viernes, 22 de agosto de 2014

EL IMPREDECIBLE COMPORTAMIENTO DE LAS PERSONAS FRUSTRADAS.


A esa hora tan poco delicada de las tres cincuenta en la sobremesa, para el respeto del descanso ajeno, sonó, una vez más, el timbre telefónico para el desasosiego. Al otro lado de la línea, una voz femenina se identificó como miembro de una empresa de consulting. Preguntaba por mi nombre, planteando el deseo de realizar una encuesta de opinión que duraría no más de seis o siete minutos. Tal vez habituados a recibir respuestas negativas a sus pretensiones investigativas ofrecían, para esta ocasión, un determinado incentivo a la persona que accediera a dar respuesta a sus interrogantes. En caso de aceptación por el interlocutor, enviarían por correo un librito de frases útiles, Spanish/English, para aplicar en próximos viajes al extranjero. Dada la aparente amabilidad de la persona que hablaba al otro lado de la línea, junto a la sugerente temática sobre la que iba a estar centrada la batería de preguntas (los jardines y espacios verdes en nuestras ciudades) accedí a responderle, con el ruego o condición que no sobrepasara el tiempo que previamente me había indicado.

Mi interlocutora inició el cuestionario con datos de concreción personal, tipo sexo, grupo de edad, nivel de ingresos, profesión, afinidad política. De ahí pasamos a valorar aspectos relativos a los diversos jardines que pueblan la ciudad en que vivo. Flora, mantenimiento, servicios auxiliares, equipamiento….. En general, había que optar por un nivel, de entre los cinco que eran ofrecidos: muy bueno, bueno, regular, deficiente y malo. Dada la naturaleza de las preguntas, supuse que el objetivo de esta encuesta tendría alguna finalidad de tipo municipal, sociológica o también relativa a empresas que asumen el cuidado de estos parques y jardines, por delegación y contrato de los respectivos Ayuntamientos.

Habíamos cubierto ya, de manera desahogada, los seis o siete minutos previstos en la encuesta, cuando la persona que la desarrolla me indica que, a partir de ese momento, íbamos a pasar a un tipo de preguntas de experiencias personales en determinados jardines malacitanos. Y de inmediato, un interrogante que me dejó especialmente extrañado. Para mi sorpresa, me preguntaba, si había utilizado el espacio floral de algunos jardines para llevar a cabo una declaración amorosa, a la persona que me acompañaba. Ante mi profundo desconcierto, al escuchar que esa cuestión pudiera ser de interés para un estudio de la flora ornamental de una ciudad, mi interlocutora reaccionó con sagaz y presta habilidad.  Me explica que su empresa de consulting también trabaja en el sector de las motivaciones y comportamientos psicológicos por parte de la ciudadanía. Francamente, cada minuto que pasaba me hacía ver que aquel diálogo, en el que nos hallábamos inmersos, carecía de sentido. El derrotero que estaba tomando me desagradaba. Ante mi observación de que iba a poner fin a la continuación de la encuesta, la señorita con la hablaba guardó silencio unos segundos. Al cabo de los mismos cambió su tono de voz y, con una evidente tensión anímica, descubrió su verdadera intencionalidad.

