viernes, 5 de octubre de 2012

EL ARTISTA Y SU MODELO, EN AQUEL VERANO DEL 43.


Asistir al visionado de una película, sabiendo que está rodada en blanco y negro, con unos medios económicos muy modestos, utilizando el idioma francés en los diálogos (subtitulados en castellano) de los protagonistas, narrada con un ritmo intencionalmente lento, desprovista de banda musical (salvo en un plano final) y con una base argumental, en principio, bastante simple, podría parecer una decisión dudosamente afortunada. Sin embargo, el buen aficionado al cine necesita, de manera periódica, asistir a ese tipo de proyecciones que le ponen en contacto con lo más puro y apetecible de esta peculiar y atrayente forma de crear una sugerente modalidad del arte. En medio de la cruel vorágine en que el mundo está hoy día inmerso, los 104 minutos de su metraje suponen una inteligente terapia anímica que nos fortalece para enfrentarnos, como respuesta, a ese estrés desosegado que con frecuencia padecemos, en un entorno que  aturde y desvitaliza.

EL ARTISTA Y LA MODELO. La acción transcurre durante el estío veraniego de 1943. En una localidad rural del sur francés, ocupada en aquel momento por las tropas alemanas, vive un anciano escultor, Marc (Jean Rochefort. París 1930) junto a su esposa Lea (Claudia Cardinale. La Goleta, Túnez. 1938) y un familiar, María (Chus lampreave. Madrid 1930), Aparece en sus vidas una joven española, Mercé (Aida Folch. Reus, Tarragona, 1986) que ha huido de un campo de refugiados. Recibe ayuda de esta familia y a cambio se presta a posar como modelo para la realización de esa última o postrera gran escultura, sublime objetivo que pretende realizar el veterano artista, ante de morir. Aunque aparecen en la trama otros personajes secundarios (el oficial nazi, un joven maquis, unos escolares, un clérigo, además de los amigos de Marc) la participación de todos ellos en la historia es temporalmente limitada. La cámara se centra, de forma, obsesiva en los dos protagonistas que llevan el peso de la historia. El escultor y su musa.  

CONTRASTES DE NATURALEZAS. La historia nos expone y analiza la contraposición humana entre dos personas. La juventud ante la vejez. La ilusión frente al hastío. La vitalidad juvenil, con la decrepitud de la madurez. A pesar de esos contrastes entre Mercé y Mark, ambos se necesitan imperativamente. Aquélla, busca el cobijo, la protección, el calor de un hogar, en tiempos de guerra y desolación. El escultor ve en ella ese modelo o musa en el que se va a inspirar para culminar, al fin, la creatividad de toda una vida, con una obra que se inspira en la cultura clásica griega. Cuando la trabajada escultura, que recoge toda la belleza plástica de la juventud, ha terminado de esculpirse, esas dos naturalezas comprenden que han de separarse. La joven, recorriendo en su bicicleta los caminos de su memoria. Mark, diciendo adiós a esta vida que ya nada más puede ofrecerle.

EL LENGUAJE PLÁSTICO DE DOS MIRADAS. La interpretación de los actores nos ofrece otra forma de entender la narrativa argumental, más allá de los sonidos que revisten las palabras. La expresividad de Rochefort es excepcional. Tras esa rostro cansado y vapuleado por los sinsabores del tiempo, aparece esa mirada, a la vez serena pero exigente, que reclama y ofrece atención, serenidad e inspiración. Vemos en Marck unos ojos enturbiados, por la pesadumbre de los años, en los que no hay lugar para creencias. Aisa Folch nos transmite esa frescura, atractivo, transparencia y credibilidad expresiva que sus veinticinco años en la vida aún no han degradado. A pesar de los sinsabores, maldad y dolor que toda guerra provoca en todos aquellos que han de padecerla. Él y ella buscan algo de paz, a través de la belleza y la creatividad.

COLOR Y SONIDO PARA LA IMAGINACIÓN. La película nos ofrece sólo una escala de grises para la naturalidad conceptual de la fotografía. Al igual que en The Artist, ese sabor a un cine de épocas pasadas sobrevuela por los sencillos parajes rurales que sustentan la vida de estas personas. Seres que comparten la sencillez y naturalidad de unas vidas, en tiempos de ocupación, enfrentamiento y dolor. Sí, hay sonido. El que provocan las hojas de los árboles, cimbreadas por la brisa del aire. El de las palabras, que comunican y acercan unas vidas que el destino ha querido emparejar. El de los instrumentos que el artista necesita manejar para su modelado. Incluso el del simple carboncillo que dibuja los bocetos que servirán de base para conformar la escultura deseada. Esos sonidos forman también parte de la música, pero ésta no aparece hasta el plano final, cuando las despedidas se han consumado, a través de los caminos, las hojas de los árboles o el vuelo de los pájaros. Sonido y color que no debe eclipsar esa divina o angelical belleza, en Mercé, que el viejo Mark se esfuerza en representar.

