viernes, 25 de abril de 2025

UN HONRADO INTERVENTOR BANCARIO

La introducción de esta historia o relato nos traslada a una Academia de Cine, ubicada en la capital de España. Un alumno de 1er curso, SANTI CASAMAYOR, matriculado en la materia de Construcción de guiones, solicitó permiso para realizar una consulta con el profesor que impartía esa materia, don EFRÉN DIAN.  “Disculpe profesor, ayer jueves, cuando finalizaba nuestra clase, nos propuso la elaboración de un trabajo para el fin de semana. Previamente nos había explicado unas pautas orientativas, acerca de cómo elaborar un guion de un corto cinematográfico. Al ser un tema o argumento “libre” pensé que no tendría dificultad para desarrollar bien una breve historia. Para mi sorpresa, comencé en varias ocasiones ese pequeño guion escribiendo en una libreta y posteriormente en el teclado del ordenador, pero después de unas líneas me decía que no tenía un buen argumento para desarrollar. No se me ocurría nada que fuera solvente, valioso, interesante, para sustentar una buena historia. Por eso acudo esta mañana a su despacho tutorial, para que me ayudara a combatir ese “vacío imaginativo” que me afecta y me genera un gran desasosiego”. 

El veterano profesor Dian sonrió al escuchar la franqueza de su alumno. “No se preocupe, amigo Sotomayor, que ese consejo se lo facilito de inmediato, para que pueda salir de ese incómodo bloqueo que está sufriendo.  A los más afamados escritores les ocurre lo mismo con bastante frecuencia. Cuando salga de este despacho, debe darse un gran paseo, ajeno a toda idea preconcebida. Abra imaginativa y creativamente sus ojos. Sea detallista con la mirada. Analice a las personas, los edificios, los profesionales en su trabajo, observe el comportamiento de los niños, jóvenes y mayores. Ahí encontrará el origen de esa trama argumental. Y no conseguirá una historia, sino muchas narrativas y argumentos, que posteriormente habrá de pulir en su gestación y desarrollo”. De esta fácil manera nació la historia que a continuación organizará el fundamento de este relato. A poco de haber iniciado su largo paseo, Santi Casamayor observó un gran cartel publicitario que tenía en su ventanal acristalado una conocida sucursal bancaria. 

Esta entidad financiera se encontraba en un barrio de alta densidad poblacional. La sociología de este barrio madrileño puede calificarse de clase media/media e incluso media/baja. Un barrio popular, en donde sus vecinos lo tienen todo a mano, aunque echan en falta más zonas verdes para el sosiego de niños, y personas mayores. Como se dice coloquialmente, más asientos para las personas de edad, menos bares y tabernas, pero con más librerías y centros culturales. La sucursal bancaria estaba vinculada a una entidad financiera de importante cualificación. El director de la entidad tenía por nombre EZEQUIEL ENTREMERA, medio siglo de vida, persona que sabía “mandar” o dirigir con habilidad y mano izquierda, tratando al tiempo de hacerse familiar con los empleados a su cargo, siempre guardando las distancias, ya que para eso era el “jefe”. Además de la cajera, llamada Casilda, había otros tres apoderados o interventores, Álvaro Cabrerizo, Benjamín Calabria y AVELINO SIETEPUERTAS.  El protagonista de esta historia es precisamente este último personaje. 

Avelino, 48, era una persona de naturaleza “apocada”, lindando con la timidez. Llevaba casado con ASUNTA, doce años, de cuyo matrimonio habían nacido cuatro hijos, dos varones y dos hembras, todos ellos en la primaria escolar. Hacía unos dos años que había decidido comprar una casita individual, para liberarse del alto alquiler que pagaba en la zona antigua de la gran capital, vivienda con un pequeño jardín en la entrada, situada en el extrarradio de la ciudad. Este vivir cerca de la naturaleza, pero no alejado de la vorágine central madrileña cubría sus ilusiones más anheladas. Para conseguir esa vivienda, había negociado una hipoteca con el propio banco en donde trabajaba. En una época de contracción económica, los pagos mensuales de esa hipoteca se le presentaban cada vez más difíciles de afrontar. Su sueldo no era elevado, 1450 euros, pero una parte de este salario se lo “comía” el pago hipotecario. 

Los gastos de los cuatro hijos eran, lógicamente, una pesada carga. A lo que había que añadir las necesidades propias de toda familia. Electricidad, agua, la cesta de la compra con los alimentos “para seis bocas”, los recibos del IBI o contribución, los cambios de ropa para niños que estaban en la edad del crecimiento, el seguro de la casa, los pequeños gastos de ocio, etc. Había dificultad para llegar a final de mes. Como le ocurre a cientos y miles de familias. 

Asunta, que era muy habilidosa con las tareas de la cocina, había ideado la lúcida habilidad para elaborar preciosas y apetitosas tartas, que servía a una gran cafetería y tetería cercana. Ese pequeño ingreso ayudaba al que recibía su marido, pero resultaba al cabo insuficiente. Avelino sopesaba a veces la posibilidad de solicitar un préstamo bancario, pero siendo contable (había estudiado empresariales) era consciente de que con ello agrandaría más el volumen de los pagos a afrontar cada uno de los meses, pues todo préstamo conlleva la carga de intereses, por muy favorable que fuera el trato que recibiera de su entidad financiera. También hizo gestiones para llevar por las tardes algún tipo de pluriempleo, como contabilidades de empresas, pero carecía de suerte para conseguir esos trabajos complementarios. Los empleos que le “salían” eran la mar de pintorescos: portero de cine, reponedor en supermercados o incluso actuar de mozo ayudante en los sepelios, en el cementerio municipal. Por las noches se despertaba sobresaltado, debido a las preocupaciones que soportaba, teniendo dificultad para conciliar el necesario y reponedor descanso. Como anécdota de su control económico, se trasladaba desde las afueras de la gran ciudad hasta la sede de su trabajo montando en una moto VESPA, que había comprado de segunda mano a un compañero bancario que trabajaba en otra sucursal. 

Avelino era un hombre serio, educado y que tenía una gran obsesión por la honradez, valor de conciencia que mantenía desde su adolescencia. Pero “las montañas” más voluminosas y monumentales tienen también sus momentos o fases de debilidad. Su conciencia recta y limpia comenzó a flaquear, debido a los agobios “contables” que tenía en su propio hogar. Don Ezequiel, su jefe y director de la sucursal, le había encargado entre otras funciones que llevara el complejo capítulo de la contabilidad, faceta en la que demostraba ser un experto, por su específica formación universitaria. El compañero Sietepuertas dominaba muy bien los artilugios numéricos, ayudado por la programación informática. Un día, precisamente cuando estaba “enfrascado” en sus tareas contables se le ocurrió algo que, bien realizado, no iba a ser fácil de descubrir para los no versados en las “ciencias exactas”. ¿En qué consistía ese truco que, bien encubierto, le podía reportar un dinero “extra” muy necesario para sus angustias económicas?

