viernes, 22 de julio de 2011

LA COMPLEJA Y DIFÍCIL AVENTURA, POR LA SINCERIDAD.

Faltaban aún unos minutos para que dieran las diez, y ya había un grupo importante de personas que aguardaban, con semblante paciente, junto a una de las puertas que dan acceso al gran edificio comercial. Entre ellas, las había de todas las edades y caracteres. Alguien ojeaba un periódico gratuito que le habían entregado, minutos antes, en una de las esquinas estratégicas de la zona. Aquella otra señora repasaba, con gesto compulsivo, la esfera cromada de su reloj que, para ella, caminaba con más lentitud de la habitual. Un señor mayor recorría el trozo de acerca, de manera pendular, incapaz de permanecer quieto hasta la hora fijada para la apertura. El sol templaba ya de lo lindo, pues ese cielo azul, limpio de nubes, amenazaba con la llegada árida del terral. Julio vacacional y en rebajas, soportando ese tráfico viario que no sabe, ni quiere, descansar un solo momento. Y un guardia de seguridad bien uniformado que, con llaves en la mano y muy en su papel, pulsaba algunos botones y controles que abrirían, en un tiempo más bien escaso, las puertas para la distracción, el tiempo y la necesidad. Yo también era uno de ellos y, desde la noche anterior, tenía bien diseñada la estrategia de cómo hacer para bien comprar. Suponía que no iba a resultar fácil, pues estas mercancías, transparentes para la materialidad, no se ofertan en la publicidad callejera, ni en los buzones urbanos. Tampoco en el on line de nuestro fijo o portátil, ni en el Mercadona de aquí al lado junto a mi casa, ese que sabe prestar un buen servicio, todo amable y servicial, de lunes a sábado. Con la exactitud puntual del minutero, fuimos entrando en este macrocentro donde aseguran, mediante la publicidad mediática y el boca a boca, venden todo, casi de todo. Por secciones, plantas y departamentos, y durante doce horas en el continuo de lunes a sábado. Todo muy bien organizado para un servicio eficaz y cómodo, ya que el cliente es objetivo prioritario en la satisfacción para su necesidad. Diversión, garantía, precio y calidad. Y si no está Vd contento con la compra, pues a devolver, que esa aventura también conforta y gratifica.

Me dirijo a una joven empleada, bien peinada y pintada. Viste camisa blanca estampada con dibujos celestes y azules, pantalón oscuro y sandalias planas de color oro. Le ruego si me puede atender para una consulta. “Srta. desearía comprar un bote de sinceridad ¿podría indicarme en qué sección o planta puedo encontrar el producto?” Esgrimiendo una mecánica sonrisa, que sólo le hace mover determinados músculos, en el tercio inferior de su rostro, responde, con voz cansina y tolerante, a pesar de lo temprano de la mañana, que la sección de perfumería se halla al fondo de esta planta baja, caminando hacia la zona este. Da media vuelta y continúa con su apariencia de inconcreta actividad. Continúo mi periplo viajero, aún por la planta baja del macrocentro, cuando veo a otro dependiente, con una carpeta y recibos de facturas en la mano, traje de chaqueta alpaca gris, corbata morada y zapatos negros, de esos que se utilizan para las bodas y celebraciones. “Si es tan amable, podría indicarme la sección donde puedo adquirir sinceridad, desearía mejorar el funcionamiento de……” No me dejó finalizar la frase. Con lenguaje de tono caribeño, me señala una escalera mecánica, con sentido descendente, “planta sótano, ferretería/bricolaje”. Continuó su camino, todo erguido en su delgada figura, taconeando con esos Martinelli de piel sobre el suelo de linóleo PVC, como si fuera un alto ejecutivo de la Unión Europea.

Presumía que mi búsqueda no iba a resultar todo lo simple que en un principio había previsto. Y es que en esta sociedad, que avanza a pasos ligeros hacia pandemias deshumanizadoras, hasta los más preciados valores de nuestro espeapreciados valores de nuestro ecspad que avanza a pasos ligeros hacia pandemias deshumanizadoras, hasta los maje de chaqueta alíritu, alma, carácter o creencia, tienden a materializarse, colocándoles etiqueta, código de barras y fecha de caducidad. “Pues mire, creo que me está Vd. preguntando por una nueva línea de lencería que estamos lanzando, y viene ahora con un quince por ciento de descuento. Sincerity of love, es el nombre por el que debe preguntar, planta tercera, señoras. A su mujer le va a encantar esta línea de ropa interior, que se está vendiendo bastante bien. Si me permite la sugerencia, ya la he visto y recomiendo, es muy atractiva y con una atrayente sensualidad. Le va a hacer un buen regalo, imagino que para una fecha a recordar”. Verdaderamente, hay profesionales agradables en esto del comercio. He tenido la suerte de encontrarme con un modelo de atención al cliente. Incluso me ha comentado su nombre, Claudia, por si tengo alguna dificultad para localizar o elegir este “sensual” producto.