OTRAS HISTORIAS COLATERALES. La amistad del escultor, con el oficial nazi, Werner ¿es estratégica, dada la situación de ocupación que sufre ese trozo de suelo francés, o está basa en la afinidad que ambos sienten hacia la cultura, en todas sus diversas manifestaciones que enriquecen el acervo intelectual? También hay que fijarse en esa otra amistad que mantiene Mercé, con el joven maquis, que lucha contra el nazismo, y al que ayuda a escapar camino de un destino mejor. Refleja, asimismo, la bondad y solidaria actitud que florece en el carácter de la chica. Percibimos la fría relación de Mark y Lea, dos personas curtidas por la experiencia de los años y a los que sólo queda ya esa unión que genera lealtad y respeto recíproco. Más frío y distante en el hombre, más cálido y sensible en la mujer.

LOS DESNUDOS DE AIDA FOLCH. Esta joven actriz goza de un cuerpo esculturalmente precioso. Muy atrayente. Posee un rostro admirablemente infantil, con unas formas corporales adecuadas para posar como modelo a esculpir o modelar. Verla completamente desnuda, en varias secuencias de la película, frente al profesional del arte que trata, con mimo y delicadeza, de copiar la pureza de su figura, no condiciona el prima sentimental y óptico de la sensualidad. En un plano profesional de colaboración estética, ayuda al artista a conformar lo que éste tiene en mente, mimetizando los contornos juveniles de una figura divinizada que sostiene su rostro con la fragilidad de su mano, en serena actitud pensativa. Frente a la frialdad profesional del escultor, contrasta la actitud de unos niños que se quedan prendados en la figura de Mercé, tanto cuando la observan vestida como en una ocasión en que a través de los cristales se divierten contemplando a esa chica que no lleva nada de ropa sobre el cuerpo.

PREMIO Y DEDICATORIA. Esta película ha recibido la Concha de plata, como premio al mejor director, Fernando (Rodríguez) Trueba (Madrid, 1955) en el reciente Festival de Cine Internacional de San Sebastián. Trueba le dedica este film a su hermano Máximo que falleció, en 1996 con cuarenta y dos años de edad, en un accidente de tráfico en Villanueva de la Cañada, Madrid. Precisamente. el hermano mayor de Fernando y David, ambos afamados directores de cine, era escultor de profesión.

VALORACIÓN. Viendo esta primorosa cinta, rodada con el cariño y esmero de un profesional que lleva el cine en la sangre, me he vuelto a reencontrar con esas películas que, con bajísimo costo, son pequeños tesoros para la imaginación y la estética. Realismo y belleza, en los cuerpos de dos personas separadas por cincuenta y seis años de edad. Respeto y afecto entre dos vidas, sabiendo cada una de ellas el papel relacional que deben adoptar ante lo que es una simple y grandiosa creatividad artística. Una bella y sensible historia, con una cuidada fotografía y un mejor sonido, el de la naturaleza. Todo ello ayuda al espectador para asumir y participar con empatía sobre aquello que le están contando. Con el protagonismo de la imaginación y la sensibilidad, tu también puedes formar parte de ese trozo de historia que estás compartiendo, a partir de lo generado en pantalla. A muchos puede cansar el ritmo pausado, intensamente lento, de la narración fílmica. Pero es que, entre estos dos personajes, la vida carecía, en aquellos momentos, de la premura acelerada del tiempo. Creo que la persona que ama el cine no debe dejar de ver esta joya de película.

IMAGINEMOS QUE LA HISTORIA CONTINÚA. Puede ocurrir que …… cuando Mercé conoce la triste noticia de que sus padres han perdido la vida, en la dureza trágica de la guerra, se traslada a París. Allí encuentra un sosegado trabajo como asistenta de una rica condesa polaca, exiliada y, ahora, impedida, en una silla de ruedas. Tras su experiencia artística con Marck, se inscribe en una escuela de arte, donde estudia, por las mañanas, diversas técnicas escultóricas. Una vez finalizado el terrible conflicto bélico, en 1945, durante unas semanas de vacaciones, viaja al hogar que le acogió en aquellos duros momentos del verano del 43. La vieja casa rural sigue prácticamente igual que cuando ella la abandonó. Lea y María le piden que se quede con ellas. La consideran como una hija. Mark, antes de morir, ha dejado escrita una carta en la que lega a Mercé todo el material artístico y técnico que tenía en su estudio y que ella tan bien ha sabido compartir. Un día, mientras trabaja en el modelado de una escultura, ve aproximarse a través del sendero una figura masculina, caminando hacia la casa. La neblina de la mañana no permite definir bien los rasgos de ese hombre que pronto atravesará el cobertizo. Mercé corre ilusionada hacia la puerta pues, al fin, ha reconocido a Emil, aquel joven luchador contra el nazismo al que ella ayudó a huir a través de las montañas. Ese romántico reencuentro conforma el plano final de la historia, mientras suena una sentimental melodía de Mahler. Tal vez, así sucedió.-

José L. Casado Toro (viernes 5 octubre, 2012)
Profesor

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