Existían cuentas muy complejas en las que algunos céntimos residuales no se contabilizaban, para los costes bancarios. Derivando a su cuenta particular esos céntimos, que se “despreciaban” en los ingresos que el banco recibía, podía ir sumando unos euros que en los momentos de crisis familiar podían ser sumamente útiles. La suma de esos céntimos que no “existían” gratificaban un poco su saldo personal. Era como un pequeño balón de oxígeno que a nivel mensual compensaba la angustia de los pagos fijos que su familia tenía que afrontar. De manera especial, los pagos de esa “temeraria” hipoteca, que se “comía, casi un tercio de su sueldo. 

Una semana podía sumar setenta euros. Otra semana podía superar los cien. Ese dinero, del que nadie se iba a dar cuenta, no resolvía las angustias familiares para una familia de seis miembros, que se había embarcado en la compra ilusionada de una vivienda sin poner bien los pies en la realidad terrenal, pero al menos ayudaba a que ese agobio del final de cada mes fuera algo más llevadero. Así estuvo el bueno y cabal apoderado contable de la sucursal “trabajando” durante meses. En definitiva, Avelino era muy hábil en bien disimular los pequeños hurtos que realizaba en su trabajo. 

Pero su conciencia no había cambiado del recto camino de la responsabilidad y la honradez. Por las noches seguía despertándose, ahora con el añadido de estar realizando, aunque a niveles mínimos, unas acciones delictivas, dentro de su trabajo. En este contexto, una desgracia familiar vino a unirse en esta etapa delicada de su existencia- La pérdida de su madre le afecto, como es natural, de una forma muy intensa. Precisamente aquella noble persona que desde pequeño le había enseñado a ser un hombre honrado en todas las decisiones que tomara en su vida. Ese fallecimiento le afectó sobremanera, viendo que los fundamentos de su conciencia se estaban resquebrajando. Los conocimientos contables, en los que era tan versado, le habían llevado a caminar por una senda equivocada y delictiva

Eran tiempos de Navidad. Se sentía mal consigo mismo. Hizo números y comprobó que, en esos meses de trampas contables, los pequeños hurtos de los céntimos le habían proporcionado una suma que se acercaba a los dos mil euros. Recordaba con sentimiento de culpa aquellos buenos consejos de su madre y ello le deprimía y avergonzaba. “Debo rectificar y ser castigado”. 

Deseando purgar sus culpas, pidió permiso para ser atendido en el despacho del jefe. 

“Muchas gracias por atenderme, don Ezequiel. Le confieso que llevo varios días, incluso semanas, sin poder conciliar bien el sueño. Y ello es a causa de que mi conciencia no está sosegada y en paz. Llevo trabajando en la empresa más de doce años y siempre me he caracterizado por la honradez en mi comportamiento. Pero el destino y las circunstancias han provocado que desde hace muchos meses la situación económica de mi familia se haya tornado insostenible. Por decirlo de una forma rápida, “no llegamos a final de mes”. Cuatro hijos, todavía son niños, suponen una carga económica muy pesada para que cuadren las cuentas. Incluso en algunos meses hemos tenido que pedir ayuda a mis suegros, que tampoco nadan en la abundancia. En un estado de desesperación, la tentación se apoderó de mi voluntad y esa máxima de la honradez de la que siempre he hecho gala me abandonó. Ver a mis hijos pasando necesidad me llevó a la locura de apropiarme de los céntimos sobrantes de innumerables cuentas ¡Qué vergüenza! Un mes conseguía juntar treinta euros. En otros la suma aumentaba, duplicando o triplicando esas cifras. Esas cantidades, aunque modestas, eran pequeños balones de oxígeno que ayudaban en la necesidad diaria de la alimentación. En estos meses de apropiación, he podido llegar a sumar más de 1500 euros. Le aseguro que estoy profundamente avergonzado, por eso estoy aquí ante Vd. para tratar de reparar este desaguisado. Puedo hacer horas extras de trabajo por las tardes. Apelo a su comprensión y perdón”. 

El jefe de la sucursal, sorprendido, profundamente incómodo ante lo que acaba de escuchar, escenificando su preocupación permaneció unos minutos en silencio, ante el rostro de Avelino, cuyos ojos no pudieron reprimir unas traviesas y sinceras lágrimas que potenciaban el dramatismo de la situación. A medida que pasaban los segundos, el infeliz interventor y apoderado incrementaba sus dudas acerca de cómo recibir la “explosiva” palabra de DESPIDO. Nada más pensar en esta terrible palabra el cuerpo de Avelino Sietepuertas generaba temblores convulsivos ante el drama que se le podía venir encima, una vez que había confesado ante su superior. La respuesta no tardó en llegar. 

“Lo que me has comentado, Avelino, es muy grave. Más que por la cantidad defraudada, por la deslealtad de incumplir con tus deberes de fidelidad a la empresa en la que trabajas. Me siento muy dolorido, muy entristecido, por este grave hecho, muy difícil de asumir, cometido por una persona en la que siempre he confiado. Cierto es que, al tiempo, debo tener en cuenta tu franqueza en reconocer el grave error que has protagonizado, también tu pesar y tu firme voluntad de repararlo. No olvido tampoco el tiempo que llevas con nosotros, cumpliendo fielmente las obligaciones que te competen. Creo racionalmente … que toda persona merece una segunda oportunidad. La conciencia, como hombre de bien, me lo dicta. Quiero, deseo, en medio del dolor que me embarga, ser generoso. Por eso vamos a seguir un proceso que me parece racional y justo. NO voy a dar parte a mis superiores de esas pequeñas apropiaciones que has tenido con los céntimos. Espero con firmeza tu palabra de que no se van a repetir. Tendrás que compensar lo hurtado, con horas extras de trabajo dos tardes a la semana. Por supuesto, voy a estar más atento a controlar la contabilidad que está bajo tu responsabilidad. NO podrá haber, en absoluto, “más errores”. Entenderás que estoy siendo extremadamente generoso contigo. Nuevos “errores”, conllevarán el proceso disciplinario que tu bien conoces, en sus consecuencias”

Ambos compañeros se dieron la mano, con muestras efusivas de un avergonzado Avelino que de manera nerviosa y emocional no dejaba de repetir la palabra ¡’Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!  

Cuando el interventor Sietepuertas abandonó el despacho del director Entremera, éste sonreía y reflexionaba. Se sentía un buen actor, aplicando “divinos” modales. Ezequiel era consciente de que él tampoco podía tener la conciencia tranquila. De una manera hábil y utilizando los resortes propios de su poder, como director de la sucursal, se había apropiado de unas cantidades notablemente superiores a las del humilde empleado, para sustentar económicamente un “espectacular” chalé que se estaba construyendo en el camino de la sierra de Navacerrada. Esa “gruesas” cantidades defraudadas o apropiadas, superiores a los 50.000 euros, las había derivado al capítulo de impagados o de pérdidas en el mercado bursátil. Pero como los buenos “trileros” en el ámbito de las finanzas, poseía una conciencia muy laxa, acerca del verdadero significado de los valores de honradez y fidelidad. 

