viernes, 24 de febrero de 2012

EL CONTROL MENTAL, COMO PRIMERA ESTRATEGIA EN EL INFORTUNIO.

No recuerdo “a ciencia cierta” cuándo se produjo nuestra conversación. Probablemente, fue hace unos meses. En esta oportunidad, grata para la sociabilidad, una joven interlocutora me transmitía su desánimo ante eventos propiciadores, en lo negativo, para generar inestabilidad. Reconozco que no resulta fácil sintonizar, con la empatía necesaria, ante esa persona a quien aprecias, a fin de ofrecerle tu más fría y objetiva percepción del problema. Conflicto que abruma y potencia su estado de ansiedad. Con la mejor voluntad, te afanas en apoyarle. Con luces o contenidos que le ayuden, en lo posible, para superar ese bloqueo anímico que incrementa, a no dudar, las tinieblas incómodas de la subjetividad. Pero el acierto no siempre es posible, en un contexto en el que careces de todos los datos imprescindibles para sustentar y avalar tus palabras….. Lo importante es que mi preciada amiga lo estaba pasando mal, muy mal. Lógicamente, te afanas, te entregas, en aportarle ese calor humano que tanto conforta para los tiempos aciagos del pesimismo. Pero ¿cuál era el origen del conflicto que ambos, desde distintos planos, tratábamos de analizar, paliar o superar?

Rocío, un nombre precioso, con sabor a vida y naturaleza, ha trabajado muy duro para conseguir su grado universitario de titulación. Y en circunstancias personales no especialmente fáciles, como en tantos y tantos casos para la realidad. Aún sin haber terminado la fase Primaria en los estudios, ella y su hermano Gaby, dos años menor, pasaron a depender, únicamente, del esfuerzo responsable de su madre. Hay un padre que se desentiende de sus obligaciones básicas, hundido en esos parámetros desordenados del alcohol y el sexo que ya, casi en el olvido parental, ponen fin a su vida. Desde hacía unos cuatro años, apenas conocían nada acerca de su imprevisible paradero. Claudia, auxiliar de clínica en un centro vinculado a la Administración sanitaria, quiso, y supo, llevar con entereza su situación de abandono, económico y afectivo, sacando adelante la formación de sus dos retoños. Mantuvo la estabilidad en un hogar modesto, pero agradable. Generó cariño y equilibrio familiar, aún con la ausencia de un padre, tan necesario, en esas edades modeladoras para la equilibrada evolución de los hijos.

Los años fueron pasando, en el rítmico oleaje temporal del calendario. Rocío cursó las etapas académicas necesarias, consiguiendo su licenciatura en Químicas, rama de la ciencia que desde siempre le atrajo, a fin de investigar, enseñar y, por supuesto, trabajar. En un principio, le sonrió la suerte en lo laboral. Los propietarios de unas bodegas, en coyuntura expansiva, ubicadas en la provincia hermana de Cádiz, requirieron sus servicios, posibilidad que llegó a su conocimiento a través de un anuncio publicitario en la prensa. Su generoso currículum, junto a su afable carácter y disposición personal, le permitieron ser contratada para el departamento de laboratorio, tras una larga entrevista con un directivo de la firma vinícola. Hubo de trasladarse a la comarca jerezana, encontrando acomodo en un piso alquilado, por la zona norte de esta importante ciudad andaluza. Una distancia asumible, entre Jerez y Málaga, hizo posible esos anhelados fines de semana, que solía pasar junto a su madre y hermano, en el seno agradable de la unidad familiar. Su alegre carácter, y su capacidad responsable para el trabajo, le granjearon una alta estima entre los compañeros de la emergente bodega gaditana. Comenzó a intimar con un técnico del laboratorio, padre de dos críos pequeños, que trataba de superar una reciente desvinculación familiar. Así marchaba la vida de Rocío, una bella joven de veintisiete años, con unos parámetros bastante normalizados en la generalidad sociológica.

Pero en esto llegaron las brumas incontenibles de esta profunda recesión mundial, por esos ciclos imprevisibles, incluso para los entendidos y versados, en el organigrama de la estructuras económicas. El efecto dominó, o del castillo de naipes, golpea durante el sistema financiero, las estructuras laborales, el consumo y, subsiguientemente, la producción. Esa cadena de cristal se rompe primariamente por los eslabones más débiles. Y es cuando el trabajador se ve abocado a la inmundicia o endemia humana, profesional y psicológica, del paro laboral. Entre los dígitos multiplicados de perjudicados, aquí y más allá, se halla Rocío que, como tantas otras personas afectadas, ha de afrontar una situación que agrede a su autoestima más inmediata: sentirse útil para el servicio profesional. Esa actividad que todos necesitamos aportar en el entorno social que nos ha correspondido protagonizar. Además, en su caso, hay otro elemento relacional que agudiza, en lo negativo, algunas etapas desafortunadas que degradan la facies optimista en nuestras vivencias. Su compañero de trabajo y vinculación afectiva, ahora también despedido, recupera la estabilidad matrimonial. Gracias a la generosidad de la que ha sido, y es, su mujer, funcionaria docente en un instituto de educación secundaria de la zona. Las consecuencias de este segundo hecho resultan obvias: las esperanzas afectivas, entre Rocío y su compañero de trabajo, divergen, inevitablemente, por el camino desigual o no coincidente de nuestras trayectorias, para el destino que nos hemos propuesto.

En esta nuestra tarde primaveral para el diálogo, un par de tazas, con el aroma y el sabor mágico del té, separan físicamente a dos personas cuya amistad sustenta sus raíces en la lejanía de los recuerdos. Nos conocemos desde hace bastante tiempo. Aún con intermitencias propias de la vida, hemos mantenido la comunicación, facilitada en los últimos años por la oportunidad y versatilidad del correo electrónico. Pero ahora, cuando la tarde se endulza de ese anaranjado suave, que contrasta con un cielo aún celeste y sin opacidades para la vista, hablamos y comunicamos con el cariño preclaro de la amistad.

