viernes, 25 de julio de 2025

MODESTIA Y GRANDEZA EN UN ACTOR DE TEATRO

 



Aquellas personas que gozan del buen hábito de madrugar tienen la oportunidad de compartir la compañía de otras muchas personas, que también comienzan con prontitud cada uno de los días. Entre ellos están los paseantes de mascotas, perros en su totalidad, a los que facilitan su primer paseo urinario en el día. También, los deportistas que hacen running, corriendo por entre los lugares idóneos de la gran ciudad, con la finalidad del mantenimiento corporal y psíquico, durante esas horas tempranas en las que el sol apenas aprieta. Completan la estampa matinal los operarios municipales de la limpieza, que tratan con denuedo de limpiar la incuria de los ciudadanos ineducados en su comportamiento y aquellos otros vecinos, pequeños o mayores que marchan a sus centros escolares (algunos acompañados de sus padres o abuelos) o a sus lugares de trabajo. Los horarios de actividad laboral o escolar suelen tener su inicio a las 8/8:30 de cada jornada. 

MAURICIO Acequia, 65, recién jubilado, sin cargas de hijos, pues éstos ya se habían independizado, vivía junto a su mujer ASUNTA, vínculo convivencial muy rutinario, pues a sus avanzadas edades tomaban la decisión de hacer cada uno lo que mejor les conviniera. Este antiguo dependiente de ultramarinos fue aconsejado por su médico de familia para que hiciera ejercicio cada mañana, con el fin de mejor “curar” las grietas físicas y psíquicas de su cronología. A ser posible, le sugirió la marcha ligera, siempre en función de sus posibilidades orgánicas. Si su cuerpo no lo facilitaba (estaba con manifiesto sobrepeso) pues simplemente que caminara, hasta conseguir esa marca estándar de los 10.000 pasos diarios (7-8 km según la amplitud en la forma de andar).

Siguiendo el razonable consejo del facultativo, se pasó por una tienda Decathlon, para hacerse con un buen equipamiento. Zapatillas running marca Quechua, 45 euros, un par de camisetas de algodón, gorrilla para las zonas muy soleadas y dos pantalones, largo/corto, según temporada.

Ilusionado como un niño pequeño y con el equipo preparado, quiso comenzar su actividad el primer día de abril, con la grandeza estacional de la primavera. Tenía previsto varios itinerarios, según su lugar de residencia, centro antiguo de la ciudad, un piso heredado de abuelos y padres junto a la Plaza de Uncibay. Especialmente le seducía caminar junto al mar, por lo que priorizaba el recorrido por el paseo marítimo oriental, Pablo Ruiz Picasso, tras comenzar por el gran Parque malacitano.  Un vecino que practicaba el gran senderismo le había aconsejado que hiciera el correspondiente y necesario calentamiento previo muscular, aunque Mauro no tuvo en cuenta, al principio de este ejercicio diario, esta advertencia. Los casi tres mil pasos que recorrió durante la primera mañana le produjeron unas lógicas “agujetas” y contracturas para personas que no están habituadas a este natural ejercicio. Poco a poco incardinó este saludable hábito en su actividad diaria. 

Pronto comprobó que con tanto caminar se le desarrollaba el apetito, demandando a su mujer que le llenara los platos hasta casi el borde, con el peligro obvio por el incremento de calorías que provocaban un aumento de peso en un organismo ya con exceso de kilos. Tuvo también algún accidente, como cuando no se dio cuenta y piso una mancha de aceite dejada por algún camión o coche averiado, provocándole un resbalón y caída con magulladuras que tuvo que curar en su ambulatorio del SAS. Pero esas dificultades puntuales el destino las compensaba con otros incentivos, también muy interesantes. Como el principal trayecto que solía recorrer lo repetía con bastante frecuencia, en ese largo paseo se iba encontrando con personas que también caminaban por las mañanas y con las que fue haciendo algún tipo de amistad. La simpática relación comenzaba con los buenos días y poco a poco el contenido de las palabras se ampliaba en lo que eran amenas conversaciones, que siempre nos enriquecen.  Una de estas amistades, posiblemente la que más le influyó, fue la que le proporcionó otro caminante, más o menos de su misma edad, llamado PELAYO Arias

Este compañero de ruta, con el que fue intimando en la repetición de los días, resultó ser un actor teatral de reparto, para nada famoso, que se había ganado la vida trabajando en pequeños papeles, como casi figurante, oportunidades que había conseguido buscando y llamando a las puertas de los numerosos teatros madrileños. Nunca había alcanzado notoriedad, era un simple actor secundario. Esas “jadeantes” conversaciones con el veterano profesional de los escenarios, derivaron en el grato compartir la tostada y el café desayunando en algunas de las cafeterías que encontraban en los itinerarios que juntos realizaban. Las conversaciones entre ellos eran distraídas y enriquecedoras. El amigo Pelayo, en su faceta de actor y ciudadano, tenía gran facilidad para la expresividad, faceta que aplicaba en los muchos desayunos que compartía con el antiguo dependiente de ultramarinos. 

“Amigo Mauro, en mi larga vida por los escenarios, he llegado a padecer hambre y necesidades básicas. A los actores de reparto, a quienes nos ponían en los carteles con letra pequeña, debajo de los grandes rótulos dedicados a los actores protagonistas, nos daban “tres perras gordas” con las que apenas podíamos pagar la habitación que nos cobijaba durante las noches y costear el alimento nuestro cuerpo. Con los cortos papeles que nos concedían en las obras representadas, apenas podíamos pronunciar breves frases, pues éramos simplemente modestos figurantes. Y la angustia nos llegaba cuando no te llamaban para nuevos trabajos, debido a la gran competencia de actores que luchaban por un puesto en algunas de las obras estrenadas en los escenarios de la capital de España. No olvides que durante los veranos eran muchos los teatros que cerraban sus puertas para las representaciones y había que esperar a septiembre para que se iniciara de nuevo la temporada teatral. 