Esta instructiva historia, derivada del consejo que le dio el Profesor Efrén Dian a su alumno Santi Casamayor, para la creación de un buen guion, saliendo a la calle y encontrando argumentos en el entorno social en el que nos hallamos inmersos, tuvo una dinámica consecuencia. Cuando el estudiante de la Escuela de Cine pasaba por delante de una sucursal bancaria, observó en el escaparate un gran cartel publicitario. ¿Qué decía el texto impreso, con letras blancas sobre fondo azul?



UN HONRADO

INTERVENTOR BANCARIO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 25 ABRIL 2025

                                                                                                                                                                                     

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sábado, 19 de abril de 2025

EXTRAÑA AMISTAD VIAJERA

De forma mayoritaria, las personas que participan en el programa nacional de turismo social, bajo las siglas del IMSERSO, viajan en parejas. Matrimonios de avanzada edad, amigas vinculadas a asociaciones o a la vecindad, el abuelo con una sobrina o una hija, una madre con su hija, etc. es la imagen usual que observamos en los grupos viajeros. Sin embargo, va resultando también destacable la presencia de hombres y mujeres que viajan solos. Esta realidad se percibe, de manera especial, cuando se baja al restaurante del hotel para efectuar los desayunos, los almuerzos y las cenas. También ocurre lo mismo en las diversas actividades que se organizan y en aquellas excursiones que se contratan durante las lúdicas estancias. 

Estas personas mayores no tienen quien los acompañe, aunque también puede ser que algunos de los viajeros prefieran hacerlo solos. Todo ello refleja el signo de los tiempos, en el que hay que habituarse o estar preparado para caminar en soledad. 

La historia que vamos a narrar se desarrolló durante una estancia de turismo social, con destino en la localidad costera de Guardamar del Segura, en la provincia mediterránea de Alicante. Dos de los viajeros del grupo eran SALVA y PATRICIA. La activa y muy positiva actitud de Salva propició una insólita y alegre amistad, para estos dos integrantes del grupo que viajaban sin acompañantes.

El autocar había llegado al hotel en la tarde avanzada.  Apenas los viajeros tuvieron tiempo para subir los equipajes a las habitaciones, pues bajaron con comprensible presteza para hacer la primera cena. La mayoría del grupo, un tanto cansados, se fue pronto a la cama, dejando las actividades de animación para el día siguiente. En hora temprana, cuando Salvador Montoya entró en el restaurante para desayunar, tras echar una amplia visual buscando un lugar “adecuado” para sentarse, se dirigió a una mesa para dos, en la que estaba desayunando una bella mujer, componente del grupo viajero, que no aparentaba llegar a los sesenta, sino muchos menos. Con una sonrisa en la boca y manteniendo una exquisita cordialidad, pidió permiso a la compañera de grupo para poder compartir la mesa. Su interlocutora, en principio mostrando una correcta sorpresa, supo de inmediato reaccionar de forma positiva y amable. De inmediato Salva planteó a su compañera una simpática e inteligente propuesta.

“Los dos procedemos de Málaga, pues hemos hecho el viaje en el mismo autocar. Ciertamente no nos conocemos de nada, pues las ciudades son muy grandes y no habremos coincidido en otra oportunidad. Bueno, mi nombre es Salva. Parece evidente que viajas sola, lo mismo que yo hago ¿Qué te parece si compartimos algunos ratos en esta semana de vacaciones y con ello conseguimos que la experiencia de Imserso se nos haga más grata? Por supuesto, para evitar malentendidos, cada uno posee su propia habitación. Pero algunas comidas, los gratos paseos por la localidad, las excursiones, si se realizan en pareja, resultan más divertidos. Si generamos un poco de confianza podemos obtener más frutos, que si caminamos solos. Vamos a compartir una semana cuyo principal objetivo a disfrutar es salir de la rutina diaria”. 

“Si te parece, después de la reunión que tenderemos en pocos minutos, donde nos ofrecerán información útil para esta semana y también ofertarán las excusiones que organizan y que resultan un poco elevadas de precio, podemos dedicar el resto de la mañana, hasta la hora del almuerzo, en “presentarnos”, resumiendo lo básico o aquello que deseemos comunicar acerca de nuestras vidas. Porque ahora somos dos perfectos desconocidos.  De todas formas, si tienes algún recelo, no pasa nada. Compartimos este desayuno y eso que hemos ganado”.

Patricia estaba asombrada al comprobar la locuacidad, el desenfado, la amabilidad y diligencia del compañero de viaje. Se dijo para sus adentros ¿y por qué no? Ya en el desayuno intercambiaron algunas educadas y a veces divertidas frases. Posteriormente asistieron a la reunión explicativa de Mundo Senior. A su finalización, los dos nuevos amigos dieron un largo paseo, caminando juntos sobre la arena de la playa, a fin de conocer los datos necesarios del compañero respectivo. 

“Pues me toca a mí, que soy el que ha propuesto esta vinculación amistosa y temporal. Además, me parece que soy el mayor de los dos. Entenderás que resumir una vida no resulta fácil, pues hay muchos años acumulados. En mi caso ya he cumplido los 70, siete décadas que han pasado, en mi opinión, muy rápidas. He ejercido la medicina en varios ambulatorios de la sanidad pública. El ser médico de familia me ha generado una gran experiencia, sobre la vida y las personas. Estuve casado con MARGARA, una estupenda y cariñosa persona que una mañana infortunada se me fue. Evito datos de enfermedades, que siempre resultan ingratos. Los cuerpos se “estropean” y no siempre hay repuestos o “reparaciones” posibles. La vida nos dio dos hijos, ya casi cincuentones que, lógicamente, hacen sus vidas con sus respectivas familias. En modo alguno quiero parecer un “estorbo” ni complicarles su necesaria privacidad. Ninguno de los dos reside en Málaga. Nos vemos de tarde en tarde, ya sabes, Navidad, cumples, santos. Viven sus vidas. 

Me entretengo con los paseos por la naturaleza. Como tantos, priorizo el cine, como una santa bendición. Me gusta pintar cuadros de paisajes, pero reconozco que no soy artista de los pinceles. Estoy vinculado a diversas asociaciones culturales y recreativas que en mucho nos ayudan a los jubilados, a fin de compensar esos ratos de soledad que, por supuesto, aparecen cuando menos lo esperas. Me jubilé con 65, un año después del postrer viaje de Margara, quien me decía “procura vivir con intensidad cada día, cada minuto. Así me iré más contenta”. Como a tantos, me ilusionan los viajes y siempre trato de hacer amistades, porque la soledad compartida es menos soledad. El programa de turismo social Imserso es una acertada y lúcida oportunidad para conseguirlo. 

