viernes, 17 de febrero de 2012

EL DULCE SOSIEGO DE LA PRIVACIDAD. J.F.G. MARISOL.

Era un domingo, en Febrero. El cielo transparente, pero virado en celeste claro, reflejaba, tras su espejo cósmico, la tranquilidad de un día para el descanso o la aventura por hacer. Una Málaga que ya despertaba, para ese estimulante paseo junto al mar. Desde El Palo hasta la Misericordia. Bajo la atenta mirada de inquietos turistas madrugadores que se aventuraban por la Alcazaba, Gibralfaro o el laberinto urbano del centro antiguo, con la mayoría de los comercios absurdamente cerrados. En mis largos paseos, hoy sin bici, me llegué hasta la Malagueta, con todo el bello entorno del Palmeral y la Farola. Una vez más, supe reconocerla. Pero en esta, mi tercera oportunidad, tuve ese pronto que, en afortunadas y escasas ocasiones, fluye en valentía, sin los limitadores de la racionalidad o la necesaria prudencia. También ella paseaba, acompañando a sus mascotas, como probablemente hacía cada uno de los días que pueblan y justifican el calendario. Tras sus gafas oscuras, para la protección ocular, se había detenido. Observaba el rítmico deambular del oleaje, en ese aún no poblado todavía Paseo Marítimo, junto al Puerto malacitano. Me acerqué, en una de esas decisiones que, sin pensarlo, resultan afortunadas y, tras el saludo de buenos días, un tanto nervioso, he de aceptarlo, le dije:

- Perdóneme, por mi atrevimiento. La he reconocido y he sentido la necesidad de saludarla. Desde que era pequeño, fui y soy un gran admirador de su persona. Nunca pensé que iba a poder ofrecer estas palabras, de respeto y agradecimiento, a una gran actriz que llenó de alegría y distracción muchos años de mi infancia.

A partir de ese breve párrafo, me quedé literalmente “cortado”. En silencio. Me observó, un tanto extrañada y, tras unos segundos que me parecieron horas, reaccionó a través de una sonrisa. Con su genética simpatía, quitó tensión al inesperado encuentro y quiso tranquilizarme.

- No te preocupes, hombre. Me has reconocido y, sin conocernos, te has acercado. No pasa nada. Me verás un poco cambiada ¿verdad? Por cierto, ¿a qué te dedicas? ¿No serás periodista…..?

A pesar de que mi ritmo cardiaco había alcanzado el turbo de la velocidad, me sentí más tranquilo o confiado, dada la serena y amistosa respuesta que ofreca ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽locutoraiado, dada la serena respuesta que me ofrecs, te has, a una gran actriz que llenpequeño, fui un gran admiradoría mi interlocutora.

- No, no ejerzo el periodismo, por supuesto, aunque siempre me ha agradado esta actividad. Mi dedicación profesional ha sido la enseñanza. Durante años, muchos años. Con personas muy jóvenes. Entre los doce y los veinte años. Quería decirle que he visto…… ¡He visto tantas de sus películas!

- Bueno, si te parece vamos a tutearnos. En realidad somos de una generación parecida ¿no? Y veo que, por tu pronunciación, también eres malagueño. Aunque, al hablar, tienes algunas formas….. que no son muy “percheleras” ¡Con que Profesor….. eh! Yo no fui muy buena estudiante. Esa es la verdad.

Fue la primera vez que se rió, con un cierto desenfado.

