viernes, 20 de enero de 2012

POR EL JARDÍN SOLEADO DE LAS ILUSIONES FALLIDAS.

Es frecuente plantear, en el ágil diálogo que mantenemos con los niños pequeños, esa agradable pregunta de ¿Y tú qué quieres ser, cuando seas mayor? Normalmente, sus respuestas se ven adornadas de simpáticas ocurrencias, producto, sin duda, de la sinceridad de que suelen hacer gala en estas edades, tiempos óptimos para la transparencia. Ya resulta más complicado mantener esa línea de diálogo cuando solemos añadir, a nuestro primer interrogante ¿Y por qué quieres ser…….? Nos responden con esas limpias sonrisas, encogimiento de hombros o esa frase, monumento a la evidencia, de “porque me gusta”. Sí, también el escritor tiene que “bañarse” en ese ilusionado lago para los lejanos deseos y confesar algunas de sus respuestas, insertas en el recuerdo. ¡Quiero ser bombero! También, aquello de ¡voy a ser alcalde! Cosas de niños. Nunca supe el porqué de estas preferencias. Acabé eligiendo la maravillosa actividad de profesor, dedicación que, a pesar de mi reciente paso a la reserva activa, en el apropiado lenguaje castrense, nunca quiero, ni pienso, abandonar.

¿Y si preguntáramos, a personas de nuestro entorno, si se encuentran satisfechas con la profesión que desempeñan? Probablemente, habría de todo en las respuestas, al margen de los niveles de sinceridad de que solemos hacer gala en nuestras manifestaciones. De todas formas, considero que en el fondo de cada ser, de cada mujer y de cada hombre, existe una preciada intimidad que esconde aquella actividad o profesión que les habría agradado realmente desempeñar, en alguna fase o para toda su vida. Mil y una circunstancias, con ese lenguaje proclive a la exageración, les ha impedido, no nos ha hecho posible, realizar ese objetivo que subyace en el fondo del corazón y de la conciencia que nos preside. Es humano entender que hacer siempre lo mismo, durante esas tres largas décadas de vida laboral, puede llegar a cansar. Especialmente, en aquellas profesiones en que la creatividad, y la realización personal, no resulta fácil llevar a cabo. Parece más que evidente que muchas personas, que trabajan en el entorno de nuestras vivencias, no se encuentran felices con aquello que hacen, laboralmente, día tras día. Sus rostros, sus gestos, sus comportamientos y actitudes, difícilmente puede disimular la frustración y el desencanto que soportan en el desempeño de su profesión. Por el contrario hay otras personas que parecen más complacidas y equilibradas, en el quehacer de cada jornada profesional. Lo percibimos a diario, ya sea en el gran centro comercial, en los servicios públicos o en el taller y en la fábrica. La forma cómo se te atiende, la delicadeza y agrado en las palabras que recibes, la diligencia y el buen hacer en aquello que necesitas, son pruebas más que fehacientes del grado de satisfacción que atesoran, en su imagen, aquéllos a los que has demandado una “respuesta” profesional. La percepción que obtenemos, en el deambular cotidiano de lo relacional, es que son más los insatisfechos y defraudados, sobre aquéllos que se sienten felices desempeñando aquella actividad que, más o menos libremente, han elegido para su vida.

Son las 19,30 de una tarde en invierno, con el tiempo adornado de primavera. Cosas de la meteorología, que altera el ciclo climático usual por estas fechas de enero. Sentados en torno a una mesa, Javier y Paula, junto a Julia y Félix, meriendan saboreando un aromático té. Se han citado, como otras tardes, tras las clases matinales en la facultad de Económicas, en esa céntrica tetería ubicada frente a la Iglesia de san Agustín, muy próxima al Museo Picasso y al crucero de nuestra Catedral. Los dos primeros forman pareja estable, desde hace unos meses. Los cuatro son compañeros de clase, en el penúltimo curso del grado (o licenciatura) que eligieron, una vez superada la Educación o formación Secundaria. Salvo Julia, no son alumnos brillantes, aunque todos van superando los cursos, con sus créditos correspondientes, a la llegada del solsticio en cada verano. En ese atardecer de un jueves cromado y bullicioso, por las calles del centro, inundadas de turismo, tiempo libre y jóvenes universitarios, comentan los avatares docentes de esta semana, cercana ya a los “temibles” exámenes de febrero, cuando habrá que potenciar el sacrificio de horas y veladas nocturnas para el estudio.