En no pocas ocasiones pedí que me hicieran algunas pruebas para interpretar papeles más destacados. Cuando llegaban los castings, siempre me encontraba con alguna razón para impedirme alcanzar la ilusión de no estar siempre en el “vagón” de los figurantes. Que era muy joven o que era muy mayor para interpretar algún papel más destacado en la obra. Que mi físico no era el adecuado, para aquellos personajes que necesitaban. Que tenía muy escaso pelo y que una peluca no me favorecía. Que mi voz era demasiado aguda para la necesaria expresividad de un determinado papel. Y así un largo y decepcionante etc. Siempre encontraban a otro actor que me “sobrepasaba” en sus parámetros, mientras que yo me quedaba con esos papelitos para rellanar unos minutos de escenario.

Con los amores tampoco tuve mejor suerte. Estuve “saliendo” con algunas chicas y mujeres más adultas. Pero la mayoría, solo veían en mí el acompañante ocasional, el amante de turno y sobre todo para intentar sacarme el poco caudal de que disponía.

Ya superados los cuarenta, me vino una mala racha, profesional y de salud, por lo que tomé la errónea decisión de “tirar por la calle de en medio”. Me enfangué en el cieno peligroso de lo ilegal. De una forma alocada e inconsciente, me introduje en negocios “sucios”, en los que sacaba más en un día que trabajando todo un mes en los teatros, haciendo papeles muy secundarios. Verdaderamente esa etapa de mi vida me hizo mucho mal. Sin embargo, tuve suerte, pues nunca me pillaron en esa trama infame del “menudeo”. Compaginaba la delincuencia por las mañanas, mientras que por las tardes si tenía escenario pues a actuar “para completar el sueldo”. Pero viví un hecho que me hizo recapacitar y abandonar ese mundo infame de las adicciones. Un joven comprador, en una mañana aciaga, se metió un “chute” de mala calidad y ya no lo pudo contar. Tenía una cierta amistad con el chico. Se llamaba SEBERIO. No he podido olvidar aquella terrible imagen cuando se desplomó para nunca más respirar. A partir de aquel día puse el freno en este sucio camino de mi vida. Tuve la suerte que se jubiló un veterano portero del Lope de Vega, teatro en el que muchas veces había actuado. Hablé con el gerente y encargado del personal. Me hice con ese puesto, actuando cada día en la entrada del magno coliseo para el llamado arte de Talia. Era una actividad más tranquila, con sueldo no muy abundante, pero seguro. Gracias a esta afortunada y sensata decisión, pude cotizar durante años y hoy dispongo de una pensión que me permite vivir con modestia, pero dentro de la honradez.  Mi vida sobre los escenarios había finalizado, aunque siguiera, de alguna forma trabajando en el terreno teatral, pero ejerciendo otra función. 

Te preguntarás acerca de cómo volví a Málaga, después de vivir gran parte de mi vida en Madrid. Te explico la respuesta. Mi pobre madre, con todos los esfuerzos dedicados a la costura, para poder vivir, pudo quedarse con la buhardilla en donde había vivido en régimen de alquiler, gracias a que los herederos del propietario de aquel muy reducido espacio aceptaron vendérselo por un precio “testimonial”. Ella supo cuidar a este propietario en la etapa final de su vida (residía en una vivienda cercana) y los herederos, gente bien, le agradecieron su entrega de esta forma tan noble. Cuando ella tuvo que dejar la existencia terrenal, yo era su único heredero. Mi domicilio está en el barrio de la Victoria, calle del Agua. 

Ahora camino por la vida tranquilo del alma y del cuerpo. Este ejercicio de correr o caminar durante las horas matinales me sosiega física y espiritualmente. Mi edad no es excesivamente avanzada, lo que me permite esta especie de senderismo urbano, para hacer ejercicio y soñar con las realidades que tenemos a nuestro alcance. De todas formas, los días son muy largos para las personas jubiladas, como bien tu conocerás. Aprovechando esta realidad vital, realizo una, pienso que hermosa, labor social, que me ayuda a limpiar mi conciencia y al tiempo alegrar y distraer a muchas personas que lo necesitan. 

Dedico muchas tardes a que pasen un buen rato numerosas vidas condicionadas por las circunstancias especiales que les afectan. Sentía que tenía una gran deuda con la sociedad, por esa etapa “oscura” de mi vida, vinculada a la delincuencia. Me pesa haber contribuido a “envenenar” muchas vidas, jóvenes y mayores, con esas sustancias que crean adicción para enfermar la mente y los cuerpos, camino de la autodestrucción. Acudo, mediante acuerdo con diversas instituciones, a centros de acogida, residencias para la tercera edad, hospitales para niños enfermos, incluso he estado en un par de ocasiones en el centro penitenciario de Archidona. ¿Y qué hago durante estas visitas, que tienen lugar un par de tardes a la semana? 

Actúo, durante una hora o algo más, realizando “mimos”, “payasadas”, narrando e interpretando historias, haciendo imitaciones de personajes famosos, se me dan bastante bien los monólogos, hablo, dialogo, provoco sonrisas e incluso risas muy sanas. Me esfuerzo para que estas personas que están sufriendo, puedan soñar durante un ratito y sentirse algo mejor. Sobre todo, que sepan viajar con la mente. La distracción es mi gran objetivo. Cuando les narro historias, me observan muy atentos y sé que lo están pasando bien. Si tengo que bailar, pues también. Hago lo que sea necesario para alegrar a los demás. Entenderás que han sido muchos años actuando en la farándula escénica, lo que ahora me permite aplicar muchas destrezas y habilidades que ayudan a los que me observan. He sido un actor modesto, casi anónimo, pero los años me han hecho aprender estas habilidades que ahora aplico para el bien de los que necesitan ese gesto, esas palabras, esas miradas, para sentirse un poquito mejor. El vivir supone enfrentarse a no pocas dificultades, en las que hay desamparo, dolor, perdida de la libertad, injusticias. Algo podemos hacer para ayudar a sobrellevar y luchar contra esos densos nubarrones que tantas veces se ciernen sobre nuestras cabezas”. 

Mauro se encontraba asombrado y emocionado a la sinceridad comunicativa de su amigo de running matinal, un modesto actor, también traficante de sustancias tóxicas y portero de una importante sala teatral, en la que no pudo conseguir el protagonismo que siempre anheló sobre las tablas escénicas. Le dio al buen y sincero amigo expresivas gracias, por su sinceridad y franqueza. 