“Por favor, señorita. ¿Dónde puedo encontrar ese valor llamado sinceridad?” Eran ya las once menos cuarto, y seguía mi peregrinaje tratando de hallar un espacio donde me facilitaran algo que, lo estamos comprobando, resultaba más que difícil..... disfrutar, en nuestra necesidad. Y vaya si lo necesitamos. “Vaya Vd. a Información y Atención al Cliente”. Tal vez allí le puedan ayudar en eso que busca. La verdad es que no conozco a qué producto se refiere. ¿No tiene algún dato sobre la marca, precio u otras características?” Esta vez se trataba de una chica muy joven. En poco superaría la mayoría de edad. No voy a describir de nuevo el ya conocido uniforme empresarial. En su caso, llevaba falda, también azul, unos centímetros por debajo de sus rodillas. Me impresionaron en mucho sus lindos ojos, de verde naturaleza, enmarcados por una suave melena de color castaño y una sonrisa que parecía “sincera” en la que delataba unos brackets sin la magia de lo invisible, como anuncian las clínicas líderes del sector ortodoncista.

Once y diez de la mañana. Llevaba más de una hora en el macrocentro “que tiene respuestas para todo, con garantía total al cliente” Temía resultar un personaje penosamente conocido por aquello de mis preguntas y frustradas soluciones para lo que, con tanto afán, buscaba, desde poco antes de que diesen las diez, hora puntual de apertura.

Todo apariencia de respetabilidad en su figura, la de este dependiente que, por la experiencia acumulada, se presta a resolver las más peliguadas situaciones generadas a lo largo del día. “Es que no ha ido Vd. bien orientado. Baje de nuevo a la planta cero, sección librería. Hace meses, me recomendaron un manual de autoayuda donde, creo recordar, había un par de capítulos que se referían a esas situaciones y respuestas que, con tanto afán, trata de encontrar. Le he de confesar que yo también he atravesado una etapa complicada y muy desagradable en mi vida, de la que a duras penas aún sigo recuperándome. Ya puede Vd imaginar lo que suponen treinta y cinco años de matrimonio y todo se va al carajo, sin saber bien el porqué”. La verdad es que me impresionó la actitud de este veterano trabajador, con traje beige y corbata de un gris celeste apagado, entrado en kilos y luciendo un poblado bigote entrecano. A poco me cuenta su vida. Me dejó, cuando le avisaron de una reclamación, por la entrega de un televisor con pantalla en relieve. Era el jefe de este departamento, denominado Imagen y Sonido. Buen hombre, servicial y paternal al tiempo. Total, que me encaminé, ya un tanto cansado y desconfiado, al área comercial de los libros.

El joven que me atendía, daba el perfil de un universitario en Letras, que ha desistido de continuar por la aventura de las oposiciones. Su currículo cultural le ha facilitado un buen trabajo, rodeado por una silenciosa pero atrayente familia. La que forman centenares de libros y títulos para la cultura y la memoria. Probablemente, recién casado y a la espera de descendencia. Apenas levantaba los ojos de la pantalla informática. Sólo acerté a pronunciarle la frase “sinceridad, eso es lo que busco”. Un tanto robotizado, en sus movimientos y atenciones, encadenaba esa letanía interrogativa de autor, título, género, editorial, ISBN…… Sin que apenas se diera cuenta, ensimismado como estaba rodeado de clientes, ante las 17 pulgadas para la salvación, abandoné la zona de los estantes repletos con obras interesantísimas y, en una de las esquinas, ya divisé el rótulo de los manuales de autoayuda. Pues… que muy bien.

Era todo un manojo de nervios. Tercer día del comienzo de las rebajas veraniegas. La joven, de la coleta rubia, más bien bajita, con ambos brazos repletos de ropa veraniega, semblante hiperactivo para una larga jornada de ventas que saneen el stockaje acumulado por una temporada en crisis, me recita esa “letanía” ya por tantos aprendida y escuchada: “Si no está colgada en el expositor, es que no tenemos la talla que desea. Hemos sacado toda la mercancía”. Y continuó su camino con las camisas, pantalones y sueters (o sweaters) policolores, panaceas para nuestra ilusión en la estética. ¿A qué le habría sonado eso de la sinceridad?

Fueron casi dos las horas en que permanecí por este supercentro en el que se puede, desde comprar un coche hasta lavar el traje, en un corto espacio de tiempo. Contratar un seguro, adquirir entradas para el gran festival, disponibilidad para todo tipo de alimentos y ropas, programar viajes y estancias por todo el orbe, electrónica para el hogar y el lustre sensual y formativo de la cultura diaria. El listado de ofertas es amplio y heterogéneo. Pero mi intención era gozar de ese valor que no está en venta, que no está disponible para comerciar. Tal vez, con voluntad, formación y bondad, se pueda poseer. Pero, con evidente realismo, es el gran ausente de nuestras vidas. Resulta invisible en su naturaleza, pero trascendente, necesario y ejemplar en su operatividad. Haría posible una convivencia más verdadera, limpia y trasparente, entre tu, yo y los demás. Pero.... ¿dónde está?

Aún me pregunto cómo no me tomaron por loco y desequilibrado. Sin embargo, ningún guardia de seguridad me invitó a irme por ser personaje molesto y sin ánimo lucrativo de comprar. De comprar la materialidad, que es casi lo único que ellos saben ofertar, en el transcurso de horas, días y semanas, para que todos sigamos representando esas escenas teatralizadas que siempre saben a igual. ¿Nadie de los consultados me entendió? ¿Nadie pudo esforzarse por comprender que los valores no son mercancías que se intercambian, para que los de siempre sigan ganando más y mejor? Sólo quise llevar a cabo una traviesa experiencia imposible. Curiosa y desenfada, a partir de que dieran las diez, en el Centro Comercial. Pero, y es de lamentar, la sinceridad es un valor cada vez más ausente y atípico, en el mercado cotidiano de la verdad. -

José L. Casado Toro (viernes 22 julio 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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