Pepa Flores González, la Marisol del cine, nació en Málaga, un 4 de febrero de 1948. De familia humilde (su padre trabajaba en una tienda de ultramarinos) tiene dos hermanos. Maria Victoria, tres años mayor que ella, y Enrique, al que le lleva ocho primaveras. De pequeña vivió en el número 10 de la calle Refino (situada entre la picassiana Plaza de la Merced y la académica zona de El Ejido). En 1959 fue descubierta, para el espectáculo, por el empresario y productor madrileño Manuel Goyanes. Era una niña alegre y desenvuelta, que cantaba y bailaba muy bien. Transmitía esa alegría e inocencia infantil que despertaba la admiración allá donde llegaba. Integró, junto a Joselito (José Jiménez Fernandez. Beas de Segura, Jaén,1943), Rocío Dúrcal (Mª de los Ángeles de las Heras Ortiz. Madrid 1944-2006) y Pili y Mili (Aurora y Pilar Bayona Sarriá. Zaragoza, 1947), ese conjunto de actores infantiles, que alegraron las pantallas de los cines y la televisión, especialmente en la década de los sesenta. Marisol, su nombre artístico, hizo cine, entre 1959 y 1985. Veinte películas, abundante televisión y una amplia discografía. Estuvo casada con el hijo de su descubridor artístico, Carlos Goyanes, entre 1969 y 1972. Posteriormente se unió, en matrimonio civil, con el afamado bailarín Antonio Gades (Antonio Esteve Ródenas. Elda, Alicante 1936-Madrid, 2004), del que tuvo tres hijas: María (actriz) Tamara (psicóloga) y Celia (cantante). El divorcio con Gades, en 1986, coincidió con su firme decisión de apartarse, completamente, del protagonismo artístico, político y social. Fue simpatizante y militante de grupos ideológicos muy progresistas, en la izquierda marxista, durante esta etapa de vinculación sentimental con Antonio Gades. En la actualidad, reside en la zona del Paseo Marítimo de Málaga, formando pareja con un empresario italiano de la restauración, según la información que ofrece Internet. Siempre declina, con amabilidad pero con innegociable decisión, todo tipo de entrevistas con los media de la comunicación. Tampoco acepta los homenajes o premios que tratan de concederle, ante su amplia trayectoria artística. La firmeza actual que preside la privacidad de su vida es, ejemplarmente, admirable.

Lo que había sido un simple saludo, por parte de un permanente admirador, hacia la estrella cinematográfica coetánea de su infancia y juventud, se fue ampliando con un simple pero agradable diálogo, inesperado y estimulante, para este comunicador. Pepa Flores, mantiene, a pesar de sus años, ese desparpajo y gracia andaluza de que hacía gala cuando alegraba nuestras tardes de cine, durante los fines de semana, allá por los nostálgicos años sesenta.

- Bueno, ya que el destino me ha puesto delante un admirador de aquellos tiempos, que fueron tan importantes y contrastados para mí, voy a tener contigo ese detalle que tanto querrían los profesionales de la prensa. He sacado a pasear a estas “dos personitas” y pensaba tomar un café, pues aún no he desayunado. Si quieres, charlamos otros minutos, con un par de tazas de por medio.

Se la veía divertida, por esta situación un tanto curiosa. Continuamente, mantiene y aflora en su espíritu ese humor, esa gracia, que todas sus experiencias en la vida, buenas y desagradables, el paso del tiempo no ha logrado borrar. Y yo seguía……… sin creérmelo. Verme allí sentado, frente a la artista, en esa cafetería de la esquina portuaria, preguntándole y comentándole, al tiempo, me hacía sentirme un ser privilegiado por el azar.

- Tus tres primeras películas las vi en un cine que hoy ya no existe. El Victoria, muy cerca de donde naciste y viviste tu infancia. Cuando me llevaron a ver UN RAYO DE LUZ (1960) aún no había cumplido los diez años. Era muy, muy divertida. Pero con la segunda, HA LLEGADO UN ÁNGEL (1961) realmente me sentí…. en realidad te veía como un ángel de verdad. No sé como, pero envié una carta a tu dirección, en Madrid, pidiéndote una foto dedicada. No te digo nada cuando un día recibo una respuesta de tu productora, con tu foto y esa dedicatoria ¡a mi nombre! Era como un tesoro o premio, para un crío de once años, en aquella España tan especial, de los primeros sesenta.

- ¡María Santísima, la de fotos que tuvo que firmar alguien que trabajaba en aquella oficina de los Goyanes! Yo ni me enteraba, claro. Es esa palabra del marketing, que hoy tanto se utiliza en la publicidad. ¿Y como aparecía yo en la foto que te llegó?

Nuevas risas pero mezcladas, ahora, con gestos más serios que denotan una cierta añoranza, recuerdos complicados o, tal vez, el cansancio, natural, teñido por el paso inevitable del tiempo. Profundamente animado y más desenfadado, hablaba a una persona que me observaba divertida y atenta, a través del fumé que nublaba sus lentes.