“Personas como tu hacen que la vida tenga más incentivos y florezcan esas ilusiones que tantas veces soñamos y en tan escasas ocasiones disfrutamos. Me enorgullece conocer la hermosa y ardua tarea social que realizas por las tardes. Es verdaderamente admirable y digna del mayor aplauso. La ayuda que prestas a todas esas personas, pequeños y mayores, que sufren, te enaltecen como hombre y actor que piensa y actúa para la necesidad de sus semejantes”. 

Mauricio, el antiguo dependiente de una tienda de alimentos, sigue practicando ese caminar diario que tan buenos resultados le proporciona para su salud física y mental. Son muchos los días en que tiene la suerte de encontrarse con su querido amigo Pelayo, quien le narra la última “actuación” que ha tenido que realizar, como actor individual, ante un peculiar auditorio que sufre pacientemente el dolor de la enfermedad, la soledad y la pérdida de la libertad. 

“No te había dicho que también toco un instrumento musical, como es el clarinete, destreza que adquirí desde adolescente gracias a las enseñanzas de mi abuelo Ventura, que estuvo vinculado a la banda municipal de su pueblo, Torre del Campo, en Jaén, durante muchos años. Cada actuación ante “mi público” la finalizo interpretando alguna bella melodía, para dejar un buen sabor de boca y de alma en aquellos que olvidan durante un buen rato las penas que les afligen”. 

  



Cuando paseamos por delante de una sala dedicada a las representaciones teatrales o repasamos un prospecto de la obra escénica que tienen en cartel, debemos tener el buen y justo hábito de leer todo el elenco de intérpretes. Aquellos actores, cuyos nombres aparecen en letra pequeña, casi “escondida” para las banalidades de la fama, también son “protagonistas” que intervienen en la interpretación, aunque su intervención o actuación sea bien reducida. Merecen nuestra admiración y respeto. Sin ellos la obra puesta en escena quedaría incompleta y carente de la naturalidad social. Observemos a los vecinos de nuestro barrio, pongámonos al frente de nuestra íntima realidad. Unos y otros, todos conformamos ese grupo vital en el que somos modestos y al tiempo importantes para el microcosmos relacional de esta complicada y difícil aventura que significa vivir. -  

 

 

 

MODESTIA Y GRANDEZA

EN UN ACTOR DE TEATRO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 25 julio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

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viernes, 18 de julio de 2025

VILLA CARIÑO

 



Vivir la vida resulta, las más de las veces, muy complicado. La rutina familiar es una aventura, en la que no siempre se encuentra la pócima mágica de la emoción y el amor. Se disimula para sobrevivir. Pero hay momentos “gloriosos”, en los que estalla, con toda su transparente potencia, la realidad y contra esta evidencia poco se puede. 

Doña FELISA Malpica, 55, es una ama de casa a la que su esposo, D. EMETERIO Briales, 57, agente comercial colegiado, le hace cada día menos caso. Cuatro hijos, todos varones, trajo al mundo este matrimonio. Tres de ellos están casados, repitiendo en sus familias los mismos roles que han visto y disimulado desde su infancia. El menor de la familia, ISAÍASse hizo, en sus momentos de intensa espiritualidad, fraile carmelita. En la actualidad, 32, su vocación religiosa tambalea, aunque espera ese milagro del cielo, al que alude con incredulidad interna en sus homilías. 

Felisa prepara el desayuno en la hora temprana de la mañana. “Hace” la cama. Se desplaza, también en horas matinales, repitiendo el mismo itinerario urbano, al Mercado central, para hacer la compra, como viene haciendo desde el día en que se casó. En la vuelta a casa prepara el cocido o el potaje y va poniendo la mesa. Tras el almuerzo, lava los platos y se gratifica con unos minutos alegres en las tardes de Tele 5. Los días señalados pone la lavadora, tendiendo después la ropa limpia, que en los días siguientes pasará por la plancha. Algunas tardes fregará el suelo de su piso y a su finalización comenzará a preparar la cena. Emeterio llegará o tendrá que atender a ese cliente imprevisto, que le hará volver a casa sobre la medianoche. Tras la cena en soledad o en compañía “ausente”, verá el programa televisivo de First Dates, por la cuatro, en la que Carlos Sobera le animará a pensar en esa búsqueda de pareja, para los recalcitrantes fracasados en la compañía y tal vez en el amor. Ratito de oración, antes de apagar la luz y si Emeterio está ya en la cama soportará sus acústicos ronquidos que la mantendrán en vela hasta que el cansancio la venza. Así, más o menos, durante semanas, meses y años. Alguna ilusión relacional con las vecinas, de ventana a ventana por el ojo de patio, en el descansillo de planta o en el portal del edificio, antes o a la vuelta de la compra diaria, ya fuese al mercado central o al Mercadona del barrio “para respirar”.  Libre, pero “encerrada” (física y psicológicamente) en las antiguadas paredes de su hogar

Emeterio responde a la imagen de un tipo serio y raro. Aparte de hacerle bien poco caso a su cónyuge era por otra parte persona siempre celosa, pues había que cuidar el honor y la imagen familiar. En este sentido, Felisa debía tener mucho cuidado en eso de arreglarse y en aquello qué ponerse y con quien hablaba. El qué dirán los vecinos y la letanía de la decencia era el manual correctivo de su argumentación. Por supuesto que Terio (apelativo familiar) tenía su vida bien organizada. Dedicaba a la oficina y a sus visitas comerciales de lunes a vienes. Nunca le faltaba a ese aperitivo del medio día o antes de la cena. Los sábados al golf por la mañana y a la tertulia con sus amigos de siempre, por la tarde. Los domingos, para almorzar, después de la misa de 12, en casa de alguno de sus hijos, incluso con Isaias el fraile carmelita. Y si era un domingo deportivo, pues a dedicar el tiempo para ir al estadio y completar la jornada con el aperitivo de la peña futbolera, discutiendo los avatares deportivos de la jornada. Una vez a la quincena, o cuando buenamente podía, calmaba sus demandas y ardores sexuales en algún tugurio “respetable”, en donde se le conocía por el Sr. Briales.  

