viernes, 6 de marzo de 2015

ESPECTADORES INVOLUNTARIOS PARA LA ESCENIFICACIÓN SOCIAL.



No son pocas las ocasiones, en el discurrir de los días, en que somos partícipes involuntarios de conversaciones ajenas o de acciones curiosas que otros se prestan a protagonizar. En la mayoría de los casos, la intervención que hacemos en las mismas se limita al de simple espectador y oyente silencioso de aquello que se narra o sucede en la proximidad. En nuestra retina, oído y conciencia se van mezclando historias, acciones e imágenes que, al margen del previo interés o posicionamiento que le adjudiquemos, nos van generando sorpresa, curiosidad, aprobación o rechazo, en función de la naturaleza que las presida y, también, del estado anímico que tengamos en ese preciso momento.

El marco escénico donde suceden estos hechos resulta de lo más variado e imprevisible. Sin embargo suelen prevalecer determinados espacios, a fuerza de su intensidad repetitiva, que favorecen y dinamizan este compartir imágenes y situaciones que contienen desigual grado de interés, asombro o peculiaridad. Por ejemplo, cuando nos dirigimos a un ambulatorio médico o consulta privada. En las salas de espera, es frecuente la presencia de personas que son incapaces de respetar el silencio de los demás. Hablan y relatan, a veces de una manera compulsiva, sus historiales clínicos o hechos de la vida cotidiana, con todo género de detalles. Por supuesto, aplican una potencia de voz elevada, como si fuese necesario de que el resto de los presentes conozcan el contenido explícito de lo que narran. Otras veces, es en el transporte público donde suceden centenares de microhistorias que protagonizan, con toda la teatralización posible, los usuarios de estas líneas básicas para la movilidad ciudadana. También, cuando nos hallamos en la fila o cola de espera de una taquilla de cine, de teatro o ante la ventanilla de espera de cualquier negociado de la administración. Y no faltan estas escenas en los comercios tradicionales, cuando pacientemente aguardas tu turno, a fin de ser atendido por el activo tendero. En esos y otros lugares (puede ser también cuando te sientas en un banco de los jardines del parque o en alguna de las plazas que pueblan tu ciudad) eres espectador y oyente pasivo de aquello que se está contando o sucediendo. Veamos algunos ejemplos concretos.

Pasaban veinte minutos sobre las diez de la noche. Un autobús, perteneciente a la Empresa Municipal de Transporte en Málaga, circulaba con cierta agilidad en su velocímetro por una importante avenida de la ciudad. A esa hora, en la noche del jueves, no era abundante el tráfico viario, por lo que el conductor aprovechaba la ocasión para reducir el tiempo aplicado a su obligatorio trayecto. En un momento concreto, al aproximarse a una de las paradas establecidas, un hombre mayor hace la señal correspondiente para que el bus se detenga. Era la única persona que esperaba bajo la marquesina de protección. El conductor detiene el voluminoso tráiler (de los denominados articulados o “gusanos” en el argot popular) Abre la puerta y entra este señor que pide no la cierre porque sólo quiere hacer una pregunta. Ante el asombro del trabajador municipal, el peculiar viajero le pregunta acerca del horario del bus en el amanecer del día siguiente. Le responde, con corrección, que esa información debe solicitarla en la cabina que existe en el parque o mediante la página web de Internet. En todo caso había una plaza explicativa en la parada, que respondía perfectamente al interrogante que este señor planteaba. Sin embargo el hombre insistía, una y otra vez, preguntando lo mismo, recibiendo del conductor la lógica y repetida respuesta. La situación duró unos dos o tres minutos.

Los usuarios de este bus contemplábamos atónitos la insólita situación. Al final, el supuesto viajero bajó del bus con cara de no estar muy convencido. Había detenido la marcha de un autobús a fin de hacer una simple pregunta cuya respuesta la tenía perfectamente indicada en los paneles colocados en la parada. Su actitud fue reiterativa y absurda. El respuesta del conductor, un hombre joven, fue en todo momento correcta. Por supuesto, el dudoso comportamiento de este señor (ciertamente, de elevada edad) no provenía de una persona analfabeta. Es el propietario de una conocida tienda de regalos, ubicada en una de las más importantes arterias comerciales de la ciudad.

Tarde de febrero, dedicada en mi caso para la anual revisión bucal. La sala de espera, en la consulta médica, se halla abarrotada con personas de muy contrastada edad. De manera afortunada, la dirección empresarial ha reservado un espacio para niños, con tebeos, comics, y diversos juegos, en uno de los dos grandes salones donde los pacientes aguardan su turno. Hay una televisión encendida, con el volumen muy bajo, a la que casi nadie presta atención. La mayoría están ojeando revistas de muy diferente naturaleza. Otros pacientes juegan con sus móviles y algunos charlan entre ellos. Me siento en una de las sillas que está próxima a un foco de luz, lo que me permite leer uno de los libritos que siempre me acompañan para las horas o ratos de espera. En otro gran sillón, situado a espaldas de mi asiento, escucho como dos mujeres, cercanas ambas a la treintena, mantienen una “intima” conversación. El potente tono de voz que una de ellas utiliza hace que, a poco de haberme sentado en ese lugar, fuera entrando en el contexto de lo que sin duda era un problema de difícil relación matrimonial. Básicamente, éste fue el sentido de un diálogo que, las personas que estábamos situadas a su alrededor, pudimos fácilmente escuchar.

