viernes, 15 de agosto de 2025

UNA FAMILIA DEL MAR

 

HÉCTOR había nacido, por la suerte del destino, en una modesta familia mediterránea que, por varias generaciones, había estado vinculada a la sacrificada y fascinante actividad marinera. Su bisabuelo CIPRIANO se había ganado honradamente la vida trabajando la pesca, luchando a diario contra los riesgos de mares embravecidos por temporales meteorológicos. El abuelo MATEO heredó de su padre la gran barcaza y los conocimientos necesarios para obtener cada día el sustento con el que mantener a su familia. Su padre MARCOS también continuó el camino de las redes y los peces, para alimentar a su mujer TERESA y a ese hijo que también desde su nacimiento aprendió el amor al mar con plena entrega y dedicación. Ese niño, fruto del amor, fue bautizado, en las aguas saladas del mar y en la pila bautismal de la iglesia, con el nombre de Héctor. La gran barcaza de pesca, patrimonio generacional, mil veces remendada en sus recios maderos, con la protección impermeabilizante de la aromática brea, siempre lució en la proa de babor el nombre de la virgen marinera, CARMEN. Así se llamaba la bisabuela, esposa de Cipriano, su artesano carpintero y tenaz pescador. Todos los miembros de esta marinera generación respetaron ese ese bello nombre que protege a todos los que viven y aman el mar. 

Pero Héctor Ranea, el último miembro de una gran generación pesquera, veía acercarse su medio siglo de vida y a pesar de todo el esfuerzo que realizaba cada noche, apenas obtenía rendimiento económico suficiente para poder alimentar a su corta familia, formada por AUREA y Alicia, la única hija del matrimonio. Era una triste realidad que las aguas cercanas en el mediterráneo estaban muy esquilmadas de bancos pequeros. Héctor y sus antepasados podían narrar con extraordinarios detalles los peligros a que se veían expuestos en muchas noches temblorosas de duras tempestades, aguas bravías y olas escarpadas que danzaban como fantasmas y hacían tambalearse y elevarse hasta alturas impensables a la robusta barcaza. Pasaban miedo, incluso pánico. Pero había que salir a ganar el pan cada una de las noches, hiciera buen o mal tiempo, lloviera o soportando muy bajas temperaturas que helaban los cuerpos y la respiración. Él se protegía con un recio gabán impermeable y una gorra marinera bien ˝atada” a las orejas, desafiando a esas nubes “inamistosas” que como esponjas hinchadas descargaban fortísimos aguaceros, con la percusión de truenos y fogonazos eléctricos para el delirio. Héctor y sus compañeros se jugaban la vida, para poder traer a la playa un copo de boquerones, sardinas, besugos, jureles, bacaladillas, herreras, etc. y después llevarlo a la lonja para negociar una justa compensación. Eran pesetas o euros vitales en su necesidad a fin de poder alimentar a tres o cuatro familias que vivían del mar. Mucho esfuerzo y riesgo y cada vez menos dinero a repartir. Había que contratar a marineros experimentados porque un solo percador poco era lo que podía realizar. La situación era cada vez más peliaguda. Pero el amor a la tradición pesquera y a los recuerdos de la fiel generación marinera, que jalonaban una hermosa y honrada trayectoria, con fe inquebrantable, esfuerzo total, pericia bien aprendida y valentía ejemplar, todos esos valores familiares no se podían echar por la borda de la noche a la mañana. Había que resistir al miedo o a la tormentosa dificultad.

Pero las cuentas no resultaban. No sólo era la familia de Héctor, sino los compañeros en la barcaza Carmen de este bravo marinero, cuyas familias también “tenían que comer”. Héctor incluso aprovechaba bastantes horas diurnas, para trabajar en el campo, en la albañilería o en “lo que saliera”. Una noche después de cenar y mientras Alicia hacía los deberes de la escuela (estudiaba 6º de primaria) Aurea preparó sendas tazas de café para compartirlas con su marido. Sentados frente a frente, en su modesta pero bien organizada vivienda, también heredada por generación de sus antepasados, la responsable esposa y madre trató de abrir los ojos de su marido. Cada día lo veía más preocupado y cansado porque el calendario vital no se detenía y pasaba factura con ese duro trabajo de la mar.

 

“Héctor, yo también sufro, cuando te veo sufrir. Y me alegro cuando te siento feliz. Veo el gran esfuerzo que realizas, “matándote” a trabajar. El mar dicta sus leyes y temo perderte. Además, los peces parece que son hábiles en no dejarse capturar en las redes que echáis cada noche. Si el pescado escasea, los ingresos reducidos nos hacen pasar estrecheces. También a los compañeros que van en la gran barcaza.  Viendo una revista, cuando fui a arreglarme el pelo, ojeé un artículo interesante, que me hizo pensar en la posibilidad de cambiar la función de la barcaza Carmen.  La “pobre” lleva muchos años navegando, y no sé la de veces que la habéis tenido que reparar. Tú mismo me has comentado como crujen los maderos, cuando las olas baten con fuerza castrense su “cansada” estructura. ¿Por qué no le das una función más tranquila y cerca de la costa? Vivimos en una zona con muchos atractivos turísticos. No hablo sólo del verano sino también de la primavera y el otoño, que son estaciones muy suaves en el tiempo. El sur mediterráneo tiene un verano “infinito” y un invierno cada vez más corto en el tiempo. Tienes que dar otra utilidad a la muy querida “Carmen”. Ayudándote de algunos compañeros, le dais un bue lavado de cara. Instaláis unos asientos o unas cómodas banquetas en la cubierta. Entonces programáis unos tranquilos y explicativos paseos por la bahía para los turistas. 

No hay cosa más preciosa que ver pueblos y localidades, en esta zona de ROQUETAS, desde la cercana atalaya sobre el mar. Esos viajes de una hora u hora y media serían muy aceptados por los turistas. Trabajarías durante el día y tendrías un salario más asegurado que con las incertidumbres de los fondos marinos. Yo misma podría preparar algunos platos para vender tapas (tortilla de patatas, gambas cocidas, etc.) con las típicas bebidas durante esos tranquilos y cómodos viajes. Precios baratos atraerán, parece lógico, a un mayor número de viajeros. Incluso podéis ir narrando por los altavoces algunas curiosidades de la pesca que bien conocéis”.   

El buen pescador se quedó maravillado de la claridad de ideas y valentía emprendedora que le transmitía su querida compañera (Aurea apenas había realizado estudios primarios y en su currículo solo podía aportar los méritos de una buena madre y una mejor esposa). La idea propuesta a su esposo fue recibida por éste como genial, con muchos incentivos para llevarla a la práctica. Pensaban también en las propinas que solían dejar los turistas allá por donde pasaran y estos paseos en la barcaza iban a tener muchos adeptos. 

“Tendrás que sacarte los permisos correspondientes en el Ayuntamiento, para poder realizar este tipo de actividad. No creo que te pongan dificultades, todo lo contrario, te animarán a fomentar los atractivos turísticos de nuestra querida localidad”. 

La sugerencia, bien estudiada de Aurea, era bien sensata. Su marido la escuchó con atención y alegría. Se levantó de la silla y le ofreció un beso muy cariñoso. Mirándola con ternura, le confesó que en algún momento tuvo intención de vender a Carmen, impulso que pronto desechó. Hubiera sido como traicionar a toda una generación familiar que había podido comer gracias a la robusta barcaza. En ella se habían jugado la vida y la de sus familias bravos marineros. 

“También pensé en alquilarla, pero he de confesarte que la genial idea de los paseos turísticos no se me había ocurrido. Es una opción muy interesante, que sólo a una mujer de tu categoría mental se le podía ocurrir. Hablaré con mi mejor amigo PAULO. Somos casi coetáneos y hemos salido a pescar durante muchas noches, con tiempos muy contrastados. También hemos trabajado juntos en el campo, labrando la tierra. También hemos trabajado con el cemento y los ladrillos haciendo trabajos de albañilería. Seguro que le gustará esta posibilidad de trabajar para el turismo. Tenemos que planificarlo todo con sensatez y pericia”. 

Al paso de las semanas, el proyecto VIAJES AL AMANECER. VIAJES AL ATARDECER se fue convirtiendo en una muy muy esperanzadora realidad. Tras los permisos administrativos, construyeron un precioso varadero, con recia madera, para que la barcaza Carmen pudiera acercarse hasta ese punto en donde recogería a los viajeros. El ayuntamiento financió su construcción, permitiendo que otras embarcaciones lo pudiesen utilizar, para cargar mercancías o pasajeros. Planificaron dos viajes cada día, uno al alba del amanecer y el segundo cuando el sol se iba despidiendo del día, tras la llegada de la noche. 

Las embarcaciones que utilizaban el varadero recién construido tenían asignados unos horarios que los marinos y pescadores respetaban, bajo el control de la policía costera. Obviamente la barcaza Carmen fue remodelada. Se le dio un buen lustre de brea y pintura, aplicándose en la cubierta las bancas corridas bien ancladas en el suelo de madera. Los viajeros estarían bien resguardados del sol, ya que se instaló un artístico toldo protector. La bodega o sentina, donde tradicionalmente se guardaba el pescado capturado, fue también pintada y se abrieron unos pequeños ventanales con un grueso cristal especial, a fin de que los viajeros que lo deseasen pudiesen contemplar el fondo marino y los peces que por allí se desplazaban. Verdaderamente la barcaza había quedado bien coqueta, con la garantía de que sus maderos resistían al paso de los muchos años. Fue contratada una empresa turística para que dinamizaran la publicidad de estos batatos y fascinantes viajes. Un amigo de Héctor, técnico turístico, facilitó que los costes de gestión fueran más reducidos.  

Poco a poco el negocio fue entrando en “buena carretera”. Cada viaje que realizaba la barcaza Carmen conseguía casi llenar la capacidad de la embarcación, e incluso quedaban algunos turistas en tierra esperando turno. Los precios aplicados al paseo eran atractivos para todos los bolsillos: 5 euros el viaje, para 25 plazas. Además, había ganancias con las tapas que los turistas demandaban y que Aurea preparaba. En principio hacían dos viajes. A las 9 y a las 7 de la tarde. Pronto tuvieron que incrementar el número de salidas, especialmente en las jornadas festivas y vacacionales.  Entre Héctor y Paulo la connivencia era total. Ambos se encargaban de manejar el timón y de ir narrando algunas anécdotas y explicaciones del fondo marino.

Hubo ofertas de empresas turísticas para comprar la licencia de Carmen y sustituirla por un barco/yate de mayor capacidad y condiciones, pero Héctor siempre les decía que no, pues Carmen era el “alma” de la familia. Todo marchaba a pedir de boca, hasta que el destino quiso jugar una mala pasada. 



 

Una turista de nacionalidad británica, JANNINE, “comenzó a echar los tejos” al apuesto “capitán” de la nave. La chica estaba pasando unas vacaciones en la zona de Roquetas y cada día se apuntaba para alguno de los viajes. Aparecía en el embarcadero con sus tiernas sonrisas y con el tícket en la mano. “Chapurreaba” bien el castellano. El amor no tiene reglas fijas, pero la joven se encariñó con el fornido marino. Héctor se emocionaba cada vez que tenía ante si los ojos verdes y los cabellos rubios de la inglesa, a la que superaba en no pocos años. Entre ambos surgió la conexión misteriosa u onírica del amor. 

Paulo intentó en varias ocasiones hablar con su amigo de tantos años, para pedirle que reflexionara y sentara la cabeza. Pero Héctor siempre rechazaba los razonamientos cabales que su buen compañero deseaba aportarle. El final de esta aventura refleja las debilidades de la naturaleza humana. El capitán de Carmen y la atrayente turista inglesa se marcharon a Inglaterra. Jannine era la hija divorciada de un importante industrial siderúrgico. La “alocada” joven admiraba la fortaleza y la “hombría” del antiguo pescador. 

Carmen permaneció varada varias semanas, pero Aurea, sacando fuerzas de flaqueza y ayudada por el buen amigo Paulo, quiso sobreponerse a su desgracia y reorganizó de nuevo los viajes, que comandaba el diestro y fiel marinero. De nuevo los turistas retornaron a ese plácido y bello viaje por la costa almeriense, por lo que fue necesario contratar algún ayudante. Carmen viajaba, feliz y orgullosa” por las aguas mediterráneas. 

La irracional infidelidad de Héctor fue un ilusionado capricho, repleto de banal infantilismo. Trató de repararlo años más tarde. Pero para entonces … ya nada fue igual. El tiempo no se detiene. – 

 

 

UNA FAMILIA

DEL MAR

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 15 agosto 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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