viernes, 21 de febrero de 2025

DESVENTURAS EN UN DISTRAÍDO TURISTA

En nuestra cultura cristiana, desde pequeños, se nos hacía aprender y repetir determinadas oraciones, plegarias y preceptos. Uno de los que más se nos “examinaba”, cuando acudíamos al confesionario eclesial, eran los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia. Se resumían en 10 y se nos grababan en la memoria a fuerza de repetirlos. Todos eran importantes y había algunos que se nos hacía difícil entender su exacto significado (aquello de los actos y pensamientos impuros). Otros, por el contrario, eran muy concretos y sin necesidad de ulterior explicación. Uno de estos mandamientos de fácil comprensión era el nº7: No robarás. Este fácil significado está en la base del relato de esta semana.

Si se incumplían los mandamientos, cualesquiera que fueren, había que acudir al confesionario, para que el sacerdote que te escuchaba, representante de Dios en ese momento, te perdonara ese u otros pecados, previa imposición de la penitencia, para que esa huella pecaminosa quedase borrada. La experiencia del confesionario era sofocante en ocasiones, como cuando el clérigo confesor te preguntaba “Y ¿cuántas veces? ¿Sólo o acompañado?” Etc. Es aconsejable no añadir más “preguntas” que permanecen en nuestros recuerdos. De pequeño recordamos las colas de espera ante los austeros, oscuros y misteriosos confesionarios, con personas de todas las edades y condición. También la actitud de aquellas devotas mujeres, que arrodilladas ante la celosía separadora del confesor, acumulaban minutos y más minutos de respetuoso diálogo, lo que hacía preguntarnos ¡Cuantos pecados habrá cometido esa señora! Menuda penitencia le va a imponer el cura para darle la absolución”. Hoy ya no se ve tal demanda de confesiones, ante la santa paciencia de los religiosos.  Otra de las reflexiones que se nos viene a la mente es, viendo el estado y comportamiento actual de la sociedad mundial y repasando la letra y el sentido de los 10 mandamientos, ¿cuál sería el porcentaje de cumplimiento de esos preceptos que recibió Moisés en las Tablas de la Ley? Mejor que no sigamos por este tenebroso camino. Centrémonos en el relato que nos ocupa.

Nos trasladamos a una ciudad turística y monumental de la Alta Andalucía, en un sábado soleado del mes de febrero. Era la Córdoba de la gran Mezquita/Catedral, con ese laberinto urbano y populoso, para lo comercial y la restauración de la judería, los bellos jardines de los Reales Alcázares y una gran arteria fluvial, el río Guadalquivir que, a su paso por la gran ciudad, añadía esa gran belleza hídrica, atravesada por el gran puente romano para el trasiego y el deleite visual. Y con la figura escultórica del San Rafael, presidiendo por aquí y por allá el latido diario de la ciudad. La bonanza del clima, en aquella mañana de sábado, generaba la densificación personal y económica del turismo nacional y extranjero. Decenas y decenas de familias, con sus niños, jóvenes y mayores, de manera individual o grupal, eran conducidas por expertos guías culturales, que divulgaban la historia y la riqueza artística que adornaban la gran ciudad surcada por el Guadalquivir.

En uno de esos grupos, que marchaban atentos e ilusionados ante las explicaciones de su experta guía, había un turista que viajaba solo. Era un hombre mayor, sumaba los 77, que se llamaba ACACIO Alcaraz Álvarez, nombre presidido por las tres A del alfabeto. En su etapa laboral había ejercido como funcionario de prisiones. Ahora, ya en su etapa vital de la 3ª o 4ª edad, solía viajar con frecuencia, aprovechando los incentivos y bajos precios de una popular agencia de viajes que tenía próxima en el barrio del Realejo de su ciudad natal, la Granada nazarí. A este hombre, de carácter paciente y responsable, le agradaba mucho la fórmula viajera de los dos días, una noche, ya que disfrutaba, en la soledad actual de su existencia, llenando de paseos, amistades y conocimientos, además de buenos menús restauradores, los fines de semana o cualquier otra oportunidad ofrecida por las agencias, para visitar y pasear por tantos lugares interesantes que ofrece y adorna la geografía regional o nacional de España.

Como acaba de expresarse, Acacio vivía solo, por las circunstancias adversas en el destino de cada cual. Aprovechaba las baratas ofertas turísticas de MUNDIVIAJES, para socializar en lo posible con los demás viajeros, entablando gratas amistades con personas muy diversas, predominando sobremanera los ciudadanos jubilados como él. Era una fórmula acertada y eficaz de combatir la soledad.

