La introducción de esta historia o relato nos traslada a una Academia de Cine, ubicada en la capital de España. Un alumno de 1er curso, SANTI CASAMAYOR, matriculado en la materia de Construcción de guiones, solicitó permiso para realizar una consulta con el profesor que impartía esa materia, don EFRÉN DIAN. “Disculpe profesor, ayer jueves, cuando finalizaba nuestra clase, nos propuso la elaboración de un trabajo para el fin de semana. Previamente nos había explicado unas pautas orientativas, acerca de cómo elaborar un guion de un corto cinematográfico. Al ser un tema o argumento “libre” pensé que no tendría dificultad para desarrollar bien una breve historia. Para mi sorpresa, comencé en varias ocasiones ese pequeño guion escribiendo en una libreta y posteriormente en el teclado del ordenador, pero después de unas líneas me decía que no tenía un buen argumento para desarrollar. No se me ocurría nada que fuera solvente, valioso, interesante, para sustentar una buena historia. Por eso acudo esta mañana a su despacho tutorial, para que me ayudara a combatir ese “vacío imaginativo” que me afecta y me genera un gran desasosiego”.
El veterano profesor Dian sonrió al escuchar la franqueza de su alumno. “No se preocupe, amigo Sotomayor, que ese consejo se lo facilito de inmediato, para que pueda salir de ese incómodo bloqueo que está sufriendo. A los más afamados escritores les ocurre lo mismo con bastante frecuencia. Cuando salga de este despacho, debe darse un gran paseo, ajeno a toda idea preconcebida. Abra imaginativa y creativamente sus ojos. Sea detallista con la mirada. Analice a las personas, los edificios, los profesionales en su trabajo, observe el comportamiento de los niños, jóvenes y mayores. Ahí encontrará el origen de esa trama argumental. Y no conseguirá una historia, sino muchas narrativas y argumentos, que posteriormente habrá de pulir en su gestación y desarrollo”. De esta fácil manera nació la historia que a continuación organizará el fundamento de este relato. A poco de haber iniciado su largo paseo, Santi Casamayor observó un gran cartel publicitario que tenía en su ventanal acristalado una conocida sucursal bancaria.
Esta entidad financiera se encontraba en un barrio de alta densidad poblacional. La sociología de este barrio madrileño puede calificarse de clase media/media e incluso media/baja. Un barrio popular, en donde sus vecinos lo tienen todo a mano, aunque echan en falta más zonas verdes para el sosiego de niños, y personas mayores. Como se dice coloquialmente, más asientos para las personas de edad, menos bares y tabernas, pero con más librerías y centros culturales. La sucursal bancaria estaba vinculada a una entidad financiera de importante cualificación. El director de la entidad tenía por nombre EZEQUIEL ENTREMERA, medio siglo de vida, persona que sabía “mandar” o dirigir con habilidad y mano izquierda, tratando al tiempo de hacerse familiar con los empleados a su cargo, siempre guardando las distancias, ya que para eso era el “jefe”. Además de la cajera, llamada Casilda, había otros tres apoderados o interventores, Álvaro Cabrerizo, Benjamín Calabria y AVELINO SIETEPUERTAS. El protagonista de esta historia es precisamente este último personaje.
Avelino, 48, era una persona de naturaleza “apocada”, lindando con la timidez. Llevaba casado con ASUNTA, doce años, de cuyo matrimonio habían nacido cuatro hijos, dos varones y dos hembras, todos ellos en la primaria escolar. Hacía unos dos años que había decidido comprar una casita individual, para liberarse del alto alquiler que pagaba en la zona antigua de la gran capital, vivienda con un pequeño jardín en la entrada, situada en el extrarradio de la ciudad. Este vivir cerca de la naturaleza, pero no alejado de la vorágine central madrileña cubría sus ilusiones más anheladas. Para conseguir esa vivienda, había negociado una hipoteca con el propio banco en donde trabajaba. En una época de contracción económica, los pagos mensuales de esa hipoteca se le presentaban cada vez más difíciles de afrontar. Su sueldo no era elevado, 1450 euros, pero una parte de este salario se lo “comía” el pago hipotecario.
Los gastos de los cuatro hijos eran, lógicamente, una pesada carga. A lo que había que añadir las necesidades propias de toda familia. Electricidad, agua, la cesta de la compra con los alimentos “para seis bocas”, los recibos del IBI o contribución, los cambios de ropa para niños que estaban en la edad del crecimiento, el seguro de la casa, los pequeños gastos de ocio, etc. Había dificultad para llegar a final de mes. Como le ocurre a cientos y miles de familias.