Felisa, con esa edad madura pero no sexagenaria, se conservaba bien, pues no era persona de mucho comer y todo el trajín de la casa la mantenía en buena forma física. Para su goce, no había acumulado excesivos gramos en su estructura corporal, al contrario que su esposo, cuyo diámetro ventral exigía tallas por encima de 50 en sus pantalones. Sin embargo, se sentía sexualmente insatisfecha. No eran escasas las veces que, en la privacidad de su intimidad, sufría y se quejaba de la “vida plana” que llevaba, sobre todo desde que sus hijos se fueron independizando y construyendo sus nuevas vidas. En su intimidad, aún se sentía fuerte y “receptiva” para “hacer el amor”. Pero Terio siempre estaba cansado, agotado, abrumado con sus asuntos y cuando entraba en el lecho conyugal, actuaba de “velocista” para sumirse en el mundo misterioso de lo onírico. Cogía el sueño, a velocidad de fórmula 1. Por supuesto, con el necesario acompañamiento acústico de la percusión de unas veces graves y otras veces agudos ronquidos. Él no se enteraba, pero Felisa tenía que ponerse tapones de cera en los oídos, a fin de evitar que sus delicados tímpanos se afectaran con tan orquestal serenata nocturna. 

El ardor sexual de Felisa, tercamente insatisfecho por la indiferencia manifiesta de su esposo, provocaba en la buena señora, madura en su DNI pero de buen ver, una depresiva situación carencial que le hacía intensamente infeliz. En los momentos de enfado, sus pensamientos la llevaban al terreno de la sospecha. Sin prueba fehaciente, estaba convencida de que Terio llegaba tan cansado porque tendría alguna “fulana” a su disposición que saciaría sus apetencias. 

Un día, tras ver un anuncio de una asociación de mujeres en el mercado, que realizaban diversas actividades culturales, llamó por teléfono para inscribirse en sesiones de pilates gratis, que se desarrollaban los lunes y jueves en el polideportivo municipal, entre las cinco y las seis de la tarde. La decisión que había tomado era muy acertada: además de mejorar su tono físico y emocional, Felisa encontraba una línea de acción para quemar calorías y calmar al tiempo esas ansiedades de sexo que tanto le afectaban, especialmente en las horas nocturnas, mientras Terio continuaba con su percusión sinfónica. 

 

En esas gratas reuniones vespertinas, fue haciendo nuevas amigas, relaciones que le aportaban mucho bien. Especialmente intimó con LORENZA, una joven de 32, afiliada a la CNT y con ideas muy avanzadas en todos los órdenes de la vida. En los ratos de café y merienda que hacían las dos amigas, después de la sesión de pilates, la influencia de esta chica ayudó con eficacia a sacar a Felisa del pozo frustrante de sus infortunios. 

 

“Tu problema, compañera, es muy general en mujeres que han ido perdiendo su protagonismo en el desarrollo de la vida conyugal. Tienes un marido egoísta y auto supervalorado, que te empequeñece y degrada. Debes buscar, de inmediato, tus propias compensaciones, para sentirte una mujer liberada y dueña de tu propio cuerpo, que has dejado que se vaya marchitando. Conozco una respetable “casa de encuentros” en donde puedes saciar ese ardor femenino que el egoísta de tu marido no te permite desarrollar. El edificio es un chalet individual perfectamente adaptado a la función que desempeña, rodeado de un bien cuidado jardín repleto de flores, en el antiguo camino de Antequera, muy cerca del Puerto de la Torre, donde se trabaja con toda discreción y elegancia. Por decirlo de una manera sintética, un lugar en donde “señoras bien” pero carencialmente insatisfechas de sexo, por la indiferencia de sus maridos, prestan servicios a su voluntad y necesidad, labores que son bien retribuidas. Pueden practicar el sexo que necesitan y además reciben elevadas gratificaciones económicas, que siempre vienen bien. Te voy a facilitar el teléfono de esta consolidada empresa, denominada ENCUENTROS BRÍGIDA. Esta señora es la propietaria de ese idílico y amplio chalet, VILLA CARIÑO, con varias zonas organizadas en reservados, para desarrollar adecuadamente las funciones que le son propias”. 

Dicho y hecho. Felisa, tras sopesar la información de la activista Lorenza, marcó el número de teléfono que su compañera de Pilates le había facilitado. Concertó una cita para el martes siguiente, a las 16 horas. Tras entrevistarse con BRÍGIDA, la propietaria del establecimiento, una señora de muy cuidados y suntuosos modales expresivos, tomó conocimiento de las características organizativas del negocio. Nada de contrato escritos, todo eran acuerdos orales. Cuando tuviera un servicio, recibiría un mensaje de WhatsApp, escrito en “clave”. La hora de “trabajo” quedaba establecida en 500 euros, de los que ella recibiría una parte, en función de la valoración realizada por el cliente, pulsando una tableta de colores diversos. El dinero lo recibiría en efectivo en un sobre blanco sin datos expresos. No habría más relación con la empresa, para evitar problemas. 

Básicamente la labor a realizar era prostituirse con personas “bien”. En realidad, a Felisa lo que más le preocupaba era su necesidad orgánica y psicológica. Los euros que recibiría, en función de la satisfacción del cliente no le vendrían mal, para esos caprichos que todos tenemos. La primera experiencia tuvo efecto la semana siguiente, un luminoso lunes de junio. Era un señor mayor que tenía severos problemas de autocontrol en “la acción”. Fue extremadamente educado, ocupó en su labor unos 55 minutos del tiempo establecido, marcado el pulsador verde en la tableta (el cuarto en satisfacción) previo al violeta “anhelado”, el nº 5. Brígida había cobrado la tasa correspondiente antes de comenzar al encuentro. A final de cada mes, Felisa y las demás “operarias del amor” recibirían el sobre blanco sin datos identificativos, con el dinero acumulado en la mensualidad. 

En Villa Cariño estaba contratado un miembro de seguridad, SERAFÍN Menéndez, a fin de evitar todo tipo de conflictos. No se permitía la introducción de bebidas alcohólicas, ni actuar bajp el efecto de adicciones. En algún caso, el cliente dudoso se sometía a una prueba de alcohol bucal. Cada reservado tenía un dosificador de agua, con dos grifos (de conformación fálica) para la diferencia térmica. Todo estaba muy formalizado. Era un centro de elevado y reconocido prestigio en el sector. 

“Lorenza me ha aconsejado muy bien. Ahora me encuentro mejor y más realizada como mujer, a pesar de que ya no soy una chiquilla. Mi primer servicio lo he realizado muy bien. Y Brigida me ha anticipado otro encuentro para la semana que viene. Todo se hace con la mayor elegancia y exquisitez. Acudir a Villa cariño es como llegar a las puertas del cielo. La providencia me acompaña. ¿Puedo llamarle a esto felicidad?”  Así eran los pensamientos de esta renovada mujer. 