- Mira, era en blanco y negro, pero muy linda. Una niña rubia, con sus ojos que miraban el cielo, y unas lágrimas en el rostro. Te aseguro que en la escala de grises…. yo apreciaba tus ojos azules. Lamentablemente, aquel tesoro de fotografía, dedicada a José Luis, desapareció cuando hubo un cambio de residencia en mi familia. Me encontraba estudiando en Granada, durante ese traslado de vivienda. Precisamente allí, en la ciudad de la Alhambra, un lluvioso domingo por la tarde, y desde el primer piso del Cine/Teatro Isabel la Católica, vi una de tus últimas películas, en pantalla grande. Su título era LA CORRUPCIÓN DE CHRIS MILLER. La dirigió Juan A Bardem, en 1972. Ya no eras aquella traviesa y ocurrente chiquilla de diez u once años. Se trataba de un dramón, con algo de terror, donde hiciste un papel muy serio y complicado.

- Ya ves, una jovencita de veinticuatro tacos, con unos problemas psicológicos que no te quiero decir. No. No salí contenta de aquella historia. Te aseguro que no es fácil pasar de esa infancia, en la que te sientes utilizada, a una juventud que, para mi no fue especialmente agradable. Pero mejor olvidar los momentos tristones ¿no te parece, paisano?

Casi sin darnos cuenta, han pasado unos treinta minutos. Marisol, ha terminado, a pequeños sorbos, con su aromático y cargado café solo. El mío, un descafeinado de máquina, aún permanece casi intacto. Tras insistirle, me deja pagar la consumición. Con otra sonrisa, me hace ver que ha de marcharse. Le agradezco, con palabras afectuosas, su gentileza y su confianza. Nos estrechamos la mano y se despide con un alegre “adiós, malagueño. Tu no vives por aquí ¿verdad? Igual nos volvemos a encontrar otro de esos domingos que te alegran el alma, con este sol y este mar que te dan la vida. Bueno, profe, ha sido un placer conocerte. Gracias, por ser un fiel admirador de mis películas y persona. Eres de mi tierra y me siento halagada”.

Y se alejó, caminando a pasos cortos, llevada un poco por el deambular de sus dos pequeños perros. Pepa Flores, Marisol, conserva su cuerpo, todavía hoy, cuidadosamente delgado. En realidad, la silueta de su figura parece la de una de esas estudiantes que cursan uno de los últimos años de facultad. Ahora su cabello ofrece un color castaño, suelto y largo, sobre sus hombros. Debe mantener el color del mar en sus ojos, hoy cubiertos por unas gafas protectoras para el intenso sol dominguero. Lógicamente (son los ciclos naturales de la vida) el tiempo ha ido surcando, con una cierta crueldad, nuestros respectivos rostros. Pero yo sigo viendo en ella los rasgos inconfundibles de aquella chiquilla rubia que me hacía soñar y reír, en la aventura y ensueño de muchos domingos por la tarde. El cine, todos aquellos juegos, mi niñez, en aquellos infantiles años de los primeros sesenta. Entonces, los niños jugábamos, estábamos, más en la calle. No había ordenadores, ni apenas televisores en las casas. La educación que recibíamos, en nuestros hogares y en los colegios o escuelas, era muy diferente a la actual. Traigo a la mente aquella, lejana ya, España del franquismo. Una España, para los libros de Historia, con su filtro color sepia para la visión, de nuestros recuerdos en la memoria.

Cuando despiertas de un sueño, te preguntas qué hay de verdad, o ficción, en esa experiencia que pertenece al mundo de lo onírico. Al tomar conciencia de lo real, caí en la cuenta que hoy también era domingo. Como tantos otros, fui a dar una vuelta con la bici. Pero evité, en todo momento, dirigirme a la zona del Paseo Marítimo. Ese sueño, en la madrugada del sábado, permanecía aún cercano. Y muy definido, en los misterios ocultos de la consciencia. Hubiera sido duro y triste no hacerlo realidad.

José L. Casado Toro (viernes 17 Febrero 2012)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


1 comentario:

  1. Me ha encantado tu momento con "Marisol" casi he sentido el olor a cafe de lo bien descrito que esta todo.

    MartínDeArriba

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