Soy persona normal, que entiende “un poco” del cuerpo y sus travesuras. Además de explorar el dolor del enfermo, siempre me ha interesado o priorizado escuchar a los pacientes, a los que hay que aplicarles una gran dosis de paciencia, comprensión y afecto. También, la necesaria confianza. La enfermedad, con ilusión y lucha, es menos enfermedad. Ahora mismo estoy aquí hablando contigo y es porque entendí que con buena voluntad los prejuicios no llevan a parte alguna”. 

Patricia estaba maravillada de la vitalidad y racionalidad de este compañero de viaje con el que, sin apenas darse cuenta, se sentía cómoda, segura y más animada de lo habitual. “¿Fumas o bebes? Me molesta el tabaco y el alcohol. Mi marido ANIANO “se fue” hace ya unos tres años, por esos dos motivos. Estuvimos unidos durante más de tres décadas. Te lo diré con una frase bien corta. He sido una mujer maltratada. Incluso mis tres hijos, personas normales, han sido muy críticos conmigo, por haber aguantado a su padre tanto tiempo. Era agente inmobiliario a comisión. De una u otra forma, dilapidaba todo lo que ganaba, pues destacaba en el ejercicio de su profesión. Mi planteamiento y objetivo era tratar de evitar “una guerra” en la familia, por eso aguantaba muchas cosas que con el tiempo creo que fue un error. Pero Aniano daba una imagen de marido perfecto y trabajador de cara al exterior, cuando lo que realmente ocultaba era su doble personalidad: modélica, hacia afuera, y maltratador psicológico, como “dictador” insensible dentro del hogar. Un coma etílico se lo llevó. Entonces fue cuando entró un rayo de sosiego, luz y esperanza, en nuestro hogar. Con los hijos crecidos y emancipados, comencé “a vivir”. Estaba a punto de cumplir, en ese momento, mi sexta década de vida. Por cierto, tengo una gran afición por lo exotérico, lo misterioso, lo inexplicable. Domino muy bien las cartas del Tarot. Creo que tengo algo en mi naturaleza que me ayuda a predecir el porvenir, a través de las cartas.”

Más o menos situados en sus respectivas personas, se estaban convirtiendo en dos grandes amigos que gozaban de la confianza recíproca y todo ello en un tiempo récord: habían estado dialogando durante un par de horas, caminando a ratos descalzos, por las limpias arenas de la playa mediterránea.         En los días siguientes a esta singular vinculación amistosa, participaron en las gratas excursiones y visitas que organizaba Mundi Senior. Otro de los días lo dedicaron a visitar la gran capital provincial de Alicante, desplazamiento que ellos mismos diseñaron tomando varios autobuses, ciudad en la que ninguno de ellos había estado hasta el momento. Les impresionó, de manera especial, la subida al Castillo de santa Bárbara, desde donde disfrutaron de unas espléndidas vistas de la capital levantina. 

Uno de los días de estancia, comenzó a llover con algo de viento. La mañana había estado soleada, pero la tras el mediodía las nubles fueron gestando una tarde bastante desapacible. Así que Patricia y Salva decidieron quedarse en el hotel. En el gran salón del bar, jugaron varias partidas de dominó y el tradicional juego del parchís. Otros huéspedes practicaban la lección diaria de bailes, que después tenían intención de poner en práctica en las actividades lúdicas tras la cena. A Salva se le ocurrió pedirle a su gran amiga que “le echara, las cartas” para averiguar algo de su porvenir. Subieron a la habitación de Patricia y allí organizaron todo un ceremonial, con las luces a baja potencia e incluso pusieron un poco de música intrigante, para acomodar bien la sesión que ambos disfrutaban. “Tenemos un futuro prometedor” fueron las escuetas palabras, que la gran artista del Tarot pronunció. A Salva comenzó a darle un poco de miedo todo aquello, que él mismo había solicitado. Por consiguiente, decidieron volver al gran salón de reuniones, donde recordaron sus infancias jugando al simpático juego de la Oca. Así fueron transcurriendo el resto de los días vacacionales que dos almas solitarias habían sabido combatir con el calor y el afecto de la compañía y la amistad. 

La gran mayoría de los viajes son de “ida y vuelta”. Incluso el postrero que se realiza al final de la vida, cuando también se vuelve a los orígenes, llámese Paraíso, Edén, el jardín musulmán o el misterio hindú o budista. Salva y Patricia hicieron el viaje en el bus de vuelta juntos, por gentileza de doña Gertrudis, una jueza jubilada con mucho carácter, que les cedió su asiento con manifiesta generosidad. 

Ya en Málaga, cada uno en el redil de su microcosmo y circunstancias, el intenso afecto relacional que habían mostrado durante los ocho días vacacionales se fue extrañamente debilitando. Salieron un par de noches al cine y a cenar en fines de semana bastante separados en el calendario. Pero por alguna razón, sobre todo en Patricia, el fulgor de ese “vínculo alicantino” se iba desvaneciendo, con excusas de lo más variopintas. Pero el destino, siempre travieso quiso una vez más ayudar a desentrañar “el misterio”. 

Cierto día, Salva paseaba por el entorno del teatro Cervantes y la bella Plaza de la Merced. Se detuvo ante el gran teatro, para ver la cartelera de los próximos espectáculos que iban a tener lugar en su afamado escenario, durante la temporada de otoño. Le gustaba echar su ratito observando el título de las obras a representar, así como los actores y actrices afamados que iban a pasar por la gran sala “cervantina”. Los legendarios Sacristán, Lola Herrera, Ana Belén, Héctor Alterio y así una larga lista de personajes y obras que viajaban por provincias. Entre las obras que aún se representaban, antes del parón veraniego, le gustó un título que decía “EL DESPERTAR DEL AMOR EN LOS AÑOS AVANZADOS”. Sacó una localidad para el 7 de junio, sábado, a las 20 horas. Los contactos con Patricia se habían prácticamente desvanecidos. Era consciente de que todo había sido una “atrevida experiencia viajera” que él provocó sin fundamentos previos. 

Cuando llegó el día de la representación teatral, tomó asiento en la fila 8, en el extremo lateral derecho de la gran sala. Sus gafas del lejos le permitían divisar bien los elementos escénicos. El “sorpresón” que se llevó, cuando se inició el desarrollo de la obra, fue de los que no se olvidan. ¡La actriz protagonista, Patricia Alba, era su Patricia, ¡la del viaje del imserso! Actuaba con una gran destreza, mostrado poseer “muchas tablas” en el oficio interpretativo. 

Cuando ya volvía a su domicilio, le daba vueltas, una y otra vez, al episodio levantino ¿qué de verdad había en toda la dramática historia que ella le contó acerca de su vida? Se sentía profundamente engañado y enfadado. No quería saber más de ella.

Dejó pasar unos días y en su cabeza surgían muchos interrogantes acerca de este extraño episodio. Al fin, después de muchas semanas sin contacto, se decidió a marcar su número de teléfono. “Te vi actuando sobre el escenario del Cervantes. Según parece, interpretas muy bien tanto en la ficción como en la vida real …” Tras un incómodo silencio, ella sólo le respondió que hablarían del tema, cuando se reunieran una tarde. Esa cita no tardó en producirse. 