Asunta, que era muy habilidosa con las tareas de la cocina, había ideado la lúcida habilidad para elaborar preciosas y apetitosas tartas, que servía a una gran cafetería y tetería cercana. Ese pequeño ingreso ayudaba al que recibía su marido, pero resultaba al cabo insuficiente. Avelino sopesaba a veces la posibilidad de solicitar un préstamo bancario, pero siendo contable (había estudiado empresariales) era consciente de que con ello agrandaría más el volumen de los pagos a afrontar cada uno de los meses, pues todo préstamo conlleva la carga de intereses, por muy favorable que fuera el trato que recibiera de su entidad financiera. También hizo gestiones para llevar por las tardes algún tipo de pluriempleo, como contabilidades de empresas, pero carecía de suerte para conseguir esos trabajos complementarios. Los empleos que le “salían” eran la mar de pintorescos: portero de cine, reponedor en supermercados o incluso actuar de mozo ayudante en los sepelios, en el cementerio municipal. Por las noches se despertaba sobresaltado, debido a las preocupaciones que soportaba, teniendo dificultad para conciliar el necesario y reponedor descanso. Como anécdota de su control económico, se trasladaba desde las afueras de la gran ciudad hasta la sede de su trabajo montando en una moto VESPA, que había comprado de segunda mano a un compañero bancario que trabajaba en otra sucursal.
Avelino era un hombre serio, educado y que tenía una gran obsesión por la honradez, valor de conciencia que mantenía desde su adolescencia. Pero “las montañas” más voluminosas y monumentales tienen también sus momentos o fases de debilidad. Su conciencia recta y limpia comenzó a flaquear, debido a los agobios “contables” que tenía en su propio hogar. Don Ezequiel, su jefe y director de la sucursal, le había encargado entre otras funciones que llevara el complejo capítulo de la contabilidad, faceta en la que demostraba ser un experto, por su específica formación universitaria. El compañero Sietepuertas dominaba muy bien los artilugios numéricos, ayudado por la programación informática. Un día, precisamente cuando estaba “enfrascado” en sus tareas contables se le ocurrió algo que, bien realizado, no iba a ser fácil de descubrir para los no versados en las “ciencias exactas”. ¿En qué consistía ese truco que, bien encubierto, le podía reportar un dinero “extra” muy necesario para sus angustias económicas?
Existían cuentas muy complejas en las que algunos céntimos residuales no se contabilizaban, para los costes bancarios. Derivando a su cuenta particular esos céntimos, que se “despreciaban” en los ingresos que el banco recibía, podía ir sumando unos euros que en los momentos de crisis familiar podían ser sumamente útiles. La suma de esos céntimos que no “existían” gratificaban un poco su saldo personal. Era como un pequeño balón de oxígeno que a nivel mensual compensaba la angustia de los pagos fijos que su familia tenía que afrontar. De manera especial, los pagos de esa “temeraria” hipoteca, que se “comía, casi un tercio de su sueldo.
Una semana podía sumar setenta euros. Otra semana podía superar los cien. Ese dinero, del que nadie se iba a dar cuenta, no resolvía las angustias familiares para una familia de seis miembros, que se había embarcado en la compra ilusionada de una vivienda sin poner bien los pies en la realidad terrenal, pero al menos ayudaba a que ese agobio del final de cada mes fuera algo más llevadero. Así estuvo el bueno y cabal apoderado contable de la sucursal “trabajando” durante meses. En definitiva, Avelino era muy hábil en bien disimular los pequeños hurtos que realizaba en su trabajo.
Pero su conciencia no había cambiado del recto camino de la responsabilidad y la honradez. Por las noches seguía despertándose, ahora con el añadido de estar realizando, aunque a niveles mínimos, unas acciones delictivas, dentro de su trabajo. En este contexto, una desgracia familiar vino a unirse en esta etapa delicada de su existencia- La pérdida de su madre le afecto, como es natural, de una forma muy intensa. Precisamente aquella noble persona que desde pequeño le había enseñado a ser un hombre honrado en todas las decisiones que tomara en su vida. Ese fallecimiento le afectó sobremanera, viendo que los fundamentos de su conciencia se estaban resquebrajando. Los conocimientos contables, en los que era tan versado, le habían llevado a caminar por una senda equivocada y delictiva.
Eran tiempos de Navidad. Se sentía mal consigo mismo. Hizo números y comprobó que, en esos meses de trampas contables, los pequeños hurtos de los céntimos le habían proporcionado una suma que se acercaba a los dos mil euros. Recordaba con sentimiento de culpa aquellos buenos consejos de su madre y ello le deprimía y avergonzaba. “Debo rectificar y ser castigado”.
Deseando purgar sus culpas, pidió permiso para ser atendido en el despacho del jefe.