Ese nuevo martes de junio Felisa había acudido, con el natural nerviosismo, interés y necesidad, a su segundo servicio en la empresa. El cliente, ya se encontraba en el reservado “Amapola”. Había solicitado poder desvestir a la persona que le iba a atender. Una vez pagados los 500 euros, esperaba sentado en el borde de mullida cama, en una habitación en la que dominaba el color rojo. Felisa, un tanto inquieta e ilusionada, entró pausadamente en la habitación, comenzando a sonar por megafonía una dinamizadora melodía wagneriana (La Cabalgata de las Valquirias).  Cuando cliente y operaria cruzaron sus miradas se quedaron “literalmente” sin habla. Ese Sr. de mucha pasta y asiduo cliente de Villa Cariño era Emeterio Briales, mientras su amor a disfrutar era Felisa Malpica. Tras la brutal sorpresa inicial, verdaderamente de impacto, Terio rompió encolerizado a gritar improperios contra su mujer, que permanecía como “inmovilizada y en estado de shock”.   

De inmediato intervino Menéndez, el guarda de seguridad, quien con la “defensa” o porra en mano puso “firme” al hipócrita y violento cliente. Había ocurrido una coincidencia inesperada, cruel y fortuita, que el destino, siempre burlón, quiso provocar. El azar, la mala suerte, había puesto frente a frente a un marido y a su esposa, en una situación límite relacional. La ayuda de Lorenza y del fraile carmelita Isaías, su propio hijo, permitió a Felisa (depresiva y desquiciada) salir a flote de una situación verdaderamente embarazosa. 

EN LA ACTUALIDAD Emeterio y Felisa viven, cordialmente odiados y separados, habitando sendos apartamentos bien distanciados en la cosmópolis malacitana, tras haber vendido el gran piso familiar en el que habían residido desde su ya lejano matrimonio. El Sr. Briales, aún de baja por afección psicológica, asiste a sesiones de reeducación sexual en una clínica especializada. Su proceso terapéutico no camina con gran firmeza, pues el agente comercial se esfuerza en “merecer amores” con Cristina, la secretaria de este centro de tratamiento para adicciones ligadas al sexo. Felisa, mucho más recuperada del brutal golpe psicológico que sufrió, colabora asiduamente con su amiga Lorenza en la Asociación de mujeres LIBERTAS, para ciudadanas agredidas por sus parejas. Pero su relación con Brígida, en Villa Cariño, continua con admirable regularidad. Es una de las operarias más eficaces y productivas, obteniendo muchas pulsaciones de color violeta en la jerarquizada tableta cromátizada laboral.  -         





VILLA CARIÑO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 18 julio 2025

                                                                                                                                                                                    Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es         

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viernes, 11 de julio de 2025

PREMONICIONES PARAPSICOLÓGICAS



Casi todas las personas, en distintos e inesperados momentos de nuestras vidas, hemos sentido o visto, a nuestro alrededor, señales, gestos, acciones, sonidos o hechos que nos resultan inexplicables desde el plano de la racionalidad o la lógica.  Estas acciones “raras”, misteriosas, paranormales, que entran de lleno en el terreno de lo exotérico, cada uno las interpreta o asume a su manera. Miedo, inquietud, no hacerles caso, consultar con especialistas, tratar de evitarlas, o narrarlas a las personas allegadas. Son señales para sonreír, pensar o “temblar”. El temor siempre está implícito. En este contexto se inserta nuestra narrativa de este viernes.

ELISIO, 66, e ISMAEL, 65, eran dos amigos que mantenían esporádicas relaciones desde la lejana época escolar, en el nivel de secundaria. Era como esa amistad que se reaviva de tarde en tarde, pero el “brasero” nunca llega a estar apagado. Los caracteres que reflejaban sus personas, cómo eran uno y otro, eran diferentes, aunque complementarios, lo cual era, hasta cierto punto, es una interesante ventaja. Eliseo era más racional y taciturno, mientras que su compañero Ismael era una persona impulsiva y bastante extrovertida. Pero son muchas las ocasiones en que formas de ser diferentes u opuestas son útiles para el mantenimiento relacional. Elisio había trabajado durante su etapa laboral en una biblioteca pública municipal, vinculada a la concejalía de cultura del Ayuntamiento. Por el contrario, su amigo Ismael había trabajado “en la calle”, dicho en el mejor de los sentidos, gracias a un cuñado que lo captó para que desarrollara sus cualidades en una empresa de gestión inmobiliaria (alquileres, ventas, permutas, compras de inmuebles). Se “movía” y cautivaba” muy bien en el trato personal.  Ya en su última fase laboral, los años le aconsejaban estar menos en la calle y sí en la mesa de su oficina, en la INMOBILIARIA VALLEJO, nombre del fundador de la empresa. 

Cuando ambos amigos y compañeros alcanzaron la “edad jubilar”, los encuentros y citas para los paseos, los aperitivos y meriendas e incluso algunos viajes juntos se hicieron más frecuentes. La forma de ser que caracterizaba a Elisio provocaba que siempre estuviese preparado para relatar alguna extraña noticia o experiencia, de la que hubiera sido protagonista o espectador. “Eso te pasa de tanto leer y haber estado durante décadas rodeado de libros, como un ratón de biblioteca” le decía Ismael. 

Una tarde de junio, habían quedado sobre las seis, para compartir una buena merienda y por supuesto algún interesante diálogo. Ese día Elisio apareció con el rostro bastante marcado o dibujado por la preocupación, con muecas faciales un tanto “desencajadas”. 

“Pero ¿qué te ha pasado hoy, buen amigo?” Su interlocutor, dándole vueltas con la cucharilla, a su descafeinado, como solían tomar muchas tardes, pues ambos padecían de un fuerte e incómodo insomnio, desde la llegada de la interrupción laboral, se dispuso a contarle lo que traía en su mente. Había sido una experiencia o más bien sensación, que venía sufriendo con intermitencias desde hacía varias semanas. La tensión de este viernes era más elevada, por lo que necesitaba desahogarse de aquello que bullía en su mente y que tal vez magnificaba. 