DORA (Teodora), la guía turística contratada que le había correspondido en este corto viaje, para explicar lo más sobresaliente de la ciudad califal, había repetido con el aval de la experiencia, ese útil consejo de

“Tengan especial cuidado con sus pertenencias. En ésta como en todas las ciudades turísticas, hay muchos “descuideros profesionales” para apropiarse de lo ajeno, aplicando las técnicas más sofisticadas, a fin de no ser cazados en el delito. Últimamente suelen trabajar en grupos de tres rateros. Uno tropieza con el distraído turista, echándose literalmente encima, otro en la confusión y la caída extrae la pertenencia robada al aturdido turista, cartera u otra propiedad, que pasa rápidamente a un tercero que se quita de en medio con habilidad y rapidez por si aparece la policía y se ponen a registrar a los sospechosos del robo. Esos dos o tres ladrones tienen bien aprendida el arte de apoderarse de lo ajeno, Suelen ser extranjeros, de los países del Este europeo, aunque también los hay de origen nacional”.

Acacio avanzaba con sus compañeros de viaje, detrás de la expresiva, culta y simpática guía, que enarbolaba un paraguas de llamativos colores, a fin de evitar que algún viajero grupal se perdiera en el laberinto antiguo de la judería. El veterano ex funcionario de prisiones portaba una muy apreciada bolsa de piel de camello, adquirida en una visita a Ceuta, con la misma agencia de viajes. En su interior llevaba el móvil telefónico, las gafas para la visión “de cerca”, las llaves del piso de su propiedad, unos caramelos Halls, para aliviar sus frecuentes problemas de garganta y un pastillero, con los comprimidos diarios y gotas que había de tomar para sus ya variadas insuficiencias (corazón e inicios de ese gran problema que es el Parkinson). Eran medicinas de las que nunca se separaba. Aunque la cartera con los documentos y tarjetas las llevaba consigo en el bolsillo de su gabardina, como previsión, había introducido en uno de los bolsillos interiores de la bosa marroquí un sobre con 200 euros, para afrontar una urgencia o necesidad imprevista.

El grupo estaba paseando por las calles comerciales del barrio de la judería, estrechas arterias abigarradas por el tránsito de decenas de personas, cuando nuestro protagonista se dio cuenta que llevaba los cordones de uno de sus zapatos desabrochados, lo que era peligroso, dado que al ser una zona antigua había numerosas oquedades en un suelo empedrado o vacío de solería. Podía tropezar al pisarse esos cordones, con el riesgo de sufrir una lesiva caída. Entonces, aprovechando que la guía explicaba las características de un edificio tradicional, con un gran patio andaluz porticado, adornado con numerosas macetas, se agachó para atarse los cordones, Dejó, de manera instintiva, su bolsa de piel en un poyete que había junto a la pared.  El tiempo que aplicó a este sencillo hábito no llegó al medio minuto. Cuando se incorporó continuó atento a la explicación de Dora. A los pocos segundos, extendió su mano derecha y para su sorpresa no pudo tomar su bolsa que la había dejado para atarse el zapato. Muy preocupado ante la pérdida de su propiedad, preguntó en voz alta si alguien había tomado o visto su bolsa de piel beige. Ninguno de los compañeros del grupo, sumaban 18, había visto nada. El drama del grupo, ante la pérdida que había sufrido el compañero, era manifiesto.

Dora se movilizó con rapidez. Preguntó a varios comerciantes que conocía, pero ninguno había visto nada anormal. Por suerte, avistaron a unos policías locales (era sábado y la zona estaba más vigilada) a los que informaron del previsible robo de la bolsa. Preguntaron si había en el interior algún documento identificativo. A pesar de los nervios, bastante crispados, Acacio hizo memoria y explicó que efectivamente solía llevar en esa bolsa-cartera el carné de una asociación de jubilados que había en el barrio del Realejo granadino. En ese pequeño documento iban anotados unos datos básicos del asociado, con su correspondiente fotografía. Enumeró a los policías el resto del contenido. “De todos los medicamentos, el que más me preocupa, son unas gotas que me elaboran en una farmacia de mi barrio, que he de tomar dos veces al día, sin interrumpir el tratamiento, por mis problemas iniciales de Parkinson”.

La guía se lamentaba “a pesar de todas mis advertencias, siguen ocurriendo estos hurtos o robos, por descuidos que después resultan muy dolorosos. Los “rateros están a la orden del día y actúan con gran pericia”. Los policías corroboraban las palabras de Dora. Los miembros de seguridad y los componentes del grupo acompañaron a Acacio a una farmacia, por el tema de las gotas, pero el mancebo que los atendió, tras consultar por teléfono con la titular farmacéutica explicó que necesitaban la fórmula exacta del medicamente elaborado en la botica granadina. Tras numerosas gestiones de localización, las llamadas telefónicas no eran atendidas. Alguien del grupo sugirió la conveniencia de acudir a algún ambulatorio cercano, a fin de que allí pudieran recetarle medicamentos adecuados para solventar el problema. El episodio, muy desagradable, había enturbiado el buen talante de la mañana para hacer una grata visita turística.