“No sabes lo que te agradezco este ratito que me estás dedicando. Tampoco quiero transmitirte un dramón por estos dos problemas que tanto me están afectando. Me sentía, me creía mucho más fuerte, pero ahora me estoy dando cuenta de que soy más vulnerable de lo que pensaba. Confiaba en que lo iba a superar, con ese optimismo que tan buen resultado me ha ido dando en la vida, pero ……. en absoluto, la cosa no es tan fácil como suponía. Cuando estás en “el ruedo” comprendes mejor a todos aquellos que sufren, en los avatares diversos de su existencia”.

“Mira, hay momentos en que me levanto por la mañana y me siento fuerte para el optimismo. Me repito, con firmeza, eso de que “voy a luchar”. Que voy a empezar de nuevo. Que lo más importante, racionalmente hablando, es la salud, porque, si ésta falla, los referentes de nuestro organismo se desploman con acritud y desesperanza. Pero, con el paso de las horas…. vienen los momentos para el derrumbe. Te sientes un tanto huérfana para las soluciones…… sobre todo, cuando llega la noche y ves que todo sigue igual, o más o menos igual”.

Rocío me habla con esa voz candorosa y dulce que inspira la confianza. Cruzamos nuestras miradas. Observo sus ojos transparentes, gris perla y llenos de confianza para la amistad. Mientras, ella juguetea con la cucharilla plateada en su pequeña taza de té, aún densa en la fuerza de su temperatura. Soy consciente de la ayuda que necesita. Para mi joven amiga lo más importante, en esta oportunidad de la tarde, es comunicarse, desahogarse en suma, con una persona que sepa atender, con respeto y atención, sus planteamientos, expresados en voz baja, casi acompasada al ritmo del susurro.

¿Cómo ayudarte, querida Rocío? En realidad las soluciones, casi siempre, deben fluir en nuestra propia conciencia. Desde esa experiencia y voluntad, siempre compañeras importantes, para las decisiones que nos demandan las circunstancias. Debo confesarte, lo que por otra parte es evidente que, a lo largo de los días y los meses, hay momentos en que también yo me siento superado por los acontecimientos. Y esa situación…. no es agradable. Todo lo contrario. A veces, casi angustiosa. ¿Motivos? Cada uno los tiene. Los sufre. En ocasiones, incluso los potenciamos a una dimensión exagerada con respecto a su verdadera y real importancia o trascendencia. Bueno, pues para esos instantes, en los que te parece que incluso hay menos oxígeno donde respirar, vengo utilizando un pequeño o gran recurso que, aún no resolviendo mi agobio, sabe ayudarme a sobrellevar el problema. A digerirlo. A integrarlo. A situarlo en su verdadera y exacta dimensión. Puede parecer algo especialmente infantil o lúdico, por lo imaginativo o artificioso. Pero, te aseguro que alivia la tensión o presión que me está generando alguna ingrata situación. Básicamente lo que hago es cerrar los ojos, o incluso abiertos, trasladándome (de una forma imaginativa) a un determinado lugar, probablemente ya conocido por mí, que sabe generarme tranquilidad, sosiego, serenidad. También….. libertad. ¿Algún ejemplo? Pues… un paseo por la naturaleza. Y es que siempre hallamos espacios o zonas que nos proporcionan algo de felicidad en el recuerdo. ¡Ah, claro! imaginarme andando descalzo por la orilla de una playa, donde rompen y acarician las olas. O pensar en alguna persona, más o menos conocida, cercana o alejada, que despierte en mí la admiración y el respeto. Como ves, es un trabajo, un esfuerzo mental, que me libera de esa opresión o desánimo que fuerza mi “naufragio”. Ayuda bastante pues, a continuación, me encuentro en una mejor disposición para ordenar y buscar soluciones que alivien o resuelvan, total o parcialmente, el núcleo corrosivo de la ingrata situación que me abruma. Otros dicen que en similares conflictos, se van a nadar, a correr, a montar en bici o a recorrer tiendas, buscando ese regalo que te haces y te compense en el bloqueo a que estás siendo sometido. No, no te rías, en esto del auto regalo. Conocí a una profe que en una etapa “limite” para lo profesional, iba y se compraba una camiseta o algún que otro abalorio. Me comentaba, a plena carcajada, que su colección de camisetas serviría para montar una exposición. Volviendo al principio de mi parrafada. Trata de encontrar un poquito de luz, donde sólo crees percibir tinieblas para la oscuridad.

Rocío atendía con suma atención el discurrir narrativo de mis sugerencias. Vi, a través de sus ojos transparentes, la bondad y agradecimiento que me ofrecía, aún con la ausencia puntual de sus palabras. Incluso logré arrancar en ella alguna que otra sonrisa, cuando la luz de la tarde ya palidecía en el anochecer. Y llegó la hora de la despedida. “Sí, voy a luchar. No me voy a dejar vencer. La vida posee muchas otras razones y calidades, que no se deben ocultar en el desánimo o la cobardía. Y, por supuesto, tienes razón. Ese control mental, como terapia para el desorden anímico, resulta imprescindible para avalar tu esperanza. Para confiar en que mañana, o desde ahora mismo, todo va ser mejor”. El té se nos había enfriado. La noche cubría ya, con su manto de estrellas, el lejano color de la tarde. Pero, la templanza solidaria de la amistad permanecía, con su alegre dinamismo, en el discurrir monocorde del minutero. –

José L. Casado Toro (viernes 24 Febrero 2012)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


No hay comentarios:

Publicar un comentario