“Muchas gracias por atenderme, don Ezequiel. Le confieso que llevo varios días, incluso semanas, sin poder conciliar bien el sueño. Y ello es a causa de que mi conciencia no está sosegada y en paz. Llevo trabajando en la empresa más de doce años y siempre me he caracterizado por la honradez en mi comportamiento. Pero el destino y las circunstancias han provocado que desde hace muchos meses la situación económica de mi familia se haya tornado insostenible. Por decirlo de una forma rápida, “no llegamos a final de mes”. Cuatro hijos, todavía son niños, suponen una carga económica muy pesada para que cuadren las cuentas. Incluso en algunos meses hemos tenido que pedir ayuda a mis suegros, que tampoco nadan en la abundancia. En un estado de desesperación, la tentación se apoderó de mi voluntad y esa máxima de la honradez de la que siempre he hecho gala me abandonó. Ver a mis hijos pasando necesidad me llevó a la locura de apropiarme de los céntimos sobrantes de innumerables cuentas ¡Qué vergüenza! Un mes conseguía juntar treinta euros. En otros la suma aumentaba, duplicando o triplicando esas cifras. Esas cantidades, aunque modestas, eran pequeños balones de oxígeno que ayudaban en la necesidad diaria de la alimentación. En estos meses de apropiación, he podido llegar a sumar más de 1500 euros. Le aseguro que estoy profundamente avergonzado, por eso estoy aquí ante Vd. para tratar de reparar este desaguisado. Puedo hacer horas extras de trabajo por las tardes. Apelo a su comprensión y perdón”.
El jefe de la sucursal, sorprendido, profundamente incómodo ante lo que acaba de escuchar, escenificando su preocupación permaneció unos minutos en silencio, ante el rostro de Avelino, cuyos ojos no pudieron reprimir unas traviesas y sinceras lágrimas que potenciaban el dramatismo de la situación. A medida que pasaban los segundos, el infeliz interventor y apoderado incrementaba sus dudas acerca de cómo recibir la “explosiva” palabra de DESPIDO. Nada más pensar en esta terrible palabra el cuerpo de Avelino Sietepuertas generaba temblores convulsivos ante el drama que se le podía venir encima, una vez que había confesado ante su superior. La respuesta no tardó en llegar.
“Lo que me has comentado, Avelino, es muy grave. Más que por la cantidad defraudada, por la deslealtad de incumplir con tus deberes de fidelidad a la empresa en la que trabajas. Me siento muy dolorido, muy entristecido, por este grave hecho, muy difícil de asumir, cometido por una persona en la que siempre he confiado. Cierto es que, al tiempo, debo tener en cuenta tu franqueza en reconocer el grave error que has protagonizado, también tu pesar y tu firme voluntad de repararlo. No olvido tampoco el tiempo que llevas con nosotros, cumpliendo fielmente las obligaciones que te competen. Creo racionalmente … que toda persona merece una segunda oportunidad. La conciencia, como hombre de bien, me lo dicta. Quiero, deseo, en medio del dolor que me embarga, ser generoso. Por eso vamos a seguir un proceso que me parece racional y justo. NO voy a dar parte a mis superiores de esas pequeñas apropiaciones que has tenido con los céntimos. Espero con firmeza tu palabra de que no se van a repetir. Tendrás que compensar lo hurtado, con horas extras de trabajo dos tardes a la semana. Por supuesto, voy a estar más atento a controlar la contabilidad que está bajo tu responsabilidad. NO podrá haber, en absoluto, “más errores”. Entenderás que estoy siendo extremadamente generoso contigo. Nuevos “errores”, conllevarán el proceso disciplinario que tu bien conoces, en sus consecuencias”
Ambos compañeros se dieron la mano, con muestras efusivas de un avergonzado Avelino que de manera nerviosa y emocional no dejaba de repetir la palabra ¡’Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!
Cuando el interventor Sietepuertas abandonó el despacho del director Entremera, éste sonreía y reflexionaba. Se sentía un buen actor, aplicando “divinos” modales. Ezequiel era consciente de que él tampoco podía tener la conciencia tranquila. De una manera hábil y utilizando los resortes propios de su poder, como director de la sucursal, se había apropiado de unas cantidades notablemente superiores a las del humilde empleado, para sustentar económicamente un “espectacular” chalé que se estaba construyendo en el camino de la sierra de Navacerrada. Esa “gruesas” cantidades defraudadas o apropiadas, superiores a los 50.000 euros, las había derivado al capítulo de impagados o de pérdidas en el mercado bursátil. Pero como los buenos “trileros” en el ámbito de las finanzas, poseía una conciencia muy laxa, acerca del verdadero significado de los valores de honradez y fidelidad.
Esta instructiva historia, derivada del consejo que le dio el Profesor Efrén Dian a su alumno Santi Casamayor, para la creación de un buen guion, saliendo a la calle y encontrando argumentos en el entorno social en el que nos hallamos inmersos, tuvo una dinámica consecuencia. Cuando el estudiante de la Escuela de Cine pasaba por delante de una sucursal bancaria, observó en el escaparate un gran cartel publicitario. ¿Qué decía el texto impreso, con letras blancas sobre fondo azul?
UN HONRADO
INTERVENTOR BANCARIO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 25 ABRIL 2025
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