viernes, 28 de noviembre de 2014

ESE LEJANO RECUERDO, QUE PERMANECE TENAZ EN EL TIEMPO.


Suele ser frecuente en las pautas de nuestro comportamiento. Ocurre siempre que te encuentras con tu sinceridad o la compartes con la de otras personas, próximas en la amistad. Me refiero, en concreto, a ese primer gran amor que muchos tuvieron, o creyeron tener, en tiempos de la adolescencia o en el dinamismo vital de su juventud. Incluso, también, en el calendario inconcluso de la madurez. Es a partir de alguna foto, en el contexto de esa ocasional conversación con los amigos o en la oportunidad íntima de la reflexión, cuando traes a la mente el recuerdo de él o de ella, con la que pudo ser o con el que pudiste compartir el recorrido, siempre breve, de la convivencia. A veces es ese amigo que se te sincera confiándote aquello de que nunca la ha podido olvidar. O aquella amiga que susurra en el pensamiento el interrogante de cómo habría sido su vida, si hubiera elegido o aceptado a ese compañero de clase, trabajo o vecindad. Y siempre eres tú mismo, cuando navegas en el mar relajado de la nostalgia, el sentimiento o la reflexión, sumido como un naufrago en medio del estrés.

Gonzalo tiene una vida acomodadamente estable. Pero, sin embargo, admirablemente aburrida, por esa endemia sagazmente diabólica de la rutina. Va cubriendo, en su agenda vivencial, todas las etapas normalizadas de un modélico ciudadano. Buen expediente académico, oposiciones ganadas con la tenacidad de un esfuerzo ejemplar, ese matrimonio al fin tras un eternizado noviazgo con una compañera de Universidad. Llegaron tres varones en la descendencia, por la caprichosa decisión de la naturaleza, trabajo teñido de cruel monotonía, de ocho a tres, en la quinta planta del negociado, comuniones, graduaciones e independencia en los hijos que le convierten, al fin, en cuidador de nietos durante muchas tardes y fines de semana, sin que falte ese diálogo mil veces trillado, desvitalizado y cada vez más espaciado gracias al televisor, uno más en la familia, por su generosidad para suplir otras carencias y silencios. 

Desde luego que no la ha olvidado. En sus momentos de inconsolable desvelo o en esos minutos siempre alocados y espontáneos para la valentía, recuerda aquella otra compañera, llámese Cristina o Silvia, con la que tuvo sus mejores vibraciones en el latido impetuoso y juvenil de los sentimientos. ¿Cómo habría sido su vida junto a ella, en caso de haber mantenido esa relación que finalmente se torció por mor del capricho, las circunstancias o esa numeración que todos parecemos tener escritas en nuestra programación como humanos?

De aquella juvenil imagen recuerda todo o casi todo en positivo, con el colorido ilusionadamente alegre de unos años en los que parecía no existir barreras infranqueables para la dificultad. Hubo atracción, mucho afecto, tal vez amor, pero aquello….. no resultó. Sin embargo esos sentimientos, nunca ha podido borrarlos al completo de su corazón, de su mente o imaginación. Y esta noche, tras no pocos minutos remando por el mar infinito de la red informática, ha podido localizarla y con una cierta habilidad ha conseguido su dirección electrónica.

“Buenas noches, Cris. Pienso que ste correo será una sorpresa para ti. No sé si, después de tres décadas en el tiempo, te acordarás de su autor. Comprendo que son muchos los años que han pasado. Fuimos compañeros de bachillerato en el Instituto y posteriormente  también compartimos las aulas en la Facultad de Derecho. Te recuerdo con mucho cariño, porque nuestra proximidad en aquellos años de la juventud fue profundamente afectiva. Sentimentalmente intensa. Después la vida nos fue conduciendo a cada uno por sendas diferentes, aunque hubiera sido bastante probable que tú y yo hubiéramos hecho todo este camino juntos. Muchas veces me he preguntado… ¿por qué no resultó lo nuestro? Ahora, en la lejanía del recuerdo me gustaría saber algo, todo lo que sea posible, de ti. La  realidad es que no hemos vuelto a coincidir, tras nuestro último año de estudios en la facultad. Creo que sería muy bonito un reencuentro, entre dos personas que se quisieron mucho, con nobleza y verdad. Ya conoces mi dirección electrónica y también adjunto el número del móvil. Espero con profunda ilusión tu respuesta”.

¿Cómo era esa Cristina, que Gonzalo nunca ha podido llegar a olvidar? Su imagen era la una apuesta joven, de cuerpo delgado y mediana estatura. Solía tener su largo cabello, castaño oscuro, suelto sobre sus hombros, aunque alguna que otra vez lo recogía en una cola que le daba a su casi siempre agradable rostro un aire muy adolescente y pleno de simpatía. La sonrisa en ella era más que permanente. Vestía muy a lo deportivo, predominando entre sus atuendos la camiseta reivindicativa y los vaqueros deshilachados. Agradable para con todos, tenía una especial predilección por su amorcito (como ella lo llamaba) Gonzalo, el intelectual o cerebro de la panda. Un tanto “traviesa” eso sí, en los momentos adecuados, la actitud de Cris era todo responsabilidad, aunque siempre podía esperarse de ella cualquier “salida” que cambiaba en lo positivo la brumosa atmósfera reinante. Si algún defectillo tenía la cría es que era un tanto celosa, de todo aquello que consideraba como propio. Tal era el caso con Gonzalo. Y por ahí vino, finalmente la ruptura, cuando fueron apareciendo otros variados incentivos entre las apetencias afectivas del joven Gonzalo, siempre un tanto mujeriego.