Entre los chascarrillos del día, un simpático tema se pone sobre la mesa, para el jugoso diálogo de la velada. ¿Qué os parece si comentamos acerca de en qué nos gustaría trabajar, si no nos hubiéramos matriculado en Ciencias Económicas? La idea de se le ha ocurrido a Paula, morena, de ojos castaños y de simpatía reconocida. Posee un temperamento vitalista, positivo y optimista ante la vida. Javier se siente muy feliz, ante el tesoro que tiene por compañera. Es precisamente ella quien inicia la explicación de sus preferencias, en el terreno imaginado que se debate. “Os confieso que siempre me hubiera gustado tener una linda floristería. Eso de estar rodeada de flores, con todos los colores y aromas que la naturaleza sabe crear, es algo que me hace soñar y sonreír. Preparar con esmero y enviar un ramo de rosas a una dirección, donde alguien va a recibir ese mensaje de amor, con palabras que rebosan cariño, debe ser de lo más gratificante que una persona pueda sentir y gozar. Elegir las flores más apropiadas para adornar una capilla donde dos enamorados van a contraer matrimonio o enriquecer ese cumpleaños u onomástica de alguien, para un día tan señalado en su vida, representa una dedicación profesional admirablemente compensada. Y no me refiero a lo económico, sino al símbolo anímico que representa. Incluso, es una bella forma de poner algo de belleza y un mucho de cariño, cuando esas flores van a acompañar a un alma en su último viaje, al cielo de los justos”. Los tres amigos escuchan, con atención y admiración, las hermosas palabras que Paula ha sabido, una vez más, regalarles. Verdaderamente, esta joven mujer es un encanto de persona.

Ahora, tras apreciar el grato aroma de esa infusión de rooibos, mediante un intenso sorbo de su taza, es Félix quien interviene. “Pues a mí me gustaría montar una librería. ¿Qué producto más sublime puede haber en el mercado como un libro? No lo veáis en clave económica. Bueno, va a ser nuestra profesión en el futuro. Yo lo que aprecio es ese sentimiento o deseo de vivir rodeado de cultura, de aventuras, de historias y ensayos…. Y no como en una biblioteca, donde debe reinar la acústica de los silencios, para respetar la concentración de cada uno de los que a ella acuden, para estudiar, para leer o consultar. En una librería yo tendría , de manera continua, una dulce música de fondo, que ilusionara los oídos, tal y como las letras impresas, en las hojas de los libros, entusiasman los ojos de los lectores, ansiosos de comunicar con sus autores. Habría juegos de luces, que reflejarían amaneceres y atardeceres. También, macetones de naturaleza, con esas flores que adornan, acompañan y sugieren. Organizaría un salón (en función del espacio disponible) para que cada día, o cada semana, un autor, famoso o poco conocido, hablara, explicara, compartiera con los lectores, sus ilusiones, su imaginación, su realidad y ese pensamiento oculto que tan celosamente guarda y entrega aquél que edifica con las palabras. Con los susurros. Con las miradas. Sí, me veréis un tanto idealista, romántico o constructor de sueños. Pero yo soy el mismo que, en la semana que viene, tengo un examen de contabilidad. Y lo voy a “empollar” como un poseso. Pero en mis ratitos de oxígeno liberador…. pienso en esa librería que tendría nombre de mar y apellidos de naturaleza”. Los tres compañeros de Félix se han quedado como mudos. No esperaban que el desenfado superficial y habitual de este “compa” pudiera esconder esa hermosa sensibilidad que, en esta tarde de té y amistad, les ha desvelado.