“Veo, Álvaro, que no me has reconocido. Soy aquella chica a la que engatusaste durante varios meses con muy bellas y tiernas palabras, para ganarte mi confianza y entrega. Sí, hace ya más de cuatro años de tu aventura. Cuando yo, todo inocencia, me entregué a ti, incluso mucho antes de aquella maravillosa declaración de amor que me hiciste, rodilla en tierra, en aquella tórrida tarde de agosto. Fue por los jardines del Parque, en la zona presidida por ese estanque de mármol redondo, en la zona sur, que linda con el Paseo de los Curas. Menudo farsante fuiste. Sólo querías de mi …. lo de siempre. Y yo, confiando en tu cariño y promesas, me sentí la mujer más dichosa del mundo. Y, al poco, también la más desdichada. En muy pocas semanas, me arrojaste a ese cesto de las cosas inservibles, pues ya me habías buscado sustituta, para tus caprichos y nuevas experiencias. La credibilidad en ti fue tan grande y maravillosa, como la profunda frustración y desesperación por tus engaños. Y lo triste es que, a pesar de todo el tiempo que ha transcurrido desde tu innobleza y maldad, no he vuelto a levantar cabeza. Mucha ha sido la porquería farmacéutica que me he tenido que tragar en todos estos años, a fin de ir aguantando mi soledad. Y eso me ha ido pasando factura. Nunca llegaste a saber que me dejaste embarazada. Pero, tras ver cómo me sustituías, no te iba a dar el gusto de saber las consecuencias de tu proceder. Eres un ser despreciable. Y hoy sí te lo quería arrojar a tu sucio rostro. Algún día lo has de pagar.”

Me dejó “helado” esta muy larga y dramática confesión, por parte de una persona que ahora desvelaba su identidad. En muy breves segundos vinieron a mi mente unos hechos que tuvieron lugar, efectivamente, hace ya cuatro años. Conocí a Laura en la fiesta de cumpleaños de un compañero de trabajo. Ella también trabajaba en el sector financiero, aunque en otra entidad bancaria de la competencia. Desde un primer momento, me sentí atraído y también halagado por su interés en mi persona. En pocos días comenzamos una relación en la que ella, con franqueza, llevó un notable protagonismo. En aquella época me sentía un tanto solitario, ya que una relación anterior había acabado de no muy buenas maneras. Pasados los días, me di cuenta de que Laura era una persona un tanto nerviosa y compulsiva, con las respuestas más inesperadas en el comportamiento diario. Aún así, en un momento de atracción y necesidad, formalizamos nuestra relación cuando estábamos en uno de los jardines del parque malacitano. Era una calurosa tarde de agosto y allí se dijeron cosas sentimentalmente muy intensas. Pero con el trato diario fui entrando en razón al comprobar, cada vez con más nitidez, que esta mujer necesitaba un adecuado tratamiento para mejorar su equilibrio psicológico. Comencé a poner tierra de por medio en nuestro vínculo y, lo reconozco, busqué pronto otra persona a fin de romper definitivamente con una relación, en mi opinión, equivocada. Obviamente ella no lo aceptó y me estuvo molestando durante un par de meses. Creí que todo se había ya olvidado, cuando hoy me encuentro con esta llamada y de nuevo con toda esta cadena de reproches.

“Laura, lo nuestro no tenía sentido. Creí que, después de nuestra ruptura, tú acabarías por entenderlo. Pero veo que aún, pasados los años, sigues en lo mismo. Mi vida ha ido ya por otros caminos afectivos. Dejaste ya de formar parte de los mismos. Yo no podía soportar ya por más tiempo tu forma de ser. Incluso te aconsejé que te apoyaras en la dirección de algún buen especialista médico que te prestara la ayuda que obviamente necesitabas. En cuanto a lo del embarazo, tú sabrás la historia que te has inventado. Creo que todo es un producto de tu imaginación, desde luego obsesiva, por recrear un pasado que ya está muy lejano y que, en modo alguno, tengo el más mínimo interés por recuperar. Debes dejarme al fin en paz y centrar tus esfuerzos y tus cualidades en otros objetivos, en los que mi persona se halla bien alejada. Te deseo suerte en la vida. Pero desde luego no quiero volver a saber de ti. Te pido que seas tú quien “cuelgue” el teléfono”.

Francamente me inquietó su largo silencio, como respuesta a mis palabras. Viendo que ella no lo hacía, al fin fui yo quien puso fin a la comunicación. Toda esta escenografía telefónica me dejó bastante afectado. Especialmente porque sé que las personas obsesivas y desequilibradas pueden tener comportamientos impredecibles y peligrosos, incluso para ellas mismas. Creí que aquella vieja historia ya había terminado pero, con sorpresa, comprobaba que ello no era así.