Pasaron los días y la respuesta al email, repetido en momentos diferentes, no acababa de llegar. Tampoco era devuelto por el servidor, lo que demostraba que había encontrado un lugar de acomodo para su destino. Reflexionando, Gonzalo pensaba en diversas circunstancias que podrían estar motivando el silencio de su compañera afectiva, en aquellos ya  lejanos años del campus académico. Hay que reiterarlo. Desde hacía poco más de treinta años no había vuelto a tener noticias de ella. Tampoco por los amigos comunes de la época estudiantil. Pero navegando por el mar oscuro de la depresión, Gonzalo se agarraba a sus recuerdos idealizados de aquella que bien podía haber sido hoy su compañera, en y para toda la vida.

Trece días después. con exactitud en el dato, observa en su móvil un mensaje de texto. Sólo decía: “¿Terminaste derecho en la promoción del 84 y tu apellido es Rancalla? Espero tu respuesta”. Estaba tomando su café del mediodía (era un fanático de esta agradable infusión) y el sorbo se le atragantó, con solo ver en su tablet la firma del texto: Cris. Los decibelios acústicos de su corazón “retumbaban” en la cercana cafetería Oasis, bien poblada a esa hora de la media mañana. La presión sanguínea se había desbordado en un organismo presa del letargo en los últimos tiempos. Respondió de forma atropellada, pero rebosante en ilusión, al mensaje de texto y a partir de ahí ya todo resultó más fácil y esperanzado.

¿Qué sería lo más conveniente para llevar como regalo, a ese encuentro con el que fue un primero e inolvidable amor juvenil? ¿Unas flores, unos bombones …. o aquella foto grupal, convenientemente ampliada y enmarcada, en la que ambos estaban juntos, celebrando con unos amigos la onomástica del anfitrión a la fiesta? Al final optó por una caja de bombones, a pesar que ella siempre mostraba prudencia hacia alimentos que pudieran engrosar el peso corporal,  en su anatomía joven y atlética.

Aunque era persona de chaqueta y corbata, aquella tarde del viernes quiso mostrarse con un aire más juvenil. Dado que estaban en pleno otoño, buscó una cazadora de ante, color gris perla y se enfundó unos pantalones Emidio Tucci de pana fina, color azul marino. Esta prenda que había comprado en las rebajas del ultimo invierno, atraído por una talla que le era bien cómoda, pues la cincuenta y dos le estaba quedando pequeña al perímetro de su prominente barriga. Aunque pensó en unas deportivas Converse, al final la sensatez le aconsejó cambiarlas por unos zapatos de piel negra tipo mocasín, tras reflexionar mirándose ante el cruel espejo de su dormitorio. Su extensa calvicie pensó disimularla con alguna gorra deportiva pero, tras probarse una que su hijo mayor le había regalado para la playa,  desistió del intento, no sin antes estallar en diversas carcajadas, cual “Ceniciento” otra vez sólo ante el espejo.

La noche previa al reencuentro con la mujer de sus sueños la pasó prácticamente desvelado, mientras Dora dormía plácidamente, entre ronquido y ronquido. Día siguiente. 18:15 de una tarde en Octubre. Quince minutos antes de la hora concertada, ya se hallaba en la puerta de esa  coqueta cafetería, en la céntrica Plaza de la Merced, muy cerca de la casa natal del genio malacitano en el arte. Siete minutos después de la hora concertada, apareció caminando, de forma pausada y desde la calle Alcazabilla, la musa de sus sueños. Como en aquella película del….. “Breve encuentro”.

Por Cristina tampoco habían pasado con generosidad esos treinta y picos años de distancia. Los gramos, también en ella, habían hecho tierra fértil para el acomodo. Aquella coleta de caballo había desaparecido y el color castaño de su cabello se había descuidado, mostrando la sinceridad de un paisaje nevado en el croma. La epidermis de ambos reflejaba, con puntual nitidez, las líneas ajadas, profundas y curvas dejadas por un inmisericorde almanaque. Un muy realista paisaje epidérmico pleno de surcos y eriales. Desolador, verdadero, actual. Los ojos de su compañera de esa ansiada tarde, ante un par de tazas de té, seguían siendo preciosos, pero las bolsas inferiores en las mejillas reflejaban el camino que la naturaleza marca en la ruta de todos los humanos.

Fueron dos horas especialmente cordiales. A través del diálogo pudo conocer como ella había superado esa viudez que tuvo que afrontar, hacía ya unos siete años. Que tenía dos hijos casados, con cinco nietos a los que atender. Uno veterinario, que residía en Cantabria aunque todas las vacaciones las pasaba aquí en Málaga, junto a su madre. El segundo vástago, que había hecho empresariales, iba de fracaso en fracaso, en su tenacidad por montar unas oficinas inmobiliarias en tiempos complicados para la construcción.

Al paso de los minutos, el impacto visual del contraste físico fue dejando paso a una serie de detalles e ilusionados recuerdos con los que ambos gozaron, trasladándose imaginativamente a la lejanía de los tiempos.

 Pero esta vez ninguno de los dos estaban dispuestos a cometer los errores de aquellos alocados años de su juventud, en los ochenta. ¿Por qué no recuperar algo del tiempo perdido en la memoria?

A partir de esa tarde, su amistad se hizo fuerte y duradera. Aunque en sus historias separadas había habido toda suerte de terrales y lluvias, fríos y amaneceres templados,  sonrisas y silencios, el destino había querido unirlos dándoles una nueva oportunidad para la madurez otoñal en sus vidas. La convicción afectiva de Gonzalo fue decisiva. La ley de ese primer gran amor, una vez más se cumplía.-


José L. Casado Toro (viernes, 28 noviembre, 2014)
Profesor

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