“Tengo una abogada que sabe sacar petróleo de entre las piedras. Ha conseguido que la jueza establezca una pensión de mi ex cuya cuantía ni me la podía imaginar. Me llevo más de la mitad de su sueldo. Para mi mantenimiento y el del niño. Además, él tiene que pagar el alquiler del piso. Esta abogada es una fiera en su oficio. Y ahora te voy a hacer una confidencia que es “secreta”, pero contigo tengo confianza. Eres mi amiga de toda la vida. Me he liado con un funcionario de la administración autonómica, bastante mayor que yo, pero con mucha ganas de juerga. Tiene hijos mayores, pero sin obligaciones económicas con la ex, que rehízo su vida hace ya muchos años. A él también le estoy sacando una buena tajada. Y es que en esta vida tienes que ir con todas las malas pulgas, si quieres pasártelo bien y con pasta”.

Cuando la amiga le advirtió si la convivencia con esta nueva pareja podría dificultar la fuerte asignación que recibía de su antiguo marido, antes de que pudiese responder, la interesada fue llamada por la enfermera para que pasara a la sala de ortodoncia. Cuando la joven caminaba detrás de la profesional sanitaria, su amiga cogió de la mesa central una revista semanal, de las llamadas prensa del corazón. Aunque algunas palabras se perdieron entre el murmullo general de una sala abarrotada, no sólo yo sino alguna otra persona pudo escuchar y ser partícipe anónimo del planteamiento que había realizado la primera mujer, separada o divorciada. Una vez más, no buscamos el conocimiento de la historia. El relato se precipitó sobre nuestros oídos en función de la proximidad física de la persona y de la falta de prudencia de quien precisamente hablaba.

Para qué nos vamos a engañar. Hay situaciones en las que, tras verte introducido involuntariamente en la conversación ajena, consideras que podría ser útil y benefactora tu participación activa dentro de la misma. Dependiendo, por supuesto, del tema o cuestión que se esté planteando. Harías, a la persona que habla, alguna sugerencia que, a buen seguro, le resultaría ilustrativa para su mejor aprendizaje y solución de lo que plantea. Citemos algunos ejemplos, sacados de la inmediata experiencia.

Podríamos aportarle alguna solución a fin de evitar que, tras unas horas de esfuerzo, todo su trabajo ante el ordenador se le haya borrado y perdido, sumiéndole, por su impericia, en una comprensible desesperación nerviosa. O, tal vez, comentándole que no aplique ese adolescente error en comprar unas zapatillas deportivas, que cuestan de 65 euros para arriba, cuando hay otra marca en el mercado (fabricada por una empresa filial) que vende exactamente el mismo producto por apenas 15 o incluso menos. Puede comprobar y constatar que la calidad y conformación del producto es exactamente la misma. ¿No recuerdan las segundas marcas de productos fotográficos, elaboradas por las macroempresas electrónicas y digitales con las que se hacen una artificial o burda competencia? O aconsejándole cambie la opción de película para la que va a sacar su entrada en taquilla, pues lo que va a serle vendido en pantalla no merece, de ninguna manera, los ocho euros que habrá de pagar. No debe perder el tiempo en un material que probablemente, al margen de gustos o aficiones, le va a defraudar. También escuchas, en esa esperas que haces ante el próximo bus, el propósito de una persona para realizar una operación administrativa o comprar un determinado producto. Cuando manifiesta el lugar a donde va a desplazarse, le podrías indicar que existe un lugar más cercano en donde va a encontrar mejor resultado para su compra o gestión.

Ante esas palabras y sonidos que llegan a tu oído, te muestras tentado a intervenir, aportando ayuda, opinión o una mera sugerencia. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones sueles guardar un prudente silencio. Y no es por falta de solidaridad, sino porque te preguntas si tu intervención sería bien recibida o se consideraría una desagradable impertinencia. De todas formas, analizas al autor o autora de las palabras que estás escuchando y tomas la decisión en función de una serie de variables que, en definitiva, te aconsejen guardar un prudente silencio o aportar la buena voluntad de tu conocimiento y experiencia.

Lo que resulta muy difícil de conseguir es cerrar el oído a lo que otra persona está contando en voz alta y a muy escasos centímetros de donde te encuentras. Puedes focalizar o centrar tu imaginación y pensamiento en otros hechos y situaciones. Alejarte discretamente o concentrarte en la lectura de algún texto que tengas a mano. Pero, aún así, la comunicación acaba por llegarte. Hay personas a quienes parece agradar ser escuchadas o sentirse en el centro protagonista de esos pequeños escenarios que los identifican en el marco social. Así se sienten mejor. Una forma muy curiosa de compartir su privacidad.-



José L. Casado Toro (viernes, 6 marzo, 2015)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario