Aquellas personas que gozan del buen hábito de madrugar tienen la oportunidad de compartir la compañía de otras muchas personas, que también comienzan con prontitud cada uno de los días. Entre ellos están los paseantes de mascotas, perros en su totalidad, a los que facilitan su primer paseo urinario en el día. También, los deportistas que hacen running, corriendo por entre los lugares idóneos de la gran ciudad, con la finalidad del mantenimiento corporal y psíquico, durante esas horas tempranas en las que el sol apenas aprieta. Completan la estampa matinal los operarios municipales de la limpieza, que tratan con denuedo de limpiar la incuria de los ciudadanos ineducados en su comportamiento y aquellos otros vecinos, pequeños o mayores que marchan a sus centros escolares (algunos acompañados de sus padres o abuelos) o a sus lugares de trabajo. Los horarios de actividad laboral o escolar suelen tener su inicio a las 8/8:30 de cada jornada.
MAURICIO Acequia, 65, recién jubilado, sin cargas de hijos, pues éstos ya se habían independizado, vivía junto a su mujer ASUNTA, vínculo convivencial muy rutinario, pues a sus avanzadas edades tomaban la decisión de hacer cada uno lo que mejor les conviniera. Este antiguo dependiente de ultramarinos fue aconsejado por su médico de familia para que hiciera ejercicio cada mañana, con el fin de mejor “curar” las grietas físicas y psíquicas de su cronología. A ser posible, le sugirió la marcha ligera, siempre en función de sus posibilidades orgánicas. Si su cuerpo no lo facilitaba (estaba con manifiesto sobrepeso) pues simplemente que caminara, hasta conseguir esa marca estándar de los 10.000 pasos diarios (7-8 km según la amplitud en la forma de andar).
Siguiendo el razonable consejo del facultativo, se pasó por una tienda Decathlon, para hacerse con un buen equipamiento. Zapatillas running marca Quechua, 45 euros, un par de camisetas de algodón, gorrilla para las zonas muy soleadas y dos pantalones, largo/corto, según temporada.
Ilusionado como un niño pequeño y con el equipo preparado, quiso comenzar su actividad el primer día de abril, con la grandeza estacional de la primavera. Tenía previsto varios itinerarios, según su lugar de residencia, centro antiguo de la ciudad, un piso heredado de abuelos y padres junto a la Plaza de Uncibay. Especialmente le seducía caminar junto al mar, por lo que priorizaba el recorrido por el paseo marítimo oriental, Pablo Ruiz Picasso, tras comenzar por el gran Parque malacitano. Un vecino que practicaba el gran senderismo le había aconsejado que hiciera el correspondiente y necesario calentamiento previo muscular, aunque Mauro no tuvo en cuenta, al principio de este ejercicio diario, esta advertencia. Los casi tres mil pasos que recorrió durante la primera mañana le produjeron unas lógicas “agujetas” y contracturas para personas que no están habituadas a este natural ejercicio. Poco a poco incardinó este saludable hábito en su actividad diaria.
Pronto comprobó que con tanto caminar se le desarrollaba el apetito, demandando a su mujer que le llenara los platos hasta casi el borde, con el peligro obvio por el incremento de calorías que provocaban un aumento de peso en un organismo ya con exceso de kilos. Tuvo también algún accidente, como cuando no se dio cuenta y piso una mancha de aceite dejada por algún camión o coche averiado, provocándole un resbalón y caída con magulladuras que tuvo que curar en su ambulatorio del SAS. Pero esas dificultades puntuales el destino las compensaba con otros incentivos, también muy interesantes. Como el principal trayecto que solía recorrer lo repetía con bastante frecuencia, en ese largo paseo se iba encontrando con personas que también caminaban por las mañanas y con las que fue haciendo algún tipo de amistad. La simpática relación comenzaba con los buenos días y poco a poco el contenido de las palabras se ampliaba en lo que eran amenas conversaciones, que siempre nos enriquecen. Una de estas amistades, posiblemente la que más le influyó, fue la que le proporcionó otro caminante, más o menos de su misma edad, llamado PELAYO Arias.
Este compañero de ruta, con el que fue intimando en la repetición de los días, resultó ser un actor teatral de reparto, para nada famoso, que se había ganado la vida trabajando en pequeños papeles, como casi figurante, oportunidades que había conseguido buscando y llamando a las puertas de los numerosos teatros madrileños. Nunca había alcanzado notoriedad, era un simple actor secundario. Esas “jadeantes” conversaciones con el veterano profesional de los escenarios, derivaron en el grato compartir la tostada y el café desayunando en algunas de las cafeterías que encontraban en los itinerarios que juntos realizaban. Las conversaciones entre ellos eran distraídas y enriquecedoras. El amigo Pelayo, en su faceta de actor y ciudadano, tenía gran facilidad para la expresividad, faceta que aplicaba en los muchos desayunos que compartía con el antiguo dependiente de ultramarinos.
“Amigo Mauro, en mi larga vida por los escenarios, he llegado a padecer hambre y necesidades básicas. A los actores de reparto, a quienes nos ponían en los carteles con letra pequeña, debajo de los grandes rótulos dedicados a los actores protagonistas, nos daban “tres perras gordas” con las que apenas podíamos pagar la habitación que nos cobijaba durante las noches y costear el alimento nuestro cuerpo. Con los cortos papeles que nos concedían en las obras representadas, apenas podíamos pronunciar breves frases, pues éramos simplemente modestos figurantes. Y la angustia nos llegaba cuando no te llamaban para nuevos trabajos, debido a la gran competencia de actores que luchaban por un puesto en algunas de las obras estrenadas en los escenarios de la capital de España. No olvides que durante los veranos eran muchos los teatros que cerraban sus puertas para las representaciones y había que esperar a septiembre para que se iniciara de nuevo la temporada teatral.
En no pocas ocasiones pedí que me hicieran algunas pruebas para interpretar papeles más destacados. Cuando llegaban los castings, siempre me encontraba con alguna razón para impedirme alcanzar la ilusión de no estar siempre en el “vagón” de los figurantes. Que era muy joven o que era muy mayor para interpretar algún papel más destacado en la obra. Que mi físico no era el adecuado, para aquellos personajes que necesitaban. Que tenía muy escaso pelo y que una peluca no me favorecía. Que mi voz era demasiado aguda para la necesaria expresividad de un determinado papel. Y así un largo y decepcionante etc. Siempre encontraban a otro actor que me “sobrepasaba” en sus parámetros, mientras que yo me quedaba con esos papelitos para rellanar unos minutos de escenario.
Con los amores tampoco tuve mejor suerte. Estuve “saliendo” con algunas chicas y mujeres más adultas. Pero la mayoría, solo veían en mí el acompañante ocasional, el amante de turno y sobre todo para intentar sacarme el poco caudal de que disponía.
Ya superados los cuarenta, me vino una mala racha, profesional y de salud, por lo que tomé la errónea decisión de “tirar por la calle de en medio”. Me enfangué en el cieno peligroso de lo ilegal. De una forma alocada e inconsciente, me introduje en negocios “sucios”, en los que sacaba más en un día que trabajando todo un mes en los teatros, haciendo papeles muy secundarios. Verdaderamente esa etapa de mi vida me hizo mucho mal. Sin embargo, tuve suerte, pues nunca me pillaron en esa trama infame del “menudeo”. Compaginaba la delincuencia por las mañanas, mientras que por las tardes si tenía escenario pues a actuar “para completar el sueldo”. Pero viví un hecho que me hizo recapacitar y abandonar ese mundo infame de las adicciones. Un joven comprador, en una mañana aciaga, se metió un “chute” de mala calidad y ya no lo pudo contar. Tenía una cierta amistad con el chico. Se llamaba SEBERIO. No he podido olvidar aquella terrible imagen cuando se desplomó para nunca más respirar. A partir de aquel día puse el freno en este sucio camino de mi vida. Tuve la suerte que se jubiló un veterano portero del Lope de Vega, teatro en el que muchas veces había actuado. Hablé con el gerente y encargado del personal. Me hice con ese puesto, actuando cada día en la entrada del magno coliseo para el llamado arte de Talia. Era una actividad más tranquila, con sueldo no muy abundante, pero seguro. Gracias a esta afortunada y sensata decisión, pude cotizar durante años y hoy dispongo de una pensión que me permite vivir con modestia, pero dentro de la honradez. Mi vida sobre los escenarios había finalizado, aunque siguiera, de alguna forma trabajando en el terreno teatral, pero ejerciendo otra función.
Te preguntarás acerca de cómo volví a Málaga, después de vivir gran parte de mi vida en Madrid. Te explico la respuesta. Mi pobre madre, con todos los esfuerzos dedicados a la costura, para poder vivir, pudo quedarse con la buhardilla en donde había vivido en régimen de alquiler, gracias a que los herederos del propietario de aquel muy reducido espacio aceptaron vendérselo por un precio “testimonial”. Ella supo cuidar a este propietario en la etapa final de su vida (residía en una vivienda cercana) y los herederos, gente bien, le agradecieron su entrega de esta forma tan noble. Cuando ella tuvo que dejar la existencia terrenal, yo era su único heredero. Mi domicilio está en el barrio de la Victoria, calle del Agua.
Ahora camino por la vida tranquilo del alma y del cuerpo. Este ejercicio de correr o caminar durante las horas matinales me sosiega física y espiritualmente. Mi edad no es excesivamente avanzada, lo que me permite esta especie de senderismo urbano, para hacer ejercicio y soñar con las realidades que tenemos a nuestro alcance. De todas formas, los días son muy largos para las personas jubiladas, como bien tu conocerás. Aprovechando esta realidad vital, realizo una, pienso que hermosa, labor social, que me ayuda a limpiar mi conciencia y al tiempo alegrar y distraer a muchas personas que lo necesitan.
Dedico muchas tardes a que pasen un buen rato numerosas vidas condicionadas por las circunstancias especiales que les afectan. Sentía que tenía una gran deuda con la sociedad, por esa etapa “oscura” de mi vida, vinculada a la delincuencia. Me pesa haber contribuido a “envenenar” muchas vidas, jóvenes y mayores, con esas sustancias que crean adicción para enfermar la mente y los cuerpos, camino de la autodestrucción. Acudo, mediante acuerdo con diversas instituciones, a centros de acogida, residencias para la tercera edad, hospitales para niños enfermos, incluso he estado en un par de ocasiones en el centro penitenciario de Archidona. ¿Y qué hago durante estas visitas, que tienen lugar un par de tardes a la semana?
Actúo, durante una hora o algo más, realizando “mimos”, “payasadas”, narrando e interpretando historias, haciendo imitaciones de personajes famosos, se me dan bastante bien los monólogos, hablo, dialogo, provoco sonrisas e incluso risas muy sanas. Me esfuerzo para que estas personas que están sufriendo, puedan soñar durante un ratito y sentirse algo mejor. Sobre todo, que sepan viajar con la mente. La distracción es mi gran objetivo. Cuando les narro historias, me observan muy atentos y sé que lo están pasando bien. Si tengo que bailar, pues también. Hago lo que sea necesario para alegrar a los demás. Entenderás que han sido muchos años actuando en la farándula escénica, lo que ahora me permite aplicar muchas destrezas y habilidades que ayudan a los que me observan. He sido un actor modesto, casi anónimo, pero los años me han hecho aprender estas habilidades que ahora aplico para el bien de los que necesitan ese gesto, esas palabras, esas miradas, para sentirse un poquito mejor. El vivir supone enfrentarse a no pocas dificultades, en las que hay desamparo, dolor, perdida de la libertad, injusticias. Algo podemos hacer para ayudar a sobrellevar y luchar contra esos densos nubarrones que tantas veces se ciernen sobre nuestras cabezas”.
Mauro se encontraba asombrado y emocionado a la sinceridad comunicativa de su amigo de running matinal, un modesto actor, también traficante de sustancias tóxicas y portero de una importante sala teatral, en la que no pudo conseguir el protagonismo que siempre anheló sobre las tablas escénicas. Le dio al buen y sincero amigo expresivas gracias, por su sinceridad y franqueza.
“Personas como tu hacen que la vida tenga más incentivos y florezcan esas ilusiones que tantas veces soñamos y en tan escasas ocasiones disfrutamos. Me enorgullece conocer la hermosa y ardua tarea social que realizas por las tardes. Es verdaderamente admirable y digna del mayor aplauso. La ayuda que prestas a todas esas personas, pequeños y mayores, que sufren, te enaltecen como hombre y actor que piensa y actúa para la necesidad de sus semejantes”.
Mauricio, el antiguo dependiente de una tienda de alimentos, sigue practicando ese caminar diario que tan buenos resultados le proporciona para su salud física y mental. Son muchos los días en que tiene la suerte de encontrarse con su querido amigo Pelayo, quien le narra la última “actuación” que ha tenido que realizar, como actor individual, ante un peculiar auditorio que sufre pacientemente el dolor de la enfermedad, la soledad y la pérdida de la libertad.
“No te había dicho que también toco un instrumento musical, como es el clarinete, destreza que adquirí desde adolescente gracias a las enseñanzas de mi abuelo Ventura, que estuvo vinculado a la banda municipal de su pueblo, Torre del Campo, en Jaén, durante muchos años. Cada actuación ante “mi público” la finalizo interpretando alguna bella melodía, para dejar un buen sabor de boca y de alma en aquellos que olvidan durante un buen rato las penas que les afligen”.
Cuando paseamos por delante de una sala dedicada a las representaciones teatrales o repasamos un prospecto de la obra escénica que tienen en cartel, debemos tener el buen y justo hábito de leer todo el elenco de intérpretes. Aquellos actores, cuyos nombres aparecen en letra pequeña, casi “escondida” para las banalidades de la fama, también son “protagonistas” que intervienen en la interpretación, aunque su intervención o actuación sea bien reducida. Merecen nuestra admiración y respeto. Sin ellos la obra puesta en escena quedaría incompleta y carente de la naturalidad social. Observemos a los vecinos de nuestro barrio, pongámonos al frente de nuestra íntima realidad. Unos y otros, todos conformamos ese grupo vital en el que somos modestos y al tiempo importantes para el microcosmos relacional de esta complicada y difícil aventura que significa vivir. -
MODESTIA Y GRANDEZA
EN UN ACTOR DE TEATRO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 25 julio 2025
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