“Mira, Ismael, te voy a contar algo, pero te pediría que no lo tomaras a broma. Estas sensaciones me tienen harto preocupado. Resulta que he convivido con personas, con las que me relacionaba con una frecuencia normal. Solía ocurrir casi todos los días y en los mismos sitios. Estas personas, por la ley de la vida contra la que nada podemos hacer, ya se han ido, desapareciendo de mi existencia. Hasta aquí todo parece lógico o normal. Sin embargo, cada vez son más frecuentes los momentos, en los que estando en el mismo lugar donde los veía y les hablaba, me invade una fuerte sensación en que van a aparecer, en que van a estar de nuevo ante mí. Incluso mi mente me los recrea, ahí enfrente mía, como si me estuviesen hablando y nunca se hubieran marchado de este ciclo vital. Ya te digo que es una sensación muy extraña y que me produce emoción, también miedo, incertidumbre, misterio fantasmagórico. Y la cosa es que, aunque trato aplicar la razón, esas extrañas vivencias no me las puedo quitar de la cabeza”-

“Suelen ser vecinos del barrio o del bloque donde resido, con los que antes me relacionaba e intercambiábamos las palabras, hablando de ventana a ventana, de la terraza a terraza o compartiendo o saliendo del ascensor. También me ocurre con los compañeros de la biblioteca, cuando antes compartíamos algún chascarrillo entre los muebles estantes de la gran sala de lectura. Sin duda, la experiencia más grave o impactante sea la de mi madre, con la que he convivido, como bien conoces, durante largos años. Cuando me estoy preparando algo para cenar o el almuerzo, presiento, la verdad es que siento, que me está observando y que en cualquier instante va a hablarme o a corregirme con respecto a la tarea que estoy desarrollando. Percibo como su respiración, el olor a la colonia que solía usar.  Sé que está ahí, a mi lado. Y que necesitaría o le agradaría hablarme, pero en su mundo actual no se le permite esta comunicación que para mí sería verdaderamente fascinante ¡Tendría tantas cosas que preguntarle y que decirle!”  

Ismael tuvo una primera “tentación” de tomar a “choteo” aquello que con tanta sinceridad e intensidad emocional su amigo le estaba confiando. Pero tras unos segundos de duda, optó por la prudencia y la seriedad.   

“Eso te pasa por vivir solo. Esa ausencia de compañía no es buena para la cabeza y los sentimientos, Elisio. Acabas por darle muchas vueltas, demasiadas, a las cosas y ahora que ya no estás en la biblioteca la imaginación se te desborda. Yo, al menos, tengo cerca a mi Aurora, pero cuando tú vuelves a la casa te encuentras que no hay nadie esperándote. Deberías buscarte, con urgencia, una compañía. Por supuesto que esa pareja no perjudicaría nuestra antigua y saludable amistad. En todo caso, te voy a dar el teléfono de una consulta de psicología, para que pidas cita. Es un profesional muy “apañao”.  Se trata del Dr. Santi ROMERALES. Estoy seguro de que este profesional te podrá ayudar”.  

Al paso de los días, Elisio acudió a la consulta del especialista, a quien expuso básicamente su problema, añadiendo algunos datos que no había comentado a Ismael. 

“Hay veces en que siento como que los escucho, o mi cabeza hace que sus mensajes me llegasen. Yo les sonrío, les respondo y les hago preguntas. La verdad es que no obtengo respuestas o yo me las construyo en mi mente”. 

“Creo, Sr, Toscano, que padece Vd. una fijación mental compulsiva, muy frecuente en las personas que viven en soledad. Vamos a ir trabajando y corrigiendo este problema que le está afectando severamente. ¿Aceptaría la convivencia con una mascota, perro, gato u otro animal, como hacen muchas personas en su vida cotidiana? 

Siguiendo ese primer consejo del especialista, Elisio fue a hablar con su vecina de planta, doña EULALIAuna señora soltera, muy celosa de su edad (probablemente bien cerca de su octava década vital) que había sido cocinera de hotel y en sus ratos libres “tratante de amores para dignas personalidades”. Desde siempre había tenido un especial cariño por los animales. Los vecinos bromeaban con el piso 4º B como “el arca de Noe”, por la cantidad y diversas de mascotas que lograba manejar en sus cuatro dormitorios. Su vecino del 4º A, Elisio le rogó si le podía prestar alguna mascota, para que lo acompañara, por consejo médico. Doña Eulalia le puso en las manos a una gata zalamera, peluda, gordinflona, de ojos verdosos, llamada MACA, con la obligación de que la cuidara con cariño y extremado cuidado, pues era una gata que ya pasaba de los 8 años y había sido madre de numerosas crías, que andaban repartidas por los bloques de la zona, en el densificado barrio de la Unión-Humilladero. La buena y versátil señora dejó bien claro que el préstamo lo hacía por un semestre y que ella vigilaría el trato que le daba a Maca, para prorrogar o no ese plazo de confianza para la experiencia. 

Una noche estaba acostado, tras la frugal cena que realizaba y un ratito de lectura, aunque no perdonaba la infusión descafeinada. Apagó la lámpara de la mesilla y en la habitación sólo entraba la claridad de una próxima y somnolienta farola callejera, Se despertó sobresaltado porque sintió como si su madre MAGDALENA le estuviera preguntando si se había tomado las pastillas para controlar la tensión. “Me decía, Tengo que cuidarte. Pero ahora me es más difícil. No dejes de tomar los comprimidos, porque te puede dar un “flato”. Esa frase la recordaba como repetida cada noche, ya que ese padecimiento lo tenía desde su juventud, posiblemente por una transmisión genética. Su padre se había “ido” por una subida letal de la tensión arterial. Elisio respondió a la oscuridad “sí, mamá, ya las he tomado. Acuéstate tranquila, que como me he despertado voy a leer un poco antes de volver a apagar la luz”.  

Unos días más tarde, doña Eulalia, tras escuchar a la gata Maca maullando sin cesar, pensó que posiblemente tendría hambre. Entonces llamó en la puerta de su vecino, en dos ocasiones. Al no obtener respuesta, habló con don Leopoldo, un guardia civil retirado, que vivía en el 3º A. Como hacía dos o tres día en que no habían visto a Elisio, pensaron que algo podría estar ocurriendo. Llamaron a la policía local, quienes hicieron venir a los bomberos, a fin de que franquearan la puerta del domicilio. Por supuesto el teléfono de Elisio no respondía a las llamadas. Tras entrar en el domicilio, con permiso judicial, encontraron el cuerpo del vecino del 4º A tendido en su lecho y a su lado a la gata Maca que maullaba hambrienta. El médico de guardia certificó el fallecimiento de Elisio, por fallo cardiaco. La premonición del antiguo bibliotecario se había cumplido. 