Javi, un mocetón rubio y de ojos azules y cuerpo de atleta (forma parte de un equipo de baloncesto, en la UMA). Posee antecedentes familiares en la Germania. Un bisabuelo materno, que emigró a Núremberg hace muchos años, tras el amor de juventud por una bella trapecista, a la que conoció….. bueno, esa es otra historia, ha generado en su cuerpo una serie de rasgos que hoy le identifican en el suspiro de no pocas compañeras de aula. “De verdad, a mi lo que me hubiera gustado es estudiar náutica. Ser un buen navegante por esos mares que encierran y arropan a los continentes y sus islas. Nunca he tenido en mis manos el timón de un barco. A lo más que he llegado es a templar los remos, en una de esas barquitas del Retiro madrileño. Pero me imagino vistiendo ese elegante uniforme azul, con galones dorados, y con esa gorra de capitán que conduce su nave por los mares de la aventura y el oleaje, de puerto en puerto, de amor en amor. Sé que estáis pensando en Ulises, y en su vuelta a la isla de Ítaca. Al final, sabría encontrar la divinal figura de mi fiel Penélope, en una épica que se torna lírica en los anaqueles de la imaginación. Un atardecer, como el de hoy, en pleno alta mar, con esos colores anaranjados, rojos y azules, dibujados con la paleta mágica para el lienzo inmaculado de nuestra vista…. tiene que ser una verdadera gozada. Sin embargo, la presión de mis padres pudo más. Me hubiera gustado ser marino y sé que terminaré en una ventanilla bancaria, mirando los pixels cromatizados no de un amanecer, en el horizonte mediterráneo, sino de una página Web por mercado interbancario. Perdonadme, pero es que se me enfría este chocolate con canela, al que estoy enganchado desde hace tiempo”. Al finalizar sus confidencias íntimas, cada uno de los cuatro amigos, todos silencian sus comentarios al respecto. Son esas mudas reflexiones que bullen, a buen seguro, por los espacios cerebrales, con unos latidos cardiacos más intensos que de costumbre.

¡Venga Julia, te has quedado para el final! Seguro que tienes algo bueno que confiarnos para tus deseos ocultos. Sonríe. Remueve el aromático té que reposa en su pequeña taza. Comienza a dibujar sus palabras, con parsimonia y ensueño. Veintidós abriles la contemplan. Morena, delgada, con ojos plenos de bondad y entrega. Constante y trabajadora en sus obligaciones, aparentemente silenciosa, locuaz cuando la confianza templa su interés por comunicar y agradar, así es ella. “Ya conocéis mi interés por todo lo que tenga sabor a cine. A mí me agradaría ser la propietaria de un cine, con dos salas para la proyección. En una de éstas, se verían películas sólo españolas. Actuales o de algunos años para atrás. Cintas que no han podido entrar en los circuitos de distribución o que apenas han permanecido en cartelera una semana o poco más. Incluso aquellas que no se han proyectado en Málaga, ya que sólo los madrileños han tenido la oportunidad de conocer su existencia. Para los viernes, primer día en su estreno, invitaría a sus directores, a fin de que dialogaran un rato con el público, en esa sesión de las ocho de la tarde, que sería la última en el día. Ah, en la otra sala, habría una proyección continua de grandes obras del cine mundial, procedentes de los países europeos, de Asia y África, de la América de habla hispana. También las brasileñas…. Jubilados y pensionistas pagarían por sus entradas sólo el coste de un billete de autobús. Y cada sábado, en la mañana, dos colegios malagueños podrían ocupar las cuatrocientas localidades que sumarían ambas salas. Junta y Ayuntamiento colaborarían, con alguna aportación económica, para esta dinámica política de acción social y educativa. ¡Bueno, ya sé lo que estáis pensando! Pues no os equivocáis. ¡Claro que me hubiera gustado estudiar para actriz! Pero de aquí a nada, me veo preparando oposiciones para ocupar plaza en algún organismo de la Administración. Dice mi compa (hoy no ha podido venir con nosotros) que tengo muchos pájaros en la cabeza. Tal vez tenga razón, pero es que estoy hasta el gorro de tantos trabajos, proyectos, supuestos y exámenes, como los que vamos a tener durante el mes próximo. Aunque el corazón vaya por esas ilusiones, la racionalidad me pide aprobar los cursos, acabar la carrera y después, Dios dirá……”

Paula, Javier, Félix y Julia. Buena y sana gente, para este mundo desorientado en tiempos oscuros. De aquí a un año, habrán de enfrentarse con la necesidad de dar sentido a una carrera, a unos estudios, cuyo destino cada vez posee menos significado en comparación con sus ilusiones ocultas. La tarde les ha sincerado en la comunicación de su amistad. Quise invitarles a esa merienda (hubo también dulces “árabes”) para gozar con su sinceridad. Y, tras despedirme de todos ellos, Julia me acompañó a la puerta del establecimiento. ¿De verdad….. vas a escribir sobre nosotros? Para mí fue una tarde plena de verdad, honradez y confianza. Me sentía feliz y preocupado al tiempo. Habrían de finalizar sus estudios. La racionalidad así lo aconseja. Pero nunca deberían renunciar a esa luz que vitaliza sus verdaderas ilusiones. Ese faro o guía que permite ver el camino en medio de la oscuridad. Aún están a tiempo. Ese tiempo fugaz, para su fiel y valiente realización, aún les espera.

José L. Casado Toro (viernes 20 enero 2012)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


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