habita en ese viejo caserón, palacio o gran construcción desigualmente habitada y que, a determinadas horas, días o circunstancias, quiere darse a conocer, con sus sonidos, travesuras, señales o hechos inexplicables que generalmente atemorizan y, en otras oportunidades, generan y potencian nuestra incredulidad o hilaridad.

La mayoría de esos edificios, donde reside el personaje fantasmagórico, en la interpretación o creencia ciudadana, suelen estar deshabitados. En otros casos, su presencia se hace perceptible en horas de la noche, cuando la mayoría duerme y ellos actúan. Y las historias o leyendas que representan son variadas, para alimentar la distracción o el conocimiento. Veamos una, ciertamente curiosa, por las características propias de su localización y desarrollo.

Se trata de un magno edificio público, con muchas plantas en altura, dedicado a servicios administrativos. En ninguno de sus numerosos niveles hay dependencias habilitadas para la residencia familiar. Sólo existen, en ese imponente volumen de hierro, hormigón y cristalería, un centenar y medio de despachos, repletos de mesas, ordenadores, estanterías y mostradores para la adecuada atención de aquellos ciudadanos que realizan las gestiones administrativas necesarias para sus intereses. En el interior de ese macro edificio trabajan, desde las horas tempranas del amaneces, más de medio millar de funcionarios públicos, pertenecientes a diversos organismos de la Administración. Normalmente, la mayoría de estos trabajadores finalizan su jornada laboral sobre las tres de la tarde. En horas vespertinas permanecen abiertos algunos departamentos aunque es una actividad más bien enfocada para la gestión interna de los diversos asuntos, por lo que la presencia de público exterior es prácticamente inexistente. Y ya por la noche, el edificio queda completamente  cerrado, hasta que, casi al amanecer, algunos de los bedeles procederá a su apertura y vigilancia correspondiente.

Hace unos años el edificio gozaba de vigilancia nocturna. Un equipo o empresa de seguridad se encargaba de ejercer esta función incluso los fines de semana pero, debido a diversas circunstancias (especialmente de índole o naturaleza económica) este servicio fue suprimido, quedando el gigantesco bloque completamente vacío o desguarnecido de personas, desde esas horas en las que comienza la noche.

Cierto día, unos vecinos de la zona alertaron a las fuerzas de seguridad municipal de que una planta completa del edificio permanecía totalmente iluminada en su interior. Esas llamadas telefónicas se efectuaron cerca de las tres de la madrugada. Una patrulla de la policía se desplazó a la zona y, tras comprobar la veracidad del aviso ciudadano, estimó que por alguna razón se había dejado completamente encendida toda la planta séptima. Efectivamente, a la mañana siguiente, los funcionarios que llegaron a sus dependencias comprobaron que las luces interiores permanecían encendidas, sin causa alguna que lo justificase. Se hicieron algunas consultas, pero nadie sabía dar una respuesta o razón convincente a ese importante gasto de electricidad desarrollado durante la pasada noche.

El asunto no pasó a mayores. Los servicios técnicos comprobaron la instalación eléctrica, pero no hallaron causa determinante que justificase ese “espectáculo luminoso” de la séptima planta que, cual faro vigía, había orientado durante la noche a estrellas, luceros y a esas almas somnolientas que anhelan el destino de su domicilio para el necesario descanso orgánico. Pasaron unos días y todo transcurrió sin la mayor anormalidad. Pero ese sábado por la noche, exactamente a las dos de la madrugada, un abogado, que trabajaba en su despacho preparando su intervención procesal de la próxima semana en el Palacio de Justicia, observó que las luces del gran bloque volvieron a encenderse. En este caso, los despachos iluminados fueron todos aquellos situados en la planta novena. Y así permanecieron hasta el amanecer.

Efectivamente, a pesar de ser domingo, algunos jefes de negociado, que habían recibido la correspondiente comunicación de la policía local, se desplazaron a su lugar de trabajo a fin de apagar las luces y planificar una investigación al respecto para averiguar qué estaba pasando con la estructura eléctrica del bloque. Ya en lunes, de nuevo fue realizada una revisión técnica pero nadie daba con la causa de este episodio que estaba poniendo de los nervios a los jefes de los distintos departamentos.