Sin faltar un solo sábado, su amigo Ismael, sentimentalmente afectado, le lleva un ramillete de flores, recogiendo las que ya se han marchitado. Lo más interesante del caso es la charla unidireccional que mantiene con su antiguo buen amigo, desde aquellos tiempos de las aulas escolares. “Me estabas avisando y no lo supe entender. Cuídate, allá donde estés. Te echo mucho de menos. Y ahora te voy a contar cómo me ha ido la semana”. Entonces Ismael, abría su pequeña silla de pescador, que llevaba en una gran bolsa, sentándose en la misma e iniciaba ese ratito de charla que tanto y bien le confortaba. -   

 

 

PREMONICIONES PSICOLÓGICAS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 11 julio 2025

                                                                                                                                                                                     Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

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viernes, 4 de julio de 2025

UNA ESPERA EN EL CAMINO



PONCIANO Cabrales acudía cada tarde, entre lunes y sábados, a la parada del bus en carretera, procedente de Málaga y con destino final en la localidad de Ronda. Esa parada se hallaba situada a unos 150 metros del pequeño pueblo de la serranía rondeña, Olivar del Campo, 170 habitantes, lugar de residencia de este veterano lugareño.  A veces bajaba del autobús algún vecino que se había desplazado ese mismo día u otro cualquiera a la capital provincial. También podría subir algún residente en el pueblo que tuviera la intención de acudir a Ronda, pero lo normal es que el autobús no se detuviera. Pero quien estaba casi siempre en la parada era Ponciano a quien todos conocían. En todo caso, viendo que en bus no se iba a parar, el lugareño hacía una señal al conductor para que siguiera su marcha.

A los pocos minutos en los que el bus de línea desaparecía, tras iniciar una curva, el extraño vecino daba media vuelta y con dudosos o lentos pasos (producto de los achaques de la edad) encaminaba su dirección al pueblo donde tenía su domicilio, pensando que en la tarde del siguiente día volvería a la parada del autobús.  

A los dos conductores habituales, que hacían esta línea entre Ronda y MálagaGERARDO, 50, y AMÉRICO, 37, les impresionaba la presencia de este hombre mayor, que cada día estaba en ese lugar, esperando que bajara del bus algún viajero concreto. Pero ¿quién era ese extraño lugareño, que cada tarde esperaba inútilmente en la parada?

Ponciano había ejercido en su juventud de panadero, aunque a los pocos años había conseguido una plaza de jardinero municipal, profesión que mantuvo hasta su jubilación. Fue precisamente al dejar su vida laboral, cuando cada tarde acudía a ese punto de la carretera, dando la impresión de su esperanza en que alguien, que bien conocía, bajase del autobús. Cierto día, cuando el bus llegó a esa parada en carretera, el conductor Gerardo observó que Ponciano no estaba solo, sino acompañado de un sacerdote que hablaba animosamente con el parroquiano. Sólo subió al autobús el cura, un hombre joven llamado DIAMANTINO, que tomó asiento paralelamente al conductor. Esta oportunidad quiso aprovecharla el veterano conductor, para inquirir información acerca de esa extraña persona que veía cada tarde junto a la parada. El sacerdote, sonriendo, se dispuso a ofrecerle información acerca de su feligrés. 

“No tiene por qué preocuparse, amigo.  Se trata de un buen hombre, llamado Ponciano Cabrales. Ha ejercido durante décadas como jardinero titular de este pequeño municipio. Parece ser que cuando tenía una media edad, tuvo una intensa amistad con la sacristana de la parroquia, CANDIDA, que también trabajaba como peluquera. Entre ellos había una notable diferencia de edad, unos catorce años. Este hombre había perdido a su madre con la que había vivido desde siempre. Entonces buscó el calor y afecto humano en esta mujer quien, conociendo la bondad y la soledad del jardinero, quiso ser amable y cariñosa con él. Ella había tenido un fracaso amoroso con su novio de juventud, por lo que no desechó dar algunos paseos y tomar algunas meriendas, por los jardines del pueblo y en la única cafetería abierta en el pequeño municipio. Especialmente durante los fines de semana, se los veía paseando en animada charla. Desde luego era él quien estaba cada día más encariñado con esta compañera en la amistad, con un amor “necesitado e incluso febril”. Pero la peluquera tenía otros objetivos para su futuro. 

Cuando llegué destinado a la parroquia de este pequeño pero precioso pueblo, hace unos dos años, Ponciano ya había perdido a su compañera de los paseos. A Cándida, a través de una joven sobrina, le había salido un interesante puesto de trabajo en Málaga, una peluquería y salón de belleza, inserto en uno de los grandes centros comerciales de la capital. Lógicamente tenía que trasladar y fijar su residencia en Málaga. Me cuentan que la despedida de ambos fue muy “dolorosa” y emotiva para el jardinero. Viéndolo tan afligido, Cándida le prometió que “más adelante” volvería al pueblo y que entonces hablarían acerca de su futuro. Pero que en ese momento ella no podía dejar escapar una importante oportunidad laboral, en una localidad con tanto futuro como era la capital malagueña. Parece ser que la vida de Cándida, soltera y muy cualificada en su profesión, marchó por otros derroteros, alejados de la sencillez pueblerina de Olivar del Campo.  Borró lo más aprisa que pudo a Ponciano de su vida. Sin embargo, el pobre jardinero mantenía y conservaba su ilusión como el primer día en que “intimó” con esa mujer. Ahora, jubilado y sin familia, desde que su madre falleció, viene aquí cada tarde esperando la llegada de ese amor que su imaginación y la necesidad han creado. Algunos vecinos opinan que “ha perdido la cabeza”. Tal vez este humilde buen hombre eche de menos la amistad y el cariño que su mente creó. La primera persona quien, después de su madre, le había hecho caso en la intimidad de su vida. Así somos. Desde luego es de admirar esa constancia y fe en un cariño que probablemente sólo está en su imaginación”.