 

En otra parte de la capital califal, dos personas hablaban teniendo entre ellos la cartera o bolsa de piel robada al desconsolado Acacio. Eran ABEL y MARGARA que vivían en pareja, con tres niños pequeños, aunque no estaban casados por lo eclesiástico ni por lo civil. Abel, empleado de reparto de mercancías en desempleo desde hacía casi un año, un tanto desesperado ante su extrema necesidad, había caído en la tentación de la delincuencia. “Hoy se me ha dado relativamente bien: una buena cartera de piel, con 200 euros, con otras cosas pocos útiles para poder venderlas. El dinero nos viene como el oxígeno para respirar. Pero me preocupan estas medicinas. Pueden serle muy necesarias al antiguo propietario”. La conciencia empezaba a darle vueltas. Pero Margara, agriada con todo lo que llevaban pasando le decía de manera destemplada: “Pero de nosotros nadie se apiada. ¿Por qué tenemos que hacerlo con los demás? Estamos viviendo en una habitación alquilada, por la que tenemos que pagar 150 euros al mes. Tenemos que estar yendo a los cajones de basura de los supermercados, para recoger cada noche lo buenamente aprovechable, con el fin de poder comer algo cada día y todo ello con tres niños pequeños. Somos cinco personas sobreviviendo en una lúgubre habitación”.

Pero esa mágica y racional de la conciencia de Abel lo martilleaba, una y otra vez. Había sido una persona “normal”, aunque no eficiente en los estudios, al que la vida comenzó a tratarlo muy mal, hundiéndose poco a poco en la miseria y las adicciones. Esta situación desesperada, con una amplia familia, le había llevado al terreno de la delincuencia, con la que pensaba sobrevivir. Y en esa acústica mental repetitiva, vino de manera oportuna la imagen de su madre, quien desde pequeño lo aconsejaba como hacen todas las madres: “has el bien y el destino o Dios te lo premiará”. En un momento de crisis emociona, esta persona, profundamente infortunada y desordenada en su comportamiento, rompió a llorar.

¿Cómo podía localizar a esa persona mayor, a quien había robado su pertenencia y de la que nada conocía? Sólo tenía el carné de la Asociación recreativa granadina de LOS CÁRMENES a la que D. Acacio Alcaraz pertenecía. Al fin, para dejar en paz su conciencia (por la cuestión delicada de las medicinas) tomó la cartera, con todos los enseres que contenía, menos los 200 euros que le daban un “respiro” económico y se desplazó al barrio de la judería, dispuesto a arreglar su delictiva acción. Pronto divisó a un grupo de turistas, rodeando a una joven guía, que portaba en su mano un vistoso paraguas de colores. Siguió a ese grupo y cuan do la guía se paró en una placita, explicando elementos culturales relacionados con la Historia del lugar. Aprovechando una inflexión en la explicación, se acercó a la guía, MALENA, diciéndole con brevedad “En un grupo anterior, por esta zona, un turista se dejó olvidada esta cartera. Yo no quiero saber nada del asunto, así que se la entrego para que localice a su compañera de explicación”. Y ante la cara de sorpresa de la guía, se quitó de en medio a toda prisa, desapareciendo por las callejuelas del lugar. Abel se había puesto unas gafas oscuras y un pasamontaña de lana, que le cubría casi toda la cabeza, a fin de pasar lo más inadvertido posible.

Malena, un tanto sorprendida inicialmente por la situación, comprendió en pocos segundos la realidad de ese gesto, dada su experiencia con los grupos de turistas y los robos que se cometían a diario. Llamó por teléfono a la policía “Alguien ha encontrado una cartera de piel con objetos en su interior. Me lo ha entregado, pues quiere permanecer en el anonimato. No podría reconocerlo, dada la forma en que venía vestido”.

La eficaz acción policial permitió que Acacio tuviese, para su alegría y sosiego, sus pastillas y gotas, esa misma tarde/noche, además de otros objetos personales. El sobre con los 200 euros se había “esfumado” del bolsillo de la cartera, pero lo más importante, por el condicionante de la salud, se había recuperado.

Desde esta incómoda experiencia, el antiguo funcionario de prisiones lleva su cartera colgada de su cuello y sólo se la quita cuando entra en su habitación del hotel. Nunca olvidará el mal rato de ese sábado primaveral, historia en la que había aprendido a no cometer errores necios, que generan severos problemas para las personas honradas que los padecen. Por su parte Abel, una persona sumida en el lodazal de sus infortunios, había sabido reaccionar para bien. ¿Podría ser el comienzo de su recuperación, para asumir la honradez en sus acciones?

 

 

DESVENTURAS EN

UN DISTRAÍDO TURISTA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 febrero 2025

                                                                                                                                                                                    

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