“Efectivamente, Salva, la imagen que te he dado no es real, es absolutamente ficticia. En el mundo escénico, al que pertenezco desde hace décadas, como “dolorosamente” has descubierto, la ficción se convierte en realidad y así hay que asumirlo. Los actores tenemos que estar de continuo en primera línea de creatividad escénica. Hice una apuesta, con una compañera de equipo escénico, de representar un papel de mujer viuda, maltratada, con poderes especiales en el juego del Tarot y tenía que “ligarme” a una persona de tu perfil durante un viaje vacacional”. En realidad, es una historia parecida a la que hemos escrito y representado como coautoras. Quise poner en práctica lo que se iba conformando en la ficción del papel escrito a través de las teclas del ordenador. Lo que resultó sorpresivo fue tu inmediata y sorpresiva aparición, tomando la iniciativa en la historia. Te vi tan ilusionado, tan valiente y sincero, que no supe parar y me dispuse a seguir el juego. No te quería hacer daño, pero la apuesta realizada, los incentivos teatrales, esa primera obra que como autoras estamos representando, me llevó a seguir interpretando una situación en la que tu colaborabas eficazmente.

Cuando volvimos del viaje, me propuse que todo lo nuestro se “enfriara”. Especialmente, tu ardorosa amistad. Comprendo que tu soledad, cualquier soledad es sumamente ingrata. Y hay que combatirla con todos los medios a nuestro alcance. Aplaudo tu esfuerzo por combatir esa soledad que penosamente lastra nuestra andadura por la vida. 

No tengo 65 años, sino 56. Me “caractericé” de una persona más mayor. Para los actores ello no supone esfuerzo alguno. Y me “colé” en el programa Imserso, gracias a un buen amigo que tengo en una agencia de viajes”. 

Salva supo guardar las formas en esa su “última cita”, aunque la procesión y el desánimo iban por dentro. Cuando caminaba hacia su domicilio iba pensando en el gran teatro que supone nuestra vida. “Somos actores, tanto en el escenario, como en la vida real. De todas formas, los días que pasé en tierras alicantinas, siendo actor involuntario de una trama de soledades compartidas, fueron ilusionados y muy confortables. La próxima vez que viaje, tendré especial cuidado en elegir a la persona con quien me relacione, no vaya a ser que me vincule con otro actor que realiza sus prácticas a cualquier precio”. –

 

 

EXTRAÑA

AMISTAD VIAJERA





 

viernes, 11 de abril de 2025

UNIDOS EN EL ULTIMO VIAJE

En el ámbito de las comunicaciones suelen generarse errores por diversos motivos y equívocos, que generan situaciones muy diversas, tanto para el emisor como para el receptor. Estas situaciones pueden resultar incómodas, divertidas, insólitas, cómicas, enojosas, sorprendentes, inquietantes, etc. con la diversidad de adjetivos que la gramática nos permite utilizar. Nadie duda que gran número de estos errores son naturalmente fortuitos, no provocados intencionalmente. En otras ocasiones son consecuencia del azar o de lo que denominamos “cruce de líneas”. 

¿En qué ámbitos se producen estos errores? Son frecuentes en las llamadas telefónicas, a causa de un número equivocado o mal marcado, también en los correos electrónicos, pues ya sabemos que, en el mundo de la informática, un punto, un guion alto o bajo, o un espacio de más, puede alterar el destino del mensaje. También sucede con el correo ordinario o de paquetería, con respecto al número de una vivienda o por una abreviatura mal interpretada. No olvidemos las veces que nos equivocamos al dirigirnos a una persona, resultando ser otra: ¡Perdón, me he confundido, porque es Vd. muy parecido a mi tío Cosme, tal vez con algunos kilos de más! En ocasiones escuchamos esa cómica frase de “¿no será Vd. Feliciano? ¿Tú eres Casimiro ¿verdad? Recuerda, del tiempo de los Escolapios” frase que provoca esa cara de extrañeza o sorpresa en nuestro interlocutor, quien nos responde “Lo lamento, pero mi nombre es Jerónimo y precisamente estudié con los jesuitas”. En este contexto se inserta nuestra historia, relato derivado de un e-mail equivocado en su destino.

Normalmente, cuando recibimos una llamada equivocada, aplicando esa básica cortesía, respondemos “Perdón, se ha equivocado de número”. En otras ocasiones no actuamos de manera tan complaciente, a causa del cansancio, por esos problemas cotidianos que nos afectan o por la repetición de la misma llamada que ya conocemos. En estos casos, solemos cortar la llamada o incluso se nos puede escapar algún que otro comentario “soez” reflejo de nuestro enojo. 

EMILIANO Fortea Albarilla, era un veterano profesor, ya jubilado, que había impartido la materia de creatividad literaria, durante más de cuatro décadas, en la facultad granadina de Filosofía y Letras, ubicada en el polígono universitario de Cartuja. Su compañera familiar durante cuarenta y tres años se llamaba CLEMENTINA Soler, en un matrimonio sin hijos. Una noche estrellada, de sinceridad y luna llena, Clementina habló con su esposo, explicándole que, tras mucho pensarlo, deseaba dedicar los años que le quedasen de vida para conocer y experimentar nuevas vivencias, pero sin su compañía. Añadió, con cierta dureza, que sólo con mirarlo, le parecía ver a un hueso añejo, difícil de roer, de esos que se añaden al cocido para que den “gusto”. Ella era profesora de la misma facultad universitaria y estaba especializada en la antigua Grecia. “Quiero dejar de vivir mi soledad compartida, a fin de poder decir, como Neruda, “Confieso que te aguantado”. Emiliano, siempre tan atento, respondió cortésmente a tan cariñosos afectos escuchados: “Clemen, el sentimiento es recíproco. Hace tiempo que lo dijimos todo. Ya no queda argumentario entre nosotros”. Así que Clementina marchó a la aventura helénica, mientras Emiliano se dispuso a disfrutar del sosiego. Los dos, a su manera, se sentían felices de aquel trascendente cambio en sus vidas. 

Una noche de primavera Emiliano estaba sentado ante su portátil, visitando algunas páginas de interés sobre la generación o irrupción de nuevos y prometedores escritores en el ambiente literario nacional. Antes de cerrar la sesión, por un instinto repetitivo y siempre esperanzador, buscando ese sosiego que temía haber dilapidado por un matrimonio bastante aparencial, abrió su yahoo e-mail, encontrándose una densa “parafernalia” de anuncios, entre los que incluso se encontraban algunas páginas de seguros de decesos. Dedicó algo de su tiempo diario, haciendo honor a la paciencia, para echar toda aquella “viruta”, como solía llamarla, al cesto informático de los papeles. Se decía “para sus adentros” “lo que yo daría, por recibir alguna carta romántica, que me motivara el alma con palabras amables, sinceras, deliciosas, para el buen sentir y el soñar”.