Decidí aquella tarde irme a ver una buena película, a fin de relajarme. Lena tenía ese día turno de tarde, en el centro comercial donde trabaja. Iría a recogerla alrededor de las diez, ya que la sesión de la película terminaba una media hora antes. Ella no sabía nada de esta mi antigua historia, por lo que tenía decidido no contarle nada de la comunicación telefónica que me había dado la sobremesa en la tarde. ¿Qué sentido tendría provocarle la incomodidad de esa preocupación?

Después de la cena, Lena se fue pronto a la cama. Me comentó que había tenido un día muy ajetreado, por lo que se encontraba cansada. Como aún estaba algo afectado por los recuerdos de Laura, me puse un rato frente al ordenador, a fin de distraerme un poco. Tenía algunos correos electrónicos a los que dar respuesta. Y a eso de las once y cuarto, recibí varios Whatsapp de un compañero que tengo en la sucursal bancaria. Me comentaba que mi foto (algo más joven) estaba colgada en las redes sociales, con unos comentarios poco favorables (entraban en el terreno del insulto) hacia mi persona. Y que incluso habían añadido un trocito grabado, en la que una mujer explicaba mi comportamiento hacia ella. Fui a esa dirección y pude ver el montaje que Laura había hecho, con los argumentos que más le interesaban, aparte de algunas fotos antiguas, en la que salíamos los dos, puntualmente comentadas. La desazón fue muy profunda y aquella noche apenas pude conciliar el sueño.

En días sucesivos tuve dos entrevistas que me ayudaron en el contexto emocional que estaba atravesando. En la comisaría del distrito, un policía me aconsejó que dejase pasar un tiempo prudencial sin hacer nada al respecto. Normalmente, la persona que estaba colgando esos comentarios y fotos en la red dejaría pronto de hacerlo, al no encontrar respuesta alguna por mi parte. Se prestó a solicitar de la red telefónica un control de mi línea, para investigar si en un futuro me seguía molestando. Y me facilitó un número personal que debía utilizar, si veía o sospechaba algún tipo de agresión hacia Lena o a mi propia persona. Al tiempo, un psicólogo me asesoró acerca del comportamiento mental de estas personas que soportaban el síndrome obsesivo de la frustración. Me dio algunas pautas de acción pero, sobre todo, que evitase mantener el más mínimo contacto o diálogo con esta persona enferma.

Una vez puesta al cabo de los hechos, la comprensión y generosidad de Lena fue manifiesta. Se esforzó en estar más cerca de mi, en estos momentos de preocupación ante las respuestas viscerales que pueden desarrollar las personas afectadas por desequilibrios mentales. Durante muchos días, cuando me dirigía al trabajo o paseaba con mi compañera, me sentí vigilado por alguna mirada oculta. De manera afortunada nada ocurrió, pero la zozobra estuvo inmersa en mi vida durante algún tiempo.

Ya a comienzos del verano, tomé quince días de las vacaciones. Mi compañera también consiguió una semana de permiso, en su centro comercial. Teníamos previsto viajar a una zona del norte, donde el clima fuera menos caluroso. Preparando las maletas, decidí dedicar una mañana a ordenar el cuarto trastero que se encontraba a tope. Hice varios recorridos a los contenedores de residuos, a fin de ir aligerando de objetos inservibles el pequeño habitáculo. Repasando, abrí una caja llena de facturas, papeles y algunas fotos antiguas que pertenecían a Lena. Mi sorpresa fue mayúscula, al ver una de las fotos antiguas que había perdido algo de color con el paso del tiempo. En ella aparecía Lena, junto a un grupo de amigas o compañeras, todas muy sonrientes. De inmediato reconocí a la joven que estaba a su lado. Era Laura, la autora de la llamada y la acción en Internet contra mi persona.-

José L. Casado Toro (viernes, 22 agosto, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

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