Gerardo, el veterano conductor que había recorrido miles de km al volante de diversos vehículos, una muy buena persona, sentía el dolor, la ansiedad y la esperanza de ese pobre jardinero, que creía haber encontrado el cariño y la compañía en la obsesión de su mente, ya en una fase avanzada de su existencia. Este hombre creía firmemente en la vuelta de Cándida, a la que esperaba ver bajar una tarde del autobús procedente de Málaga capital.

Un día, cuando procedente de Málaga se dirigía hacia Ronda, al pasar por Olivar del Campo, Gerardo detuvo el autocar y abriendo la puerta pidió a Ponciano que subiera. “Vente conmigo a Ronda. Te das un paseo y te invito a cenar. En casa tengo sitio para que descanses. Mañana te dejo de nuevo aquí en la parada”. Gerardo quería conocer de primera mano más datos de esa historia que él entendía como de un amor imposible. Quería ampliar la información del cura Diamantino, escuchando al propio interesado.  Ponciano se sintió animado para dar ese buen paseo a la localidad rondeña, agradeciendo al amable conductor su invitación.  

Al llegar a la Estación de autobuses, bajaron del vehículo y emprendieron un largo paseo por la zona ajardinada del Camino de los ingleses y el Tajo, hasta llegar una buena tasca, La Longaniza, en donde servían menús económicos, pero de una apreciable calidad.  Doña Palmira, la dueña del establecimiento ofrecía a sus clientes comida casera a muy buen precio. Un cuenco de caldo de cocido, ensalada de la casa y de postre fruta del tiempo o ese café con leche, bien cargado, que revitaliza dos cuerpos cansados. En todo este contexto relacional, la conversación entre los dos nuevos amigos era fluida y sincera. Lógicamente el tema de Casilda salió de inmediato. 

“Amigo Gerardo, con mi actitud no hago mal a nadie. Así entretengo mis muchos minutos de tiempo libre. Cándida, con la que estuve saliendo y disfrutando de su compañía, me dijo antes de irse que volvería al pueblo, ante mi insistencia para no perder su amistad. Estoy seguro de que algún día lo hará. Siempre he aprendido que la esperanza es lo último que se pierde”. Poco a por, el generoso conductor iba dibujando en su mente la figura de esa mujer que tanta ilusión había generado en el corazón de un hombre mayor, afectado de cruel soledad. Incluso el ilusionado jardinero se prestó a darle la fotocopia de una foto que ambos se habían hecho hacía tiempo, años, paseando por el parque del pueblo. Dedujo que la mujer ahora estaría por la cincuentena avanzada. 

En las semanas siguientes, cuando Gerardo llegaba a Málaga, hizo algunas gestiones por peluquerías de prestigio y centros de belleza, pero sus preguntas resultaron infructuosas. No había rastro de la tal Cándida Albaida. Probablemente esta mujer había encontrado pareja o habría cambiado de profesión. Era como buscar una aguja en un pajar. ¿Dónde estaría esta buena mujer? 

Continuaba viendo a Ponciano por las tardes en la parada, cada vez más desmejorado. Lo saludaba y animaba a seguir esperando. Se preocupó bastante cuando en varias tardes, dejó de ver al jardinero en la parada de Olivar. Como tenía el teléfono de la parroquia de Diamantino le hizo una llamada interesándose por la salud del amigo Ponciano. El antiguo jardinero se encontraba enfermo de los pulmones, pues había sido un gran fumador durante toda su vida. Ahora tenía dificultades para el desplazamiento. Sufría mucho por no poder ir cada tarde a la parada del bus. 

Entonces al imaginativo y generoso Gerardo se le ocurrió una “escénica” idea. Habló con una sobrina, que estudiaba arte dramático en Málaga, contándole la sorprendente y bella historia. Silvia, tras escuchar a su tío, se propuso ayudarle. En la Escuela de Artistas había algunas actrices veteranas. Una de ellas accedió a la insistente petición humanitaria que le planteaba la joven Silvia.  Se ofreció a interpretar ese papel “para pocos espectadores”, asumiendo el rol de la tal Cándida. Sólo tenían esa fotocopia que Gerardo les había facilitado. Contactaron con el cura Diamantino. Entre todos prepararon una representación, a fin de proporcionar unas horas de ilusión a un hombre mayor y severamente enfermo, que había mantenido durante años una fe inquebrantable, en la vuelta de una amiga que por misericordia le había prometido, antes de subir al autobús, que un día volvería. 


Un soleado viernes de junio, Ponciano había sido llevado a la parada, acompañado por el sacerdote del pueblo. Cuando Gerardo detuvo el autobús que conducía en la parada de Olivar del Campo, sólo bajo del vehículo una señora bien caracterizada, quien con su mano derecha hacía rodar un pequeño trolley, mientras en la izquierda portaba una bolsa, conteniendo una suculenta caja de pasteles, comprados en la Confitería Aparicio, obrador de gran prestigio en la capital malacitana. 

Ponciano se emocionó al verla bajar, pues el pelo, la pintura de la cara, el vestido y los zapatos eran iguales que los usados por la verdadera Cándida en la foto. El pobre jardinero, con las lágrimas en su rostro, no cesaba de repetir: “¡Sabía que algún día volverías!  Y no me importa de que puedas estar casada. ¡Yo siempre te querré y te amaré en la distancia!” Gerardo había pedido a su compañero Américo que lo acompañara para llevar el autobús a Ronda. Así que “Cándida”, Ponciano, Diamantino y Gerardo, compartieron una cena fraternal y cariñosa, todos haciendo la humanitaria interpretación para felicidad del pobre Ponciano que con la sonrisa en el rostro mostraba su felicidad por ver y estar, aunque fuera por última vez a su querida Cándida. Las campanas de la antigua iglesia de Olivar del Campo comenzaron a tocar a gloria aquella tarde feliz, en que el antiguo jardinero puso gozar durante unas horas de esa compañía que tanto buscó.

Diamantino y Gerardo nunca supieron si Ponciano también había aceptado, en las entrañas de su conciencia, interpretar el papel que le correspondía en esa humanitaria escenificación. Esa secreta respuesta se la llevó al paraíso celestial, pocas semanas después. - 

 

 

UNA ESPERA

EN EL CAMINO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 04 julio 2025

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