En esta ocasión el destino quiso mostrar su generosidad no habitual. Entre el batiburrillo de mensajes publicitarios, observó, con insólita sorpresa, que tenía un correo personal de alguien llamado EPIFANIO Serrezuela Tampón, con un título de Comunicación. El profesor de creatividad literaria se preguntaba, una y otra vez, quién sería esa persona, de quien no tenía la menor idea. Por más que rebuscaba en su memoria no encontraba, entre sus largas listas de alumnos, alguien que se llamara de esa forma. Razonaba que podía ser consecuencia de un error. Tal vez el emisario habría utilizado un listado de esos que las empresas publicitarias se venden o prestan unas a otras, a fin de atender los requerimientos de los clientes. Tuvo una primera intención de también desplazar la misiva a la papelera. 

Sin embargo, el veterano profesor se sentía, después de su ruptura conyugal, bastante solo. Sopesó la posibilidad de entretenerse leyendo aquello que el comunicante deseara transmitir. A tal fin, con un gesto de justificación investigativa, abrió el correo. Resultó que el remitente, de forma agradable y correcta, se excusaba por las molestias que “su atrevimiento” pudiese provocar. Su amplio y básico texto (posiblemente repetidamente enviado) era titulado “Al mundo, para hacer amistades. Explicaba que su situación actual de viudez la sobrellevaba con dureza y sacrificio. Durante toda su vida había ejercido de tapicero y reconocía que era una persona sin gran cultura, pero que valoraba y ejercía la buena voluntad entre sus semejantes. Poseía una antigua habilidad artesanal: hacer figuras de madera, habilidad que aprendió de su abuelo, que era un gran tallista de ese material. Sus figuras tenían las más variadas formas y desde joven le gustaba cantar la copla popular española de las grandes cantaoras, como Juanita Reina, Marifé de Triana, Lola flores, Rocío Jurado, etc. El antiguo tapicero se ofrecía para mantener amistosa correspondencia electrónica desde Ciudad Real, su lugar de residencia.

A Emiliano le resultó simpático el insólito gesto, no totalmente involuntario del remitente. Epifanio, como más tarde reconoció, había utilizado algunas de esas plataformas en las que aparecen serie de direcciones electrónicas. En realidad, sólo demandaba, con la mayor educación y cordialidad unos “ratitos” de amistad. No percibía intencionalidad malsana en el noble y comprensible deseo de un jubilado solitario, diestro en el manejo informático, que necesitaba eso tan vital como es la comunicación con sus semejantes. A tal fin respondió a ese inesperado correo. Pensaba, con acierto, que la soledad compartida es menos soledad. En su respuesta, también le ofreció algunos trazos básicos de lo que había sido su vida, en justa correspondencia a la información que su “misterioso” comunicador le había ofrecido. Un tanto somnoliento, pero ilusionado, se fue a la cama, pensando en cómo sería el remitente castellano Epifanio. 

Lo sorprendente del caso es que, a las dos de la mañana, sonó el “tlon” indicando la entrada en el portátil de un nuevo correo. No lo había apagado y lo tenía encima de la colcha que cubría su lecho. Se había quedado dormido con el ordenador encima de sus piernas. Comprobó que Epifanio le había contestado. Este su segundo correo, contenía una larga carta en la que narraba, con sencillez y humildad, la realidad de su vida. Reconocía que de los diez correos que había enviado, sólo había tenido respuesta del que había viajado a la capital nazarí.

De esta forma tan simple y generosa, se había fraguado una hermosa amistad entre un profesor universitario y un esforzado tapicero, entre un creador de narrativas y un sorprendente tallista de figuras de madera. Y esa amistad prosiguió, utilizando ambos el correo digital de Internet. Epifanio, en una de sus comunicaciones, invitaba a su nuevo amigo de Granada para que se animara a visitar la Mancha castellana, ofreciéndole con generosidad su propia casa “que estaba muy vacía, pues su mujer se había ido al paraíso celestial y las dos hijas que habían tenido formaban familia en Extremadura y en la Rioja. Efectivamente, la semana que pasó Emiliano en la histórica ciudad castellana resultó muy grata para ambos. Posteriormente fue Epifanio quien viajó a la magia nazarí de la romántica Granada. Uno y otro se encargaron, en esas estancias viajeras, de enseñar como guías turísticos la riqueza monumental y natural que ambas bellas ciudades atesoraban, para propios y visitantes. 

Los dos primeros regalos que se intercambiaron Emiliano y Epifanio fueron respectivamente dos creatividades personales. El veterano profesor llevó a su amigo un pequeño libro de relatos, historias que había escrito poco antes de alcanzar la jubilación. Esas 25 narraciones, de distintas personas en situaciones muy contrastadas, entretenidas e interesantes, iban ilustradas con fotos tomadas de los lugares elegidos por el propio autor de la publicación. Por su parte, el paciente tapicero y tallista artesanal le llevo una preciosa figura en cuerpo entero de don Quijote, Alonso Quijano, de unos cuarenta cm. de altura, una obra muy apreciada en su colección y que había trabajado aplicando la gubia con infinita paciencia a un buen trozo de madera de pino. 

El correo electrónico, los whatsapps, los mensajes de voz y esas visitas de uno y otro a sus respectivos domicilios fue manteniendo y cimentando una amistad que ambos vitalmente necesitaban. Así pasaron los meses, así fueron pasando los muchos años, con primaveras y otoños en los rígidos calendarios de la vida. Ambos eran ya muy mayores, por lo que tomaron la sabia decisión de solicitar el ingreso en una residencia para personas mayores. Les concedieron un establecimiento en la capital malagueña, ya que a Epifanio siempre le había gustado y fascinado la dulzura del mar. 

Eran octogenarios avanzados, con las estructuras orgánicas ya muy gastadas y deterioradas. Tenían que utilizar carritos andadores para hacer esos cortos desplazamientos, por la mañana y muchas de las tardes, que siempre finalizaban en la gran terraza de la residencia, desde donde se divisaba la placidez y cromatismo de las aguas tranquilas que mecen la bahía malacitana. Una de esas tardes, estando ambos sentados escuchando el oleaje que se rompía en la orilla de la playa se miraron durante unos minutos a los ojos. Sólo con la vista, asumiendo la decrepitud de sus cuerpos, tomaron la decisión de “viajar hacia el infinito”. 

Cierta mañana de abril, los cuidadores comprobaron que ambos internos faltaban de la habitación que compartían. No habían bajado a desayunar. Tras una intensa búsqueda por los alrededores, al fin encontraron una nota manuscrita de Emiliano, debajo de la almohada de su cama. En esa “carta testamentaria”, ambos se despedían de la vida. Un par de días después, los propietarios de un yate con bandera británica que navegaba hacia el puerto malacitano divisaron, a unas siete millas mar adentro de la costa, dos cuerpos enlazados con unas cuerdas. Ese su último viaje, habían querido hacerlo juntos, para sellar una amistad que habían mantenido durante casi doce años de su prolongado recorrido existencial.