Era previsible que pronto la imaginación o la inventiva popular comenzara a desatarse. Fueron surgiendo numerosas historias, entre los propios funcionarios y vecinos de la zona que, desde sus balcones, permanecían atentos y bien despiertos para comprobar por sí mismo un posible nuevo encendido o fenómeno luminoso nocturno. Una semana después, en la madrugada del sábado, de nuevo las luces hicieron de la noche el día, ahora en toda la planta tercera. Y ya, en los corrillos callejeros se hablaba del fantasma o el espíritu luminoso que todos los fines de semana procuraba adecentar, con el brillo de las barras de neón y demás bombillas, un nuevo espacio en ese castillo administrativo para la ciudad. Al supuesto espíritu o ente fantasmagórico comenzó a buscársele nombre, entre la lúdica y jocosa inventiva popular. Unos lo llamaban “bombillita” mientras que para otros era representado como “el veterano farero de la Avenida” pareja sin duda (no sabemos si bien llevada) de nuestra esbelta y coqueta Farola portuaria. También fue llamado “Manolo, el sereno recordando aquellos amables servidores de la noche, muy lejanos ya en el tiempo, que con sus llaves y autoridad ayudaban a muchos viandantes a poder entrar en sus domicilios.

La prensa se hizo pronto eco del asunto, ubicando la información en la sección “latidos de la ciudad”. Hasta la propia compañía eléctrica se dio un paseo por el gigantesco recinto, tratando de hallar una razón que justificase unos hechos que, aparte el misterio, potenciaban entre bromas y chascarillos la imaginación popular para esas leyendas urbanas que distraen los ratos lastrados por el aburrimiento. Se barajó también la conveniencia de dotar unas plazas de vigilantes para controlar la seguridad del bloque durante la noche pero, en época de recortes y ahorros (en algunas cosas más que en otras) la opción fue pronto desechada,  por el aumento del gasto que suponía unas personas más en plantilla. La contratación de vigilantes no era autorizada por la superioridad.

Pasaron otras semanas y, para respiro de los administradores, nada nuevo ocurrió. Pero he aquí que a comienzos de junio, ya en los albores del verano, durante la madrugada del sábado y a eso de las dos, la planta catorce volvió a iluminarse, para gozo, sonrisas y asombro de unos y de otros. De nuevo fueron reclamados los servidores públicos para que acudieran al lugar de los hechos. Pero se encontraron con las puertas bien cerradas y sin huecos aparentes por donde se pudiese haber entrado en el recinto para manipular el encendido eléctrico. Como ya era comidilla popular el posible “encantamiento” del bloque, el asunto trascendió a la autoridad regional que decidió afrontar de lleno la solución del problema, especialmente porque había operarios y funcionarios a quienes les estaba afectando, en su equilibrio anímico o emocional, tener que prestar servicio en un espacio donde estaban sucediendo hechos “paranormales”. Al fin fue aceptada la convocatoria de una plaza de vigilante nocturno que, tras la selección correspondiente, comenzó a prestar servicio desde comienzos de julio.

Para el desencanto popular y la tranquilidad administrativa, no volvió a repetirse el encendido “automático” de más plantas durante las noches de los fines de semana. Actualmente existe servicio de guardia y vigilancia, entre las doce y las ocho de la mañana, lo que ha permitido que una familia más tenga un puesto de trabajo entre sus miembros. Sin duda, un beneficio muy positivo. Pero, durante generaciones. se seguirá hablando de esos fenómenos extraños que tuvieron lugar en un espacio tan emblemático para la ciudad. El edificio será señalado como uno de tantos otros a lo que se supone un cierto misterio o encantamiento en las horas alegres de las estrellas.

Sólo una persona no hace chascarrillos o comentarios jocosos sobre el asunto. Es un habilidoso fanático, artista o “manitas” de la alta tecnología. Estos “magos” diestros en la programación, no sólo informática sino también electrónica, saben muy bien como articular fenómenos que, para la inmensa mayoría de la ciudadanía, nos resultan difíciles o imposibles de realizar, controlar y, sobre todo, explicar. Resultan ser mentes privilegiadas y manos expertas en el control de lo posible. Sus motivaciones son complicadas de compartir y mucho más aún de comprender. Desarrollemos ese instrumento maravilloso de la imaginación, recurso mental que nos permite crear y creer en imágenes explicativas para hechos que carecen de una básica racionalidad.

En otra oportunidad, hablaremos de esos ruidos, crujidos, pisadas o cambios difícilmente explicables, en el interior de tu vivienda, piso o bloque en el que resides. Generalmente estos hechos suceden durante el azulado terciopelo con que nos cubre la noche. Pero también durante el día, cuando todo parece estar vacío pero alguien, no sabemos el por qué, allí permanece.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 abril, 2015)
Profesor

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