Esta sencilla y entrañable historia, llena de verdades y necesidades, en un ilustrativo ejemplo de la crudeza que provoca en el mundo actual el cúmulo de tantas soledades, a modo de “pandemia” que enturbian, para los más veteranos en la existencia, ese postrer viaje hacia lo desconocido. Precisamente ocurre cuando más se necesita del calor afectivo de los demás. En esta admirable fidelidad para la amistad, ejerció influencia decisiva uno de los diez correos electrónicos, que una tarde envió un tapicero, aficionado a la talla de la madera, a un también veterano profesor universitario, que escribía relatos narrando historias desarrolladas en el gran escenario de nuestras vidas. -

 

 

UNIDOS EN 

EL ÚLTIMO VIAJE

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 11ABRIL 2025

                                                                                                                                                                                                                                

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viernes, 4 de abril de 2025

SECRETOS DE UNA VIDA


En ocasiones pensamos (incluso nos ufanamos) que sabemos mucho o “casi todo” acerca de esos vecinos, que nos van acompañando en el discurrir del calendario. Pero no caemos en la cuenta o certeza que la privacidad o intimidad personal es todo un infinito, muy difícil o casi imposible de abarcar y obviamente conocer. Y no sólo con respecto a los demás, sino también con respecto a nuestra propia singularidad. 

Cuando un personaje “relevante” en cualquier género de la actividad (especialmente en el ámbito de la cultura) fallece, sus herederos y las asociaciones culturales, a quienes ha podido ceder su patrimonio intelectual, van descubriendo con asombro, al “vaciar su casa” materiales inéditos, sobresalientes y curiosos en su creatividad, que esas mismas asociaciones se disponen a sacarlos a la luz, con especiales ediciones en homenaje a tan preclaro e ilustre escritor o artista. En vida, el finado no había querido hacerlo por las razones que fuesen. Esos escritos o creatividades permanecían en estado de letargo, dentro de cualquier carpeta, caja o estantería. Podían ser sus secretos, textos que sólo él conocía en su justo valor. En la posteridad será el público lector quien los valore y disfrute, con su conocimiento y equilibrada reflexión. Pero además de los escritores, cualquier persona atesora o “esconde” muchas páginas de su vida que permanecen inéditas. Vayamos, pues, a la historia o relato de esta semana.  

BRAULIA Almansa era una de esas vecinas que siempre se identificaban por asumir y vivir su entrañable soledad. Residía en un bloque vecinal de tres plantas más bajo, ocupando un piso pequeño o apartamento de sólo un dormitorio, con salón estar, cocina y baño con ducha. Ese ya muy veterano inmueble estaba ubicado en un barrio humilde, por su sociología, en el centro antiguo de la capital malacitana. Celosa en comunicar los años de su DNI, era de esas personas que siempre se las había visto “de mayor”, aunque a la buena señora se le escapaban, en sus diálogos ocasionales retazos de su infancia y juventud. A veces se le había escuchado hacer alusión a unos “parientes lejanos” pero era obvio, por sus propias manifestaciones, que nunca había llegado al matrimonio. Carecía de descendencia, en su asumida soledad. Ya en su ancianidad se mantenía con el recibo de una paga asistencial, por su trabajo durante muchos años en un taller de costura. Completaba sus escasos recursos o ingresos trabajando a diario ese crochet que con habilidad y maestría trenzaba. Sus preciosas creatividades artesanas, pañitos, manteles, cubre sillones, colchas, guantes, fundas de almohadas, etc. solía dejarlos en depósito en diversas mercerías malagueñas, para ganarse unas pesetas con las ventas o compras que, especialmente el mercado turístico, demandaba. Con estas labores subsistía y se entretenía. Era conocida por su frugalidad y modestia, tanto en el comer como en el vestir. 

La señora Braulia era esa vecina, como abuela o madre, que sus convecinos apreciaban y necesitaban, en los quehaceres diarios. Nunca negaba ayuda a quien se lo pedía, dentro de sus muy limitadas posibilidades. En solidaria correspondencia, los vecinos del 3ºA o los del 1ºC, por ejemplo, cuando guisaban el puchero del día, esos garbanzos con chorizo y morcilla o esa olla con potaje de lentejas que tan buen aroma emanaba, llenaban un casillo o tazón de cerámica, para llevar a “la braulia, un plato bien caliente que ella agradecía en los fríos invernales, con esa sonrisa “un tanto pillina” que le caracterizaba. Y en los veranos también compartían el gazpacho o la “porra” que bien refrescaba y alimentaba. Era una muestra real de la fraternidad vecinal que tan bien lucía o florecía en los “corralones”, en las plazas populares o en los bloques modestos, en donde todos formaban una familia, aunque faltase el parentesco. Y era admirable el proceder de esa vecina quien, con la delicadeza necesaria, observando la somera vestimenta que usaba la señora del 2ºB, le ofrecía ese abrigo que siempre dormita y casi nunca se pone, temporada tras temporada. “Braulia ¿le vendría bien este abrigo o rebeca, que está de muy buen poner? A mí se me ha quedado pequeño, por esa tentación que tengo hacia los pasteles”.

Y así marchaba la vida, en el barrio malagueño de Las Lagunillas, antes que llegaran esos momentos de intensa degradación y las nuevas generaciones buscaran acomodo en otras zonas o localidades en donde residir y trabajar. El barrio, otros años floreciente, comenzó su paulatina decadencia y abandono. 

Una mañana de invierno, cercana ya a la estación primaveral, los vecinos del inmueble LAS DELICIAS no vieron a la Sra. Braulia bajar con su carrito de la compra, para dejar la bolsa de los residuos en el contenedor y después llegarse al mercado de la Merced, en donde encontraba productos más baratos para su modesta necesidad. En el mercado los productos sólo podían ser “manoseados” por los propietarios de los puestos, a cambio de que los precios eran algo más económicos. Como doña Braulia era de hábitos fijos y repetitivos, a muchos extrañó no verla aquella mañana. Fermín, el barrendero, Celeste, la vendedora de chuches en el puesto de la plaza, Herminia, la abuela que cada día tomaba la placidez solar sentada en su silla de asiento de anea, etc. No le dieron mayor importancia “Habrá ido temprano a la parroquia o a otros menesteres. Pero esa ausencia de una convecina tan conocida se repitió al día siguiente y ello despertó cierta inquietud entre la vecindad, siempre aburrida e intensamente observadora, de cualquier detalle o anécdota para la distracción. La gente se preguntaba si la habían visto o si había comentado algún desplazamiento a realizar. 

D. Gregorio, policía local jubilado, que residía a pocos metros del bloque de Braulia, llamó a un compañero suyo en el cuerpo, quien de inmediato se puso en contacto con la Policía Nacional y los servicios de protección civil. Comprobando que la puerta del piso estaba cerrada por dentro, dos miembros del Real Cuerpo de bomberos forzaron una ventana cuya persiana estaba a medio bajar y con el consentimiento judicial, entraron en la vivienda, evitando provocar los menores daños posibles. Una vez en el interior, abrieron la puerta (las llaves estaban puestas en la cerradura por dentro, y al llegar al dormitorio se encontraron a doña Braulia, sentada en su mecedora. Su cuerpo estaba ya sin vida. Un médico del Cuerpo de bomberos certificó el fallecimiento de la señora. La realidad de un fallo cardiaco era más que evidente. En una mesita baja, junto a la mecedora reposaba una taza de café negro a medio beber.

De inmediato, la maquinaria para el sepelio del cuerpo se puso en marcha. Una llamada al Ocaso fue suficiente, pues doña Braulia estaba al día del pago mensual al seguro de decesos. La policía, cumpliendo con su misión, procedió a interrogar a muchos vecinos, pero todos coincidían en que no conocían a familiar alguno de la finada, aunque ella había comentado en alguna ocasión acerca de unos sobrinos lejanos, pero sin concretar datos o en donde pudieran residir. Era un caso más del drama de las personas que viven solas. 

Ese pequeño apartamento pagaba por el alquiler una renta “muy antigua”. El casero del bloque, residente en Córdoba y negociante de un almacén de despiece de matadero, tampoco poseía datos de familiar alguno de su inquilina. No aparecían datos vinculados en el Registro Civil (lógicamente los padres de Braulia ya habían fallecido). Aparecía como soltera. A su sepelio acudió mucha gente de todo el barrio, ya que Braulia era persona querida y muy apreciada. La vivienda que ocupaba quedó precintada por la policía. 

Entonces don MODESTO, el venerable cura párroco de la parroquia de Santiago, recordó que hacía unos tres años, Braulia le había entregado un sobre cerrado en el que, según la finada, estaban sus últimas voluntades. El veterano sacerdote, algo desmemoriado lo había guardado en una carpeta y nunca más había reparado en dicho sobre. Ofició una emocionante ceremonia de defunción, por el alma de la parroquiana. Desde ese momento se puso a buscar, con la ayuda del sacristán TOBÍAS ese sobre que no sabía exactamente dónde lo había guardado. Después de muchas horas de búsqueda, encontraron una carpeta “traspapelada”, que había caído al fondo trasero de un viejo armario, empotrado en un hueco de la sacristía. Sobre amarillento, por el paso del tiempo, en cuyo anverso se leía BRAULIA ALMASA CARRASQUILLA. En presencia del juez, el sacerdote lo abrió y extrajo una hoja de libreta manuscrita. El sucinto texto explicaba que la firmante legaba cualquiera de sus pertenencias a la acción parroquial de D. Modesto, a fin de que lo aplicara a obras sociales para los necesitados. De inmediato, una empresa especializada, contratada por la parroquia, y bajo supervisión judicial, se dispuso a VACIAR LA CASA. El propietario del inmueble lógicamente necesitaba disponer del piso vacío para su posterior alquiler u otra negociación. 

El mobiliario, muy envejecido (sillas, mesas, mesilla de noche, cama, armario, etc.) fueron llevados a un centro de acogida para indigentes. También la ropa, muy modesta y demás enseres fueron repartidos por otros centros de caridad. Una importante y hermosa colección de paños de crochet se llevaron en depósito a la mercería EL DEDAL, para ponerlos en venta, cuyo importe pasaría al fondo parroquial para necesitados. 

En todas las operaciones de “vaciado” suelen aparecer cajas, sobres, paquetes, en los sitios más insospechados: altillos, debajo de las camas, detrás del aparador, etc. conteniendo materiales insospechados y dignos para el asombro. En el domicilio de Braulia apareció, en una caja de zapatos, un gran bloque de cartas, recibidas por la finada, en un plazo temporal de año y medio. Todas esas cartas estaban firmadas por un tal EUGENIO, único dato que aparecía en el remite. Eran “misivas” de amor y acumulaban una antigüedad de unos 45 años. Don Modesto se prestó a leer algunas de estas comunicaciones escritas de naturaleza amorosa, objetivo sentimental que no llegó a consumarse. Por el contexto y datos de las cartas, Eugenio era un marino de barco mercante, que recaló varias veces en el puerto malagueño. Por alguna coincidencia, conoció a Braulia, joven y mocita, surgiendo entre ellos ese amor “imposible”, entre un marino y una costurera habilidosa, también en el crochet. Eugenio le proponía que se fuera con él y que se unieran en matrimonio, pero la joven malagueña aducía que la distancia entre Málaga y Orense era muy grande. Además, el marino sestaba de continuo en la mar. En una de esas cartas finales, por cronología, Eugenio se despedía con dolor y sentimiento de culpa, pues en una noche de taberna y lujuria, había dejado embarazada a una muchacha a la que no podía abandonar, La chica se llamaba MINERVA. Y de ellos nunca más se supo. Aurelia conservaba esa correspondencia testimonial, de un amor que no pudo ser. Ahí posiblemente, entre sollozos y lamentos heridos, comenzó una soltería que quiso mantener hasta el final de su vida. 

Pero lo más importante, desde el punto de vista material, estaba por llegar. Lo descubrió un albañil, que envió el propietario del inmueble, don LAUTARO, para que le desmontara el mueble de la cocina y los armarios encastrados en las dos partes de la pequeña casa. Una loseta del suelo del armario se veía deficientemente “recolocada”, con el yeso de las junteras. Sin mayor dificultad la extrajo y bajo el suelo térreo reposaba 

una caja de latón que, en su momento, había servido para guardar galletas. En su interior había una importante cantidad de dinero, papel moneda en su inmensa mayoría. Suponían, era evidente, los ahorros de toda una vida, tanto con el arte de la costura como con la habilidad del crochet.  El Padre Modesto y el sacristán Tobías fueron contando esos ahorros de la finada quien, por alguna razón, tal vez por la mentalidad “antigua” de Braulia, no los había querido guardar en una entidad bancaria. La suma alcanzaba la cantidad de unas 25.000 pesetas (todavía no había llegado el euro a nuestras transacciones monetarias). Era el ahorro forzado de muchos días y horas, pensando en la seguridad e incertidumbre de los últimos años. 

Unos y otros comentaban la mentalidad singular de esta buena mujer, quien viviendo muy modesta y pobremente, en su sencilla existencia, alberga esos dos curiosos secretos vivenciales: el marino gallego y el esfuerzo sacrificado de los ahorros para la vejez. La prevención para ese incierto mañana que a todos nos alcanza. 

Y esta es, a grandes rasgos, la vida o sucinta historia de Braulia. De aquí puede deducirse ese dicho popular de que cuando se vacía tu casa, aparecen secretos y prebendas por todos los rincones. Al final del recorrido, muchas privacidades quedan descubiertas, pues no somos totalmente dueños de nuestros secretos e intimidades. – 

 

 

SECRETOS DE

UNA VIDA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 04 ABRIL 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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